La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 30 de enero de 2013

Las Moiras

¿Sería mi vida distinta de haber tomado un camino distinto?¿Qué habría pasado si hubiera cogido otra bifurcación?
Preguntas que todo el mundo se ha hecho en un momento u otro de su vida.
Hace ya algunos años me encontraba estudiando en una biblioteca municipal. Iba allí cada día durante el mes que duraba el periodo de exámenes. Un día me fijé en una chica que estaba en la mesa de enfrente. Me llamó la atención por su mirada. Recuerdo que usaba gafas y eso le daba un aire más interesante. No se el motivo, sinceramente. El caso es que cada vez que ella levantaba la vista de sus apuntes yo me volvía loco, me quedé prendado de esos ojos, de esa expresión, de esa mirada. De vez en cuando sonreía y susurraba algo a los que compartían mesa con ella. Amigos suyos de clase supuse. Aquel día me enamoré en un instante, un amor intenso pese a ser repentino. De pronto deseé estar a su lado, sentir su mirada, sentir su piel, sentir cada suspiro. En un momento salí a la calle a descansar de mis estudios y unos minutos después ella salió con sus amigos. Y entonces escuché su voz. Angelical. Sólo puedo describirla así. No solo tenía unos ojos cautivadores sino que su voz era tan dulce y suave que la hacía casi irreal. Era como una ninfa, un ser realmente bello, lleno de vida.
Al día siguiente la volví a ver. Intenté ponerme en su misma mesa pero ya estaba completa. La sala estaba muy llena y me senté en la otra punta de la biblioteca. Estuve triste todo el día. Tal impacto me causó esta chica. Al tercer día no la vi y acabé por pensar que era una tontería engancharse por alguien de esa forma, un pensamiento quizá para protegerme de mi mismo. Pero al cuarto día sucedió algo que me dejó confundido. Llegué al abrir, a eso de las 9 de la mañana. Me senté en una mesa cualquiera de una zona tranquila de la sala alejado de la puerta donde nada pudiera despistarme. Un par de horas más tarde alguién se sentó justo a mi lado. Si, era ella. Alucinado y nervioso a partes iguales no daba crédito a la coincidencia. Ella no me habló, ni siquiera hizo gesto alguno de que no fuera otra cosa que una pura casualidad. ¡Dile algo! Me repetía una y otra vez, pero no me lancé. Por la tarde me arrepentí tanto que me dije que tenía que hacer algo y pensé de que forma podría conocerla. Y se me ocurrió una cosa tan absurda y loca que quizá pudiera funcionar. Escribí una poesía. Y se la pensaba dejar encima de sus apuntes en cuanto ella saliera a tomarse un respiro. Mi plan solo funcionaría si todos los de la mesa se iban al mismo tiempo y si yo reunía el valor para hacerlo. Ambas cosas se dieron a media mañana del día siguiente. Me acerqué a una estantería con libros que había cercana a su mesa y disimuladamente deslicé el papel encima de sus apuntes. Volví a mi sitio y esperé. Minutos lentos, interminables. Pero al fin apareció y leyó la poesía. Pude ver la expresión de su cara desde mi sitio y sonrió y yo me sentí el chico más feliz de todo el maldito planeta.
Mi plan tenía un pequeño fallo, ella no sabía quien era yo. Y en la nota solo escribí la poesía. ¿Cómo diantres iba a decirle que era yo el poeta? Seguía siendo un desconocido para ella y eso anuló la euforia inicial. ¡Maldita sea! ¿Qué podía hacer? Pues, evidente, escribir una segunda nota. Esta vez, además de alabar sus encantos, le pedía una cosa. Le puse que si le había gustado la poesía que al día siguiente llevara una camiseta azul. ¿Quien era yo para exigir? Nadie, pero tenía que estar seguro de que le había gustado y que no estaba haciendo el ridículo más espantoso. Repetí el proceso para dejar el papel sobre su mesa y esperé de nuevo. Esta vez al leer ella la nota miró hacia todos lados observando a todos los que allí estábamos. Pensé que no le había gustado esa intromisión y dudé de todo cuanto había hecho. ¡Estás loco Rubén! Me repetí mentalmente.
Al día siguiente ella vino solo por la tarde, pero adivinad de que color era la camiseta que llevaba puesta. ¡Azul! ¡Dios, me estaba siguiendo el juego!
La tercera nota fue más difícil de escribir. ¿Le decía ya quien era o jugaba un poco más? Me decidí por mantener el misterio. Le propuse salir a una hora determinada a la puerta de la biblioteca. Tampoco quería alargar mucho la intriga porque los días iban pasando y no estaba seguro de verla de nuevo al día siguiente. Así que en la nota no decía quien era pero ya iba siendo hora de darme a conocer. Nervioso puse la nota y esperé a su reacción. La leyó y se la guardó.
Yo la citaba para el día siguiente por la mañana a las once en la puerta. ¿Iría? ¿Estaría enfadada? Bueno, pronto lo descubriría.
Biblioteca municipal. 11:00 de la mañana. A finales de Junio. Calor. Nervios. Curiosidad. Y por fin, llegó. Preciosa, como todos los días anteriores. Y hablamos. Me dijo que se llamaba Susana y que estudiaba derecho, ese año era el último. Era mayor que yo. Me confesó que le había gustado la poesía. Que al principio pensó que era una broma de sus amigos. Charlamos durante veinte minutos, quizá media hora. Una chica muy simpática. Pero mi círculo y el suyo no intersecaban. Me quedé con buen sabor de boca, al menos por haberlo intentado.
En Septiembre volví a verla, más guapa si cabe por el moreno del verano. Y nos saludábamos todos los días. Ella ya sabía quien era yo.
Esta historia no llegó a nada, pero ¿habría sido mi vida distinta si no lo hubiera intentado? Mi respuesta es afirmativa. Este hecho me dió la confianza necesaria para otras empresas similares. Llegué a la conclusión de que puedo ser creativo y original. Y me siento orgulloso de ello.
Creo en el destino, al modo de los griegos y de su hilo de la vida. Hay un nacimiento, una duración y una muerte ya elegidos de antemano. Las moiras se encargaban de ello. Pero lo que hagamos en el camino es cosa nuestra.
Una leyenda asiática, creo que japonesa, habla del hilo rojo de la vida. Todas las personas tenemos un hilo rojo atado a nuestro meñique y que está unido al meñique de la otra persona a la que estamos destinados a conocer. Hay una arteria que une el dedo más pequeño de la mano con el corazón y con la unión de ese cordel rojo a la otra persona nos da a entender la unión de los corazones de ambos. Ese hilo puede dar millones de vueltas, pero nunca se romperá. Una manera romántica de ver las cosas. Sin ninguna duda me gusta pensar que la vida es así.

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