La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 20 de diciembre de 2016

Dia 31: Lágrimas.

"Brillan tanto las lágrimas en los ojos de una niña, que nos da lástima besarlas cuando están secas."

No sé cuándo ni en qué lugar leí esta frase de Byron, sin embargo en algún recoveco de mi mente estaba guardada y como por arte de magia, vino a mi de nuevo esta mañana al ver llorar en el metro a una chica que sentada en un anónimo vagón, lleno de gente atenta a sus móviles y libros, se secaba sus húmedos ojos con el dorso de la mano.
Me topé durante unos segundos con su mirada, llena de tristeza y melancolía. Esos ojos pardos, acuosos, dejaban entrever una amargura y desconsuelo infinito. 
Cuando nuestros ojos y almas se cruzaron durante ese breve instante, que se me antojó eterno, un profundo desasosiego llenó mi corazón. Poco me faltó para acercarme a ella y preguntarle algo tan absurdo como si se encontraba bien. No lo hice por conservar su intimidad, su derecho a soltar eso, fuera lo que fuese, que oprimía su corazón. 
Pelo castaño claro, oculto tras un gorro de lana lleno de colores que dejaba escapar algún mechón por su frente poblada de surcos y arrugas causados por la llorera. Sus labios finos se torcian en una mueca de pesadumbre, la nariz, pequeña y enrojecida, moqueaba sin descanso. Un abrigo cubría la mayor parte de su delicado cuerpo. Delicadeza que intuí en sus delgadas piernas, enfundadas en un vaquero oscuro, que terminaban en unos zapatos de tacón vertiginoso. Diría que estaba entre los 30 y los 40 pero nunca adivinar la edad se me dio bien del todo así que no me aventuraré en aproximar un rango menor.
¿Qué le habría ocurrido? Me pregunté tras salir de mi ensimismamiento inicial al sentir un codazo de alguien que intentaba salir del vagón. ¿Una muerte inesperada? ¿Un amor no correspondido? ¿O quizá un matrimonio que se rompe en mil añicos? El anillo que llevaba en la mano con la que se secaba las lágrimas que recorrían su compungido rostro me hizo pensar que los tiros iban por ahí. 

Unos cien años antes de nacer Byron, Newton daba forma a su tercera ley en un volumen escrito en un latín lleno de filosofía y matemáticas. "Actioni contrariam semper & aequalem esse reactionem: sive corporum duorum actiones in se mutuo semper esse aequales & in partes contrarias dirigi." Esta pomposa frase que se puede leer en cualquier manual sobre física sacado de cualquiera biblioteca universitaria se resume en dos palabras...acción-reacción. 

Viendo a esa chica llorar me dió por divagar a esas tempranas horas echando la culpa de esa tremenda tristeza que ella sentía y por empatía, que me hizo sentir a mi, a la terrible afición que tenemos los seres humanos por amar y ser amados. No tengo la más mínima duda que El Amor, con mayúsculas, es causa y efecto del cien por cien de las lágrimas derramadas en todo el mundo. Tantas a lo largo de la historia de la humanidad que podrían llenar océanos y mares de varios planetas tan azules como nuestra venerada Tierra. 
Pensando que un cabronazo, ostentando el título de marido de la chica de las lágrimas, había hecho alguna de las suyas fue como me despedí de esa mujer, observando tras el sucio ventanal como por enésima vez secaba su cara con mano temblorosa. 
Sin embargo, dejándome llevar por las escaleras mecánicas un rayo de luz iluminó brevemente mi mal pensado corazón. Y antes de salir a la calle y que el cortante frío de finales de Diciembre, me diera de sopetón en toda la cara despertándome del todo, me di cuenta de algo en lo que no había caído hasta entonces. Yo también había llorado en el metro alguna que otra vez, también mis lágrimas habían caído en el marmoleo suelo de una estación y es bastante probable que alguien me viera hacerlo. Pero más allá de todo eso, lo importante es el motivo de una de esas ocasiones en las que yo no podía parar de llorar apoyado en la pared del vagón. 
Ocurrió hace muchos años. Sentado en la butaca del cine de Callao no pude evitarlo. Tras asomarse los títulos de crédito por la pantalla y arropado por aquella oscuridad que reinaba en la sala empecé a llorar. No podía creer que aquella historia acabase de tal forma, después de todas aquellas peripecias y tribulaciones él moria y ella se quedaba sola en medio del helado océano. Tal era mi tristeza que al salir a la tenue luz de las farolas, ya en la calle, seguí llorando como alma en pena. Durante todo el trayecto, en metro y autobús, no dejé de derramar esas lágrimas tan protagonistas en la entrada de hoy. 
Subiendo en esas escaleras mecánicas me he acordado de aquel momento de mi vida y con una vana esperanza he deseado que la chica hubiera visto anoche Titanic y que por algún azar de la vida le hubiera venido a la mente el triste final. Quizá por eso lloraba y su vida no estuviera derrumbandose como piezas de dominó en un macabro juego. Puede que esta noche, cuando llegue a su casa, alguien la abrace con cariño y la reconforte, dejando en el olvido esos tristes instantes vividos en el metro.  
El frio congela ideas, esperanzas e ilusiones. Al salir a la calle y sacar mi gorro para protegerme del gélido ambiente, esa mirada que me habia transportado desde la Inglaterra de finales del xvii con Newton y sus leyes hasta los últimos años del pasado siglo con los protagonistas del Titanic sucumbiendo a un catastrófico desenlace, volvió como solo lo hacen los viejos fantasmas. Fue en ese preciso instante en el que me di cuenta de que en este caso no valían cuentos de hadas con finales felices. Aquella chica, que hacía unos minutos contemplaba en el metro, tenía el alma rota y estaba a punto de empezar su temeroso camino hacia los infiernos. 
Y asi, con las manos en el fondo de mi plumas y el frio en los huesos ha sido como he empezado este 20 de Diciembre. Preguntándome cuantos chicos y chicas de este inquietante mundo habrán comenzado el día entre sollozos, y cuantos de ellos volverán a recomponer su maltrecho corazón y asi poder amar de nuevo para quien sabe si en un fatal ciclo de la vida, romperse en mil pedazos una vez más. 
La sabiduría popular nos dice que la cabra tira al monte y yo, yo no puedo dejar de soñar.
Por eso, al escribir estas palabras unas horas después, habiendo meditado sobre ello, creo en el poder de la regeneración. Esa desconocida dejará de llorar en algún momento y con el tiempo se encontrará con otro chico que haya estado llorando ayer o antes de ayer y juntos vuelvan a creer. 
Quizá sea un bonito, y a la par, ingenuo deseo de Navidad. Que los corazones rotos de hoy sean las almas felices de mañana. 
Suerte, mi desconocida amiga. Nunca dejes de creer. 


sábado, 3 de diciembre de 2016

Dia 30: Gravitation is not responsible for people falling in love.

Mirando sus ojos caí rendido.
La verdad, si he de ser sincero al cien por cien, es que apenas podia sostener su mirada sin apartarla a los pocos segundos. Su belleza me cohibia, su luz deslumbraba mi alma y no cabia la menor duda que su amplia sonrisa hacia que mi corazón volara tan rápido y tan alto que temia sufrir un ataque alli mismo, en la mesa de aquel restaurante por el que de un modo totalmente azaroso habiamos ido a parar.
¿Qué diablos hacia alli con ella? ¿De qué misteriosa manera habiamos pasado de hablar en una aseptica y brillante sala llena de libros, a estar observando nuestros rostros frente a una jugosa y enorme hamburguesa acompañada de un no menos gigante vaso de cocacola?
El caso es que alli estaba ella, hablandome entre bocado y bocado de su hermana. Contandome como hacia unos meses se habian metido en un lio al quedarse tiradas en un bar ya que una de sus amigas, la que conducia aquella noche, se habia largado con un tipo al que acababa de conocer, y como ella le habia echado morro y le habia pedido a un chico que las acercara hasta el hotel. No recuerdo, por más que estrujo mis pocas neuronas, el motivo por el que instantes después de terminar su anecdota no paraba de reirme. Quizá tenga que pedirle algun dia que me repita la historia, valdria la pena tan solo por detenerme en cada gesto, en cada mueca, una vez más.
Las palabras exactas puede que no vengan a mi mente pero si que recuerdo vividamente su mano rozando la mia al coger el menu que un distraido camarero habia dejado sobre la mesa. Su piel, fria -acababamos de entrar después de dar un breve paseo por la zona en pleno mes de Diciembre- y suave -como la superficie pulida del capó del Ferrari mas caro que Cristiano Ronaldo o Messi pudieran comprar- me transmitió, extrañamente, tal calidez que me pareció que la conociera de toda la vida.
Pintas las cosas demasiado bonitas, Rubén. Seguro que estais pensando eso ahora mismo. Maldito chiflado del amor, os escucho decir entre dientes. Pero es cierto, esa chica hizo que mi mundo se detuviera durante unos minutos para que una vez reanudada su marcha natural alrededor del Sol ya nada volviera a ser lo mismo.
Ningun pájaro se quedaria jamás sin su canción, no existiría nunca un bosque sin árboles tan altos como las mismas nubes y desde luego los donuts vendrian para siempre jamás con el pedacito del centro a su lado.
Sin embargo, ese pasajero desliz de manos rozandose alrededor de un menú no fue el único contacto que hubo. Algo más tarde, después de haber compartido un helado de chocolate y nata tan grande que haria las delicias del más goloso de los golosos salimos del restaurante y al ir a cruzar una transitada calle la sostuve de la cintura para evitar que un desconsiderado taxista con demasiada prisa acabara dandola un buen susto. Fue instintivo, y quizá duró bastante más de lo que tardó el susodicho taxista en desaparecer de nuestras inquisitivas miradas. No queria soltarla, no deseaba que su rostro se alejara ni un solo centimetro más de mi cara y a punto estuve de besarla alli mismo alumbrado por el escaparate navideño de una tienda de perfumes. ¿Por qué no lo hice? Buena pregunta.
Seguimos andando, ella continuaba parloteando sobre una fiesta de cumpleaños que tendría la semana que viene o que tuvo la pasada, no se muy bien ya que yo aun le daba vueltas a la pregunta de por qué estupido motivo no la habia besado. De pronto escuchamos música salir de un garito y soltó...¿un mojito?

Albert Einstein, en el margen de una carta que alguien le envió anotó, a colación de un comentario, esta frase. "Gravitation is not responsible for people falling in love." La gravedad no es la causante de que la gente se enamore. Un poético e ingenioso juego de palabras en inglés que lei hace un par de dias. Quizá por eso, esta noche mi subconsciente ha hecho que sueñe con esa desconocida mujer y me haya despertado en el mal momento en el que entraba en aquel garito proponiendome reunir toda la valentia que me fuera posible para darle un beso con sabor a lima.
No he podido evitar escribir sobre ello a estas horas de la noche y en esa pequeña ventana de lucidez que acompaña a los momentos en los que el cerebro apenas funciona dejando que nuestra alma tome las riendas creo intuir que Albert estaba equivocado. ¿Seré tan prepotente para creerme más sabio que el propio Einstein? Bueno, no creo ser mas listo que el común de los mortales pero según me contaron una vez en la facultad, la gravedad es la causante de la dilatación del tiempo. Un segundo no es lo mismo aqui que en Jupiter o que en la misma Luna. ¿Y qué es lo que ocurre al soñar o al enamorarse? El tiempo corre tan despacio que podemos ver el pestañeo de los ojos mas bonitos del universo, y perdernos en esa mirada para descubrir que en sus profundidades está el secreto de la vida eterna. Y sin embargo, nada de ese tiempo parece suficiente y quisieramos tener tres vidas más tan solo para poder disfrutar del sonido de su corazón sabiendo que late por y para ti. Si, no tengo duda alguna. La gravedad es la causante de que los hombres y las mujeres se enamoren. Sin ella no seriamos capaces de discernir ni la mitad de la belleza que hay detrás de un gesto o una caricia, sin ese cambio vertiginoso de velocidad en el tiempo no podriamos juzgar las cosas bellas de la vida porque pasarian de largo sin darnos apenas cuenta. Tristemente no podriamos amar.

Sueños. Tiempo. Amor. Gravedad. Mi mente abotargada y llena de absurdas ideas que apenas logro ya retener, pide un descanso. ¿Será posible volver al punto donde lo dejé? ¿Seré capaz de adentrarme en aquel atestado garito y darle un beso a la enigmatica chica de la preciosa sonrisa?
No la hagamos esperar. Dulces y bonitos sueños para todos.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Día 29: Del amor y la guerra.

Mirando las primeras lluvias del otoño, tras el resguardo de una anónima ventana, me ha dado por pensar en lo extraño que es nuestro mundo.
Anoche me acosté triste tras enterarme de una noticia terriblemente oscura. Una mujer maltratada y humillada a manos de su expareja, decía el titular. Leyendo un poco más descubrí que un hombre, si es que así se puede definir a un tipo de este calibre, secuestró junto a otro compinche suyo de igual bajeza moral que el primero a esta pobre mujer para vejarla y humillarla tanto física como psicológicamente llegando incluso a echarle pegamento en la vagina. 
No sentí rabia, ni tan siquiera asco por conocer la existencia de gente tan miserable. Más bien lo que envolvió mi alma fue una tristeza tal que me hundió en la más absoluta miseria. ¿Cómo sería posible encontrar el amor si ya ni tan siquiera existía ahí fuera? 
Observo tras la ventana las gotas de lluvia resbalar por el cristal al tiempo que veo pasar a gente cogida de la mano, personas que corren para no mojarse, parejas que bajo un paraguas se abrazan. ¿En qué momento se torcerán las cosas?

¿Qué habrá ocurrido en el cerebro de ese energúmeno para pasar de querer a esa mujer unos meses atrás a desear su muerte? 
Todo esto hizo que me metiera en la cama, apagara la luz y me pusiera a jugar al candy crush intentado evadir mi mente de humillaciones, infiledidades, maltratos y demás ofensas que se dan en las parejas. 
Sin embargo tan solo unos segundos después dejé el móvil en la mesilla y acaricié el lado vacío de mi cama.

Puede que yo no pare de hablar de mi deseo por volar, de mi indiscutible empeño en volver a París, de mi pasión por los viajes y Nueva York, de mi caprichoso entusiasmo por las montañas rusas, de mi vehemencia en creer en el amor verdadero, de mi absurda aspiración de llegar a ser amado, y por supuesto de mi afán sincero por no dejar de soñar. Pero de todas esas experiencias que tanto anhelo, lo que más echo en falta en el mundo es ese instante en el que al acostarte sientes que a tu lado hay alguien. Añoro esa sensación de seguridad. El saber que pese a todo y todos, un ser humano duerme a unos centímetros de ti y que en cualquier momento puedes contar con él o ella.
¿Estás dormido? Le preguntaba a mi hermano pequeño cuando yo tan solo contaba con ocho o nueve años. Si, me contestaba él. Tengo miedo, le decía desoyendo su sutil deseo de no seguir hablando para continuar soñando. Entonces se levantaba sin apenas abrir los ojos y se metía en mi cama para hacerme compañía.
¿Estás despierta? Preguntaba al sentirla mover un brazo. Si, contestaba ella. En aquel momento, al escucharla, me acercaba a su espalda, la besaba en ella y me quedaba dormido mientras la abrazaba. 
Siempre ha sido así, en algunas ocasiones he necesitado del cariño para poder conciliar el sueño.
Tanto es así que hace un par de semanas, en una noche de tristeza, similar a la de ayer, me vi pidiéndole a una chica a la que apenas conozco que durmiera junto a mi. "Vente a casa y hablamos tumbados en la cama mirando al techo, hasta caer rendidos y dormirnos." Ella, denegó mi ofrecimiento con una respuesta de lo más políticamente correcta. "Es muy tarde ya, Rubén."
Anoche palpaba el lado izquierdo de mi cama con añoranza, como esa persona que tras haberle sido amputado un miembro de su cuerpo aún siente que tiene el brazo, la mano o la pierna y al ir mirar hacia esa parte comprueba que todo es un macabro juego de su mente. Ese síndrome del miembro fantasma hace que aún crea en la ínfima posibilidad de volver a utilizar mi incompleto corazón para amar y que aquella parte desgajada de mi cuerpo años ha, se regenere de nuevo encontrando a aquella mujer que realice el portentoso milagro de volver a completar mi alma y con ello restablecer los latidos de mi corazón desgarrado por la terrible crueldad de la batalla del desamor. 
Fue inevitable pensar en ello ayer, ¿qué es lo contrario de la guerra y la maldad, a mí sui géneris modo de entender la vida? El amor, sin ninguna duda. 
No obstante, no siempre el amor y la guerra estuvieron enfrentados. Hubo un tiempo en el que ambos iban de la mano, unos días en los que el uno y el otro se acostaban en la misma cama y contemplaban el mismo techo. 
En el lado derecho tenemos a Ares, el dios olímpico de la guerra. Representaba la violencia, la brutalidad del alma, el horror de las sangrientas contiendas entre atenienses y espartanos. En el lado izquierdo, apoyando su bonito rostro en el pecho de Ares, está Afrodita. La inigualable diosa del amor, personificación del deseo y la belleza.
Inexplicablemente, guerra y amor compartieron lecho durante unos cuantos años, dando con un canto en los dientes a aquellos incrédulos que pensaban que los seres crueles no pueden ni deben ser amados. ¿Qué les llevaría a estar juntos? Se preguntarán muchos. ¿Sería la extraña teoría de que polos opuestos se atraen?
En cualquier caso, esa unión tuvo sus frutos. Phobos y Deimos, los churumbeles de la insólita pareja. Es entonces cuando, los que queríamos creer que el amor todo lo puede y que hace posible lo imposible, nos damos cuenta de que nada bueno podría salir de esa relación. Phobos es el terror, el pánico, el miedo ante las cosas que nos rodean. Su hermano Deimos era el que seguía sus pasos allá por donde fuera. Representaba el dolor y la tristeza. La pena infinita tras la terrible destruccion que causaban Ares y el propio Phobos. 

Al pensar en ello anoche, cerré los ojos y tanteé aquella parte de la cama vacía desde hace años. Suspiré tristemente al ver que no había nadie. Ayer, más que nunca, quería creer en el amor. Deseaba encontrar, en ese frío hueco que existe en mi cama, a alguien que me protegiera de este mundo lleno de tanta maldad.

lunes, 10 de octubre de 2016

Día 28: I don't even know your name, how will I find you?

Los sueños deben ser escritos para que se cumplan. 

El conquistador se despertó sobresaltado. Alguien manipulaba las cuerdas que le tenían atado a la cama. Apenas podía ver el rostro de aquella persona ya que la habitación se encontraba en la más absoluta oscuridad. 
La mujer le susurró algo al oído.
- Vamos Rubén, tenemos que salir de aquí antes de que ella vuelva.
Estaba aún medio adormilado, torpe. Le costó ponerse los pantalones que la misteriosa dama le alcanzó. 
Cuando por fin consiguió vestirse, ella le cogió de la mano y salieron de la habitación del muro de pollas. Sigilosamente recorrieron los pasillos del edificio y una vez fuera, ella se paró a observar la quietud de la noche. 
Tras unos segundos agazapados detrás de unos arbustos, se convenció de que nadie había en la explanada que comunicaba aquel lugar con el camino que llevaba al muelle. Fue en ese instante cuando Rubén se fijó en el rostro de la mujer que lo había liberado.  
El corazón le empezó a latir con fuerza y un torrente de sentimientos afloraron en su alma. 
- ¿Wyneth? ¿Eres tú?
Su largo pelo, sus pómulos redondeados y sus inconfundibles hoyuelos no dejaban lugar a dudas. No obstante, fueron sus ojos los que de pronto, como un mágico interruptor, le pusieron en guardia.
¿La mujer a la que andaba buscando le había salvado de una muerte segura? ¿Era posible un milagro como ese?
- ¡Ssssshhhhhh! Aún no estamos a salvo. Vayamos hacia la playa. 
El paso de los años había hecho mella en aquella mujer. Se movía ligeramente encorvada y cojeaba de una pierna, pero su mirada seguía transmitiendo toda esa belleza que antaño le había cautivado. 
- Wyneth, yo...yo iba en tu búsqueda cuando caí en esta isla infernal. 
- ¿Después de tantos años aún sigues acordándote de mi?
Rubén hizo el amago de buscar aquel pañuelo que ella le regaló tras aquel baile la primera vez que se vieron, cayendo en la cuenta de que lo había perdido tras la batalla en el buque de Calicó Jack. 
- Creo que eres el amor de mi vida. Estoy seguro de ello. Sostuvo con la mirada fija en los azules ojos de ella. 
- Vamos pirata, deja de decir tonterías. Yo tan solo soy una pieza del puzzle, un alto en tu camino. 
- Pero...un sueño...
Wyneth no le dejó acabar la frase.
- ¿Ves el embarcadero? Allí te espera un bote. Navega unas millas hacia el oeste y cuando haya desaparecido la isla de tu vista gira al norte. Tendrás que hacerlo antes de que salga el sol o darán contigo. 
- ¿Tú no vienes? 
- Yo debo quedarme aquí. Esta infernal isla, como tú la llamas, es mi salvación de la horca. Ahora debes irte, pirata.
Instantes después, Rubén el conquistador manejaba una precaria pala de madera mientras observaba la figura de Wyneth empequeñecerse poco a poco. 
¿Y qué demonios hago ahora? ¿Dónde diantres busco el amor verdadero? Se preguntó tras virar la pequeña embarcación al norte, dejándose llevar por las corrientes marinas. 

No hay héroe sin villano.
Batman tenía a Joker, Rocky a Drago, Alicia a la Reina de Corazones...El universo tiene esa ingeniosa manera de decirnos que podemos hacer cualquier cosa, nos enfrenta a alguien igual de poderoso que nosotros mismos y nos conmina a luchar contra él a riesgo de caer en el pozo más profundo si no somos lo suficientemente valientes para hacerlo. 
Cuando aquel día en el que una bonita chica me dio un abrazo y me dijo "este es el fin", lo primero en lo que pensé no fue en que jamás volvería a besar esos labios, ni que el mundo tal y como lo conocía estaba a punto de girar ciento ochenta grados o que andaría perdido mucho tiempo sin rumbo aparente. No, todas esas ideas llegaron algo más tarde. Un segundo despues de ese triste abrazo lo que vino a mi cabeza fue un pensamiento tan devastador que se tradujo en una mirada infinitamente compungida observando esos ojos pardos que apenas ya recuerdo. Jamás volveré a ir a Disneyworld, solté abatido. Ella sonrió tiernamente un instante y me cogió la mano con afecto. Ya verás como sí Ru, ya verás como vuelves a encontrar a alguien que vaya contigo.
Cada segundo de cada minuto de todo el tiempo que ha pasado desde entonces he tenido la convicción, creyendo firmemente en esas últimas palabras que pronunció ella como si de una premonición se tratara, que realmente ahí fuera existía esa chica que cogiera mi mano para subir a un avión y realizar un viaje que durara toda la vida.
Sin embargo esta mañana me encontraba postrado en el suelo, golpeado por mi más acérrimo enemigo. Yo mismo.
Soy héroe y villano al mismo tiempo, una especie de Jekill con su inseparable Hyde. ¿Cómo puede existir la magia si nadie cree en ella? 
A veces pienso que es una agotadora búsqueda infinita, que jamás llegará a su fin. ¿Por qué buscas? Me preguntan. Las cosas ocurren cuando tienen que hacerlo, me aconsejan. No he escuchado frase más estúpida en toda mi vida. Palabras que se utilizan para todo pero que no sirven para nada. ¿Qué pensará una mujer maltratada de esa frase?¿En su destino estaba ser saco de boxeo de un deplorable ser?¿Y ese hombre que pierde a toda su familia en un atentado?¿O ese otro al que le amputan las piernas tras un accidente causado por un conductor ebrio que se salta un semáforo?
No, el movimiento es la clave. La búsqueda. 
"I don't even know your name, how will I find you?" Esta es la pregunta que se hace el príncipe de Cenicienta. Parece una tontería pero siento que voy de casa en casa con el zapato de cristal y una estupida cuestión...¿te gustaría venir a DisneyWorld conmigo?
Esta mañana he sentido el puñetazo en el estómago de la maldita realidad. Un golpe duro y seco que me ha dejado sin aliento cuando, al salir de la ducha, me he mirado en el espejo y he soltado un gilipollas bastante sonoro. Maldito iluso de mierda. 
Pero por extraño que parezca, un rato después, sintiendo el traqueteo del metro, otro personaje ficticio me ha venido a la mente. El maldito John McClane, otro héroe de los que por muy mal que ande la cosa jamás se rinde.
Bruce Willis, cada vez que derrota a uno de los malos en cada una de las películas de la saga La jungla de cristal, suelta una frase...Yippee Ki Yay, hijo de puta.
Eterna guerra la que se está librando, sin duda. ¿Sueños o realidad?¿Quién es el héroe y quién el villano?
Durante unos instantes he sonreído esta mañana mirando mi propio reflejo en la sucia ventanilla del vagón. Yippee Ki Yay, he susurrado al saberme ganador de la batalla que he mantenido hoy. Sin soñar, muero. Mañana será otro día. Nuevas y cruentas batallas me esperan, sin ninguna duda, pero hoy deseo creer. 
Cierro los ojos. La tímida visión del ventanal desaparece. El ajetreo del metro se desvanece. Me aferro fuertemente a la barra de un anónimo vagón de metro y con todos mis sentidos puestos en este breve instante me pregunto...¿te encontraré hoy? Si no sé quién eres, ¿cómo podré reconocerte? 

La vida estaba llena de giros inexplicables, de reveses e infortunios. El conquistador creía que Wyneth era  la solución. Convencido que ella le revelaría el secreto para abrir el cofre de Edward Teach y así encontrar el amor verdadero, había luchado hasta la extenuación consigo mismo y contra todo el que se le pusiera en su camino. Sin embargo, abatido en su desesperación por no saber qué hacer ni dónde ir, se acurrucó en el suelo de madera del bote dejando que la brisa nocturna le acariciara el rostro. Poco a poco se fue quedando dormido bajo el manto de las estrellas, reconfortado por el suave sonido del mar. Ese susurro que jamás le había abandonado. De pronto se incorporó y mirando al cielo plagado de pequeñas luces brillantes pronunció un nombre...Sophie. 



lunes, 15 de febrero de 2016

Día 27: Leaves on the Seine.

Sentado en la orilla observé, a la luz amarillenta de una farola, una hoja cayendo de un frondoso árbol. No estoy realmente seguro pero quizá fuera un álamo o un gran sauce que sacudía tibiamente sus ramas con la suave brisa de aquel veraniego día, no entiendo gran cosa de árboles. El caso es que seguí con la mirada su vuelo, en ese instante me pareció que bailaba al son de las campanadas que repiqueteaban en la distancia. Acompañé su caída con la mirada y la vi posarse en el Sena. La débil corriente la arrastró frente a mí como si fuera un pequeño barquito que navegara sin un rumbo fijo hasta que se topó con el pequeño muro que delimitaba los márgenes del río. 
Lo recuerdo como si fuera hoy mismo, en aquel momento subí la mirada y me encontré con la musculosa silueta de una Notre Dame iluminada. No entiendo tampoco demasiado de arquitectura pero sus muros me transmitieron fortaleza y robustez y así debía ser, ya que esas paredes llevaban más de 800 años ahí en medio de aquella isla que dividía al Sena en dos. Al mismo tiempo me dio la impresión de que aquella estructura era ligera, con sus inconfundibles arbotantes rodeándola como un amante rodea a su amada en un bonito abrazo. Sabiendo que siempre estarán ahí, tanto amante como los arcos, dotando de seguridad a catedral y amada respectivamente. 
Volví de nuevo la vista hacia abajo observando la lucha de la frágil hoja por zafarse del castigo que el malvado muro le había impuesto. Sin duda un indeseable cautiverio sabiendo que su deseo, la aspiración de aquella furtiva hojita que en la oscuridad de la noche se desembarazó de la rama que la sujetaba era la de dejarse llevar hasta el mar. Fluyendo, mientras nadie la mirase, bajo los muchos puentes que comunican ambas riberas de París. Sin embargo ahí estaba yo, viendo aquella sigilosa escapada hacia la libertad mientras esperaba que mi "bateux parisien" me llevara también bajo esos mismos puentes hasta la bella y armoniosa Torre Eifflel. 
No hay nada más bonito en este mundo como contemplar la realización de un precioso sueño, afortunadamente los dioses en aquella ocasión me concedieron ese regalo y pude ver con mis propios ojos como aquella luchadora hoja aprovechó el impulso de una onda causada por un barco que lleno de turistas, navegaba surcando el río. 
Recuerdo que sonreí, que incluso la animé con un pequeño gesto de mi mano. Venga hojita, ahora o nunca. ¡Ve y consigue tu sueño! Intenta llegar lo más lejos posible.
Tan solo pude seguirla con la mirada unas decenas de metros hasta que me fue imposible distinguirla en la negrura de las aguas del Sena, no obstante me gusta pensar que consiguió llegar tan lejos como ella quiso y que vió así recompensada su valentía.

Mucho antes de que aquella osada hoja brotara de su tallo me encontraba en el fnac escuchando música con un libro en mis manos. Malgastaba las tardes de los sábados sentado en el enmoquetado suelo de aquel lugar, soñando mientras pasaba las páginas de un inmenso mapa de carreteras y recorría con el dedo la sinuosa línea de una autopista...Madrid, Burgos, Vitoria, Bordeaux, Tours, París. Sin embargo llegó un momento en el que no me bastó con solo soñar los sábados así que, una de esas solitarias tardes me decidí a comprar el mapa para así cada noche, antes de irme a dormir, recorrer aquella línea roja que ya me sabía de memoria. 
Quizá en esos días en los que, tumbado en la cama con la luz de una pequeña lámpara en la mesilla de noche, leía una y otra vez los distintos pueblos que tendría que pasar de camino a París no me daba cuenta de lo afortunado que era pese a no tener nada en la vida. Sí, la verdad es que entonces ni sabia que era uno de los chicos más ricos de este mundo ya que poseia un sueño y eso me convertía en alguien realmente poderoso.

No está mal recordar esto hoy, cuando poco a poco se van desvaneciendo esos sueños por estar atrapado, cautivo como aquella pequeña hoja, en un muro que me impide avanzar. 
Hoy no hago más que repetirme una y otra vez lo mismo. Rubén, los sueños se cumplen. Se obstinado y no abandones. Pronto llegará esa onda que te ayude a salvar el muro. En nada seguirás fluyendo hasta tu destino. No dejes de soñar, Rubén. Se valiente como aquella hoja que cayó sobre el Sena en una lejana noche de agosto. 

"Life's battles don't always go to the stronger or faster man. Sooner or later the man who wins is the man who thinks he can." Vince Lombardi. 

lunes, 18 de enero de 2016

Día 26: La canción de los cisnes.

Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. 

Sigfrid escucha estas palabras de la bella Odette. Sobrecogido por la historia que la princesa le está narrando, no da crédito a la maldad del hombre que ha hechizado de tal manera a ese precioso ángel venido del cielo. La chica le cuenta que el horrible brujo la ha condenado a despertar como cisne el resto de su vida a menos que alguien logre jurar amor eterno por ella. Es un encantamiento terrible y cruel, ya que noche tras noche se acuesta en su cama siendo humana pero al asomarse el sol por el horizonte cada mañana, se transforma en un majestuoso y elegante ave de blancas plumas. 
A Sigfrid se le comen los demonios por dentro y jura vengarse del malnacido brujo, sin embargo ella le advierte algo que en los oídos del joven príncipe suena demoledor. Si mata a ese abominable ser que mantiene hechizada a Odette antes de ser amada, ella permanecerá como cisne para siempre. La única solución es el amor, sentencia ella mirándole a los ojos. 

Frase pomposa, demasiado azucarada quizá. Algunos incluso la tacharán de empalagosa hasta el extremo. Sin embargo, bobo de mi, es en lo que he creido cada día de mi estrambótica vida. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. Ocho palabras que lo han significado todo para mí, ocho vocablos que han constituido toda mi fe y mis valores. Una frase que me mantiene solitario, deambulando por un mundo que me tienta y deseo tocar, acariciar y sentir pero que como si de un encantamiento de un cuento se tratara me impide hacerlo. No puedo aunque quiera, no quiero aunque pueda. ¡Jodido hechizo de los cojones! 

Eso mismo debió pensar el príncipe Sigfrid cuando al día siguiente de conocer a Odette, a su madre, la grandiosa reina de aquellos lejanos lugares del norte, le entraron las prisas por casarle y apañó rápidamente un baile invitando a las mujeres más bonitas de todos sus dominios. Elige a una de ellas esta noche, será tu futura mujer. Exhortó la reina a su hijo. Este, enamorado y conmovido por la triste historia de la princesa cisne se negó a elegir a cualquiera que su madre hubiera invitado a esa pantomima pero, cosas de los cuentos, Odette fue al baile. Sigfrid, enormemente feliz, juró amor eterno a aquella bonita chica esa misma noche...

¿Colorín colorado este cuento se ha terminado? ¿Cómo se reconoce al amor verdadero? Estaba sentado en un anónimo banco, de vieja y oscura madera, del parque del Retiro. Junto a mí se encontraba una chica que lloraba, una preciosa niña cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Yo dudaba...mi indecisión era la culpable de aquel sufrimiento. Su cabeza reposaba en mi hombro, mis manos limpiaban las pequeñas gotitas de su rostro y en mi mente repiqueteaba esa pregunta. No sé si inspirado por las palomas que revoloteaban a nuestro alrededor, o quizá fuera el susurro de una suave y agradable brisa veraniega el que quitara el velo que mantenía todo entre tinieblas, el caso es que cogi su triste rostro entre mis manos y dije...si, quiero estar contigo eternamente. La besé y ella me abrazó tan fuertemente que nuestros corazones se tocaron y latieron al unísono. Pero, cosas de la vida real, ese latir tuvo poco de eterno. ¿Tendrán razón aquellos que dicen que el amor es perecedero? 

La alegría de Sigfrid tornó en angustia cuando en el baile, de pronto, Odette se transfiguró en Odile, el cisne negro y a la postre hija del malvado brujo. 
¿¡Jopé, pero es que ya no puede triunfar el amor ni en los cuentos!?

Mientras, en la vida real, sentado en algún lugar lejos de miradas curiosas observo las ruedas girar y girar. Personas que pasan por mi vida, que se juntan, lo dejan y se vuelven a juntar con otras distintas. Idas y venidas, vuelta tras vuelta. Aquella chica que me gustaba, ahora va de la mano de alguien. Otra cuyos ojos me llamaron la atención, hoy miran a otro con dulzura. Esa otra, cuya mano soñé sujetar en un paseo por un Madrid otoñal, en estos momentos acaricia la pierna de otro menos bobo que yo. ¿Ellos habrán jurado amor eterno también o simplemente se dejan llevar por la inercia y giran una y otra vez?  Me pregunto perezosamente sin esperar una respuesta clara, en esta fría mañana de invierno.

El príncipe al ver que ha sido engañado sale corriendo hacia el lago donde vive Odette en su forma de cisne, allí llora junto al ave. Al haber jurado amor eterno a otra mujer el hechizo jamás se romperá y nunca más volverá a ser humana. Desolado, Sigfrid no puede soportar la idea de no poder volver a hablar nunca más con su bella princesa y ambos se suicidan ahogándose en las aguas del lago. De esa forma, la única, sus almas estarán unidas vagando a través del tiempo. Juntos para siempre. 

¿Final de cuento o final real? Terco, obstinado, cabezota. En una palabra, hechizado. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. ¡Malditas ocho palabras!
Ya sé que algunos me tildan de pensar demasiado y de mantenerme alejado de la acción. Soy consciente de que tan solo miro las ruedas girar y girar, pero...matemáticamente el ocho es el símbolo del infinito, de lo imperecedero, de lo que jamás se extingue. Lo único en lo que creo, lo único que deseo, lo único que anhelo. Amor loco, amor pasional, amor desbocado, amor romántico, amor visceral, amor que duele, amor que llena...En definitiva, amor puro. Ocho letras. Sin duda, el infinito.  
Además, ¡qué demonios! ¿Por qué no juntar ambos mundos? Tiene que existir en algún lugar una especie de Jessica Rabbit que deambule entre los cuentos y la realidad, que se maneje igual de bien en ambos mundos. A mí me gusta creer que es realmente posible, ya que como sentencia una frase de esas que llenan muros de redes sociales, aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla. 





viernes, 8 de enero de 2016

Día 25: The emerald way.

Ese hombre desfigurado escuchaba con deleite a la joven que con tan bella voz interpretaba sus composiciones. Era algo sublime. Sin embargo, al mismo tiempo que sentía un amor desmedido hacia ella, la ira amargaba todo su ser. Una rabia que emponzoñaba su alma, causada por el rechazo que sin duda le provocaría si algún día se dejara ver ante ella. ¡Qué mundo más atroz! La gente admiraba sus obras pero se estremecían al observar su deformado rostro, de ahí que al diseñar los planos del edificio de la Ópera Garnier se reservara un lugar bajo los cimientos. Oculto de la gente, podría disfrutar de lo que más amaba en este injusto mundo. La música. 
Erik, el fantasma, era un hombre increíblemente listo. No solo la arquitectura y la música se le daban realmente bien sino que era un avezado ingeniero que inventó una gran variedad de artilugios con los que construyó bajo la Ópera una serie de túneles y un gran lago. Esa sería su morada, su reconfortante hogar fuera de miradas inquisitoriales; lejos, sin ninguna duda, de la terrible crueldad del ser humano. 
 
El príncipe rema sonriente, mientras el pequeño bote de madera surca lentamente las aguas color esmeralda. Enfrente tiene el rostro de la bella Ariel. Los ojos de ella reflejan la sonrisa de su alma, está  enamorada de él, sin embargo un insignificante detalle hace que la velada no se desarrolle de la manera más adecuada en una cita de esas características ya que de su boca no sale sonido alguno. Muda por un inverosímil pacto con una extraña y feroz mujer-pulpo se siente impotente al ver que el príncipe no se da cuenta de que es lo que ocurre. Entonces algo mágico sucede, los pajaritos, peces e insectos acompañados por un simpático crustáceo susurran al oído de él...kiss the girl!
Eric, el príncipe, intuye que algo raro acontece en la penumbra de ese romántico anochecer pero no sabe realmente que debe hacer. ¿Por qué la bonita Ariel no suelta prenda? ¿Le gusto? ¿Querrá que siga remando hasta que las primeras estrellas de la noche iluminen nuestro camino? Se pregunta mientras la barquita se desliza sobre un agua llena de animalitos cantarines. 
En ese momento, todos y cada uno de los que contemplamos tan idílica escena soltamos un, ¡vamos bésala ya, bobo! 

Erik Thorvaldsson navegaba por las frías aguas del norte. Pensaba en su Noruega natal mientras observaba las bellas formas que aquellas luces de bonitos colores dibujaban en el cielo, él aún no sabía que ese fenómeno era causado por la energía liberada del sol y achacaba las auroras boreales a los dioses. Estaban contentos de verle surcando la mar y le daban la bienvenida a aquellas latitudes tan lejanas de la tierra. Nacido a mediados del siglo X había dedicado su vida entera a comerciar entre los distintos pueblos diseminados por aquellos confines del planeta donde las nieves eran perpetuas. Sin embargo lo que más amaba por encima de todas las cosas era explorar lo desconocido, llegar donde nadie nunca había osado aventurarse. Erik el rojo, se deleitaba con esas enigmáticas luces del cielo. En el lejano horizonte se vislumbraba la costa de lo que él denominó Greenland. Un lugar, como descubrió más tarde, que poco tenía de verde ya que el hielo y la nieve ocultaban la mayor parte del territorio. 

Hace tres o cuatro meses estaba tirado en el sofá de uno de esos garitos de moda. Un lugar atestado de gente que iba y venía de un lado a otro y a la que, sinceramente, no prestaba demasiada atención ya que mis sentidos estaban absortos en los ojos de una chica que me contaba sus peripecias en Londres. En mi mano sostenía un ron con limón al que daba pequeños sorbos mientras en mi alma se debatía una pequeña cuestión...¿la beso o no la beso? Juro que entre el barullo de la música y la gente escuché al maldito Sebastian, el cangrejito de la sirenita, susurrar en mi oído eso de bésala. Admito que existe alguna posibilidad, por pequeña que esta sea, que el alcohol que recorría mis venas a esas horas de la noche me jugara una mala pasada pero prometo que me pareció ver la pinza de la pata de Sebastian de refilón sobre mi hombro. ¡Bésala Rubén!
Es curioso identificarme con Eric, el príncipe, pero más curioso aún es hacerlo con Erik, el fantasma. Y eso ha sido esta misma mañana al mírame en el espejo. Anoche una chica me decía que mi blog le despertaba curiosidad, admiraba en cierta forma la manera en la que expreso mis sentimientos y como juntaba y relacionaba ciertos datos históricos reales con parte de mi vida. En un momento de la conversación ella me transmitió sus ganas de conocerme y en ese instante le dije que jamás nos veríamos. Si, esta mañana me he dado cuenta al mirarme en el espejo, justo después de ducharme, que me oculto como el fantasma. Temo a la gente y la opinión que tengan de mi, me asusta el rechazo cuando esas personas comprueben que mi alma está tan desfigurada como la cara del protagonista de la obra de Gastón Leroux. Es oscura y sombría. La curiosidad por descubrir quién soy quizá haya permitido que esté repleta de recovecos. Puertas que muchos han cerrado tirando la llave bien lejos, y que yo, al intentar averiguar qué hay tras ellas he dejado abiertas de par en par. Eso es algo que me da un miedo terrible mostrar, vértigo absoluto. 
Descubrí a Erik el rojo hace pocos días. Quería huir hacia mi Ciudad Esmeralda, como Dorothy en el mago de Oz, buscando respuestas. Hace un par de semanas estaba en la puerta de una autoescuela esperando a que abrieran, me iba a matricular para sacarme el carnet de moto. Una pregunta martilleaba mi mente mientras el frío no dejaba que parara quieto frente al cierre echado de la autoescuela. ¿Hasta dónde podré llegar en moto? Ese día tenía prisa y no esperé la media hora que faltaba aún para que abrieran y las navidades han hecho que aún no me haya matriculado pero esa pregunta sigue en mi mente. ¿Dónde está mi Ciudad Esmeralda? Dorothy, en su caso, siguió el camino de baldosas amarillas. Yo, en esa mañana de finales de Diciembre, me propuse emprender la senda Esmeralda. Coger una moto y subir. Lo más arriba que me fuera posible. Pasar los Pirineos, recorrer toda Francia hasta llegar al Eurotunel para pisar suelo Inglés, Londres, Manchester, Edimburgo, los Highlands. ¿Y luego qué? Ferry por las islas hasta tocar Islandia. Siempre sobre las dos ruedas, con el ártico y septentrión en mi mente y el frío viento deslizándose por mi cara. Llegar hasta la punta más al norte de Islandia y allí coger de nuevo un barco y surcar la mar como hizo mil años atrás Erik el rojo para llegar a Groenlandia y allí observar las auroras boreales. Mi Ciudad Esmeralda, al fin. Solo allí, bajo el precioso manto del cielo estrellado y los miles de colores de ese fenómeno tan extraño como son las luces polares poder preguntar a quien corresponda, ya sean dioses o magos, las miles de cuestiones que inundan mi oscura alma entre ellas esa a la que jamás he podido responder satisfactoriamente...¿cuándo es el mejor momento para besar a una chica?