La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 8 de junio de 2015

Día 18: La isla de las mil mujeres.

Hace unos meses estaba en la terraza de la casa de una bonita chica disfrutando de la luna, una buena conversación y un ron con limón que ella me había preparado. 
En un instante de la madrugada, mientras daba el ultimo sorbo a mi copa y miraba el reloj de soslayo, ella dejó caer la pregunta que todo hombre desea escuchar ¿quieres quedarte esta noche? La verdad es que estoy cansado para conducir ahora, me encantaría quedarme a dormir. Dije, estirándome en la silla metálica, bastante más cómoda de lo que se podría pensar a priori. No, no, no. Nada de dormir. Contestó ella. Si te quedas aquí es para follar, añadió con gesto serio. 

El conquistador yacía sobre la blanca arena de una desierta playa. Boca abajo y completamente desnudo, las tímidas olas golpeaban su cuerpo. Ese suave vaivén despertó a Rubén de su profundo letargo. Con los brazos y piernas entumecidos intentó incorporarse, lo cual le llevó un par de intentos. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Confundido, se sentó un instante sobre el curvado tronco de una deforme palmera para hacer memoria. Logró recordar una batalla, un cañonazo que pasó muy cerca de él, un joven marinero desangrándose, y a Calico Jack blandiendo su espada con maestría. Más allá de eso, su mente no le dió mas pistas. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Y dónde demonios estoy? 
Tan sumido en esos pensamientos se encontraba que no se percató de la llegada de dos figuras, altas y esbeltas. Dos mujeres armadas con un par de sables se acercaban, con una tranquilidad pasmosa, a un Rubén desconcertado que tenía la mirada perdida en el mar. 
- ¿Y tu de donde sales? Preguntó una de ellas sacando a Rubén de sus cavilaciones.
El conquistador giró la cabeza hacia su interlocutora y sonrió al ver que al menos no había ido a parar a una de las muchas islas desiertas que poblaban aquellos confines de la tierra.  
- ¿Donde estoy?
- Hombreton, aquí las preguntas las hacemos nosotras. Esgrimió la otra mujer. 
- Soy un comerciante que viajaba en un mercante, llevaba café y té hasta la vieja Inglaterra. Mi buque naufragó y la verdad es que poco más se. Mintió Rubén. Mi nombre es John, John Wiggins.
En ese instante Rubén adelantó la mano en un ademán de estrechársela a ambas mujeres pero estas levantaron sus espadas haciendo que el pirata se echara para atrás. 
- ¡Tranquilas chicas! Solo quiero saber donde estoy.
- Muy bien señor W, ¡en pie! Vayamos al pueblo. 
Y así fue como con las manos atadas, desnudo y escoltado por dos altas mujeres el conquistador entró en un extraño lugar. Un sitio tremendamente inquietante. 

Hace unas semanas en mi whatsapp entraba este mensaje. "Yo de ti querría todo. Viajar, reír, emborracharnos, follar, hacer planes, seguir follando, discutir, volver a follar más...para terminar haciendo el amor en una playa de Brasil y que un chamán no case." Un mensajito que me sorprendió tanto como a cualquiera de vosotros, si es que alguien lee esto en algún momento. 

Decenas de mujeres se asomaban a las ventanas, curiosas por contemplar a ese inesperado invitado que enturbiaba el ecosistema reinante en aquel lugar. 
Rubén había escuchado leyendas contadas en tabernas por marinos embriagados de lujuria y ron a partes iguales, pero no creía que fuera posible un sitio así. 
Al llegar a una plaza bastante amplia le ataron a una columna de piedra coronada por la imagen esculpida de una diosa griega, de la que en alguna ocasión había visto algún grabado pero que ahora no conseguía recordar su nombre. 
Todo el pueblo se acercó a la plaza. Centenares de mujeres le rodearon, algunas se abalanzaban para tocarle, otras le escupían furiosas, la mayoría se mantenían expectantes. El jaleo iba en aumento hasta que alguien salió de una de las casas y se hizo el silencio. Un pasillo se abrió ante él, lo que le permitió observar a quien con una fuerte y potente voz, a la vez que extrañamente dulce, le inquirió...
- ¿Quién eres y como has llegado hasta aquí?
- Mi nombre es Wiggins, John Wiggins. Soy un comerciante nacido en Londres, hacia donde me dirigía cuando mi buque sufrió un percance. No se como he llegado hasta aquí, ni donde me encuentro.
- Señor Wiggins, se encuentra en la isla de Goreé. 
- ¿Las leyendas son ciertas? ¿La isla de las mil mujeres existe?
- En realidad somos cerca del doble. Mujeres repudiadas por sus maridos, denostadas por los hombres, maltratadas por el solo hecho de nacer distintas. Adoramos a Artemisa, la diosa guerrera y odiamos a cualquiera que represente a la sociedad fálica que nos gobierna. 
Rubén, viendo que el tema se ponía tenso intentó calmar los ánimos de aquella mujer.
- Solo quiero coger el primer barco que salga de aquí y dirigirme a mis desatendidos negocios en Inglaterra. 
- ¡Miente! Gritó alguien entre el tumulto. ¡Yo le conozco, ese es El conquistador!
Jamás, en toda su dilatada carrera de pirata, Rubén había sentido peligrar tanto su vida como en aquel momento en el que centenares de mujeres posaban sus ojos sobre su desnudo cuerpo.
 - Asi que el destino ha querido traernos al más afamado de los piratas. Dijo aquella mujer que parecía ser la portavoz de aquella furiosa marabunta. Y mientras acariciaba su torso bajando con la mano hasta su viril miembro preguntó... ¿Y qué negocios son esos que están tan desatendidos, Conquistador?
- No se quien es el tal pirata ese, ¡me llamo John Wiggins y soy comerciante de té! Exclamó intentando parecer lo más convincente posible. 
- ¡Llevadlo a mis aposentos! Y por todos los ángeles caídos del averno, lavadlo bien antes, ¡apesta a hombre!

- Me has llamado la atención porque he visto que haces crossfit, yo también. 
No hago crossfit, pero tampoco tenía que enterarse y llevarse una pequeña decepción, así que le seguí el juego. 
- ¿Como te llamas? Pregunté curioso.
- M... Y me encantaría verte si algún día voy por Madrid. Para cenar, llevarme de copas y lo que surja.
- Ah, ¿qué no vives por aquí?
- Hace unos meses, pero me he separado hace poco y ahora me he ido a vivir a A....
- Queda un poquito lejos, ¿no crees? 
- Solo quiero divertirme, pasarlo bien. Sin ataduras. Para eso no hace falta vivir al lado. 

En dos años he calculado que habré hablado con más de mil mujeres. Una cifra que asusta, ¿hay tantas mujeres en Madrid? Las conversaciones fueron de todo tipo, algunas extremadamente raras como la del mensaje de whatsapp de mas arriba, otras mas filosóficas, algunas tristes, la mayoria divertidas. Sin embargo algo de lo que han adolecido casi la totalidad de esas palabras es de cariño, verdadero afecto. 
¿Alguien me extraña? ¿Alguien realmente me echa de menos? 

He vuelto a hacer una pequeña prueba que hice varios meses atrás. Siempre mandaba unos mensajes cuando iba en el autobús por las mañanas. Un buenos días, unas frases de ánimo para empezar el día con una sonrisa, la gran mayoría de las veces tan solo era un breve intercambio de saludos. Un día dejé de hacerlo y de todas esas chicas, quizá unas diez o doce, tan solo dos o tres escribieron ellas deseándome un feliz día. Pasadas dos mañanas sin ser yo el primero que escribía nada más que de una de ellas recibí un buenos días. A la tercera mañana ni un solo mensaje en el buzón de entrada. Pues bien, he vuelto a repetir ese experimento con el mismo resultado.
¿Tengo que ser un babas como el resto de mis congéneres, pesado y agobiante hasta la extenuación, para que me hagan caso? Lo curioso es que cuando he vuelto a escribir a la mayoría de ellas su contestación a mi nuevo saludo mañanero fue...¿Que pasó? Ya no me dices nada. 
En esos instantes cierro los ojos y me hago una estúpida pregunta. ¿En algún momento de mi vida llegaré a entender a las mujeres?