La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 30 de diciembre de 2012

La última vez

Este instante ocurrió hace apenas unas horas.
Cuando uno sabe que será la última vez que verá a una persona lo afronta con muchos interrogantes. ¿Será capaz de verla sin derramar una lágrima? ¿Es posible sonreír? ¿Escuchará sus palabras o solo intentará mirarla para conservar su imagen eternamente?
Todo esto me lo pregunté media hora antes de quedar. Iba conduciendo con la mente puesta en la infinidad de cosas que hicimos juntos, cada momento bueno y malo. Una sucesión de imágenes pasaba delante de mi, y mi corazón se encogió. Cinco minutos antes de verla yo temblaba.
Sabía que sería la última vez que me iba a encontrar con ella. No quería volver a pasar por las últimas  horas, no de esa forma. Habían sido dos días de nerviosismo, ansiedad, intranquilidad. Sabía todo. Sabía que ella no lo diría. Sabía que pasaría por el tema sin mencionarlo. No la culpaba. Y yo no deseaba sacar el tema. No la última vez que la vería sonreír.
Todo empezó un poco frío, pero ella había cambiado y empezó a hablar. Rápido, sin parar. Yo casi ni podía seguir la conversación porque no paraba de pensar en aquella cara, en aquellos ojos. Ya no los volvería a ver más y sólo quería observar cada detalle, cada arruga, cada marca, cada tono de su piel.
Yo en realidad no quería ir a ningún sitio en especial y no iba con ningún plan, pero a ella le apetecía ir al cine y fuimos a un centro comercial. Me pareció tan buena idea como cualquier otra. En el coche  seguía hablando, y yo seguía sin prestar demasiada atención. Aún tenía en mi mente la última vez que la llevé en mi coche. ¡Cuanto había pasado en tan poco tiempo! Me dio vértigo. E intenté concentrarme en la conducción.
Al llegar compré las entradas. La invité al cine porque sería lo último que le regalaría. Allí fue la primera vez que la toqué en mucho tiempo, fue una caricia en el pelo. Leve. Cariñosa. Suave. Sentí su  energía que iba de su cuerpo al mío a través de mi mano. Intenso. Sensaciones en mi corazón.
Como era temprano nos sentamos en una terraza a tomar un refresco. Me quité la chaqueta y me senté. Y ella permaneció sentada con el abrigo puesto. Como sí, en cualquier momento, se pudiera levantar y salir corriendo. Y continuaba hablando. Me gustaba escuchar su voz. El tono, la sonoridad, las historias, la sensación de haber convivido con esa voz eternamente. Y empecé a ponerme nervioso. Bastante nervioso. Ella lo notó, era evidente. Me conoce y sabe cuando estoy inquieto. Ella también lo está, aunque me dice que esta cómoda. Noto sus manos doblando un trozo de servilleta y jugando con él. Ahora hay conversación fluida, necesitaba hablar yo también para liberarme de los nervios, la tensión me atenazaba el alma. Mi cerebro estaba en dos cosas a la vez, intentar hablar y decir cosas inteligentes y no dejar que mi pierna rebele mi nerviosismo una vez más.
Miro el reloj y se ha hecho hora de cenar. Paga ella, dejo que al menos ella me haga un último regalo a mi. No tengo preferencia por ningún restaurante en especial y como tenemos una hora antes de que empiece el cine vamos al Vips. No tenía nada de hambre, no estaba mi estómago para ninguna fiesta culinaria. Quería una simple ensalada, y la elijo mientras ella va al servicio. Cuando vuelve es mi turno. Me miro en el espejo, tengo cara de estar agotado. Me apoyo en la pared un instante y me digo, Rubén disfruta los últimos instantes, no seas un loco y digas cualquier gilipollez. Salgo y pedimos. La misma ensalada los dos. Curioso. Gracioso si pudiera reírme.
Mientras cenamos ella me hace llorar con un comentario que me entristece sobremanera. Una pena enorme que se libera mediante lágrimas que intento secar con las manos. Ella intenta consolarme dándome la mano, se la doy unos instantes. Muy rápidamente dejamos de tocarnos. No tengo nada de hambre y juego con la ensalada mientras la conversación continúa. Sacamos temas menos superficiales, cosas que tenemos que decir, pero la cosa se queda a medias. No soy capaz de comer más y miro de nuevo el reloj, quedan diez minutos para que empiece la película. Ella comenta que pagamos a medias pero me niego. La última cena la pago yo. Esto no es un regalo, le digo la única mentira que le he dicho en tres meses. A La próxima cena me invitas tú. Se que no habrá más cenas, es una mentira piadosa.
Estamos a las puertas del cine mientras ella fuma un cigarro. Hablamos más, cosas sinceras, cosas importantes. Y al entrar ella decide que nos demos un abrazo. Más sentimientos del corazón recorren mi alma, es corto, pero arrollador. Me gusta sentir el olor de su pelo una vez más, me gusta su mano en mi espalda. Y al bajar la mano casi se junta con la mía. Nerviosos, ambos, entramos en la sala. Buscamos el asiento y ella rompe a llorar. En ese momento no entendí esa llorera que dura poco, un minuto a lo sumo. Se tapa la cara para que no la vean, o quizá para que yo no la vea flaquear. No lo se. Voy al servicio, y al volver esta más tranquila, sólo en apariencia porque la oigo suspirar, síntoma en ella de pena y tristeza. Empieza la película y la comentamos de vez en cuando, en un momento dado la miro y deseo robarle un beso. Un último beso, que sus labios y los míos se toquen por última vez. Es un pensamiento muy rápido, un deseo fugaz, y una vez pasado el momento de debilidad me concentro de nuevo en la pantalla. Tardo en coger el hilo argumental, pienso que ya queda poco para separarnos por última vez y como si fuera una cuenta atrás miro el reloj a cada instante. De hecho lo he estado haciendo toda la tarde deseando que por algún azar de la vida el tiempo se detuviera. Pero las leyes físicas no entienden de deseos y las agujas del reloj siguen su movimiento de avance.
La película termina y con ella se va acabando nuestro tiempo. Es tarde y ella bosteza, un gesto que he visto millones de veces ahora se me antoja triste. Comentamos el final inacabado, en la pantalla la historia no ha finalizado, habrá una segunda y una tercera parte me informa ella. Yo pensaba ojalá fuera esta situación como un guión, poder continuar donde lo dejamos. Se que es imposible y ahuyento esos malditos pensamientos de mi cabeza. Aún así mi corazón está a punto de sufrir un ataque. La miro, la memorizo mientras ella camina. Grabo su voz en mi mente mientras habla en el coche. De camino a su casa, que difícil es decir ese pronombre en lugar del que solía ser, me pongo taquicárdico. Me he dado cuenta de una cosa, ¡no se cómo despedirme de ella! Pienso, le doy vueltas y no encuentro la mejor forma. ¿Qué hago? Aparco el coche enfrente del portal y salgo del coche, y la abrazo. Ella me besa en la mejilla, yo no respondo. Simplemente la abrazo. Fue tan rápido que a los pocos segundos la estoy mirando a los ojos, le acaricio el pelo y la digo descansa. Mi última palabra. No se sí ella llega a contestar algo porque no puedo ni oírla, estoy triste, todo mi ser esta apagado, mi alma se ha marchitado de golpe, mi corazón bombea lentamente mientras la veo dirigirse al portal, como si una cámara lenta grabara fotograma a fotograma esa acción. Y la veo desaparecer para siempre.
En el coche, de vuelta a mi cama donde deseo meterme a hibernar como un oso, me pongo música. Pongo un cd. No puedo pensar, no puedo escuchar, no puedo apenas ver. Mis lágrimas me nublan la vista. Siento la soledad en el asiento de al lado. Me recompongo y paro de golpe la llorera, intento salir de ese estado y lo consigo.
Y al llegar y meterme en la cama deseo más que nunca en mi vida no haber conocido la dicha, la felicidad. No se echa en falta algo que se desconoce. Y mi último pensamiento antes de quedar dormido es un cumpleaños, me veo soplando una vela y pidiendo un deseo. Estar con ella eternamente. Y maldigo al encargado de cumplir los deseos. ¡Por qué no cumpliste el mío, cabronazo!

viernes, 28 de diciembre de 2012

Pelea

Hace un año más o menos ocurrió este hecho.
Nunca lo comenté con nadie, aunque me impactó e hizo que pensara sobre la naturaleza humana.
Yo tenía que coger el metro ligero que va de Sanchinarro a Pinar de Chamartin, en Madrid, cada mañana. La mayoría de ellas coincidía con un chaval de no más de 16 años. El iría a su instituto cada día, supongo. El caso es que este crio iba siempre con un móvil en la mano y ponía música en el altavoz. El chico, de etnia gitana, ponía canciones de flamenco, el típico que escuchan. Tampoco entiendo mucho de flamenco. La verdad es que a las 7 y media de la mañana no era muy agradable poner a todo volumen la música pero los días que coincidí con él en el vagón nadie le dijo nada. Tampoco era un trayecto muy largo, unos 10 minutos.
Pues uno de esos días se subió este niño en la estación siguiente a la mía, y como siempre, llevaba su música. En la siguiente parada se montó otro tío. Éste tenía como 30 años, y empezó a decirle al chaval que quitara la música, que ya le había avisado el día anterior. El chico pareció pasar un poco del tema. Y acto seguido el de 30 le arreó un puñetazo en toda la cara al niño. Yo me quedé pasmado porque no me esperaba una reacción así por parte de un adulto. El niño se revolvió, claro,  y empezó una maraña de golpes entre los dos hasta que dos hombres pudieron separarles.
Yo me sobrecogí por dos razones. La primera es que no reaccioné y todo ocurrió delante de mis narices. Me quedé patidifuso en el asiento y no pude ni mover un músculo para separarles o simplemente ayudar al niño. No se sí fue la rapidez de todo o que no esperaba una reacción tan brutal a una niñería pero el caso es que ni respiré ante aquel estallido de violencia. La segunda cosa que me sobrecogió fue ver como un adulto perdía los nervios de tal manera. Fue un acto de tal furia y sobre una persona tan indefensa que todo el mundo se puso a incriminar al hombre. Él se dió cuenta de lo que había hecho y dos paradas después de la pelea se bajó del metro y se fue corriendo. Un hombre intentó retenerle para denunciarle al agente de seguridad pero se zafó y se fue. El chaval se quedo sangrando en el vagón con la ceja y el labio abiertos y una mujer se ofreció a ayudarle. También otros pasajeros que coincidían con él le dijeron que se lo había buscado por estar todos los días provocando con la música por el altavoz del móvil. Hasta un señor se ofreció a comprarle unos cascos.
Cuando llegamos a la última estación, la señora que ayudó al niño a limpiarse la sangre le llevo a ver a la seguridad del metro y ellos ya se encargaron. Y yo me fui.
Estuve toda la mañana pensando en lo que había ocurrido. Nunca había visto algo tan violento, y me dejó con una sensación rara en el cuerpo. No me podía creer que no hubiera hecho nada. Que no me levantara al menos para proteger al más indefenso y evitarle algún golpe. Me dije a mi mismo que había sido la velocidad a la que se desarrolló todo pero la verdad es que no se sí pudo ser que no quise implicarme por miedo o cobardía. Nunca he sido una persona que se meta en peleas o discusiones pero me extrañó mi propia reacción. No se lo que pudo ser, y quizá nunca lo averigüe, pero quiero pensar que no tuve miedo por mi integridad y que sólo no hice nada por la rapidez de todo y el asombro ante el ensañamiento del adulto sobre el niño.
También pensé en lo violento que se ha vuelto este mundo. La gente pierde los nervios casi por cualquier cosa y no aguantamos nada. Que le hubiera costado al hombre este hablar un poco más con el crio o simplemente irse un poco más allá y luego decirles algo a la seguridad del metro para que le llamarán la atención. Había muchas formas de actuar, muchas cosas que se podían hacer antes de soltar el puño. Era una pelea tan desigual. ¿Qué es lo que pudo pasar por la cabeza del hombre para perder de esa manera la cordura? Es imposible de saber. Yo, personalmente, no volví a verlo ningún día más.
Al chaval si, 4 o 5 meses después coincidimos otra vez. Y seguía llevando su música en el altavoz del móvil. Seguía siendo el mismo de siempre. Me hizo gracia, y me cayó bien el chico. A pesar de la pelea no se había amedrentado. Tenía personalidad. Era valiente. No juzgo que lo que haga este bien o no, la música es molesta a todo volumen si no te gusta especialmente. Pero ese día que le volví a ver me senté a su lado a escuchar un poco de flamenquito. Y sonreí.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Hollywoodland

Llegué a Hollywood en autobús desde el hotel en el que me hospedaba en Sunset Boulevard. Un recorrido por Los Angeles en el que te das cuenta de como es la ciudad. Casas bajas, negocios y restaurantes no sobrepasan los dos pisos de altura. Lo más alto que puedes ver en ese paseo en autobus son los hoteles y algún edificio que otro de oficinas. Me bajé un poco antes de llegar y fui andando hasta encontrarme con la famosa calle de las estrellas. Bullicio. Eso es lo que me encontré. Mucha gente. Más de lo que había imaginado 5 minutos antes. Una vez pasada esa primera impresión de agobio te fijas en los edificios. Justo estaba en la esquina del museo Ripley's y un dinosaurio gigante en la azotea te llama la atención. Esta calle es así, vas de sorpresa en sorpresa.
Empiezas a caminar a lo largo de Hollywood Boulevard  y ves muchos museos extravagantes, raros, curiosos. Cualquiera que tenga algo que mostrar lo ha puesto en un expositor y te cobra una entrada por verlo. La calle esta llena de restaurantes americanos y pizzerías donde poder sentarte a tomar algo y descansar. Y hacia este lado no ves nada más especial salvo miles de conductores de mini autobuses turísticos ofreciendo llevarte a ver las casas de los famosos por un módico precio. No lo probé  porque en algún sitio leí que era un poco perder el tiempo ya que ni apenas se acercan a las casas y solo ves las vallas de seguridad de Madonna, de Brad Pitt o de Michael Jackson. Es decir, nada. Eso si, te lo aderezan con chascarrillos varios típicos de programas del corazón.
Siguiendo con mi paseo di la vuelta y me dirigí hacia el otro sentido. Y unos metros después me fijé en el suelo y por lo que es famosa esta calle, las estrellas. Miles de estrellas adornan el suelo, dedicadas a todo tipo de personas relacionadas con el arte. Te ves leyendo todos los nombres que puedes intentado evitar chocar con la gente. Sonríes al ver a algún actor español, Banderas y Penélope Cruz, y te sorprendes con los que conoces y te preguntas quienes serán los demás. Es divertido. Y de vez en cuando levantas la mirada y en una de esas ocasiones te topas con el teatro El Capitan, un mítico cine de los años 20. En esa pantalla se estrenaron las primeras películas sonoras, actores como Clark Gable, Errol Flynn y Orson Wells se sentaron en sus butacas. Películas de Cecil B. Demille, la maravillosa Ciudadano Kane de Wells tuvo su premier allí. Luego el cine lo compró Disney y allí se pudo ver en la alfombra roja al mismísimo Walt junto a Julie Andrews y Dick Van Dyke cuando se estrenó Mary Poppins. Ahora sigue siendo de Disney y estaba G-Force en cartel, no es lo que se dice una película de culto pero no podía desperdiciar la oportunidad de entrar en ese legendario lugar y compré una entrada para la primera sesión de la tarde.
Justo enfrente se encuentra otro teatro con glamour. El Kodak Theater. Aquí se celebran los Oscar cada Febrero. Todo el mundo se hace la consabida foto en las escaleras emulando a los actores y actrices de las megaproducciones. Deseando por un instante ser ellos. Dentro hay tiendas de lujo, en las que solo puedes mirar porque los precios son prohibitivos. Al que ama el cine como yo, este es un sitio en el que siempre ha soñado con estar, en la alfombra roja, los paparazzi haciéndote fotos, los periodistas luchando por entrevistarte. Sueño imposible.
Y pocos pasos más allá completa la terna de teatros imprescindibles en esta zona el Grauman's Chinese Theater. El teatro chino es precioso, su entrada con forma de pagoda es impresionante, un dragón enorme te saluda en la puerta que guardan dos perros chinos. Y en el suelo, ante la entrada, las huellas de los actores en las baldosas. Me emocioné al ver la de Steven Spielberg. Hay decenas, el actor de Harry Potter y sus amigos con las huellas de sus varitas, las manos de Travolta, Harrison Ford, Julie Andrews. Es muy emocionante.
Al lado hay un centro comercial al aire libre, con una bonita plaza con fuentes que refrescan el ambiente. Restaurantes originales, tiendas, y en la planta de arriba un mirador en el que puedes fotografiarte con el famoso cartel de Hollywood al fondo.
Para descansar de tantas emociones comí en un restaurante bastante chulo, en cada mesa había una pantalla y hacías el pedido por ahí. También se podía jugar con las otras mesas a diversos juegos. Era muy divertido. Un lugar diferente. Como todo lo que hay por Hollywood Boulevard.
Después de comer tenía el cine, buena hora para disfrutar sentado en la butaca de una película sin demasiada chicha pero te ríes de vez en cuando. Fue la primera vez que en un cine en vez de ponerte anuncios antes de la película había un tío tocando el piano. Me gustó. Un toque de distinción.
Pero lo más alucinante de todo lo que ocurrió ese día fue al salir del cine. Me encontré entre un barullo de gente, rodeado de multitud de personas, no sabía que ocurría. Había cámaras, había guardaespaldas de dos metros, había seguridad por un tubo. Y de pronto me encontré de sopetón con Quentin Tarantino, la gente me había llevado hasta primera fila y pude verle tan cerca que hasta oía sus comentarios a las personas que le rodeaban. Me quedé totalmente embelesado, ¿qué más se le puede pedir a un dia en Hollywood?

martes, 25 de diciembre de 2012

Ricitos

Ha llegado el día en el que tengo que hablar del momento en mayúsculas. Del instante que me ha marcado como ser humano. El día que la conocí.
Es uno de esos ángeles caídos de los que hablé anteriormente. Pero al fin y al cabo es un ángel y me cautivó. Su embrujo de espíritu celeste encadenó su corazón al mío para la eternidad. En ese primer segundo que la vi no pude más que dejarme llevar y la locura se desató en mi alma y de ahí en adelante ya no soñé con tener a nadie más. Para mi, una mirada o una sonrisa suya era como estar en el mismo cielo. Contemplar sus manos y gestos al hablar, algo tan cotidiano y normal, era algo que me atraía hasta extremos de no poder esperar para poder verlo otra vez. Ese primer día encontré el amor verdadero y me di cuenta al instante. Se sabe, más que saberlo lo sientes en tu interior.
¿Cómo describirla? Es como la voz de Lana del Rey, dulce, sexy, a veces frágil, a veces dura, es poesía como sus letras, es la tranquilidad como el susurro de sus estribillos. Pero ante todo es angelical, y ese estado que le confiere una superioridad ante todos lo seres humanos es lo que me llevó a enamorarme perdidamente de ella en el mismo momento que la vi.
Cuando pronunció mi nombre por primera vez descubrí que Rubén sonaba a música, lo dijo con tanta dulzura que no escuché el resto de la frase, simplemente me quedé obnubilado. Recuerdo oírla pero no prestaba atención a sus palabras. Todo mi empeño se centraba en no cometer el error de besar esos labios y acariciar su pelo, de arrodillarme ante ella y suplicar una caricia.
Campeé el temporal emocional como pude y salí al paso asintiendo a cuanto decía y de vez en cuando preguntaba algo que sonaba más o menos coherente. Pero mi mente divagaba por otros lados, mi mente se encontraba junto con mi corazón en el mismísimo paraíso. Éramos Adán y Eva.
Y en el momento de separarnos esa primera vez un sentimiento se avalanzó sobre mi, tristeza. La incertidumbre era para mi una losa enorme sobre mis hombros. ¿Será un ángel que se quedará en mi vida o será efímero y desaparecerá para siempre? Pero décimas de segundo después, la tristeza dejó paso a la alegría infinita. Estaba locamente enamorado.
Y el momento entre los momentos, el instante más romántico de toda mi vida. Fue un beso bajo la lluvia en un parque, cuando a ella no le importaba mojarse y a mi no me importaba mostrarle mis sentimientos. Refugiandonos mientras seguíamos besándonos bajo una techumbre y aponyandola contra la pared el beso se volvió eterno. El tiempo se detuvo y nada de lo que pasaba en el mundo tenía importancia, solo existíamos ella y yo apoyados en el muro. Nunca volvimos a darnos un beso como aquel, y me arrepiento. Nadie en el mundo puede hacerse a la idea de cuanto siento no haber repetido ese instante. Quizá es lo que lo hizo tan romántico también, esa unicidad. El ser único e irrepetible. Quisiera saber quien fue el loco que inventó el beso, sinceramente.
¿Y qué ocurrió? Hace tiempo que dejé de preguntarme el cómo, el donde y el cuando. Ya no me pregunto ni que hace ni donde estará. Durante un tiempo tuve esa ilusión por recuperarla pero ese sentimiento me tenía sumido en una ansiedad constante, una impotencia y rabia que no controlaba. Y me puse en el peor escenario posible, ella había desaparecido para siempre de mi vida, y la angustia se fue, la rabia desapareció y solo quedó tristeza, una pena que llena mi corazón porque aún la amo, pero no puedo permitir que mi corazón tome las riendas de mi vida, aunque es una tarea ardua, extremadamente complicada y hay momentos en los que sin poder impedirlo descubro que una lágrima cae por mi mejilla, recordando que una vez tuve el amor de mi vida entre mis brazos y se me escapó.
Soy un soñador, un romántico empedernido, quizá un iluso. Y en el día de hoy me hago el único regalo que deseo. Permitirme durante unos minutos pensar en que es posible volver a tener su mano en la mía.
En lo profundo de mi corazón, escondida en un recóndito lugar aún hay una llamita. No he podido apagar ese fuego. Pero ese lugar esta bajó siete llaves, y una tras otra las he tirado al océano más profundo. No quiero dejar de ser como siempre he sido, no quiero endurecer mi alma, no quiero dejar de creer en los cuentos de hadas pero es la única manera de no sucumbir, al menos no he encontrado otra forma.
Pero me consuelo pensando que por muy larga que sea la tormenta el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Extraños

La vida, sin ninguna duda, te reserva sorpresas. Es difícil que en el mundo que nos ha tocado vivir alguien se sienta sobrecogido por los hechos que voy a narrar porque la gente se ha vuelto egoísta, y como si fueran trenes guiados por railes cada uno sigue su rumbo sin desviarse lo más mínimo.
Pero en ocasiones sucede que lo más inverosímil puede ocurrir.
Hace mucho tiempo, tanto que ni lo recuerdo, causé buena impresión a una persona. No quiero decir físicamente, sino como persona. Yo no era consciente de ello, simplemente la trataría como trato a cualquiera. Con amabilidad y respeto. No lo sé. El caso es que por una de esas cosas de la vida, ahora que mi espíritu, mi alma, y mi corazón pasan por momentos de flaqueza, y como si pareciera que algunas cosas están conectadas, recibí un mensaje en el móvil de esta persona. Un pequeño conjunto de palabras unidas para formar unas frases que supusieron para mi un alivio emocional momentáneo. ¿Por qué justo se acordó, esta persona, de mi en esos precisos instantes? Un guiño de la vida, así lo veo yo. Un guiño a la esperanza del ser humano porque cada semana recibo una nota desde su teléfono preocupándose por mi, sin ningún tipo de interés en otras cosas. Simple y llanamente recibo sus ánimos y preocupación. Se han hecho experimentos en los que dos personas conectadas de alguna forma, por parentesco, o sencillamente por conexiones neuronales a través del espacio, saben cuando sufren o cuando les ha pasado algo malo. No digo que ella y yo tengamos algún vinculo especial, ni siquiera la recordaba y ni le podía poner cara a ese mensaje pero ¿es para sentir curiosidad, no?
Otro hecho remarcable, más aún si cabe que el anterior, es que esa extraña persona con la que te encuentras por azares de la vida, te ayude desinteresadamente. Aquí entra la otra persona de la que hablaré hoy. Cada vez se ve menos, cierta clase de humanidad, ayudar al prójimo, ayudar a la gente que lo está pasando mal. Pese a que cada uno tiene sus propios problemas, y los lleva como mejor puede, esta persona saca tiempo y ganas para escribirme, para conversar. He dicho antes que era remarcable, me explicaré mejor. Es una persona que también pasó por mi vida hace muchísimo tiempo, pero a diferencia de la persona anterior, ella pasó como pasa el viento entre los árboles. Susurrando. Fue un contacto somero y frugal. Unas miradas, unos saludos. Y después del correr del tiempo se toma las molestias de interesarse por mi, de pasar alguna noche a mi lado con el móvil en la mano pese a que hace miles de días que no nos vemos. Ni apenas nos conocemos.
Estos dos hechos me emocionan, me hacen creer en la bondad de la gente. Al menos de algunas personas. Ojalá el mundo estuviera lleno de gente como ellas. Gente anónima que ayuda sin esperar recibir nada a cambio.
La sociedad de ahora nos ha inculcado que para sobrevivir hay que pisar a los demás, que lo único que vale es el yo. Nos lo han marcado a fuego en nuestros corazones. Competir, machacar, ganar, ascender sobre nuestros rivales. Cada vez hay menos compañerismo, menos interés por lo que le pasa al que tenemos al lado. El individualismo gana la batalla. Sin embargo, pienso en las dos personas que he mencionado aquí y tengo fe.
La vida es caprichosa. En un momento dado te da una bofetada en plena cara que te deja sin sentido y al rato te obsequia con el mejor de los regalos, esperanza.
Para un día tan especial como el de hoy, el optimismo por un mundo mejor, creer que es posible cualquier cosa si uno pone su granito de arena, es el mejor presente navideño.
Feliz Navidad a estas dos personas en especial, y a todo el mundo en general. Merry Christmas!

domingo, 23 de diciembre de 2012

Wicked

Andar por Broadway es una de esas cosas que te llena de ilusión, sientes cada neón, cada luz, iluminando tu cara de asombro por la cantidad de teatros que observas. Te fijas en los carteles, todos te llaman la atención de una forma u otra. Reclaman tu asistencia con comentarios de críticos que alaban esa obra en particular. En cada teatro contemplas los nombres de las estrellas que forman el elenco que actuará en unos momentos allí dentro y te sorprendes al ver a tal o cual nombre conocido. Al actor de Hollywood que para reciclarse se mete a protagonizar un musical o una comedia teatral.
Broadway y en particular la parte en la que se concentran los teatros es un hervidero de gente minutos antes de que empiecen los espectáculos. Personas venidas de todos los rincones del mundo que desean empaparse del glamour de haber asistido a un lugar con una clase especial. Un lugar de ensueño donde miles de actores han conseguido fama mundial, donde el sueño de triunfar es proporcional a la popularidad que consigas.
La gente se agolpa en las entradas de los teatros, nerviosos, espectantes. Muchos se visten con sus mejores galas para la ocasión. Otros, en cambio, se intuyen que son turistas de paso y van más acorde a su condición. Pero todos tienen en su semblante una sonrisa. Porque te adentras en un mundo que hasta hace poco tiempo estaba vedado a la mayoría. Ahora las funciones son diarias con incluso dos pases algún que otro día, los precios son asequibles y puedes conseguir unas entradas aceptables por un buen precio. Internet y la globalización han hecho que todo esté más al alcance de la mano de cualquiera. Pero todo eso no le quita ni ápice de ese sentimiento de saberse especial. Un privilegiado.
Eso mismo sentí yo cuando fui a ver Wicked. He visto otros espectáculos en Broadway pero ni siquiera la grandiosidad de El Rey León, ni la delirante comedia How to succeed in business without really trying, pueden comparárse a la historia protagonizada por Elphaba.
Al entrar al teatro no me esperaba el caudal de sensaciones que me produjo el musical, había leído críticas muy buenas, y más o menos sabía el hilo conductor de la obra. Que para aquel que no haya oído hablar nunca de ella, se centra en la vida de las brujas del oeste y del norte antes de encontrarse con Dorothy en Munchkinland y de intentar buscar al temido mago de Oz.
El teatro era bastante grande y todos pululábamos antes del comienzo por el hall, viendo la muestra de fotografías de los mejores momentos del musical, observando el vestuario que exponían en vitrinas de un cristal reluciente, tomando una cerveza o un refresco antes de enfrentarse a la bruja mala del oeste, viendo la tienda y decidiendo si más tarde comprarás algo.
Y llega el momento de sentarse en la butaca, reclinarse, ponerse cómodo, y disfrutar. Y desde el primer segundo es lo que haces. La historia te llena, te conmueve, te toca la fibra sensible, hay momentos en los que sientes que vas a llorar como un niño y otros en los que sueltas carcajadas que se escuchan cuatro filas más atrás. Quizá yo lo vi de esa forma porque me sentí identificado con el personaje de Elphaba, la bruja del oeste. Una mujer buena en su interior pero diferente, nació verde. Y eso provocó el rechazo de la gente, y sentirse incomprendida la hizo cambiar al final. Ella quería ser una bruja buena, quería utilizar la magia para el bien. Bueno, todos sabemos lo que le ocurre a la bruja del oeste en el mago de Oz. Acaba bajo la casa de Dorothy, aplastada. Un final triste para una bruja que en el fondo tenía su corazoncito de hada buena.
Los actores lo bordan y la música es vibrante, te engancha, te sumerge en la historia. Y el número estrella, el que realmente me hizo estremecer fue Defying Gravity. Esa canción esta llena de intenciones. La amistad entre las dos brujas, la lucha interior que se debate en Elphaba, el decidir tomar un camino aunque la vida se empeñe en que tomes otro. Las voces de las actrices se te mete en el corazón, en el alma y el final tan espectacular de este número te hace aplaudir hasta que te duelen las palmas de las manos. Increíble, es una fiesta para los sentidos. Un final de acto espectacular.
Sigues la historia de los personajes atentamente, sufres con ellos sus aventuras. Los actores consiguen transmitirte ese aluvión de sentimientos y sus voces hacen que tu vida durante un par de horas sea parte de ese mundo, un mundo de fantasía, de amistad, de traición. Y cuando todo acaba te deja pensativo. Piensas que ahora cuando veas el mago de Oz ya nada será igual. Has sufrido un cambio interior. La bruja del oeste que acaba bajo la casa de Dorothy por el terrible tornado ya no será la malvada bruja, será Elphaba. Comprenderás porque ha llegado hasta ahí, el recorrido que sufrió su vida para actuar del modo en el que lo hizo.
Al levantarte de la butaca y salir al hall de nuevo, eres otra persona, ves la vida con otros ojos. Eso es lo que tiene el arte. Cambia a las personas. Y Wicked es un obra de arte.
Y me fui a la tienda y compré el cd con la banda sonora para escucharlo de vez en cuando y recordar ese instante en el que, emocionado, te das cuenta que todos somos un poco Elphaba, todos intentamos luchar contra viento y marea por lo que queremos llegar a ser.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Sueños

Los sueños son incontrolables, impredecibles, a veces indeseables, a veces ni te quieres despertar.
Mi momento de hoy es un sueño, no un sueño en particular. Últimamente me ha dado por pensar en los sueños que tengo, puede que sea de persona poco normal, incluso rara, pero hace mucho un profesor mío de filosofía nos dijo que si podíamos recordar los sueños que los escribiéramos porque se puede conocer mucho de ti mismo por lo que sueñas.
De pequeño, en cierta ocasión, me desperté encima de la cama a cuatro patas y ladrando. Como sí me hubiera convertido en un perro. Lo cierto es que al despertar me dio miedo, y llamé a mi hermano para que estuviera conmigo acompañándome en mi terror nocturno.
Cuando tenía pesadillas, mi hermano que entonces tenía 4 o 5 años me decía, piensa en espinete y se te pasa. Buen consejo. Pero aún así yo tenía bastantes pesadillas. Sueños que para un niño son de un pavor terrible.
Y que decir tiene de ese momento justo antes de quedarte dormido, ese duermevela, ese momento entre la vigilia y el sueño en el que puedes ver cualquier cosa, apariciones, ilusiones, visiones fantasmagóricas. Da miedo, sinceramente.
Sin embargo me encantaba soñar. Ya siendo más mayor un amigo del colegio me dijo que si pensabas en una persona mucho, antes de dormir, soñabas con ella. Y yo lo probé, y funcionó, vaya que si funcionaba. Me gustaba una chica de clase y cada noche pensaba en ella, me dormía viéndola en mi mente, jugando juntos en el patio del colegio, o comiendo en el comedor junto a los demás chicos de clase. En esa época me encantaba soñar, era el mejor momento del día. Luego de adolescente lo intenté de nuevo y parece que la magia desapareció de pronto. Ya no controlaba los sueños, eran visiones locas, aventuras rocambolescas y de vez en cuando alguna que otra pesadilla. Una de ellas, bastante recurrente, era que varios aviones se caían del cielo, sobre mí. Y yo corría desesperado para que no me aplastaran.
El sueño es algo complejo, hace un tiempo escuche que los bebés antes de nacer mueven los ojos como si estuvieran en fase REM. Una fase en la que estas profundamente dormido y en la que se sabe que se sueña. Y te preguntas, ¿que sueña el feto de un bebe? No tiene ningún tipo de experiencia vital para que el cerebro pueda montar algún sueño. ¿Por qué algunas personas no pueden recordar sus sueños? ¿Cómo es posible que en un sueño puedas reír y llorar y esos sentimientos se trasladan al cuerpo y te sorprendes riendo o llorando al despertar? Cómo digo los sueños son muy complicados de entender.
En estos dias, no puedo por menos que decir que mis sueños son menos controlables que nunca. Me descubro a mitad de la madrugada inquieto, nervioso, triste, cansado, feliz. Me gustaría poder controlarlos como de pequeño, y poder fantasear sobre la almohada con lo que yo deseo, pero es imposible. No hay manera. Cada noche cierro los ojos sin una pequeñísima idea de la película que montara mi mente mientras duermo. Algo que parece normal es desesperante porque no quiero soñar con algunas cosas, el cerebro se comporta como un auténtico bellaco de cómic. Haciendo y deshaciendo  a su voluntad. Preferiría soñar con la rubia que se sienta enfrente de mi en la biblioteca, esa que solo con mirarme el corazón se acelera. O con la rubia con cuerpo de modelo y sonrisa cautivadora que pasa por mi trabajo y a la que jamás me atreví a decir nada, pero en sueños todo es posible. Aunque mucho me temo que seguiré soñando cosas que no me apetecen, cosas que cuando abres los ojos piensas que aún siguen ahí, que todo es real y tienen que pasar unos minutos para hacerte a la idea de que todo es una fantasía horrible orquestada por tu cerebro. O quizá todo sea cierto te dices, quizá todo sea verdad y ese sueño solo sea una especie de premonición, de visión del futuro. 
Los sueños ante todo son perturbadores, sean buenos o malos, aventuras felices o pesadillas increíblemente reales. Pero hoy me he propuesto intentarlo de nuevo, intentar cerrar los ojos y pensar en la rubia con cuerpo para pecar y sabor a caramelo. Quizá consiga ligarmela, sólo quizá. Los sueños son así. 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin del mundo

La fecha de hoy es un día del que se ha hablado mucho. Los mayas no se creerían todo el revuelo que ha causado su ya archifamoso calendario.
Sin embargo, a mi este día me trae a la memoria un instante de hace unos años.
Era Agosto. En la playa, en La Manga. A mediados de mes siempre suele haber una lluvia de estrellas, las perseidas o como también se las llama, las lágrimas de San Lorenzo. Ese año fui a ver las estrellas alejado de todos y de todo. Quería contemplarlo en absoluta soledad. Busqué un sitio sin demasiada contaminación lumínica y me tumbé en la arena.
El firmamento estaba repleto de pequeñas motitas blancas, y pasados unos minutos vi la primera estrella fugaz. Me emocioné. Nunca antes había visto una. E hice lo que todo el mundo, pedir un deseo. No me acuerdo que deseé en esos instantes pero de lo que si me acuerdo es que me puse a pensar sobre el universo. Al poco vi otra estrella recorrer rápidamente el cielo, en realidad no son estrellas, lo sé. Pues sí, me puse a pensar sobre lo que siempre me ha llamado la atención, el universo infinito. Es imposible pensar en lo grande que es el universo con sus millones de galaxias y billones de planetas y estrellas. El otro día por ejemplo leí que el telescopio Hubble había descubierto una galaxia que dista tanto de nosotros que se formó casi cuando el big bang. Es decir, estamos viendo el pasado. En su infinitud es imposible pensar que no haya un planeta parecido al nuestro en el que se haya desarrollado vida, y no hablo de hombrecillos verdes con cabeza deformada. A todos aquellos que niegan la posibilidad de vida en otro lugar del universo es porque no se ha detenido a mirar el cielo.
Y mientras veía los meteoritos pasar fugazmente por el cielo mi pensamiento vagaba por esos mundos lejanos y planetas inhóspitos. Fantaseaba con ir alguna vez al espacio y contemplar la tierra desde las alturas de una nave espacial. Sueños.
El espacio es para nosotros como el mar y los océanos eran para los aventureros del siglo XV cuando salían a navegar sin saber muy bien que les depararía el futuro, que habría unas millas más adelante. Nos toca a nosotros ser ese Cristóbal Colón de los cielos e ir en busca de nuevas tierras. La única diferencia son las distancias, demasiado grandes para un ser humano. El espacio abarca tanto que necesitáremos de robots que vayan por nosotros, o descubrir por fin un agujero espacio-temporal que nos transporte a otros lugares. Tarea muy complicada. Pero hay que tener la mentalidad de antaño y no derrumbarse ante el hecho de que vivimos muy poco para tan largas distancias.
Ahora con todo este maremagnum de informaciones y noticias sobre el fin del mundo y como llegará me doy cuenta de todo lo que la gente ignora sobre el cielo, sobre nuestro planeta y sobre el universo en general. Los mayas eran gente muy sabía para la época en la que les tocó vivir, gente que miraba a los cielos para predecir acontecimientos importantes, y lo hicieron con bastante exactitud. Al igual que otras muchas civilizaciones antes que ellos. Antiguamente las estrellas se veían con más intensidad ya que no había ningún tipo de contaminación lumínica y era posible ver en cualquier punto de la tierra constelaciones y estrellas que ahora nos es difícil vislumbrar. Pero todo esto del fin del mundo, algo que han vendido hasta la saciedad, algo que se ha creado para ganar dinero, es una soberana tontería.
Yo no creo que hoy haya un meteorito gigante que nos vaya a impactar, no creo en un diluvio, ni que una radiación solar colapse todos nuestros equipos electrónicos y nos vayamos todos al garete. Más bien creo que el enemigo está en casa, en el propio planeta. Y somos nosotros. Guerras, masacres, asesinatos en masa, violencia, todo eso es nuestro fin del mundo.
Y personalmente creo que toda esta gente debería mirar al cielo, como lo hicieron los mayas, como lo hicieron los egipcios hace miles de años y ver. Entender que somos seres que en comparación con el universo no duramos nada. Un profesor mío decía que somos seres de 10 millones de segundos, es nuestra duración aquí de media. Una insignificancia para la edad de todo lo que hay en el firmamento.
El sol tiene fecha de caducidad, claro, es una estrella y como todas mueren. Pero eso ocurrirá dentro de muchos años, muchísimos, y en cuanto el sol se extinga, la tierra irá detrás. Pero hasta entonces creo que podremos disfrutar de un viernes tranquilo y apacible. Disfrutad.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Entrada a Venecia

Un espectáculo para los sentidos es entrar a Venecia con el vaporetto. Llegar a la plaza de San Marcos  por mar. Te sientes como Marco Polo, volviendo de su viaje por los confines de la tierra y llegando a su Venecia natal. Sí, quisieras haber nacido aquí. En su época de esplendor, rodeado de mercaderes y nobles, de pescadores y navegantes.
Yo, personalmente, llegué hasta la región del Véneto en coche y lo dejé en uno de los muchos parkings que hay a la entrada de la ciudad para luego coger el vaporetto y hacer mi entrada triunfal, como un Napoleón del siglo XXI.
Al bajar del pequeño barquito observas algo que en la Venecia actual a nadie sorprende. Hay más turistas que venecianos. Sobre todo en esa parte de la ciudad. Centenas de ellos bajan de los barcos que recorren el gran canal, de los cruceros que van a pasar un día allí o salen de los miles de hoteles que llenan la urbe. Es un hecho que Venecia esta concebida en la actualidad para los turistas, y a decir verdad la ciudad los necesita porque sino habría acabado hace ya bastante tiempo sumergida bajo las aguas del Adriático.
El vaporetto te deja en la misma plaza de San Marcos y tras desembarcar miras las columnas que te saludan y dan la bienvenida. Iconos de Venecia, las columnas de San Teodoro y del León alado de San Marcos son todo un símbolo. La plaza en sí es un monumento, y estoy de acuerdo con Napoleón, es el salón más bello de toda Europa. El palacio Ducal, el campanile, y al fondo la Basílica te rodean, te imbuyen de ese ambiente de los siglos XIV y XV cuando era el centro neurálgico de toda esa parte del mundo.
Caminas durante unos minutos admirando el ladrillo rojo del campanile, los detalles del palacio, sus muros exteriores están llenos de pequeñas ojivas, arcos y columnas. Y te das cuenta que la tonalidad de estos va cambiando según le de la luz del sol. Miles de palomas llenan el suelo de la plaza, atraídas por los turistas. Este suelo está lleno de agujeros, hechos para que pueda salir el agua cuando se da el fenómeno  del acqua alta. Y al darte de bruces con la fachada de la basílica te das cuenta de su belleza intrínseca. No se demasiado de arte, pero reconozco algo bello cuando lo veo y esto me dejó alucinado. Los distintos colores de la fachada, las esculturas, los arcos, las bóvedas, todo se une para hacer una auténtica obra de arte, delante de mi tenía algo excepcionalmente bonito. Es lógico que durante toda mi estancia en Venecia pasara cada día por esta plaza y admirara esta vista, de hecho una tarde estuve viendo como se ponía el sol detrás de sus muros y eso, amigos míos, es algo digno de ver.
En la plaza te puedes pasar prácticamente un día entero para visitar todo. Hay colas de turistas por donde mires, grupos de ellos haciendo miles de fotografías, dando de comer a las palomas, dejandose hacer un retrato por un artista callejero o simplemente parados, anonadados por el lugar.
Y como no puede ser de otro modo yo me convertí en otro de esos turistas esperando para subir al campanile. El actual campanario es de principios del siglo XX ya que el original se derrumbó pero eso no le quita ni un ápice de notoriedad al lugar. Pero más que nada yo quería subir allí por las vistas que desde lo alto se verían de la ciudad. Y no me defraudó. Desde esos 100 metros de altura a los que me encontraba se veía una Venecia distinta, la plaza y las callejuelas que la rodeaban mostraban lo diferente que es a todas las otras ciudades del mundo. Sus canales, serpenteando, con miles de recodos dan un toque de singularidad mayor a todo. Ves las góndolas atracadas en el puerto como si fueran minúsculas hormigas. Y desde ahí arriba se ve ese color azul del Adriático tan espectacular, tan hermoso. El puerto de la plaza es un trajín de entrada y salida de barcos de todo tipo, y desde lo alto se ve mejor que en ningún otro sitio. Desde ahí contemplas la basílica con otro punto de vista que no hace más que corroborar lo que ya pensabas, es increíble. Te gustaría quedarte más tiempo en las alturas pero la gente se agolpa detrás de ti y te saca de tu ensimismamiento. Hay que bajar.
Para descansar un rato te sientas en una de las terrazas de la plaza a tomar un café, sin duda el más caro de cuantos me he tomado, pero disfrutar de un sitio como ese con la calma y tranquilidad que te transmiten los músicos que dan un pequeño concierto allí mismo no tiene precio.
Y así, termina mi instante de hoy. En un lugar peculiar, diferente. Con sus contrastes de un lujo de antaño y la aglomeración turística actual. Un instante romántico, nostálgico, elegantemente poético.





miércoles, 19 de diciembre de 2012

Lluvia

Esto ocurrió hace varios años.
Salí a correr con la bici por el campo un día de otoño de aquel año. Un recorrido que había hecho muchas veces, y me lo sabía de memoria. Me puse los cascos y estaba escuchando música mientras pedaleaba con toda la intensidad que mis piernas me permitían. Bajaba y subía cuestas a toda velocidad, y de pronto se puso a llover. Primero una fina lluvia para luego pasar a un gran chubasco.
Tuve la irresistible tentación de subir a una pequeña montaña, la más alta de los alrededores, y sentarme en la roca que había en su cima. Me quité el casco y dejé la bici a un lado.
Contemplé sentado en ese pedrusco todo lo que había a mi alrededor. Campos salvajes, montículos más o menos altos de tierra, alguna casa lejana. Estaba yo solo, maravillado de esa vista que nunca me había parado a descubrir.
Sentado, la lluvia caía sobre mi cabeza y las gotas bajaban por mi cara. Un cosquilleo me hizo estremecer al notar el agua por mi espalda. Y cerré los ojos. El constante caer del agua, el chapoteo al pegar sobre mi y sobre el suelo me sumió en una especie de trance.
Y entonces vi algo que me extrañó. Vi mis vidas pasadas.
Me distinguí entre varios indios apache, íbamos montados a caballo, el mío era blanco con manchas marrones. Y estábamos de caza. Cabalgaba por las llanuras de Arizona, agarrado a las crines del animal parecía tener mucha destreza. Íbamos a la caza del bisonte, persiguiéndolos hasta extenuarlos para en un momento de flaqueza dispararle mi flecha mortal. Entonces me acercaba el bisonte y lo tocaba mientras aún respiraba entrecortadamente. Y ante su último extertor me puse a su lado e inhalé su aliento, su espíritu.
Esta visión ocurrió como un flash, algo muy rápido pero de una claridad pasmosa. Cada detalle se me rebelaba tan perfecto como si estuviera en esos mismos instantes allí.
Sobrevino de pronto otro fogonazo y me vi en una llanura de un verde increíble. Lleno de montañas alrededor, y junto a un lago. Observé que había una casa cercana, y muchas ovejas muy lanudas cercadas por una vaya de madera. Miré mi reflejo en el lago y lo que descubrí me dejo perplejo. Llevaba una túnica de cuadros verdes y azules que me llegaba por las rodillas, sujeta por un cinto. Me di cuenta de que era un pastor de los highlands escoceses. A lo lejos vislumbré a una mujer correteando con tres niños alrededor. No vi más.
Instantes después estaba en lo que parecía una iglesia. No tenía mucha pinta de iglesia actual, solo intuí donde me encontraba porque vi un crucifijo en una mesa alta hecha con tres bloques de piedra. El suelo era terroso. Y el lugar estaba diáfano. Era de noche pero había luz, provenía de un candil apoyado en la mesa. Me acerqué para ver mejor. Iba vestido con otra túnica pero esta vez más andrajosa y marrón, anudada a la cintura con una cuerda. Me dió la impresión de ser un fraile pero no pude discernir mucho más porque otro flash vino a mi mente. Cada vez esos recuerdos pasaban más rápidos y eran más cortos.
Ahora estaba en un campo abierto junto a miles de soldados romanos. Yo era uno de los que formaban parte de la legión que allí habían formado un campamento. No vi si era algo más que un soldado, sólo pude contemplar que estaba comiendo, sentado en el suelo, de un cazo. Era una sopa con algo más que no distinguí. Y la visión se fue.
Un segundo después estaba acarreando una piedra enorme tirando de una cuerda al lado de miles de hombres. Tirábamos a la vez al son de las órdenes de uno de ellos que estaba subido en una plataforma que porteaban varios hombres. Estaba en el Egipto de los faraones.
En ese momento un estruendo me sacó del trance, miré para todos lados porque me encontraba desorientado. La lluvia caía pero menos intensamente, y aún un poco atontado, me puse el casco y monté en la bici. Fui a casa sin apenas poner atención a nada. Y cuando llegué me quite la ropa me sequé con una toalla y lo único que pude hacer durante unos minutos fue tirarme en el suelo de mi habitación y pensar en todo lo que había visto.
Desde ese mismo instante no tengo miedo a la muerte, no temo morir. Más recelo tengo de la vida.


martes, 18 de diciembre de 2012

Magic Kingdom


Disney para mi equivale a fantasía.
La primera vez que llegas a Disney World en Orlando, te sientes un niño, sientes que la inocencia sigue en tu alma. Vuelves a épocas donde sólo había diversión y las preocupaciones se dejaban a los mayores.
Por avatares de la vida he estado en varios de los parques Disney, en el de París, en el de los Angeles y en el de Orlando. Sin duda, este último tiene algo de especial. Y yo que me siento como un Peter Pan madrileño estoy como pez en el agua en estos sitios.
El de Orlando es el complejo más grande de los tres en los que he estado. Ni puedes imaginarte lo grande que es. Varios parques temáticos, muchos hoteles, zonas de diversión, lugares para practicar deportes. Infinidad de actividades para todos los públicos hacen que se pueda estar en el complejo durante un mes sin apenas salir de él. Y no exagero.
Decenas de autobuses gratuitos recorren las carreteras que unen los distintos puntos, puedes montar en monorail o en barco si lo prefieres para ir a los dos parques más importantes, incluso si tu economía lo permite puedes alojarte en uno de los hoteles más cercanos e ir andando a Magic Kingdom, el lugar por excelencia del complejo.
Al llegar al hotel desde el aeropuerto ya sientes inquietud, un hormigueo en el estómago propio de un niño que va a ver a su personaje favorito Disney. Ves que los niños en el autobús están como tú, revolviendose en el asiento deseando llegar cuanto antes. Y es que si sucede algo al traspasar el  arco que te da la bienvenida a Walt Disney World es que todos volvemos a disfrutar de lo que es ser niño, da igual que tengas 10 años o 40 o incluso 60. Todos somos iguales a los ojos del bueno de Walt.
Entrar en Magic Kingdom es entrar en un mundo irreal, de cuento, donde todo parece sacado de la pluma de Andersen. Cientos de personajes salidos de historias que desde niños nos han contado y hemos aprendido a leer con ellas.
Hay un placa en la entrada que reza "aquí dejas el mundo de hoy y entras en el mundo del ayer, del mañana y de la fantasía". Con estas palabras ya puedes imaginar que te vas a teletransportar a otros lugares en los que lo primordial es disfrutar y dejarte llevar por la ilusión.
Es sin duda mi lugar preferido en el planeta de cuantos he visitado. Muchos sitios te dan otro tipo de sensaciones, de sentimientos. Pero llegar aquí te hacer soñar con mágicas hadas, príncipes encantados, animales parlantes, juguetes animados, brujas malvadas, y mickey, por supuesto. El gran jefe de todo este tinglado. El capo de toda esta familia, el dueño de todos los corazones de grandes y pequeños.
Recorrer la calle principal (Main Street) te sumerge en la América de hace un par de siglos. La decoración lleva a tu mente a esos lugares donde indios y vaqueros luchaban por la supervivencia. Todos los que allí trabajan están en su papel, los que recogen cualquier papelito del suelo, los que te preguntan que si lo estas pasando bien, los que atiende a los turistas ávidos de compras, los que llevan a los personajes de la mano, los que manejan las atracciones, los que sin darte cuenta están pendientes de tu seguridad. Y todos ellos te responden con un sonriente Have a magical day! ¡Qué frase más bonita! La adoro. Está llena de ilusión. Es el leitmotiv de Disney.
Te paras un momento a observar a la gente y ves las caras de los niños, muchos disfrazados, con las caras pintadas, con las típicas orejas de Mickey y levantas la mirada y te das cuenta de que no solo los niños van así, cualquiera, independientemente de su edad tiene algo en su indumentaria o en su cuerpo que le identifica, que le cataloga como fan de esa forma de entender la vida que es el universo Disney.
Por supuesto que todo esta montado para ganar dinero, no deja de ser un negocio, y hay tiendas por doquier, restaurantes y puestos de comida rápida en cada esquina, mires donde mires todo el mundo consume. La crisis se ha dejado fuera de las puertas de entrada y el dinero no se tiene en cuenta. Lo verdaderamente importante es la magia.
Pasas el día entre desfiles y montañas rusas, atracciones de todo tipo que te hacen reír, que te hacen soñar que eres un personaje más. Visitas mundos de cartón piedra que te llevan a fantasear y descubrir que eres un habitante más de la selva, o del Marruecos antiguo, o del futuro más lejano.
Y al llegar la noche e iluminar el castillo un cosquilleo de emoción pasa por tu espalda y piensas en lo realmente bonito que es todo. Y cuando te sientas en el suelo a ver el último espectáculo, wishes, se te eriza el pelo y sientes fluir todas las sensaciones del día por tu cuerpo y lágrimas de emoción asoman por tu ojos mientras cantas la canción con los cientos de personas que están a tu lado. Y ves volar a campanilla desde lo alto del castillo y lleno de asombro sueltas una exclamación de admiración. Y finalmente cuando comienzan los fuegos artificiales, y escuchas el retumbar de todo ese despliegue pirotécnico crees que no hay nada en el mundo que se iguale a eso. Un colofón extraordinario para un día de fábula.
Las cosas buenas no duran para siempre e inevitablemente tienes que volver al mundo, que te golpea con su crueldad, con la realidad de una sociedad que ha perdido la inocencia. Por eso siempre sonrio al pensar en los dias que he pasado allí, y que en un recondito lugar del planeta aun existe la posibilidad de recuperar la pureza y sencillez de ese niño que todos tenemos escondido en un lugar del corazón.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Ángeles

La vida esta llena de esas personas que por un motivo u otro se cruzan en tu camino. Algunas de ellas te dejan una huella imborrable, algunas te marcan el alma, a estas las suelo denominar ángeles, seres llegados de la nada, como caídos del cielo. Me ha ocurrido un cierto número de veces y siempre me ha parecido de lo más extraño. Pero sin duda digno de mencionar y de estar entre los momentos más especiales de mi vida. Especiales por el hecho de ser insólitos en sí mismos.
Hace unos años tuve un encuentro muy fugaz con una chica. Me causó tanto impacto que tuve que plasmarlo en una hoja y releyendo papeles míos me lo he encontrado y me ha hecho reflexionar.
Lo que escribí entonces era algo así. "Ella era preciosa, me preguntó por una clase. Era rubia, con el pelo cortado a la altura de los hombros, lo tenía liso. Sus ojos eran claros. Verdes, quizá azules. Eran tan claros que no pude distinguir bien el color. Llevaba los labios pintados de un rosa muy pálido o eso me pareció. Su voz era bonita, muy dulce. Llevaba unos vaqueros de color verde aunque para ser sincero no me fijé demasiado en su ropa porque su cara me pareció impresionante. Parecía un sueño, creía estar durmiendo aún. No podía creer que esa chica se hubiera acercado a mi y se pusiera a hablar conmigo. Me pregunto si sería un ángel." Estuvimos hablando cerca de 10 minutos, pero no fue la conversación en sí, sino el hecho de que apareciera de pronto y me causará una impresión tan grande como para escribir un folio por ambas caras sobre este acontecimiento.
Lo destacable de estos encuentros con ángeles es que son inesperados. Casuales. Pueden ocurrir tanto en un ascensor al decir a una chica un hola inocente como en el vagón de un metro abarrotado de gente.
En cierta ocasión iba yo en el metro distraído leyendo un libro, iba de pie apoyado en la puerta. En un momento dado levanté la mirada del libro cavilando sobre lo que acababa de leer. Y me encontré con la mirada de una chica. Pelirroja, con pequitas por la cara y el pelo rizadísimo y largo. Una melena en  condiciones. No se quien de los dos miró primero al otro, el caso es que no paramos de mirarnos durante todo el trayecto. Desvié la mirada un par de veces por timidez, o por miedo a que ella no me la aguantara. Pero cada vez que mis ojos volvían a ella, su mirada y la mía se cruzaban. Intenté, sin conseguirlo, concentrarme en la lectura pero fue tarea imposible. Ella me tenía hipnotizado. En algún momento tenía que ocurrir, que uno de los dos se bajara del vagón. Ella fue la primera, y al salir por la puerta me dedicó una sonrisa y me saludó con la mano. Un adiós eterno ya que no la volvería a ver jamás. Y yo me quedé con la sensación de haber contemplado otro de esos ángeles tan reales como irreales al mismo tiempo. Inalcanzables para un simple mortal.
Alguna que otra vez, la visita de estos ángeles se dilata en el tiempo. No obstante, no es muy comun y tienden a desaparecer ya que su morada son los cielos.
Un verano, en la playa, conocí a otro de estos seres. Era una mujer increíblemente bella. Rozando la perfección. Rubia, muy rubia. Ojos de mirada inquieta. Sonrisa amplia y jovial. Ambos tumbados al sol uno al lado del otro, solo nos separaban unos centímetros. Le pregunté algo tan tonto como la hora y empezamos a hablar. Este ángel me llevó a la locura, ya que cuanto más tiempo pasas con ellos más quieres estar a su lado. Sin embargo, sólo estuvo durante una semana. Tiempo suficiente para darme cuenta de que la vida puede ser muy cruel al mostrarte algo tan fascinante, tan celestial incluso y luego quitártelo de súbito y desvanecerse como un sueño al despertar.
Hay un par de ángeles más en mi vida, pero me reservo el derecho a la intimidad. Porque estos ángeles han tomado en cierto momento carácter de ángel caído, se rebelaron de su naturaleza divina, y por un instante fueron seres terrenales, con sus defectos.
¿Cuantos ángeles más vendrán a visitarme? Nadie lo sabe, lo que si es cierto es que las cosas buenas, las excepcionales, no se suelen repetir demasiadas veces.
Y me viene a la mente esto que escuche en cierta ocasión. "Como no sabemos cuando vamos a morir creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede solo un cierto número de veces, y no demasiadas. ¿En cuantas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de tu infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia. Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces, quizá ni siquiera eso. ¿Y cuantas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte.  Sin embargo todo parece ilimitado."

domingo, 16 de diciembre de 2012

Las Vegas

Todo el mundo debería ir al menos una vez en su vida a Las Vegas. Ciudad distinta a todo lo que se haya podido ver anteriormente. Llena de contrastes y hecha para pecar. Un lugar que te atrapa y te transforma. Y que, en ocasiones, parece no existir más que en tu confusa mente atiborrada de sensaciones. 
El momento que voy a describir es el de la primera vez que recorrí el Strip. La ancha y kilométrica avenida es donde, sin lugar a dudas, más se intuye que cualquier cosa puede ocurrir. Caminado a través de todo ese despliegue de luces y gentes de todo tipo, la vida se torna en una especie de carrera hacia la locura total por el consumismo, el juego, el alcohol y el sexo. A cada paso que das notas ese tufillo totalmente incitador al pecado que hace que desees pasarte por el forro los siete pecados capitales en solo una noche.
Mi extraño recorrido empieza en el MGM, gigantesco hotel que ya ves desde el avión cuando sus cristales verdes se reflejan en la ventana del aparato. Su león gigante en la puerta te da la bienvenida. Justo en frente, el New York New York te sorprende por la réplica de la estatua de la libertad y su montaña rusa dentro del hotel. Parece un decorado, parece que estas en medio de una película y que de pronto alguien va a gritar "cámara, luces, ¡acción!".
Andas durante unos minutos y te das cuenta de la variedad de personas que transitan la calle. Gente bebiendo en vasos con forma de guitarra, de torre Eiffel o de palmera gigante. Litros de alcohol que tumbarían a cualquiera. Ves a familias haciéndose fotos ante los carteles y neones enormes que cuelgan de las fachadas de las tiendas temáticas. Escuchas de pronto unos gritos, es un pirado de los que te sermonean con que la Biblia dice tal o cual cosa. Nadie parece escucharle pero el sigue con su perorata. Un tío vestido de Elvis se te cruza por el camino y casi te chocas, mientras lo miras, con otro a su lado disfrazado de Homer Simpson. Varios inmigrantes hispanos que con un entrechocar de tarjetas llaman tu atención mientras uno de ellos te pone una de ellas en la mano, la miras y ves que son clubes de striptease y anuncios de chicas que se ofrecen para hacer tu visita a Las Vegas más interesante. Un sin techo te pide un pavo para vete tu a saber que porque ni has entendido lo que te dice. Limusinas enormes pasan a tu lado por la carretera e intuyes a los que se divierten dentro, con sus copas en la mano, mirando a los de fuera. Y todo esto solo en unos pocos metros.
De pronto te topas con la Torre Eiffel, una réplica menor que la auténtica pero que te impacta igualmente, resulta extraño. Una rareza que encandila. Restaurantes franceses a sus pies y el hotel de turno ambientado con temática francesa. Bonito. Bastante bonito.
No te da tiempo a admirar toda esa parte de la calle cuando del otro lado suena un estruendo. Son las fuentes del Bellagio, expulsan agua que baila al son de Frank Sinatra. Cruzas para verlo de cerca, cientos de personas observan esta danza maravilladas. Y gritan un ¡ohhhhhhhh! de admiración cuando el espectáculo termina. Te animas a entrar al hotel llevado por las imágenes de la película Ocean's Eleven. El hotel es precioso, un vestíbulo de cuento. Te deleitas con las figuras de colores que lo llenan. De fondo escuchas un sonido del que no te puedes evadir en toda la ciudad. Las máquinas, el casino lo envuelve casi todo. Las diferentes melodías te llaman, te atraen. Las camareras te ofrecen bebida por un par de dólares de propina, todo esta planeado para engancharte, para atraparte y que saques el dinero de tu cartera. E inevitablemente lo haces. Let it ride! Juegas a la ruleta, juegas a máquinas que ni entiendes y pasado un rato decides salir a la calle de nuevo, al Strip.
Continuas unos pasos y observas el Caesar Palace, ya su nombre te recuerda a combates de boxeo míticos en su Colisseo. Das una vuelta por sus tiendas de lujo dentro del complejo y sueñas con comprar algo de Armani o de Gucci si das un pelotazo en uno de los casinos.
Sales al Strip por necesidad, porque quieres huir del sentimiento que te embarga y te dices ¡maldita sea, tendría que haber nacido rico!.
Se hace tarde, llega la hora de la cena. El hotel The Venetian parece un lugar interesante para buscar restaurante. Decorado con tal detalle que crees estar en la Venecia italiana. Dentro tienen hasta góndolas y extrañamente pese a su precio y el recorrido de dos minutos que te hacen hay espera para subir a una. ¡Cuanto dinero tienen algunos, y que forma tan estúpida de despilfarrarlo! El centro comercial que hay dentro es impresionante. Cubierto con un cielo azul que se va oscureciendo haciéndote creer que se va yendo el sol te hace abrir la boca. Más tiendas de lujo, de esas que te llevan bebida mientras te pruebas los zapatos de 500$. Te detienes a cenar en un restaurante italiano, caro para ser pasta pero la plaza en la que está merece ese precio. Cenas pensando en todo cuanto has visto y sabiendo que aun te queda mucho más.
Todo en Las Vegas está encaminado al consumo. De eso se trata, que te dejes todo allí.
Para mi es una ciudad fabricada para la diversión, para dejarse llevar por ella, para disfrutar. Y eso es lo que la hace singular. Dejas a un lado tu yo racional, tu yo precavido para convertirte en alguien deshinibido, y por momentos la locura te llena las venas y por unos dias disfrutas de las cosas banales de la vida.
De ahí lo que se suele decir, lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Ejercicio


Algo importante en mi vida ha sido la práctica de ejercicio. Ejercicio físico.
Nunca me he dedicado a ello profesionalmente, ni tengo un cuerpo especial. Sin embargo siempre me ha gustado. Bueno, siempre no. Desde los 19 o 20 años.
Empecé haciendo bici. Practicando mountain bike. Para mi, cada día que salía era un reto. Me proponía ir más rápido en un trayecto o intentar ir más lejos, o ver si podía subir una montaña. Me divertía, me sentía feliz cada vez que batía una meta.
Dos años mas tarde me propuse hacer la maratón de Madrid, 42 km corriendo sin haberme gustado nunca correr. Pero quería demostrarme a mi mismo que podía hacerlo. En esos 42 km tuve momentos de flaqueza, momentos en los que quería abandonar. Pero lo que no he conseguido en otras facetas de mi vida lo he conseguido con el deporte. Perseverancia. Superación. Acabé la maratón extasiado, muerto físicamente, agotado mentalmente. Pero al momento me dije, ¡quiero probar con la ultramaratón! Sabía que era imposible porque son 100km pero mi mentalidad con el ejercicio ha sido así. Probar mis límites.
No se dónde he leído que el cuerpo humano es la máquina de ingeniería más perfecta jamás creada. Cada músculo, cada tendón, cada articulación tiene un propósito, tiene un sentido.
Ahora, en este momento de mi vida me ha dado por aumentar mi potencia física. Mi musculatura. Definir y potenciar.
Me siento como un capitán de navío del siglo XV o XVI a la conquista de nuevas tierras, de nuevos mundos. Yo voy a la conquista de mi cuerpo, de mi mente. Y luchas como ese capitán cuando se encontraba con un pirata y se liaba a cañonazos. Luchas por superarte como si te encontraras en medio de la batalla. Una guerra entre tu mente y tu cuerpo. Intentas ganar, ordenas a tu cerebro que mueva los músculos. Sientes el corazón bombeando la sangre que lleva el oxígeno a cada rincón de tu cuerpo. Pum pum, no te rindas, pum pum, confianza, pum pum, éxito.
La adrenalina hace su efecto y aumenta el ritmo cardíaco. Intensidad. Sientes un éxtasis incomparable. Fuerza. Tu moral sube como la espuma y te hace seguir un poco más, hasta caer rendido. Poder. Te duele, pero te repites a ti mismo, el dolor de hoy es la felicidad de mañana. Ya lo dijo Stallone en su papel de Rocky. "El mundo no es todo alegría y color es un lugar terrible y por muy duro que seas es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte sometido permanentemente si no se lo impides, ni tu ni yo ni nadie golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpeas sino lo fuerte que pueden golpearte y lo aguantas mientras avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar. Así es como se gana. Si tu sabes lo que vales ve y consigue lo que mereces pero tendrás que soportar los golpes. Y no puedes estar diciendo que no estas dónde querías llegar por culpa de él, de ella ni de nadie. Eso lo hacen los cobardes y tu no lo eres. Tu eres capaz de todo."
Motivación. Ahí radica todo el secreto. El cerebro es el músculo más importante.
No quiero parecer vanidoso, no lo hago por los demás, lo hago por mí. Poner límites a lo que puedo hacer. Poner en orden mis miedos y mis deseos. Es algo interior, y siempre ha sido así.
En un mundo en el que la apariencia es tan importante parece contraproducente que hable de sensaciones. Mucha gente va a gimnasios, sale a correr, hace yoga. Multitud de deportes. Pero lo más importante es como se afronta, como se vive. Sin duda mi opinión es que hay que disfrutar y hacerlo por lo que quieres ser no por lo que quieres parecer.




viernes, 14 de diciembre de 2012

La Manga del Mar Menor


Hay un lugar en el planeta donde nada cambia, donde por mucho tiempo que pase todo sigue exactamente del mismo modo que la última vez que lo visitaste. Hablo de La Manga del Mar Menor. Y quien haya estado allí y veraneado en su costa sabrá a lo que me refiero con esto.
Fui hace unos días después de haber estado ausente de esta extraña ciudad, que por lo visto no es ni ciudad y me he enterado hace nada porque ni siquiera tiene ayuntamiento. En realidad no se sí es ciudad, Villa, poblado, o simplemente un conjunto de casas y torres a lo largo de su línea de playa. Que por cierto es el único lugar de España que tiene dos mares, el Mediterráneo más bravo y furioso, más mar si pudiéramos definirlo así, por un lado y el mar Menor más tranquilo, más caliente, más lechoso, menos mar siguiendo la definición anterior, por el otro lado.
La Manga del Mar Menor es un pedazo de tierra, angosto, sinuoso, unas veces más ancho y otras parece casi un monticulo de arena que separa los dos mares. Carretera en medio y a los lados edificaciones de todo tipo y condición, desde los chalets más vanguardistas a las torres más setenteras. Un lugar tan ecléctico  como extrañamente atrayente a primera vista. Si y digo a primera vista por que acaba por aburrir, acaba por cansar la vista y hacerte ver que ese lugar tampoco tiene demasiado que mostrar.
Sinceramente nunca me gustó veranear allí, así que esta opinión puede ser muy subjetiva y no ser la realidad. Mis padres tienen una casa allí y me tocaba ir cada verano y al final uno acaba adaptandose y haciendo su rutina de mar Mediterráneo por la mañana, mar Menor por la tarde.
Pues como decía fui hace poco y me pareció que el tiempo se congeló en estas coordenadas, mismos edificios prácticamente, mismo olor al entrar por el Cabo de Palos, olor a playa, a humedad, a mar. Eso reconozco que si me encanta, incluso bajé la ventanilla del coche desafiando al frío y como si fuera un ritual purificador respirar ese aire y mantenerlo en los pulmones unos segundos para luego exhalarlo como si expulsaras toda la suciedad interior de tu alma.
Al estar tanto tiempo sin ir, miles de recuerdos te asaltan la mente, rápidos, fugaces, como balas disparadas por una ametralladora mientras recorres con el coche el trayecto hasta tu urbanización. Y cuando llegas vuelves a tu adolescencia, como si te hubieras montado en el coche de regreso al futuro y viajaras con Marty Mcfly a finales de los 90. Incluso el olor del portal es el mismo, la señora que limpia el portal debe utilizar el mismo producto desde hace 20 años, es increíblemente raro pero los olores son los portadores de recuerdos más potentes del mundo. Y al llegar a casa y ver que todo sigue ahí, los mismos muebles, tu cama de hace mil años, tu bici de chaval, tus utensilios playeros, tu sofá. Todo te da una primera alegría tremenda por ver tu cosas, seguida por una nostalgia rara de describir, y por último con un sentimiento de aquí estoy de nuevo que te deja un regusto amargo en el estómago.
Esa decepción que te sobreviene al dar una vuelta por los alrededores y ver que todo lo recordabas más grande, más glamuroso, más bonito. Quizá son los años que te cambian el punto de vista o simplemente el estado de ánimo con el que fuí.
Pero si he decir algo bueno de allí es que vi el mar. El Mediterráneo esos días estaba precioso, con oleaje, con el olor a salitre, y con su horizonte infinito. El mar es aventura, es libertad, es misterio, es rebeldia, incluso es crueldad a veces. El agua es en todas las culturas sinónimo de vida, e hipnotizado por ese mar me dieron ganas de vivir eternamente. De contemplar para siempre ese baile cíclico que son las olas.
Y me di cuenta de lo que dijo Hemingway. Nadie jamás está sólo en el mar.





jueves, 13 de diciembre de 2012

World Trade Center


Todo el mundo más o menos recuerda que hacía mientras dos aviones se estampaban contra las Torres del World Trade Center. Es un hecho reciente en la historia que ha cambiado el modo de ver las cosas de mucha gente, ha cambiado leyes, ha causado guerras y ha generado una absoluta desconfianza entre la gente.
Quitando teorías conspiratorias de todo tipo, que escuchando algunas te dan que pensar la verdad. El hecho es que dos aviones enormes se empotraron contra las Torres.
Yo estaba terminando de comer, y siempre en mi casa veíamos los titulares del telediario para enterarnos de las noticias más importantes. En seguida nos dimos cuenta de que ese día no iba a ser uno cualquiera. Matías Prats empezaba a decir que un accidente había ocurrido en Nueva York, en principio decían que una avioneta o un helicóptero de los muchos que pululan por allí se había estrellado pero minutos después cuando el otro avión entro en escena todo parecía tomar visos de que  algo grande y terrible estaba sucediendo.
Me quedé con las ganas de saber más de la noticia porque a las 4 de la tarde tenía un examen de inglés en la escuela oficial de idiomas. Me fui de casa con la sensación de intranquilidad y expectación que generan los grandes sucesos de la historia. Al llegar al examen todo el mundo comentaba la noticia, todos alucinábamos con las imágenes que habíamos visto. Y durante el examen no paraban de sonar los móviles con mensajes y alertas de noticias y hasta un chico gritó medio en broma medio en serio, ¡Profesora, se está acabando el mundo! En ese momento las risas se escucharon en la sala pero seguramente porque éramos inconscientes de la gravedad y magnitud de lo que sucedía en esos momentos a 6000 km de distancia. Al otro lado del Atlántico las Torres colapsaban y se derrumbaban con cientos de personas dentro. Una masacre en toda regla.
Al salir del examen y en días posteriores vi imágenes de todo tipo, bomberos llenos del polvo de la Torres, miles de papeles volando por el aire, gente tirandose de las ventanas ante la horrible idea de morir quemado, personas deambulando sobre cenizas. Esas imágenes mostraban un Nueva York apocalíptico. Se veia el abatimiento de la gente y después la furia contra aquellos que habían causado todo aquello. Una de las palabras más escuchadas seguramente fuera venganza.
Un par de años después estuve en Nueva York, en la zona cero como se le acabó denominando a aquel socavón en medio del skyline neoyorquino. Y a pesar del tiempo transcurrido aún quedaba un poso en el ambiente de todo lo sucedido aquel fatídico día.
Se escuchaban a las máquinas trabajando, no se veía demasiado bien lo que hacían porque todo el perímetro estaba vallado. Esa misma valla en la que había colgadas fotos y recuerdos del atentado. Paseé un rato alrededor y contemplé las instantáneas, crudas y reales, no es lo mismo verlo en televisión que verlo en el lugar donde todo ocurrió. Te entra en el estómago un sentimiento al que no encuentro ninguna palabra para describirlo. Sorprende la inmensidad del hueco dejado por las Torres y te imaginas a todas aquellas personas corriendo bajo el polvo, a ciegas. Resguardandose bajo los coches o en los comercios cercanos. Llevando a los heridos a la Capilla de Saint Paul y a la Iglesia de la Trinidad en la que han hecho un especie de santuario en memoria de todos los caídos. Recorres esas calles aledañas a Wall Street y piensas en que la vida puede cambiar en un instante. Te da rabia, sí, rabia porque el mundo se volvió mezquino y cruel, o quizá siempre fuera así y mi percepción era más inocente.
Los americanos son gente que se sobrepone con facilidad buscando nuevos retos y les miraba a las caras mientras yo echaba un último vistazo a aquel inmenso hoyo, aquel agujero que en unos años verá un nuevo proyecto, una nuevas Torres, más altas, más seguras, más alegóricas. El mundo cambia, el ser humano también. Sin duda el 11 de Septiembre de 2001 nos transformó a todos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Amor a quemarropa


Un momento especial de mi vida fue la primera vez que vi la película de Tony Scott, Amor a quemarropa (True romance). La mejor historia de amor jamás rodada y cuyo guión hizo el mejor cineasta de los últimos 20 años. Quentin Tarantino.
En mi opinión, esta cinta tiene los fundamentos que definen el amor, el amor verdadero.
Cuando la vi, algo se removió en mi corazón. Me hizo pensar. Me convenció de que todo el mundo debía tener a su media naranja en algún sitio. Todo el mundo debía tener el derecho a experimentar esa sensación de absoluta y completa felicidad al saberse amado por encima de todas las cosas. Todos podíamos vivir algo parecido a lo que sintieron Alabama y Clarence en la película.
En lo que dura su aventura, poco menos de dos horas, tu interior sufre un cambio. Tu corazón queda abocado a desear ese amor. Y desde ese momento sufres hasta encontrar a esa otra persona.
Creer en el destino, desafiar la razón. Cada vez que me subía al metro por ejemplo, me ponía en el mismo sitio para que el amor me encontrara. Algo que pensándolo ahora no tenía mucho sentido porque si estas destinado a amar a alguien, hagas lo que hagas te toparás con ella.
Llegas a obsesionarte si no llega nunca o te preguntas si habrás pasado por alto algún gesto de la otra persona, o si aún no es el momento de encontrarse.
Y cuando la encuentras, cuando te das cuenta de que la tienes enfrente todo se detiene y no existe nada más en el mundo. Tienes dos sentimientos contrapuestos, la felicidad plena y el miedo visceral. Felicidad porque compruebas que era cierto, que todo el tiempo que habías esperado mereció la pena. Miedo porque se esfume de pronto o por no conservar lo que tanto te costó encontrar.
Una vez pasada la etapa del miedo, todo es maravilloso, sublime. El amor incondicional, el amor imperecedero. Todas las cosas las ves de otra forma, con otro punto de vista, y en realidad tampoco es que te importe nada demasiado. Sólo te importa ella, su bienestar y felicidad.
Eso es lo que le pasaba a Clarence con Alabama. Sólo importaban ella y él. El resto era secundario, el resto era superfluo.
En mi caso pasé mucho tiempo disfrutando de esos sentimientos de absoluta felicidad, pero en algún momento la fastidié, ni me di cuenta de lo que pasó hasta que ya estuvo encima, como un toro que enviste al torero y le asesta una cornada. Y ese miedo que tuve los primeros dias de conocerla vino de nuevo y me atenazó el alma. Un miedo distinto pero al fin y al cabo miedo. Una angustia terrible. Pero ahora me vienen a la mente esas últimas palabras que dice Alabama y que reflejan lo efímero de las cosas.
"A veces Clarence me pregunta que hubiera hecho si él hubiera muerto, si aquella bala hubiera ido 5 cm más a la izquierda. Yo siempre sonrío, como si no fuera a satisfacerle con una respuesta pero siempre lo hago. Le digo que hubiera querido morir, pero que la angustia y las ganas de morir habrían  desaparecido como las estrellas al amanecer y que las cosas habrían sido muy parecidas a como son ahora. Es posible, sólo que quizá yo no habría llamado a nuestro hijo Elvis."
Yo no soy tan categórico como Alabama, quizá mi angustia y mis ganas de morir desaparezcan algo más lentamente, poco a poco. Sin embargo si sé que ese amor único y al que estamos destinados desde el mismo momento de nacer ya pasó y que no habrá otro igual.
Y como diría otro personaje de película, largo y escabroso es el camino que del infierno conduce a la luz.

martes, 11 de diciembre de 2012

Plaza de San Pedro



Uno de los lugares más místicos y con más historia del mundo es la Plaza de San Pedro. Es un lugar al que se le asocia con poder, religión y por supuesto turismo.
He estado un par de veces, pero el instante que voy a narrar es el de la primera vez, ya que la impresión pocas veces se iguala al de ese primer momento en el que contemplas un lugar.
Ya caminando por la ribera del Tiber desde el castillo de Sant' Angelo se ve la cúpula de la basílica y sientes impaciencia por llegar. Empiezas a ver a monjas y curas en peregrinación hacia la Vía de la Conciliazione, nombre que le va que ni pintado a la calle de entrada al Vaticano.
Cuando llevas unos metros por la via te das cuenta de que hay miles de turistas detrás de ti, y delante y al lado. Todos vamos como hormiguitas haciendo camino hacia uno de los lugares más importantes de Occidente.
Unos minutos después se llega a la plaza en sí, delimitada por dos filas de columnas impresiona, en lo alto de las columnas hay estatuas que supongo que serán de personajes bíblicos. Todo es increíblemente  bonito, se te eriza el pelo con solo pensar en todos los momentos históricos que se han producido en este lugar.
Bernini que hizo media Roma, también se empleó en la concepción y realización de la plaza. Y lo hizo realmente bien.
Sin embargo después de ese primer impacto te das cuenta de que lo turístico se ha comido a lo espiritual ya que de un vistazo ves que entre medias de las columnas hay varios puestos de comida rápida y de venta de los típicos regalos que se llevan a casa para regalar a familiares y amigos. Estampitas, llaveros,  bolígrafos, calendarios, miniaturas. Todo claro con temática cristiana.
Un poco decepcionado por esta vista de la plaza uno alza la mirada hacia la basílica. Cuando llegas a Roma esperas ver iglesias de todo tipo, grandes o pequeñas, con más o menos vidrieras, o con distintas fachadas más o menos detallistas. Sin embargo ahora se está delante de la Iglesia con mayúsculas. Y sea uno más o menos creyente eso impone.
Y al andar hacia la fachada te das cuenta de que algo no encaja, algo esta fuera de lugar, de tiempo incluso. Un obelisco adorna el centro de la plaza. ¿Qué demonios hace una cosa egipcia en medio del ombligo cristiano? Esa pregunta me hice y la guía que llevaba en la mano no supo contestarme, sólo mencionaba que un Papa decidió colocarlo ahí.
Justo ahí, en el centro, al lado del obelisco te das cuenta de la amplitud de la plaza y recuerdas haberlo visto por televisión en las celebraciones más importantes repleta de gente y piensas en cuantos miles cabrán, cuantas personas agolpadas unas a otras habrán estado allí. Y sin quererlo se te va la vista a la ventana, sí,  esa que sacan siempre y que dicen que son los aposentos del Papa. Un escalofrío te recorre el cuerpo al pensar que estas tan cerca de una de las personas más influyentes en este mundo y en el otro.
Sigues andando hacia la basílica absorto en estos pensamientos cuando de pronto se te cae el alma al suelo. Una ingente masa de personas haciendo cola para entrar a la Iglesia te esta esperando mientras unos empleados del Vaticano observan y controlan que no entres con ropa inadecuada al lugar tan solemne al que te diriges.
La visita a la basílica de San Pedro lo dejaré para otro instante porque lo merece. Pero si he de decir que después de haberla visto y extasiado por la belleza y por el cansancio a partes iguales siendo sincero, me senté en una de las escalinatas de la plaza no sin antes comprar uno de esos paninis que vendían en esos puestos que tanto me chocó ver al entrar. Y así, entre bocado y bocado de un delicioso panini contemplé una vez más el espectáculo que es la plaza, con sus turistas, con su guardia vestida de amarillo, rojo y púrpura, con sus estatuas y columnas, con la basílica y con el obelisco por supuesto.
Bendito Bernini!

lunes, 10 de diciembre de 2012

Tracy Arm


Alaska es un sitio que parece tan lejano, incluso para los americanos, que nunca dirías que fueras a ir al menos una vez en tu vida. Yo soñé con ir desde que vi la serie Doctor en Alaska (Northern Exposure) y me enamoré de los personajes y de los paisajes de soledad extrema que se intuían.
Pues hace unos meses estuve allí, en la mítica tierra de los alces, los osos salvajes y el salmón.
Naturaleza en estado puro, mires donde mires te das cuenta de la grandiosidad de este planeta y de lo poco que sabemos de él.
Fui en un crucero, interesante opción para los que quieren adentrarse en esta parte del mundo donde los coches valen de poco ya que muchas de las ciudades de Alaska están aisladas por nieves perpetuas y sin posibilidad de unirlas por una simple carretera.
Lo más impresionante fue ver Tracy Arm, un fiordo de un azul muy intenso, un azul brillante, un azul que nunca había visto antes. Ese color es característico por la refracción de la luz en el agua. Y es realmente bonito.
En cuanto empiezas a ver trozos de hielo, primero pequeñitos como cubitos y luego enormes como coches, te va entrando una expectación enorme. La sensación de estar experimentando algo único. Eso unido al ambiente frío y lluvioso que había, con una neblina que hacia parecer todo como un sueño del que no quieres despertar hacia que todo pareciera maravillosamente poético. El agua pegandote en la cara y observando desde la proa del buque como avanzas inexorablemente hacia la lengua del fiordo. A los lados montañas llenas de cascadas del agua que se deshiela poco a poco y cae  al océano. Montañas donde puedes imaginar a los osos en libertad cazando, donde las cabras montesas saltan de risco en risco en busca de los brotes verdes de los que se alimentan. Ciervos que caminan sigilosos entren los árboles. Y tu deseando que el tiempo se detenga durante unos instantes para poder hacer una fotografía mental y recordarlo para siempre. Algo tan bello no puede quedarse en el olvido.
Y por fin se vislumbra la lengua. Una masa enorme de hielo azulado. Te quedas boquiabierto, admirado de las formas de los icebergs que se van desprendiendo del fiordo, formas curiosas que adopta el hielo al contacto con el agua, la erosión actúa y deja bloques de formas tan imperfectas que estan llenos de perfección. Y de pronto un ruido ensordecedor hace que la gente en el barco exclame, ¡mirad! Es otro inmenso pedazo de hielo que se desprende de la lengua, haciendo que el agua de alrededor ondule, moviendo los trozos ya desprendidos y en los que descansan miles de focas que ni se inmutan ya que se han acostumbrado a algo excepcional, algo que la mayoría de las personas jamás verán.
El frío se te mete en los huesos pero te da igual, sólo sigues ahí, parado en la proa, y ni los codazos de la gente que intenta hacerse hueco para fotografiarse y tener su recuerdo te evade del pensamiento de que ese momento es único, ese instante debe permanecer en tu memoria para siempre y ni pestañeas para no perderte ningún detalle.
Alaska tiene muchos instantes, pero sin duda el más bello y evocador fue el de ver el fiordo de Tracy Arm, será algo que no podré olvidar jamás.


domingo, 9 de diciembre de 2012

Fantasma


Siempre he creído que la vida no se acaba con la muerte, debe haber algo más.
No quiero entrar en creencias religiosas. Simplemente pienso que la vida no es como un libro cuando se acaba, que se cierra y punto. Se acabó. Creo más bien que nos vamos a otra dimensión como si dijéramos, a otro plano existencial.
Hace poco mi vida cambió radicalmente. De la noche a la mañana. Un cambio drástico y duro, un cambio que aún me cuesta aceptar. Sin embargo alguien vino para avisarme y no me percaté del asunto hasta que ya se hubo desencadenado todo.
Cierta mañana yo dormía aún. En  ese momento estaba solo en la cama, sólo en la habitación. De pronto noté que por la espalda alguien me tocaba, me pellizcaba. Y desperté. Al girarme vi que una niña estaba a mi lado. Era una niña totalmente desconocida para mi, incluso su vestido me hacia pensar que era alguien de otra época. Me incorporé e intenté cogerla. Di un zarpazo propio de un oso, para ahuyentarla más que nada porque tenía un miedo atroz. No por nada que demostrara ella, ya que no me pareció alguien que fuera a hacerme daño, ni que fuera ninguna amenaza para mi integridad física, simplemente me asusté por verla a mi lado. 
Al intentar asustarla con mi golpe al aire ella se movió hacia atrás, no noté que moviera las piernas más bien se deslizó un poco hacia atrás lo suficiente para que no llegara a tocarla. Y entonces grité, recuerdo que el grito salió de mi alma, no pude reprimirlo. Estaba muy asustado. Y de pronto ella se desvaneció. La niña que un momento antes me miraba a la cara ya no estaba. 
Por cierto, de la niña solo recuerdo su peinado, un pelo negro, oscuro y brillante. Liso. Y le llegaba hasta los hombros. No puedo recordar si su mirada era de tristeza o de alegría, no puedo recordar sus ojos. Pero lo que si recuerdo es que me miraba, atenta y fijamente. Recuerdo su vestido y me pareció uno que llevaría una chiquilla de hace unos 40 o 50 años. 
Ese día mi vida cambió, ese día creo que es el punto de inflexión de mi vida tal y como la conocía, tal y como la vivía. No fue por la niña, fueron otros acontecimientos. Pero la niña fue a avisarme, eso es lo que creo. La niña era mi ángel de la guarda, y yo no me di cuenta de que vino a advertirme.
No creo en las casualidades, como diría Einstein Dios no juega a los dados. Todo sucede por algo y estoy completamente seguro que el fantasma de la niña vino para velar por mi, pero no tuve el aplomo suficiente para escucharla. Para mirarla a los ojos y ver que era lo que quería decirme. El miedo pudo conmigo.
Una pregunta se asoma a mi mente, ¿quien era? Creo que no lo sabré hasta el día en el que me llegue la hora. 



martes, 4 de diciembre de 2012

Parque del Retiro de Madrid


Primavera en el Retiro.
Entramos por la puerta principal, la que está en la plaza de la Independencia. Observamos el arco mandado construir por Carlos III, la famosa Puerta de Alcalá. Y ya nos traslada a siglos anteriores cuando la corte paseaba por los jardines del Retiro y vislumbramos la importancia del lugar al que nos vamos a adentrar.
La brisa primaveral nos trae el olor de las flores al pasar por las puertas enrejadas. Y de golpe te das cuenta de que la pomposidad de antaño se ha transfigurado. Ahora te dan la bienvenida las gitanas con sus ramitos y su interés por decirte un futuro que nadie sabe.
Cientos de niños con sus bicicletas y patines, abuelos paseando y parejas jóvenes se mezclan. Escuchas de fondo la banda de música tocar y de vez en cuando te topas con artistas callejeros.
Y después de unos metros de incertidumbre por lo que te vas a encontrar ves el lago. Atestado de barcas  que con sus remos chapotean en el agua algo turbia.
Paseando por el lateral del lago te encuentras más artistas callejeros, espectáculos de guiñoles y videntes sacadas de los programas nocturnos de la tele. Un batiburrillo de gentes que no te deja aburrirte y extasiado por tanta gente de toda clase y condición nos sentamos en una terraza. Momento en el cual te dejas llevar por las conversaciones de las mesas de alrededor, distraído, sin tampoco prestarles demasiada atención y que acaban siendo murmullos ya que durante unos instantes te das cuenta de la belleza de los árboles que empiezan a poblarse de hojas, de la variedad de colores de las flores que te rodean, y el zumbido ocasional de un insecto que te saca de la ensoñacion y de tus pensamientos.
Y de pronto dices, ¿vamos a dar una vuelta? Porque te acabas de dar cuenta de que el Retiro guarda muchas sorpresas y rincones y por muchas veces que hayas ido siempre hay algo nuevo, siempre hay  algún detalle que te hace pensar, sí, el parque del Retiro es el paseo más bonito de Madrid.

lunes, 3 de diciembre de 2012

París


Llegar a los campos de Marte y ver la torre Eiffel en todo su esplendor desde la escalinata de la escuela militar es toda una delicia. Contemplar esa estructura hecha para un instante y que se quedará allí para la eternidad. Ni todas las ordas de turistas haciéndose fotos de todas las formas y posiciones posibles te quitan la ensoñacion de un París en el que los caballeros acompañaban a las damas por los jardines entre los pies de la torre.
Esa visión de la ciudad te cautiva, te conmueve.
Y al bajar la escalinata e ir acercándote compruebas lo enorme y grandioso que es. Todo el monumento en su conjunto. Y te imaginas al bueno de Gustave revisando cada remache, controlando cada detalle, cada pieza de este mecano gigante.
Y al llegar a los pies y mirar hacia arriba ver que pequeño eres, que pequeño es todo comparado con ese prodigio de la arquitectura.
La gente agolpada en las taquillas y entradas da una sensación de locura, una locura en la que no ayudan los vendedores ambulantes o la policía a caballo que da un toque "francés" con su vestuario.
Pero todo eso se desvanece al bajar la mirada desde lo alto y encontrarte con la de la mujer amada y besarla bajo la torre.
Ah! París, la ciudad de las luces, la ciudad del amor.