La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 26 de febrero de 2013

Sombras y enigmas

Dos momentos de mi vida unidos por el misterio.
Roswell, Nuevo México. En verano de 1947 algo pasa la estratosfera a toda velocidad e impacta en un rancho. El primero en llegar y ver los restos esparcidos por el suelo fue el granjero dueño de los terrenos. Este avisa a las autoridades extrañado por lo que encuentra. Rumores. Un platillo volante se ha chocado en suelo americano. Teoría. Fue un globo meteorológico. Posibilidad. Un globo espía del proyecto Mogul. Quien sabe lo que ocurrió pero esto, que vi relatado por primera vez en la serie Expediente X, me dejó pensativo. Curioso por el misterio y las conspiraciones. Yo, de adolescente, era un fan de Fox Mulder y su pelirroja compañera Dana Scully. Descubrí junto a ellos un mundo lleno de incógnitas, historias muchas de ellas fantasiosas pero basadas en hechos reales. Recorrí, disfrutando de sus aventuras, la geografia de ese pais lleno de casos sin resolver. La atmósfera me encantaba, bosques perdidos del norte, desiertos del sur, pueblos extraños, casas nada comunes, personas atípicas. The truth is out there rezaba un póster de la oficina de Mulder en el sótano del edificio del FBI en Washington. Y con ese lema como leit motiv me interesé por esos temas. Quizá llevado por el entusiasmo me puse en contacto por email con un tipo. No recuerdo como conseguí su dirección. Este hecho ocurrió hace mucho tiempo, cuando tener internet en las casas no era muy común. El caso es que escribí a este chico por un asunto. Él distribuía una cinta en la que se supone se veía la autopsia real de los extraterrestres que encontraron en Roswell y llevaron al Area 51. Curioso, como soy yo, le dije que estaba interesado. El video VHS vendría contra reembolso. Nunca llegó a mi casa. La grabación en realidad era falsa, un montaje que ahora se puede ver gratuitamente por la web. Entonces yo era un alma cándida y creía. Otro lema de los X-Files. Believe.
Así comenzó mi interés por todo lo inquietante y extraño.
Y este mundo en el que vivimos esta lleno de sombras y enigmas. Y el misterio es el nexo de unión con el momento más reciente.
Empezaré por el principio. Todo comenzó con una llamada.
El viernes me encontraba en la cama, leyendo. El reloj marcaba la una y media de la madrugada y estaba haciendo tiempo hasta que comenzara el partido de la NBA. Mis pensamientos vagaban por la historia que en esos momentos me tenía totalmente absorto cuando de pronto el móvil vibró. Extrañado miré la pantalla. ¿Por qué me llamaba mi ex a esa hora un viernes? Preocupado cogí el teléfono y pulsé el botón de aceptar la llamada. ¿Si? Dije. De fondo se escuchaba su voz, unas risas y jaleo. Estaba en un garito. A los pocos segundos colgué. Mi mente, humana y por ello defectuosa, pensó mal. ¿Por qué llama? Tres semanas antes ocurrió algo parecido. Su teléfono esta juguetón, acabé por pensar, desechando cualquier maldad. Sin embargo, me quedé algo desconcertado. Al poco empezó el partido y a alguna hora indeterminada de la madrugada me quedé dormido escuchando de fondo los comentarios de Daimiel. Esta llamada desencadenó una serie de hechos cual mariposa que bate sus alas en un parque de Lincoln, Nebraska, y provoca un tsunami en Kanazawa, en la prefectura de Ishikawa, Japón. La famosa teoría del caos y la imposibilidad de controlar todas las variables.
El sábado me levanté con pocas ganas de nada. A medio camino entre la apatia y la desidia. Y me dispuse a hacer algo de ejercicio y dejar que la adrenalina me subiera algo el ánimo. La música a todo volumen en mis cascos ayudó un poco. Pero aún así estaba raro. Esa llamada de la noche anterior me dejó algo trastocado. El domingo me desperté aún más vago y perezoso si cabe. Puse música y quise cantar. Algo que me anima bastante pero no funcionó esta vez. Inconscientemente jugaba con el móvil, pasando nombres en la agenda y casualmente vi uno. ¿Quien era? Allí estaba desde hacía mucho tiempo, en la M, antes de la N de Noe y después de la L de Laurita. ¿A quién correspondía ese nombre? No conseguía ponerle una cara y me dije, ¿por qué no escribir un mensaje y averiguarlo? Quería hablar de algo banal con alguien, una conversación trivial, sin decir mucho, simplemente pasar el rato. Y con un hola comencé la conversación. Yo no me acordaba de ella, pero ella estaba igual. La charla se basó en descubrir que lugar habíamos compartido para saber yo su nombre y número. Sentía curiosidad. Y fue como un juego de mostrar y contar. Aún así no conseguimos averiguar mucho. Y el suspense siguió pululando por mi mente.
Ayer por la noche estaba de nuevo en la cama, leyendo. Y un pensamiento se metió en mi cabeza. Me apetecía seguir indagando sobre esta historia y la escribí. Al rato contestó y charlamos. Esta vez fue como un cuento,  una fábula de los hermanos Grimm, quizá un relato de hadas mágicas. Yo escuchaba música mientras leía. Vangelis. Y siguió sonando durante toda la noche. Piano, flautas y violines creaban un ambiente irreal. La enigmática historia se tornaba por momentos más singular, ya que en un momento dado, no se como ni por qué, dije donde había nacido. Y, por caprichos de la vida, ella había visto la luz en las mismas salas en las que yo respiré por primera vez. Un hecho insólito. La clínica en cuestión no se sí tendría muchos nacimientos pero el dato es inquietante. ¿Qué probabilidades hay de que esto suceda?
Esta pequeña bailarina me había producido una extraña curiosidad pero ahora tenía toda mi atención. 
Sin duda el cuento o la fábula, como queramos llamarlo, es digno de mencionarse. Pasé un par de horas muy divertidas y me sorprendí riendo por primera vez en mucho tiempo. Pero una vez más mi mente maliciosa cogió el timón. Y esta mañana me he despertado con la sensación de haber estado hablando con un fantasma. Eso es lo que es, un espejismo, una visión vaporosa. Es como un reo que está en su celda y ve pasar a la mujer de otro preso al que va a visitar. Él intuye la figura a través de los barrotes, huele su perfume, siente la respiración al pasar. Intenta capturar ese momento en su mente. Pero desaparece. Se desvanece rápidamente. 
El cuento de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen se ha transformado en un relato de fantasmas de Charles Dickens.
Pelin melodramático. Puede ser. Lo que es seguro es que sí pasan otros 12 años sin volver a saber de esta persona me acordaré de quien es. Vaya que sí lo haré. 
"Según vamos adquiriendo conocimiento, las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas." Albert Schweitzer.

sábado, 23 de febrero de 2013

¿Qué estarías dispuesto a hacer por amor?

A pocas horas de los Oscar y de saber cual es la película del año voy a contar un momento que he repetido varias veces.
Ya he mencionado aquí mi amor por el cine y mi pequeña aventura al intentar introducirme en el mundo del séptimo arte. Hoy, sin embargo, hablaré de algo más pueril, la gala de premios de cine más famosa y con más glamour, el lugar donde un tipo como yo querría estar al menos una vez en su vida.
¿Cómo vivía yo ese momento?
Los premios siempre han sido el domingo de madrugada por temas de cambio de horario con Los Angeles. Desde unos días antes ya montaba mi propia semana del cine y cada noche veía una película a modo de un festival propio, un Sundance casero podríamos decir. No ponía cualquiera, visionaba alguna que tuviera algo especial, alguna que me hubiera llamado la atención por algo. El viernes o el sábado me iba al cine y procuraba comprar una entrada para alguna pelicula que estuviera nominada, y así prepararme para el domingo. La misma tarde de la gala solían poner alguna en la televisión relacionada con los premios del año anterior y por supuesto me sentaba en el suelo del salón y la disfrutaba con nervios. Si, me ponía nervioso como sí fuera yo uno de los nominados y pudiera ganar la preciada estatuilla.
Y por la noche, a eso de las 12, conectaban en directo por el plus. En mi casa no estábamos abonados pero mis vecinos si y por temas de conexión, desde una tele con antena de cuernos, se cogía la señal. En cuanto colocabas la antena de cierta forma se veía genial. Me encerraba en mi cuarto, apagaba la luz y me sentaba en el sofá que tenía. Al mismo tiempo, quizá a la una de la mañana, ponía la radio. En la Ser radiaban la gala y me encantaban los reportajes y comentarios que hacían. Tanto era así que grababa las 5 horas de programa en cintas de cassette que aún conservo por algún sitio.
Al ver la alfombra roja y la entrada al teatro con las estatuillas gigantes se me erizaba el pelo. Una sensación de desear estar allí y recorrer ese tramo con los flashes de millones de camaras centelleando ante tus ojos, medio mundo pendiente de cada gesto y sentirte en la cima al ser vitoreado por la multitud. Soñaba despierto. Vanidad en estado puro. Pero no era sólo eso. Cada película, cada actor, cada director tienen su historia personal. Historias de superación, batallas de una guerra. Eso es lo que me emociona, la creatividad. La genialidad de gente como James Cameron, que creó una cápsula submarina especial para filmar escenas reales del Titanic. Actores como Tom Hanks, que adelgazó tanto para Philadelphia que su vida incluso corrió peligro. Se ingenió un sistema en Apollo XIII para simular la ingravidez en el espacio, un avión especial se lanzaba en picado desde mucha altura y así se pudieron rodar las escenas en las que Tom Hanks juega con bolitas de líquido flotantes. Stallone estuvo nominado a dos Oscar por su guión y la interpretación de Rocky, por ser cabezota ya que pidió expresamente ser él mismo el protagonista de "su película" rechazando cualquier oferta que no le tuviera en cuenta como actor principal.
Todos estos hechos son los que emocionan al ver a los protagonistas sentados en sus butacas esperando ser nombrados como ganadores. Cada rodaje tiene un mundo detrás y muchas veces ni nos enteramos. Harrison Ford era un carpintero que trabajaba arreglando el plató de un rodaje cuando Lucas se fijó en él y lo convirtió en Han Solo. Marlon Brando para el casting de Vito Corleone se colocó dos trozos de naranja en la boca y así consiguió darle al personaje ese cariz y personalidad que le daría un Oscar por El Padrino.
La genialidad de la gente, eso es lo que me asombra y emociona. La creatividad. La originalidad.
Y hacia mucho tiempo que no realizaba mi ritual de ir a ver una película el fin de semana de los premios, y hoy he visto algo que me ha hecho darme cuenta de por qué adoro el cine.
Django es sublime. Una vez más Tarantino nos adentra en el mundo de la venganza y el amor. Visualmente es magistral, con un colorido propio de los western italianos de Corbucci o Leone a los que sin duda rinde culto. Distintas tonalidades de marrón. Ese ocre polvoriento, ese caoba de la madera de edificios y carromatos, el color chocolate oscuro del barro. La sangre toma un tono aborgoñado. Esa devoción que Quentin tiene hacia el spaghetti western se hace patente dándole un pequeño cameo a Franco Nero, el otro Django.
Pero lo que mejor hace este genio del cine es escribir unos guiones increíbles. Los diálogos están llenos de un humor ácido, incluso te ríes en algunos momentos con un tema tan escabroso como la esclavitud en la América antes de la guerra civil.
La forma de expresarse es, con mucho, la más original que he visto.
Un tema a parte es la música. Excepcional en cualquier película suya. No sólo por la música en sí, sino porque sabe meterla en el momento adecuado y escoger la escena idónea para esa canción.
Pero lo realmente importante en el cine es que te haga sentir, que lo que te estén contando llegue a ti y te golpee en plena cara y te haga preguntarte ciertas cosas. Que no te deje indiferente.
Mientras estaba sentado en la butaca viendo como ese vengador negro iba en busca de su amada pegando tiros a todo el que se le ponía por delante me preguntaba, ¿qué estaría dispuesto a hacer yo por amor?¿sería capaz de ser también una especie de Sigfrido, una versión moderna de la leyenda alemana? Mi respuesta es rotunda, sí. Siempre he luchado por mis ideales y por el triunfo del amor. Romántico empedernido, seguramente. Otra cosa es que haya fracasado en el intento. Pero cualquiera que haya tenido éxito te dirá que lo ha tenido porque antes ha fracasado muchas veces. Como dice el tema principal de Django, after the showers is the sun. Will be shining...Django, you must go on.

lunes, 18 de febrero de 2013

Honolulu

Mi llegada a la isla de Oahu fue extraña. Debido al cambio de horario, llegaba a Hawaii desde Seattle y a que en las islas anochece muy pronto, mi sensación al pisar el aeropuerto de Honolulu fue de lo más rara. El equipaje tardó en salir y después de una hora de espera por problemas en la cinta transportadora me dispuse a coger un taxi. Y en el camino hasta la parada me di cuenta de que estaba en otro mundo. La humedad era increíble. La sensación de calor agobiante, sobre todo porque en Seattle hacia un frío de mil demonios, te daba la bienvenida a la isla situada en medio del pacífico. Y entonces me fijé en la gente. Enorme. Los hawaianos son muy, pero que muy grandes. De pronto sonreí, veía a la gente con el típico collar de flores, el lei. Algo tan de allí me hizo olvidar el cansancio y mi mentalidad fue otra. Desear empaparme desde ese primer momento de la cultura polinésica. Sin embargo al coger el taxi mi semblante cambió, ¡estaba lloviendo! Iba a Hawaii para disfrutar de la playa y me topaba con la lluvia. No me lo podía creer.
Mi hotel, uno de los dos en los que estuve, se encontraba en Waikiki Beach. El trayecto desde el aeropuerto fue un poco decepcionante. Quizá por estar lloviendo, pero al bajar del taxi me quedé con la boca abierta. Me encontraba delante de un hotel curioso, lleno de detalles y adornos hawaianos. En la entrada un hombre me saludó con un aloha y desde ese mismo instante me relajé y disfruté. Para mi era un sueño estar allí y mi cara debía de delatarme porque el botones que se ofreció a coger mi maleta me miró sonriendo y me guiñó un ojo diciéndome en un inglés con marcado acento. ¿Bonito eh?
La habitación que me dieron era bastante buena para el precio por el que había hecho la reserva. Una habitación con un pequeño jardincito que daba a la piscina. Y al salir a contemplarla ya supe a ciencia cierta que estaba allí, en Hawaii. Un hombre cantaba canciones polinesias mientras la gente cenaba rodeada de antorchas junto a la piscina. Realmente encantador.
Era tarde y estaba agotado así que fui a dar una vuelta y ver si encontraba un sitio abierto para comprar algo de cenar y tomarlo en el el jardín de la habitación.
Cuando uno espera algo con muchas ganas crea unas expectativas difíciles de cumplir y esa primera inspección de los alrededores del hotel no me causaron gran impresión. Lo que al día siguiente descubrí me llevaría a pensar que mi primer acercamiento fue una visión erronea o simplemente que cogi el camino malo, porque Waikiki Beach es un lugar alucinante.
Por la mañana, al despertar y abrir las cortinas vi el cielo azul y eso me hizo correr a la maleta y sacar el bañador deseando disfrutar de mi primer día en las playas surferas más famosas del mundo entero. Después de estar un rato en la piscina recorrí la playa. ¿Cómo describirla? Es distinta. El agua es en algunas zonas muy clara, se ven los peces pequeñitos nadando entre las rocas y los ves porque hay un tramo en la que la playa es testimonial. Son playas creadas por los propios hoteles pero es un paseo muy bonito, mirando al fondo la montaña volcánica que domina la isla y desviando una y otra vez la mirada al horizonte viendo a los surfistas montando en las olas y deslizandose hasta caerse.
Volví al hotel a comer en un restaurante frente del mar. Pedí una hamburguesa estilo hawaiano con piña, que la meten en todos lados, y no miento. Hasta en la coca cola me han llegado a poner un trozo en vez del limón típico. Mientras esperaba la comida me sentí en el paraíso. Tengo ese recuerdo en mi mente ahora, viendo por la ventana el invierno gris y plomizo de Madrid deseando estar allí, escuchando el mar y viendo ese azul del cielo tan intenso, tan azul.
Pero si por el día Waikiki Beach es alucinante, al anochecer es increíble. Miles de antorchas encendidas llenan las calles del barrio turístico por excelencia de Honolulu. ¿Cómo no lo vi la noche anterior? Inexplicable.
Siguiendo la senda de antorchas fui a parar a la avenida principal. Llena de tiendas de lujo, restaurantes japoneses, centros comerciales, hoteles, y gente. Mucha gente. Y mayoría de japoneses, nunca supuse que habría tantos. Con las manos llenas de bolsas de Gucci, Armani, Dior... Y al cuello la cámara de fotos tapada por el lei de turno que te venden en los supermercados por un dólar pero que sí los quieres de flores naturales te cuestan 20. Esta calle me impresionó. El ambiente es único. Una de las noches andaba mirando escaparates y escuché una sirena, era el camión de bomberos. Nada especial me dije, pero al verlo pasar aluciné, en uno de los laterales, junto a la manguera, llevaba una tabla de surf. Hawaii es, como digo, único. Y hay que estar allí para comprobarlo. Pasear por el mercadillo de productos naturales, donde miles de aromas deleitan los sentidos. Caminar entre la gente admirando a los artistas callejeros, algunos con más destreza que otros. Dejarte caer por el laberinto de puestos del mercadillo de souvenirs, en el que chinos y hawaianos compiten por venderte la cosa más estrafalaria posible. Llegar hasta la estatua del Gran Kahuna, de nombre hawaiano impronunciable, inventor del surf moderno y que veneran poniéndole multitud de leis por el cuello. Esta avenida está llena de vida, y a cada paso que das descubres que estás perdidamente enamorado de este lugar.
Pero Hawaii no sólo es sol y playa, tiendas y restaurantes. Oahu es un lugar fundamental en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Pearl Harbor es historia. La bahía de Pearl esta llena de sueños incumplidos. Deseos de toda aquella gente que murió en el bombardeo de los japoneses un día de Diciembre de 1941. Un día, que como dijo Roosevelt en su famoso discurso, vivirá en la infamia. Allí, surcando las aguas de la bahía, te das cuenta que hasta el paraíso más maravilloso puede tornarse en un infierno cruel y devastador. Mientras me dirigía en un pequeño barco hacia el Arizona Memorial, el lugar en el que reposa el famoso destructor, pensé en la voracidad del hombre y deseé, por un instante, no haberme acercado hasta ese histórico lugar. Ese sentimiento pasó al mirar a lo lejos, al horizonte, y ver el contraste de los dos azules más bonitos del mundo, el del cielo y el mar de Hawaii.

jueves, 14 de febrero de 2013

Relatividad

Hoy es el día más indicado para hablar de este tema.
Newton hace algo más de 300 años demostró la ley de la gravitación universal. ¿En qué consiste? Básicamente lo que demuestra es que dos cuerpos sienten una atracción mutua que depende de su masa y de la distancia que los separa. De esta atracción dijo que era una fuerza que ejercian los cuerpos con masa el uno sobre el otro. Esta ley presenta algunos problemas que 200 años mas tarde Einstein solucionó. Surgió la teoria de la relatividad. El fisico alemán dijo que esa atracción no era una fuerza en sí, sino una consecuencia ya que la masa de los cuerpos generaba una curvatura del espacio-tiempo. Es decir, en pocas palabras, el tiempo es relativo. No existe un tiempo absoluto. Lo explicaré con un ejemplo muy famoso, la paradoja de los gemelos. Bien, uno de los gemelos hace un viaje espacial subido en una nave que vuela cercana a la velocidad de la luz. A la vuelta de su paseo estelar se encuentra con su gemelo que se ha quedado en la Tierra. El hermano viajero nota que es más joven que su gemelo, que ha envejecido más rápidamente. Cada persona posee su propia medida del tiempo que dependerá de donde se encuentre y de como se mueva.
¿4 meses es mucho o es poco? Esa es la pregunta que me hago. Y la respuesta me la ha dado Einstein,  depende. ¿Dónde me encuentro?¿Avanzo o estoy quieto, agazapado?
Aquí encuentro dos posibles caminos para contestar a ambas cuestiones. La positiva o la negativa.
Hace un par de noches veía en la tele los Simpsons. Pusieron un episodio en el que hablaban de forma irónica sobre un libro. El secreto. Y me entró curiosidad. Es un libro basado en una filosofía llamada nuevo pensamiento y lo que nos viene a contar la autora es que la mentalidad con que afrontamos la vida es determinante para conseguir o no nuestras metas. Los pensamientos positivos atraen sucesos positivos en nuestra vida. Parecen cuentos de charlatanes del siglo XIX pero pensemos en ello por un instante. Por ejemplo, los médicos lo han hecho desde hace mucho tiempo, el efecto placebo. Pensar que estas siendo tratado y curado de una posible enfermedad cuando en realidad es todo un engaño. Los pensamientos son positivos y eso atrae una mejoría en nuestro organismo. Nos sentimos mucho mejor. En una entrevista de trabajo tendremos más posibilidades de conseguir el empleo si vamos seguros de nosotros mismos. La mentalidad positiva parece funcionar. Cuando emprendemos cualquier negocio es lógico pensar que todo saldrá bien, confianza plena en las posibilidades.
Lo que cuenta este libro no es nada que se escape al sentido común. ¿Por qué ha tenido tanto éxito? Seguramente la autora se pasó el día pensando positivamente en las ventas de su best-seller.
Por otro lado tenemos la negatividad. Las leyes de Murphy y su lema, si hay alguna posibilidad de que algo salga mal lo hará. Y la ley de Finagle sobre la negatividad, si algo puede ir mal irá mal en el peor momento posible. Desde luego pensar de esta forma es una manera de prevenir los posibles inconvenientes que pueden surgir en la vida. Son teorías que recomiendan no mantenerse al margen y  simplemente pensar que todo saldrá bien por el mero hecho de pensarlo y lanzar nuestro buen rollito al universo a ver si alguien nos devuelve algo.
¿Con cuál me quedo? Con ambas. Siempre he sido precavido y he buscado soluciones para las posibles contingencias. Pero lo del pensamiento positivo tiene sentido. Estoy leyendo el libro y tiene mucha paja pero el mensaje me parece válido. Lo semejante atrae a lo semejante y por lo tanto los pensamientos positivos atraen positividad a tu vida. La ley de la atracción. Newton no podría haber estado más de acuerdo.
Y todo esto por un episodio de los Simpsons. Como diría Homer, la televisión tiene soluciones para todo.
Y contestando a mi pregunta de si cuatro meses es mucho o no citaré la ley de Hofstadter, "siempre lleva más tiempo del esperado incluso teniendo en cuenta la ley de Hofstadter."
Pensamientos positivos, pensamientos positivos, pensamientos positivos.....

domingo, 10 de febrero de 2013

El Loto Blanco

Pai Mei espera en lo alto de una colina a que su alumna suba por las escaleras que la conducen hasta él. Está sentado a las puertas de un monasterio. Tranquilo, meditando. Su alumna se presenta con una reverencia.
Esta escena de Kill Bill Vol.2 es algo a lo que me estoy enfrentando yo ahora.
Yo soy ese alumno que se postra ante su maestro. A diferencia de Beatrix Kiddo, yo tengo muchos maestros. No obstante la tarea sigue siendo complicada. En breve saldré a dar mis primeros pasos en el Parkour. Me encerraré en el monasterio el tiempo que haga falta para aprender y mejorar mi técnica.
Pai Mei más conocido como el Loto Blanco es un personaje basado en un monje real. Un monje que vivió durante la dinastía Qing llamado Bai Mei lo que se podría traducir por cejas blancas. Este hombre aprendió las artes marciales en el templo Shaolin de Henan. Según algunas leyendas fue una de las 5 personas que unicamente sobrevivieron a la destrucción del monasterio Shaolin de Fujian a manos de los manchues en 1768. Algunas de estas leyendas le achacan a él ser el cabecilla que originó la revuelta que llevo al monasterio a las cenizas. Pasando por alto quien fue el que empezó el desastre lo cierto es que sobrevivió a el y fue el creador de un estilo propio de Kung Fu que fue enseñando a sus discípulos y que ha llegado hasta nuestros días. Zhang Lichuan y Fai Yun fueron los dos primeros discípulos de "cejas blancas". Fueron a la montaña de Emei, donde estaba recluido el monje, y aprendieron durante 8 años la forma de luchar que tenía Bai Mei. Lichuan fue el promotor de estas enseñanzas llevándolas por toda China e incluso le puso nombre en honor a su maestro. A partir de entonces a este estilo de Kung Fu se le llamará Pak Mei. (Nombre cantonés de Bai Mei)
Volviendo a nuestro personaje ficticio, Pai Mei somete a un cruel tutelaje a su alumna, Beatrix Kiddo también conocida como la mamba negra. Le enseña con dureza y disciplina y ésta no huye de la responsabilidad que le ha sido conferida, aprender el noble arte del Kung Fu en el estilo de la garra del águila. Aguanta toda clase de penalidades hasta dominar los movimientos e incluso el Loto Blanco le hace poseedora de un conocimiento muy especial, el golpe de 5 puntos de presión que revienta el corazón, la técnica más temible de Pai Mei.
Mi aprendizaje será desde cero, mi mente es un continente vacío. En un par de meses, desde que me propuse este reto he ganado en fuerza y agilidad. Mi potencia de salto se ha incrementado y mi velocidad de piernas está aumentando. Conociéndome, mi principal lucha será no rendirme, no abandonar al primer síntoma de no mejoría. Recuerdo, cuando era un crio, que mi abuelo me enseñó a montar en bici. Yo era un niño poco paciente y cada vez que no me mantenía sobre las dos ruedas y perdía el equilibrio me enfadaba y dejaba la bici tirada en el suelo muy enojado. Mi abuelo con su infinita sabiduría supo manejar la situación y al final logré aprender. Con los años no he mejorado en ese aspecto y sigo siendo bastante impaciente sin embargo he de mantener la calma. ¿Lo lograré? Quien sabe. Por ahora no he dejado mi entrenamiento previo, enseñando a mi cuerpo que puede realizar algunos movimientos básicos. Algunos días acabo extenuado pero es el precio que hay que pagar. Sin duda me daré algunos batacazos, me caeré. Lo interesante es ver si me levantaré después de cada caída. Yo mismo estoy expectante ante lo que pueda lograr hacer. Soy un misterio hasta para mi mismo. Y desde luego eso es lo bonito de esta empresa que me propongo comenzar. Conocerme algo mejor y llevarme hasta el límite. ¿Cuanto puedo soportar?
Al principio de su instrucción, Beatrix ni se imaginaba que podría dar un golpe tan certero y potente como para romper un tablón de madera a pocos centímetros de su mano. Es ficción, estamos de acuerdo, pero la historia está llena de gente que ha conseguido logros increíbles. Simplemente hay que creer en las posibilidades de uno mismo. Pensar que se puede hacer y materializar ese pensamiento. Hacer que suceda.
No entiendo demasiado sobre la filosofía Zen, en realidad no se nada. Pero os dejaré con una frases que decía Bruce Lee, conocido maestro de Kung Fu y gran divulgador de esta filosofía. Contaba, en una entrevista que lei hace tiempo, que cualquier tipo de conocimiento se convierte automáticamente en conocimiento de uno mismo. No se trata de aprender unos movimientos sino de conseguir expresarse uno mismo con ellos. Y esto es una cosa realmente complicada. Y en mi opinión es cierto. Enfrentarse a una hoja en blanco y escribir, pintar un cuadro de la nada, crear música o realizar unos movimientos que expresen lo que eres es muy complicado. Te enfrentas a ti mismo.
Y para ello, Bruce daba un consejo. Decía que fuéramos como el agua. Que no tuviéramos una forma concreta. La naturaleza del agua hace que sí se vierte sobre una taza se convierte en ésta, si la metemos en una botella adapta su forma, si la echamos en una tetera se transforma en tetera. El agua fluye o golpea. Ese es el secreto, la adaptación al medio. Ser como el agua. Convertirse en ella.
Y eso, amigos míos, es lo que me propongo hacer.

lunes, 4 de febrero de 2013

San Francisco

Tumbado sobre la hierba de un parque miraba el cielo. Nubes blanquecinas formaban figuras algodonosas y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Era un lugar precioso, tenía una sensación de absoluta paz. Era un instante en el que disfrutaba de aquel lugar tan espléndido. Me incorporé y me quedé sentado observando. La altura de la colina me permitía ver toda la ciudad. Era una vista maravillosa. Me encontraba en el barrio de Alamo Square, en un parque justo en frente de lo que allí llaman las "painted ladies". Una hilera de casas de estilo victoriano que me eran familiares desde que de chaval veía una serie en la tele cuyo título original es Full House y aquí se tradujo como padres forzosos.
Escuchando el susurro que hacia la brisa atravesando las ramas de los árboles veía a lo lejos la bahía de San Francisco, una ciudad maravillosa. Un lugar que no esperaba que me gustara tanto.
Hoy es un buen día para escribir sobre esta ciudad. Ayer fue la Super Bowl y aunque los 49ers perdieron me hicieron recordar esa semana que estuve allí.
Lo primero que te sorprende al llegar es el maldito frío que hace en Agosto. Uno asocia California con playas, sol, surf, en definitiva calor. Salí de Madrid con 40 grados, llevando unas bermudas, y llegué a la ciudad de la bahía por la tarde con unos 10 grados. Alguien dijo que el invierno más frio que había pasado era un verano en San Francisco, y no le faltaba razón. No llevaba nada de abrigo en mi maleta, error por mi parte, y en cuanto abrieron las tiendas a la mañana siguiente me compré una cazadora. Una vez abrigado ya estaba en disposición de apreciar cada rincón de la metrópoli de las míticas colinas. ¿Y qué mejor forma que con el tranvía de cable? Es algo genial, de verdad que sí. A pesar de estar masificado en algunos momentos del día por los miles de turistas que llenan San Francisco es un viaje espectacular. Mi hotel estaba justo al lado de donde hacen el cambio de sentido los tranvías y cada día  podía ver esa escena tan curiosa y descubrir como los propios conductores giran el vagón. Una vez dentro quizá se esfume algo de glamour al estar todos apiñados en tan poco espacio pero como me saqué un abono de una semana me harté de subir y en algunas horas del día vas realmente cómodo y disfrutas del recorrido.
Hubo algo para lo que sí había planeado una visita y fue para ir a Alcatraz. La roca es la cárcel por excelencia. El lugar es impresionante, no ya por verlo por dentro sino por estar situado donde está. Es una isla a unas tres millas de la costa. Su perfil es reconocible para todo aquel amante del cine. Pasé toda una mañana recorriendo sus pasillos, escuchando historias de bandidos y fugas, historias de gánsters, historias que me atraen sobremanera. El lugar a veces es sombrío y lúgubre. Infunde respeto. En una ocasión vi un documental sobre unos tipos que buscaban alteraciones magnéticas allí, pensando que podrían ser los espíritus de los encarcelados. Estando en algunas celdas piensas que es posible que algo se puede haber quedado ahí dentro. Me encantó esa visita.
Paseando me encontré con una zona donde hay varios puestos de comida en la misma calle donde se pueden comer patas de cangrejo y algo que no había probado nunca. Una especie de crema de marisco servida dentro de un pan que se llama sourdough bread. Es un lugar con encanto, los puestos están hasta arriba de gente cascando patas y saboreando la curiosa crema. Esta calle está llena de restaurantes de toda clase, desde italianos pequeñitos con mesitas minúsculas pasando por bistrots franceses de precios discutibles.
Para pasear hay un lugar especial, otro gran descubrimiento inesperado. Un lugar llamado Fisherman's Wharf. Está situado en un muelle y es encantador, lleno de tiendas originales, y una en especial, una de adornos navideños. Es preciosa. Un lugar para detenerse durante un rato mirando las miles de cosas que tienen dentro. Hay varios restaurantes también y fue aquí, en uno decorado con estilo surfero cuyas mesas son tablas, donde probé los mejores nachos con queso de mi vida.
Andar por el paseo que bordea los muelles es una gozada, miles de gaviotas sobrevuelan sobre tu cabeza y escuchas sus graznidos. El viento te lleva casi en volandas y te trae ese aroma marino que tanto me gusta. Uno de los días llegué hasta Ghirardelli Square, una plaza que coge el nombre de la famosa tienda de chocolates. ¡Dios, qué pinta tenía todo! Al entrar un chica amablemente me ofreció un pedacito, una trampa, ya no podrás salir sin comprar algo o tomarte un helado. ¡Qué goloso soy!
Voy a terminar como acabó mi viaje, yendo a ver el conocidísimo Golden Gate. Ese día fue un poco triste porque cometí un pequeño error, dejar para la última tarde la visión de este maravilloso puente. No caí en la cuenta de que San Francisco es conocido por su famosa niebla. Al llegar al pie del puente rojo me di cuenta, mirando hacia arriba, que no se veía. Al menos pude recorrerlo durante un rato y prometerme que tendría que volver a esta ciudad. Sin ninguna duda volveré. Mantendré mi promesa.
Me dejo varias cosas por contar, como la mañana en chinatown, o el paseo por Union Square y sus tiendas, deambular por los barrios de casas victorianas observando a la gente en sus quehaceres diarios, caminar por un parque de estilo japonés o admirar el rascacielos de forma piramidal. Pero mejor que os lo cuente es ir allí y verlo. Yo pienso repetir, esta vez con una chaqueta en la maleta, por supuesto.

domingo, 3 de febrero de 2013

Joaquín Sabina

Un recuerdo se ha asomado a mi mente hace un momento.
Un verano,  hace unos cuantos añitos, mis hermanos se fueron a un pueblecito de Inglaterra durante un par de semanas a aprender un poco de inglés. En la academia en la que estudiábamos hacían como una suerte de intercambio. Algunos alumnos iban allí alojándose en casas de gente autóctona, y los niños ingleses se venían para Madrid. A mi la idea de meterme en una casa de extraños no me apetecía para nada. Mis padres me insistieron bastante para que fuera, incluso me dijeron que sí no iba tendría que trabajar con mi tío en un bar. Una amenaza con la que pensaron que claudicaría de mi cabezonería. Pero no hubo forma. Así qué ese verano estuve trabajando de camarero durante tres semanas.
Duro. Muy duro para un chaval de 16 años que sólo pensaba en divertirse en sus vacaciones estivales. Pero había que tirar para adelante con mi decisión.
Me levantaba a la 6 de la mañana e iba a casa de mi tío para que me llevara. Ese instante era difícil, nunca antes había salido de casa tan temprano y ¡el mundo a esas horas parecía tan vacío! La soledad de esos momentos llamando al telefonillo de mi tio me llamó la atención. Sin embargo todo cambiaba una hora más tarde, cuando abríamos el bar. Un movimiento asombroso surgía, de la nada, alrededor nuestro. El panadero llegaba con los churros, porras y demás bollería para los desayunos. Y como sí la gente estuviera esperando agazapada y escondida en los soportales, observando, aparecían  de pronto. Cafés, cafés y más cafés. Mi primer día fue una locura, esas primeras dos horas. La gente quizá no se da cuenta, pero el café de antes de entrar al trabajo se lo toman de muy mal humor y hay que lidiar con eso. Ese día, bien es cierto, yo me mantuve a la expectativa. Mi cometido era tan sólo calentar la leche con el manguito del vapor y servir la bollería. Mi tío me dijo, observa que mañana tu tendrás que hacerlo. Y observé. Las caras de la gente, somnolientas, eran todo un poema. Pedían el desayuno con desgana, casi por obligación. Algunos se tomaban el café de un sorbo y se iban corriendo, otros en cambio, como sí no quisieran empezar su jornada jugueteaban con los posos hasta que con una mueca de disgusto miraban el reloj y pagaban tirando la monedas en la barra. Al ver ese panorama mi primer día me dije, jamás trabajaré en una oficina.
Pasadas las 9 de la mañana hubo un pequeño respiro, tiempo que utilizamos para ir a la compra y dejar todo preparado para más tarde.
El café de media mañana era distinto. La gente más tranquila y pausada degustaba su zumo, su café y su bollo con una devoción que te entraban ganas de sentarte a su lado y decir, ¡tío, ponme un zumito!¡y un par de porras!
Había muchos ratos muertos en los que no sabía que hacer y yo, iluso de mi, me metía las manos en los bolsillos del pantalón a esperar a un nuevo cliente. Claro, mi tío me miró ese primer día y al verme así movió la cabeza con gesto disconforme y me dijo ¡anda, ve y coloca la terraza! Eran las 12:30 y como sí fuera algún ritual extraño mi tío a esa hora ponía siempre en el equipo de música a Joaquín Sabina. Y yo mientras iba y venía colocando sillas y mesas, escuchaba las canciones. Siempre la misma cinta, las mismas letras. Cada día de las tres semanas que estuve allí. Se me metió en la mente.
Para la hora de las comidas teníamos una cocinera. Una señora de unos 50 con la que me llevé muy bien y que me trataba como sí fuera su pequeño vástago. Era buena gente y me hablaba mucho. La cogí cariño. Me hacia de comer lo que yo quisiera y eso me ganó el corazón.
Yo sacaba platos y los recogía. Era el momento más mecánico del día, el mismo cometido. El negocio funcionaba bien y teníamos bastante clientela. Y mientras pasabas esos ratos de apuro, por las prisas, el tiempo corría. Yo deseaba que así fuera, que mi turno acabara de una maldita vez.
Y el primer día, al llegar las 4 de la tarde ya no sentía ni mi alma. Estaba agotado. Extenuado, me fui a casa y al llegar me tiré en el sofá hasta que mi madre me hizo la cena. Y enseguida me encontraba en la cama esperando un nuevo día. Era lo que peor llevaba, el tener que acostarme pronto en verano. Escuchaba a los niños jugando en la calle por la noche y yo intentando no pensar que al día siguiente a las 6 me sonaba el despertador.
Ahora recuerdo esos días y pienso, no estuvo mal. En esos momentos era odioso pero sinceramente aprendí mucho de la gente. Su forma de comportarse, su forma de hablar, sus manías. Me volví más observador. Tampoco nos vamos a engañar, acabé hasta el gorro de los malditos cafés y en agosto cuando estaba en la playa ni me acordaba de la cafetera del diablo. Pero si que a eso de la una de la tarde me entraba el gusanillo y decía, me apetece escuchar una de Sabina.