La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Dia 9: El vestido rojo.

Paseábamos por el centro comercial mirando distraídamente escaparates cuando ella me propuso un juego, ¿te atreves a probarte lo que yo elija y te hago una foto?
Al principio la miré extrañado, me sorprendió la mera sugerencia de ese peculiar pasatiempo, aún así me dejé convencer. Muy bien, pero yo también escojo algo para que te pongas tu. Contesté, algo incrédulo. ¿Hacia dónde nos podía llevar todo aquello?
Unos minutos más tarde no paraba de pensar en otra cosa, una pregunta martilleaba mi cabeza insistentemente, ¿cómo le quedaría ese sugerente vestido que el insulso maniquí portaba con tan poca gracia?
Ella entró en la tienda y recorrió las hileras de ropa observando cada prenda, de momento nada le llamaba la atención. Sin embargo, yo no podía quitar mis ojos de su precioso cuerpo sopesando si prefería el vestido o una faldita corta. Ya que estamos, ¿se atrevería a enseñarme sus piernas? Al final me decanté por lo que creí que sería lo más sexy y escogí la talla. Quiero que te pruebes esto, sugerí, tendiéndole la percha que portaba el vestido rojo que me había hecho soñar unos segundos antes. Ella sonrió, ¿estas seguro de que quieres esto y no alguna otra cosa? Ah, ¡Y no vale ropa interior! Si, me encantaría verte con el puesto. Sonreía mientras cogía el vestido. ¿Sería capaz? Me preguntaba. Muy bien, pero luego te elijo yo a ti algo. Vale, respondí. 
Nos dirigimos a los probadores. Había unos ocho o diez compartimentos, unos enfrentados a los otros. La mayoría estaban vacíos. Escogió uno que estaba al final del pasillo, entró y corrió la cortina. Yo esperé fuera, apoyado en la pared. En ese instante miré el reloj extrañado por la poca gente que había, normalmente esta tienda está más llena que el metro en hora punta. Al desviar la mirada hacia mi brazo para comprobar el reloj me di cuenta de que podía verla a través de la cortina, una fina rendija me permitía ver como se quitaba los vaqueros. Era más bonita de lo que podía imaginar, su piel era blanca y estaba plagada de miles de lunares y pequitas diseminados aquí y allá. Unos segundos después se quitó la camiseta beige que había contemplado durante la comida, aquella que entre sorbo y sorbo de mi coca cola había decidido que le quedaba tan bien que hacia que su cara resplandeciera con un brillo casi mágico. Así que allí estaba, colocándose el pelo rizado mientras se miraba en el espejo gigante, con unos calcetines de Hello Kitty, unas braguitas verdes y un feo sujetador, todo hay que decirlo, pero que mostraba un pecho imponente. Acto seguido se puso el vestido y sin tiempo para recomponerme de esa angelical visión descorrió la cortina y preguntó sonriente, ¿te gusta? Mi cara debía ser un poema, seguro. Embobado aún, asentí con la cabeza. Ella giró 360 grados, interrogándome de nuevo con la mirada. Estas preciosa, logré decir. Entonces se metió de nuevo en el pequeño cubículo y corrió la cortina. La verdad es que me queda muy bien, la escuché decir desde el otro lado. ¡Maldita sea! ¡Ya no podía verla! La diminuta rendija había desaparecido al colocar la cortina de nuevo, ¡joder!.
Fue en ese preciso momento cuando decidí hacer algo que si no hubiera sido tentado por la aparición minutos antes de esa curiosa abertura, que me dejó entrever algo más de lo que debiera, jamás me habría atrevido a realizar. Un deseo irrefrenable por acariciar su cuerpo se adueñó de mi y sin decir palabra alguna pasé dentro. Sorprendida, se quedó mirándome con semblante perplejo para un segundo después empezar a decir, ¿qué haces...? La besé en los labios antes de que pudiera terminar la frase, fue algo dulce y suave. Al principio la noté algo reticente a que estuviera allí, pero quizá fuera la sorpresa de verme allí dentro porque enseguida subió su mano hacia mi rostro y acarició mi cara con cariño. Todo fue tan impulsivo, tan rápido, que aún no había reparado en que ella estaba ya con el vestido en el suelo, veía su culo reflejado en el espejo y me calenté. No pude evitar lo que sucedió después, fue algo instintivo. Me agaché y le bajé las braguitas verdes, comencé a lamer su clítoris. Ella sujetaba mi cabeza con ambas manos, empujando hacia dentro, yo sacaba la lengua introduciéndola poco a poco en la vagina. Estaba muy excitada, realmente húmeda. Soltó un pequeño gemido que retuvo entre risas. Subí para susurrarle algo al oído. Quiero hacerte el amor, ahora. Asintió, sonrojada. En un suspiro me quité las botas y los vaqueros. Empalmado giré su cuerpo hacia la pared en la que no había espejo. Ella se inclinó apoyando las palmas de las manos en la pared, arqueando un poco la espalda mostrándome que deseaba que hiciera. La sujeté por la cintura y la penetré una y otra vez. Nuestras cabezas estaban giradas hacia la derecha, nos mirábamos a través del reflejo del espejo. Mis ojos se debatían entre observar sus enormes tetas botar y bambolearse juguetonas o contemplar los gestos de su cara y sus ojos claros cada vez que empujaba con mi cadera. En un momento dado ella dejó escapar un gritito débil, casi inaudible. Esto hizo que llevara mi mano hacia su boca para, de alguna manera, acallar los tímidos gemidos que pudieran surgir. Ella mordió mi mano, quizá con algo más de fuerza de la que hubiera aguantado sin protestar en cualquier otro instante, pero que ahí y entonces no me importó lo más mínimo. 
La fina pared del probador empezó a moverse demasiado e intuyendo que el chiringuito se podría desmontar en cualquier momento me incliné hacia ella. Vamos a corrernos, cielo. Solté. Aceleré el ritmo de mis caderas durante un rato para luego bajarlo y empujar con fuerza. Noté que estábamos a punto, la cogí de las manos y apreté fuerte en el mismo instante en el que mi semen salía disparado dentro de ella. Sus manos respondieron décimas de segundo después cuando también llegó al orgasmo.
Cinco minutos más tarde salíamos dejando el vestido rojo en el mostrador de la dependienta. No le gusta como le queda, demasiado provocativo. Dije como excusa a la mujer que, sin muchas ganas, doblaba ropa para devolverla a sus correspondientes estanterías. Al salir de los probadores ella cogió mi mano y me besó en la mejilla al tiempo que me susurraba con una enorme sonrisa que iluminaba su preciosa cara...¿vamos a la zona de chicos? Me toca elegir a mi. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Día 8: La desaparición de mi álter ego.

Cada día al escribir sobre él imaginaba que era yo. Cada acción, cada palabra, cada gesto deseaba que fueran los míos propios. Me hubiera gustado ser como Rubén el Conquistador y tener el valor suficiente para dejar todo atrás y salir en busca de mis anhelos, de mis sueños.
Ponía música y totalmente oscuras, tumbado en la cama, escribía. Cerraba los ojos y pensaba en ese valeroso pirata que se hizo a la mar intentando encontrar al amor de su vida. En la mayoría de las ocasiones en las que inventaba sus azañas acababa llorando. ¿Por qué el maldito pirata podía enfrentarse a todo y yo me recluía en mi mundo?

"...Anteriormente había dejado en la Gruta de los Olvidados a Rubén, el Conquistador. Se encontraba allí despues de un año de increibles aventuras persiguiendo una leyenda. Sin embargo, la fortuna le era esquiva y parecía que el destino jugaba con él como un pequeño pajarito juega con una diminuta ramita seca...Sólo un alma pura..."

Unos días después de escribir este fragmento, hace un año más o menos, dejé de hablar con la gente. Apenas cruzaba unas frases aquí y allá. Durante unos meses mi única conexión con el mundo exterior fueron las palabras que ponía en mi blog. Necesitaba estar a solas. 

"...Esas palabras rondaban por la cabeza del Conquistador. Una y otra vez maldecía su mala suerte. El tesoro de Barbanegra estaba ahí, casi lo rozaba con sus dedos y no podía abrir el jodido cofre. Y de verdad que lo había intentado pero no sabía que singular encantamiento mantenía la cerradura intacta. Seguramente Edward Teach, Barbanegra, habría hecho algún tipo de pacto con algún hechicero o quien sabe si con el mismísimo diablo. ¡Malditos sean todos los brujos repartidos por los confines del mundo conocido!..."

Había conocido a una preciosa mujer, Mercedes. Una chica increíblemente bonita, tanto que dudé en un primer momento si ella era real. ¿Sería cosa de mi imaginación?¿De verdad esa encantadora niña deseaba estar conmigo?¿Por qué?

"...Rubén, sentado en la arena, escuchaba el monótono sonido de las olas. Ese ir y venir del agua le había sumido en un trance, puede que ayudado por la botella de ron que sostenía en la mano izquierda mientras, con la derecha, jugaba con la fina arena blanca. Miró a la luna y empezó a cantar una bella balada que había aprendido de niño, la canción de los enamorados errantes. ".......Na na na na I tell you a story that happened one day about a beautiful girl, her age was sixteen, and a young English soldier with nice pretty eyes na na na na......".
Esa letra le traía recuerdos, imágenes lejanas de una mujer susurrandosela al oído mientras hacían el amor en la cama de una posada de Tortuga. Su primer te quiero, su primer suspiro, su primer y único corazón roto. Rubén había amado como jamás lo haría ya, puesto que después de que ella muriera al dar a luz una niña preciosa de ojos azules como el profundo mar se juró que no permitiría que su corazón le traicionara de nuevo. La niña, a la que llamó Shenandoah, falleció a las pocas semanas y Rubén quedó inmerso en una tristeza infinita la cual superó poco a poco tras varios meses deambulando por las tabernas más oscuras, desde Kingston a los Cayos, empapando su alma en alcohol..."

Tenía miedo. Estaba muy asustado. Esa pequeña mujercita había hecho que soñara de nuevo en paseos cogidos de la mano, en compartir noches de luna llena abrazados y tumbados en la cama, o en caricias y besos en anónimos bares. 

"...Así que, con los recuerdos del entierro de la pequeña Shenandoah en la retina, cantó a la enorme Luna y lloró. La impotencia, la crueldad del mundo, la soledad. Todos esos sentimientos afloraron en esa desconocida isla en la que Teach escondió su tesoro. Y de pronto el sollozo paró, se había dado cuenta de algo. Una increíble idea empezó a formarse en su cabeza. "Sólo un alma pura podrá abrir el cofre." ¿Alguna vez su alma había podido calificarse de pura e inocente? Si, sin duda. Ese día en la isla de Tortuga. El día que concibió a su niña, aquel en el que tumbado en el catre de la posada "Jenny's Grotto" escuchando los gritos lejanos de una pelea en la cantina de enfrente juró amor eterno a esa mujer de pelo rizado y rubio. 
Rubén el Conquistador se levantó del suelo y corriendo hacia el mar gritó. Lanzó un sobrecogedor aullido a la brillante Luna junto a una promesa al cielo y las estrellas. 
- ¡¡Juro por mi vida y por los espiritus de mis antepasados que mi alma volverá a ser pura!! Y ni todas las tempestades juntas, ni hechizos de mal nacidos brujos, ni monstruos de mil cabezas podrán detenerme, ¡¿me habéis oído?! ..."

Al tiempo que escribía estas inventadas frases del Conquistador ella me pedía que nos viéramos. Quería pasear bajo las luces de Navidad y deseaba hacerlo conmigo. ¿Por qué? Me volví a repetir.

"...Rubén tenía la estúpida idea que encontrando de nuevo ese amor, su verdadero amor, podría hacer que su alma volviera a ser pura. ¿Funcionaria? Por tonto que pudiera parecer tenía sentido, desde luego que lo tenía. Sólo hallando a esa mujer destinada para él podría calmar su corazón y devolver la inocencia a su maltrecha alma. 
Y con las olas golpeando su fuerte pecho miró desafiante el horizonte. La encontraría, estaba dispuesto a viajar donde fuera necesario, surcar los océanos infinitos y buscar por todos los rincones del planeta. Encontraría el amor y volvería de nuevo a esa isla para abrir el cofre de Barbanegra. El tesoro sería suyo. 
-¡Edward, tu oro será mío! Gritó a la oscuridad como si el propio Barbanegra se escondiera tras el lóbrego cielo. Y ante la decidida mirada de Rubén una estrella fugaz cruzó la negrura en ese instante como si el pirata de los piratas recogiera ese desafío. Atrevete, Conquistador, y toda mi furia caerá sobre ti..."

¿Qué es lo que se me ocurrió hacer entonces? Huí, me fui a La Manga el primer día del año. Y allí terminé de escribir la historia de Shenandoah. Era una noche con algo de brisa por lo que me tapé con una manta mientras miraba el oscuro mar y escuchaba romper las olas en la playa. Ella me había escrito un mensaje. "Feliz año, Rubén". Yo no pude contestar hasta un par de días después, me sentía un cobarde por no enfrentarme a la vida. 

"...Shenandoah es el título de una canción de marinos. Una de esas tonadillas que se cantaban en la cubierta de los buques mientras se surcaban las aguas de mares y ríos. Una balada romántica y evocadora que hace que las palabras fluyan suavemente, como se mueve el casco de una embarcación a través del líquido elemento. Sin embargo, Shenandoah tiene otros significados. Algunos dicen que es el nombre de un jefe indio iroqués, esos que poblaban la región de los grandes lagos de América del Norte. Pero yo me quedo con otra acepción más poética. Su traducción podría ser la de "hija de las estrellas". Esos mismos astros que en este preciso instante no puedo observar por las caprichosas nubes, aunque se con certeza que ahí están. Y ahora una compleja pregunta viene a mi mente, ¿hago bien siendo de la forma que soy? Tengo la extraña sensación de que como un pirata, moriré sólo. Buscando un tesoro que nada más que existe en mi cabeza, imágenes idealizadas por miles de historias y cuentos irreales. Quizá el verdadero amor, la idea que subyace en esas palabras, tan sólo pertenezca al mundo de la fantasía, como el tesoro de Barbanegra..."

Intenté por todos los medios dejar de pensar en ella, dejar de soñar.
El último día que pasé en la playa, antes de volver a Madrid, escribí un mensaje. "¿Quieres que nos veamos? Ya no estarán las luces pero me apetece abrazarte." 

"...tengo la seguridad absoluta de dos cosas, que deseo amar de verdad y que Shenandoah es un bonito nombre para poner a una niña. La hija de las estrellas cuya madre era un ángel venido del cielo de preciosa sonrisa y voz dulce..."

Dos o tres días después de Reyes la abracé. Y ¡bum!, mi corazón se desbocó. Ya, ya se que a veces soy muy impulsivo pero para mi fue como una estampida de bisontes en las llanuras americanas, o quizá como una locomotora que surca velozmente el horizonte. Ese día me di cuenta de algo, en el fondo no deseaba amar. Mientras jugábamos en el cine y ella metía palomitas en mi boca y yo intentaba quitarselas de la mano sentí un miedo atroz. No quería que me volvieran a herir y me juré, en ese instante, que nunca más la volvería a ver. Al día siguiente me invitó a una cocacola. ¿Te vienes a casa? Me preguntó. Mercedes, no te volveré a ver más. No quiero hacerlo. Escribí entre lágrimas. ¡Jodido gilipollas!¡Maldito cobarde!
Después de eso no vi a nadie en meses. Me enfadé conmigo mismo y me encerré en una burbuja. Viví a través de Rubén el Conquistador. Sus aventuras eran las mías, sus anhelos mis sueños, su valentía la que yo no tenía. En todo ese tiempo varias personas se acercaron a mi. "No entiendo que no quieras tomar una caña o salir a cenar, Rubén." Me decían, sin comprender de que me escondía.
Seis meses después de escribir Shenandoah decidí hacer desaparecer al pirata. Seguía teniendo miedo, claro, pero las ganas por volver a vivir eran enormes. Quería descubrir lo que el infinito universo tenía destinado para mi. Pero más que curiosidad por averiguar que había tras mi burbuja lo que deseaba era amar y ser amado, de todas las cosas que he tenido y han desaparecido a lo largo de mi vida, el amor es lo que más echo de menos.
Ese paréntesis en mi vida fue necesario, la desaparición del Conquistador también. De Mercedes no supe más desde aquel día. Probablente se enfadó y se haya olvidado de este pobre estúpido, quizá no fuera el momento más adecuado para encontrarnos o puede que ella estuviera destinada a pasar por mi vida para hacerme comprender que no es tan malo sentir. 
Shenandoah es una bonita canción que siempre que escucho me hace pensar en piratas y corsarios, en tesoros escondidos y bellas damas, en la vida y la muerte. Y sin duda, en el amor. 
La vida continúa, los días pasan inexorablemente. Y como diría cualquier pirata que se precie, siempre hay un tesoro que debe ser encontrado. Para mi es imposible no soñar con el amor pero mientras eso llega piratearé un poco y brindaré con mi querido compañero de batallas. Rubén el Conquistador, el más valeroso de cuantos hombres hayan surcado los siete mares y océanos. ¡Va por ti, amigo mío!


sábado, 15 de noviembre de 2014

Día 7: Los chicos no lloran, sólo pueden soñar.

Miraba por la ventana con tristeza y melancolía. Eran los últimos días que pasaría en aquel lugar. Ya no volvería a ver a mis amigos, ya no jugaría en esas calles, nunca más montaría en bici subiendo aquella agotadora cuesta. De pronto la vi pasar. Fue algo casual, fortuito, como contemplar a un ángel inesperadamente. Había estado enamorado de ella desde los diez años, ahora ambos teníamos trece. Observándola a través de una ventana que no era la de mi casa la vi caminar por la calle con aire distraído. Tuve ganas de abrir de golpe aquel cristal que me separaba de ella y gritar su nombre. Sin embargo me quedé quieto, paralizado. Un par de lágrimas bajaron por mi mejilla al ver como desaparecía y darme cuenta de que jamás volvería a hablar con ella.
Hace un par de meses, en una noche en la que yo estaba llorando le pedí a una chica que me contara algo gracioso. "¿Me haces un favor? Cuéntame un chiste". Necesitaba evadirme de un hecho que me había producido una tristeza tremenda. Con lágrimas aún en los ojos contesté al teléfono, ella me estaba llamando. "No me acuerdo de ninguno", diijo con voz compungida. "Pero puedo contarte historias de cuando yo era pequeña, era muy traviesa." Añadió. Dos horas más tarde reía al escuchar a esa mujer, que pese a que nunca nos habíamos visto, se había abierto a mi de tal manera que me contó infinidad de anécdotas de su infancia. Unos pocas semanas después esa chica ya no está en mi vida, desapareció. 
Recibí un mensaje de otra mujer. Alguien que siempre me ha parecido muy agradable y maja. Hace dos días leí en las notificaciones del móvil estas palabras, "Hola Rubén, ¿qué tal estas?". Hice caso omiso del whatsapp enviado por esa preciosa mujer. ¿Por qué? ¿Este mundo me esta volviendo demasiado frío? Creo que soy una persona muy emocional, vivo los sentimientos de una manera increíblemente intensa pero este mundo tan rápido y vertiginoso en ocasiones puede conmigo. No deseo cambiar ni transformarme en alguien sin alma y lucho contra ello cada día sin embargo noto que algo en mi interior esta evolucionando.
Unas semanas atrás alguien me decía por teléfono "Ven a dormir conmigo, te necesito. Quiero sentirte a mi lado." Unas palabras cargadas de sensaciones, sin duda. Mi cabezonería y yo, unidos frente a tal proposición nos hicimos fuertes y me negué en redondo a pasar, lo que sin duda hubieran sido unas espléndidas horas con esa impulsiva chica. Muchos kilómetros y algunos días después de eso, ayer hablaba con ella fríamente, como si nada de eso hubiera sucedido. Unas risas lejanas y un tanto vacías, unas palabras en cierta manera algo distantes. Quizá indiferencia sea una palabra muy dura y excesiva, pero sin duda la conversación fue extrañamente rara. Obviando que ella, una tarde que no esta tan lejana en el tiempo, me pidió que la abrazara fuerte en la cama. ¿No es de locos?
Pero si de locuras he de hablar, el hecho acaecido hace algunos días es para pensar seriamente que me ocurre a mi o al mundo, no se muy bien. Llamaron al telefonillo, esa era la señal para decirme que tenía que ponerme las zapatillas de nuevo e irme. Ella me miraba atarme los cordones mientras yo me excusaba por no poder pasar la noche en su casa, me había pedido que me quedara pero esa noche era imposible. Al incorporarme nos abrazamos, sentí su rizado pelo hacerme cosquillas en mi nariz y me besó en los labios. Nos reímos cuando hice un comentario gracioso y metió sus manos en los bolsillos de los vaqueros mientras se balanceaba sobre las puntas de sus pies. Tenía la cara sonrojada por el calor de la manta que la había estado tapando en el sofá durante la hora que habíamos estado hablando allí tumbados y una amplia sonrisa hizo que me diera pena no quedarme y disfrutar más de su compañía. La besé de nuevo en los labios y le dije un hasta luego. En ese momento no supe que jamás la vería más. Unas horas más tarde, por teléfono, escuché estas palabras... Es mejor que no nos veamos más.
Cuando conocí a esta otra chica hace año y medio sentí que el alma me daba un vuelco. Era la primera mujer con la que compartía confidencias después de bastante tiempo de dudas existenciales. Es una persona increíble y me hizo mirar el mundo de otro modo. Me ayudó tanto que fue imposible no sentir un cariño inmenso por ella, ¿por qué entonces cuando en agosto me escribió para interesarse por mi la despaché con un par de mensajes? Me sentí horriblemente mal al hacerlo, ¿habré estado muy borde? Me pregunté. 
La gente sale de mi vida sin apenas darme cuenta, de puntillas. Sin avisar. A otros en cambio les echo yo movido quizá por el desapego que existe en este mundo. Un lugar en el que los besos no significan nada, donde compartir risas o lágrimas esta tan infravalorado como abrazar a alguien. En un mundo como este te puedes acostar en la cama de una mujer y acariciar su desnuda espalda al mismo tiempo que te preguntas si a la mañana siguiente ella seguirá en tu vida o si será un efímero sueño. 
El excesivo celo que hemos impuesto a nuestras vidas hace que desconfiemos de nuestros sentimientos y apartemos de nosotros el calor y el apego, sustituyendolos por una frialdad e indiferencia que muchas veces no comprendo.
Algo más de veinte años después de ver a esa niña cruzar bajo la ventana de una casa que no era la mía, una fría noche de un otoño lluvioso me dió por buscarla en facebook. Hace dos años tecleé su nombre y me salió un pequeño listado de varias mujeres con el mismo apellido. No la reconocí. Estaba indeciso entre dos preciosas chicas, ¿de verdad no te acuerdas de ella, Rubén? Les mandé una solicitud a ambas. Las dos aceptaron. Una de ellas desapareció hace algunos meses, como llevada por el viento de una tormenta veraniega. Con la otra, la de mi infancia, no he hablado desde aquel día de otoño de hace dos años. Ese día pasé un par de horas mirando sus fotos y leyendo cosas suyas, recordando. Fue emocionante volver a contemplar sus ojos, su sonrisa. Me di cuenta de algo, el cariño no se olvida y me alegré que aquella niña de mirada risueña fuera ahora una feliz mamá.
Hoy escribo recordando a toda esa gente que pasó por mi vida en algún momento u otro. Aquellos que compartieron un instante conmigo, ya fuera una breve conversación telefónica, un abrazo, una mirada, una sonrisa...
No puedo decir que sea amigo de nadie pero no hay duda de que siento un cariño especial por toda esa gente. Un apego que hace que mientras escribo todo esto no pueda evitar emocionarme y derramar alguna lágrima. Mea culpa, sin duda, soy demasiado sentimental. 
Pero como dijo Miguel Bosé en alguna ocasión... Los chicos no lloran, sólo pueden soñar. Así que cerraré los ojos unos minutos, me secaré las lágrimas y soñaré.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Día 6: Stay alive.

25 de Diciembre de 2014. 
Al despertar no me ubiqué en un principio. Estaba de lado y observaba, con los ojos entreabiertos, una lamparita en la semipenumbra. En la mesilla reposaba mi reloj, al lado una intermitente luz verde centelleaba. Era mi móvil. ¿Dónde estaba?
- Buenos días, cariño. ¡Feliz Navidad! Escuché que alguien decía detrás de mi. 
A mitad de camino entre la curiosidad y la extrañeza me giré sobre la cama. Fue entonces cuando supe exactamente donde me encontraba. Unos preciosos ojos me miraban con cierto aire divertido. 
- Así que no te he soñado. Dije acariciando su pelo para apartarlo de su cara.
- No, cielo. Creo que soy bastante real. Contestó ella dándome un beso en los labios. 
Sabía a caramelo de fresa o quizá a algodón de azúcar.
Me tumbé boca arriba y miré el blanco techo. ¿De verdad estoy aquí y es Navidad?
Aún pensativo, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me tapé con el edredón de colores rojo, verde y azul. Tanteé con la mano buscando la suya y me di cuenta de que estaba desnuda bajo la sábana. Ladeé entonces mi cabeza de nuevo, ella seguía en la misma posición. Sin quitarme ojo me observaba sonriendo. ¡Dios, que guapa era!
- Creo que la mezcla de turrón y cava de anoche te sentó un poquito mal, dijo riendo. 
Su risa era dulce, su voz tierna, sus labios me decían bésame. Y por su puesto, fui un niño bueno e hice caso.
- ¡Si apenas bebí! Respondí sin acordarme realmente si lo había hecho o no. 
Al acercarme a ella sentí su piel, suave y cálida. De nuevo la besé y esta vez no reparé en el sabor de sus besos sino en el olor de su pelo. ¿Cómo puede un simple aroma provocar tantos sentimientos?
Ella se había colocado sobre mi, sentada. Con el edredón sobre su espalda empezó a acariciar mi pecho con el dedo. El pelo le caía por los hombros, sus pechos se balanceaban en una hipnótica danza que provocó que mis ojos los siguieran durante unos segundos. 
Si esto es un sueño espero que no suene la alarma ahora que la cosa se pone interesante, me dije. Mientras, ella seguía acariciando mi cuerpo con una delicadeza increíble. Lo hacía lentamente, parándose de vez en cuando para mirarme a los ojos. Imposible resistirse a un momento como ese, notó mi creciente erección e intuí una leve sonrisa tras su enmarañado pelo. Con la mano que le quedaba libre cogió mi pene y lo introdujo dentro de ella liberando un suspiro corto y dulce cuando se deslizó completamente a través de su vagina. Entonces se tumbó sobre mi y empezó a morderme el cuello al mismo tiempo que movía su culo arriba y abajo. Yo la tenía cogida de la cintura mientras ella se abrazaba a mi con ambos brazos alrededor de mi cabeza. Sus tetas botaban sobre mi cara, sus acompasados y débiles gemidos me llegaban como ecos lejanos de otros mundos. Ella variaba el ritmo, tan pronto se aceleraba y me arañaba la espalda con sus uñas por el frenesí del momento como se relajaba y me comía a besos. ¿Cuanto tiempo estuvimos así? Imposible saberlo, minutos, horas. Quien sabe. Ella empezó a temblar de pronto, entonces supe que era el momento. Separé su cara de mi cuerpo y la sostuve entre mis manos. Quería mirarla a los ojos al corrernos, deseaba que mis ojos le dijeran cuanto la amaba en ese instante. Esos segundos fueron de una intensidad tremenda, la expresión de su rostro cambiaba con cada movimiento y al notar mi semen caliente recorriendo su interior abrió bien los ojos. 
Feliz Navidad mi amor, solté. Ella tan sólo me besó. Un minuto después ambos yacíamos de lado sobre la cama, mirándonos a la cara en silencio. Te amo, susurré. Y yo a ti, Rubén. Eres el amor de mi vida.

Necesito soñar para mantenerme vivo. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

Día 4: Otoño.

Los árboles que veo cada mañana van tiñendo sus hojas de tonos pardos, marrones apagados, amarillos sin brillo. Las nubes pasean ligeramente por el cielo, flotando de un lado a otro llevadas por el suave viento que trae un aire que empieza a ser frío. La gente camina rápido, con las manos en los bolsillos y la mirada baja. Se ven las primeras bufandas de la temporada anudadas en los calentitos cuellos, bailando al son de los pasos de los que las llevan. De vez en cuando me cruzo con algún chiflado que aún no se ha enterado que ya hemos cambiado de estación y viste con bermudas y una fina camiseta, ¿su sangre será más caliente que la mía o sólo es que esta tarado? En mi camino sorteo algún charco que otro, señal inequívoca de que la noche ha sido lluviosa. De pronto detengo mi marcha y observo a un par de ancianos. Él lleva un bastón que le ayuda en su lento caminar, ella le agarra del brazo fuertemente, tanto como le dejan sus escasas energías. Estoy a unos metros de ellos y les miro. Me asombra su compenetración al dar cada paso, casi parece una marcha militar. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Muy lentamente van desapareciendo de mi vista y me hago una pregunta, ¿cuanto tiempo se necesitará para llegar a tener esa conjunción, ese entendimiento? Toda una vida, sin duda. 
Al desviar la mirada de los entrañables viejecitos me fijo en otro detalle que me llama la atención. En este mundo, en el que todo va tan rápido, es reconfortante ver que aún hay personas que no corren y se toman su café sentados en un banco del parque. Un tipo trajeado, con gabardina marrón, sostiene un periódico en una mano mientras con la otra sujeta un vaso de plástico con el logo de una gran empresa de cafés estampado en el. Con las piernas cruzadas una sobre la otra, lee alguna noticia que parece interesarle sobremanera. Mera suposición por el gesto de su rostro, atento y ceñudo. Quizá lee sobre extraños virus, políticos corruptos, o el buen juego del Madrid, puede que incluso sólo este mirando el pronóstico del tiempo. ¿Quien sabe?
Si, llega el otoño y con él mi eterna melancolía. Esa sensación ocupa todo mi ser y hace que me convierta en un estúpido soñador. Esta época del año es complicada para alguien como yo, en verdad todas lo son, pero quizá cuando llegan los primeros fríos es cuando más necesitado estoy de un abrazo. Un poco de calor corporal de alguien especial, una persona con la que no me importaría perderme en la inmensidad de cualquier solitario bosque. 
El romanticismo acude a mi con el transcurrir de los días. El templado Octubre da paso al ventoso Noviembre dejando tras de si un extraño poso en mi alma. Un deseo irrefrenable de querer pasear por un bosque, abrazado a una mujer que me ame. No creo que haya un lugar más romántico en esta época del año. Caminar por la espesura junto a ella, cogerla de la mano recorriendo senderos repletos de hojas de multitud de colores, sintiendo su respiración confundida con los enigmáticos sonidos que se escuchan en la lejanía. Creo que es increíblemente bello compartir un instante así, terriblemente evocador.
Mi mente juega conmigo e imagino llegar a un claro en mitad de la arboleda. En ese sugerente sueño me veo descansar del bonito paseo apoyado en un tronco de un milenario árbol, tan grueso y grande que ni mil tempestades juntas podrían arrancarlo. Ella se sienta en el hueco dejado entre mis piernas, su espalda roza mi pecho, mis brazos la rodean abrazándola. Huelo su pelo, le beso el cuello, juntos escuchamos los sonidos que nos trae el suave viento que mece las amarillentas hojas. Ese mismo aire que atraviesa el frondoso bosque crea un susurro encantadoramente placentero, momento en el cual ella gira levemente su rostro para comentar precisamente eso. Jamás he estado tan a gusto como en este instante, me dice. Yo observo su rostro y beso la comisura de sus labios, la aprieto fuertemente contra mi pecho. Quiero meterme dentro de ella, quiero que seamos una sola alma. Se lo digo al oído. Sonríe y lentamente se gira para mirarme a los ojos. Con sus suaves manos acaricia mi cara, su dedo recorre cada arruga de mi rostro desde los ojos hasta el mentón y me besa en los labios. Es tierno y dulce durante unos segundos, cálido. Luego el beso se transforma, se vuelve fogoso y pasional, intenso. Rubén, me susurra en un breve descanso para coger algo de aliento, hazme el amor ahora, aquí. La miro con una mezcla de cariño y deseo, ella me devuelve esa mirada con creces. Me quito la chaqueta y la extiendo en el suelo, ella hace lo mismo y la pone junto a la mía improvisando una superficie algo más cómoda. Se tumba mirando el cielo, a la espera. Es preciosa. Puede que sea mi corazón el que hable o quizá sean las increíbles tonalidades que crea la luz otoñal reflejandose en su piel, pero al verla ahí recostada pienso que es la mujer más bonita de todo el planeta. Me pongo de rodillas, una pierna a cada lado de su cuerpo y empiezo a besar su bella carita. Durante un rato sólo nos besamos pero la pasión sube en intensidad y acabo por quitarle el suéter para acto seguido sacarme el jersey que impide que ella acaricie mi pecho. Juegos, mordiscos y pellizcos continúan el ritual, sin embargo lo que viene luego es algo confuso. No se de que forma ella se deshace de sus vaqueros ni me imagino como puedo yo quitarme los míos sin dejar de besar sus labios pero el caso es que allí estamos ambos, desnudos bajo el viejo y gigantesco árbol. Es entonces cuando cumplo mi deseo de estar dentro de ella y ser ambos uno sólo. La penetro despacio y muy lentamente, me muevo con ritmo pausado hasta que ella pone en su cara esa expresión de estar en el mismísimo paraíso. Sus ojos, entonces, me dicen que es el momento de cambiar de ritmo y poco a poco los golpes de cadera se hacen más acentuados, ella sigue esa cadencia levantando su culo en ese sensual baile. De pronto agarra con fuerza mis manos clavandome las uñas, inmediatamente bajo la velocidad e intento llegar lo más adentro posible, concentrándome en aquel instante, saboreando el éxtasis que provoca que ambos gritemos en medio de aquel solitario bosque y que decenas de pájaros alcen el vuelo asustados. Minutos después aún yacemos desnudos sobre la alborotada ropa. Su cabeza reposa sobre mi pecho, escucha los latidos de mi corazón. Levanto su cara suavemente con la mano para mirarla a los ojos. Te amo. Te amaré eternamente. Confieso. Me mira fijamente, sabe que soy sincero y que será para siempre. Entonces sucede, me da el beso con más amor que jamás haya recibido persona alguna. No son necesarias más palabras, la energía que me transmite es brutal y se que ella también me ama. Soy feliz. 
Quizá alentado por las miles de imágenes bucólicas de estos días esta mañana me he parado un par de minutos a observar a los ancianos, al hombre del traje y a la gente que iba y venía de un lado a otro. Una ráfaga de viento ha hecho que cerrara los ojos unos segundos y hundiera las manos en los bolsillos momento que ha aprovechado mi malvada mente para crear estas imágenes en las que me encontraba tumbado bajo un enorme árbol de hojas amarillas. Si, el otoño ya esta aquí de nuevo. Bienvenido sea. 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Día 3: La foto

Experimento: Publicación de una foto de un tío en bolas en mi perfil de Facebook. 
Objetivo: Descubrir la reacción de las mujeres al ver un cuerpo desnudo. 
Tamaño de la muestra: Indefinido.
Hipótesis inicial: Es imposible intuir, de una manera razonable, que le gusta a una mujer.

Mi primera tentativa en el proceso de llegar a entender a las mujeres mediante la difusión de una canción japonesa no fue lo que podríamos decir muy concluyente así que ayer de nuevo me puse a pensar.
¿Qué diablos les gusta a las mujeres? 
Hace tiempo que estoy dado de alta en una página de contactos. Nunca me ha gustado esa manera de conocer gente ya que es algo así como el segunda mano de las citas. Pones un anuncio y si a alguien le interesas te da un toque. Bastante frío todo el tema pero cuestiones filosóficas a parte hay algo que me llamó mucho la atención al leer los perfiles de las mujeres. Un porcentaje bastante alto decían no sentirse atraídas por chicos que van a gimnasios. De hecho, lo que pude comprobar es que si ponías una foto haciendo deporte o mostrando tu cuerpo moldeado a base de esfuerzo y sudor te decían que no les interesabas, que eras poco menos que un chulito que vacila de cuerpo y que seguramente no tuvieras nada de cerebro, es decir, lelo perdido. 
Frases como "no eres el tipo de hombre que busco","no me gustan los que van de chulos por la vida","no me gusta el deporte así que odio a todo aquel que dedica algo de tiempo a esa insufrible tortura","eres un flipao"... En fin, y todo esto antes incluso de cruzar una sola palabra conmigo.
Sin embargo echo un vistazo a las publicaciones de Facebook y veo miles de me gusta a fotos de modelos enseñando pectorales, leo comentarios escritos por mujeres a fotos de tíos con cuerpazos llenos de esteroides. Babeando tan sólo por rozar un músculo de ese desconocido, soñando con pasar unas horas en una cama estudiando anatomía y queriendo suspender el examen para poder repetir de nuevo. ¿Qué es lo que ocurre aquí? ¿Las mujeres son bipolares?
Hace una semana escuché esta conversación entre dos chicas...
- ...¿qué tal te va con Carlos?
- Tía, es super majo y muy mono pero he conocido a otro. Esta buenísimo.
- ¿Estaba en la boda?
- Si. (Saca el móvil para enseñarle una foto a la otra). ¿Has visto que cuerpazo?
- Tia, eres una cabrona. (Ríen las dos)

Quería ser ambicioso con mi nuevo experimento, algo a nivel global. Deseaba llegar a la mayor cantidad de mujeres posible para poder evitar ciertas desviaciones que hay en todo estudio que se precie. ¿Y qué mejor lugar que la red social por excelencia para servir a mis propósitos? Tocaba entonces elegir una foto que provocara, que no dejara indiferente. Decidí publicar una mía totalmente desnudo. ¿Por qué yo y no un desconocido y potente hombre de cualquier revista tipo Men's Health o algo así? Evidentemente mi estudio abarca a toda la población femenina pero lo que de verdad me interesa son las opiniones de aquellas a las que conozco y supuse que si era yo el retratado habría más comentarios, quizá por eso de ser alguien conocido el que se mostraba. Por lo tanto me aventuré a pensar que seria mejor recibida y que obtendría más material de análisis. La foto estuvo unas cuatro horas visible en mi muro en lo que televisivamente podríamos llamar el prime time del face, desde las 8 de la tarde a las 11 de la noche. Sin embargo cometí un pequeño error, no tuve en cuenta un factor importante. La gente es muy celosa de su intimidad y le cuesta decir lo que piensa, máxime si los demás van a ver lo que dices así que el efecto no fue el deseado. Unos pocos me gusta, algún comentario en la publicación, y seis o siete mensajes al móvil tanto aprobando como regañando mi indecorosa actitud. 
Definitivamente el experimento vuelve a ser inconcluyente, no hay suficientes datos para emitir un juicio pero lo que si me esta quedando cada vez más claro es que las mujeres son muy difíciles de analizar. Debo seguir investigando, tengo que estrujarme más el cerebro para crear nuevos experimentos. Estoy convencido que al final lograré algún avance significativo, seré el primer hombre en entender a las mujeres. Luego escribiré un libro y me forraré. Tendré el dinero por castigo y una bella mujer con la que gastarlo. 

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