La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Cuento de soledad

Mientras escucho "the flower duet", una bellísima melodía, rememoro lo que aconteció hace justo un año.
Es inevitable que mi mente vaya hacia atrás e intente hacer un ejercicio terriblemente doloroso y que me tiene desde hace unas horas increíblemente triste. 
365 días atrás me dirigía a Pamplona. Mi hermano me había invitado a su casa a pasar el puente de todos los santos. Y acepté. Lo necesitaba. Me sentía el hombre más solitario del planeta. Abandonado, sin amigos y con un futuro incierto decidí que cambiar unas horas de aire me vendría bien. Un día antes de ir a Navarra me mudé de mi casa. Esa noche fue la primera que dormí completamente sólo, ayudado por pastillas para calmar mi ansiedad. Volví a una cama que antaño fue la mía pero que ya no la sentía así. Incómodo y triste subí a mi habitación y me tumbé sin apenas cenar. Y lloré. Un par de horas de lágrimas ahogadas en la almohada. Al meterme dentro de las sábanas hice el gesto de tantear a mi lado, algo que había hecho tantas veces en años anteriores, y sólo encontré la pared. Mi corazón lloraba, mi alma gritaba, mis ojos derramaban lágrimas, mi respiración entrecortada apenas me dejaba respirar. En ese momento decidí que necesitaba salir de allí. Y al día siguiente cogí el coche y tomé la carretera en dirección al norte. 
Llegué para la comida. Mi hermano me había hecho su famoso arroz con huevo y hablé con él y con Maite mientras comíamos. Me desahogué. Cada 5 minutos miraba el móvil por si ella me escribía preguntando que tal estaba. Ningún mensaje recibí y eso me entristecía más aún. Maite incluso llegó a decirme que como lo volviera a mirar una vez más me lo quitaría. Ella me había dicho que necesitaba pensar, tiempo pedía. Yo intenté convencerla de arreglar las cosas juntos. Cambiaría lo que fuera, le dije, si con eso seguimos juntos. Ella se negó. Estaba enamorada de otro y según me confesó más tarde nunca fue sincera en ese aspecto conmigo para no hacerme más daño. Craso error. Eso hizo que tuviera esperanzas durante un par de meses. 
El segundo día en Pamplona Dani me llevó a dar una vuelta. Por la mañana anduvimos por un parque y yo observaba a las parejas cogidas de la mano y le confesaba a mi hermano entre suspiros, ojalá estuviera así con ella. Ojalá nada de esto hubiera ocurrido. 
La sensación de poder reconducir la situación fue decayendo. Pero no abandoné la idea e incluso el día que supe a ciencia cierta que había otra persona una pequeña ilusión se mantuvo en el fondo de mi corazón. 
Siempre fui un chico solitario. La música, los libros y el cine llenaban mi vida. No necesitaba más. Cierto es que mi alma anhelaba el amor. Si, mi corazón deseaba amar. Pero vivía mi vida tranquilamente, soñando que algún día esa mujer aparecería y yo sería feliz eternamente junto a ella. Me creía las historias de amor del cine y los libros. ¿Por qué si a ellos les pasa no me puede suceder a mi?¿Por qué no va a existir el amor verdadero?
La soledad de entonces no era como la que conocí hace un año. La de antes era mi elección. La de ahora era obligada por los acontecimientos. 
Durante un par de meses sólo me escondía. No quería saber nada y deseaba que el tiempo pasara rápido. Esos días fueron de una soledad tremenda. El mundo me había dado la espalda, y por mundo quiero decir ella. Porque ella era todo para mi. 
El día de año nuevo, buscando revertir esa situación me fui de Madrid. Necesitaba pensar, aclarar mi mente y tranquilizar mi espíritu. El primer día del año cené solo. Viendo Jacky Brown y comiendo un bocadillo en el salón de la casa de La Manga. Y curiosamente esa soledad me gustó. La había escogido yo para evadirme de la Navidad. Durante los 5 días siguientes paseé por la playa a solas, hice deporte y pensé. Podía volver a estar sólo. Mi vida sería más triste sin amar pero me di cuenta de que ya no la necesitaba, su amor ya no era indispensable para que yo sobreviviera. La decisión estaba tomada. Y poco a poco comencé a desenamorarme. Un proceso lento y costoso. 
Lo primero era encontrar a gente que me quisiera tal y como soy. ¿Pero cómo lograr eso? No me había abierto al mundo nunca, jamás había contado nada de mis sentimientos. ¿Qué hacer? El blog recién inaugurado me serviría. Se volvió cada vez más personal. Mis vivencias, mis pensamientos, mis sueños. Todo lo que yo era lo plasmé en palabras escritas. Me fue sencillo, apenas me leían dos o tres personas. Y abrí mi alma como nunca antes lo había hecho. 
Y algo inaudito sucedió, las nuevas personas que entraban en mi vida pensaron que yo era un buen chaval. Me dijeron que era sensible e incluso alguna me dijo que era su amigo. No puedo evitar llorar ahora mismo de emoción, yo que me creía horrible era ahora el paladín de la gente soñadora que creía en el amor verdadero. 
He recorrido un largo camino desde hace un año. Un duro sendero que apenas he comenzado. Durante unos años olvidé quien era yo, mi espíritu andaba perdido. Ahora me he reencontrado con lo que una vez fui, algo que siempre estuvo ahí dentro pero que por alguna causa desapareció de mi vida. 
El mundo es demasiado loco para mi a veces, no entiendo muchas de las cosas y me da un miedo terrible enfrentarme al futuro, más que nada porque estoy sólo. Sin embargo sigo creyendo, como un niño que mira a los Reyes Magos en la cabalgata y dice a su madre, ¿has dejado las galletas y el vaso de leche verdad mami? Yo aún me emociono al ver a Melchor, Gaspar y Baltasar. Aún sigo diciendo ¿Por qué si en las películas existen los finales felices yo no voy a tener uno así?¿Por qué si en los cuentos de hadas la historia siempre acaba con el beso del príncipe a la bella princesa yo no puedo tener mi final soñado? .....y vivieron felices para siempre. 

And the beautiful princess kissed the prince charming and they fell in love and lived happily ever after. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Un bosque en otoño

Era el principio del curso en el instituto. La primera clase de inglés. Todos sabíamos que habría un examen de nivel, cada año era igual. A la clase de unos 35 alumnos nos dividirían en dos grupos, el de nivel alto y el bajo. Yo hice el examen lo mejor que supe, tampoco le ponía mucho empeño pero la verdad es que todos deseábamos estar en el grupo del nivel alto. Y los cuatro años de instituto lo conseguí. 
Una vez a la semana, durante un par de horas, a ese grupo nos llevaban a una salita pequeña. Una habitación rodeada de pupitres en tres de sus paredes y en la cuarta una pizarra y una tele. Estar en ese grupo era una cosa tan codiciada porque en vez de estudiar gramática, durante dos horas nos ponían películas y canciones en inglés. Y veíamos en versión original algun éxito cinematográfico o sacábamos la letra de alguna canción del momento.
Fue allí donde vi por primera vez la secuencia que voy a describIr. Una agente del FBI corre por un bosque en las inmediaciones de las instalaciones que tienen en Quantico, Virgina. Un paisaje lleno de tonalidades amarillentas y marrones. La humedad se palpa en el ambiente mientras ella corre rápidamente pisando el follaje caído de los árboles. Esquiva toda clase de obstáculos respirando hondamente y exhalando el aire caliente que sale de sus pulmones convirtiéndose en vaho en las inmediaciones de su boca. El ambiente es misterioso. Tremendamente enigmático. La secuencia esta grabada de tal forma que parece que pudiera salir cualquiera escondido tras un enorme tronco o quizá  aparecer de la nada para atacar a la joven agente del FBI. De pronto alguien surge y la llama. 
- ¡Starling, el jefe quiere verla!
Ella se detiene y le observa para seguidamente salir corriendo hacia el despacho de su superior. Es la primera secuencia del silencio de los corderos y ella es Jodie Foster en el papel de Clarice Starling. 
Desde ese día en el instituto, en ese preciso momento de ver a Jodie corriendo por el bosque, me atrae esa sensación. Esa curiosidad por pasar un día como hoy en un bosque perdido. Tener la inquietud de estar sólo en medio de la nada, rodeado de árboles y en una bruma especial. 
Los días lluviosos sacan esa curiosidad que hay en mi. Las ganas de ir a un apartado bosque y perderme entre la naturaleza y el misterio. Ponerme un grueso jersey de lana, calzarme mis botas y coger mi anorak. Meter en una mochila algo de comida, quizá un plano del lugar, algo de agua para el camino y ponerme en marcha a investigar.
Años más tarde, en un día cercano a la fecha de hoy, fui al cine como solía hacer el día de todos los santos a ver una película de terror. Al comprar la entrada para ver "El proyecto de la bruja de Blair" no sabía de que iría. Me gusta ir al cine sin saber mucho del argumento de la película para que me sorprenda al verla. Pues bien, al ver a esos chicos perdidos en los bosques de Maryland sentí una envidia increíble. ¡Yo quería ser uno de ellos! Deseaba vivir esa aventura, aunque fuera de un miedo atroz. Me atraía pasear por ese lugar aún más inescrutable si cabe que cualquier bosque. La historia me envolvió tanto que la hora y media que duró la película me pareció extremadamente corta. 
Me hubiera encantado encontrar a alguien en mi vida que quisiera perderse así conmigo e investigar los misterios insondables de la naturaleza. 
Los días como los de hoy, brumosos y húmedos, crean el ambiente perfecto para poder hacerlo. 
Un bosque en otoño. Un lugar separado del mundo. Inquietante, sin duda. Cierro los ojos ahora mismo y lo imagino. Veo árboles, altos y con hojas de un verde apagado. Observo en el suelo ramas caídas que se quiebran al pisar sobre ellas. El manto de hojas muertas en el suelo suena bajo mis pies. Los sonidos son especiales en un sitio sin la aparente locura de la ciudad. El tiempo incluso va más lento y las manecillas del reloj caminan lentamente siguiendo tu propio ritmo al andar, pausado y con calma. De pronto una bandada de pájaros te hace mirar hacia el cielo gris y un escalofrío recorre tu cuerpo. Esa sensación hace que quieras coger de la mano a tu compañera. Síntoma de protección y calor humano. Deseo compartir esa belleza con alguien y la busco. E imagino que la llevo de la mano, que ella me protege y yo la cuido. El resto del mundo se desvanece y durante horas somos ella y yo nada más. Sin móviles, sin internet, sin tráfico y sin prisas. Su mirada curiosa hace que sienta una pasión inmensa por continuar un paso más allá. Descubrir que hay detrás de ese montículo en el horizonte se convierte en algo divertido. De vez en cuando el espectral sonido de algún animal tan extraviado como nosotros se pierde en el infinito y nuestras manos se aprietan más fuertemente sabiendo que estamos el uno junto al otro y que nada podrá con nosotros si continuamos así. 
Con los ojos aún cerrados sigo imaginando. 
Una tenebrosa casa se vislumbra a lo lejos. Parece abandonada. Construida con tablones de madera oscura tiene pinta de derrumbarse en cualquier momento pero aún así entramos para curiosear. Por dentro está vacía. Una escalera sube hacia una impenetrable oscuridad. Ella saca la linterna de la mochila que llevo a la espalda y me coge de la mano al tiempo que dice, ¡vamos!. El corazón late rápido, me gusta esa sensación. Desentrañar lo que se encuentra al otro lado, descubrir el misterio siempre me ha llamado la atención. Subimos mientras la lluvia cae sobre la casa. Ha empezado a diluviar y una sonrisa asoma en nuestras caras. ¡Que suerte tenemos de estar a cubierto!
La oscuridad ya no es tal a la luz de la linterna y en una de las habitaciones superiores extendemos una manta y nos sentamos. Saco algo de comer pues la adrenalina nos abre el apetito y en medio de la nada, en un bosque que deseamos que este encantado, nos reímos y charlamos sobre multitud de cosas. 
La lluvia no cesa y fuera la noche va cayendo poco a poco. Y en un acto de locura y valentía a partes iguales decidimos dormir allí mismo. Extiendo el saco de dormir en el suelo y nos acurrucamos dentro. Con la manta que nos sirvió de mantel y los abrigos improvisamos unas almohadas y en silencio escuchamos el agua caer. Y ella con su cabeza en mi pecho me dice que me ama y yo con los pies enredados en los suyos le contesto que mi corazón late por ella. Me besa en los labios y se arrima más a mi. Ninguno de los dos teme nada ya que nos sentimos inmunes a todo, protegidos cada uno por el otro ante cualquier eventualidad que pudiera surgir de la misteriosa e insondable oscuridad. Un susurro rompe el monótono sonido de la lluvia. Buenas noches mi amor. Y poco a poco nos vamos quedando dormidos en la inmensidad de ese recóndito bosque, en una lluviosa noche de otoño.
Siempre he soñado con vivir algo así. Un precioso y romántico día de finales de octubre.....algún día quizá. 


viernes, 18 de octubre de 2013

Tormentosa tarde en Lyon

Llegué a Lyon por la noche. Había salido tarde de París. Alrededor de 450 kilometros de magnifica autopista me permitieron ir tranquilamente observando la borgoña francesa. Una zona preciosa llena de viñedos y pequeñas montañas. En un par de ocasiones paré en las áreas de servicio muy cuidadas del sistema de carreteras galas y eso demoró mi llegada. Sin GPS por aquel entonces, me guiaba por un amplio mapa de toda Europa en el que en una de las páginas se veía un pequeño plano de la ciudad. Insuficiente para llegar al hotel sin perderse, algo habitual en mi por otra parte. Tras unas cuantas vueltas y alguna pregunta, en un francés muy básico, a los lugareños di con el emplazamiento de mi hotel. Dos noches estaría alojado aquí, ya que había escogido Lyon como una ciudad de paso entre París y la Costa Azul. 

Al llegar dejamos las maletas y nos fuimos a echar un vistazo. Teníamos hambre y buscamos un sitio para cenar. El hotel estaba genial no tanto la zona que escogimos o quizá fuera ese camino que andamos. El caso es que no vimos nada abierto, ningún restaurante, ninguna tienda. Sólo veíamos vagabundos y gente pidiendo unas monedas. Así que desanimados y cansados observamos la gigante M iluminada a lo lejos y optamos por cenar una hamburguesa de ese famoso establecimiento.

El día amaneció soleado. Nuestra habitación era preciosa y desde la ventana de esa planta alta se veía un patio lleno de flores que dejaba subir un olor impresionante. Eso avivó nuestro interés por ver la ciudad. Nos vestimos y pusimos rumbo al río. Ahora no recuerdo en que ribera estuvimos paseando ya que dos son los ríos que pasan por la antigua capital francesa. El Saona y el Rodano. Intentando recordar con los ojos cerrados ahora mismo diría que en un 90% debía ser el Saona porque desde allí vimos en lo alto las increíbles torres de la Basílica de Notre Dame de Fourvière. Y pedí a mi acompañante subir hasta aquella colina. Ella accedió. Así que guiándonos por las cruces de las torres empezamos a andar por las callejuelas del barrio antiguo y de las nuevas avenidas peatonales hasta topar con el funicular que subía hasta la Basílica. Y como yo me monto en cualquier cosa que se mueva y ella estaba perezosa para seguir andando pagamos el euro que costaba entrar y nos acomodamos. La basílica era preciosa y las vistas de toda la ciudad impresionantes. Me encantó pasear por dentro de la iglesia por un lado por la belleza del interior pero por otro para dejar durante unos minutos el horrible calor que azotaba Francia ese año. Pasamos un buen rato deambulando por los pasillos y capillas, leyendo la información del lugar y contemplando a los turistas mientras hablábamos sentados en los bancos para los feligreses. Al salir un cielo oscuro lleno de negras nubes nos sorprendió. Y como intuimos que iba a llover bastante nos dirijimos a un supermercado, habíamos decidido que haríamos un picnic. Comeriamos en la habitación del hotel.

La selección de quesos de cualquier supermercado de Francia es impresionante. Mucha variedad, tantas clases que alguna ni había oído que existiera y encima vienen en porciones pequeñas individuales para que escojas los que quieras sin tener que comprar el queso entero. Pillamos unos cuantos de muchos tipos. Fuimos también a la sección de patés y elegimos tres o cuatro tarrinas con distintas especias. Un par de baguettes. Y un Burdeos para ella y una coca cola para mi. Al llegar a la habitación esparcimos todo por la cama y con la tele puesta en algún canal de la televisión de pago de fondo empezamos a comer y a charlar sobre un montón de cosas. Y no se de que forma llegamos a una conversación. Una que llevó al momento más pasional que jamás he vivido. 

¿Te atreverías a depilarte entera y luego me depilas a mi? De dónde diablos vino esa pregunta no lo recuerdo. ¿Por qué se me ocurrió en ese momento? Ni idea. El caso es que minutos después de hacerla estábamos desnudos en el baño enjabonandonos para que mi cuchilla de afeitar hiciera su trabajo más suavemente. Empecé yo. Delicadamente le rasuré toda la zona. Mi excitación era notable y ella no me iba a la zaga pero había que estar calmado. Un pequeño movimiento haría que lo que parecía ser extremadamente erótico se convirtiera en una inoportuna sangría. Al acabar se miró en el espejo y se rió al tiempo que decía ahora es mi turno. Me tumbé sobre la cama y empezó a pasear la cuchilla sobre mis ingles. Enjuagaba en un vaso con agua y volvía a pasar. Así durante unos instantes en los que mi pene erecto no hacia mella en su concentración. La miraba con expectación. Labios apretados y ojos fijos en la zona, veía sus muecas como si estuviera quedando satisfecha con el resultado. Al finalizar me pasó la toalla para quitarme los pelos y el jabón y acto seguido me la chupó. Una felación tan rítmica y sensual que hizo que temblara. Apunto de correrme estuve en un par de ocasiones pero me contuve. ¡Deseaba que eso durara durante horas! Y yo quise comprobar también mi trabajo así que la recosté en la cama y me puse a lamerle el clítoris. Y así, a cuatro patas sobre ella, empezamos a darnos placer oral mutuamente. 

Fuera se oía la lluvia por la ventana abierta. La tele llevaba apagada desde el comienzo del juego del ¿te atreves....? Y llegamos al orgasmo. Indescriptible al menos para mi. Lancé un gemido que llevaba aguantando bastante tiempo para que el placer fuera mayor y más duradero. Algo que debió escucharse en las habitaciones contiguas. Pero eso, en ese momento, me daba lo mismo. Me giré y le di un beso en los labios. Un largo beso que no hizo más que mantener la erección pese a que me acababa de correr. Nuestras lenguas jugaban, los labios eran mordidos por unas bocas llenas de deseo. La cogí de la mano y la llevé a una mesita que había cercana a la ventana. Redonda de un metro de diámetro aproximadamente en la que había papeles del hotel y del viaje. Lo tiré todo al suelo y ella se recostó sobre la mesa. Y allí la penetré. Me movía muy despacio, lamiendo su cara llena de sudor por el insoportable calor de aquel bochornoso día. Con el sonido de la tormenta en nuestros oídos le susurraba palabras de amor. Gotas de sudor resbalaban también por mi cara y caían sobre sus pechos, los cuales mordisqueaba suavemente. De pronto empecé a imprimir velocidad a la penetración y la mesa se tambaleó. La madera de la que estaba hecha crujía y nos reímos pensando que acabaríamos en el suelo. Pero no fue así. El olor de las flores mojadas, de la lluvia y de la humedad del ambiente hizo único ese momento en el que llegamos ambos al clímax al mismo tiempo y un te amo resonó a la vez que un trueno desgarrando el cielo oscuro de Lyon. 

Tumbados, desnudos y abrazados, sobre la cama veíamos la tele sin encender. Y nos quedamos dormidos. Despertamos unas horas después. No nos apetecía salir así que ella bajó al bar del hotel y compró un Perrier y una coca cola. Indignada llamó a la puerta para que le abriera. 20€ le habían cobrado y con una sonrisa en la boca le dije...pues para desquitarnos nos lleváremos el vaso. Ese fue el primero de una gran colección. Cenamos los restos de queso y paté que quedó de la comida y dejamos que una película en un idioma que apenas entendíamos nos entretuviera un rato hasta que nos entró sueño. 

Al día siguiente partimos hacia Niza. La soleada Costa Azul nos esperaba. Mejillones "a volonté", mojitos y playas de piedras enormes. Pero esa es otra historia. Esta va de Lyon y de la tormentosa estancia en un lugar bonito pero que realmente no vi demasiado, una ciudad en la que viví la pasión y el sexo de una forma especial. Tengo que volver. Sin duda. 

 


jueves, 17 de octubre de 2013

La delgada línea roja

Estaba sentado en la butaca del cine. Sólo tres o cuatro personas desperdigadas por la sala habíamos entrado a esa sesión para ver la película de Terrence Malick. Yo me puse por el centro, me gusta estar cerca de la pantalla. Se estrenó en la época en la que el cine era una de mis pasiones y procuraba ir al menos una vez a la semana. Había leído muy buenas críticas sobre Malick y su forma de rodar, sobre el reparto increíble, sobre lo emocionante de la historia. Y no me defraudó. La música de Zimmer y las bellas imágenes hicieron que en un par de ocasiones llorara. Las imágenes cruentas de la Segunda Guerra Mundial pasaban por delante de mis ojos, los pensamientos de los personajes me hicieron reflexionar, los paisajes de la ficticia isla de Guadalcanal me emocionaron. 
Al salir del cine estaba realmente sensible y me acerqué al Fnac, busqué el cd de la banda sonora y me lo compré. Es la música que escucho ahora mismo. Hans Zimmer compuso unas melodías que si cierras los ojos te llevan a otros lugares y hacia allí me dirijo yo. Directamente a un sitio terriblemente doloroso. 
Una conversación esta mañana con una amiga me ha hecho deambular por los recuerdos nebulosos y tristes de los hechos acaecidos hace unos meses. Y me ha dado el título para esta entrada. La delgada línea que hay entre el amor y el odio. Una frontera finísima que en ocasiones es indistinguible y hace que te preguntes, ¿en que lado me encuentro?
A ella le contaba retazos de mi vida. Unas pinceladas de lo que me ocurrió y de lo que sentí. Y con mucha razón me ha contestado que eso le pasa a muchas parejas diariamente. Que lo que yo pasé sin duda esta en muchos hogares. Y no me cabe duda de que así es, pero no por ello es menos doloroso. Y ese dolor hace que mi historia sea singular y única, al menos para mi.
Porque ahora cierro los ojos y con la música voy hacia atrás en el calendario y me asomo a un día. Ese en el que recogía mis cosas con una tristeza infinita y que sin poder continuar guardando mis pertenencias en la maleta le escribo un correo desde mi iPad. Un email en el que le cuento demasiadas chorradas que mientras las tecleo no me parecen tales pero que una vez enviado y releyéndolo deseo no haber enviado. Miro a la mesa y veo su iPad. Lo abro y borro el correo desde su cuenta. Y un infortunado hecho hace que todo mi mundo se venga abajo. Sin querer, mi dedo se desliza por la pantalla y se abre la carpeta de las fotos y allí esta ella mirándole con una cara como la que hacia unos años me miraba a mi. En ese instante descubrí el por qué de la ruptura, fatídico momento en el que me di cuenta de que ella estaba enamorada de otro. Esa mirada no podía significar otra cosa. Esa sonrisa en su rostro era la de una mujer feliz con otro hombre que no era yo. Y me desmayé. Caí redondo del sofá al suelo golpeandome con la mesa al descender a los infiernos. Durante unos minutos yací inconsciente en el suelo, no recuerdo si fue un minuto o media hora. Sólo se que al despertar de ese terrible trance lloré como jamás había llorado. Y no paraba de repetir una y otra vez entre sollozos ¿por qué cosita?¿por qué?
La delgada línea había sido traspasada. Y ella se quedó al otro lado, el del odio. Mientras yo aún discurría por la parte opuesta, ella me bombardeaba con su artillería pesada. Hecho que en algún instante hizo que dudara de si traspasar también yo esa línea. Pero durante meses me quedé quieto, agazapado viendo venir el chaparrón. Escuchando el tronar de los disparos que inevitablemente me alcanzaban y herían. No la juzgué ni entonces ni ahora, hay que convertirse en guerra si se quiere ganar la batalla y ella lo hizo de maravilla. Yo no pude presentarme a la contienda, no quise o no me atreví. Conseguí estar en el lado del amor tras esa finísima línea que todo lo divide, lo hice porque no quería olvidar lo que yo era. Sin embargo tras unos meses los habitantes de ese lado me expulsaron o me fui yo por mi propia voluntad, no estoy muy seguro. El amor había abandonado mi corazón. Y ellos lo vieron. La gente que esta enamorada sabe cuando alguien también lo esta y mi semblante era el de un hombre tristemente sin alma. 
¿Por qué no sonríes? Eso me preguntan muy a menudo. La respuesta, porque ando sobre la línea. Ni en un lado ni en el otro. Debo estar concentrado para no caer de un traspiés y cual equilibrista mantengo la posición balanceandome peligrosamente. No quiero caer del lado del odio. No. Para nada deseo que mi alma se oscurezca. Y me da auténtico pavor pasar al lado del amor. Un lugar que no puedo controlar ni predecir, tan misterioso que me infunde mucho respeto. Pero es a lo que aspiro, a lo que mi nostálgico y melancólico corazón desea aferrarse. Volver a su lugar, a su casa. El país del amor. Tras la finísima línea roja. 
Alguna noche sueño que me cuelo de puntillas en el lado del amor. Veo caras de felicidad alrededor e incluso, en el reflejo de alguna superficie pulida, veo la mía y una sonrisa se muestra en ella. Mi corazón late fuertemente. La sangre que circula por mis venas es más vigorosa, más roja. El oxígeno que se transfiere de mi nariz a los pulmones es más puro. El mundo del amor es así. Vitalidad y Belleza llenan sus ciudades. El colorido de sus paisajes es increíble. La sensualidad tras las puertas de las casas es patente. El sonido indescriptible. El sol irradia una luz mágica que mantiene a la oscuridad alejada tras la frontera. 
¿Quien no querría estar en un lugar así?¿Quien, en su sano juicio, no desearía vivir en el país del amor?

martes, 15 de octubre de 2013

Suceso extraño

- Hola, ¿Os queda pan?
- Pan si, ¿cuanto?
- Dame tres por favor.
Rubén estaba en la tienda de los chinos de la esquina. Se había quedado sin pan y eran las 11 de la noche. Con tres barras sería suficiente. Pagó y la amable tendera asiática le devolvió las vueltas junto con un par de chicles que siempre le regalaba. Él se despidió con un gracias y ella con una amplia sonrisa desvió su cara y se puso a mirar la pantalla del ordenador en la que tenía puesta una película de Kung fu subtitulada en lo que Rubén supuso sería chino mandarín. 
Al salir a la calle sus ojos se desviaron inconscientemente al cielo. Una luna inmensa se veía en lo alto. Respiró profundamente y volvió al trabajo. 
Una hora antes en el edificio que tenía la agencia China aeroespacial (CNSA) un técnico de guardia llamado Xin Luquond tecleaba unas órdenes en el terminal de su oficina. Era el encargado de vigilar la órbita lunar mediante el satélite que habían lanzado hacia pocas semanas. Y una cosa le extrañó, junto al punto que simulaba ser la luna se veía otro que giraba en torno suyo. 
En ese mismo instante en Moscú un militar ruso muy sofocado, por la carrera que acababa de hacer, tocaba a la puerta del General Oleg Posgonov. 
A toda prisa hizo el saludo militar y le tendió una hoja de papel. El General leyó lo siguiente....
La Agencia Aeroespacial Federal Rusa ha hallado un rastro de un objeto no identificado siguiendo la órbita lunar. El Presidente Medvedev ha recibido puntuales noticias y ha convocado una reunión a las 02:15 horas de este mismo domingo para evaluar las posibles actuaciones que han de llevarse a cabo. 
Posgonov se quedó pensativo unos segundos y se preguntó que maldita cosa habrían descubierto los de Roscosmos. 
Timothy O'Brian comía un sándwich de atún sobre la mesa de su cúbiculo. Estaba harto de pringar todos los fines de semana pero no podía quejarse, era lo que había soñado toda su vida. Su chapa colgada de la camisa decía que era analista de la Agencia aeroespacial más importante del mundo, la NASA. El teléfono sonó y alguien al otro lado gritó algo que hizo que Tim, con sus 90kg de peso, saliera corriendo hasta los monitores de control. La voz del teléfono tenía razón, en la pantalla central de 100 pulgadas se veía un gigantesco platillo volante. 
Un instante después Tim cogió el auricular y llamó a su superior. Esperaba encontrarlo en casa. Eran las 17:30 del Sábado y rezó para que no hubiera salido de barbacoa con su familia como hacia cada fin de semana.
Rubén acababa de terminar de cenar. Había ojeado el periódico mientras se terminaba una cocacola. Miró su reloj. Las doce de la noche. Hora perfecta para recoger parte de la terraza. Salió de la cocina.
- Chicas, voy a subir la terraza. Si me necesitáis llamadme.
El silencio era extraño. La calle estaba desierta. Tardó en darse cuenta de lo que ocurría. No miró hacia arriba hasta pasados un par de minutos pero cuando lo vió se quedó alucinado. Un disco increíblemente grande ocupaba gran parte del cielo. Entonces, al mirar hacia arriba se dio cuenta de que todo el mundo observaba ese objeto desde sus ventanas. En absoluto silencio. Hasta que todo se volvió una locura. Un rayo de luz salió del centro de la nave. Y de pronto una explosión. Una señora gritó. Y eso fue el detonante para que la cordura abandonara a los seres humanos. Todo se descontroló en un momento. 
La reacción de Rubén fue instintiva. Corrió hacia el bar.
- Id a por vuestras familias. ¡Rápido!
Mientras se ponía los vaqueros la llamó. El teléfono comunicaba. ¡Joder! Se puso la camiseta y cogió las llaves del coche. Volvió a intentarlo. ¡Maldita sea! Ahora sonaba un mensaje de líneas saturadas.
Cerró el local y se despidió de sus chicas con un abrazo. 
- Salid del centro de la ciudad. No os quedéis en casa. ¡Moveos!
El caos iba en aumento. Y Rubén pensó que en la rapidez estaba el éxito. Debia coger el coche antes de que todo se atascara. Tenía que llegar hasta ella. 
Al ser por la noche mucha gente ya dormía al aparecer aquello en el cielo pero los gritos y las explosiones empezaban a despertar a los que aún soñaban plácidamente en sus camas. En unos minutos sería imposible moverse por el centro de Madrid. Rubén aceleró, esquivaba coches y gente. La adrenalina le hacia estar más atento aunque en un par de ocasiones estuvo a punto de perder el control de su coche. 
Llegó a su casa. Subió rápidamente esperando que no hubieran salido aún de allí. Notaba a los inquilinos mirando por las mirillas, cerrando las puertas e incluso moviendo muebles. Sabía que eso era un error y no permitiría que ella se quedara ahí a merced de lo que diablos fuera lo que manejaba aquel platillo volante. 
Llegó hasta la puerta y ella le abrió con lágrimas en los ojos. Se abrazaron fuertemente y ella le susurró algo al oído. 
- Papá ha muerto, su casa ha sido alcanzada por un rayo. 
Rubén la besó. 
- Lo siento cariño.
- ¿Qué es todo esto?¿Qué sucede Ru?
- No lo se, pero debemos movernos. Quedarse quieto es morir. 
- La niña duerme.
- Despiertala. Vístete y abriga a la niña. Voy a intentar hacer una llamada. 
Rubén cogió de nuevo su móvil y marcó un número. Daba señal. 
- ¡Dios Gordi! ¿Has visto lo del cielo?
- Pensé que era sólo en Madrid, tenía esa esperanza. 
- ¡Aquí en Pamplona hay un OVNI enorme!
- Dani, ¡sal de ahí! Lanzan rayos indiscriminadamente. 
- Ya, Maite esta avisando a su familia. Y yo he hablado con Susana. Ella va a huir con unos amigos. Me ha dicho que se pondrá en contacto con nosotros en cuanto pueda.
- Perfecto. ¿Nos encontramos en La Manga?
- ¿Crees que allí no habrá nada?
- Creo que lo mejor es abandonar las grandes ciudades. De momento es lo único que se me ocurre. Ten cuidado Pumi. ¡Un abrazo para ti y para Maite!
Al colgar, ella estaba lista junto a la niña. Rubén cogió una bolsa de lona y metió algo de comida. Se la colgó al hombro.
Se agachó un instante y habló a la niña de 5 años.
- Cielo, ahora tienes que correr mucho y no soltarte de tu madre, ¿vale?
La niña le miró con cara curiosa y asintió con su cabecita. Ella sólo le conocía desde hacia unos meses pero le había cogido cariño. 
Se levantó y besó a la mamá. 
- ¡Vámonos!
Volaron hacia el coche. 
Ahora las calles eran una auténtica locura. Gente corriendo por todos lados que momentáneamente se paraban para mirar hacia arriba. Cámaras de móviles grabándolo todo. Perros ahuyando al cielo. Explosiones lejanas y no tan lejanas. 
Rubén conducía a toda velocidad, frenando de golpe en ocasiones para acelerar segundos después haciendo rechinar los neumáticos. Pasados unos minutos cogieron la autopista. Y entonces por fin pudo respirar viendo desde el retrovisor los haces de luces que salían de la inmensa nave espacial. 
Una hora más tarde la noche cerrada no dejaba entrever nada más que luces lejanas en el cielo. De pronto el piloto del depósito de gasolina se encendió. ¡Joder! 
Un cartel en la carretera indicaba que en 10 kilómetros habría una estación de servicio abierta durante todo el día. La rápida reacción de Rubén le había dado un tiempo precioso antes de que el caos llegara hasta ahí. 
- Cariño voy a parar. Te dejaré las llaves mientras pago. Si ves algo extraño enciende el motor y ve a por mi. 
- Estaré bien, no te preocupes. 
- Compraré algo para comer. ¿Te apetece alguna cosa en especial?
- Mmmmmm. Si, algo con chocolate. 
- Ahora vuelvo. Te quiero niña.
- Te quiero Ru. 
La puerta se abrió automáticamente. Todo parecía tranquilo. El hilo musical funcionando, el empleado leyendo una revista detrás del mostrador, una señora limpiando el suelo de un pasillo fregona en mano. 
- 70 euros de 95 por favor. 
- ¿En que surtidor esta?
Rubén se asomó para comprobar el número y ya de paso ver si todo seguía bien.
- El cinco. ¿Qué tal va la noche? 
- Ya lo ve, aburrido echando un vistazo a los últimos modelos de Yamaha. Me quiero comprar una que la mía ya esta en las últimas. 
El chico señaló con la cabeza una vieja moto aparcada justo delante de la puerta de entrada.
- Pues yo que tu cogería la moto y me iría bien lejos de aquí. Hazme caso, algo grande va a ocurrir. 
Dejó los billetes en el mostrador y cuando ya salía se acordó del chocolate. Iba a volver cuando un destello se vió en el horizonte seguido de un chirrido que se le metió en la cabeza. ¡Qué demonios era eso! Corrió hasta el coche y puso el motor en marcha y salió disparado rumbo al este. A la costa. 
Eran casi las cinco de la mañana cuando llegaron. Todo estaba desierto. Extremadamente silencioso y tranquilo. 
Rubén cogió en brazos a la niña que dormía en el asiento trasero y subieron al piso. La recostó en el sofá y la tapó con una manta que sacó de un armario. 
En ese momento de tranquilidad abrazó a la madre. Un instante de paz. Se besaron. Acarició su cara, esa carita que hacia unas horas mostraba una tristeza infinita por la muerte de su padre. Salieron a la terraza y vieron el mar. Escucharon el susurro leve de las olas cogidos de la mano sin decir una sola palabra. Ambos sabían que algo excepcional estaba ocurriendo. Algo que no llegaban a comprender del todo pero se tenían el uno al otro y las dificultades serían menores así. No importaba que el mundo se fuera a la mierda si ellos podían cogerse de la mano tal y como estaban ahora. 
El cuerpo de ella se estremeció por el frío. Una pequeña brisa se había levantado y entraron en la casa de nuevo. Rubén buscó su móvil, la pantalla mostraba que no había cobertura. 
Encendió la tele y un hombre vestido de blanco de pie sobre un fondo gris les miraba. En todos los canales estaba el mismo hombre sin expresión alguna. Un tío como cualquier otro. 
Y empezó a hablar. 
- Soy un enviado del planeta Corsi en la galaxia que vosotros llamáis XE-573. Nuestro planeta sufrió el impacto de un meteorito y quedó destruido. Necesitamos algo que vosotros tenéis aquí en abundancia para poder subsistir durante nuestro viaje. Sólo nos quedaremos lo estrictamente necesario para abastecernos. La demostración de hoy ha sido una advertencia ya que no queremos una guerra ni la devastación de vuestro mundo pero nada evitará que nos llevemos lo que buscamos así que esperamos la cooperación de los humanos. Con el nuevo día llegarán cambios en vuestro planeta, aceptadlos o moriréis.
Rubén, incrédulo aún por todo lo que había visto en las últimas horas, se dejó caer en una silla. Agotado por la tensión que había soportado se preguntó que era lo que buscaban en la Tierra. ¿Qué pasaría al amanecer?
Entonces ella se acercó por detrás, le besó en la nuca y le dio un suave abrazo mientras le decía al oído. Te amo, gracias por venir a por mi y protegerme. En ese momento a Rubén se le olvidó todo lo ocurrido esa noche y lo único que deseó fue hacer el amor con esa mujer hasta la salida del sol, quizá el último instante de placer entre ambos. Y levantándose pausadamente la cogió de la mano y la llevó al dormitorio donde se amaron como nunca antes. Y así esperaron el nuevo día, entre susurros y jadeos, entre sudor y pasión, entre risas y llantos de felicidad. Se amaban y ningún jodido alienigena del mundo exterior podría quitarles eso. 








 


viernes, 11 de octubre de 2013

Vitrubio

Esta es una entrada con la que una amiga exclamaria, "¡Ru, que flipao eres!" Y tendría razón. Esa misma chica esta mañana viendo una de mis fotos me dijo, "Rubén, te molas" a lo que yo respondí, "me molo mogollón". Y también es cierto. Cuando uno va superando etapas le gusta deleitarse con su trabajo. Ve que su esfuerzo merece la pena y sigue intentando llegar a ese punto óptimo e inalcanzable. 
Ya hablé hace tiempo del número áureo. De la perfección. Algo en lo que los antiguos griegos creían. Muchos de los arquitectos ideaban los planos de los edificios siguiendo ese número, muchos templos fueron diseñados tomando la divina proporción como referencia. 
Marco Vitrubio fue un arquitecto que trabajó a las órdenes de Julio César. Construyó para él edificios civiles, palacios y templos. Ideó cientos de inventos y dejó para la posteridad un tratado increíble sobre la arquitectura en diez tomos. En uno de ellos explica que medidas tendría que tener un cuerpo humano perfecto. Muchos siglos más tarde Leonardo DaVinci dibujó su famoso "Hombre de Vitrubio" siguiendo las instrucciones del tratado en cuestión. Todo se fundamenta en la simetría. Brazos y piernas estirados en cruz. Formado un cuadrado. Las extremidades del modelo estan inscritas en un círculo perfecto. El ombligo sería el centro de esa circunferencia que abarcaría todo cuanto somos. Para ellos la simetría era la perfección, visualmente hablando. Una figura era bella si estaba construida de forma que ambos lados fueran iguales, en proporción y forma. Su pensamiento era que como la naturaleza tendía a crear formas simétricas y esta era una creación divina, a los dioses le satisfacían las proporciones y razones geométricas. Por lo tanto intentaban imitar ese comportamiento.
Ayer salí a correr. Eran las seis de la tarde. Mentalmente estaba con fuerza. Mientras me ponía el pantalón corto veía mis piernas y los músculos que se definían al estirarlas. Al ponerme la camiseta veía el pecho tensandose al abrir los brazos. Me vi en el espejo y sentí fuerza, potencia. Y eso me motivó. Me puse los cascos y empecé a trotar. Nada más comenzar noté que hacia viento. Era suave pero se sentía la resistencia al avance. Mi motivación era tal que lo único que me dije fue...mejor así será un reto mayor. 
Quizá la música tuvo algo que ver, un par de canciones o tres que me ponen a mil. Sí, desde luego la música enardece el alma y las piernas. A los 10 minutos de salir veo un autobus en la parada. ¿Será posible que le siga durante unos metros? Lo alcanzo y el conductor arranca. Acelero. Miro a mi izquierda y veo a un chico que me observa desde la ventanilla con cara de ¡¿y este tío qué coño hace?! Le supero en una glorieta pero al salir de ella el conductor pisa el acelerador y pone segunda. Me deja atrás inevitablemente. Pero la sensación es buena. El corazón bombea rápido pero no me he sofocado, no hay síntomas de cansancio. Sólo es que la carretera picaba hacia arriba y pienso, ¡otra cosa hubiera sucedido si tan sólo el terreno fuera llano! "Flipao", sí. Toda la razón. Pero me vale para seguir con ritmo. Subo una cuesta con un gran desnivel y me topo con un ciclista. El no puede más. Yo le miro desafiante. Esta vez tengo más oportunidades que con el autobus, no hay caballos de por medio ni motores de combustión. Piernas contra piernas. Las mías y las del de la bici. Le supero fácilmente, más de lo que hubiera imaginado pero el tío se pica y en la bajada me grita ¡ahí te quedas!
Sonrio y sigo con mi ritmo. Me encuentro de maravilla con el viento acariciando mi cara, no siento fatiga en las piernas y los brazos se mueven acompasadamente. Llego a un circuito de tierra al que suelo dar tres vueltas. Un circuito de unos dos kilómetros, que pueden ser más porque no he medido distancia alguna ni controlado el tiempo. Me rijo por las sensaciones de mi cuerpo. Y ayer estaba pletórico.
La primera vuelta la hago sin parar desde que salí de casa. Me encuentro con gente corriendo. Una rubia va por delante con ritmo lento. Bajo el mío para quedarme detrás un rato. El pelo recogido en una coleta que sube y baja con cada zancada. Bonitas vistas pero no aguanto mucho ahí detrás, unos metros más adelante la sobrepaso girando mi cabeza hacia la derecha para mirarla al pasar. Ella me siente y torna su cabeza. Ojos cansados, cara enrojecida, boca semiabierta cogiendo algo de aire a bocanadas. 
Hago un gesto con mi cabeza y me olvido de su coleta. Acelero. La música me sigue llevando en volandas. Las piernas responden al ritmo pero los brazos los noto un poco agarrotados y los muevo primero soltándolos hacia abajo y luego lanzando unos puñetazos al aire. Imágenes de Rocky corriendo por la playa se asoman por mi mente. ¡Vamos valiente!¡No hay dolor!
Vuelta completada. Me paro a la sombra de unos árboles, en un merendero con columpios para niños. No hay descanso y me pongo a hacer flexiones con la piernas en lo alto de un banco de piedra y la manos en el suelo. Dos series de veinte. Otro ejercicio para los tríceps. Y otro más de pliometria dando  saltitos. Los niños me miran con interés, los padres con desconfianza, las madres con deseo. O eso quiero pensar yo. 
Empiezo la segunda vuelta. Sin pausa más que para volver a poner la tres mismas canciones, esas que hacen que la adrenalina fluya recorriendo todo mi cuerpo. Voy rápido y en un instante determinado a lo lejos veo a la morena a la que me he encontrado otros días. Mallas negras ajustadas, camiseta sin mangas también negra. Melena recogida en una doble coleta. Y una cara preciosa. Un rostro de concentración. Sin agotamiento. La alcanzo con mucho esfuerzo y mi corazón bombea a tope, no se si por el trabajo de llegar o por verla a ella. ¡Mierda! Se desvía por otro camino y no hace mi recorrido. Continuo por mi ruta entre dos sentimientos encontrados, la tristeza por no saber quien es y la alegría al pensar que quizá otro día vuelva a coincidir con ella. Completo esa segunda vuelta y esta vez me paro en el balancín. Series de abdominales. Brazos en el suelo y pies sobre el balancín muevo el abdomen hasta llegar con las rodillas al pecho. Dos series. Luego, de un salto, me subo a la barra horizontal que sujeta los asientos y hago dominadas. Un par de series o tres con variaciones. Listo.
La última vuelta la comienzo con alegría, doy una palmada de ánimo y susurro un vamos. Por unos instantes la cabeza se va a otros lugares y piensa en otras historias. El ritmo decrece pero al poco me doy cuenta y ahuyento esos pensamientos. Mi mente sólo tiene que estar en sudar, no decaer y buscar la simetría. 
Tras unos minutos llego hasta mi campo base, hago los mismos ejercicios que en la primera vuelta. Y me mentalizo para el tramo final. 
Bebo un poco de agua. Y de nuevo pongo las tres canciones que me hacen flotar como si fuera una pluma lanzada desde lo alto de una torre. No siento el cuerpo cansado, quizá algo agarrotado por la posición. Me muevo en zig-zag un rato. Jugando. Divirtiendome. Subo el ritmo y vuelo. Por alguna loca razón viene una frase de una película a mi mente. "Yo creo que Dios me hizo con un propósito, él me hizo rápido para complacerle". Carros de fuego. Vangelis. Entrega. Sacrificio. Sudor. Correr. Motivación. Con cada latido una palabra, con cada palabra una zancada, con cada zancada una sonrisa. 
Llego a casa y miro el reloj. Las 7:50. Casi dos horas. Aún no he terminado. Queda hacer algo más. Unas abdominales quizá. Estoy fuerte, más que nunca en mi vida.
Hace unos meses hablé de intentar conseguir la perfección, acercarme con unos decimales al número áureo. Estoy en ello, y creo que por el buen camino. Lo intuyo porque hoy no tengo agujetas pese al esfuerzo de ayer. Lo siento así porque ya no lloro tan habitualmente como solía. Es un duro camino, sin duda. Y nunca llegaré a nada ni remotamente parecido a la perfección. Pero sigo en busca de la simetría. Tengo esa imagen del hombre de Vitrubio en mi cabeza y sigo buscando a ese Rubén que se acerque lo máximo posible a ese ideal. ¿Por qué? Porque me hace sentir bien. Simplemente por eso. Me hace sentir extraordinariamente bien. 

                               

jueves, 10 de octubre de 2013

Imagine

Hace muchísimos años, tantos que este recuerdo estaba enterrado muy al fondo de mi mente, andaba un sábado por el Fnac. Me gustaba pasar las tardes paseando entre música y libros, mirando las carátulas de los cd's o las portadas de los libros.
Pues ese sábado del que hablo encontré un disco de John Lennon. Por entonces yo no había escuchado nada de los Beatles ni de él mismo como solista, y me dije ¡voy a ver que tal suena! 
El cd era una recopilación de sus grandes éxitos. Una canción me impactó. Fue como una oleada tremenda de sentimientos abatiendose sobre mi corazón. Y lloré. La primera vez que escuché Imagine las lágrimas cayeron por mi cara. Me emocioné tanto que no pude evitarlo. Y no tuve más remedio que comprar ese disco y adentrarme en el mundo de John Lennon. 
La letra es preciosa y la música te envuelve de un aura increíblemente romántica y evocadora. Lennon era un soñador. Sin duda el creía en un mundo distinto, un lugar que podía llegar a ser maravilloso si nos proponíamos ser mejores personas aportando cada uno su granito de arena.
Muchas noches, después de cenar, me puse el disco y cantaba la canción a solas. Derramando alguna lágrima soñando con un mundo mejor, deseando vivir en un lugar lleno de felicidad, sin maldades de ningún tipo y donde el amor no se tuviera que ocultar. 
Ese mundo irreal lo encontré mucho tiempo después. Un lugar como ningún otro donde toda la gente parece ser feliz y una sonrisa asoma en sus rostros. Un mundo utópico que durante unas horas te hace pensar que es posible un sitio como el que describe John Lennon en Imagine. 
Y la Navidad es ese ambiente en el que todo se desarrolla como si fuera un sueño. París es el escenario. La ciudad se viste con sus mejores luces. La capital francesa se llena de olores y sabores. El olor del vino caliente en los muchos puestos callejeros, el del queso Reblochon que se derrite en las cacerolas junto con el bacon, la cebolla y las patatas mientras hacen tartiflette, el de los crepes tomando forma en las calientes planchas, el del chocolate humeante en vasos de plástico. 
Miles de personas paseando por las anchas avenidas, observando los escaparates que los parisinos decoran con un arte especial. Motivos navideños, pares donde pares, que no dejan que te olvides que estas en esa época en la que nada importa más allá de ser feliz. 
Los Campos Elíseos al anochecer es como un cuento, uno de esos que te narran de pequeño y con el que te acuestas en la cama el 24 de Diciembre soñando con personajes barrigudos vestidos de rojo y con blanca barba. 
Ni siquiera si te pilla un día lluvioso le quita un ápice de grandiosidad al momento y miras hacia arriba diciendo que son cuatro gotas aunque este diluviando. Optimismo a raudales porque eso es lo que hace esta ciudad, te crea esa ilusión irreal de estar en un lugar realmente único. 
Pero el epicentro de toda esa felicidad está a unos kilómetros de las riberas del Sena. Cuando coges el tren, medio dormido, no te imaginas el día que te espera. No intuyes, viendo pasar los suburbios de París por la ventanilla sucia del vagón, que ese tren te llevará a un lugar mágico. 
Aunque algunas pistas del lugar al que te diriges ya se palpan en los asientos cercanos. Niños impacientes por doquier, padres nerviosos pendientes de donde van sus inquietos hijos, chavales con las novias agarrados de la mano, y gente como yo, personas que creen que Disney ha hecho algo increíblemente difícil. Hacer que los adultos sueñen, se rían y miren el mundo como si volvieran a ser críos de nuevo. 
Ir allí no es ir a cualquier parque de atracciones con sus montañas rusas y sus colas interminables. Lo que me llama la atención es el ambiente. Los semblantes de la gente. Los niños expectantes. Las decoraciones y sonidos. Y yo mismo que me descubro emocionado cuando por la noche sale la cabalgata de los personajes y al final llega Papa Noel con su carroza tirada por renos enormes. Ese caudal de sentimientos vividos durante todo el día desemboca en unas pequeñas lágrimas de felicidad al ver que todo el mundo disfruta y que todo se reduce a ese sentimiento de dicha que deseas que no acabe. Mires por donde mires no hay desgracias, no hay tristezas, no hay guerras ni mezquindad. Como dice Lennon en la canción abajo no hay ningún infierno y arriba sólo esta el cielo. 
De vuelta en el tren, con la mirada perdida en la noche parisina, sientes que has vivido uno de los momentos que recordaras para toda la vida. Y te acuestas con una sonrisa en la cara tarareando canciones navideñas con acento francés. 
Y si al despertar miras por la ventana del hotel y ves un manto blanco sobre las calles y los pequeños copos de nieve cayendo en el alféizar sólo puedes hacer una cosa.....coger a tu acompañante y besarla. Esa imagen de París nevado no podría ser más bucólica, más romántica. Y el beso en la ventana se transforma en una caricia en la cama, en un nuevo beso esta vez desnudos sobre el mullido colchón. Incluso hacer el amor en París es extrañamente mágico porque en el fragor de la batalla te descubres soltando expresiones típicamente francesas.....Mon amour!....Oh, la la!....Mon Dieu!....Je t'aime!... Y en la ducha te descojonas pensando en ello, ¡coño! ¡Si parecía el mismísimo Napoleón!
¡Qué misterioso es todo cuando la pasión nos rodea! 
Desde ese día que escuché Imagine por primera vez y soñé en el Fnac ha pasado mucho tiempo. Pero nada ha cambiado dentro de mi. Esta mañana volví a oírla con los ojos cerrados sentado en el autobus. De pronto he sentido como se erizaba mi piel y los ojos se humedecían. Con un poco de esfuerzo he procurado no llorar. ¡Jodido Lennon y su mundo utópico!¡Jodida magia!¡Jodidos sueños!
Desde hace tiempo a todo el mundo le digo que quiero volver a París en Navidad. ¿Por qué? Porque significará que vuelvo a ser feliz. Volveré a ver ese mundo único, volveré a cantar la canción de Piratas del Caribe en mi atracción favorita, volveré a hacerme una foto en la Torre Eiffel, volveré a comer un crepe con Nutella, volveré a ver patinar a la gente en los Campos de Marte, volveré a pasar frío viendo los escaparates de las Galerías Lafayette y entraré para calentarme y veré su enorme árbol de Navidad. 
Por eso deseo, con todas mis fuerzas, volver a París. Porque eso querrá decir que he encontrado el amor, y que despertaré cada mañana con una sonrisa en mi cara y un sentimiento en mi corazón. De ahí mi empeño en volver. Porque sin duda quiero amar y ser amado en la ciudad de las luces. Porque cuando escuché por primera vez Imagine, el mundo que yo imaginaba estaba lleno de paz y amor y una bella mujer me cogía de la mano para no soltarla jamás. Ese era mi mundo soñado. Ese es el mundo en el que me hizo creer John Lennon. 



lunes, 7 de octubre de 2013

Billy el niño

                       

Billy the Kid, todo el mundo ha oído hablar de él alguna vez en su vida. Un personaje histórico al que probablemente se le atribuyen más actos delictivos de los que en realidad cometiera.
Viendo la única foto que se conserva de Billy se diría que no podría matar ni a una mosca. Un chico apacible y bonachón me atrevería a decir a priori, pero la fama es otra. Quizá agrandada maliciosamente por sus enemigos, puede que ensalzada en demasía por sus numerosos seguidores que incluso pidieron su indulto más de 100 años después de su muerte. 
Lo que si es cierto es que ese hombre al que veis en la fotografía luchó por sus ideales contra viento y marea. Pese a estar perseguido por el temible Pat Garrett, el Sheriff del condado de Lincoln, siguió viviendo como él deseaba. Desde luego era un chaval con convicciones. 
Y eso le llevó a que pusieran precio a su vida. ¿Cuanto vale un alma? Simple y llanamente la vida del forajido más famoso del oeste americano se tasaba en 500$ como reza el cartel. 
Siempre me ha llamado la atención la historia de esa extraña cara. Seguramente porque conocí su vida en un momento en el que yo me creía un rebelde y me parecía que ese personaje era un interesante modelo en el que fijarse. 
Su hermano y él tuvieron que salir adelante solos ya que al morir su madre, su padrastro los abandonó. En un mundo lleno de violencia trabajó en muy diversos oficios hasta que encontró un nuevo hogar en un rancho de Nuevo México. Una trifulca entre rancheros le dejó de nuevo sin esa figura que él veía como un espejo en el que mirarse y quiso vengarse de ese sistema que permitía que le arrebataran a sus seres queridos. Y empezó a delinquir. Pequeños hurtos al principio que hizo que le arrestaran en varias ocasiones, pero le soltaban al poco. Hasta que un día quiso escapar de la ley y mató a sus captores, puede que un par de ayudantes del Sheriiff. Ahí empezó la leyenda. Duelos de pistoleros en cada pueblo, peleas en los salones delante de un whisky y una baraja de cartas quizá, robo de ganado, e incluso alguna escaramuza nocturna donde nadie sabe quien disparó a quien o que pistola mató a nadie. 
La leyenda se iba forjando poco a poco hasta el día de su muerte. El día en el que Pat Garrett dijo a sus ayudantes al salir de un callejón oscuro....creo que le he matado, creo que el maldito Billy El Niño está muerto. Si, ni siquiera su muerte se libra del mito. Algunos dicen que no murió y que siguió con vida muchos años más, ya que en ese negro callejón el cadáver que yacía en el suelo no era el de William. 
Billy buscaba liberar la ira que sentía hacia el injusto mundo, Pat reconocimiento por capturar al bandido más famoso del momento, los ciudadanos de a pie los 500$ de recompensa. Y yo, ¿qué busco?
Muchas veces me he hecho esa pregunta y siempre obtengo la misma respuesta. Busco un corazón. Uno que se acelere al acercarme, uno que bombee más rápido y fuerte si la mujer que lo posee esta junto a mi. También busco una mente despierta, que tenga curiosidad por las cosas que nos rodean, que se haga preguntas aunque no sepa las respuestas. Por supuesto ese corazón y esa mente deben estar acompañados de un alma muy pasional. Cada cosa que haga debe acometerla con una ilusión que sea contagiosa, con una alegría desbordante. Otra característica indispensable sería que tuviera una fuerte personalidad para hacerme frente cuando fuera necesario, en la peleas o discusiones del día a día o en las riñas domésticas. Es decir, alguien que sepa replicarme y que debata conmigo sus ideas. Por supuesto debe ser aventurera y cogerme de la mano y decir vamos allá Rubén, curioseemos. Sin ninguna duda debe gustarle viajar y pasear sin rumbo fijo, perdiendose entre la gente  y observando la vida alrededor. Soñadora y un poco cría, como yo, para así no hacerme sentir un bicho raro entre la multitud, sabiendo que a mi lado hay alguien que comparte mis anhelos. Y también, claro, una mujer que disfrute de cada pequeño detalle. Una caricia o un beso, una sonrisa o una mirada, un susurro en la cama o una conversación esperando el ascensor para bajar a la calle. 
¿Y cuando cierro los ojos todas estas características abstractas tienen una imagen física? De momento no. A lo largo de mi vida me han gustado toda clase de mujeres de distinto aspecto. Sin dudarlo, me tiene que llamar la atención pero no hay algo definido de antemano. Así que cuando sueño con ella por las noches veo una especie de figura emborronada a la que abrazo y amo con locura. Se podría decir que ella estaría en un cartel de se busca vacío, uno tal que así.....

                                   

Billy no tuvo fortuna en su venganza ya que le mataron antes de tiempo. Garrett acabó sus días arruinado y sin gloria alguna y nadie obtuvo los 500$ de recompensa por la muerte de William H. Bonney. ¿Tendré yo más suerte en mi búsqueda? ¿Seré premiado con el beneplácito de los dioses y me concederán lo que tanto deseo? 
Puede que alguien me tache de exigente e iluso pero, ¿es pedir demasiado ser amado?¿es imposible que exista esa persona que te ame por encima de todo y a la que corresponder con el amor más puro que tu corazón es capaz de dar?
Yo no lo creo, más aún, es lo que deberíamos conseguir todos algún día. Tendríamos que ser como Billy el niño y no cejar en nuestro intento de encontrar esa interrogación del cartel pese a todos los Pat Garrett del mundo que intentan decirnos que el ser humano puede ser feliz sin amar.