La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 20 de junio de 2019

15. El sombrerero loco.

"Hay infinitos mundos a la vez, similares y distintos al nuestro porque los átomos son infinitos en número y se extienden por todo el espacio." Epicuro.

¿No sería increíble poder encontrar una puerta que me llevase a un mundo mágico, un lugar en el que todo, por absurdo e inconcebible que pudiera parecer, fuera posible?

Esa pregunta me la hice hace ya un tiempo. El ambiente que me rodeaba era propicio para ello.

Lugar, algún punto de Los Angeles. Hora, cerca de las nueve de la noche. Arriba, un cielo oscuro reflejaba los haces luminosos de los focos del escenario. Decenas de imágenes en las pantallas aturdían todos mis sentidos, miles de luces de vivos colores rodeaban los trescientos sesenta grados de mi mundo en aquel preciso momento. Mucha gente a mi alrededor gritaba, bailaba, reía y bebía. Y yo, en el centro de todo aquel jaleo miraba boquiabierto a Alicia mientras el sombrerero loco daba vueltas, micrófono en mano, cantando...Very merry unbirthday to you!

Había traspasado esa línea que divide la divina locura y la cordura terrenal. Esa Alicia tenía algo celestial que no supe discernir. Pensando en ello ahora, creo que podría ser el azul de sus ojos junto con el mismo color del vestido, pudiera ser que su voz angelical ayudara también o quien sabe si sus sensuales movimientos hicieron que mi corazón latiera lentamente. El caso es que me quedé alucinado por ver a ese personaje de Lewis Carrol ante mi. La atónita mirada con la que observaba cada detalle me delataba. ¿Había caído por algún agujero invisible y estaba en el país de las maravillas?¿Saldría el gato en cualquier momento de detrás del batería y me hablaría como si tal cosa?

Pasado ese primer impacto que supuso contemplar a Alicia me fijé más detenidamente en el sombrerero. Tres cosas de él me gustaron. Sus botas, la simpatía que parecía tener y su sombrero, por supuesto. Y ese fue el instante preciso en el que a mi cabeza vino esta pregunta. ¿Existen los agujeros mágicos?
Contado de esta forma parece que todo sea un invento para entretener a los niños pero no es una cosa baladí en absoluto. Las versiones primitivas de estos portales ínterdimensionales eran cuevas o simas profundas abiertas en la misma tierra por las cuales uno se zambullía en ocultos mundos sobrenaturales, más tarde aparecieron distintas teorías que decían que con ciertos espejos era posible, mediante un conjuro o llamada hacia el otro lado, atraversarlos y adentrarse en lo inverosímil. Desde luego se han escrito multitud de libros sobre el tema, no descubro nada nuevo. El apogeo de todas estas ideas tuvo su culmen en los escritos de varios científicos que se dedicaron a estudiar estos puntos o zonas en las que de alguna extraña manera, que aún desconocemos, te podrian trasladar misteriosamente a otros mundos atravesando el mágico puente que se abre ante cualquiera que tuviera la inmensa suerte de toparse con uno de ellos. Los sesudos científicos denominaron a estas extraordinarias conexiones, entre dos o más mundos, agujeros de gusano. Y son la base para pensar en otras dimensiones, en viajes en el tiempo o realidades alternativas.

Por lo tanto, hay una base tangible para creer que puedan existir, en algún recóndito lugar, ciertas aberturas espacio-temporales en las que adentrandote en ellas se llegue a algún otro plano de la vida en el que todo sea distinto. ¿Estará el sombrerero esperando al otro lado? 

Pero, ¿quién demonios es este tipo? Según he podido averiguar los sombrereros antiguamente trabajaban con mercurio y es bien sabido que los vapores de este metal son tóxicos, provocando una especie de locura en quien los inhala habitualmente. De ahí viene el adjetivo impuesto al sombrerero, que en verdad puede que sea más cuerdo que todos los demás que lo juzgan, ya que su realidad al estar en otro plano existencial distinto no es comparable a la de nuestro lado del agujero. 

Pensando en todas estas chorradas me quedé dormido ayer. Un par de horas antes de cerrar los ojos, agarrado a mi almohada, me topé en Youtube con un video de Alice and the Mad Hatter grabado un año después de verlos yo mismo en directo. Durante ese tiempo les escuché cantar. Una sonrisa se asomó levemente en mi cara, unos ojos risueños, la piel erizada, y una nueva pregunta... ¿Seré yo el sombrerero loco?

Anoche, al apagar mi IPad y taparme con la sábana, lo pensé. Sería la respuesta a todas mis dudas. Cada instante cobraría sentido si así fuera. En ese estado de duermevela antes de caer dormido una idea se empezó a formar en mi mente. Hace algunos años debí aventurarme a través de una de esas aberturas escondidas en mi mundo y vine a parar a este. Otra dimensión desconocida en la que mis reglas no valen, aquí rige otra realidad distinta a la mía. Por eso no comprendo a la gente de este lugar, por eso no entiendo muchas de las cosas que suceden. Las juzgo según mi realidad y es ahí donde me equivoco. Y es por eso mismo que me es tan complicado encontrar a alguien como yo, este no es mi espacio-tiempo, no pertenezco a esta realidad en la que ahora me hallo. Soy el jodido sombrerero perdido en el laberinto de este mundo.

Tiene que ser eso, debe ser así. Estoy convencido de haberme tropezado con un pliegue en el universo, de esos de los que hasta el mismísimo Einstein habló, y me he trasladado hasta aquí sin haberme enterado. Alicia, en su momento, vino a verme a mi país de las maravillas y yo ahora me encuentro en esta realidad paralela terriblemente confusa.
Como diría Schwarzenegger en el último gran héroe al traspasar otra puerta dimensional, en este caso la de la pantalla del cine, en este mundo los malos si pueden ganar. Y no tan sólo eso, sino que poco a poco la gente de este lado del espejo o agujero o como queramos llamarlo, incomprensiblemente va creyendo menos en el amor. Con la lógica  del sombrerero, la mía propia, ¿cómo se puede ser feliz sin amar?

Sorprendido ante la frialdad de este mundo, en el que el desapego y la indiferencia dominan las almas de cada uno de nosotros, ¿verdad que no es difícil pensar en querer volver a toda costa a mi país de las maravillas? Allí no soy un simple loco con ideas estúpidas, en aquel lugar simplemente soy el sombrerero. Un tipo tan feliz que celebra cada día, un tío tan extraordinario que se despierta cada mañana diciendo...¡Feliz no cumpleaños!

miércoles, 19 de junio de 2019

14. El Pasajero del viento.

En un recóndito e inhóspito rincón de las tierras altas del norte se escondía un pequeño castillo. En sus lóbregas estancias, dominadas por un atenazador frío, se podía escuchar un lamento que venía de las profundidades de aquel lejano lugar. En el sótano, en una oscura y húmeda mazmorra, la voz de un hombre suplicaba clemencia. Ese desesperado alarido llegado desde lo más hondo de aquel siniestro lugar rompió el monótono almuerzo de la princesa de hielo. 

Llevaba unos días pensando que hacer con su recluso, y no paraba de darle vueltas a una endiablada pregunta. ¿Le mataba o le dejaba con vida?

Escoger entre cualquiera de las dos opciones era un tema bastante delicado para la bella princesa ya que soltarlo significaría contradecir su apelativo, aquel por el que era conocida en toda la comarca. 

La princesa con el corazón de hielo en otra época hubiera dejado pudrirse a aquel pobre desventurado que yacía en el suelo de ese negro calabozo, sin importar los gritos desesperados que cada día la despertaban. Sin embargo, ese miserable hombre había hecho algo que nadie había conseguido en muchos años. El corazón helado e inerte de la princesa de hielo latió brevemente al mirar los ojos de ese triste muchacho que encadenado exclamaba...¡liberadme princesa de los ojos claros! ¡Soltad a este hombre cuyo único delito fue desear contemplar su enigmática alma!

¿Pero quién demonios era aquel chico que tenía tan turbada a la princesa de hielo?
Observando desde su alcoba el mortecino cielo de aquel extraño día, la dama se preguntaba de dónde diantres había salido aquel muchacho. Por supuesto, ella había hecho sus averiguaciones, pero lo que encontró tras ellas no le resultó nada halagüeño.

El pasajero del viento, así le llamaban las gentes de más allá de sus dominios, cabalgaba a lomos de una esponjosa nube. Esta se cernía en esos momentos sobre el castillo, esperando su decisión. En ocasiones pareciera de un tono pålido, blanquecino, manifestandose como un desvaído rostro cadavérico. En otras, su apariencia se tornaba gris y amenazadora, adoptando forma de armadura, distinguiéndose la greba o la coraza de un temido guerrero que desafiara la mirada de la propia princesa.

Tras unos breves momentos de vacilación, las tribulaciones que la mantuvieron dubitativa desaparecieron. Cogió el puñal que reposaba sobre la mesa que había junto a su cama y bajó con decisión los escalones de piedra oscura que la llevaron hasta la lúgubre mazmorra donde el pasajero del viento yacía encadenado.
Mandó abrir la celda y se acercó a pocos centímetros del rostro del muchacho.
¡No permitiré que ningún sentimiento traspase las murallas de esta fortaleza! Le susurró la princesa al oído.
Mi señora, su corazón ya está latiendo. Sino no estaría aquí abajo.

Enrabietada, con una mirada tan glacial como el mismo hielo, le asestó una puñalada en el pecho insertándolo tan profundamente como pudo para instantes después sacarlo con rapidez, observando la sangre que manaba del cuerpo del pasajero del viento. Miró la corta daga con perplejidad, el maldito bastardo tenía razón. Su corazón, después de todo, latía con fiereza. 

Subió corriendo a sus aposentos y se tiró sobre su lecho con el alma atenazada por ese sentimiento del que apenas recordaba nada. Su mirada afligida se paró un momento en el ventanal, observando como unas pequeñas gotas de lluvia empezaban a caer tras los muros del castillo. La nube, corcel inseparable de aquel misterioso caballero, lloraba por su muerte. 

La tormenta pudo verse desde los reinos más lejanos. Los rayos iluminaban las torres, creando fantasmales sombras en sus muros y los truenos resonaban con una crueldad pasmosa haciendo que el castillo se estremeciera. La tristeza de aquella inseparable amiga del pasajero del viento mantuvo a la fortaleza aislada durante muchos días, tantos que la princesa de hielo envejeció sin poder salir de aquella cárcel en la que se había convertido su morada. 

No obstante, la lluvia cesó de pronto una mañana. El fuerte viento de la noche anterior se había llevado a la llorosa nube y el sol entraba por el vano abierto en el muro de su habitación. Un rayo, que directo desde el mismo cielo iluminó su triste alma, calentando su helado corazón. La anciana princesa, entonces, sonrió. 



lunes, 17 de junio de 2019

13. Ex ungue leonis. (De las garras del león)

La mayoría de las veces nos quedamos con la apreciación superficial de las cosas. Sin embargo suele suceder, más a menudo de lo que creemos, que caemos en pensamientos incorrectos. Una teoría es válida hasta que encontramos un suceso en el que nuestra hipótesis falla. No siempre las cosas son lo que parecen.

¿Qué trayectoria es la más rápida para conectar dos puntos que están a distinta altura y no en la misma vertical?
Si hiciéramos esta pregunta en la calle me jugaría la mano derecha a que el 100% de la gente diría que una línea recta inclinada que uniera ambos puntos. Lo cual es lo más intuitivo, sin embargo estaríamos totalmente equivocados. La trayectoria más rápida la demostró Newton hace ya un tiempo, hacia finales del siglo XVII, en una especie de juego de acertijos matemáticos que tuvieron en la Royal Society de Londres y en la que participaron tipos de la talla de Hooke, L'Hopitâl o Huygens. No obstante conozco esta historia a través de la biografía de Johann Bernoulli que fue el impulsor del susodicho acertijo. Para resumir brevemente, en unas pocas horas Newton demostró que la curva llamada braquistócrona es la que utilizaría un móvil hipotético para llegar antes de un punto a otro, en las condiciones indicadas un poquito más arriba. Para no aburrir demasiado, sólo diré que esta curva es una cicloide invertida y que se forma cogiendo un punto fijo de una circunferencia y haciendo mover ésta por una superficie recta sin deslizar. La curva descrita por ese punto es la cicloide, el camino más rápido para unir dos puntos. Como veis, las cosas no siempre son lo que parecen.

Hace poco leí en un artículo de un periódico que en un lugar habían llovido ranas. Es curioso pero ha habido varios de estos sucesos en la historia. Ya en la Biblia se nos anticipa un hecho de tal índole en una de las plagas que cayeron sobre Egipto. La historiografía suele achacar estos extraños acontecimientos a un castigo o una bendición divinas, dependiendo del punto de vista del que narrase el incidente. Teorías actuales desechan cualquier tipo de intervención celestial y presumiblemente estas lluvias de animales son causadas por la succión de tornados en lagos y charcas de toda esa fauna que luego sueltan unos cuantos kilómetros más allá. Las cosas, sin duda, no son lo que parecen.

Hace unos días me encontraba en el metro y por el vagón avanzaba un hombre con muletas. Iba repitiendo una serie de frases mecánicamente, de manera anodina e incluso me aventuraría a decir que con una desgana terrible. Algunos pasajeros del vagón le daban unas monedas, otros desviaban la mirada cuando pasaba a su lado. Vi al hombre acercarse. Su cara hacia presagiar un fatal desenlace no pasando mucho tiempo, la pierna la ponía de tal forma que era imposible que una persona normal hiciera eso sin romperse todos los ligamentos de la rodilla. Al pasar por mi lado me habló, entendí algo de que tenía cuatro hijos a los que alimentar y que no le daban trabajo por su enfermedad. Le hice un gesto negativo con la cabeza y siguió  con su periplo por el vagón. A las dos paradas se subieron dos agentes de seguridad del metro. Era mi parada y me bajé, en ese instante vi al hombre de las muletas bajarse también. Me disponía a subir por las escaleras mecánicas sumido en la música que llevaba en mis cascos cuando alguien pasó corriendo por mi lado. Si, el hombre moribundo corría, escaleras arriba, con las muletas en volandas. Las cosas no siempre son lo que parecen.

Unos meses atrás me encontraba haciendo la compra en el Carrefour. Siempre había comprado el pack de 24 latas de cocacola, cuyo cartel promocional estaba, con letras bien grandes, en la repisa y rezaba "pack ahorro de 24 latas 14,50€". Por casualidad detuve mi mirada en un cartel mucho más pequeño un poco más a la derecha. "Pack de 12 latas 7,20€". Las cosas no siempre son lo que parecen.

El otro día leí esta inquietante historia. Un médico holandés llamado Hermann Boerhaave legó, al morir en 1738, un libro sellado titulado "los secretos más exclusivos y más profundos del arte médico". El libro fue subastado, aún sellado, por 20.000 dólares en oro. Cuando el nuevo propietario rompió el sello y abrió sus páginas ávido de sabiduría por obtener la clave de la vida eterna, se encontró con un libro totalmente en blanco salvo en su primera página. En esta se podía leer una nota manuscrita por el autor que decía "conserve la cabeza fresca, los pies calientes y hará empobrecer al mejor médico del mundo". Las cosas no suelen ser lo que parecen.

En Junio de 1966 hubo una masacre en un bar de Nueva Jersey.
Tres personas aparecen muertas. Un testigo dice haber visto a un par de personas saliendo del bar. Una de ellas es, presuntamente, Rubin Carter más conocido como huracán Carter, boxeador de los pesos medios de raza negra. Es condenado a tres cadenas perpetuas en un juicio totalmente irregular. Rubin logra hacerse oír y Bob Dylan incluso le dedica una maravillosa canción. La opinión pública hace fuerza y logra un nuevo juicio cuyo veredicto es el de inocente. Las cosas no son lo que parecen, sobretodo sí eres negro en la década de los 60 en Estados Unidos.

Hace un rato, después de ducharme, me he quedado mirando mi reflejo en el espejo unos segundos. He visto a un chico con buen aspecto, con cara de seguridad en sí mismo, algo vanidoso, con gesto complacido por lo que ve. Sin duda, hoy las cosas no son lo que parecen.