La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Día 29: Del amor y la guerra.

Mirando las primeras lluvias del otoño, tras el resguardo de una anónima ventana, me ha dado por pensar en lo extraño que es nuestro mundo.
Anoche me acosté triste tras enterarme de una noticia terriblemente oscura. Una mujer maltratada y humillada a manos de su expareja, decía el titular. Leyendo un poco más descubrí que un hombre, si es que así se puede definir a un tipo de este calibre, secuestró junto a otro compinche suyo de igual bajeza moral que el primero a esta pobre mujer para vejarla y humillarla tanto física como psicológicamente llegando incluso a echarle pegamento en la vagina. 
No sentí rabia, ni tan siquiera asco por conocer la existencia de gente tan miserable. Más bien lo que envolvió mi alma fue una tristeza tal que me hundió en la más absoluta miseria. ¿Cómo sería posible encontrar el amor si ya ni tan siquiera existía ahí fuera? 
Observo tras la ventana las gotas de lluvia resbalar por el cristal al tiempo que veo pasar a gente cogida de la mano, personas que corren para no mojarse, parejas que bajo un paraguas se abrazan. ¿En qué momento se torcerán las cosas?

¿Qué habrá ocurrido en el cerebro de ese energúmeno para pasar de querer a esa mujer unos meses atrás a desear su muerte? 
Todo esto hizo que me metiera en la cama, apagara la luz y me pusiera a jugar al candy crush intentado evadir mi mente de humillaciones, infiledidades, maltratos y demás ofensas que se dan en las parejas. 
Sin embargo tan solo unos segundos después dejé el móvil en la mesilla y acaricié el lado vacío de mi cama.

Puede que yo no pare de hablar de mi deseo por volar, de mi indiscutible empeño en volver a París, de mi pasión por los viajes y Nueva York, de mi caprichoso entusiasmo por las montañas rusas, de mi vehemencia en creer en el amor verdadero, de mi absurda aspiración de llegar a ser amado, y por supuesto de mi afán sincero por no dejar de soñar. Pero de todas esas experiencias que tanto anhelo, lo que más echo en falta en el mundo es ese instante en el que al acostarte sientes que a tu lado hay alguien. Añoro esa sensación de seguridad. El saber que pese a todo y todos, un ser humano duerme a unos centímetros de ti y que en cualquier momento puedes contar con él o ella.
¿Estás dormido? Le preguntaba a mi hermano pequeño cuando yo tan solo contaba con ocho o nueve años. Si, me contestaba él. Tengo miedo, le decía desoyendo su sutil deseo de no seguir hablando para continuar soñando. Entonces se levantaba sin apenas abrir los ojos y se metía en mi cama para hacerme compañía.
¿Estás despierta? Preguntaba al sentirla mover un brazo. Si, contestaba ella. En aquel momento, al escucharla, me acercaba a su espalda, la besaba en ella y me quedaba dormido mientras la abrazaba. 
Siempre ha sido así, en algunas ocasiones he necesitado del cariño para poder conciliar el sueño.
Tanto es así que hace un par de semanas, en una noche de tristeza, similar a la de ayer, me vi pidiéndole a una chica a la que apenas conozco que durmiera junto a mi. "Vente a casa y hablamos tumbados en la cama mirando al techo, hasta caer rendidos y dormirnos." Ella, denegó mi ofrecimiento con una respuesta de lo más políticamente correcta. "Es muy tarde ya, Rubén."
Anoche palpaba el lado izquierdo de mi cama con añoranza, como esa persona que tras haberle sido amputado un miembro de su cuerpo aún siente que tiene el brazo, la mano o la pierna y al ir mirar hacia esa parte comprueba que todo es un macabro juego de su mente. Ese síndrome del miembro fantasma hace que aún crea en la ínfima posibilidad de volver a utilizar mi incompleto corazón para amar y que aquella parte desgajada de mi cuerpo años ha, se regenere de nuevo encontrando a aquella mujer que realice el portentoso milagro de volver a completar mi alma y con ello restablecer los latidos de mi corazón desgarrado por la terrible crueldad de la batalla del desamor. 
Fue inevitable pensar en ello ayer, ¿qué es lo contrario de la guerra y la maldad, a mí sui géneris modo de entender la vida? El amor, sin ninguna duda. 
No obstante, no siempre el amor y la guerra estuvieron enfrentados. Hubo un tiempo en el que ambos iban de la mano, unos días en los que el uno y el otro se acostaban en la misma cama y contemplaban el mismo techo. 
En el lado derecho tenemos a Ares, el dios olímpico de la guerra. Representaba la violencia, la brutalidad del alma, el horror de las sangrientas contiendas entre atenienses y espartanos. En el lado izquierdo, apoyando su bonito rostro en el pecho de Ares, está Afrodita. La inigualable diosa del amor, personificación del deseo y la belleza.
Inexplicablemente, guerra y amor compartieron lecho durante unos cuantos años, dando con un canto en los dientes a aquellos incrédulos que pensaban que los seres crueles no pueden ni deben ser amados. ¿Qué les llevaría a estar juntos? Se preguntarán muchos. ¿Sería la extraña teoría de que polos opuestos se atraen?
En cualquier caso, esa unión tuvo sus frutos. Phobos y Deimos, los churumbeles de la insólita pareja. Es entonces cuando, los que queríamos creer que el amor todo lo puede y que hace posible lo imposible, nos damos cuenta de que nada bueno podría salir de esa relación. Phobos es el terror, el pánico, el miedo ante las cosas que nos rodean. Su hermano Deimos era el que seguía sus pasos allá por donde fuera. Representaba el dolor y la tristeza. La pena infinita tras la terrible destruccion que causaban Ares y el propio Phobos. 

Al pensar en ello anoche, cerré los ojos y tanteé aquella parte de la cama vacía desde hace años. Suspiré tristemente al ver que no había nadie. Ayer, más que nunca, quería creer en el amor. Deseaba encontrar, en ese frío hueco que existe en mi cama, a alguien que me protegiera de este mundo lleno de tanta maldad.

lunes, 10 de octubre de 2016

Día 28: I don't even know your name, how will I find you?

Los sueños deben ser escritos para que se cumplan. 

El conquistador se despertó sobresaltado. Alguien manipulaba las cuerdas que le tenían atado a la cama. Apenas podía ver el rostro de aquella persona ya que la habitación se encontraba en la más absoluta oscuridad. 
La mujer le susurró algo al oído.
- Vamos Rubén, tenemos que salir de aquí antes de que ella vuelva.
Estaba aún medio adormilado, torpe. Le costó ponerse los pantalones que la misteriosa dama le alcanzó. 
Cuando por fin consiguió vestirse, ella le cogió de la mano y salieron de la habitación del muro de pollas. Sigilosamente recorrieron los pasillos del edificio y una vez fuera, ella se paró a observar la quietud de la noche. 
Tras unos segundos agazapados detrás de unos arbustos, se convenció de que nadie había en la explanada que comunicaba aquel lugar con el camino que llevaba al muelle. Fue en ese instante cuando Rubén se fijó en el rostro de la mujer que lo había liberado.  
El corazón le empezó a latir con fuerza y un torrente de sentimientos afloraron en su alma. 
- ¿Wyneth? ¿Eres tú?
Su largo pelo, sus pómulos redondeados y sus inconfundibles hoyuelos no dejaban lugar a dudas. No obstante, fueron sus ojos los que de pronto, como un mágico interruptor, le pusieron en guardia.
¿La mujer a la que andaba buscando le había salvado de una muerte segura? ¿Era posible un milagro como ese?
- ¡Ssssshhhhhh! Aún no estamos a salvo. Vayamos hacia la playa. 
El paso de los años había hecho mella en aquella mujer. Se movía ligeramente encorvada y cojeaba de una pierna, pero su mirada seguía transmitiendo toda esa belleza que antaño le había cautivado. 
- Wyneth, yo...yo iba en tu búsqueda cuando caí en esta isla infernal. 
- ¿Después de tantos años aún sigues acordándote de mi?
Rubén hizo el amago de buscar aquel pañuelo que ella le regaló tras aquel baile la primera vez que se vieron, cayendo en la cuenta de que lo había perdido tras la batalla en el buque de Calicó Jack. 
- Creo que eres el amor de mi vida. Estoy seguro de ello. Sostuvo con la mirada fija en los azules ojos de ella. 
- Vamos pirata, deja de decir tonterías. Yo tan solo soy una pieza del puzzle, un alto en tu camino. 
- Pero...un sueño...
Wyneth no le dejó acabar la frase.
- ¿Ves el embarcadero? Allí te espera un bote. Navega unas millas hacia el oeste y cuando haya desaparecido la isla de tu vista gira al norte. Tendrás que hacerlo antes de que salga el sol o darán contigo. 
- ¿Tú no vienes? 
- Yo debo quedarme aquí. Esta infernal isla, como tú la llamas, es mi salvación de la horca. Ahora debes irte, pirata.
Instantes después, Rubén el conquistador manejaba una precaria pala de madera mientras observaba la figura de Wyneth empequeñecerse poco a poco. 
¿Y qué demonios hago ahora? ¿Dónde diantres busco el amor verdadero? Se preguntó tras virar la pequeña embarcación al norte, dejándose llevar por las corrientes marinas. 

No hay héroe sin villano.
Batman tenía a Joker, Rocky a Drago, Alicia a la Reina de Corazones...El universo tiene esa ingeniosa manera de decirnos que podemos hacer cualquier cosa, nos enfrenta a alguien igual de poderoso que nosotros mismos y nos conmina a luchar contra él a riesgo de caer en el pozo más profundo si no somos lo suficientemente valientes para hacerlo. 
Cuando aquel día en el que una bonita chica me dio un abrazo y me dijo "este es el fin", lo primero en lo que pensé no fue en que jamás volvería a besar esos labios, ni que el mundo tal y como lo conocía estaba a punto de girar ciento ochenta grados o que andaría perdido mucho tiempo sin rumbo aparente. No, todas esas ideas llegaron algo más tarde. Un segundo despues de ese triste abrazo lo que vino a mi cabeza fue un pensamiento tan devastador que se tradujo en una mirada infinitamente compungida observando esos ojos pardos que apenas ya recuerdo. Jamás volveré a ir a Disneyworld, solté abatido. Ella sonrió tiernamente un instante y me cogió la mano con afecto. Ya verás como sí Ru, ya verás como vuelves a encontrar a alguien que vaya contigo.
Cada segundo de cada minuto de todo el tiempo que ha pasado desde entonces he tenido la convicción, creyendo firmemente en esas últimas palabras que pronunció ella como si de una premonición se tratara, que realmente ahí fuera existía esa chica que cogiera mi mano para subir a un avión y realizar un viaje que durara toda la vida.
Sin embargo esta mañana me encontraba postrado en el suelo, golpeado por mi más acérrimo enemigo. Yo mismo.
Soy héroe y villano al mismo tiempo, una especie de Jekill con su inseparable Hyde. ¿Cómo puede existir la magia si nadie cree en ella? 
A veces pienso que es una agotadora búsqueda infinita, que jamás llegará a su fin. ¿Por qué buscas? Me preguntan. Las cosas ocurren cuando tienen que hacerlo, me aconsejan. No he escuchado frase más estúpida en toda mi vida. Palabras que se utilizan para todo pero que no sirven para nada. ¿Qué pensará una mujer maltratada de esa frase?¿En su destino estaba ser saco de boxeo de un deplorable ser?¿Y ese hombre que pierde a toda su familia en un atentado?¿O ese otro al que le amputan las piernas tras un accidente causado por un conductor ebrio que se salta un semáforo?
No, el movimiento es la clave. La búsqueda. 
"I don't even know your name, how will I find you?" Esta es la pregunta que se hace el príncipe de Cenicienta. Parece una tontería pero siento que voy de casa en casa con el zapato de cristal y una estupida cuestión...¿te gustaría venir a DisneyWorld conmigo?
Esta mañana he sentido el puñetazo en el estómago de la maldita realidad. Un golpe duro y seco que me ha dejado sin aliento cuando, al salir de la ducha, me he mirado en el espejo y he soltado un gilipollas bastante sonoro. Maldito iluso de mierda. 
Pero por extraño que parezca, un rato después, sintiendo el traqueteo del metro, otro personaje ficticio me ha venido a la mente. El maldito John McClane, otro héroe de los que por muy mal que ande la cosa jamás se rinde.
Bruce Willis, cada vez que derrota a uno de los malos en cada una de las películas de la saga La jungla de cristal, suelta una frase...Yippee Ki Yay, hijo de puta.
Eterna guerra la que se está librando, sin duda. ¿Sueños o realidad?¿Quién es el héroe y quién el villano?
Durante unos instantes he sonreído esta mañana mirando mi propio reflejo en la sucia ventanilla del vagón. Yippee Ki Yay, he susurrado al saberme ganador de la batalla que he mantenido hoy. Sin soñar, muero. Mañana será otro día. Nuevas y cruentas batallas me esperan, sin ninguna duda, pero hoy deseo creer. 
Cierro los ojos. La tímida visión del ventanal desaparece. El ajetreo del metro se desvanece. Me aferro fuertemente a la barra de un anónimo vagón de metro y con todos mis sentidos puestos en este breve instante me pregunto...¿te encontraré hoy? Si no sé quién eres, ¿cómo podré reconocerte? 

La vida estaba llena de giros inexplicables, de reveses e infortunios. El conquistador creía que Wyneth era  la solución. Convencido que ella le revelaría el secreto para abrir el cofre de Edward Teach y así encontrar el amor verdadero, había luchado hasta la extenuación consigo mismo y contra todo el que se le pusiera en su camino. Sin embargo, abatido en su desesperación por no saber qué hacer ni dónde ir, se acurrucó en el suelo de madera del bote dejando que la brisa nocturna le acariciara el rostro. Poco a poco se fue quedando dormido bajo el manto de las estrellas, reconfortado por el suave sonido del mar. Ese susurro que jamás le había abandonado. De pronto se incorporó y mirando al cielo plagado de pequeñas luces brillantes pronunció un nombre...Sophie.