La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cincuenta sombras, tristes y grises.

Algo me tiene un poco descolocado. Un hecho terrible a la par que curioso. ¿Por qué las mujeres alucinan con esta trilogía de E. L. James? Sinceramente hace unos meses intenté leerlo sin saber muy bien de que iba ni quien lo escribía. No pasé de la página 60. La protagonista de la novela me parecía tan estúpida que dije, el autor se ha lucido. Pero al buscar en Google de donde venía la E y la L me sorprendió todo aún más. Erika Leonard James se estaba forrando con algo que al menos a mi me parecía de lo más simple. Una mujer describía a la protagonista de tal forma, ingenua y tonta, que no podía entender que funcionara tan bien y que por ejemplo en el metro, mirase donde mirase, toda mujer llevara su ejemplar abierto con una sonrisita en su cara deseando que Grey las estuviera empotrando contra la puerta automática del vagón mientras las besaba pasionalmente. 
He construido una teoría, quizá errónea, de lo que sucede. La expondré más tarde, ahora contaré una pequeña historia. 
Hace un tiempo estaba en Mallorca, eran las cinco de la tarde y me encontraba, desnudo, atado a la cama de pies y manos. Un par de horas antes comía en un restaurante viendo la playa y el mar y una conversación en la mesa planteaba esta cuestión. ¿Quieres ser hoy mi ama? Eso le dije a mi acompañante. ¿Sería capaz de obedecer todo lo que alguien me ordenara sin importar lo que fuera? Esa era la pregunta que me hice y que ella quiso que yo averiguara. Pensativa dijo, ¿hay algún límite, es decir, puedo pedirte lo que yo desee? Mi contestación fue instantánea. Si, puedes hacer cuanto quieras conmigo. Pagamos la comida y subimos al hotel, al traspasar la puerta mi capacidad de decisión se esfumó y desde ese mismo instante fui un títere manejado por ella. Sería su esclavo durante unas dos o tres horas, mi curiosidad sobre lo que ella sería capaz de pedirme o hacerme aumentaba mientras me preguntaba si sería capaz de someterme. 
Quizá podría contar unos pequeños flashes de lo que aconteció esa tarde de primavera en Mallorca. Pequeñas imágenes que no comprometan demasiado, sin caer en el mal gusto o la falta de respeto porque lo que allí ocurrió es algo íntimo y personal. Un minúsculo fogonazo sería el momento en que ella con su cigarro en las manos y una mirada desafiante descorrió la cortina de la pequeña terraza que daba a la piscina del hotel y al mar azul turquesa del Mediterráneo mallorquín. Se sentó desnuda en la silla de plástico blanco y con las piernas abiertas y el cigarro en la boca me ordenó, "cómeme el coño mientras me fumó el piti". Y obediente, sumiso, le pase la lengua y saboreé su sexo en lo que le duró su cigarro. Ella soltaba gemidos de placer, yo me desvivía por darle lo que pedía. 
Otro pequeño flash, tan etéreo y difuso como el humo del cigarro que se acababa de fumar, fue el momento en el que cogió el cinturón de mis vaqueros y me lo anudó a la garganta. Y cogiendo el extremo a modo de correa me exigió, "¡sígueme perro!" Y a gatas la seguí arrastrandome por toda la moqueta de la habitación para un par de minutos después mandarme con voz decidida y sería, "¡y ahora follame como el perro que eres!" Mientras ella se arrodillaba en la cama yo me encaramé a su espalda y como un perro forniqué penetrándola, viendo su rostro de placer extremo en el espejo que había en la puerta del armario junto a la mullida cama. Yo sacaba la lengua relamiendome, metido en mi papel perruno y dando rápidos golpes de cadera me corrí dentro de ella tras lo cual caí rendido sobre los almohadones. Cinco minutos más tarde el juego se había terminado, giré mi cabeza y la miré a los ojos. Abrazándola y besándola la dije, "gracias cariño. Te amo."
Con esta historia lo que pretendo es introducir mi teoría. No hace falta ser un Grey para vivir una aventura distinta. Sólo hay que dejar volar la imaginación y sentir. Eso es lo que le falta al mundo ahora mismo. Un poco de viveza al hacer las cosas. Un poco de sentimiento al acostarse con una mujer. Por eso tiene tanto éxito ese libro, por eso cada mujer del planeta sabe quien demonios es el tal Grey. Los hombres han perdido esa pasión, y las mujeres han dejado que eso suceda. Los tan traídos follamigos con los que simplemente te acuestas, sin más pasión que la de llegar quizá al mismo tiempo al orgasmo ha dejado que los tíos no tengan que "currarse" la cita, saben que al final mojarán. El mundo frío y sin apenas interés por conocer sentimientos permite que puedas tirarte a una chica nada más entrarla si eres un poco majete, pero sin un atisbo de sentimiento ni pasión. Eso es lo que ha terminado haciendo que E.L. James tenga el dinero por castigo al vender millones de libros con las historias que podría cualquiera hacer realidad pero que se conforman con leerlas y soñar que son ellas las protagonistas. 
Esta es mi teoría, quizá me equivoque. Puede que los hombres nunca hayan perdido esa chispa, y las mujeres no hayan dejado que la monotonía llame a sus puertas. Puede que la fantasía no este casi extinguida. Pero mucho me temo que la realidad es que la película que pronto se estrenará basada en el libro hará que millones de mujeres sueñen en vez de vivir.
Triste teoría, ojalá sea errónea. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Desafiando a la gravedad

Me acabo de sentar a la mesa y mientras escucho "defying gravity" del musical de Wicked escribiré lo que siento. Hoy, ahora, necesito expresarme.
¿Por qué he elegido esta canción? Tres motivos son los que me han llevado a escogerla. El primero es porque Elphaba, la protagonista, desea desafiar todo lo establecido. Se rebela contra el mundo y decide plantar cara a la gravedad y volar. El segundo motivo es porque esa canción siempre que la escucho me remueve algo dentro y no puedo evitar el emocionarme. La tercera la diré al final.
Hace apenas media hora me he despedido de ella y como Elphaba me he alejado volando hacia el cielo, hacia las distantes estrellas. 
Se ha despedido de mi diciendo que esta feliz, que es muy feliz y que lleva tres meses con alguien. Al instante de oír eso algo extraño he sentido dentro de mi corazón. La mujer con la que compartí mi vida durante diez años ya no era la niña a la que abrazaba tiempo atrás. Pero segundos después me he alegrado por ella, y mientras caminaba hacia el metro he sonreído. Ella ya era feliz y por lo tanto yo también podía serlo. Parece una tontería pero lo que sentí cuando ella me dejó fue culpabilidad, me sentí un ser humano despreciable. Ella estaba triste, ella era infeliz, ella no estaba a gusto. Y todo eso era por mi culpa, lo supe y lo se. Y al revertir esa situación, al saber que ella vuelve a sonreír, ese peso se ha esfumado. Me he sentido más ligero e incluso he querido volar, subir lo más alto posible y desafiar a la gravedad. 
Esta mañana me he despertado siendo "el conquistador", personaje real o inventado que en capítulos anteriores se despedía de su pasado para buscar un futuro lleno de aventuras. Y dispuesto a sellar esa puerta de una vez por todas me he ido al banco a cerrar la cuenta conjunta que aún teníamos. Después de un año conseguí hacerme fuerte y con todo mi deseo de continuar hacia delante he buscado la cartilla y he ido hasta la sucursal donde hace once años, llenos de ilusión y planes, nos dispusimos a empezar una vida en común. Nada más salir de la boca del metro una sensación de tristeza ha embargado todo mi ser. Ante mi veía un Madrid triste, Callao a esas horas tan tempranas estaba solitario. Sin vida. Y parado ante un semáforo para pasar al otro lado de la calle me he fijado en la estampa que tenía ante mi. El asfalto sucio y las papeleras repletas por la huelga de la recogida de basuras, un par de mujeres enfrente con sus cafés en las manos, taxis ocupados por gentes con prisa por llegar tarde a un lugar que seguro que no desean estar, un hombre repartiendo publicidad de no se que lugar porque ni tan siquiera he mirado el papel que me ha dado, unos obreros con cara de sueño llevando un tablón de madera. Y justo allí, frente a mi, la puerta del banco. Y respirando hondo me he dicho, ¡ánimo Ruben, ya es hora de finalizar esto!
Cosas de la vida, el malvado banquero me decía que necesitaba la firma de ella. En ese momento me habría batido en duelo con él. ¡Cancela la jodida cuenta o te ensarto con mi sable, maldito bucanero con camisa a rayas! 
Ojalá en ese momento hubiera llevado mi traje de Rubén I el conquistador, pero no era el caso. Así que no me quedó más remedio que avisarla. ¿Y por qué no deseaba verla? Por algo tan vanidoso como que quería estar lo mejor presentable posible. Quería decirla algo así como ¡mira lo que te perdiste niña! Si, una soberana estupidez. Pero Rubén es estúpido, no tendría que extrañar que se comportara como uno de ellos y pensara idioteces. 
Cinco minutos antes de verla estaba en el mismo semáforo en el que, apenas hacia dos horas, vi la desolación delante mía. Ahora el mismo lugar tenía otro aspecto. Seguía sucio y veía a gente con prisa pero la vida comenzaba a aparecer. El mundo despertaba, casi al mismo tiempo que yo. Y mientras miraba el móvil ella apareció. Ni me di cuenta. Mi intención era la de ser frío y borde. Eso deseaba. Aparentar ser el tipo duro que no soy y distante firmar y finiquitar todo el asunto. Pero no puedo ocultar lo que soy y ser de otra forma, así que por supuesto al verla sonreí. Me gustó mirar a esos ojos de nuevo, me encantó sentir su mirada y escuchar su voz.
Y en ese mismo instante me propuse algo. Mientras hablábamos de cosas banales me prometí una cosa. Cada vez que me acordara de ella por algún motivo, extraño y curioso, lo haría en un momento determinado. Un instante del lejano pasado. Un baile en nuestro minúsculo piso de hace años, en el que apartando la mesa que ocupaba todo el centro del salón la cogí de la mano y la dije ¿me permite este baile señorita? 
Mientras el malvado banquero de camisa a rayas hacia las gestiones oportunas yo me juré que jamás vería a esa mujer de otro modo. Ella sería por siempre la mágica bailarina de esa remota noche. 
Y por eso cuando diez minutos después de reencontrarme con ella nos despedimos, en mi cara había una sonrisa. Esa bailarina volvía a bailar. No era conmigo ese baile, pero ella era feliz y para mi eso durante diez años fue lo más importante. Y pese a que nunca ese deseo de verla sonreír pudo con mi miedo a crecer y enfrentarme a la vida siempre quise que su vida fuera la mejor posible. 
Al alejarme de ella la miré una última vez, tecleaba un mensaje en su móvil al lado de su moto. Y la lancé un beso diciendo hasta siempre bailarina. El de al lado me miró con cara extrañada, una chica detrás de mi giró su cabeza para ver a quien lanzaba ese beso perdido en el infinito. Y yo seguí andando hasta la boca del metro con una sensación de ligereza y libertad que durante un año no he tenido. 
Esa libertad da miedo y ese es el tercer motivo por el que he elegido la canción de Wicked. En una parte Elphaba dice que todo el mundo tiene el derecho a volar e incluso si lo haces sólo al menos eres libre. Ella se atreve a dejar atrás todo y da ese paso hacia el abismo. Por mucho vértigo que me entre debo ser fuerte, debo volar y enfrentarme a los peligros que puedan venir. 
Es hora de confiar en mi instinto, cerrar los ojos y partir. Es momento de desafiar a la gravedad y todas  las malditas leyes físicas. Lograré ser feliz y hoy ha sido el primer paso. O eso o me convierto en un brujo y hago compañía a Elphaba en Oz para unir nuestras fuerzas en contra de Dorothy y sus amigos el León, el hombre de hojalata y el espantapájaros. 
En cualquier caso será una aventura propia de Rubén I, el conquistador. 
¡Arriad velas! ¡Soltad lastre! ¡Todo a babor! Grito al viento, mientras me dirijo a la proa. Desde allí observo el mar. Una libertad equiparable a la de volar. Me aferro fuerte a un cabo y me asomo. Dejo que el mar salpique mi cara saboreando el agua salada. Soy un jodido pirata. Ahora me doy cuenta, tengo los cuatro puntos cardinales para mi. Puedo ir a cualquier parte. Norte o Sur, Este u Oeste. Agarrado al grueso cabo en la proa de mi buque observo el sol, y de pronto la gaviota protagonista de otra historia se vislumbra en la lejanía. La veo planear y subir de nuevo tan alta como el propio sol y la grito. ¡Aún me debes algo gaviota! ¡Aún no me he olvidado de ti!


jueves, 7 de noviembre de 2013

Rubén I, el conquistador

Cuando era pequeño y compartía habitación con su hermano, Rubén tenía muchas conversaciones interesantes. Quizá contaría con diez años cuando esto sucedió.
- ¿Molaría que hubiera una puerta secreta, verdad?
Dani, medio adormilado, emitía un sonido parecido a un si.
Señalando el hueco entre las dos camas en el que había un mueble, Rubén insistía. 
- Saldríamos por ahí e iríamos a investigar. 
- ¿Como un túnel?
- ¡Si! ¡Un pasadizo secreto que nos llevara a la calle sin que nadie se enterara!
- ¿Y volveríamos aquí antes de que mama viniera a despertarnos?
- ¡Claro! ¿Y no te molaría que abajo hubiera un jeep y conducirlo?
- Tengo sueño.
- Equipado con un montón de cosas para explorar. Palas, linternas, comida, mantas.....
Rubén siguió hablando mientras su hermano se quedaba frito con el sonido de su voz. Y susurrando sólo, en la oscuridad, soñaba despierto con aventuras increíbles.
Años más tarde, con 18 o 20, Rubén se sentaba cada noche delante de la tele. Eran las vacaciones de Navidad y no tenía que madrugar, así que cerca de la media noche ponía un programa que veía con gran interés. El resumen diario del París-Dakar. En esa época creía que era la mayor aventura que un hombre podría tener. Recorrer los miles de kilómetros que separaban la capital francesa de las playas de Dakar era un sueño para él. Veía las imágenes evocadoras del desierto, las dunas misteriosas, los paisajes solitarios, y se debatía entre dos ideas. ¿Cómo lo haría, en moto o en coche? La moto le seducía. La soledad y desear una lucha cuerpo a cuerpo entre el desierto y él le llamaba la atención. Pero claro, conducir un coche siempre había sido su pasión. ¡Que dilema! ¿dos o cuatro ruedas? Durante media hora cada noche soñaba con intentar algún día llegar hasta el final, las orillas del precioso lago rosa, sin más ayuda que las cuatro indicaciones que le darían desde la organización de la carrera.
Pasaba el tiempo y la mente de Rubén viajaba buscando aventuras cuando un personaje se metió en su cabeza. Cristóbal Colón. ¡Ese tipo si que vivió una epopeya de las grandes! Se decía. Y durante horas y horas miraba el atlas deseando descubrir nuevas tierras allende los mares. Se veía observando desde la cubierta de su carabela el embravecido mar y guiándose por las estrellas imaginaba llegar hasta una nueva tierra y allí buscar en sus selvas la gran ciudad de El Dorado, llena de oro y riquezas.
Siempre Rubén fue una persona a la que la curiosidad por descubrir nuevas cosas le hizo soñar, pero una cosa cambió de pronto. Ya no se veía viajando solo en busca de aventuras, deseaba una mujer a su lado con la que compartir peripecias y hazañas. El guerrero solitario que quería enfrentarse a las dunas se había transformado y ya solo había una idea en su mente, ser un aventurero que junto a su inseparable compañera descubriera bellos parajes y quizá alguna gruta donde un pirata escondiera, antaño,su fabuloso tesoro. 
Conoció a una bella princesa de un reino mágico y fue nombrado Rey con el nombre de Rubén I. Años de importantes periplos por medio mundo hicieron que en sus tierras le conocieran como "El conquistador". Miles de aventuras se narran sobre lo acontecido en esos días. Leyendas que solo él, este donde este, podría corroborar como ciertas. Sin embargo una batalla parece entrar en el terreno de lo posible, ya que se encuentra entre los escritos de varios historiadores de gran reputación. La llamada "batalla de los mochos". Una cruenta contienda en la que desgraciadamente Rubén perdió dos cosas. A la princesa mágica y su honor. Y con su orgullo herido fue desterrado para siempre jamás. 
No obstante, tras un largo camino, consiguió llegar al reino de los corazones rotos. Ahogado en lágrimas y ron, a partes iguales, Rubén logró que sus heridas cicatrizaran. Marcas que cada vez que contemplaba en el espejo le hacían recordar su fiasco en la gran batalla. De ahí que su mirada fuera de tristeza. Pero el alma de Rubén, viajera e inquieta, seguía obligándole a soñar. Y un ambicioso plan surgió en su mente. Se infiltraría en el reino mágico, sigilosamente se haría con el poder de su viejo buque y volvería a surcar los mares de medio mundo. Peligroso, sí. Pero también una tarea extremadamente excitante para ese hombre que de pequeño soñaba con pasadizos secretos en habitaciones oscuras. 
Así comenzó el mito. La leyenda de Rubén I, el Conquistador. ¿Cómo logró recuperar su buque?¿Cómo escapó de las garras del General de la Guardia Mágica sin un rasguño?¿Cómo arrió las velas el sólo para salir indemne de los cañonazos de la Flota Imperial? Preguntas con muchas respuestas. Hay quien dice que en su exilio en las tierras de los corazones rotos hizo un pacto con los dioses. Otros comentan que fue ayudado por una cuadrilla de bucaneros a sueldo bajo la promesa de tesoros, mujeres y gloria. Los más creen que son invenciones de críos que sueñan con héroes invencibles. 
Sin embargo hay muchos testigos, marineros avezados, que en las noches de luna llena dicen haber visto la silueta de una goleta. En cuyo palo mayor ondea una bandera negra con un nombre en rojo, "El Conquistador".
Rubén acababa de zarpar y se alejaba del puerto. Oteaba el horizonte con mirada complaciente. En su corta estancia en la ciudad había escuchado decenas de historias sobre él. Muchos le tildaban de pirata, algunos de aventurero en busca de fortuna, incluso llegó a oir que El Conquistador era un malvado asesino que mataba niños para comérselos. En una cantina un hombre se le había acercado y en susurros le había propuesto un trato. Si le daba algo de dinero le presentaría al mismísimo Rubén para que le incluyera en su tripulación. Una sonrisa asomó en su cara. La primera en mucho tiempo.
Estaba virando a estribor para salir a mar abierto cuando vio un destello seguido de un sonido ensordecedor. Un galeón le cañoneaba. Rubén ni pestañeó, no había peligro. Su embarcación era más rápida y en cuanto cogiera viento le dejaría atrás.
A los pocos minutos se dirigió a su camarote y cogió una botella de ron recién adquirida en el puerto, la abrió y se echó un buen trago. Notó el alcohol bajando por su garganta y tosió. ¡Dios, me hago mayor! Pensó. Volvió a tragar de la botella el líquido oscuro y en medio de la negrura de la noche lanzó un grito. ¡Por ti, princesa mágica! Y tiró la botella al mar dejando que recuerdos y rencores se alejaran con ella. 
Rubén I El Conquistador estaba vivo, surcando los mares y en busca de una nueva princesa con la que compartir sus aventuras. Los sueños habían vuelto y la sonrisa también. 





domingo, 3 de noviembre de 2013

Is my heart still beating?

Algo va tomando forma en mi cerebro, una idea que me tiene confuso. La culpabilidad hace acto de presencia, y la conciencia toma posesión de mis pensamientos. Hoy hablaré de mis siete pecados capitales. 
Hace mucho tiempo quise leer a Dante y su Divina Comedia. Hace años que me atraia la idea de sumergirme en ese periplo que él mismo, junto a su venerado Virgilio, hace a través del inframundo para llegar al ansiado paraíso. Pero como sucede con todos los libros siempre hay un momento idóneo para leerlos, cuando la mente realmente esta preparada para ello y el alma es más receptiva a las palabras. Y ese instante aún no había llegado. Pero probablemente lo empiece a leer dentro de muy poco ya que creo que llegó ese día. Y estoy convencido porque ayer por la mañana, haciendo pesas, una canción sonó de pronto y me di cuenta de algo en lo que no había pensado demasiado. Ahora escucho esa canción una y otra vez mientras dejó salir todo esto que mi corazón retenía sin saber muy bien si publicarlo o no. 
Dante divide su Comedia en tres partes. Infierno, purgatorio y paraíso. Ya conté hace meses mis devaneos en el Infierno y como pude salir de allí. Creyendo en el amor, deseando volver a amar y sosteniendo una descabellada idea. Todos tenemos, en algún lugar, una pareja que envejecerá a nuestro lado. Esa fue mi puerta de salida del averno. Ahora me encuentro en el Purgatorio. Un lugar para expiar todos mis pecados. Días de una terrible tristeza suceden a días de una ilusión tremenda. Sin un término medio paso de la alegría al lloro en pocas horas y eso es debido a que sigo recorriendo la montaña en la que por sus siete terrazas intento poner en paz mi alma. Los siete niveles corresponden a la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. 
Y yo he cometido cada uno de estos pecados.
Dante y en general la Iglesia ordena los pecados de esta forma de menor a mayor importancia. Pese a que no estoy de acuerdo con el orden establecido lo seguiré en mi camino de purificación.

La lujuria. A finales de Agosto de hace un tiempo me encontraba en Sitges. Las fiestas del pueblo hacían que las calles estuvieran atestadas de gente divirtiéndose. Después de un día de playa salimos a cenar. Una botella de vino en el restaurante, unas copas después en una terraza, unos chupitos de no se que brebaje que preparaban en la calle, más copas en garitos, en fin que íbamos contentillos. Al ir al hotel para tirarnos en la cama y caer desmayados sugerí una cosita. ¿Te apetece que follemos en la playa? Y para convencerla más puse mi cara traviesa y la di un beso lleno de pasión y babas, de esos que metes la lengua hasta el gaznate. Fuimos de la mano hasta la playa y nos desnudamos. Me tiré en la arena y ella se sentó encima. Cabalgó sobre mi mientras veía como la gente nos observaba desde las terrazas de sus casas. Yo no me fijé porque mis ojos estaban en el movimiento de las tetas, y en retardar todo lo posible la eyaculación para disfrutar algo más ese momento tan morboso. Ella me narraba con voz entrecortada como la gente curiosa contemplaba nuestra pequeña travesura y una mirada de lujuria se pudo ver en mi rostro. El primer pecado se había cometido, mi alma ya estaba condenada. 
La gula. Un viernes llegué a mi casa a las 2 de la tarde y escribí un mensaje. ¿Qué te apetece de comer? A los pocos segundos recibí una respuesta. Tengo mucha hambre. Haz lo que quieras porque me comería lo que fuera. Una idea me vino a la mente.....¿no te encantaría poder comer todo lo que quisieras durante un día entero? Y se lo mandé en otro mensaje. Su respuesta no se hizo esperar. ¿Qué tramas Ru? Ella ya sabía que por mi imaginativa mente algo se barruntaba. Nada, dije yo, pero ¿por qué no hacerlo? ¡un día es un día! La conversación siguió hasta las tres de la tarde mientras hacia unos macarrones con tomate y ella iba a comprar algo de postre. El caso es que también hice arroz, unos huevos fritos, nachos con queso, corté unas patatas para que hiciera una tortilla al llegar. Y alguna cosa más que no recuerdo. La mesa estaba repleta al llegar ella sin embargo otra cuestión se asomó a mi desquiciada mente. Y esto ahora da un giro un poco lujurioso. Doble pecado. ¿Por qué no comemos el uno sobre el otro? Sin duda, la generación de Dante y sus secuaces me tacharían de tener una mente retorcida y pasaría mis días en una celda de castigo sino quemado en alguna hoguera por hereje. En fin, que la cosa se ponía interesante. Un viernes en pleno invierno, a las 4 de la tarde, me tumbé desnudo sobre la mesa grande del salón cubierta con un mantel de tela. Y allí mismo derramó parte de los macarrones sobre mi cuerpo y sin cubiertos empezó a comer mientras yo estaba loco de deseo. No duré mucho así y enseguida la tiré a ella sobre la misma mesa y con la tripa y su sexo embadurnados de tomate y macarrones la empecé a lamer. La gula y la lujuria se apoderaron de mi ser y durante ese día no paramos de comer y follar, cosa por la que fui condenado a vagar por el segundo nivel del Purgatorio.
La avaricia. No soy una persona muy avariciosa pero si que hay algo que despierta ese sentimiento en mi corazón. Cada mes de Agosto ocurre que deseo, con todo mi ser, que el periodo de vacaciones jamás termine. Es avaricia pura y dura. Si tan sólo me fuera diez días querría que fueran veinte. Algo superior a mi, que no puedo controlar, despierta. Y al acabar mi mes de asueto hubiera matado porque las vacaciones no finalizaran nunca y lo digo seriamente. Vendería mi alma al diablo si me garantizara un Agosto eterno. Así que tampoco estoy libre de este tercer nivel, la condena se alarga. 
La pereza. Dentro de este pecado se reúnen un sinfín de conceptos. Esta la vagancia, la tristeza, la apatía, el tiempo ocioso sin hacer nada más que estar tirado. En fin, antiguamente era algo más espiritual pero ahora engloba multitud de pequeñas cosas. La pereza ha estado presente en varias etapas de mi vida. La apatía, la odiosa falta de ilusión o ganas de hacer algo ha dominado muchos días en mis 36 años de existencia. La etapa más cercana de desidia podrían ser los meses de octubre y noviembre pasados en los que sólo me tumbaba en la cama dejando pasar las horas. A veces llorando, a veces simplemente embobado mirando el techo y suspirando. Fueron días de absoluta dejadez. Días en los que cometí un nuevo pecado mortal siendo un hombre sin ilusiones ni ambición alguna. 
La ira. Una noche veía la tele en el salón. Ella se había ido a la habitación. Habíamos discutido. En vez de dejarlo estar y calmar los ánimos quise guerra. Fui a verla y expuse mi opinión que evidentemente no era coincidente con la suya. En un momento determinado dijo algo que me irritó tanto que de pie delante de la cama mientras ella me observaba tumbada agarre el cuello de mi camiseta del pijama y la rompí desagarrándola. Algo del estilo de Hulk Hogan para los que en algún momento hayan visto los paripés del pressing catch. Mientras despedazaba la camiseta grité. Fue un grito de rabia, de impotencia, de ira. Al terminar ella me miró con los ojos como platos. Y me dijo incrédula.....¿te has roto la camiseta del pijama? Yo me miré y vi la parte de arriba de mi pijama de marinero hecha trizas y sólo pude decir, si la he roto. Entonces fui al salón y me tiré en el sofá temblando aún por lo que había hecho. La ira se había apoderado de mi por unos segundos. De pronto rompí a llorar. 
La envidia. Este episodio ocurrió hace muchos años en La Manga del Mar Menor. Estaba en la terraza de la casa de mis padres mirando el mar y la playa. A lo lejos veía a mi hermano tumbado en su toalla y al lado estaba Maite. Boca abajo, seguramente dormían echándose la siesta. En ese instante sentí una envidia tremenda. Mi hermano, cuatro años menor que yo, tenía pareja. ¿Por qué cojones yo no tenía a nadie a mi lado?¿Por qué yo no estaba en la playa abrazado a una mujer que me amara? Envidié a Dani, maldije su jodida suerte y deseé ser él. 
La soberbia. Apenas llevaba trabajando con ella un mes. Mujer con carácter e hiperactiva con la que al principio tuve mis desavenencias. Una especie de tira y afloja hasta llegar a un punto intermedio en el que los dos nos dimos por satisfechos. Todas las noches bromeaba con ella diciéndola que no sabía cocinar ya que nunca la vi cenar algo que no estuviera ya preparado. ¡Seguro que yo cocino cualquier cosa mejor que tú! Le mencionaba entre risas. Sin embargo aunque yo lo decía en tono jocoso y ella se lo tomaba de esa forma, en el fondo si que creía que no tenía ni puñetera idea de cocinar. Una tarde, al empezar nuestro turno la veo aparecer por la puerta y me dice, he traído algo para ti. ¡Que bien, un regalito! ¿Qué es? Sacó de su bolso una bolsita con varias tarteras. He pasado la mañana cocinando para ti, para que veas que si se hacer algo. Me había traído para que probara unos dulces de su país. Unas galletitas y un bizcocho típicos de Rumania. Me dejó sin habla. Después de cenar probé lo que me había hecho y se asomó por la puerta de la cocina. ¿Qué tal, te gusta? Si, esta muy bueno. Y con una sonrisa en su cara me dijo, que no cocine aquí no quiere decir que no sepa hacerlo. Esa noche me di cuenta de que hay que ser más humilde. Juzgué a esa chica y me creí mejor persona que ella. Y en ambos casos me sorprendió, sabía cocinar y lo hizo para mi. Caí en el último de los pecados. La lista estaba completa y mi estancia en el Purgatorio sería larga, muy larga. 

¿Y cuál ha sido la chispa que ha desencadenado el decidir escribir sobre algunos de mis pecados? Ayer, haciendo un curl de bíceps con barra, de pronto una canción hizo que dejara de contar las repeticiones de la serie en la que me encontraba. "Human" empezó a sonar y algo dentro de mi saltó. Escuchando a The Killers me di cuenta de que sólo soy un ser humano. Lloro, me emociono, juzgo, tengo curiosidad y me hago preguntas. Me cabreo y grito. Deseo lo que no poseo. Me escondo cuando tengo miedo. Y pensé que la mejor manera de afrontar lo que soy es admitiéndolo. Por eso me he puesto a escribir sobre mis debilidades y vicios. Algunos de mis pecados capitales.
Quizá la canción no tenga mucho que ver con lo que he contado pero la pregunta del estribillo fue la que hizo click en mi cerebro y darme cuenta que todo tiene un punto de inflexión. ¿Llegaré al paraíso? Quien sabe. Lo único cierto es que ayer mi corazón bombeaba con más fuerza que nunca y después de unos instantes de introspección sentado en el banco de pesas puse un kilo más en cada lado de la barra y volví a mis repeticiones con una inusitada determinación. Salir de una puta vez del jodido Purgatorio.