La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 30 de mayo de 2013

Mil palabras

Siempre se ha comentado que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo a la vista de los hechos no estoy nada de acuerdo con esa afirmación.
Antes de nada debo decir que me ha costado mucho decidirme a escribir estas palabras. Difíciles. Complicadas porque son recuerdos de un Rubén en los infiernos.
Estoy escuchando la canción "A real hero" de College. Y recomiendo a cualquiera que lea esta entrada de mi blog que la busque por Youtube y se la ponga mientras lee todo esto.

Hace dos o tres meses que tengo esta foto en mi perfil de Whatsapp. Al poco de ponerla algunos mensajes me extrañaron. ¡Rubén que guapo estas! Me decían algunas personas. Claro, yo que soy muy vanidoso no podía más que sonreír y decir gracias. Un mes más tarde la metí en mi cuenta de Facebook y más gente me dijo, ¡Rubén que guapo estas! Y me volvió a extrañar sobremanera. ¡Vamos, que soy yo! ¡Rubencito! La gente debe estar loquita perdida me dije. Hace una semana la puse como foto de mi perfil en dicha red social y más halagos por parte de muchas personas. ¿El mundo se ha vuelto loco?
Y hace un par de días pensé en escribir la historia de esta foto. Dudaba porque como digo no es una historia demasiado alegre, quizá los peores instantes de mi vida. Puede que el peor momento de todos los que la componen.
Deteniéndome un poco en la fotografía parece que estoy contento, con sonrisa seductora, y puede que detrás de esas gafas de sol tuviera una mirada picara. Quizá mi hermano, que es a quien debemos dar las gracias por esta instantánea, puso todo su empeño en la fotografía. Quizá el sol en ese preciso instante brilló por unos segundos entre tormenta y tormenta.
Para describir esta imagen primero tengo que contar la intrahistoria de ésta y por lo tanto tengo que retroceder tres días.
El 5 de Diciembre me fui a La Manga del Mar Menor. Necesitaba estar sólo, desconectado del mundo. Nada más que el mar, la soledad y yo. Me daba miedo estar allí porque la última vez que vi el Mediterráneo desde ese lugar, ocho años atrás, había ido con ella. Temía una debacle interior, tenía auténtico pavor por lo que pudiera sentir. Pero creí que sería la mejor forma de evadirme de todo lo que me rodeaba en Madrid.
No fue fácil llegar por la noche y asomarme a la playa. Ver la luna y respirar el aire marino me trajo mi momento nostálgico y no pude resistirme. Pensé en ella. Su vida estaría igual de jodida que la mía, supongo, pero por distintos motivos. Justo era el aniversario de la muerte de su madre. Mirando la luna apostado junto al mar la escribí un mensaje. "Cuando nació el Sol y su hermana la Luna su madre murió. El Sol le ofreció a la Tierra el cuerpo de su madre del cual surgió la vida y de su pecho extrajo las estrellas y las lanzó hacia el cielo nocturno en memoria de su espíritu. Dedicado a tu madre, almu". Al poco me contesto con un simple gracias. Yo rompí a llorar y un escalofrío recorrió mi cuerpo. El viento que se había levantado hacia estragos y subi a casa. Me pase la noche viendo vídeos de Parkour para no pensar en nada. No quería que los recuerdos se abalanzarán sobre mi, no quería pensar en nada más que en mi ilusión por realizar saltos imposibles y piruetas extrañas.
Tuve un sueño realmente triste esa noche, lo recuerdo porque una vez más la volví a escribir al despertar. La insoportable sensación de tener que escribirla aún me mortificaba. Y ella me contestó con un mensaje neutro. Peor que cualquier bordería, peor que cualquier insulto. Ahuyenté de mi mente toda clase de preguntas y decidí salir a hacer la compra. Mi hermano y su chica venían para hacerme compañía. Cuando supe que venían, un par de semanas antes me dieron la noticia, pensé que prefería estar sólo. Después de esa primera noche agradecí que estuvieran allí, a mi lado. Escuchando mis sensaciones, mis pensamientos, mis realidades.
A la mañana siguiente al despertar puse la tele. Una película me enganchó. Un chico agobiado por todo y por todos, después de graduarse en la universidad, aparca todo y se escapa a vivir su aventura. Quiere llegar a Alaska. Vivir en esa parte del mundo donde sólo lo que tienes en tu interior vale. Quema todo su dinero y se embarca en ese viaje sin mirar atrás. Ese chico se llamaba Christopher McCandless y existió de verdad. Cuando volví de la Manga leí su historia. Vivió su sueño y también murió por él. Esa mañana quise ser ese chico, tener el valor de abandonar todo y largarme muy lejos. Pero me di cuenta que por muy lejos que huyera mis pensamientos serían mi equipaje más incómodo y que vendrían conmigo fuera donde fuera.
La mañana siguiente era la de la foto. Ese día no tuve tiempo de pensar cuando me desperté. Enseguida me puse a recoger mis cosas y empaquetar todo para volver a Madrid. Por la tarde tenía que trabajar e iba con prisa. Al terminar de bajar las cosas, Dani sacó su cámara y empezó a echar fotos. Y yo hice un poco el tonto haciendo poses. De ahí viene esa foto. Un momento de respiro y alegría que pronto se tornaría en tristeza infinita.
Al salir de la Manga un sentimiento de melancolía se echó sobre mi. No controlé mis sentimientos y me puse a llorar de nuevo. Sólo, en el coche, lloraba amargamente. De pronto algo sucedió. Algo inesperado. Un perrito abandonado de repente cruzó por la carretera...y lo atropellé. Paré unos metros más adelante y lloré desconsoladamente. Una llorera tremenda. Jamás había hecho daño a ningún ser vivo y en ese instante maté a un animalito. Me sentía la peor persona del planeta. Un ser humano horrible. Quizá lloré allí parado en el arcén durante una hora. Me obligué a continuar el camino pese a que sólo me apetecía quedarme en medio de la nada llorando por mi vida y por ese perrito que en mal momento se cruzó en mi camino.
Al llegar al trabajo, aún impactado por la muerte del animal, la volví a escribir. Le dije que la necesitaba como amiga. Quería contarle lo sucedido pero su contestación me dejo más sobrecogido aún. Me decía que como amiga su consejo era que buscara a otra gente. Ella ya no estaba en mi vida. Ella se había ido para siempre.
Ese día estuve ausente del trabajo. Mis chicas se dieron cuenta y me preguntaron pero yo esquivé su interés diciendo que todo estaba bien. Un constipado que me tenía los ojos algo llorosos fue la excusa que dije.
Pasé un mes horrible, sinceramente. Pero al final me di cuenta de que las personas entran y salen de nuestras vidas y que no hay que aferrarse demasiado a ellas. Mi pensamiento era que ella estaría allí para siempre y es duro y complicado darse cuenta que la realidad es más cruel. Todo mi romanticismo se ha evaporado me da a mi. Desaparecido en combate se podría decir. Disperso en la atmósfera como el aliento al respirar.
Me gustan los parques de atracciones porque todo es felicidad y alegría. La gente disfruta. No hay peleas. No hay desavenencias. Es el país de las maravillas y el de nunca jamás juntos. Y viví mi vida pensando de esa forma. Que siempre estaría en un lugar así. Y pese a que siempre están las montañas rusas que te hacen sentir un cosquilleo en el estómago con sus bajadas y subidas repentinas, cuando acabas el viaje siempre quieres repetir. Nunca pensé que la vida no fuera de esa forma, pero la cruda realidad es que los meses de Noviembre y Diciembre estuve en otro lugar. En el infierno.
Afortunadamente eso pasó, queda muy atrás. Ahora lo recuerdo distante, lejano. Y con la canción de College de fondo quizá mi forma de verlo sea algo triste y melancólica. ¿Y por qué entonces tengo esa foto os preguntareis? Porque como dice la letra sólo soy un ser humano. Un ser humano muy real.

sábado, 25 de mayo de 2013

Sábado

Escuchando a Macklemore me ha dado un subidon de adrenalina.
Voy a sudar. Voy a hacer pesas. Voy a poner la música a tope y cantar mientras hago unos curl de bíceps.
Es sábado. Y es un día perfecto para cantar.
Enfocando mis deseos para ganar......simetría......belleza....fuerza......

viernes, 24 de mayo de 2013

It's a long road

Una escena me viene a la mente.
Un hombre caminando al borde de una carretera. Solitario. Pensativo.
El paisaje es montañoso. Hace frío. Una neblina cubre todo y hace que las imágenes te hagan estremecer con un pequeño escalofrío que recorre tu cuerpo.
Este hombre llega a un pueblo llamado Esperanza. Sin embargo su semblante no deja lugar a dudas de que él no cree demasiado en el nombre de ese lugar. Se encuentra sólo en el mundo, se acaba de dar cuenta. La noticia le ha dejado impactado y deambula por la carretera sin un destino claro.
Esta es la primera escena de First Blood. También conocida como Acorralado.
Esta es una película que tiene que estar aquí por muchos motivos.
El primero y más importante es que me identifico con John Rambo. Un boina verde, un combatiente de la guerra de Vietnam. Un guerrero. El mejor de los de su estirpe. Vive por y para la guerra. Pero esto no es lo que se me asemeja a mi que ni siquiera fui a la mili. No, yo soy el Rambo que con su mirada triste camina a lo largo de la serpenteante carretera. Soy como John que al llegar a Hope sólo busca un sitio donde pasar unas horas y seguir sin un rumbo fijo.
La imagen es preciosa. Esos bosques del noroeste americano son de una belleza increíble. Árboles kilométricos. La bruma acentúa el carácter misterioso de esos montes ya de por sí tenebrosos, llenos de una vegetación con tantas tonalidades de verdes y marrones que harían palidecer a cualquier pintor. Sintiendo que en cualquier instante un animal enorme y con ganas de pelea quiere arrebatarte lo único que te queda. Tu vida.
Si, yo he visto con mis propios ojos ese panorama. Lo he vivido. En Juneau, muy cerca de donde fue filmada la película. Subiendo a Roberts Peak, una montaña de 1200 metros de altitud. Con niebla y frío, como John cuando escapa por las escarpadas cumbres que rodean Hope. Con mirada curiosa me adentré en un bosque y en silencio anduve por sus senderos. Me topé con una marmota, o quizá un castor, que rápido corrió a su refugio entre la espesura. En algún momento incluso sentí la soledad de ese ambiente por el que tan bien parece desenvolverse Rambo.
Por lo tanto, en cierto modo, se lo que siente cuando huye del prepotente Sheriff. Ahora, mi visión del personaje es más completa. Mi compresión por lo que hace y como lo hace es total.
Stallone da vida a un hombre atormentado por sus fantasmas. Un hombre que se encuentra sólo en una sociedad que le da la espalda. Se siente un renegado. Sin trabajo. Sin hogar. Sin familia. Lo único que le resta para no sucumbir es su orgullo. Y lucha por mantenerlo. Se aferra a su machete y escapa en una moto durante una persecución vibrante que le deja a los pies de la montaña. Y es ahí donde se da cuenta de que ese es su mundo. Lo que mejor sabe hacer. Para lo que sin duda ha nacido. Sobrevivir en la naturaleza donde nada es de nadie y a la vez todo pertenece a todos.
La primera vez que vi Acorralado podría tener fácilmente 16 o 17 años. Ya por entonces me fascinó. Me sobrecogieron las escenas y paisajes, la acción y el final.
Sin duda al verla más veces he ido descubriendo nuevos recovecos de la mentalidad de John, he observado nuevos detalles que me han asombrado más si cabe.
¿Por qué First Blood se convirtió en Acorralado? Pues no tengo ni la menor idea pero supongo que por la escena que de chaval me dejó con la boca abierta.
Rambo, en la cima de la montaña no puede continuar su huida. Varios Rangers y el Sheriff le pisan los talones con unos perros que rastrean su paso. Los perros, unos doberman con dientes como sables, se escuchan de fondo. Dos posibilidades se abren ante Rambo. Enfrentarse a esa gente o seguir huyendo de la forma más inverosímil. ¿Qué es lo que hace? Se tira por el acantilado, una caída mortal para cualquiera menos par él. Sale tocado, claro. Se golpea con ramas de árboles mientras cae al vacío. Y esas mismas ramas son posiblemente las que le salvan de la muerte. Esta herido en un brazo.  Por supuesto, no es ningún problema, desenrosca el compartimento secreto de su cuchillo y saca aguja e hilo. Y se cose el mismo la brecha surgida en su piel.
Esta escena es de una fuerza tremenda. Al tirarse de la montaña y escapar uno piensa, joder, al fin y al cabo es un cobarde. Pero nada más lejos de la realidad porque segundos después te das cuenta de que esta opción es la más peligrosa y valiente. En un principio rechaza el enfrentamiento, y opta por una idea descabellada. Por sí fuera poco acaba curando sus propias heridas a base de apretar mandíbula y soportar dolor.
John Rambo es humano, no hay duda. Pero su valentía y coraje le hacen especial.
La última vez que me puse el DVD de la película fue hace seis meses. Mis ojos estaban más nostálgicos. Mi sensibilidad era máxima. Y al comenzar los títulos de crédito y ver caminar a Stallone, con su abrigo con las solapas subidas y una bolsa de lona al hombro, me puse a llorar. Fue algo corto, unas pocas lágrimas que cayeron por mi rostro. ¡Ese tipo se parecía tanto a mi!
Siempre lo sentí así, en cada ocasión que vi First Blood desde los 16 años. Y en ese momento me di realmente cuenta de ello.
Y al acabar y escuchar la canción de Dan Hill mientras se llevaban esposado a Rambo yo tenía una medio sonrisa en mi cara. John había sobrevivido a su terremoto emocional. ¿Por qué no podría hacerlo yo? Ese día puede que fuera el primer día de mi recuperación. El día que me di cuenta que hasta los más valientes y fuertes pueden caer pero la grandeza de todo corazón reside en saber levantarse. Y como la canción reza, es un largo camino. Sinuoso. Enrevesado. Pero, ¿que sería de un viaje iniciatico sin aventuras? Hope, allá voy. ¡Que se prepare el Sheriff y que saque a los perros! Rubén llega a la ciudad y busca pelea. Busca encontrarse a sí mismo. Busca su identidad.

jueves, 23 de mayo de 2013

La proporción áurea y el espejo

Nombre pomposo y a la vez misterioso. Siempre sentí curiosidad por saber más acerca de este extraño número. Pero, ¿qué es exactamente?
La proporción áurea es la belleza en sí misma, sinónimo de perfección. Todo ello personificado en una simple relación numérica. 
Dejaré que sea Euclides, antiguo sabio griego, quien nos diga de que diantres hablo hoy. "Se dice que una recta ha sido cortada en extrema y media razón cuando la recta entera es al segmento mayor como el segmento mayor es al segmento menor."
Estaréis de acuerdo en que es una relación bastante simple que cualquier persona con un pequeño esfuerzo podria imaginarse.
He de admitir que nunca me atrajo demasiado la geometría descriptiva, soy mas experimental que teórico, pero esta definición y sus casualidades me dejaron poco menos que sorprendido. Tanto como a los propios griegos, que pensaban que ahí residía la pureza de las cosas. Si algo poseía esta relación era hermoso, perfecto.
Pues bien, resolviendo esta simple ecuación que cualquier niño de doce años podría finiquitar en un par de minutos llegamos a un resultado. Un número místico 
Y este número es 1,618........ Un cantidad infinita de decimales nos dice que la perfección es imposible de lograr. Siempre existe un número más, un grado más de mejora. Esa es la conclusión a la que llegué yo. Seguramente equivocada.
Datos curiosos son que algunas pirámides de Egipto están construidas conservando esta proporción. Los griegos modelaron sus edificios y esculturas buscando este número. Vale, podría decir alguien, estos tipos estaban algo tarados o eran unos locos místicos. No obstante, ¿sabéis cual es la relación de abejas macho y hembra en un panal?¿la proporción entre las ramas principales de un árbol y la altura de su tronco?¿la relación entre las nervaduras de las hojas de los árboles?¿cuál es la proporción de la distancia entre el ombligo de una persona a las plantas de los pies con respecto a su altura total?
La naturaleza ha puesto este número delante de nuestras narices una y otra vez. ¿Por qué cuento todo esto?¿Qué es para mi la belleza? Enfocando más la pregunta, ¿cuándo una mujer es bonita para mi?
Al contemplar a una chica, ¿en qué me fijo?
En su alma, y en el espejo de ésta. La mirada. No tengo ninguna duda de que podría enamorarme de unos ojos, de una mirada.
El cuerpo acompaña, claro. El culo, los pechos, unas bonitas piernas, una piel suave, un olor determinado. Todo ayuda. Pero de nada de estas cosas podrías quedar perdidamente enamorado. Todo es perfectamente moldeable. Se pueden conseguir a través de trabajo, ejercicio o ....cirugía. La mirada sin embargo te embauca, te hipnotiza, te hechiza. No hay una mirada igual a otra. No se puede imitar ni clonar. Es nuestra huella dactilar. Nuestros ojos expresan lo que somos, lo que deseamos, lo que anhelamos. Para mi, la belleza es más que una proporción. Es mucho más que un número. Es un sentimiento. Es el pálpito del corazón. Es el pulso acelerado. Es la sangre bombeando por todas las arterias y venas de mi cuerpo. Pum, pum. Pum, pum. Pum, pum. Sonando cual tambor en una batalla. Preparando a mi alma para una guerra perdida. Imposible resistirse a una mirada de otro mundo.
He pensado en escribir sobre esto esta mañana, al terminar de ducharme y mirarme en el espejo. Ahí estaba yo, con mis calzoncillos de Pluto, vestigio de una vida muy lejana. Sobre mi cuello, un colgante comprado en Salem, la ciudad de las brujas por excelencia. Quizá llevándolo para ahuyentar a los malos augurios, o puede que simplemente porque me quede bien. Observándome en el reflejo he pensado en la proporción áurea, en la imperfección de mi cuerpo. Y, traspasando piel y órganos, he observado la imperfección de mi alma.
Hace mucho que no hablo de mis avances en torno al Parkour. Y no lo he hecho por una simple razón. No los hay. He desistido en el empeño de adentrarme en el mundo del arte del movimiento. He pensado que a mis 35 años es imposible hacer una disciplina que no podré llegar a dominar nunca. Pero, ¿quien domina algo así? Los expertos en el tema dicen que se pasan la vida perfeccionando la técnica. ¿Por qué yo soy incapaz si quiera de empezar? Soy poco flexible, es demasiado peligroso, es una locura. Son motivos que mi mente ha buscado. Excusas. Sólo eso.
Sin embargo una nueva meta me he propuesto, conseguir acercar mi cuerpo a esa proporción áurea. Al menos con un par de decimales. Obtener resistencia y fuerza. Potencia y simetría.
Mis ejercicios han ido variando desde hace unos meses cuando empecé con todo esto. Ahora que mi meta es otra busco cosas nuevas que mejorar. Músculos que desarrollar. Miedos que vencer.
Desde la antigüedad se ha buscado un prototipo de excelencia en el cuerpo humano. Vitruvio dio sus medidas y Leonardo las dibujó. Miguel Ángel las esculpió en su David. Durero las plasmó en sus grabados.
Y yo mirándome esta mañana en el espejo he pensado que si quiero cambiar lo que veo primero debo cambiar la forma en la que veo eso que deseo cambiar. Mi mentalidad esta moldeandose al mismo tiempo que mi cuerpo. Soy ese bloque de mármol. Sin forma. Y escoplo y martillo en mano cincelo lo superfluo para quedarme con lo mejor de mi mismo. Mi esencia.

jueves, 16 de mayo de 2013

Un Porsche negro, un caballo y Vanesa

Hace ya algunos años alguien me hizo una pregunta que seguramente a todos os han hecho alguna vez en la vida.
Oye ru, ¿qué quieres por reyes? Yo, mirando a la chica durante un momento y sonriendo contesté, pues me encantaría tener un Porsche negro, un caballo y una cita con Vanesa Romero. Curiosamente, pese a mis altas expectativas, el día 6 de Enero junto al árbol navideño tenía mis tres deseos. ¿Increíble? Bueno había un pequeño truco. El Porsche estaba en una cajita y lo había hecho  con plastilina negra, el caballo era una foto pegada en una cartulina y Vanesa estaba junto al caballo cual amazona a punto de subir a sus lomos. Me reí. Fue una sorpresa. Incluso ahora escribiendo sobre ello no puedo evitar dejar asomar una sonrisa recordando aquel momento.
Esta pequeña anécdota me sirve para adentrarme en algo que me he estado preguntando estos meses. ¿Soy demasiado exigente?
Mi respuesta, en principio, sería que no. Me divierto con cualquier cosa, me conformo con cualquier detalle y no busco grandes lujos. Pero profundizando más en el tema, primero habría de preguntarme, ¿qué es lo que quiero?
En mi adolescencia quería ser Indiana Jones. Deseaba vivir una aventura del estilo de encontrar un tesoro, encandilar a una rubia despampanante y salvar al mundo de una catástrofe o del malvado de turno que se interpusiera en mi camino.
Por otro lado estaba McGiver. Otro tipo parecido a Indy pero cuyas destrezas eran distintas. Uno arqueólogo el otro medio físico medio ingeniero.
¿Letras o ciencias?¿qué es lo que quiero?
Ya unos años más adelante, pongamos que con 22 o 23, mi deseo era encontrar a una mujer especial. Cada día, por la noche, rezaba. No soy religioso. Para nada diría yo. Pero en esa época, más o menos, murió mi abuelo materno y eso me impactó. La primera persona a la que vi morir me llenó la mente de miedos y cada noche rezaba por el bienestar de mi familia. Al principio surgió por temor a algo que pudiera pasarnos pero luego siguió como algo más que nada supersticioso. Se volvió mecánico. Y decía algo así, "señor, seas quien seas, vela por toda mi familia y no dejes que nos pase nada. Y por favor haz que encuentre a una mujer que me quiera y ame para el resto de mi vida".
Y por esa misma época me gustaba una chica morena. Ojos oscuros, pelo negro, brillante y largo, piel muy blanquita, lechosa. Una mujer de una belleza increíble. Pero al año siguiente me encapriché de otra mujer. Rubia, pelo dorado que el sol hacia resplandecer de una forma espectacular. Cuerpo pensado para el pecado y una simpatía que hacia imposible no enamorarse perdidamente de ella.
¿Rubia o morena?¿qué es lo que quiero?
Pasados unos años mis súplicas nocturnas se vieron recompensadas. Sin embargo ocurrió algo.
Esa persona que el destino puso en mi camino me planteó una pregunta. Y no una cuestión tan banal como la de la anécdota del principio. Fue algo que había que masticar y darle vueltas. Pero, ¿por qué?
Es como si alguien pide que le toque la lotería y cuando tiene los millones en el banco duda si dejar ese dinero en la entidad bancaria dandole unos intereses y gastar poco a poco o simplemente derrochar y vivir dándose capricho tras capricho. Rubén, ¿nos casamos? Fue la pregunta.
¿Boda o no boda?¿qué es lo que quiero?
Siempre me ha gustado viajar. Ya lo he dicho en el blog en más de una ocasión. Subir a un avión lo adoro, pero también conducir o montar en tren. Moverme a cualquier lugar. Incluso en la misma ciudad en la que vivo. Pasear, observar, descubrir.
Invariablemente he aprovechado el mes de agosto para poder ir a cualquier sitio. Por lo tanto unos meses antes surgía el tema, ¿dónde ir esta vez?
Estados Unidos en los últimos años fue mi primera opción. La cultura americana, su forma de vivir y sus parques de atracciones me llamaban poderosamente pero hace un par de años me interesó Asia. China, Japón, Tailandia. Unos lugares exóticos, distintos a todo lo que hay en Occidente.
¿Big Mac o rollitos de primavera?¿qué es lo que quiero?
Ayer, paseando por la pradera en las fiestas de San Isidro. Viendo tenderetes de rosquillas, escuchando los comentarios de la gente sobre cuales son mejor si las listas o las tontas, oliendo el choricito y la panceta en las brasas de los distintos puestos de comida, mirando como un engendro mecánico daba vueltas sin parar haciendo que los ocupantes parecieran simples muñecos de trapo, oyendo al de la tómbola como decía "siempre toca, una tableta o una tele, una muñeca o un ordenador, una consola o un piano de cola, siempre toca. Un cartón 3 euros, 5 cartones 5 euros...A ver, secretario, secretario por favor, ¡por aquí quieren 5!". En fin, viendo todas estas cosas me surgió una duda.
¿Me apetece algo dulce o algo salado?¿qué es lo que quiero?

martes, 14 de mayo de 2013

Encuentro

Hace unos días me dirigía hacia el autobús. El mismo recorrido que hago siempre. Andaba con mis cascos escuchando música cuando me crucé con un hombre.
Alguien que no era del todo desconocido para mi. Una persona que sin lugar a dudas cuando la conocí me pareció de lo más peculiar del mundo. Y mira tu por donde, después de unos años me encuentro por Madrid con él. Lo más extraño es que él me reconoció a mi también.
Siempre se ha dicho que para los chinos los occidentales les parecemos todos iguales. Y lo mismo se dice al contrario, que no podríamos distinguir a un chino de otro. Por eso mismo me quedé realmente sorprendido cuando el hombre al verme sonrió y levantando la mano a modo de saludo dijo un hola. Curioso, muy curioso.
¿Quien era este hombre?
Un cocinero de un restaurante chino. Un tipo que cuando lo conocí apenas hablaba castellano. Nos entendíamos por señas y chapurreando algo de inglés.
En su día me contó que era de Shanghai, de un barrio muy pobre de la megaciudad China. Tenía mujer y un hijo que seguían allí mientras él había venido a buscarse la vida a un país con una cultura y un idioma totalmente desconocidos. Incluso en una ocasión me enseñó las fotos de ellos que llevaba en la cartera, unas fotos en las que se veía a un niño pequeño junto a una mujer bajita y delgada apoyados en un barquito de esos que surcan las turbias aguas de la ribera del Yangtsé.
Por algún extraño motivo me caía bien ese hombre, pese a sus rarezas. Se le veía simpático y abierto para ser asiático. Gente normalmente más reservada con su vida, sobretodo con extraños de otro país.
Le conocí hace mucho tiempo en el bar en el que trabajo. Seis años, quizá siete. Durante un año venía antes de entrar a trabajar a tomar un café. Se encendía dos o tres cigarros al mismo tiempo y los dejaba encima de la barra, en el borde, pese a que siempre le mostraba el cenicero. El sonreía y movía la cabeza como entendiendo lo que le decía pero hacia caso omiso y seguía dando caladas en su ritual diario dejando los cigarros en línea en la barra.
Al principio no decía nada. Entraba, se tomaba su café y cinco minutos después salía por la puerta. Eso si, siempre sonriendo. Mostrando una dentadura con la que más de un dentista se frotaría las manos.
Poco a poco empezamos a "hablar". Al ser cocinero tenía poco contacto con los españoles. No salía de la cocina más que para irse a su casa a descansar después de las comidas para, un par de horas después, volver y completar su turno partido. Por lo tanto, pese a que llevaba bastante tiempo en Madrid no sabía decir mucho.
Pero una vez roto el hielo se lanzó a por todas. Me explicaré. Iba a ese bar en concreto porque le gustaba una de las camareras. Él no lo dijo abiertamente, claro, pero se le notó un poco al venir un día con una lata de algo que no supimos que era. Las letras chinas de la pegatina no nos dejaron más remedio que intentar adivinar que leches era eso. Pues vino con la lata y con su más amplia sonrisa se lo dió a la chica. Yo me partía de risa. Un chino de Shanghai y una dominicana de Azua. La extraña pareja. La cosa no llegó a más pero la chica, que tenía mucha cara, se pasaba el día bromeando con él. ¿Cuándo me vas a llevar a China a conocer a tus padres? Le decía. Yo sólo podía reírme.
Un día, de pronto, dejó de venir. Y ya no supimos más de este hombre. Se quedó en una anécdota y de vez en cuando la recordábamos esta chica y yo cuando aún trabajaba conmigo.
Hasta la semana pasada.
Cuando le vi a unos metros de mi él ya sonreía. Me reconoció antes él a mi que yo a él. Me quedé un instante pensativo. ¿A este tío le conozco? Me dije. Y cuando estábamos a un metro de distancia caí en la cuenta. ¡¡¡El cocinero de Ivelisse!!! Y sonreí. Incluso solté una carcajada. ¡Que maldita casualidad!
Seguía igual, físicamente hablando. No había cambiado nada. No obstante, el pantalón que le quedaba enorme y la camiseta cochambrosa que solía llevar para trabajar y con la que le veía tomarse el café había sido cambiada por un traje verde oscuro con corbata y todo. Y en la mano un maletín de cuero negro. ¿Había comprado el restaurante chino?¿Se había pasado al negocio de las importaciones?¿Era el primo lejano de Jackie Chan y le había dado algo de dinero?
Me quedé pensativo. Me hubiera gustado saber algo más de él. ¿Qué ocurrió en estos seis años? Si, la verdad es que me hubiera encantado saber que fue de su vida. Pero ninguno de los dos paró más que lo necesario para saludar con la mano. Sinceramente me dejó sorprendido y pasé todo el trayecto en autobus recordando las historias que contaba, con su inglés peculiar y sempiterna sonrisa, sobre la vida en Shanghai.

miércoles, 8 de mayo de 2013

I want to sail away from here

Si, definitivamente quiero navegar muy lejos de aquí.
Ahora mismo, escuchando música, cierro los ojos. Me imagino en un velero. De pie en la cubierta, a proa. Agarrado de uno de los cables que componen la jarcia observando la mar. El viento pegando fuerte en mi cara. La velas desplegadas se agitan, incluso llego a oír el embate de las olas contra el barco en su movimiento de cabeceo. Me acerco a la rueda del timón y la giro para coger rumbo a lo desconocido. Ninguna carta nautica puede llevarme donde yo deseo. Mar adentro, en mitad del océano. Quiero estar ahí ahora mismo. Sólo. En compañía simplemente de mis fantasmas. Compartir al anochecer un poco de ron con mis inseparables amigos. Esas visiones que, sin ninguna duda, son tan etereas que parecen sirenas salidas del mismisimo fondo marino. Dejar que el ron haga sus efectos y cual pirata inglés del XVII cantar a la luz de una luna tan grande y clara, tan cercana, que subiendote a la cofa casi se puede rozar. Entonando canciones que hablen de criaturas infernales y bellas señoritas esperando en puertos desconocidos mientras brindo, en la soledad de la noche, con seres espectrales creados por mi embriagada mente. Y porque no, llegar a una isla desierta y sentarme en su playa de fina arena blanca, tan inmaculada y virgen que soy el primer ser impuro en pisar su suelo. Y allí, en medio de ese paraíso, olvidar todo y a todos. Dejar mi mente vacía de pensamientos. ¡Daría mi vida por pasar un día así! ¡Lucifer, te vendo mi alma por un velero y una isla desierta!
Abro los ojos, y me doy cuenta de que mi fantasía es totalmente inútil. Mi alma lejos de estar libre en un edén paradisiaco se encuentra encarcelada. Unos barrotes no dejan que se escape. Esas barreras han sido creadas por mi mente, al igual que el ensueño en el que me encontraba hace unos segundos. Y como un espejismo en medio del desierto desaparece toda ilusión al frotarme los ojos, incrédulo por la vida utópica imaginada.
¿Por qué sueño despierto con ser un pirata? Más aún, ¿por qué un pirata al uso, de los antiguos, de los de espada en ristre y pata de palo? O tal vez, cambiar el trozo de madera de mi extremidad y poner un loro en mi hombro o un parche en el ojo. Más que nada para poder correr en mi isla desierta o nadar en sus playas de aguas azul turquesa. ¿Por qué no imaginar ser un pirata del siglo XXI?
Podría ser Hank Moody. Un personaje ficticio. Inventado y puesto en un guión. Pero seguramente basado en las vivencias de alguien. Puede que del propio actor que lo interpreta, David Duchovny.
Hank, si viviera en el 1700 sería el maldito Barbanegra. Tan temido como venerado a partes iguales. Es un bribón. Un mamonazo con los amigos y un tunante con las mujeres. Como escritor que es embauca a las tías por su labia, las conquista con sus palabras y su manera irreverente de ser. Indiscutiblemente no es feo, pero creo que las mujeres que se lleva a la cama no se fijan en eso. Más que nada es la curiosidad por estar con alguien diferente. Eso es lo que las atrae, lo que las cautiva. No hay duda de que admiro a este personaje. Hace y dice cuanto desea y piensa. Aunque se contiene a veces por su pepito grillo interior interpretado por su hija. Ella pone límites. Más que ella, él los pone por ella. Pero hay momentos en que no se puede frenar y se comporta como todo el mundo debería, no siendo hipócrita. Viviendo y siendo lo que él desea vivir y ser.
Tenemos otra versión de Hank, más light. Más familiar podríamos decir. Es Charlie Harper.
Otro nombre en un guión, esta vez interpretado por Charlie Sheen. Y también con muchos visos de estar basado en las propias corredurías del actor neoyorquino. Es más comedido que Hank, pero conserva el estilo pirata en su alma. Vive con una copa de whisky en una mano mientras con la otra intenta bajar la cremallera del vestido de alguna mujer. Todas, sino la mayoría más jóvenes y guapas que él. Esta vez es músico. Otra profesión que al igual que la de escritor necesita de viveza mental. Con ella, esa inestimable agilidad para decir lo que debe en el momento adecuado, hace que las mujeres se le abalancen. Tiene éxito en la vida. Un gran coche, una casa en la playa y comida en la nevera. Es un privilegiado porque tiene ese don. Atracción. Dinero, mujeres y éxito.
Ambos personajes tienen momentos de debilidad. En algún puerto se plantean el dejar de ser piratas porque han conocido a una mujer especial,  una de esas que te hace olvidar quien eres y por qué estas ahí. Una mujer que confía en poder cambiarte, en poder sacar lo bueno que cree que hay en ti sin que lo que te convierte en especial se marche también. Pero eso es imposible. Esta gente es así y si se les intenta corregir se les mata poco a poco. Algo dentro de ellos se marchita y su alma acaba confundida preguntándose quien demonios es.
Vuelvo a cerrar los ojos. Vuelvo a mi mar, al viento en mi rostro. El olor a madera mojada junto al del salitre es inconfundible. Me apoyo en el palo de la vela mientras cojo mi petaca llena de ron y echo un trago. El sabor dulzón corre por mi garganta y noto como llega a mi estómago. Adoro esa mar. La agitación y bravura, el azul, el misterio que esconden sus profundidades. Me quedo un instante embelesado contemplando el vaivén de las olas. A lo lejos un sonido retumba y hace que me vuelva hacia el estruendo. Es un trueno, una tormenta se acerca. Doy un último trago y aprieto el puño. Decidido cojo el timón y viro a estribor. Me dirijo directo a la tormenta. ¡Qué diablos, soy un pirata!
Ahora me veo maniobrando a través de las crestas de las olas. Siento toda la furia del mar embistiendo la nave. El agua me nubla la visión y apenas puedo mantener el rumbo. Los relampagos iluminan tenuemente la proa y dejan entrever un panorama bastante desalentador. Casi se pudiera decir que me encuentro ante una de las puertas que dan entrada al infierno. Estoy luchando contra la naturaleza, mi destino y mi mente que a veces intenta joderme y me dice rindete. Estoy intentando llegar a mi isla. Al paraíso perdido.

domingo, 5 de mayo de 2013

El incidente

Esta historia sucedió el sábado pasado. Ahora parece lejana y algunos recuerdos me surgen entre cierta sensación de irrealidad. Sin embargo todo ocurrió como sigue.

- La banda (The band of seven)

Mi día discurría tranquilo en el trabajo, sin mucho estrés, más allá del hecho de que el Atleti y el Madrid empataban a uno. A eso de las 19:30 se presentó un grupo de chicos. La banda de los siete. Alguno ya andaba algo contentillo y el hecho de que una chica andaluza, de Sevilla por lo que pude averiguar unos segundos más tarde, empezara a revolucionar el bar gritando y riendo con una potencia inusitada para su cuerpecito menudo no hacia más que presagiar que la noche sería poco menos que distinta. Esta sevillana se acercó al grifo de cerveza mientras yo tiraba las siete cañas, y muy compungida dijo si teníamos cruzcampo. Claro respondí yo. Y ella, con una sonrisa en la cara al oir mi respuesta, empezó a disertar sobre las maravillas de esa bebida, su relación de amor hacia esa marca y de odio hacia las otras cervezas a las que poco le faltó por decir que eran meados de gato. Y me empecé a reír. La gracia de los andaluces para contar algo es mundialmente conocida y no pude resistirme al encanto de esa mujer a la cual le entregué su cruzcampo entre carcajadas mientras ella me contestaba con un gracias corazón.
La banda de los siete se transformó en un momento. A los veinte minutos más o menos llegó el alma mater del grupo. La cabecilla, quizá la inspiradora de esta historia y sin ninguna duda la causante del incidente.

- El partido (The match)

El Atleti y el Madrid se enfrentaban esa noche en el Calderón. Poco antes el Barça había empatado a dos en un encuentro en el que tuvo emoción hasta el final. Mi alegría por ese empate era visible y al empezar el partido en Madrid pensé que podría mejorar si al Atleti no le daba por hacer la machada de cambiar la inercia de los últimos enfrentamientos.
El encuentro empezó interesante pero la verdad es que era soporífero a más no poder. No tenía chispa. Y encima el bar estaba medio vacío así que me dediqué a hablar con mis chicas. Estuvimos trasteando con un móvil nuevo de una de ellas y probando la señal wifi del local. Es decir, nos estábamos tocando los huevos. Aburrimiento total.
Ya empezado el partido entraron una serie de chicos al bar preguntando por el encuentro. 1-1 es el resultado momentáneo. La banda de los siete hizo acto de presencia. Tres chicos y cuatro chicas. Una de ellas pregunta si tenemos juegos de mesa. Yo pongo cara de poker y me doy la vuelta. Dejo que una de las camareras responda que no. Aún así parece que se van a quedar. ¿Qué vais a tomar, chicos? Les pregunto. 7 cervezas es lo que me piden.
Durante el partido van de un lado a otro de la barra, se sientan en todas las mesas y en ninguna al mismo tiempo. De momento no importa. El bar está poco animado a esa hora y dejo que vayan a su bola. No molestan y hay una chica a la que no puedo dejar de mirar. La octava pasajera.
Los chicos ven el partido mientras ellas hablan de cosas. Se forman tres grupitos. Dos viendo el fútbol. Dos, la sevillana y uno de los chicos, abrazados. Y cuatro chicas hablando, y es este grupo el que tiene todo mi interés.

- El pacificador (The peacemaker)

La vida a veces da un giro por un hecho realmente tonto. Las cosas cambian sin apenas enterarte de como ha sucedido. Es como una chispa que enciende la mecha y desencadena la explosión que manda todo a la mierda.
Al acabar el partido dos de la banda de los siete que en realidad son ocho se van. Por lo que pude entender ella volvía a Sevilla y él quería pasar las últimas horas a solas con su amiguita especial. En ese momento surgió una duda en la banda. Se quedaban a seguir bebiendo o disolvían la reunión. La decisión...se tomaban otra.
Empezaba a llegar gente. Por fin había movimiento. Hice un comentario a mis chicas, ¡vamos a currar algo niñas! Y nos pusimos a ello.
Raciones, bebidas, risas, música de fondo. La cosa pintaba bien hasta que llegó la banda del catedrático. Sólo dos miembros. Ella y él. El jefe es un señor mayor, diría que habría pasado los 60 hace algunos años. El catedrático se suponía el jefe pero nada más lejos de la realidad, la que mandaba era ella. La víbora. La mujer en la sombra.
Al llegar les ofrecí una mesa, parecía que fueran a cenar, pero desestimaron mi ofrecimiento. No, no hace falta. Tenemos prisa que empieza el cine me dijeron correctamente.
A los diez minutos el local estaba a rebosar. Yo andaba cortando un poco de jamón cuando oigo que una voz se alza por encima del resto. Usted es un mal educado, escucho. A lo que el otro responde, si su matrimonio es aburrido no tiene porque amargarnos la noche a nosotros. Levanto la cabeza y veo que las dos bandas están con miradas desafiantes. Espero que las cosas se calmen por sí solas, y sigo atendiendo a la gente. Sin embargo la mujer en la sombra empuja a una de las chicas que da la casualidad que es la novia del mafias, el que hace el trabajo sucio de la banda de los siete que en realidad son ocho. Y esto desencadena una serie de improperios desde la gama más baja como imbécil hasta los más utilizados en estos casos como gilipollas.
En el momento de máxima tensión, el mafias abre su mano y se la planta al catedrático en plena cara. Ahí cierro los ojos. Me imagino subiendo a la barra con el cuchillo jamonero en una mano y en la otra el móvil. Y pegando un grito decir, ¡¡me cago en Dios y en todo lo que se menea!!. Tu, el catedrático, y tu, el mafias, os haré una jodida pregunta. ¿Queréis que baje y que salgamos a la calle y que mi amigo de 40cm hable en mi nombre. O queréis que llame a la pasma y que de aquí no se mueva ni Dios hasta que aparezcan. O, lo que a mi modo de ver es lo mejor para todos, dejar de tocar los cojones y que los demás podamos hacer nuestro trabajo y servir a esta gente que nada tiene que ver con vuestras putas chorradas?
Pero cinco segundos después de imaginarme esto salgo de la barra y me pongo el traje de pacificador. El papel más difícil de interpretar. Tiene que esquivar golpes y a la vez ser frío y calculador y en todo momento saber su objetivo.
Me llevo al catedrático y a la víbora a la calle y le digo. ¿Pero esta loco?¿Quiere que le partan la cara? El otro, aún con la adrenalina recorriendo sus ya seguramente obstruidas arterias contesta, a mi no me toca nadie. Puedo con ese crio. Al que él llama crio es al que yo he denominado mafias, un bigardo de 1,85 de altura y anchos brazos. Intento tranquilizarlo, que la calma vuelva y su sentido común le haga ver lo desigual de la pelea. Pero no entra en razón. Quiere volver a entrar. Pero la víbora le para los pies, más fría que él intuye el peligro y le convence. Y al desestimar al mafias como adversario me echa a mi la culpa del incidente. Ahora tengo que ser tranquilo y no dejar que los diablos me lleven al lado oscuro. ¡Será cabrón el catedrático! Le insisto, ¿qué prefiere que llame a la policía o ir al cine y disfrutar de la película?
El tiempo pasa y hace que su valentía decrezca. Al final se va al cine no sin antes darse la vuelta y despedirse con un hijo de puta que me sabe a gloria. Sonrío mientras les veo desaparecer con el rabo entre las piernas. El pacificador sabe lo que se hace pero aún no ha terminado su trabajo. Me doy la vuelta y a través de la puerta veo al mafias. Ahora le toca a él. Entro y antes de que yo hable se dirige a mi. Me pide disculpas. Yo no acepto un simple lo siento. Le echo la bronca, no te puedes pelear con un viejo le digo. Le podías haber machacado. Y el me argumenta, a mi novia no la toca nadie. Hubiera podido coger una botella y estamparsela en la cabeza, y añade, si tengo un cuchillo le rajo. En ese instante le digo, tu eres un mafias. El sonríe, parece que le ha hecho gracia mi apelativo. Me asegura que es un tipo tranquilo y entonces una de la banda de los siete que en realidad son ocho se me acerca y me pregunta mi nombre. Rubén contesto calmadamente obeservando a la nueva interlocutora. Y empieza a decir que es la mejor amiga del mafias y corrobora que es un buen tío. Habla muy rápido y le digo calma, tranquila, ya pasó. Y vuelvo al mafias y le insisto que no puede hacer eso en una pelea tan desigual. ¿Si se meten con tu novia que harías? Me pregunta. Y yo no se muy bien que contestar. Pero le digo que soy un chico tranquilo y que yo hablaría, intentaría dialogar. Entonces se me acerca la octava pasajera. Y de lo que me dijo ya haré constancia en esta historia.
Pasado un rato acepto sus disculpas y piden más cerveza. La banda se sienta en una mesa y se ríen rememorando la reyerta. Una de mis chicas se me acerca y me dice. Seguramente estos están divirtiéndose y la banda del catedrático aún sigue dándole vueltas a la cabeza pensando que salió mal. Tiene razón. Hay un ganador y no esta en el cine disfrutando de una película.

- El incidente. (The incident)

¿Qué desencadenó todo? El hecho más estúpido que os podáis imaginar. La víbora al llegar deja su chaqueta y la del catedrático en una silla que en ese momento esta vacía. La octava pasajera, sin darse cuenta se sienta sobre ellos. Acto seguido la víbora increpa a esta chica y la amiga, novia del mafias, se mete e insulta a la víbora. Ésta propina un empujón y un tirón de pelo a la novia. La mecha esta encendida. Y parece ser que es corta.

- La susurradora de caballos (The horse whisperer)

¿Qué demonios se de caballos? Nada, cero. Pero ella parecía que dominaba el tema. Mirándola de soslayo mientras parloteaba con sus amigas sobre los equinos me dije, tengo que saber más de ella. ¡Quiero que me adentre en el maldito mundo ecuestre! En realidad me atrajo su simpatía pero también he de decir que no estaba mal. Pelo rubio, largo y liso. Vestía vaqueros ajustados y un jersey fino que acentuaba sus curvas. Mirada alegre. De bicho. Un bicho travieso y divertido.
Ya con su entrada en el bar se vio que era diferente. Nada más llegar, los cinco primeros minutos se pasó el rato haciendo coletitas a los chicos. Se movía con gracia, su risa era contagiosa.
Un par de veces creo que me pilló mirándola pero no desvió la mirada. Quizá ella también se había fijado en mi o quizá sólo eran imaginaciones mías. Deseos de que así fuera.
Cuando el trabajo llegó dejé por unos momentos de estar pendiente de ella y no observé el incidente. La chispa que encendió todo. Y al salir a separar a las dos bandas ella se me acercó y me dijo con cara triste y arrepentida. Lo siento. No fue mi intención. Yo la miré como quien mira a una niña pequeña que instantes después de hacer una travesura se da cuenta de lo que hizo y la dije no pasa nada, tranquila. Y la aparté con una suave caricia en el brazo. Se sentó y pude concentrarme en las bandas.
Más tarde, cuando los ánimos se calmaron y hablaba con el mafias se me acercó de nuevo. Me miraba a los ojos y no pude aguantar esa mirada. Al mafias pude echarle la bronca, esta chica me desarmó. La criptonita del pacificador sin duda. Pues mirándome a los ojos se pone a mi lado y coje mi corbata. Y ajustandome el nudo con sus manos dice. Hola chico de la corbata de corazones que tanto me gusta, (¿la corbata o yo? Me pregunté en ese momento), él no ha tenido la culpa. Sólo defendía a su chica. Si alguien se metiera con mi novio me lanzaría a la yugular del pobre que lo hiciera. Yo, alucinado, primero por la proximidad de la octava pasajera y después porque sin lugar a dudas parecía toda la banda sacada de la Sicilia de principios del siglo XX, me quedé sin palabras. ¡Estúpido, di algo ocurrente! Pero nada, sólo sonreí. Y la oportunidad se fue.
La susurradora de caballos seguía con sus historias, y yo detrás de la barra seguí pensando en frases no dichas.
Cuando se fueron yo me encontraba en la puerta, pendiente de la banda del catedrático y que no pasaran a liarla de nuevo al acabar el cine. Clara, que así se llamaba la octava pasajera se puso a mi lado y estuvimos hablando unos minutos. Una chica de Granada con mucha simpatía pero ya con síntomas evidentes de que la cerveza se le había subido a la cabeza. Juntaba frases coherentes con chorradas estúpidas. Desaproveché la ocasión cuando la tuve y ya solo pude mirar como se iba mientras la decía, hasta luego Clarita al tiempo que ella se giraba y me sonreía diciéndo hasta luego guapo.