¿Alguna vez habéis deseado con toda vuestra alma que los cuentos se hiceran realidad? ¿En cuántas de esas ocasiones os dio tanto miedo mirar al abismo de vuestros sueños que repentinamente os escondisteis bajo la manta contando hasta diez, rezando para que esas oníricas imágenes siguieran perteneciendo al mundo de lo irreal?
Alicia estaba frente a mi. Tumbada sobre la cama y con el edredón hasta el cuello. Unas horas antes me había mostrado su mundo de las maravillas, lleno de colores, animalitos, y hadas. La magia nos rodeaba, la música envolvía nuestros sentidos y el ron corría por nuestras venas mientras sus ojos, esos potentes ojos oscuros escrutaban todo mi ser y desarmaban mi coraza. Esa defensa natural que todos llevamos cuando algo sobrenatural nos acecha.
Alicia cogió mi mano, o quizá fui yo quien cogí la suya. En cualquier caso recuerdo que fue entonces cuando, con toda la sonoridad de esa voz llena de matices de fantasía me dijo...Rubén, te voy a contar una historia. Un cuento lleno de terribles sufrimientos.
Allí, al verla tumbada en la cama, indefensa cual cervatillo en un oscuro bosque recordé la historia de nuevo. Ella la tituló la llave de la autodestrucción y empezaba de la forma más inimaginable posible para una cruenta batalla entre el bien y el mal. Las primeras palabras que pronunció mientras sostenía mi mano entre las suyas fueron...Jamás amé a nadie como le amé a él.
Mi alma temblaba al oír el desenlace. ¡Maldita sea la estupidez humana! Exclamé. Mi corazón clamaba venganza, deseaba vestirme de héroe justiciero e ir en busca del malvado personaje del cuento. Mi mente tranquilizó en parte a mi corazón y le hice prometer a la bella Alicia que jamás me daría pistas sobre el paradero del malnacido que había accionado la llave de la autodestrucción de su alma.
Jamás me digas quién es, pequeña Alicia. Nunca lo sabrás, me contestó ella.
Durante unos segundos me quedé observándola. El edredón le llegaba a la barbilla. Veía sus ojos, los cuales a su vez miraban un techo blanco lleno de sombras. Ella giró su cabeza hacia la derecha y nos encontramos. Un rápido espasmo recorrió todo mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, transformándose en mi cerebro en una imagen. Un flash tan potente como devastador. Ella en el hospital, con el alma y el cuerpo masacrados, con su corazón roto en mil pedazos y la única convicción de que aquello tendría que acabar de una forma u otra.
¿Pero Alicia, donde está el príncipe en este cuento? Pregunté a mitad de la historia. Ella cogió su copa, bebió un poco de su Brugal con cocacola y mirando hacia el infinito dijo tristemente. Rubén, en esta historia no hay príncipes, ni tan siquiera sombrereros locos. Tras decir esto, se recostó sobre mi pecho y continuó con aquella narración llena de sórdidos pasajes, al tiempo que sus ojos se humedecían poco a poco...cualquier cosa era una excusa para pegarme y llamarme zorra.
¿Quién demonios era yo para pedirle eso?¿Quién me creía y con qué derecho? Yo no era nadie. Y aún así me acerqué a ella. Y allí tumbados, uno junto al otro, le acaricié su cara con la mía. Sentí su piel tibia sobre mi rostro. Su boca en mi mejilla. Su cálido aliento sobre mi cuello. Y en ese instante le pedí la llave de su autodestrucción. No quiero que nadie rompa tu alma al pulsar el botón adecuado. No deseo que vuelva a ocurrir y la única manera es ser el guardián de la llave. Quiero protegerte Alicia, sostuve mientras mi mano se dirigía hacia su espalda y fundiéndome en un abrazo con ella le susurré al oído...dame la llave.
Su primera reacción fue de miedo. Su cuerpo aterrado se alejó del mío. Giró la cabeza y me dio la espalda. Rubén, temo abrir mi alma. No quiero ni debo. Me quedé inmóvil unos segundos mirando las oscuras sombras que danzaban por las paredes de la habitación. Fantasmas de un lejano pasado. Besé su espalda y le hice una pregunta tan simple que ella se dio la vuelta y me miró a los ojos, extrañada. ¿Confías en mí? Si, dijo Alicia solemne. Entonces dame tu llave, coge mi mano y recorramos este sendero juntos.
¿Y qué sería de un cuento sin su beso? Nada más que palabras vacías, sin ninguna duda. Alicia llevó mi rostro a su pecho y le besé el corazón. Ese gesto desembocó en una lágrima de ella y en un nuevo abrazo mío. Eres el auténtico mago de Oz, Rubén. Dijo la bonita Alicia rozando mi pecho con su mano para acabar juntando sus labios con los míos en un mágico y sentido beso.
Quizá fuera el hechizo de la luna llena que asomaba en el cielo aquella noche, o quizá fuera el ron que ya hacía de las suyas, puede que incluso las decenas de hadas que pululaban por aquella casa tuvieran algo que ver en lo que sucedió después de aquel beso. Alicia metió un par de dedos bajo su piel, en el lado izquierdo del pecho. Y de allí extrajo una pequeña llave dorada. Y con un gesto complaciente me la cedió susurrando estas palabras en la oscuridad de la noche. La llave es tuya, cuida de mi. Por favor.
Algo dentro de mí me dijo que debía hacerlo. Un instinto sobrenatural llevó mi mano con esa pequeña llave hacia mi pecho y como si mi piel y mi carne fueran papel, llegué con los dedos hasta mi corazón. Notaba los latidos, notaba aquel sublime bombeo, la sangre que circulaba por cada vena y arteria, notaba la vida surcando mi cuerpo. Y allí, al lado de mi corazón dejé la llave de la autodestrucción de Alicia. Ella estaba a salvo, nunca jamás volvería a sufrir. Nadie la haría daño de nuevo.
¿Quién de vosotros no ha soñado alguna vez con ser tan fuerte y valeroso como Arturo, o tan sabio como Merlin?¿Quién no ha deseado alguna vez ser el héroe que matara al dragón o el príncipe que despertara a la princesa de su sueño eterno? ¿Quién no se ha levantado sobresaltado de la cama tras haber derrotado a las hordas de malvados orcos y lanzando un profundo suspiro ha dicho, ufff solo ha sido un sueño? ¿Y quién a las tres de la mañana no ha dicho alguna vez, sigo en un sueño o estoy viviendo un cuento de verdad?