La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 3 de junio de 2013

Estupidez

Navidades del año 1997.
Yo tenía 20 años y en los cines de toda España se estrenaba Titanic. La expectación que había causado esta película de James Cameron hizo que el primer fin de semana en las pantallas batiera récords de espectadores y por lo que a mi respecta me imposibilitó para verla esa primera semana. Entradas agotadas rezaba el cartel colgado en la ventanilla de la taquilla. Fui a verla a los cines Callao la semana siguiente. Conseguí una butaca al final de la sala. Una de las últimas que quedaban en la sesión de las ocho de la tarde de un domingo de principios de enero del 98.
Tres horas después de entrar al cine salí llorando. Estaba realmente emocionado. Muy triste. El amor entre Rose y Jack, los protagonistas, no había durado más que unas pocas horas. Jack muere en las aguas heladas del Atlántico mientras Rose intenta por todos los medios evitarlo. Y una imagen de las manos de ambos separadonse al desaparecer Jack en las profundidades oscuras y congeladas del océano se me quedó grabada en la mente. Una tristeza infinita vino a mi e iba en el metro de vuelta a casa llorando. ¿Por qué algo tan bonito no podía durar para siempre?¿Por qué no podía triunfar el amor y vencer al destino? Sin duda Cameron mató al protagonista por un efecto comercial, las historias tristes venden.
¡Qué daño me hizo la princesa prometida! Creo que en ese momento creí en el amor verdadero, el amor eterno. Esta película me hizo soñar que algún día yo tendría a mi alma gemela, alguien destinada a estar a mi lado para siempre pese a las adversidades de la vida. No recuerdo la primera vez que la vi, quizá tuviera 17, no lo se. Pero desde que me enamore de esa princesa rubia he sido el tío más estúpido de todo el planeta.
Robín Wright era todo lo que yo deseaba, no ella en sí misma sino lo que representaba. La felicidad plena al saberte amado y corresponder ese amor con total devoción. Y como el protagonista de la peli decir, como desees, a cada necesidad de la bella princesa.
Así de estúpido era yo. Rezumaba estupidez por los cuatro costados. Esperé a la mujer que pensé que sería mi Robin. Durante años no encontré nada que se le pareciera ni remotamente hasta que un día me descubrí llorando en mi habitación preguntándome porque era así. ¿Tenía yo algo malo?¿Era mala persona?¿No era guapo y por eso las chicas no se fijaban en mi?¿O sólo era que aún no habia llegado mi momento? Decidí seguir esperando. No claudicar.
Siempre decidido a buscar a esa princesa intenté conocer a muchas chicas. Pero no había manera, una aguja en un pajar como se suele decir. Y determiné que si el destino quería que conociera a alguien especial debía dejar que ocurriera, no ir en busca de ello sino dejar que pasara lo que tuviera que pasar.
Y pasó. Pero no de la manera que yo había imaginado. Me enamoré locamente de una mujer que simplemente pasó de mi. El corazón me dolió como nunca antes me había dolido. No un dolor físico sino más bien emocional, tanto que con una simple canción me ponía a llorar. Logré reponerme de la única manera que sabía. Pensando que mi Robin seguía ahí fuera, en algún maldito lugar. Mantuve la esperanza y mi estupidez.
Y volvió a pasar. Esta vez más fuerte aún. El amor me golpeo en la boca del estómago, me dejó k.o.
Y me entró un miedo terrible por sí me volvían a hacer daño. Aún así ambos fuimos fuertes en los comienzos y pese a las inseguridades del inicio la relación duró 10 años increibles para mi, quizá no tanto para ella.
Y me ocurrió algo horrible. Olvidé a Robin. Toda mi mentalidad, toda mi ilusión por tener el amor verdadero pasó al olvido al tenerlo junto a mi, durmiendo a mi lado cada noche. Curioso que cuando más hace falta recordar lo que te ha hecho llegar hasta allí, todo lo que costó llegar hasta ese momento, todo se borre de la mente. Perdí mi romanticismo. Mi esencia. La idea de lo que quería ser y que me convertía en único. Me convertí en un fantasma, una sombra de lo que una vez fuí.
Hace unos meses se me planteó un nuevo reto. Salir adelante de este revés. Intentar no sucumbir ante la tristeza y la apatía. ¿Y cómo pensé que podría recuperarme? Pues si, siendo un jodido estúpido. Creyendo en el amor eterno. Morir con las botas puestas.
Necesitaba recuperar todo lo que Rubén era hace unos años. Todo lo que se esfumó por comodidad o por vagueria. Soñar con una vida maravillosa y con mi Robin. Volver a desear mirar a los ojos de una mujer y observar el amor visceral en ellos. El amor incondicional y eterno.
Quiero ser estúpido. Necesito ser un jodido estúpido porque es la única manera de que mi alma vuelva a recuperarse. Sólo seré feliz en el mismo momento en el que encuentre a mi maldita princesa. Y por eso mismo no me rendiré.
Hoy la canción que escucho mientras escribo esto es Wise up de Aimee Mann. Y va dirigida al viento, para que le haga llegar la letra a quien corresponda. Y lo que viene a decir es que princesa, estes donde estes, espabila porque este sentimiento no va a parar. Nunca dejaré de ser estúpido. Yo no abandonaré.