La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Rubén I, el conquistador

Cuando era pequeño y compartía habitación con su hermano, Rubén tenía muchas conversaciones interesantes. Quizá contaría con diez años cuando esto sucedió.
- ¿Molaría que hubiera una puerta secreta, verdad?
Dani, medio adormilado, emitía un sonido parecido a un si.
Señalando el hueco entre las dos camas en el que había un mueble, Rubén insistía. 
- Saldríamos por ahí e iríamos a investigar. 
- ¿Como un túnel?
- ¡Si! ¡Un pasadizo secreto que nos llevara a la calle sin que nadie se enterara!
- ¿Y volveríamos aquí antes de que mama viniera a despertarnos?
- ¡Claro! ¿Y no te molaría que abajo hubiera un jeep y conducirlo?
- Tengo sueño.
- Equipado con un montón de cosas para explorar. Palas, linternas, comida, mantas.....
Rubén siguió hablando mientras su hermano se quedaba frito con el sonido de su voz. Y susurrando sólo, en la oscuridad, soñaba despierto con aventuras increíbles.
Años más tarde, con 18 o 20, Rubén se sentaba cada noche delante de la tele. Eran las vacaciones de Navidad y no tenía que madrugar, así que cerca de la media noche ponía un programa que veía con gran interés. El resumen diario del París-Dakar. En esa época creía que era la mayor aventura que un hombre podría tener. Recorrer los miles de kilómetros que separaban la capital francesa de las playas de Dakar era un sueño para él. Veía las imágenes evocadoras del desierto, las dunas misteriosas, los paisajes solitarios, y se debatía entre dos ideas. ¿Cómo lo haría, en moto o en coche? La moto le seducía. La soledad y desear una lucha cuerpo a cuerpo entre el desierto y él le llamaba la atención. Pero claro, conducir un coche siempre había sido su pasión. ¡Que dilema! ¿dos o cuatro ruedas? Durante media hora cada noche soñaba con intentar algún día llegar hasta el final, las orillas del precioso lago rosa, sin más ayuda que las cuatro indicaciones que le darían desde la organización de la carrera.
Pasaba el tiempo y la mente de Rubén viajaba buscando aventuras cuando un personaje se metió en su cabeza. Cristóbal Colón. ¡Ese tipo si que vivió una epopeya de las grandes! Se decía. Y durante horas y horas miraba el atlas deseando descubrir nuevas tierras allende los mares. Se veía observando desde la cubierta de su carabela el embravecido mar y guiándose por las estrellas imaginaba llegar hasta una nueva tierra y allí buscar en sus selvas la gran ciudad de El Dorado, llena de oro y riquezas.
Siempre Rubén fue una persona a la que la curiosidad por descubrir nuevas cosas le hizo soñar, pero una cosa cambió de pronto. Ya no se veía viajando solo en busca de aventuras, deseaba una mujer a su lado con la que compartir peripecias y hazañas. El guerrero solitario que quería enfrentarse a las dunas se había transformado y ya solo había una idea en su mente, ser un aventurero que junto a su inseparable compañera descubriera bellos parajes y quizá alguna gruta donde un pirata escondiera, antaño,su fabuloso tesoro. 
Conoció a una bella princesa de un reino mágico y fue nombrado Rey con el nombre de Rubén I. Años de importantes periplos por medio mundo hicieron que en sus tierras le conocieran como "El conquistador". Miles de aventuras se narran sobre lo acontecido en esos días. Leyendas que solo él, este donde este, podría corroborar como ciertas. Sin embargo una batalla parece entrar en el terreno de lo posible, ya que se encuentra entre los escritos de varios historiadores de gran reputación. La llamada "batalla de los mochos". Una cruenta contienda en la que desgraciadamente Rubén perdió dos cosas. A la princesa mágica y su honor. Y con su orgullo herido fue desterrado para siempre jamás. 
No obstante, tras un largo camino, consiguió llegar al reino de los corazones rotos. Ahogado en lágrimas y ron, a partes iguales, Rubén logró que sus heridas cicatrizaran. Marcas que cada vez que contemplaba en el espejo le hacían recordar su fiasco en la gran batalla. De ahí que su mirada fuera de tristeza. Pero el alma de Rubén, viajera e inquieta, seguía obligándole a soñar. Y un ambicioso plan surgió en su mente. Se infiltraría en el reino mágico, sigilosamente se haría con el poder de su viejo buque y volvería a surcar los mares de medio mundo. Peligroso, sí. Pero también una tarea extremadamente excitante para ese hombre que de pequeño soñaba con pasadizos secretos en habitaciones oscuras. 
Así comenzó el mito. La leyenda de Rubén I, el Conquistador. ¿Cómo logró recuperar su buque?¿Cómo escapó de las garras del General de la Guardia Mágica sin un rasguño?¿Cómo arrió las velas el sólo para salir indemne de los cañonazos de la Flota Imperial? Preguntas con muchas respuestas. Hay quien dice que en su exilio en las tierras de los corazones rotos hizo un pacto con los dioses. Otros comentan que fue ayudado por una cuadrilla de bucaneros a sueldo bajo la promesa de tesoros, mujeres y gloria. Los más creen que son invenciones de críos que sueñan con héroes invencibles. 
Sin embargo hay muchos testigos, marineros avezados, que en las noches de luna llena dicen haber visto la silueta de una goleta. En cuyo palo mayor ondea una bandera negra con un nombre en rojo, "El Conquistador".
Rubén acababa de zarpar y se alejaba del puerto. Oteaba el horizonte con mirada complaciente. En su corta estancia en la ciudad había escuchado decenas de historias sobre él. Muchos le tildaban de pirata, algunos de aventurero en busca de fortuna, incluso llegó a oir que El Conquistador era un malvado asesino que mataba niños para comérselos. En una cantina un hombre se le había acercado y en susurros le había propuesto un trato. Si le daba algo de dinero le presentaría al mismísimo Rubén para que le incluyera en su tripulación. Una sonrisa asomó en su cara. La primera en mucho tiempo.
Estaba virando a estribor para salir a mar abierto cuando vio un destello seguido de un sonido ensordecedor. Un galeón le cañoneaba. Rubén ni pestañeó, no había peligro. Su embarcación era más rápida y en cuanto cogiera viento le dejaría atrás.
A los pocos minutos se dirigió a su camarote y cogió una botella de ron recién adquirida en el puerto, la abrió y se echó un buen trago. Notó el alcohol bajando por su garganta y tosió. ¡Dios, me hago mayor! Pensó. Volvió a tragar de la botella el líquido oscuro y en medio de la negrura de la noche lanzó un grito. ¡Por ti, princesa mágica! Y tiró la botella al mar dejando que recuerdos y rencores se alejaran con ella. 
Rubén I El Conquistador estaba vivo, surcando los mares y en busca de una nueva princesa con la que compartir sus aventuras. Los sueños habían vuelto y la sonrisa también. 





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