La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Rubén I, el conquistador

Cuando era pequeño y compartía habitación con su hermano, Rubén tenía muchas conversaciones interesantes. Quizá contaría con diez años cuando esto sucedió.
- ¿Molaría que hubiera una puerta secreta, verdad?
Dani, medio adormilado, emitía un sonido parecido a un si.
Señalando el hueco entre las dos camas en el que había un mueble, Rubén insistía. 
- Saldríamos por ahí e iríamos a investigar. 
- ¿Como un túnel?
- ¡Si! ¡Un pasadizo secreto que nos llevara a la calle sin que nadie se enterara!
- ¿Y volveríamos aquí antes de que mama viniera a despertarnos?
- ¡Claro! ¿Y no te molaría que abajo hubiera un jeep y conducirlo?
- Tengo sueño.
- Equipado con un montón de cosas para explorar. Palas, linternas, comida, mantas.....
Rubén siguió hablando mientras su hermano se quedaba frito con el sonido de su voz. Y susurrando sólo, en la oscuridad, soñaba despierto con aventuras increíbles.
Años más tarde, con 18 o 20, Rubén se sentaba cada noche delante de la tele. Eran las vacaciones de Navidad y no tenía que madrugar, así que cerca de la media noche ponía un programa que veía con gran interés. El resumen diario del París-Dakar. En esa época creía que era la mayor aventura que un hombre podría tener. Recorrer los miles de kilómetros que separaban la capital francesa de las playas de Dakar era un sueño para él. Veía las imágenes evocadoras del desierto, las dunas misteriosas, los paisajes solitarios, y se debatía entre dos ideas. ¿Cómo lo haría, en moto o en coche? La moto le seducía. La soledad y desear una lucha cuerpo a cuerpo entre el desierto y él le llamaba la atención. Pero claro, conducir un coche siempre había sido su pasión. ¡Que dilema! ¿dos o cuatro ruedas? Durante media hora cada noche soñaba con intentar algún día llegar hasta el final, las orillas del precioso lago rosa, sin más ayuda que las cuatro indicaciones que le darían desde la organización de la carrera.
Pasaba el tiempo y la mente de Rubén viajaba buscando aventuras cuando un personaje se metió en su cabeza. Cristóbal Colón. ¡Ese tipo si que vivió una epopeya de las grandes! Se decía. Y durante horas y horas miraba el atlas deseando descubrir nuevas tierras allende los mares. Se veía observando desde la cubierta de su carabela el embravecido mar y guiándose por las estrellas imaginaba llegar hasta una nueva tierra y allí buscar en sus selvas la gran ciudad de El Dorado, llena de oro y riquezas.
Siempre Rubén fue una persona a la que la curiosidad por descubrir nuevas cosas le hizo soñar, pero una cosa cambió de pronto. Ya no se veía viajando solo en busca de aventuras, deseaba una mujer a su lado con la que compartir peripecias y hazañas. El guerrero solitario que quería enfrentarse a las dunas se había transformado y ya solo había una idea en su mente, ser un aventurero que junto a su inseparable compañera descubriera bellos parajes y quizá alguna gruta donde un pirata escondiera, antaño,su fabuloso tesoro. 
Conoció a una bella princesa de un reino mágico y fue nombrado Rey con el nombre de Rubén I. Años de importantes periplos por medio mundo hicieron que en sus tierras le conocieran como "El conquistador". Miles de aventuras se narran sobre lo acontecido en esos días. Leyendas que solo él, este donde este, podría corroborar como ciertas. Sin embargo una batalla parece entrar en el terreno de lo posible, ya que se encuentra entre los escritos de varios historiadores de gran reputación. La llamada "batalla de los mochos". Una cruenta contienda en la que desgraciadamente Rubén perdió dos cosas. A la princesa mágica y su honor. Y con su orgullo herido fue desterrado para siempre jamás. 
No obstante, tras un largo camino, consiguió llegar al reino de los corazones rotos. Ahogado en lágrimas y ron, a partes iguales, Rubén logró que sus heridas cicatrizaran. Marcas que cada vez que contemplaba en el espejo le hacían recordar su fiasco en la gran batalla. De ahí que su mirada fuera de tristeza. Pero el alma de Rubén, viajera e inquieta, seguía obligándole a soñar. Y un ambicioso plan surgió en su mente. Se infiltraría en el reino mágico, sigilosamente se haría con el poder de su viejo buque y volvería a surcar los mares de medio mundo. Peligroso, sí. Pero también una tarea extremadamente excitante para ese hombre que de pequeño soñaba con pasadizos secretos en habitaciones oscuras. 
Así comenzó el mito. La leyenda de Rubén I, el Conquistador. ¿Cómo logró recuperar su buque?¿Cómo escapó de las garras del General de la Guardia Mágica sin un rasguño?¿Cómo arrió las velas el sólo para salir indemne de los cañonazos de la Flota Imperial? Preguntas con muchas respuestas. Hay quien dice que en su exilio en las tierras de los corazones rotos hizo un pacto con los dioses. Otros comentan que fue ayudado por una cuadrilla de bucaneros a sueldo bajo la promesa de tesoros, mujeres y gloria. Los más creen que son invenciones de críos que sueñan con héroes invencibles. 
Sin embargo hay muchos testigos, marineros avezados, que en las noches de luna llena dicen haber visto la silueta de una goleta. En cuyo palo mayor ondea una bandera negra con un nombre en rojo, "El Conquistador".
Rubén acababa de zarpar y se alejaba del puerto. Oteaba el horizonte con mirada complaciente. En su corta estancia en la ciudad había escuchado decenas de historias sobre él. Muchos le tildaban de pirata, algunos de aventurero en busca de fortuna, incluso llegó a oir que El Conquistador era un malvado asesino que mataba niños para comérselos. En una cantina un hombre se le había acercado y en susurros le había propuesto un trato. Si le daba algo de dinero le presentaría al mismísimo Rubén para que le incluyera en su tripulación. Una sonrisa asomó en su cara. La primera en mucho tiempo.
Estaba virando a estribor para salir a mar abierto cuando vio un destello seguido de un sonido ensordecedor. Un galeón le cañoneaba. Rubén ni pestañeó, no había peligro. Su embarcación era más rápida y en cuanto cogiera viento le dejaría atrás.
A los pocos minutos se dirigió a su camarote y cogió una botella de ron recién adquirida en el puerto, la abrió y se echó un buen trago. Notó el alcohol bajando por su garganta y tosió. ¡Dios, me hago mayor! Pensó. Volvió a tragar de la botella el líquido oscuro y en medio de la negrura de la noche lanzó un grito. ¡Por ti, princesa mágica! Y tiró la botella al mar dejando que recuerdos y rencores se alejaran con ella. 
Rubén I El Conquistador estaba vivo, surcando los mares y en busca de una nueva princesa con la que compartir sus aventuras. Los sueños habían vuelto y la sonrisa también. 





domingo, 3 de noviembre de 2013

Is my heart still beating?

Algo va tomando forma en mi cerebro, una idea que me tiene confuso. La culpabilidad hace acto de presencia, y la conciencia toma posesión de mis pensamientos. Hoy hablaré de mis siete pecados capitales. 
Hace mucho tiempo quise leer a Dante y su Divina Comedia. Hace años que me atraia la idea de sumergirme en ese periplo que él mismo, junto a su venerado Virgilio, hace a través del inframundo para llegar al ansiado paraíso. Pero como sucede con todos los libros siempre hay un momento idóneo para leerlos, cuando la mente realmente esta preparada para ello y el alma es más receptiva a las palabras. Y ese instante aún no había llegado. Pero probablemente lo empiece a leer dentro de muy poco ya que creo que llegó ese día. Y estoy convencido porque ayer por la mañana, haciendo pesas, una canción sonó de pronto y me di cuenta de algo en lo que no había pensado demasiado. Ahora escucho esa canción una y otra vez mientras dejó salir todo esto que mi corazón retenía sin saber muy bien si publicarlo o no. 
Dante divide su Comedia en tres partes. Infierno, purgatorio y paraíso. Ya conté hace meses mis devaneos en el Infierno y como pude salir de allí. Creyendo en el amor, deseando volver a amar y sosteniendo una descabellada idea. Todos tenemos, en algún lugar, una pareja que envejecerá a nuestro lado. Esa fue mi puerta de salida del averno. Ahora me encuentro en el Purgatorio. Un lugar para expiar todos mis pecados. Días de una terrible tristeza suceden a días de una ilusión tremenda. Sin un término medio paso de la alegría al lloro en pocas horas y eso es debido a que sigo recorriendo la montaña en la que por sus siete terrazas intento poner en paz mi alma. Los siete niveles corresponden a la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. 
Y yo he cometido cada uno de estos pecados.
Dante y en general la Iglesia ordena los pecados de esta forma de menor a mayor importancia. Pese a que no estoy de acuerdo con el orden establecido lo seguiré en mi camino de purificación.

La lujuria. A finales de Agosto de hace un tiempo me encontraba en Sitges. Las fiestas del pueblo hacían que las calles estuvieran atestadas de gente divirtiéndose. Después de un día de playa salimos a cenar. Una botella de vino en el restaurante, unas copas después en una terraza, unos chupitos de no se que brebaje que preparaban en la calle, más copas en garitos, en fin que íbamos contentillos. Al ir al hotel para tirarnos en la cama y caer desmayados sugerí una cosita. ¿Te apetece que follemos en la playa? Y para convencerla más puse mi cara traviesa y la di un beso lleno de pasión y babas, de esos que metes la lengua hasta el gaznate. Fuimos de la mano hasta la playa y nos desnudamos. Me tiré en la arena y ella se sentó encima. Cabalgó sobre mi mientras veía como la gente nos observaba desde las terrazas de sus casas. Yo no me fijé porque mis ojos estaban en el movimiento de las tetas, y en retardar todo lo posible la eyaculación para disfrutar algo más ese momento tan morboso. Ella me narraba con voz entrecortada como la gente curiosa contemplaba nuestra pequeña travesura y una mirada de lujuria se pudo ver en mi rostro. El primer pecado se había cometido, mi alma ya estaba condenada. 
La gula. Un viernes llegué a mi casa a las 2 de la tarde y escribí un mensaje. ¿Qué te apetece de comer? A los pocos segundos recibí una respuesta. Tengo mucha hambre. Haz lo que quieras porque me comería lo que fuera. Una idea me vino a la mente.....¿no te encantaría poder comer todo lo que quisieras durante un día entero? Y se lo mandé en otro mensaje. Su respuesta no se hizo esperar. ¿Qué tramas Ru? Ella ya sabía que por mi imaginativa mente algo se barruntaba. Nada, dije yo, pero ¿por qué no hacerlo? ¡un día es un día! La conversación siguió hasta las tres de la tarde mientras hacia unos macarrones con tomate y ella iba a comprar algo de postre. El caso es que también hice arroz, unos huevos fritos, nachos con queso, corté unas patatas para que hiciera una tortilla al llegar. Y alguna cosa más que no recuerdo. La mesa estaba repleta al llegar ella sin embargo otra cuestión se asomó a mi desquiciada mente. Y esto ahora da un giro un poco lujurioso. Doble pecado. ¿Por qué no comemos el uno sobre el otro? Sin duda, la generación de Dante y sus secuaces me tacharían de tener una mente retorcida y pasaría mis días en una celda de castigo sino quemado en alguna hoguera por hereje. En fin, que la cosa se ponía interesante. Un viernes en pleno invierno, a las 4 de la tarde, me tumbé desnudo sobre la mesa grande del salón cubierta con un mantel de tela. Y allí mismo derramó parte de los macarrones sobre mi cuerpo y sin cubiertos empezó a comer mientras yo estaba loco de deseo. No duré mucho así y enseguida la tiré a ella sobre la misma mesa y con la tripa y su sexo embadurnados de tomate y macarrones la empecé a lamer. La gula y la lujuria se apoderaron de mi ser y durante ese día no paramos de comer y follar, cosa por la que fui condenado a vagar por el segundo nivel del Purgatorio.
La avaricia. No soy una persona muy avariciosa pero si que hay algo que despierta ese sentimiento en mi corazón. Cada mes de Agosto ocurre que deseo, con todo mi ser, que el periodo de vacaciones jamás termine. Es avaricia pura y dura. Si tan sólo me fuera diez días querría que fueran veinte. Algo superior a mi, que no puedo controlar, despierta. Y al acabar mi mes de asueto hubiera matado porque las vacaciones no finalizaran nunca y lo digo seriamente. Vendería mi alma al diablo si me garantizara un Agosto eterno. Así que tampoco estoy libre de este tercer nivel, la condena se alarga. 
La pereza. Dentro de este pecado se reúnen un sinfín de conceptos. Esta la vagancia, la tristeza, la apatía, el tiempo ocioso sin hacer nada más que estar tirado. En fin, antiguamente era algo más espiritual pero ahora engloba multitud de pequeñas cosas. La pereza ha estado presente en varias etapas de mi vida. La apatía, la odiosa falta de ilusión o ganas de hacer algo ha dominado muchos días en mis 36 años de existencia. La etapa más cercana de desidia podrían ser los meses de octubre y noviembre pasados en los que sólo me tumbaba en la cama dejando pasar las horas. A veces llorando, a veces simplemente embobado mirando el techo y suspirando. Fueron días de absoluta dejadez. Días en los que cometí un nuevo pecado mortal siendo un hombre sin ilusiones ni ambición alguna. 
La ira. Una noche veía la tele en el salón. Ella se había ido a la habitación. Habíamos discutido. En vez de dejarlo estar y calmar los ánimos quise guerra. Fui a verla y expuse mi opinión que evidentemente no era coincidente con la suya. En un momento determinado dijo algo que me irritó tanto que de pie delante de la cama mientras ella me observaba tumbada agarre el cuello de mi camiseta del pijama y la rompí desagarrándola. Algo del estilo de Hulk Hogan para los que en algún momento hayan visto los paripés del pressing catch. Mientras despedazaba la camiseta grité. Fue un grito de rabia, de impotencia, de ira. Al terminar ella me miró con los ojos como platos. Y me dijo incrédula.....¿te has roto la camiseta del pijama? Yo me miré y vi la parte de arriba de mi pijama de marinero hecha trizas y sólo pude decir, si la he roto. Entonces fui al salón y me tiré en el sofá temblando aún por lo que había hecho. La ira se había apoderado de mi por unos segundos. De pronto rompí a llorar. 
La envidia. Este episodio ocurrió hace muchos años en La Manga del Mar Menor. Estaba en la terraza de la casa de mis padres mirando el mar y la playa. A lo lejos veía a mi hermano tumbado en su toalla y al lado estaba Maite. Boca abajo, seguramente dormían echándose la siesta. En ese instante sentí una envidia tremenda. Mi hermano, cuatro años menor que yo, tenía pareja. ¿Por qué cojones yo no tenía a nadie a mi lado?¿Por qué yo no estaba en la playa abrazado a una mujer que me amara? Envidié a Dani, maldije su jodida suerte y deseé ser él. 
La soberbia. Apenas llevaba trabajando con ella un mes. Mujer con carácter e hiperactiva con la que al principio tuve mis desavenencias. Una especie de tira y afloja hasta llegar a un punto intermedio en el que los dos nos dimos por satisfechos. Todas las noches bromeaba con ella diciéndola que no sabía cocinar ya que nunca la vi cenar algo que no estuviera ya preparado. ¡Seguro que yo cocino cualquier cosa mejor que tú! Le mencionaba entre risas. Sin embargo aunque yo lo decía en tono jocoso y ella se lo tomaba de esa forma, en el fondo si que creía que no tenía ni puñetera idea de cocinar. Una tarde, al empezar nuestro turno la veo aparecer por la puerta y me dice, he traído algo para ti. ¡Que bien, un regalito! ¿Qué es? Sacó de su bolso una bolsita con varias tarteras. He pasado la mañana cocinando para ti, para que veas que si se hacer algo. Me había traído para que probara unos dulces de su país. Unas galletitas y un bizcocho típicos de Rumania. Me dejó sin habla. Después de cenar probé lo que me había hecho y se asomó por la puerta de la cocina. ¿Qué tal, te gusta? Si, esta muy bueno. Y con una sonrisa en su cara me dijo, que no cocine aquí no quiere decir que no sepa hacerlo. Esa noche me di cuenta de que hay que ser más humilde. Juzgué a esa chica y me creí mejor persona que ella. Y en ambos casos me sorprendió, sabía cocinar y lo hizo para mi. Caí en el último de los pecados. La lista estaba completa y mi estancia en el Purgatorio sería larga, muy larga. 

¿Y cuál ha sido la chispa que ha desencadenado el decidir escribir sobre algunos de mis pecados? Ayer, haciendo un curl de bíceps con barra, de pronto una canción hizo que dejara de contar las repeticiones de la serie en la que me encontraba. "Human" empezó a sonar y algo dentro de mi saltó. Escuchando a The Killers me di cuenta de que sólo soy un ser humano. Lloro, me emociono, juzgo, tengo curiosidad y me hago preguntas. Me cabreo y grito. Deseo lo que no poseo. Me escondo cuando tengo miedo. Y pensé que la mejor manera de afrontar lo que soy es admitiéndolo. Por eso me he puesto a escribir sobre mis debilidades y vicios. Algunos de mis pecados capitales.
Quizá la canción no tenga mucho que ver con lo que he contado pero la pregunta del estribillo fue la que hizo click en mi cerebro y darme cuenta que todo tiene un punto de inflexión. ¿Llegaré al paraíso? Quien sabe. Lo único cierto es que ayer mi corazón bombeaba con más fuerza que nunca y después de unos instantes de introspección sentado en el banco de pesas puse un kilo más en cada lado de la barra y volví a mis repeticiones con una inusitada determinación. Salir de una puta vez del jodido Purgatorio. 



miércoles, 30 de octubre de 2013

Cuento de soledad

Mientras escucho "the flower duet", una bellísima melodía, rememoro lo que aconteció hace justo un año.
Es inevitable que mi mente vaya hacia atrás e intente hacer un ejercicio terriblemente doloroso y que me tiene desde hace unas horas increíblemente triste. 
365 días atrás me dirigía a Pamplona. Mi hermano me había invitado a su casa a pasar el puente de todos los santos. Y acepté. Lo necesitaba. Me sentía el hombre más solitario del planeta. Abandonado, sin amigos y con un futuro incierto decidí que cambiar unas horas de aire me vendría bien. Un día antes de ir a Navarra me mudé de mi casa. Esa noche fue la primera que dormí completamente sólo, ayudado por pastillas para calmar mi ansiedad. Volví a una cama que antaño fue la mía pero que ya no la sentía así. Incómodo y triste subí a mi habitación y me tumbé sin apenas cenar. Y lloré. Un par de horas de lágrimas ahogadas en la almohada. Al meterme dentro de las sábanas hice el gesto de tantear a mi lado, algo que había hecho tantas veces en años anteriores, y sólo encontré la pared. Mi corazón lloraba, mi alma gritaba, mis ojos derramaban lágrimas, mi respiración entrecortada apenas me dejaba respirar. En ese momento decidí que necesitaba salir de allí. Y al día siguiente cogí el coche y tomé la carretera en dirección al norte. 
Llegué para la comida. Mi hermano me había hecho su famoso arroz con huevo y hablé con él y con Maite mientras comíamos. Me desahogué. Cada 5 minutos miraba el móvil por si ella me escribía preguntando que tal estaba. Ningún mensaje recibí y eso me entristecía más aún. Maite incluso llegó a decirme que como lo volviera a mirar una vez más me lo quitaría. Ella me había dicho que necesitaba pensar, tiempo pedía. Yo intenté convencerla de arreglar las cosas juntos. Cambiaría lo que fuera, le dije, si con eso seguimos juntos. Ella se negó. Estaba enamorada de otro y según me confesó más tarde nunca fue sincera en ese aspecto conmigo para no hacerme más daño. Craso error. Eso hizo que tuviera esperanzas durante un par de meses. 
El segundo día en Pamplona Dani me llevó a dar una vuelta. Por la mañana anduvimos por un parque y yo observaba a las parejas cogidas de la mano y le confesaba a mi hermano entre suspiros, ojalá estuviera así con ella. Ojalá nada de esto hubiera ocurrido. 
La sensación de poder reconducir la situación fue decayendo. Pero no abandoné la idea e incluso el día que supe a ciencia cierta que había otra persona una pequeña ilusión se mantuvo en el fondo de mi corazón. 
Siempre fui un chico solitario. La música, los libros y el cine llenaban mi vida. No necesitaba más. Cierto es que mi alma anhelaba el amor. Si, mi corazón deseaba amar. Pero vivía mi vida tranquilamente, soñando que algún día esa mujer aparecería y yo sería feliz eternamente junto a ella. Me creía las historias de amor del cine y los libros. ¿Por qué si a ellos les pasa no me puede suceder a mi?¿Por qué no va a existir el amor verdadero?
La soledad de entonces no era como la que conocí hace un año. La de antes era mi elección. La de ahora era obligada por los acontecimientos. 
Durante un par de meses sólo me escondía. No quería saber nada y deseaba que el tiempo pasara rápido. Esos días fueron de una soledad tremenda. El mundo me había dado la espalda, y por mundo quiero decir ella. Porque ella era todo para mi. 
El día de año nuevo, buscando revertir esa situación me fui de Madrid. Necesitaba pensar, aclarar mi mente y tranquilizar mi espíritu. El primer día del año cené solo. Viendo Jacky Brown y comiendo un bocadillo en el salón de la casa de La Manga. Y curiosamente esa soledad me gustó. La había escogido yo para evadirme de la Navidad. Durante los 5 días siguientes paseé por la playa a solas, hice deporte y pensé. Podía volver a estar sólo. Mi vida sería más triste sin amar pero me di cuenta de que ya no la necesitaba, su amor ya no era indispensable para que yo sobreviviera. La decisión estaba tomada. Y poco a poco comencé a desenamorarme. Un proceso lento y costoso. 
Lo primero era encontrar a gente que me quisiera tal y como soy. ¿Pero cómo lograr eso? No me había abierto al mundo nunca, jamás había contado nada de mis sentimientos. ¿Qué hacer? El blog recién inaugurado me serviría. Se volvió cada vez más personal. Mis vivencias, mis pensamientos, mis sueños. Todo lo que yo era lo plasmé en palabras escritas. Me fue sencillo, apenas me leían dos o tres personas. Y abrí mi alma como nunca antes lo había hecho. 
Y algo inaudito sucedió, las nuevas personas que entraban en mi vida pensaron que yo era un buen chaval. Me dijeron que era sensible e incluso alguna me dijo que era su amigo. No puedo evitar llorar ahora mismo de emoción, yo que me creía horrible era ahora el paladín de la gente soñadora que creía en el amor verdadero. 
He recorrido un largo camino desde hace un año. Un duro sendero que apenas he comenzado. Durante unos años olvidé quien era yo, mi espíritu andaba perdido. Ahora me he reencontrado con lo que una vez fui, algo que siempre estuvo ahí dentro pero que por alguna causa desapareció de mi vida. 
El mundo es demasiado loco para mi a veces, no entiendo muchas de las cosas y me da un miedo terrible enfrentarme al futuro, más que nada porque estoy sólo. Sin embargo sigo creyendo, como un niño que mira a los Reyes Magos en la cabalgata y dice a su madre, ¿has dejado las galletas y el vaso de leche verdad mami? Yo aún me emociono al ver a Melchor, Gaspar y Baltasar. Aún sigo diciendo ¿Por qué si en las películas existen los finales felices yo no voy a tener uno así?¿Por qué si en los cuentos de hadas la historia siempre acaba con el beso del príncipe a la bella princesa yo no puedo tener mi final soñado? .....y vivieron felices para siempre. 

And the beautiful princess kissed the prince charming and they fell in love and lived happily ever after. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Un bosque en otoño

Era el principio del curso en el instituto. La primera clase de inglés. Todos sabíamos que habría un examen de nivel, cada año era igual. A la clase de unos 35 alumnos nos dividirían en dos grupos, el de nivel alto y el bajo. Yo hice el examen lo mejor que supe, tampoco le ponía mucho empeño pero la verdad es que todos deseábamos estar en el grupo del nivel alto. Y los cuatro años de instituto lo conseguí. 
Una vez a la semana, durante un par de horas, a ese grupo nos llevaban a una salita pequeña. Una habitación rodeada de pupitres en tres de sus paredes y en la cuarta una pizarra y una tele. Estar en ese grupo era una cosa tan codiciada porque en vez de estudiar gramática, durante dos horas nos ponían películas y canciones en inglés. Y veíamos en versión original algun éxito cinematográfico o sacábamos la letra de alguna canción del momento.
Fue allí donde vi por primera vez la secuencia que voy a describIr. Una agente del FBI corre por un bosque en las inmediaciones de las instalaciones que tienen en Quantico, Virgina. Un paisaje lleno de tonalidades amarillentas y marrones. La humedad se palpa en el ambiente mientras ella corre rápidamente pisando el follaje caído de los árboles. Esquiva toda clase de obstáculos respirando hondamente y exhalando el aire caliente que sale de sus pulmones convirtiéndose en vaho en las inmediaciones de su boca. El ambiente es misterioso. Tremendamente enigmático. La secuencia esta grabada de tal forma que parece que pudiera salir cualquiera escondido tras un enorme tronco o quizá  aparecer de la nada para atacar a la joven agente del FBI. De pronto alguien surge y la llama. 
- ¡Starling, el jefe quiere verla!
Ella se detiene y le observa para seguidamente salir corriendo hacia el despacho de su superior. Es la primera secuencia del silencio de los corderos y ella es Jodie Foster en el papel de Clarice Starling. 
Desde ese día en el instituto, en ese preciso momento de ver a Jodie corriendo por el bosque, me atrae esa sensación. Esa curiosidad por pasar un día como hoy en un bosque perdido. Tener la inquietud de estar sólo en medio de la nada, rodeado de árboles y en una bruma especial. 
Los días lluviosos sacan esa curiosidad que hay en mi. Las ganas de ir a un apartado bosque y perderme entre la naturaleza y el misterio. Ponerme un grueso jersey de lana, calzarme mis botas y coger mi anorak. Meter en una mochila algo de comida, quizá un plano del lugar, algo de agua para el camino y ponerme en marcha a investigar.
Años más tarde, en un día cercano a la fecha de hoy, fui al cine como solía hacer el día de todos los santos a ver una película de terror. Al comprar la entrada para ver "El proyecto de la bruja de Blair" no sabía de que iría. Me gusta ir al cine sin saber mucho del argumento de la película para que me sorprenda al verla. Pues bien, al ver a esos chicos perdidos en los bosques de Maryland sentí una envidia increíble. ¡Yo quería ser uno de ellos! Deseaba vivir esa aventura, aunque fuera de un miedo atroz. Me atraía pasear por ese lugar aún más inescrutable si cabe que cualquier bosque. La historia me envolvió tanto que la hora y media que duró la película me pareció extremadamente corta. 
Me hubiera encantado encontrar a alguien en mi vida que quisiera perderse así conmigo e investigar los misterios insondables de la naturaleza. 
Los días como los de hoy, brumosos y húmedos, crean el ambiente perfecto para poder hacerlo. 
Un bosque en otoño. Un lugar separado del mundo. Inquietante, sin duda. Cierro los ojos ahora mismo y lo imagino. Veo árboles, altos y con hojas de un verde apagado. Observo en el suelo ramas caídas que se quiebran al pisar sobre ellas. El manto de hojas muertas en el suelo suena bajo mis pies. Los sonidos son especiales en un sitio sin la aparente locura de la ciudad. El tiempo incluso va más lento y las manecillas del reloj caminan lentamente siguiendo tu propio ritmo al andar, pausado y con calma. De pronto una bandada de pájaros te hace mirar hacia el cielo gris y un escalofrío recorre tu cuerpo. Esa sensación hace que quieras coger de la mano a tu compañera. Síntoma de protección y calor humano. Deseo compartir esa belleza con alguien y la busco. E imagino que la llevo de la mano, que ella me protege y yo la cuido. El resto del mundo se desvanece y durante horas somos ella y yo nada más. Sin móviles, sin internet, sin tráfico y sin prisas. Su mirada curiosa hace que sienta una pasión inmensa por continuar un paso más allá. Descubrir que hay detrás de ese montículo en el horizonte se convierte en algo divertido. De vez en cuando el espectral sonido de algún animal tan extraviado como nosotros se pierde en el infinito y nuestras manos se aprietan más fuertemente sabiendo que estamos el uno junto al otro y que nada podrá con nosotros si continuamos así. 
Con los ojos aún cerrados sigo imaginando. 
Una tenebrosa casa se vislumbra a lo lejos. Parece abandonada. Construida con tablones de madera oscura tiene pinta de derrumbarse en cualquier momento pero aún así entramos para curiosear. Por dentro está vacía. Una escalera sube hacia una impenetrable oscuridad. Ella saca la linterna de la mochila que llevo a la espalda y me coge de la mano al tiempo que dice, ¡vamos!. El corazón late rápido, me gusta esa sensación. Desentrañar lo que se encuentra al otro lado, descubrir el misterio siempre me ha llamado la atención. Subimos mientras la lluvia cae sobre la casa. Ha empezado a diluviar y una sonrisa asoma en nuestras caras. ¡Que suerte tenemos de estar a cubierto!
La oscuridad ya no es tal a la luz de la linterna y en una de las habitaciones superiores extendemos una manta y nos sentamos. Saco algo de comer pues la adrenalina nos abre el apetito y en medio de la nada, en un bosque que deseamos que este encantado, nos reímos y charlamos sobre multitud de cosas. 
La lluvia no cesa y fuera la noche va cayendo poco a poco. Y en un acto de locura y valentía a partes iguales decidimos dormir allí mismo. Extiendo el saco de dormir en el suelo y nos acurrucamos dentro. Con la manta que nos sirvió de mantel y los abrigos improvisamos unas almohadas y en silencio escuchamos el agua caer. Y ella con su cabeza en mi pecho me dice que me ama y yo con los pies enredados en los suyos le contesto que mi corazón late por ella. Me besa en los labios y se arrima más a mi. Ninguno de los dos teme nada ya que nos sentimos inmunes a todo, protegidos cada uno por el otro ante cualquier eventualidad que pudiera surgir de la misteriosa e insondable oscuridad. Un susurro rompe el monótono sonido de la lluvia. Buenas noches mi amor. Y poco a poco nos vamos quedando dormidos en la inmensidad de ese recóndito bosque, en una lluviosa noche de otoño.
Siempre he soñado con vivir algo así. Un precioso y romántico día de finales de octubre.....algún día quizá. 


viernes, 18 de octubre de 2013

Tormentosa tarde en Lyon

Llegué a Lyon por la noche. Había salido tarde de París. Alrededor de 450 kilometros de magnifica autopista me permitieron ir tranquilamente observando la borgoña francesa. Una zona preciosa llena de viñedos y pequeñas montañas. En un par de ocasiones paré en las áreas de servicio muy cuidadas del sistema de carreteras galas y eso demoró mi llegada. Sin GPS por aquel entonces, me guiaba por un amplio mapa de toda Europa en el que en una de las páginas se veía un pequeño plano de la ciudad. Insuficiente para llegar al hotel sin perderse, algo habitual en mi por otra parte. Tras unas cuantas vueltas y alguna pregunta, en un francés muy básico, a los lugareños di con el emplazamiento de mi hotel. Dos noches estaría alojado aquí, ya que había escogido Lyon como una ciudad de paso entre París y la Costa Azul. 

Al llegar dejamos las maletas y nos fuimos a echar un vistazo. Teníamos hambre y buscamos un sitio para cenar. El hotel estaba genial no tanto la zona que escogimos o quizá fuera ese camino que andamos. El caso es que no vimos nada abierto, ningún restaurante, ninguna tienda. Sólo veíamos vagabundos y gente pidiendo unas monedas. Así que desanimados y cansados observamos la gigante M iluminada a lo lejos y optamos por cenar una hamburguesa de ese famoso establecimiento.

El día amaneció soleado. Nuestra habitación era preciosa y desde la ventana de esa planta alta se veía un patio lleno de flores que dejaba subir un olor impresionante. Eso avivó nuestro interés por ver la ciudad. Nos vestimos y pusimos rumbo al río. Ahora no recuerdo en que ribera estuvimos paseando ya que dos son los ríos que pasan por la antigua capital francesa. El Saona y el Rodano. Intentando recordar con los ojos cerrados ahora mismo diría que en un 90% debía ser el Saona porque desde allí vimos en lo alto las increíbles torres de la Basílica de Notre Dame de Fourvière. Y pedí a mi acompañante subir hasta aquella colina. Ella accedió. Así que guiándonos por las cruces de las torres empezamos a andar por las callejuelas del barrio antiguo y de las nuevas avenidas peatonales hasta topar con el funicular que subía hasta la Basílica. Y como yo me monto en cualquier cosa que se mueva y ella estaba perezosa para seguir andando pagamos el euro que costaba entrar y nos acomodamos. La basílica era preciosa y las vistas de toda la ciudad impresionantes. Me encantó pasear por dentro de la iglesia por un lado por la belleza del interior pero por otro para dejar durante unos minutos el horrible calor que azotaba Francia ese año. Pasamos un buen rato deambulando por los pasillos y capillas, leyendo la información del lugar y contemplando a los turistas mientras hablábamos sentados en los bancos para los feligreses. Al salir un cielo oscuro lleno de negras nubes nos sorprendió. Y como intuimos que iba a llover bastante nos dirijimos a un supermercado, habíamos decidido que haríamos un picnic. Comeriamos en la habitación del hotel.

La selección de quesos de cualquier supermercado de Francia es impresionante. Mucha variedad, tantas clases que alguna ni había oído que existiera y encima vienen en porciones pequeñas individuales para que escojas los que quieras sin tener que comprar el queso entero. Pillamos unos cuantos de muchos tipos. Fuimos también a la sección de patés y elegimos tres o cuatro tarrinas con distintas especias. Un par de baguettes. Y un Burdeos para ella y una coca cola para mi. Al llegar a la habitación esparcimos todo por la cama y con la tele puesta en algún canal de la televisión de pago de fondo empezamos a comer y a charlar sobre un montón de cosas. Y no se de que forma llegamos a una conversación. Una que llevó al momento más pasional que jamás he vivido. 

¿Te atreverías a depilarte entera y luego me depilas a mi? De dónde diablos vino esa pregunta no lo recuerdo. ¿Por qué se me ocurrió en ese momento? Ni idea. El caso es que minutos después de hacerla estábamos desnudos en el baño enjabonandonos para que mi cuchilla de afeitar hiciera su trabajo más suavemente. Empecé yo. Delicadamente le rasuré toda la zona. Mi excitación era notable y ella no me iba a la zaga pero había que estar calmado. Un pequeño movimiento haría que lo que parecía ser extremadamente erótico se convirtiera en una inoportuna sangría. Al acabar se miró en el espejo y se rió al tiempo que decía ahora es mi turno. Me tumbé sobre la cama y empezó a pasear la cuchilla sobre mis ingles. Enjuagaba en un vaso con agua y volvía a pasar. Así durante unos instantes en los que mi pene erecto no hacia mella en su concentración. La miraba con expectación. Labios apretados y ojos fijos en la zona, veía sus muecas como si estuviera quedando satisfecha con el resultado. Al finalizar me pasó la toalla para quitarme los pelos y el jabón y acto seguido me la chupó. Una felación tan rítmica y sensual que hizo que temblara. Apunto de correrme estuve en un par de ocasiones pero me contuve. ¡Deseaba que eso durara durante horas! Y yo quise comprobar también mi trabajo así que la recosté en la cama y me puse a lamerle el clítoris. Y así, a cuatro patas sobre ella, empezamos a darnos placer oral mutuamente. 

Fuera se oía la lluvia por la ventana abierta. La tele llevaba apagada desde el comienzo del juego del ¿te atreves....? Y llegamos al orgasmo. Indescriptible al menos para mi. Lancé un gemido que llevaba aguantando bastante tiempo para que el placer fuera mayor y más duradero. Algo que debió escucharse en las habitaciones contiguas. Pero eso, en ese momento, me daba lo mismo. Me giré y le di un beso en los labios. Un largo beso que no hizo más que mantener la erección pese a que me acababa de correr. Nuestras lenguas jugaban, los labios eran mordidos por unas bocas llenas de deseo. La cogí de la mano y la llevé a una mesita que había cercana a la ventana. Redonda de un metro de diámetro aproximadamente en la que había papeles del hotel y del viaje. Lo tiré todo al suelo y ella se recostó sobre la mesa. Y allí la penetré. Me movía muy despacio, lamiendo su cara llena de sudor por el insoportable calor de aquel bochornoso día. Con el sonido de la tormenta en nuestros oídos le susurraba palabras de amor. Gotas de sudor resbalaban también por mi cara y caían sobre sus pechos, los cuales mordisqueaba suavemente. De pronto empecé a imprimir velocidad a la penetración y la mesa se tambaleó. La madera de la que estaba hecha crujía y nos reímos pensando que acabaríamos en el suelo. Pero no fue así. El olor de las flores mojadas, de la lluvia y de la humedad del ambiente hizo único ese momento en el que llegamos ambos al clímax al mismo tiempo y un te amo resonó a la vez que un trueno desgarrando el cielo oscuro de Lyon. 

Tumbados, desnudos y abrazados, sobre la cama veíamos la tele sin encender. Y nos quedamos dormidos. Despertamos unas horas después. No nos apetecía salir así que ella bajó al bar del hotel y compró un Perrier y una coca cola. Indignada llamó a la puerta para que le abriera. 20€ le habían cobrado y con una sonrisa en la boca le dije...pues para desquitarnos nos lleváremos el vaso. Ese fue el primero de una gran colección. Cenamos los restos de queso y paté que quedó de la comida y dejamos que una película en un idioma que apenas entendíamos nos entretuviera un rato hasta que nos entró sueño. 

Al día siguiente partimos hacia Niza. La soleada Costa Azul nos esperaba. Mejillones "a volonté", mojitos y playas de piedras enormes. Pero esa es otra historia. Esta va de Lyon y de la tormentosa estancia en un lugar bonito pero que realmente no vi demasiado, una ciudad en la que viví la pasión y el sexo de una forma especial. Tengo que volver. Sin duda. 

 


jueves, 17 de octubre de 2013

La delgada línea roja

Estaba sentado en la butaca del cine. Sólo tres o cuatro personas desperdigadas por la sala habíamos entrado a esa sesión para ver la película de Terrence Malick. Yo me puse por el centro, me gusta estar cerca de la pantalla. Se estrenó en la época en la que el cine era una de mis pasiones y procuraba ir al menos una vez a la semana. Había leído muy buenas críticas sobre Malick y su forma de rodar, sobre el reparto increíble, sobre lo emocionante de la historia. Y no me defraudó. La música de Zimmer y las bellas imágenes hicieron que en un par de ocasiones llorara. Las imágenes cruentas de la Segunda Guerra Mundial pasaban por delante de mis ojos, los pensamientos de los personajes me hicieron reflexionar, los paisajes de la ficticia isla de Guadalcanal me emocionaron. 
Al salir del cine estaba realmente sensible y me acerqué al Fnac, busqué el cd de la banda sonora y me lo compré. Es la música que escucho ahora mismo. Hans Zimmer compuso unas melodías que si cierras los ojos te llevan a otros lugares y hacia allí me dirijo yo. Directamente a un sitio terriblemente doloroso. 
Una conversación esta mañana con una amiga me ha hecho deambular por los recuerdos nebulosos y tristes de los hechos acaecidos hace unos meses. Y me ha dado el título para esta entrada. La delgada línea que hay entre el amor y el odio. Una frontera finísima que en ocasiones es indistinguible y hace que te preguntes, ¿en que lado me encuentro?
A ella le contaba retazos de mi vida. Unas pinceladas de lo que me ocurrió y de lo que sentí. Y con mucha razón me ha contestado que eso le pasa a muchas parejas diariamente. Que lo que yo pasé sin duda esta en muchos hogares. Y no me cabe duda de que así es, pero no por ello es menos doloroso. Y ese dolor hace que mi historia sea singular y única, al menos para mi.
Porque ahora cierro los ojos y con la música voy hacia atrás en el calendario y me asomo a un día. Ese en el que recogía mis cosas con una tristeza infinita y que sin poder continuar guardando mis pertenencias en la maleta le escribo un correo desde mi iPad. Un email en el que le cuento demasiadas chorradas que mientras las tecleo no me parecen tales pero que una vez enviado y releyéndolo deseo no haber enviado. Miro a la mesa y veo su iPad. Lo abro y borro el correo desde su cuenta. Y un infortunado hecho hace que todo mi mundo se venga abajo. Sin querer, mi dedo se desliza por la pantalla y se abre la carpeta de las fotos y allí esta ella mirándole con una cara como la que hacia unos años me miraba a mi. En ese instante descubrí el por qué de la ruptura, fatídico momento en el que me di cuenta de que ella estaba enamorada de otro. Esa mirada no podía significar otra cosa. Esa sonrisa en su rostro era la de una mujer feliz con otro hombre que no era yo. Y me desmayé. Caí redondo del sofá al suelo golpeandome con la mesa al descender a los infiernos. Durante unos minutos yací inconsciente en el suelo, no recuerdo si fue un minuto o media hora. Sólo se que al despertar de ese terrible trance lloré como jamás había llorado. Y no paraba de repetir una y otra vez entre sollozos ¿por qué cosita?¿por qué?
La delgada línea había sido traspasada. Y ella se quedó al otro lado, el del odio. Mientras yo aún discurría por la parte opuesta, ella me bombardeaba con su artillería pesada. Hecho que en algún instante hizo que dudara de si traspasar también yo esa línea. Pero durante meses me quedé quieto, agazapado viendo venir el chaparrón. Escuchando el tronar de los disparos que inevitablemente me alcanzaban y herían. No la juzgué ni entonces ni ahora, hay que convertirse en guerra si se quiere ganar la batalla y ella lo hizo de maravilla. Yo no pude presentarme a la contienda, no quise o no me atreví. Conseguí estar en el lado del amor tras esa finísima línea que todo lo divide, lo hice porque no quería olvidar lo que yo era. Sin embargo tras unos meses los habitantes de ese lado me expulsaron o me fui yo por mi propia voluntad, no estoy muy seguro. El amor había abandonado mi corazón. Y ellos lo vieron. La gente que esta enamorada sabe cuando alguien también lo esta y mi semblante era el de un hombre tristemente sin alma. 
¿Por qué no sonríes? Eso me preguntan muy a menudo. La respuesta, porque ando sobre la línea. Ni en un lado ni en el otro. Debo estar concentrado para no caer de un traspiés y cual equilibrista mantengo la posición balanceandome peligrosamente. No quiero caer del lado del odio. No. Para nada deseo que mi alma se oscurezca. Y me da auténtico pavor pasar al lado del amor. Un lugar que no puedo controlar ni predecir, tan misterioso que me infunde mucho respeto. Pero es a lo que aspiro, a lo que mi nostálgico y melancólico corazón desea aferrarse. Volver a su lugar, a su casa. El país del amor. Tras la finísima línea roja. 
Alguna noche sueño que me cuelo de puntillas en el lado del amor. Veo caras de felicidad alrededor e incluso, en el reflejo de alguna superficie pulida, veo la mía y una sonrisa se muestra en ella. Mi corazón late fuertemente. La sangre que circula por mis venas es más vigorosa, más roja. El oxígeno que se transfiere de mi nariz a los pulmones es más puro. El mundo del amor es así. Vitalidad y Belleza llenan sus ciudades. El colorido de sus paisajes es increíble. La sensualidad tras las puertas de las casas es patente. El sonido indescriptible. El sol irradia una luz mágica que mantiene a la oscuridad alejada tras la frontera. 
¿Quien no querría estar en un lugar así?¿Quien, en su sano juicio, no desearía vivir en el país del amor?

martes, 15 de octubre de 2013

Suceso extraño

- Hola, ¿Os queda pan?
- Pan si, ¿cuanto?
- Dame tres por favor.
Rubén estaba en la tienda de los chinos de la esquina. Se había quedado sin pan y eran las 11 de la noche. Con tres barras sería suficiente. Pagó y la amable tendera asiática le devolvió las vueltas junto con un par de chicles que siempre le regalaba. Él se despidió con un gracias y ella con una amplia sonrisa desvió su cara y se puso a mirar la pantalla del ordenador en la que tenía puesta una película de Kung fu subtitulada en lo que Rubén supuso sería chino mandarín. 
Al salir a la calle sus ojos se desviaron inconscientemente al cielo. Una luna inmensa se veía en lo alto. Respiró profundamente y volvió al trabajo. 
Una hora antes en el edificio que tenía la agencia China aeroespacial (CNSA) un técnico de guardia llamado Xin Luquond tecleaba unas órdenes en el terminal de su oficina. Era el encargado de vigilar la órbita lunar mediante el satélite que habían lanzado hacia pocas semanas. Y una cosa le extrañó, junto al punto que simulaba ser la luna se veía otro que giraba en torno suyo. 
En ese mismo instante en Moscú un militar ruso muy sofocado, por la carrera que acababa de hacer, tocaba a la puerta del General Oleg Posgonov. 
A toda prisa hizo el saludo militar y le tendió una hoja de papel. El General leyó lo siguiente....
La Agencia Aeroespacial Federal Rusa ha hallado un rastro de un objeto no identificado siguiendo la órbita lunar. El Presidente Medvedev ha recibido puntuales noticias y ha convocado una reunión a las 02:15 horas de este mismo domingo para evaluar las posibles actuaciones que han de llevarse a cabo. 
Posgonov se quedó pensativo unos segundos y se preguntó que maldita cosa habrían descubierto los de Roscosmos. 
Timothy O'Brian comía un sándwich de atún sobre la mesa de su cúbiculo. Estaba harto de pringar todos los fines de semana pero no podía quejarse, era lo que había soñado toda su vida. Su chapa colgada de la camisa decía que era analista de la Agencia aeroespacial más importante del mundo, la NASA. El teléfono sonó y alguien al otro lado gritó algo que hizo que Tim, con sus 90kg de peso, saliera corriendo hasta los monitores de control. La voz del teléfono tenía razón, en la pantalla central de 100 pulgadas se veía un gigantesco platillo volante. 
Un instante después Tim cogió el auricular y llamó a su superior. Esperaba encontrarlo en casa. Eran las 17:30 del Sábado y rezó para que no hubiera salido de barbacoa con su familia como hacia cada fin de semana.
Rubén acababa de terminar de cenar. Había ojeado el periódico mientras se terminaba una cocacola. Miró su reloj. Las doce de la noche. Hora perfecta para recoger parte de la terraza. Salió de la cocina.
- Chicas, voy a subir la terraza. Si me necesitáis llamadme.
El silencio era extraño. La calle estaba desierta. Tardó en darse cuenta de lo que ocurría. No miró hacia arriba hasta pasados un par de minutos pero cuando lo vió se quedó alucinado. Un disco increíblemente grande ocupaba gran parte del cielo. Entonces, al mirar hacia arriba se dio cuenta de que todo el mundo observaba ese objeto desde sus ventanas. En absoluto silencio. Hasta que todo se volvió una locura. Un rayo de luz salió del centro de la nave. Y de pronto una explosión. Una señora gritó. Y eso fue el detonante para que la cordura abandonara a los seres humanos. Todo se descontroló en un momento. 
La reacción de Rubén fue instintiva. Corrió hacia el bar.
- Id a por vuestras familias. ¡Rápido!
Mientras se ponía los vaqueros la llamó. El teléfono comunicaba. ¡Joder! Se puso la camiseta y cogió las llaves del coche. Volvió a intentarlo. ¡Maldita sea! Ahora sonaba un mensaje de líneas saturadas.
Cerró el local y se despidió de sus chicas con un abrazo. 
- Salid del centro de la ciudad. No os quedéis en casa. ¡Moveos!
El caos iba en aumento. Y Rubén pensó que en la rapidez estaba el éxito. Debia coger el coche antes de que todo se atascara. Tenía que llegar hasta ella. 
Al ser por la noche mucha gente ya dormía al aparecer aquello en el cielo pero los gritos y las explosiones empezaban a despertar a los que aún soñaban plácidamente en sus camas. En unos minutos sería imposible moverse por el centro de Madrid. Rubén aceleró, esquivaba coches y gente. La adrenalina le hacia estar más atento aunque en un par de ocasiones estuvo a punto de perder el control de su coche. 
Llegó a su casa. Subió rápidamente esperando que no hubieran salido aún de allí. Notaba a los inquilinos mirando por las mirillas, cerrando las puertas e incluso moviendo muebles. Sabía que eso era un error y no permitiría que ella se quedara ahí a merced de lo que diablos fuera lo que manejaba aquel platillo volante. 
Llegó hasta la puerta y ella le abrió con lágrimas en los ojos. Se abrazaron fuertemente y ella le susurró algo al oído. 
- Papá ha muerto, su casa ha sido alcanzada por un rayo. 
Rubén la besó. 
- Lo siento cariño.
- ¿Qué es todo esto?¿Qué sucede Ru?
- No lo se, pero debemos movernos. Quedarse quieto es morir. 
- La niña duerme.
- Despiertala. Vístete y abriga a la niña. Voy a intentar hacer una llamada. 
Rubén cogió de nuevo su móvil y marcó un número. Daba señal. 
- ¡Dios Gordi! ¿Has visto lo del cielo?
- Pensé que era sólo en Madrid, tenía esa esperanza. 
- ¡Aquí en Pamplona hay un OVNI enorme!
- Dani, ¡sal de ahí! Lanzan rayos indiscriminadamente. 
- Ya, Maite esta avisando a su familia. Y yo he hablado con Susana. Ella va a huir con unos amigos. Me ha dicho que se pondrá en contacto con nosotros en cuanto pueda.
- Perfecto. ¿Nos encontramos en La Manga?
- ¿Crees que allí no habrá nada?
- Creo que lo mejor es abandonar las grandes ciudades. De momento es lo único que se me ocurre. Ten cuidado Pumi. ¡Un abrazo para ti y para Maite!
Al colgar, ella estaba lista junto a la niña. Rubén cogió una bolsa de lona y metió algo de comida. Se la colgó al hombro.
Se agachó un instante y habló a la niña de 5 años.
- Cielo, ahora tienes que correr mucho y no soltarte de tu madre, ¿vale?
La niña le miró con cara curiosa y asintió con su cabecita. Ella sólo le conocía desde hacia unos meses pero le había cogido cariño. 
Se levantó y besó a la mamá. 
- ¡Vámonos!
Volaron hacia el coche. 
Ahora las calles eran una auténtica locura. Gente corriendo por todos lados que momentáneamente se paraban para mirar hacia arriba. Cámaras de móviles grabándolo todo. Perros ahuyando al cielo. Explosiones lejanas y no tan lejanas. 
Rubén conducía a toda velocidad, frenando de golpe en ocasiones para acelerar segundos después haciendo rechinar los neumáticos. Pasados unos minutos cogieron la autopista. Y entonces por fin pudo respirar viendo desde el retrovisor los haces de luces que salían de la inmensa nave espacial. 
Una hora más tarde la noche cerrada no dejaba entrever nada más que luces lejanas en el cielo. De pronto el piloto del depósito de gasolina se encendió. ¡Joder! 
Un cartel en la carretera indicaba que en 10 kilómetros habría una estación de servicio abierta durante todo el día. La rápida reacción de Rubén le había dado un tiempo precioso antes de que el caos llegara hasta ahí. 
- Cariño voy a parar. Te dejaré las llaves mientras pago. Si ves algo extraño enciende el motor y ve a por mi. 
- Estaré bien, no te preocupes. 
- Compraré algo para comer. ¿Te apetece alguna cosa en especial?
- Mmmmmm. Si, algo con chocolate. 
- Ahora vuelvo. Te quiero niña.
- Te quiero Ru. 
La puerta se abrió automáticamente. Todo parecía tranquilo. El hilo musical funcionando, el empleado leyendo una revista detrás del mostrador, una señora limpiando el suelo de un pasillo fregona en mano. 
- 70 euros de 95 por favor. 
- ¿En que surtidor esta?
Rubén se asomó para comprobar el número y ya de paso ver si todo seguía bien.
- El cinco. ¿Qué tal va la noche? 
- Ya lo ve, aburrido echando un vistazo a los últimos modelos de Yamaha. Me quiero comprar una que la mía ya esta en las últimas. 
El chico señaló con la cabeza una vieja moto aparcada justo delante de la puerta de entrada.
- Pues yo que tu cogería la moto y me iría bien lejos de aquí. Hazme caso, algo grande va a ocurrir. 
Dejó los billetes en el mostrador y cuando ya salía se acordó del chocolate. Iba a volver cuando un destello se vió en el horizonte seguido de un chirrido que se le metió en la cabeza. ¡Qué demonios era eso! Corrió hasta el coche y puso el motor en marcha y salió disparado rumbo al este. A la costa. 
Eran casi las cinco de la mañana cuando llegaron. Todo estaba desierto. Extremadamente silencioso y tranquilo. 
Rubén cogió en brazos a la niña que dormía en el asiento trasero y subieron al piso. La recostó en el sofá y la tapó con una manta que sacó de un armario. 
En ese momento de tranquilidad abrazó a la madre. Un instante de paz. Se besaron. Acarició su cara, esa carita que hacia unas horas mostraba una tristeza infinita por la muerte de su padre. Salieron a la terraza y vieron el mar. Escucharon el susurro leve de las olas cogidos de la mano sin decir una sola palabra. Ambos sabían que algo excepcional estaba ocurriendo. Algo que no llegaban a comprender del todo pero se tenían el uno al otro y las dificultades serían menores así. No importaba que el mundo se fuera a la mierda si ellos podían cogerse de la mano tal y como estaban ahora. 
El cuerpo de ella se estremeció por el frío. Una pequeña brisa se había levantado y entraron en la casa de nuevo. Rubén buscó su móvil, la pantalla mostraba que no había cobertura. 
Encendió la tele y un hombre vestido de blanco de pie sobre un fondo gris les miraba. En todos los canales estaba el mismo hombre sin expresión alguna. Un tío como cualquier otro. 
Y empezó a hablar. 
- Soy un enviado del planeta Corsi en la galaxia que vosotros llamáis XE-573. Nuestro planeta sufrió el impacto de un meteorito y quedó destruido. Necesitamos algo que vosotros tenéis aquí en abundancia para poder subsistir durante nuestro viaje. Sólo nos quedaremos lo estrictamente necesario para abastecernos. La demostración de hoy ha sido una advertencia ya que no queremos una guerra ni la devastación de vuestro mundo pero nada evitará que nos llevemos lo que buscamos así que esperamos la cooperación de los humanos. Con el nuevo día llegarán cambios en vuestro planeta, aceptadlos o moriréis.
Rubén, incrédulo aún por todo lo que había visto en las últimas horas, se dejó caer en una silla. Agotado por la tensión que había soportado se preguntó que era lo que buscaban en la Tierra. ¿Qué pasaría al amanecer?
Entonces ella se acercó por detrás, le besó en la nuca y le dio un suave abrazo mientras le decía al oído. Te amo, gracias por venir a por mi y protegerme. En ese momento a Rubén se le olvidó todo lo ocurrido esa noche y lo único que deseó fue hacer el amor con esa mujer hasta la salida del sol, quizá el último instante de placer entre ambos. Y levantándose pausadamente la cogió de la mano y la llevó al dormitorio donde se amaron como nunca antes. Y así esperaron el nuevo día, entre susurros y jadeos, entre sudor y pasión, entre risas y llantos de felicidad. Se amaban y ningún jodido alienigena del mundo exterior podría quitarles eso.