La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 17 de octubre de 2013

La delgada línea roja

Estaba sentado en la butaca del cine. Sólo tres o cuatro personas desperdigadas por la sala habíamos entrado a esa sesión para ver la película de Terrence Malick. Yo me puse por el centro, me gusta estar cerca de la pantalla. Se estrenó en la época en la que el cine era una de mis pasiones y procuraba ir al menos una vez a la semana. Había leído muy buenas críticas sobre Malick y su forma de rodar, sobre el reparto increíble, sobre lo emocionante de la historia. Y no me defraudó. La música de Zimmer y las bellas imágenes hicieron que en un par de ocasiones llorara. Las imágenes cruentas de la Segunda Guerra Mundial pasaban por delante de mis ojos, los pensamientos de los personajes me hicieron reflexionar, los paisajes de la ficticia isla de Guadalcanal me emocionaron. 
Al salir del cine estaba realmente sensible y me acerqué al Fnac, busqué el cd de la banda sonora y me lo compré. Es la música que escucho ahora mismo. Hans Zimmer compuso unas melodías que si cierras los ojos te llevan a otros lugares y hacia allí me dirijo yo. Directamente a un sitio terriblemente doloroso. 
Una conversación esta mañana con una amiga me ha hecho deambular por los recuerdos nebulosos y tristes de los hechos acaecidos hace unos meses. Y me ha dado el título para esta entrada. La delgada línea que hay entre el amor y el odio. Una frontera finísima que en ocasiones es indistinguible y hace que te preguntes, ¿en que lado me encuentro?
A ella le contaba retazos de mi vida. Unas pinceladas de lo que me ocurrió y de lo que sentí. Y con mucha razón me ha contestado que eso le pasa a muchas parejas diariamente. Que lo que yo pasé sin duda esta en muchos hogares. Y no me cabe duda de que así es, pero no por ello es menos doloroso. Y ese dolor hace que mi historia sea singular y única, al menos para mi.
Porque ahora cierro los ojos y con la música voy hacia atrás en el calendario y me asomo a un día. Ese en el que recogía mis cosas con una tristeza infinita y que sin poder continuar guardando mis pertenencias en la maleta le escribo un correo desde mi iPad. Un email en el que le cuento demasiadas chorradas que mientras las tecleo no me parecen tales pero que una vez enviado y releyéndolo deseo no haber enviado. Miro a la mesa y veo su iPad. Lo abro y borro el correo desde su cuenta. Y un infortunado hecho hace que todo mi mundo se venga abajo. Sin querer, mi dedo se desliza por la pantalla y se abre la carpeta de las fotos y allí esta ella mirándole con una cara como la que hacia unos años me miraba a mi. En ese instante descubrí el por qué de la ruptura, fatídico momento en el que me di cuenta de que ella estaba enamorada de otro. Esa mirada no podía significar otra cosa. Esa sonrisa en su rostro era la de una mujer feliz con otro hombre que no era yo. Y me desmayé. Caí redondo del sofá al suelo golpeandome con la mesa al descender a los infiernos. Durante unos minutos yací inconsciente en el suelo, no recuerdo si fue un minuto o media hora. Sólo se que al despertar de ese terrible trance lloré como jamás había llorado. Y no paraba de repetir una y otra vez entre sollozos ¿por qué cosita?¿por qué?
La delgada línea había sido traspasada. Y ella se quedó al otro lado, el del odio. Mientras yo aún discurría por la parte opuesta, ella me bombardeaba con su artillería pesada. Hecho que en algún instante hizo que dudara de si traspasar también yo esa línea. Pero durante meses me quedé quieto, agazapado viendo venir el chaparrón. Escuchando el tronar de los disparos que inevitablemente me alcanzaban y herían. No la juzgué ni entonces ni ahora, hay que convertirse en guerra si se quiere ganar la batalla y ella lo hizo de maravilla. Yo no pude presentarme a la contienda, no quise o no me atreví. Conseguí estar en el lado del amor tras esa finísima línea que todo lo divide, lo hice porque no quería olvidar lo que yo era. Sin embargo tras unos meses los habitantes de ese lado me expulsaron o me fui yo por mi propia voluntad, no estoy muy seguro. El amor había abandonado mi corazón. Y ellos lo vieron. La gente que esta enamorada sabe cuando alguien también lo esta y mi semblante era el de un hombre tristemente sin alma. 
¿Por qué no sonríes? Eso me preguntan muy a menudo. La respuesta, porque ando sobre la línea. Ni en un lado ni en el otro. Debo estar concentrado para no caer de un traspiés y cual equilibrista mantengo la posición balanceandome peligrosamente. No quiero caer del lado del odio. No. Para nada deseo que mi alma se oscurezca. Y me da auténtico pavor pasar al lado del amor. Un lugar que no puedo controlar ni predecir, tan misterioso que me infunde mucho respeto. Pero es a lo que aspiro, a lo que mi nostálgico y melancólico corazón desea aferrarse. Volver a su lugar, a su casa. El país del amor. Tras la finísima línea roja. 
Alguna noche sueño que me cuelo de puntillas en el lado del amor. Veo caras de felicidad alrededor e incluso, en el reflejo de alguna superficie pulida, veo la mía y una sonrisa se muestra en ella. Mi corazón late fuertemente. La sangre que circula por mis venas es más vigorosa, más roja. El oxígeno que se transfiere de mi nariz a los pulmones es más puro. El mundo del amor es así. Vitalidad y Belleza llenan sus ciudades. El colorido de sus paisajes es increíble. La sensualidad tras las puertas de las casas es patente. El sonido indescriptible. El sol irradia una luz mágica que mantiene a la oscuridad alejada tras la frontera. 
¿Quien no querría estar en un lugar así?¿Quien, en su sano juicio, no desearía vivir en el país del amor?

1 comentario:

  1. Siempre al lado del amor hay q estar corazon.
    No hay q odiar así lo único q conseguimos es hacernos daño, así q mejor aceptar las cosas como vienen y seguir adelante. Muaks

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