La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 10 de octubre de 2013

Imagine

Hace muchísimos años, tantos que este recuerdo estaba enterrado muy al fondo de mi mente, andaba un sábado por el Fnac. Me gustaba pasar las tardes paseando entre música y libros, mirando las carátulas de los cd's o las portadas de los libros.
Pues ese sábado del que hablo encontré un disco de John Lennon. Por entonces yo no había escuchado nada de los Beatles ni de él mismo como solista, y me dije ¡voy a ver que tal suena! 
El cd era una recopilación de sus grandes éxitos. Una canción me impactó. Fue como una oleada tremenda de sentimientos abatiendose sobre mi corazón. Y lloré. La primera vez que escuché Imagine las lágrimas cayeron por mi cara. Me emocioné tanto que no pude evitarlo. Y no tuve más remedio que comprar ese disco y adentrarme en el mundo de John Lennon. 
La letra es preciosa y la música te envuelve de un aura increíblemente romántica y evocadora. Lennon era un soñador. Sin duda el creía en un mundo distinto, un lugar que podía llegar a ser maravilloso si nos proponíamos ser mejores personas aportando cada uno su granito de arena.
Muchas noches, después de cenar, me puse el disco y cantaba la canción a solas. Derramando alguna lágrima soñando con un mundo mejor, deseando vivir en un lugar lleno de felicidad, sin maldades de ningún tipo y donde el amor no se tuviera que ocultar. 
Ese mundo irreal lo encontré mucho tiempo después. Un lugar como ningún otro donde toda la gente parece ser feliz y una sonrisa asoma en sus rostros. Un mundo utópico que durante unas horas te hace pensar que es posible un sitio como el que describe John Lennon en Imagine. 
Y la Navidad es ese ambiente en el que todo se desarrolla como si fuera un sueño. París es el escenario. La ciudad se viste con sus mejores luces. La capital francesa se llena de olores y sabores. El olor del vino caliente en los muchos puestos callejeros, el del queso Reblochon que se derrite en las cacerolas junto con el bacon, la cebolla y las patatas mientras hacen tartiflette, el de los crepes tomando forma en las calientes planchas, el del chocolate humeante en vasos de plástico. 
Miles de personas paseando por las anchas avenidas, observando los escaparates que los parisinos decoran con un arte especial. Motivos navideños, pares donde pares, que no dejan que te olvides que estas en esa época en la que nada importa más allá de ser feliz. 
Los Campos Elíseos al anochecer es como un cuento, uno de esos que te narran de pequeño y con el que te acuestas en la cama el 24 de Diciembre soñando con personajes barrigudos vestidos de rojo y con blanca barba. 
Ni siquiera si te pilla un día lluvioso le quita un ápice de grandiosidad al momento y miras hacia arriba diciendo que son cuatro gotas aunque este diluviando. Optimismo a raudales porque eso es lo que hace esta ciudad, te crea esa ilusión irreal de estar en un lugar realmente único. 
Pero el epicentro de toda esa felicidad está a unos kilómetros de las riberas del Sena. Cuando coges el tren, medio dormido, no te imaginas el día que te espera. No intuyes, viendo pasar los suburbios de París por la ventanilla sucia del vagón, que ese tren te llevará a un lugar mágico. 
Aunque algunas pistas del lugar al que te diriges ya se palpan en los asientos cercanos. Niños impacientes por doquier, padres nerviosos pendientes de donde van sus inquietos hijos, chavales con las novias agarrados de la mano, y gente como yo, personas que creen que Disney ha hecho algo increíblemente difícil. Hacer que los adultos sueñen, se rían y miren el mundo como si volvieran a ser críos de nuevo. 
Ir allí no es ir a cualquier parque de atracciones con sus montañas rusas y sus colas interminables. Lo que me llama la atención es el ambiente. Los semblantes de la gente. Los niños expectantes. Las decoraciones y sonidos. Y yo mismo que me descubro emocionado cuando por la noche sale la cabalgata de los personajes y al final llega Papa Noel con su carroza tirada por renos enormes. Ese caudal de sentimientos vividos durante todo el día desemboca en unas pequeñas lágrimas de felicidad al ver que todo el mundo disfruta y que todo se reduce a ese sentimiento de dicha que deseas que no acabe. Mires por donde mires no hay desgracias, no hay tristezas, no hay guerras ni mezquindad. Como dice Lennon en la canción abajo no hay ningún infierno y arriba sólo esta el cielo. 
De vuelta en el tren, con la mirada perdida en la noche parisina, sientes que has vivido uno de los momentos que recordaras para toda la vida. Y te acuestas con una sonrisa en la cara tarareando canciones navideñas con acento francés. 
Y si al despertar miras por la ventana del hotel y ves un manto blanco sobre las calles y los pequeños copos de nieve cayendo en el alféizar sólo puedes hacer una cosa.....coger a tu acompañante y besarla. Esa imagen de París nevado no podría ser más bucólica, más romántica. Y el beso en la ventana se transforma en una caricia en la cama, en un nuevo beso esta vez desnudos sobre el mullido colchón. Incluso hacer el amor en París es extrañamente mágico porque en el fragor de la batalla te descubres soltando expresiones típicamente francesas.....Mon amour!....Oh, la la!....Mon Dieu!....Je t'aime!... Y en la ducha te descojonas pensando en ello, ¡coño! ¡Si parecía el mismísimo Napoleón!
¡Qué misterioso es todo cuando la pasión nos rodea! 
Desde ese día que escuché Imagine por primera vez y soñé en el Fnac ha pasado mucho tiempo. Pero nada ha cambiado dentro de mi. Esta mañana volví a oírla con los ojos cerrados sentado en el autobus. De pronto he sentido como se erizaba mi piel y los ojos se humedecían. Con un poco de esfuerzo he procurado no llorar. ¡Jodido Lennon y su mundo utópico!¡Jodida magia!¡Jodidos sueños!
Desde hace tiempo a todo el mundo le digo que quiero volver a París en Navidad. ¿Por qué? Porque significará que vuelvo a ser feliz. Volveré a ver ese mundo único, volveré a cantar la canción de Piratas del Caribe en mi atracción favorita, volveré a hacerme una foto en la Torre Eiffel, volveré a comer un crepe con Nutella, volveré a ver patinar a la gente en los Campos de Marte, volveré a pasar frío viendo los escaparates de las Galerías Lafayette y entraré para calentarme y veré su enorme árbol de Navidad. 
Por eso deseo, con todas mis fuerzas, volver a París. Porque eso querrá decir que he encontrado el amor, y que despertaré cada mañana con una sonrisa en mi cara y un sentimiento en mi corazón. De ahí mi empeño en volver. Porque sin duda quiero amar y ser amado en la ciudad de las luces. Porque cuando escuché por primera vez Imagine, el mundo que yo imaginaba estaba lleno de paz y amor y una bella mujer me cogía de la mano para no soltarla jamás. Ese era mi mundo soñado. Ese es el mundo en el que me hizo creer John Lennon. 



1 comentario:

  1. Que bonitooooo, me ha encantado, que bien escribes, me imagino alli en Paris, puedo sentirlo te lo juro, al escribirlo de esa manera haces que al cerrar los ojos mi mente viaje a ese lugar y pueda disfrutar de la felicidad que hablas. Ademas el otro dia justo vi el video de la cancion Imagine que te da una paz interior increible. Muaks y sigue escribiendo asi.

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