La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 13 de abril de 2013

Desmontando a Rubén (parte 2)

En la primera parte escrita hace ya algún tiempo, cerca de tres meses, hablaba de mis historias del corazón. Ahora intentaré hablar de algo un poco más difícil. Desmontaré mi alma y la expondré ante todos.
¿Quien soy yo?
Podría definirme como un chico curioso, tímido e introvertido. Pero me quedaría en la superficie, sin duda. Hay que rascar un poco más para ver a alguien muy emocional, una persona a la que no le gusta exteriorizar demasiado sus sentimientos. Sensaciones a buen recaudo en el fondo de mi alma, posiblemente.
Extremadamente melancólico, siempre acabo pensando que cualquier tiempo pasado es mejor que el mismísimo presente o que el incierto futuro. Esa melancolía, en ciertas ocasiones, ha causado el que no disfrutara del momento tanto como debiera y me he descubierto pensando que podría haber sido mejor tal o cual vivencia.
Esa tristeza que a veces inunda mi corazón la he tenido siempre. Mirando por la ventana hacia el horizonte, los recuerdos se amontonaban en mi memoria y aunque nunca debiera quejarme de mi vida, ya que en términos generales ha estado aceptablemente bien, siempre he tenido ese regusto a que podría haberse mejorado en cierta forma.
¿Qué otro adjetivo podría definirme? Soñador. Seguro que este es obvio. Pero contaré una breve historia. Hace unos años, cuando contaba con unos 19 más o menos vi una película. No recuerdo el título pero  actuaba River Phoenix. Bien, el argumento se podría resumir así. Dos chavales que se alistan en el ejército pasan sus últimos días, antes de partir para la guerra de Vietnam, divirtiéndose y pasándoselo en grande. Hacen una apuesta. Tienen cuatro días para ligarse a una chica. Pero no a una cualquiera, debe ser una chica no muy agraciada físicamente. En definitiva, el que lleve a la más fea gana. Chiquillerías de adolescentes se podría decir. El personaje de River Phoenix conoce a una mujer (que yo no encontré fea para nada) y en cuatro días se enamora de ella. El final es triste y amargo y no lo desvelaré por si a alguien le da por verla. Pues bien, cada verano cuando estaban acabándose las vacaciones me entraba un poco de depresión pero pensaba en esos cuatro días. Y me decía que cualquier cosa podría suceder, al igual que ocurría en la película. Cuando aún restaban cinco días para volver al tedio de la rutina de Madrid mi ilusión se centraba en pensar que todavía había tiempo para que sucediera algo extraordinario. Un día después mi ilusión era máxima al desear con toda mi alma un acontecimiento que cambiara todo mi mundo. Cuando ese día se acababa la desilusión venía a mi y ya no me abandonaba hasta unas semanas después. Pero pese a la decepción de cada año al ver que nada excepcional sucedía, yo seguía soñando en mis inestimables cuatro días. Y como suelen decir, la fe mueve montañas, un verano acaeció un echo extraordinario. No obstante, esa es otra historia, aunque puedo contar que el final no fue de cuento y la cosa no terminó con un "and they lived happily ever after".
A la vista de esta breve anécdota, os daréis cuenta de que algo que me define es el romanticismo. Pienso y creo en el amor verdadero. Sinceramente deseo con todas mis fuerzas no estar equivocado y que mis creencias no sean más que simples cantos de sirena. Mi convicción es que toda persona en este planeta debe tener a alguien destinado para él. Si descubro que esta afirmación no es cierta y que he estado haciendo el primo, el mundo se me viene encima. Y honestamente, pediría al que procediera que me devolviera el dinero o en su defecto que me dejara dar una vuelta más en la montaña rusa de la vida.
Como creo en la media naranja que todos tenemos en algún lado, me pongo a pensar. ¿Quién de los cuatro mil millones de mujeres que hay en el planeta es la que posee la mitad de mi corazón? Terrible pregunta. Espero no tener que deambular por los cientos de países de este mundo preguntando, oye ¿tienes la mitad de mi corazoncito por ahí en algún lado? Mírate bien en los bolsillos por sí acaso, no sea que tenga que dar la vuelta cuando pase la frontera y estos de aduanas me hagan el lío y no me dejen volver.
En fin, sigamos.
Últimamente he descubierto algo de mi personalidad. Soy muy vanidoso. Me creía una persona a la que le gustaba pasar más desapercibido, en el anonimato de la multitud. Sin vanaglorias de ningún tipo. Pero me encanta que me regalen los oídos con toda clase de elogios que por otra parte no se de donde salen porque que me digan que soy guapo o que tengo unos ojos bonitos no se entiende muy bien. O el mundo esta loco o la belleza se mide en otros baremos y la escala ha bajado un pelin.
Inmaduro podría ser otro adjetivo. Pero este no es que venga conmigo en el paquete. Es que me gusta ser así. La madurez trae consigo dos cosas, una buena y otra muy mala a mi modo de ver. Por un lado la sabiduría. La sapiencia que te dan los años y las experiencias vividas es innegable. Pero por otro lado esta la rigidez de pensamiento. Eso es horrible. La madurez lleva implícito un pensamiento ya preestablecido, un modo de pensar y de hacer las cosas demasiado serio, demasiado cuadriculado. Mi comportamiento es quizá más infantil, pero creo que por ello más fresco, más sano. Sin duda más diferente a los tipos de 35 que hay por ahí. Sueño con ser Peter Pan en un mundo lleno de gente como el Capitán Garfio.
¿Es difícil ser Rubén? Pues diría que no. Creo que todo el mundo tiene su pizca de romanticismo, su alma de niño, su nostalgia y melacolia. Todos somos curiosos y tímidos con nuestras vidas. Todos guardamos un poco de nosotros mismos para nosotros mismos. Encuentro más difícil encerrar la imaginación y todos estos sentimientos en una caja y guardarla en el fondo de nuestro corazón que dejarlos aflorar y exponerlos. Sólo es necesario un poco de valentía. Y en ello estoy.

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