La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 14 de febrero de 2017

Día 38: Disneyland is your land.

"To all that come to this happy place, welcome. Disneyland is your land."
Este par de frases son parte del discurso que Walt Disney hizo en la inauguración del parque de California. Era el 17 de julio de 1955. 

¿Por qué te consideras raro? Me preguntaba alguien no hace mucho. 

Hoy es 14 de Febrero. Noche con alguna nube diseminada por el cielo, que puedo entrever tras las cortinas. Sentado en el sofá, con música de Disney rebotando en las cuatro paredes del salón de casa, no puedo hacer otra cosa que soñar. 
Necesito imperiosamente imbuirme en mi mundo de fantasía, cerrar los ojos y atravesar las puertas que mi mente abre de par en par.

Yo no creo que seas raro, afirmaba la persona que me hizo la pregunta de más arriba. 

Acababa de llegar a Anaheim, donde está Disneyland. Subí la maleta a una de las enormes camas que  había en la habitación decorada con miles de detalles encantadoramente evocadores de las pelis y dibujos de la compañía. Apliques, toallas, sábanas, lámparas, miles de orejas de mickey por doquier adornaban aquella habitación. Me dispuse a abrir la maleta y vestirme para salir a explorar. Quería ir a cenar y miré el plano que encontré sobre el escritorio de madera oscura que ocupaba una de las esquinas de la habitación. Había un par de restaurantes aún abiertos a esa hora y dije con alegría, ¡vamos a cenar a Tangaroa Terrace! 
No llevaba ni una hora en uno de los lugares más felices del planeta y ya estaba discutiendo. Ella estaba cansada, cosa bastante lógica ya que veníamos de un largo vuelo desde Hawaii a Los Ángeles. Sin embargo, yo no podía simplemente decir, vale dormimos y mañana salimos descansados a ver que hay. No, ese no es mi estilo. Moría de ganas de explorar todo aquello. Abrí la terraza que teníamos y escuché la música que salía de las decenas de altavoces diseminados por los alrededores, ¡jo, venga que aún son las 11! 
Un rato después estábamos sentados en una mesa iluminada por una antorcha comiendo una hamburguesa del Tangaroa, ella con cara de mala leche y yo, pues yo contento porque aquel día se había alargado un poquito más y simplemente no me había ido a dormir. 

14 de Febrero, el día del amor. El día en el que uno tendería a no discutir y dejar que las cosas sigan su curso y fluyan como los ríos a través de su cauce. 

Llevo un rato largo pensando y creo que no conozco a una sola persona con la que no haya discutido en algún momento de mi vida. Personas de todo tipo de caracteres, tranquilas, pausadas, calladas o con la mecha corta, de todo tipo de creencias, de todos los lugares del mundo. No hay nadie que se haya cruzado por mi camino con la que no haya tenido una discusión de algún tipo. ¿Pero cómo es posible eso? 

Soy raro. Volví a afirmar a esa persona que negaba lo evidente. Muy raro, sentencié. 
Quien lea estas líneas me dará la razón, ¿a que sí te conozco hemos salido tarifando alguna vez? 

Curiosamente los que no me conocen piensan lo contrario. A la pregunta de cómo es Rubén podrían contestar, es un tío majete. Tranquilo, vamos. Afirmarían los que poco o nada han tratado conmigo. 
Pero si es así, ¿por qué más de una vez me han dicho eso de nunca suelo discutir pero es que tú a veces me sacas de quicio? 

Definitivamente soy obstinado, cabezota, intransigente, demasiado pasional, terco. Raro, en una palabra. 

14 de Febrero, música de violines de la peli de la dama y el vagabundo sonando a través del móvil. Cierro los ojos. Sueño que vuelo a Anaheim de nuevo, que voy al lado de alguien que me sujeta la mano y que por fin, no discutiré por cualquier gilipollez. 
San Valentín, cumple mi deseo. Porfa. 





lunes, 13 de febrero de 2017

Día 37: Magia.

Los hechos extraños nos envuelven a cada instante. Nos sacan de la lógica y rompen todos los esquemas que nos han inculcado desde pequeños. Dos más dos son cuatro, decían en el colegio. Pero, ¿y si eso no es totalmente cierto? ¿Y si en nuestro mundo hubiera una solución distinta para esa suma?

Hace unos días me enteré de la existencia de Beatriz. Tras escuchar su nombre y su enigmática historia me sobresaltó una pregunta. ¿Existe la magia? 

En realidad, Beatriz puede que no se llame de tal forma. Ya de por sí, eso tiene algo de insólito. Me explicaré. Bea es una niña robada, un bebe al que sacaron de su cuna usurpando la felicidad de una familia, arrancándola de los brazos de una madre y del cariño de un padre. Imagino el dolor que debieron sentir, la desesperanza, la frustración de esos padres y su impotencia al no poder hacer nada más que esperar a que las investigaciones dejaran de negar día tras día la identidad del malhechor, por no llamarlo hijo de puta o hija de puta que la maldad no distingue de sexos en estos menesteres. 

Sin embargo, esta historia está llena de matices fascinantes. No sabemos si Bea se despertará mañana siendo Diana, o quizá Bea se tome su café del Starbucks respondiendo al nombre de Sonia, incluso alguien podría llamar a Bea por teléfono a media tarde saludándola con efusividad...¡Hola Carol! ¿qué tal ha ido la mañana? 
No, no sabemos su nombre. Pero...podemos saber con cierta seguridad que su pelo será oscuro. Negro azabache. 

Ciertamente la probabilidad de que sea negro no es del cien por cien, ¿quién de vosotras no se ha teñido el pelo alguna vez? ¿Quién no ha ido en alguna ocasión a la peluquería y con una férrea convicción de que serán la sensación del trabajo, gimnasio, o boda de turno, no ha soltado eso de...quiero unas mechas californianas? 

Jugamos con conjeturas, probabilidades estadísticas, campanas de Gauss y binomiales. Desde luego que es así, pero lo que realmente seduce de esta historia es que también podemos saber el color de su mirada. Beatriz tiene los ojos pardos, castizamente marrones. Ocre tirando a tierra mojada. 
Y aquí, queridos lectores, la posibilidad de acertar es mucho mayor. No hay una gran cantidad de personas que usen lentillas de colores. 

Esos ojos pardos, indiscutiblemente, serán enormes. Redondos. Amplios. Beatriz será reconocida por su rostro, no albergo duda alguna. Pero, ¿qué más datos se podrían aportar de un bebé robado? 
Bien, pasemos a los labios. Finos y gruesos a la vez, largos. Infinitos. El superior es una línea que resalta su nariz respingona, el inferior es grueso y carnoso, acentuando una barbilla en v abierta, de brazos algo caídos. 

Orejas centradas, en su posición justa. Frente amplia. Cejas kilométricas. Mofletes prominentes. Hoyuelos al sonreír. ¿Y qué decir del cuerpo? Tema peliagudo donde los haya. Ahí entraríamos en la zona crítica, en el nivel de riesgo de cualquier estadístico. Podríamos imaginar un millón de cuerpos para Bea y no dar con su figura real. 

¡Anda ya, Rubén! Podríais exclamar ahora mismo. Un bebé puede cambiar de mil formas, afirmaría alguien no creyente en la magia. ¡Bendita J.K. Rowling y su escuela de magos de Hogwarts! 
Lo que aún no os he confesado es que tengo un as en la manga, como cualquier mago que se precie. Mirad bien, observad. Creed.

Beatriz no es una persona, son dos. Es aquí donde subyace el hechizo de este cuento y es que en aquel mágico parto, la mamá de Beatriz dio a luz a dos niñas. Ambas idénticas. Gemelas. 

Mientras la hermana de Bea me contaba como a cada sitio que viajaba y en cada ciudad que visitaba, se paraba en cada rostro intentando reconocer a su hermana robada al nacer yo me preguntaba, ¿existirá la magia de verdad? ¿Se encontrarán algún día Bea y su hermana y se fundirán en un hermoso abrazo? 

Dos más dos son cuatro. Dos más dos son diez. Ambas respuestas son válidas. Nadie que afirme cualquiera de esas dos posibilidades se equivoca. ¿Y cómo es posible? Sencillo. Depende del punto de vista con el que se mire. En un sistema de numeración de base 10, el que todos usamos en nuestra vida diaria, dos más dos serían cuatro. Sin embargo, en un sistema de numeración de base cuatro, dos más dos serían diez. 

Las matemáticas siempre han tenido algo sobrenatural en sí mismas. La belleza de la magia, de lo insólito e increíble radica en que cualquier cosa puede suceder. Por eso, hechizado por la incesante lluvia que cae sobre mi ventana en una madrugada de mediados de Febrero me encantaría pensar que vivo en un mundo tan especial y mágico, que dos más dos nunca llegan a ser cuatro. Un lugar en el que el sistema de numeración sea totalmente distinto al habitual y por supuesto en el que ambas hermanas separadas al nacer se reencuentren por fin. ¿No pensáis que estaría genial ver el mundo desde otra perspectiva?¿No sería maravilloso creer en la magia?

Post scriptum: los magos no suelen rebelar sus trucos a riesgo de que les expulsen del colegio de Hogwarts pero he aqui por qué dos más dos son diez. En base 4, los unicos números existentes serian 0, 1, 2, y 3. Por lo tanto, la forma de representar el número 4 sería el 10. Dos digitos distintos, pero que leidos nos darian diez. 
La virtud del ilusionista es hacer creer que lo imposible es posible. 



lunes, 6 de febrero de 2017

Día 36: Adrian.

Yacía tumbado en la lona. Derrumbado por el último golpe, un directo a la mandíbula que le hizo caer a plomo como si de un tronco recién talado se tratara. Apenas podía abrir los hinchados ojos que luchaban por enfocar más allá de su propia nariz. En ese descomunal esfuerzo logró encontrar una figura, la de una mujer. Y no la de cualquiera dama sino la que le había robado su corazón. Su nombre, el de ella, Adrian. Él, ya habréis imaginado, es Rocky. 
Después de observar la cara de dolor que la misma Adrian tenía al ver cómo su querido Rocky apenas podía mover un solo músculo, sacó todo su orgullo y consiguió ponerse en pie antes de que el juez acabara su inoportuna cuenta. Pero fue más allá, ver el rostro de aquella mujer le había hecho reunir esas fuerzas que apenas le quedaban y luchó. Lo hizo como nunca antes lo había hecho. Las voces de ánimo desde la grada le conminaban a batallar, y de entre todas ellas solo una le importaba más que su vida misma. Por eso, arrinconó a su oponente en una esquina y empezó a soltar el puño con velocidad y potencia. Tenía que ganar el combate. Para ella, por ella, con ella. 
Al sonar la campana del duodécimo asalto, dando por concluida aquella contienda entre dos titanes, Rocky soltó un rugido desgarrador, un grito que pudo escuchar cualquier persona que presenció ese mítico final, un bramido que salió de su propia alma. ¡¡¡Adrian!!!

Durante infinidad de horas, días, semanas, meses, he buscado ese rostro entre la multitud. Esa carita que me hiciera levantar de la lona y seguir luchando. 
Cuando peor estuve, cuando tirado en el suelo las lágrimas no dejaban de salir pareciendo caudalosos ríos de agua salada, intentaba vislumbrar a mi Adrian. Me aferré a esa idea con todo mi ser. Ella estaba ahí, entre todo ese batiburrillo de personas. Pero, ¿quién sería?

Apenas podía ver. Los golpes me habían machacado tanto, que mi cuerpo no respondía. Mis ojos no veían más allá del dolor que sentía. Cualquier cronista hubiera dicho que estaba perdiendo ese combate. Yo, sin embargo, no era consciente de ello tan solo sentía que la vida se me escapaba entre los dedos e impotente no podía hacer cosa alguna más que esperar a que el chaparrón de impactos sobre mi persona finalizara. 

Y ahí, agazapado en el suelo, miraba rostros. Miles de semblantes. De ojos claros u oscuros, con pelo rubio, moreno, sonrisas amplias, narices respingonas, hoyuelos, pecas, cicatrices, formas redondas u ovaladas, piercings, surcos y arrugas. A todas ellas les interrogaba con la mirada, ¿eres tú mi Adrian? 

En alguna ocasión, pocas he de admitir, me topé con un sí a esa estúpida pregunta. No obstante, fuera la necesidad de creer o las tímidas ganas de levantarme y seguir en la pelea, mi mente o más bien mi corazón me jugó alguna que otra mala pasada. Y a los pocos días me daba cuenta de que ellas no eran la Adrián que yo buscaba sino la de algún otro que aún andaba en alguna otra contienda similar a la mía. 

La lluvia de directos de izquierdas, cruzados y ganchos dejaban mi cuerpo tan maltrecho como si le hubieran pasado mil camiones por encima. Tan solo me cubría, levantando cobardemente los brazos para defender en la medida en que me fuera posible el órgano más valioso, mi corazón.
Bien es cierto que yo también asesté algún golpe, uno de esos llevados por la rabia más que por haberme convertido en guerra, y que levemente, sin fuerza alguna, llegó a impactar en una de esas almas cuyos rostros no paraba de escrutar. Es lo que se dice estar en el peor lugar, en el momento menos oportuno. Mala suerte, sin duda. 

Las luces del cuadrilátero titilan ante mis entornados ojos que intentan adivinar por dónde vendrá el siguiente hachazo. Ya no me fío ni de mi propia sombra y cualquier amago, cualquier duda me pone sobre aviso. Pero, amigos, el corazón es bobo y confiado y una y otra vez entra en la finta del contrario. Un quiebro repentino y, ¡zasca! La ceja derecha abierta, sangrando y nublando aún más mi obtusa vista. Noto el sabor de la sangre que cae por las comisuras de mis labios. Dulce, espesa. Esa brecha envalentona brevemente mi espíritu, lanzando manotazos e improperios al aire. 

El tiempo camina rápido, los asaltos se suceden sin descanso. Y tú, ¿eres mi Adrian? 

miércoles, 25 de enero de 2017

Día 34: Smooth seas don't make good sailors.

Siento los músculos.
Cada repetición duele. Cada repetición es un paso más hacia el éxito. Cada repetición me fuerza a la siguiente. 
No puedo parar, no ahora. El sudor resbala por mi frente, las gotas nublan mis ojos. No puedo parar. Aún así me detengo. Los brazos tiemblan, el corazón bombea sangre y oxígeno. Recupero y vuelvo a empezar. Fallar, sin duda alguna, es parte del éxito. 
Creo en ello, tengo la certeza de que puedo conseguirlo. No pararé hasta hacer una repetición más que la serie anterior. Y si algo me detiene, si algo se pone en mi camino, volveré a comenzar de nuevo.  
Rendirse no es una opción en el día de hoy. 


martes, 24 de enero de 2017

Día 33: Matrix.

¿Estaré muerto?
En ocasiones me lo pregunto. 
Hace algo más de tres años tuve un accidente con el coche. Un fuerte golpe, en un paso elevado de la m30 madrileña, contra las barras protectoras que nos guardan de caer al abismo. ¿Y si, en un infortunado golpe del destino me estampé contra el suelo? ¿Y si los efectivos del Samur no pudieron reanimarme? ¿Y si sigo en coma en la fría habitación de un hospital haciendo que mis familiares se hagan esa maldita pregunta de, no será mejor dejar que se vaya del todo? 
¿Tenemos la absoluta certeza de que estoy vivo? Y vosotros, ¿lo estáis? 

Me invade la terrible sensación de que todos sois un producto elaborado de mi mente y que en realidad nada existe. No hay un iPad en el que escribir estos estupidos pensamientos, la botella de agua que hay sobre la mesa no está ahí, la centelleante bombilla de la lámpara de mesa jamás brilló. No hay nadie a mi alrededor. La morena que, frente a mi, teclea rápidamente en su móvil es algo sacado de mi mente y desde luego, todas esas personas que alguna vez me escribieron a mi son tristes fantasmas ideados por mi cerebro, aún vivo, enclaustrado en un cuerpo inerte. 
Todo cuanto toco es una ilusión, todo cuanto veo es un espejismo, todo cuanto siento es una mentira. Vivo en mi Matrix particular, en un universo creado por y para mí. Pero, si es así, ¿por qué no creo un lugar en el que yo sea el héroe, en el que la chica guapa de turno me ame para siempre? ¿Por qué diablos mi mente no idea un cuento eterno en el que la felicidad inunde mi corazón? ¡Seré estúpido!

Me toco el pecho, siento los latidos. Pausados, lentos. Noto ese perezoso palpitar, ¿será sangre eso que fluye por mis imaginarias venas? 
Parpadeo. Mis largas pestañas se mueven. Mis ojos, con la mirada perdída puesta en un punto indeterminado del horizonte, observan sin ver. 
Respiro. El aire lleno de oxígeno inunda mis pulmones. Huelo el perfume de alguien. Olores que traen recuerdos que dudo que estén dentro de lo auténtico. 
Mis dedos se deslizan sobre la mesa porosa, irregularidades que me incitan a pensar que ella si es posible que este ahí. Vanas ilusiones, supongo. 
Un corto escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Será que estoy destemplado?
Seguramente haya alguna enfermera anónima tapando mi inmóvil cuerpo mientras sigo pensando que escribo. Moribundo en cualquier sala blanquecina, de techos altos y cuyo sonido de fondo son los estertores de personas que como yo, somos acechados por la muerte en cada rincón de este tenebroso lugar. 

Me siento como un Adán antes de que Eva fuera creada. Pero lo más extraño de todo, es que en esta historia yo sería el creador, el cuentacuentos, el único con potestad para idear un nuevo personaje. Por eso, dudo. Si esto fuera un sueño, si en realidad estoy muerto o a punto de pasar al otro lado ¿sería tan gilipollas como para no hacer realidad lo que anhelo? Podría ahora mismo modelar a alguien, mis palabras serían el escoplo y el cincel que poco a poco dieran forma a esa Eva de la que tanto hablo. ¿Qué me lo impide, pues? 

Mi alma ha dejado de creer. Es la única explicación que encuentro, la única solución posible. Quiero y deseo confiar. Muero por poder hacerlo, pero no se puede engañar al alma por muchas palabras que se escriban. Si no hay confianza no se puede crear, si no hay creación no se puede amar, si no hay amor es que estoy muerto. Este silogismo hipotético es el que me lleva a pensar que nada existe, y que todas estas ideas se esfumaran como el viento disipa el humo de un cigarrillo. Nadie leerá todo esto. No hay una María, ni un Juan, ni una Carmen, ni un Alberto. No están ni Pedro, ni Sonia, ni Lola, ni tristemente Noelia. Tan solo estoy yo, Rubén. El único habitante de mi mundo. 

jueves, 19 de enero de 2017

Día 32: Alicia y la llave de su autodestrucción

¿Alguna vez habéis deseado con toda vuestra alma que los cuentos se hiceran realidad? ¿En cuántas de esas ocasiones os dio tanto miedo mirar al abismo de vuestros sueños que repentinamente os escondisteis bajo la manta contando hasta diez, rezando para que esas oníricas imágenes siguieran perteneciendo al mundo de lo irreal? 

Alicia estaba frente a mi. Tumbada sobre la cama y con el edredón hasta el cuello. Unas horas antes me había mostrado su mundo de las maravillas, lleno de colores, animalitos, y hadas. La magia nos rodeaba, la música envolvía nuestros sentidos y el ron corría por nuestras venas mientras sus ojos, esos potentes ojos oscuros escrutaban todo mi ser y desarmaban mi coraza. Esa defensa natural que todos llevamos cuando algo sobrenatural nos acecha.
Alicia cogió mi mano, o quizá fui yo quien cogí la suya. En cualquier caso recuerdo que fue entonces cuando, con toda la sonoridad de esa voz llena de matices de fantasía me dijo...Rubén, te voy a contar una historia. Un cuento lleno de terribles sufrimientos.

Allí, al verla tumbada en la cama, indefensa cual cervatillo en un oscuro bosque recordé la historia de nuevo. Ella la tituló la llave de la autodestrucción y empezaba de la forma más inimaginable posible para una cruenta batalla entre el bien y el mal. Las primeras palabras que pronunció mientras sostenía mi mano entre las suyas fueron...Jamás amé a nadie como le amé a él. 

Mi alma temblaba al oír el desenlace. ¡Maldita sea la estupidez humana! Exclamé. Mi corazón clamaba venganza, deseaba vestirme de héroe justiciero e ir en busca del malvado personaje del cuento. Mi mente tranquilizó en parte a mi corazón y le hice prometer a la bella Alicia que jamás me daría pistas sobre el paradero del malnacido que había accionado la llave de la autodestrucción de su alma. 
Jamás me digas quién es, pequeña Alicia. Nunca lo sabrás, me contestó ella. 

Durante unos segundos me quedé observándola. El edredón le llegaba a la barbilla. Veía sus ojos, los cuales a su vez miraban un techo blanco lleno de sombras. Ella giró su cabeza hacia la derecha y nos encontramos. Un rápido espasmo recorrió todo mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, transformándose en mi cerebro en una imagen. Un flash tan potente como devastador. Ella en el hospital, con el alma y el cuerpo masacrados, con su corazón roto en mil pedazos y la única convicción de que aquello tendría que acabar de una forma u otra. 

¿Pero Alicia, donde está el príncipe en este cuento? Pregunté a mitad de la historia. Ella cogió su copa, bebió un poco de su Brugal con cocacola y mirando hacia el infinito dijo tristemente. Rubén, en esta historia no hay príncipes, ni tan siquiera sombrereros locos. Tras decir esto, se recostó sobre mi pecho y continuó con aquella narración llena de sórdidos pasajes, al tiempo que sus ojos se humedecían poco a poco...cualquier cosa era una excusa para pegarme y llamarme zorra. 

¿Quién demonios era yo para pedirle eso?¿Quién me creía y con qué derecho? Yo no era nadie. Y aún así me acerqué a ella. Y allí tumbados, uno junto al otro, le acaricié su cara con la mía. Sentí su piel tibia sobre mi rostro. Su boca en mi mejilla. Su cálido aliento sobre mi cuello. Y en ese instante le pedí la llave de su autodestrucción. No quiero que nadie rompa tu alma al pulsar el botón adecuado. No deseo que vuelva a ocurrir y la única manera es ser el guardián de la llave. Quiero protegerte Alicia, sostuve mientras mi mano se dirigía hacia su espalda y fundiéndome en un abrazo con ella le susurré al oído...dame la llave. 

Su primera reacción fue de miedo. Su cuerpo aterrado se alejó del mío. Giró la cabeza y me dio la espalda. Rubén, temo abrir mi alma. No quiero ni debo. Me quedé inmóvil unos segundos mirando las oscuras sombras que danzaban por las paredes de la habitación. Fantasmas de un lejano pasado. Besé su espalda y le hice una pregunta tan simple que ella se dio la vuelta y me miró a los ojos, extrañada. ¿Confías en mí? Si, dijo Alicia solemne. Entonces dame tu llave, coge mi mano y recorramos este sendero juntos. 

¿Y qué sería de un cuento sin su beso? Nada más que palabras vacías, sin ninguna duda. Alicia llevó mi rostro a su pecho y le besé el corazón. Ese gesto desembocó en una lágrima de ella y en un nuevo abrazo mío. Eres el auténtico mago de Oz, Rubén. Dijo la bonita Alicia rozando mi pecho con su mano para acabar juntando sus labios con los míos en un mágico y sentido beso.

Quizá fuera el hechizo de la luna llena que asomaba en el cielo aquella noche, o quizá fuera el ron que ya hacía de las suyas, puede que incluso las decenas de hadas que pululaban por aquella casa tuvieran algo que ver en lo que sucedió después de aquel beso. Alicia metió un par de dedos bajo su piel, en el lado izquierdo del pecho. Y de allí extrajo una pequeña llave dorada. Y con un gesto complaciente me la cedió susurrando estas palabras en la oscuridad de la noche. La llave es tuya, cuida de mi. Por favor. 

Algo dentro de mí me dijo que debía hacerlo. Un instinto sobrenatural llevó mi mano con esa pequeña llave hacia mi pecho y como si mi piel y mi carne fueran papel, llegué con los dedos hasta mi corazón. Notaba los latidos, notaba aquel sublime bombeo, la sangre que circulaba por cada vena y arteria, notaba la vida surcando mi cuerpo. Y allí, al lado de mi corazón dejé la llave de la autodestrucción de Alicia. Ella estaba a salvo, nunca jamás volvería a sufrir. Nadie la haría daño de nuevo. 

¿Quién de vosotros no ha soñado alguna vez con ser tan fuerte y valeroso como Arturo, o tan sabio como Merlin?¿Quién no ha deseado alguna vez ser el héroe que matara al dragón o el príncipe que despertara a la princesa de su sueño eterno? ¿Quién no se ha levantado sobresaltado de la cama tras haber derrotado a las hordas de malvados orcos y lanzando un profundo suspiro ha dicho, ufff solo ha sido un sueño? ¿Y quién a las tres de la mañana no ha dicho alguna vez, sigo en un sueño o estoy viviendo un cuento de verdad?

martes, 20 de diciembre de 2016

Dia 31: Lágrimas.

"Brillan tanto las lágrimas en los ojos de una niña, que nos da lástima besarlas cuando están secas."

No sé cuándo ni en qué lugar leí esta frase de Byron, sin embargo en algún recoveco de mi mente estaba guardada y como por arte de magia, vino a mi de nuevo esta mañana al ver llorar en el metro a una chica que sentada en un anónimo vagón, lleno de gente atenta a sus móviles y libros, se secaba sus húmedos ojos con el dorso de la mano.
Me topé durante unos segundos con su mirada, llena de tristeza y melancolía. Esos ojos pardos, acuosos, dejaban entrever una amargura y desconsuelo infinito. 
Cuando nuestros ojos y almas se cruzaron durante ese breve instante, que se me antojó eterno, un profundo desasosiego llenó mi corazón. Poco me faltó para acercarme a ella y preguntarle algo tan absurdo como si se encontraba bien. No lo hice por conservar su intimidad, su derecho a soltar eso, fuera lo que fuese, que oprimía su corazón. 
Pelo castaño claro, oculto tras un gorro de lana lleno de colores que dejaba escapar algún mechón por su frente poblada de surcos y arrugas causados por la llorera. Sus labios finos se torcian en una mueca de pesadumbre, la nariz, pequeña y enrojecida, moqueaba sin descanso. Un abrigo cubría la mayor parte de su delicado cuerpo. Delicadeza que intuí en sus delgadas piernas, enfundadas en un vaquero oscuro, que terminaban en unos zapatos de tacón vertiginoso. Diría que estaba entre los 30 y los 40 pero nunca adivinar la edad se me dio bien del todo así que no me aventuraré en aproximar un rango menor.
¿Qué le habría ocurrido? Me pregunté tras salir de mi ensimismamiento inicial al sentir un codazo de alguien que intentaba salir del vagón. ¿Una muerte inesperada? ¿Un amor no correspondido? ¿O quizá un matrimonio que se rompe en mil añicos? El anillo que llevaba en la mano con la que se secaba las lágrimas que recorrían su compungido rostro me hizo pensar que los tiros iban por ahí. 

Unos cien años antes de nacer Byron, Newton daba forma a su tercera ley en un volumen escrito en un latín lleno de filosofía y matemáticas. "Actioni contrariam semper & aequalem esse reactionem: sive corporum duorum actiones in se mutuo semper esse aequales & in partes contrarias dirigi." Esta pomposa frase que se puede leer en cualquier manual sobre física sacado de cualquiera biblioteca universitaria se resume en dos palabras...acción-reacción. 

Viendo a esa chica llorar me dió por divagar a esas tempranas horas echando la culpa de esa tremenda tristeza que ella sentía y por empatía, que me hizo sentir a mi, a la terrible afición que tenemos los seres humanos por amar y ser amados. No tengo la más mínima duda que El Amor, con mayúsculas, es causa y efecto del cien por cien de las lágrimas derramadas en todo el mundo. Tantas a lo largo de la historia de la humanidad que podrían llenar océanos y mares de varios planetas tan azules como nuestra venerada Tierra. 
Pensando que un cabronazo, ostentando el título de marido de la chica de las lágrimas, había hecho alguna de las suyas fue como me despedí de esa mujer, observando tras el sucio ventanal como por enésima vez secaba su cara con mano temblorosa. 
Sin embargo, dejándome llevar por las escaleras mecánicas un rayo de luz iluminó brevemente mi mal pensado corazón. Y antes de salir a la calle y que el cortante frío de finales de Diciembre, me diera de sopetón en toda la cara despertándome del todo, me di cuenta de algo en lo que no había caído hasta entonces. Yo también había llorado en el metro alguna que otra vez, también mis lágrimas habían caído en el marmoleo suelo de una estación y es bastante probable que alguien me viera hacerlo. Pero más allá de todo eso, lo importante es el motivo de una de esas ocasiones en las que yo no podía parar de llorar apoyado en la pared del vagón. 
Ocurrió hace muchos años. Sentado en la butaca del cine de Callao no pude evitarlo. Tras asomarse los títulos de crédito por la pantalla y arropado por aquella oscuridad que reinaba en la sala empecé a llorar. No podía creer que aquella historia acabase de tal forma, después de todas aquellas peripecias y tribulaciones él moria y ella se quedaba sola en medio del helado océano. Tal era mi tristeza que al salir a la tenue luz de las farolas, ya en la calle, seguí llorando como alma en pena. Durante todo el trayecto, en metro y autobús, no dejé de derramar esas lágrimas tan protagonistas en la entrada de hoy. 
Subiendo en esas escaleras mecánicas me he acordado de aquel momento de mi vida y con una vana esperanza he deseado que la chica hubiera visto anoche Titanic y que por algún azar de la vida le hubiera venido a la mente el triste final. Quizá por eso lloraba y su vida no estuviera derrumbandose como piezas de dominó en un macabro juego. Puede que esta noche, cuando llegue a su casa, alguien la abrace con cariño y la reconforte, dejando en el olvido esos tristes instantes vividos en el metro.  
El frio congela ideas, esperanzas e ilusiones. Al salir a la calle y sacar mi gorro para protegerme del gélido ambiente, esa mirada que me habia transportado desde la Inglaterra de finales del xvii con Newton y sus leyes hasta los últimos años del pasado siglo con los protagonistas del Titanic sucumbiendo a un catastrófico desenlace, volvió como solo lo hacen los viejos fantasmas. Fue en ese preciso instante en el que me di cuenta de que en este caso no valían cuentos de hadas con finales felices. Aquella chica, que hacía unos minutos contemplaba en el metro, tenía el alma rota y estaba a punto de empezar su temeroso camino hacia los infiernos. 
Y asi, con las manos en el fondo de mi plumas y el frio en los huesos ha sido como he empezado este 20 de Diciembre. Preguntándome cuantos chicos y chicas de este inquietante mundo habrán comenzado el día entre sollozos, y cuantos de ellos volverán a recomponer su maltrecho corazón y asi poder amar de nuevo para quien sabe si en un fatal ciclo de la vida, romperse en mil pedazos una vez más. 
La sabiduría popular nos dice que la cabra tira al monte y yo, yo no puedo dejar de soñar.
Por eso, al escribir estas palabras unas horas después, habiendo meditado sobre ello, creo en el poder de la regeneración. Esa desconocida dejará de llorar en algún momento y con el tiempo se encontrará con otro chico que haya estado llorando ayer o antes de ayer y juntos vuelvan a creer. 
Quizá sea un bonito, y a la par, ingenuo deseo de Navidad. Que los corazones rotos de hoy sean las almas felices de mañana. 
Suerte, mi desconocida amiga. Nunca dejes de creer. 


sábado, 3 de diciembre de 2016

Dia 30: Gravitation is not responsible for people falling in love.

Mirando sus ojos caí rendido.
La verdad, si he de ser sincero al cien por cien, es que apenas podia sostener su mirada sin apartarla a los pocos segundos. Su belleza me cohibia, su luz deslumbraba mi alma y no cabia la menor duda que su amplia sonrisa hacia que mi corazón volara tan rápido y tan alto que temia sufrir un ataque alli mismo, en la mesa de aquel restaurante por el que de un modo totalmente azaroso habiamos ido a parar.
¿Qué diablos hacia alli con ella? ¿De qué misteriosa manera habiamos pasado de hablar en una aseptica y brillante sala llena de libros, a estar observando nuestros rostros frente a una jugosa y enorme hamburguesa acompañada de un no menos gigante vaso de cocacola?
El caso es que alli estaba ella, hablandome entre bocado y bocado de su hermana. Contandome como hacia unos meses se habian metido en un lio al quedarse tiradas en un bar ya que una de sus amigas, la que conducia aquella noche, se habia largado con un tipo al que acababa de conocer, y como ella le habia echado morro y le habia pedido a un chico que las acercara hasta el hotel. No recuerdo, por más que estrujo mis pocas neuronas, el motivo por el que instantes después de terminar su anecdota no paraba de reirme. Quizá tenga que pedirle algun dia que me repita la historia, valdria la pena tan solo por detenerme en cada gesto, en cada mueca, una vez más.
Las palabras exactas puede que no vengan a mi mente pero si que recuerdo vividamente su mano rozando la mia al coger el menu que un distraido camarero habia dejado sobre la mesa. Su piel, fria -acababamos de entrar después de dar un breve paseo por la zona en pleno mes de Diciembre- y suave -como la superficie pulida del capó del Ferrari mas caro que Cristiano Ronaldo o Messi pudieran comprar- me transmitió, extrañamente, tal calidez que me pareció que la conociera de toda la vida.
Pintas las cosas demasiado bonitas, Rubén. Seguro que estais pensando eso ahora mismo. Maldito chiflado del amor, os escucho decir entre dientes. Pero es cierto, esa chica hizo que mi mundo se detuviera durante unos minutos para que una vez reanudada su marcha natural alrededor del Sol ya nada volviera a ser lo mismo.
Ningun pájaro se quedaria jamás sin su canción, no existiría nunca un bosque sin árboles tan altos como las mismas nubes y desde luego los donuts vendrian para siempre jamás con el pedacito del centro a su lado.
Sin embargo, ese pasajero desliz de manos rozandose alrededor de un menú no fue el único contacto que hubo. Algo más tarde, después de haber compartido un helado de chocolate y nata tan grande que haria las delicias del más goloso de los golosos salimos del restaurante y al ir a cruzar una transitada calle la sostuve de la cintura para evitar que un desconsiderado taxista con demasiada prisa acabara dandola un buen susto. Fue instintivo, y quizá duró bastante más de lo que tardó el susodicho taxista en desaparecer de nuestras inquisitivas miradas. No queria soltarla, no deseaba que su rostro se alejara ni un solo centimetro más de mi cara y a punto estuve de besarla alli mismo alumbrado por el escaparate navideño de una tienda de perfumes. ¿Por qué no lo hice? Buena pregunta.
Seguimos andando, ella continuaba parloteando sobre una fiesta de cumpleaños que tendría la semana que viene o que tuvo la pasada, no se muy bien ya que yo aun le daba vueltas a la pregunta de por qué estupido motivo no la habia besado. De pronto escuchamos música salir de un garito y soltó...¿un mojito?

Albert Einstein, en el margen de una carta que alguien le envió anotó, a colación de un comentario, esta frase. "Gravitation is not responsible for people falling in love." La gravedad no es la causante de que la gente se enamore. Un poético e ingenioso juego de palabras en inglés que lei hace un par de dias. Quizá por eso, esta noche mi subconsciente ha hecho que sueñe con esa desconocida mujer y me haya despertado en el mal momento en el que entraba en aquel garito proponiendome reunir toda la valentia que me fuera posible para darle un beso con sabor a lima.
No he podido evitar escribir sobre ello a estas horas de la noche y en esa pequeña ventana de lucidez que acompaña a los momentos en los que el cerebro apenas funciona dejando que nuestra alma tome las riendas creo intuir que Albert estaba equivocado. ¿Seré tan prepotente para creerme más sabio que el propio Einstein? Bueno, no creo ser mas listo que el común de los mortales pero según me contaron una vez en la facultad, la gravedad es la causante de la dilatación del tiempo. Un segundo no es lo mismo aqui que en Jupiter o que en la misma Luna. ¿Y qué es lo que ocurre al soñar o al enamorarse? El tiempo corre tan despacio que podemos ver el pestañeo de los ojos mas bonitos del universo, y perdernos en esa mirada para descubrir que en sus profundidades está el secreto de la vida eterna. Y sin embargo, nada de ese tiempo parece suficiente y quisieramos tener tres vidas más tan solo para poder disfrutar del sonido de su corazón sabiendo que late por y para ti. Si, no tengo duda alguna. La gravedad es la causante de que los hombres y las mujeres se enamoren. Sin ella no seriamos capaces de discernir ni la mitad de la belleza que hay detrás de un gesto o una caricia, sin ese cambio vertiginoso de velocidad en el tiempo no podriamos juzgar las cosas bellas de la vida porque pasarian de largo sin darnos apenas cuenta. Tristemente no podriamos amar.

Sueños. Tiempo. Amor. Gravedad. Mi mente abotargada y llena de absurdas ideas que apenas logro ya retener, pide un descanso. ¿Será posible volver al punto donde lo dejé? ¿Seré capaz de adentrarme en aquel atestado garito y darle un beso a la enigmatica chica de la preciosa sonrisa?
No la hagamos esperar. Dulces y bonitos sueños para todos.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Día 29: Del amor y la guerra.

Mirando las primeras lluvias del otoño, tras el resguardo de una anónima ventana, me ha dado por pensar en lo extraño que es nuestro mundo.
Anoche me acosté triste tras enterarme de una noticia terriblemente oscura. Una mujer maltratada y humillada a manos de su expareja, decía el titular. Leyendo un poco más descubrí que un hombre, si es que así se puede definir a un tipo de este calibre, secuestró junto a otro compinche suyo de igual bajeza moral que el primero a esta pobre mujer para vejarla y humillarla tanto física como psicológicamente llegando incluso a echarle pegamento en la vagina. 
No sentí rabia, ni tan siquiera asco por conocer la existencia de gente tan miserable. Más bien lo que envolvió mi alma fue una tristeza tal que me hundió en la más absoluta miseria. ¿Cómo sería posible encontrar el amor si ya ni tan siquiera existía ahí fuera? 
Observo tras la ventana las gotas de lluvia resbalar por el cristal al tiempo que veo pasar a gente cogida de la mano, personas que corren para no mojarse, parejas que bajo un paraguas se abrazan. ¿En qué momento se torcerán las cosas?

¿Qué habrá ocurrido en el cerebro de ese energúmeno para pasar de querer a esa mujer unos meses atrás a desear su muerte? 
Todo esto hizo que me metiera en la cama, apagara la luz y me pusiera a jugar al candy crush intentado evadir mi mente de humillaciones, infiledidades, maltratos y demás ofensas que se dan en las parejas. 
Sin embargo tan solo unos segundos después dejé el móvil en la mesilla y acaricié el lado vacío de mi cama.

Puede que yo no pare de hablar de mi deseo por volar, de mi indiscutible empeño en volver a París, de mi pasión por los viajes y Nueva York, de mi caprichoso entusiasmo por las montañas rusas, de mi vehemencia en creer en el amor verdadero, de mi absurda aspiración de llegar a ser amado, y por supuesto de mi afán sincero por no dejar de soñar. Pero de todas esas experiencias que tanto anhelo, lo que más echo en falta en el mundo es ese instante en el que al acostarte sientes que a tu lado hay alguien. Añoro esa sensación de seguridad. El saber que pese a todo y todos, un ser humano duerme a unos centímetros de ti y que en cualquier momento puedes contar con él o ella.
¿Estás dormido? Le preguntaba a mi hermano pequeño cuando yo tan solo contaba con ocho o nueve años. Si, me contestaba él. Tengo miedo, le decía desoyendo su sutil deseo de no seguir hablando para continuar soñando. Entonces se levantaba sin apenas abrir los ojos y se metía en mi cama para hacerme compañía.
¿Estás despierta? Preguntaba al sentirla mover un brazo. Si, contestaba ella. En aquel momento, al escucharla, me acercaba a su espalda, la besaba en ella y me quedaba dormido mientras la abrazaba. 
Siempre ha sido así, en algunas ocasiones he necesitado del cariño para poder conciliar el sueño.
Tanto es así que hace un par de semanas, en una noche de tristeza, similar a la de ayer, me vi pidiéndole a una chica a la que apenas conozco que durmiera junto a mi. "Vente a casa y hablamos tumbados en la cama mirando al techo, hasta caer rendidos y dormirnos." Ella, denegó mi ofrecimiento con una respuesta de lo más políticamente correcta. "Es muy tarde ya, Rubén."
Anoche palpaba el lado izquierdo de mi cama con añoranza, como esa persona que tras haberle sido amputado un miembro de su cuerpo aún siente que tiene el brazo, la mano o la pierna y al ir mirar hacia esa parte comprueba que todo es un macabro juego de su mente. Ese síndrome del miembro fantasma hace que aún crea en la ínfima posibilidad de volver a utilizar mi incompleto corazón para amar y que aquella parte desgajada de mi cuerpo años ha, se regenere de nuevo encontrando a aquella mujer que realice el portentoso milagro de volver a completar mi alma y con ello restablecer los latidos de mi corazón desgarrado por la terrible crueldad de la batalla del desamor. 
Fue inevitable pensar en ello ayer, ¿qué es lo contrario de la guerra y la maldad, a mí sui géneris modo de entender la vida? El amor, sin ninguna duda. 
No obstante, no siempre el amor y la guerra estuvieron enfrentados. Hubo un tiempo en el que ambos iban de la mano, unos días en los que el uno y el otro se acostaban en la misma cama y contemplaban el mismo techo. 
En el lado derecho tenemos a Ares, el dios olímpico de la guerra. Representaba la violencia, la brutalidad del alma, el horror de las sangrientas contiendas entre atenienses y espartanos. En el lado izquierdo, apoyando su bonito rostro en el pecho de Ares, está Afrodita. La inigualable diosa del amor, personificación del deseo y la belleza.
Inexplicablemente, guerra y amor compartieron lecho durante unos cuantos años, dando con un canto en los dientes a aquellos incrédulos que pensaban que los seres crueles no pueden ni deben ser amados. ¿Qué les llevaría a estar juntos? Se preguntarán muchos. ¿Sería la extraña teoría de que polos opuestos se atraen?
En cualquier caso, esa unión tuvo sus frutos. Phobos y Deimos, los churumbeles de la insólita pareja. Es entonces cuando, los que queríamos creer que el amor todo lo puede y que hace posible lo imposible, nos damos cuenta de que nada bueno podría salir de esa relación. Phobos es el terror, el pánico, el miedo ante las cosas que nos rodean. Su hermano Deimos era el que seguía sus pasos allá por donde fuera. Representaba el dolor y la tristeza. La pena infinita tras la terrible destruccion que causaban Ares y el propio Phobos. 

Al pensar en ello anoche, cerré los ojos y tanteé aquella parte de la cama vacía desde hace años. Suspiré tristemente al ver que no había nadie. Ayer, más que nunca, quería creer en el amor. Deseaba encontrar, en ese frío hueco que existe en mi cama, a alguien que me protegiera de este mundo lleno de tanta maldad.

lunes, 10 de octubre de 2016

Día 28: I don't even know your name, how will I find you?

Los sueños deben ser escritos para que se cumplan. 

El conquistador se despertó sobresaltado. Alguien manipulaba las cuerdas que le tenían atado a la cama. Apenas podía ver el rostro de aquella persona ya que la habitación se encontraba en la más absoluta oscuridad. 
La mujer le susurró algo al oído.
- Vamos Rubén, tenemos que salir de aquí antes de que ella vuelva.
Estaba aún medio adormilado, torpe. Le costó ponerse los pantalones que la misteriosa dama le alcanzó. 
Cuando por fin consiguió vestirse, ella le cogió de la mano y salieron de la habitación del muro de pollas. Sigilosamente recorrieron los pasillos del edificio y una vez fuera, ella se paró a observar la quietud de la noche. 
Tras unos segundos agazapados detrás de unos arbustos, se convenció de que nadie había en la explanada que comunicaba aquel lugar con el camino que llevaba al muelle. Fue en ese instante cuando Rubén se fijó en el rostro de la mujer que lo había liberado.  
El corazón le empezó a latir con fuerza y un torrente de sentimientos afloraron en su alma. 
- ¿Wyneth? ¿Eres tú?
Su largo pelo, sus pómulos redondeados y sus inconfundibles hoyuelos no dejaban lugar a dudas. No obstante, fueron sus ojos los que de pronto, como un mágico interruptor, le pusieron en guardia.
¿La mujer a la que andaba buscando le había salvado de una muerte segura? ¿Era posible un milagro como ese?
- ¡Ssssshhhhhh! Aún no estamos a salvo. Vayamos hacia la playa. 
El paso de los años había hecho mella en aquella mujer. Se movía ligeramente encorvada y cojeaba de una pierna, pero su mirada seguía transmitiendo toda esa belleza que antaño le había cautivado. 
- Wyneth, yo...yo iba en tu búsqueda cuando caí en esta isla infernal. 
- ¿Después de tantos años aún sigues acordándote de mi?
Rubén hizo el amago de buscar aquel pañuelo que ella le regaló tras aquel baile la primera vez que se vieron, cayendo en la cuenta de que lo había perdido tras la batalla en el buque de Calicó Jack. 
- Creo que eres el amor de mi vida. Estoy seguro de ello. Sostuvo con la mirada fija en los azules ojos de ella. 
- Vamos pirata, deja de decir tonterías. Yo tan solo soy una pieza del puzzle, un alto en tu camino. 
- Pero...un sueño...
Wyneth no le dejó acabar la frase.
- ¿Ves el embarcadero? Allí te espera un bote. Navega unas millas hacia el oeste y cuando haya desaparecido la isla de tu vista gira al norte. Tendrás que hacerlo antes de que salga el sol o darán contigo. 
- ¿Tú no vienes? 
- Yo debo quedarme aquí. Esta infernal isla, como tú la llamas, es mi salvación de la horca. Ahora debes irte, pirata.
Instantes después, Rubén el conquistador manejaba una precaria pala de madera mientras observaba la figura de Wyneth empequeñecerse poco a poco. 
¿Y qué demonios hago ahora? ¿Dónde diantres busco el amor verdadero? Se preguntó tras virar la pequeña embarcación al norte, dejándose llevar por las corrientes marinas. 

No hay héroe sin villano.
Batman tenía a Joker, Rocky a Drago, Alicia a la Reina de Corazones...El universo tiene esa ingeniosa manera de decirnos que podemos hacer cualquier cosa, nos enfrenta a alguien igual de poderoso que nosotros mismos y nos conmina a luchar contra él a riesgo de caer en el pozo más profundo si no somos lo suficientemente valientes para hacerlo. 
Cuando aquel día en el que una bonita chica me dio un abrazo y me dijo "este es el fin", lo primero en lo que pensé no fue en que jamás volvería a besar esos labios, ni que el mundo tal y como lo conocía estaba a punto de girar ciento ochenta grados o que andaría perdido mucho tiempo sin rumbo aparente. No, todas esas ideas llegaron algo más tarde. Un segundo despues de ese triste abrazo lo que vino a mi cabeza fue un pensamiento tan devastador que se tradujo en una mirada infinitamente compungida observando esos ojos pardos que apenas ya recuerdo. Jamás volveré a ir a Disneyworld, solté abatido. Ella sonrió tiernamente un instante y me cogió la mano con afecto. Ya verás como sí Ru, ya verás como vuelves a encontrar a alguien que vaya contigo.
Cada segundo de cada minuto de todo el tiempo que ha pasado desde entonces he tenido la convicción, creyendo firmemente en esas últimas palabras que pronunció ella como si de una premonición se tratara, que realmente ahí fuera existía esa chica que cogiera mi mano para subir a un avión y realizar un viaje que durara toda la vida.
Sin embargo esta mañana me encontraba postrado en el suelo, golpeado por mi más acérrimo enemigo. Yo mismo.
Soy héroe y villano al mismo tiempo, una especie de Jekill con su inseparable Hyde. ¿Cómo puede existir la magia si nadie cree en ella? 
A veces pienso que es una agotadora búsqueda infinita, que jamás llegará a su fin. ¿Por qué buscas? Me preguntan. Las cosas ocurren cuando tienen que hacerlo, me aconsejan. No he escuchado frase más estúpida en toda mi vida. Palabras que se utilizan para todo pero que no sirven para nada. ¿Qué pensará una mujer maltratada de esa frase?¿En su destino estaba ser saco de boxeo de un deplorable ser?¿Y ese hombre que pierde a toda su familia en un atentado?¿O ese otro al que le amputan las piernas tras un accidente causado por un conductor ebrio que se salta un semáforo?
No, el movimiento es la clave. La búsqueda. 
"I don't even know your name, how will I find you?" Esta es la pregunta que se hace el príncipe de Cenicienta. Parece una tontería pero siento que voy de casa en casa con el zapato de cristal y una estupida cuestión...¿te gustaría venir a DisneyWorld conmigo?
Esta mañana he sentido el puñetazo en el estómago de la maldita realidad. Un golpe duro y seco que me ha dejado sin aliento cuando, al salir de la ducha, me he mirado en el espejo y he soltado un gilipollas bastante sonoro. Maldito iluso de mierda. 
Pero por extraño que parezca, un rato después, sintiendo el traqueteo del metro, otro personaje ficticio me ha venido a la mente. El maldito John McClane, otro héroe de los que por muy mal que ande la cosa jamás se rinde.
Bruce Willis, cada vez que derrota a uno de los malos en cada una de las películas de la saga La jungla de cristal, suelta una frase...Yippee Ki Yay, hijo de puta.
Eterna guerra la que se está librando, sin duda. ¿Sueños o realidad?¿Quién es el héroe y quién el villano?
Durante unos instantes he sonreído esta mañana mirando mi propio reflejo en la sucia ventanilla del vagón. Yippee Ki Yay, he susurrado al saberme ganador de la batalla que he mantenido hoy. Sin soñar, muero. Mañana será otro día. Nuevas y cruentas batallas me esperan, sin ninguna duda, pero hoy deseo creer. 
Cierro los ojos. La tímida visión del ventanal desaparece. El ajetreo del metro se desvanece. Me aferro fuertemente a la barra de un anónimo vagón de metro y con todos mis sentidos puestos en este breve instante me pregunto...¿te encontraré hoy? Si no sé quién eres, ¿cómo podré reconocerte? 

La vida estaba llena de giros inexplicables, de reveses e infortunios. El conquistador creía que Wyneth era  la solución. Convencido que ella le revelaría el secreto para abrir el cofre de Edward Teach y así encontrar el amor verdadero, había luchado hasta la extenuación consigo mismo y contra todo el que se le pusiera en su camino. Sin embargo, abatido en su desesperación por no saber qué hacer ni dónde ir, se acurrucó en el suelo de madera del bote dejando que la brisa nocturna le acariciara el rostro. Poco a poco se fue quedando dormido bajo el manto de las estrellas, reconfortado por el suave sonido del mar. Ese susurro que jamás le había abandonado. De pronto se incorporó y mirando al cielo plagado de pequeñas luces brillantes pronunció un nombre...Sophie. 



lunes, 15 de febrero de 2016

Día 27: Leaves on the Seine.

Sentado en la orilla observé, a la luz amarillenta de una farola, una hoja cayendo de un frondoso árbol. No estoy realmente seguro pero quizá fuera un álamo o un gran sauce que sacudía tibiamente sus ramas con la suave brisa de aquel veraniego día, no entiendo gran cosa de árboles. El caso es que seguí con la mirada su vuelo, en ese instante me pareció que bailaba al son de las campanadas que repiqueteaban en la distancia. Acompañé su caída con la mirada y la vi posarse en el Sena. La débil corriente la arrastró frente a mí como si fuera un pequeño barquito que navegara sin un rumbo fijo hasta que se topó con el pequeño muro que delimitaba los márgenes del río. 
Lo recuerdo como si fuera hoy mismo, en aquel momento subí la mirada y me encontré con la musculosa silueta de una Notre Dame iluminada. No entiendo tampoco demasiado de arquitectura pero sus muros me transmitieron fortaleza y robustez y así debía ser, ya que esas paredes llevaban más de 800 años ahí en medio de aquella isla que dividía al Sena en dos. Al mismo tiempo me dio la impresión de que aquella estructura era ligera, con sus inconfundibles arbotantes rodeándola como un amante rodea a su amada en un bonito abrazo. Sabiendo que siempre estarán ahí, tanto amante como los arcos, dotando de seguridad a catedral y amada respectivamente. 
Volví de nuevo la vista hacia abajo observando la lucha de la frágil hoja por zafarse del castigo que el malvado muro le había impuesto. Sin duda un indeseable cautiverio sabiendo que su deseo, la aspiración de aquella furtiva hojita que en la oscuridad de la noche se desembarazó de la rama que la sujetaba era la de dejarse llevar hasta el mar. Fluyendo, mientras nadie la mirase, bajo los muchos puentes que comunican ambas riberas de París. Sin embargo ahí estaba yo, viendo aquella sigilosa escapada hacia la libertad mientras esperaba que mi "bateux parisien" me llevara también bajo esos mismos puentes hasta la bella y armoniosa Torre Eifflel. 
No hay nada más bonito en este mundo como contemplar la realización de un precioso sueño, afortunadamente los dioses en aquella ocasión me concedieron ese regalo y pude ver con mis propios ojos como aquella luchadora hoja aprovechó el impulso de una onda causada por un barco que lleno de turistas, navegaba surcando el río. 
Recuerdo que sonreí, que incluso la animé con un pequeño gesto de mi mano. Venga hojita, ahora o nunca. ¡Ve y consigue tu sueño! Intenta llegar lo más lejos posible.
Tan solo pude seguirla con la mirada unas decenas de metros hasta que me fue imposible distinguirla en la negrura de las aguas del Sena, no obstante me gusta pensar que consiguió llegar tan lejos como ella quiso y que vió así recompensada su valentía.

Mucho antes de que aquella osada hoja brotara de su tallo me encontraba en el fnac escuchando música con un libro en mis manos. Malgastaba las tardes de los sábados sentado en el enmoquetado suelo de aquel lugar, soñando mientras pasaba las páginas de un inmenso mapa de carreteras y recorría con el dedo la sinuosa línea de una autopista...Madrid, Burgos, Vitoria, Bordeaux, Tours, París. Sin embargo llegó un momento en el que no me bastó con solo soñar los sábados así que, una de esas solitarias tardes me decidí a comprar el mapa para así cada noche, antes de irme a dormir, recorrer aquella línea roja que ya me sabía de memoria. 
Quizá en esos días en los que, tumbado en la cama con la luz de una pequeña lámpara en la mesilla de noche, leía una y otra vez los distintos pueblos que tendría que pasar de camino a París no me daba cuenta de lo afortunado que era pese a no tener nada en la vida. Sí, la verdad es que entonces ni sabia que era uno de los chicos más ricos de este mundo ya que poseia un sueño y eso me convertía en alguien realmente poderoso.

No está mal recordar esto hoy, cuando poco a poco se van desvaneciendo esos sueños por estar atrapado, cautivo como aquella pequeña hoja, en un muro que me impide avanzar. 
Hoy no hago más que repetirme una y otra vez lo mismo. Rubén, los sueños se cumplen. Se obstinado y no abandones. Pronto llegará esa onda que te ayude a salvar el muro. En nada seguirás fluyendo hasta tu destino. No dejes de soñar, Rubén. Se valiente como aquella hoja que cayó sobre el Sena en una lejana noche de agosto. 

"Life's battles don't always go to the stronger or faster man. Sooner or later the man who wins is the man who thinks he can." Vince Lombardi. 

lunes, 18 de enero de 2016

Día 26: La canción de los cisnes.

Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. 

Sigfrid escucha estas palabras de la bella Odette. Sobrecogido por la historia que la princesa le está narrando, no da crédito a la maldad del hombre que ha hechizado de tal manera a ese precioso ángel venido del cielo. La chica le cuenta que el horrible brujo la ha condenado a despertar como cisne el resto de su vida a menos que alguien logre jurar amor eterno por ella. Es un encantamiento terrible y cruel, ya que noche tras noche se acuesta en su cama siendo humana pero al asomarse el sol por el horizonte cada mañana, se transforma en un majestuoso y elegante ave de blancas plumas. 
A Sigfrid se le comen los demonios por dentro y jura vengarse del malnacido brujo, sin embargo ella le advierte algo que en los oídos del joven príncipe suena demoledor. Si mata a ese abominable ser que mantiene hechizada a Odette antes de ser amada, ella permanecerá como cisne para siempre. La única solución es el amor, sentencia ella mirándole a los ojos. 

Frase pomposa, demasiado azucarada quizá. Algunos incluso la tacharán de empalagosa hasta el extremo. Sin embargo, bobo de mi, es en lo que he creido cada día de mi estrambótica vida. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. Ocho palabras que lo han significado todo para mí, ocho vocablos que han constituido toda mi fe y mis valores. Una frase que me mantiene solitario, deambulando por un mundo que me tienta y deseo tocar, acariciar y sentir pero que como si de un encantamiento de un cuento se tratara me impide hacerlo. No puedo aunque quiera, no quiero aunque pueda. ¡Jodido hechizo de los cojones! 

Eso mismo debió pensar el príncipe Sigfrid cuando al día siguiente de conocer a Odette, a su madre, la grandiosa reina de aquellos lejanos lugares del norte, le entraron las prisas por casarle y apañó rápidamente un baile invitando a las mujeres más bonitas de todos sus dominios. Elige a una de ellas esta noche, será tu futura mujer. Exhortó la reina a su hijo. Este, enamorado y conmovido por la triste historia de la princesa cisne se negó a elegir a cualquiera que su madre hubiera invitado a esa pantomima pero, cosas de los cuentos, Odette fue al baile. Sigfrid, enormemente feliz, juró amor eterno a aquella bonita chica esa misma noche...

¿Colorín colorado este cuento se ha terminado? ¿Cómo se reconoce al amor verdadero? Estaba sentado en un anónimo banco, de vieja y oscura madera, del parque del Retiro. Junto a mí se encontraba una chica que lloraba, una preciosa niña cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Yo dudaba...mi indecisión era la culpable de aquel sufrimiento. Su cabeza reposaba en mi hombro, mis manos limpiaban las pequeñas gotitas de su rostro y en mi mente repiqueteaba esa pregunta. No sé si inspirado por las palomas que revoloteaban a nuestro alrededor, o quizá fuera el susurro de una suave y agradable brisa veraniega el que quitara el velo que mantenía todo entre tinieblas, el caso es que cogi su triste rostro entre mis manos y dije...si, quiero estar contigo eternamente. La besé y ella me abrazó tan fuertemente que nuestros corazones se tocaron y latieron al unísono. Pero, cosas de la vida real, ese latir tuvo poco de eterno. ¿Tendrán razón aquellos que dicen que el amor es perecedero? 

La alegría de Sigfrid tornó en angustia cuando en el baile, de pronto, Odette se transfiguró en Odile, el cisne negro y a la postre hija del malvado brujo. 
¿¡Jopé, pero es que ya no puede triunfar el amor ni en los cuentos!?

Mientras, en la vida real, sentado en algún lugar lejos de miradas curiosas observo las ruedas girar y girar. Personas que pasan por mi vida, que se juntan, lo dejan y se vuelven a juntar con otras distintas. Idas y venidas, vuelta tras vuelta. Aquella chica que me gustaba, ahora va de la mano de alguien. Otra cuyos ojos me llamaron la atención, hoy miran a otro con dulzura. Esa otra, cuya mano soñé sujetar en un paseo por un Madrid otoñal, en estos momentos acaricia la pierna de otro menos bobo que yo. ¿Ellos habrán jurado amor eterno también o simplemente se dejan llevar por la inercia y giran una y otra vez?  Me pregunto perezosamente sin esperar una respuesta clara, en esta fría mañana de invierno.

El príncipe al ver que ha sido engañado sale corriendo hacia el lago donde vive Odette en su forma de cisne, allí llora junto al ave. Al haber jurado amor eterno a otra mujer el hechizo jamás se romperá y nunca más volverá a ser humana. Desolado, Sigfrid no puede soportar la idea de no poder volver a hablar nunca más con su bella princesa y ambos se suicidan ahogándose en las aguas del lago. De esa forma, la única, sus almas estarán unidas vagando a través del tiempo. Juntos para siempre. 

¿Final de cuento o final real? Terco, obstinado, cabezota. En una palabra, hechizado. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. ¡Malditas ocho palabras!
Ya sé que algunos me tildan de pensar demasiado y de mantenerme alejado de la acción. Soy consciente de que tan solo miro las ruedas girar y girar, pero...matemáticamente el ocho es el símbolo del infinito, de lo imperecedero, de lo que jamás se extingue. Lo único en lo que creo, lo único que deseo, lo único que anhelo. Amor loco, amor pasional, amor desbocado, amor romántico, amor visceral, amor que duele, amor que llena...En definitiva, amor puro. Ocho letras. Sin duda, el infinito.  
Además, ¡qué demonios! ¿Por qué no juntar ambos mundos? Tiene que existir en algún lugar una especie de Jessica Rabbit que deambule entre los cuentos y la realidad, que se maneje igual de bien en ambos mundos. A mí me gusta creer que es realmente posible, ya que como sentencia una frase de esas que llenan muros de redes sociales, aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla. 





viernes, 8 de enero de 2016

Día 25: The emerald way.

Ese hombre desfigurado escuchaba con deleite a la joven que con tan bella voz interpretaba sus composiciones. Era algo sublime. Sin embargo, al mismo tiempo que sentía un amor desmedido hacia ella, la ira amargaba todo su ser. Una rabia que emponzoñaba su alma, causada por el rechazo que sin duda le provocaría si algún día se dejara ver ante ella. ¡Qué mundo más atroz! La gente admiraba sus obras pero se estremecían al observar su deformado rostro, de ahí que al diseñar los planos del edificio de la Ópera Garnier se reservara un lugar bajo los cimientos. Oculto de la gente, podría disfrutar de lo que más amaba en este injusto mundo. La música. 
Erik, el fantasma, era un hombre increíblemente listo. No solo la arquitectura y la música se le daban realmente bien sino que era un avezado ingeniero que inventó una gran variedad de artilugios con los que construyó bajo la Ópera una serie de túneles y un gran lago. Esa sería su morada, su reconfortante hogar fuera de miradas inquisitoriales; lejos, sin ninguna duda, de la terrible crueldad del ser humano. 
 
El príncipe rema sonriente, mientras el pequeño bote de madera surca lentamente las aguas color esmeralda. Enfrente tiene el rostro de la bella Ariel. Los ojos de ella reflejan la sonrisa de su alma, está  enamorada de él, sin embargo un insignificante detalle hace que la velada no se desarrolle de la manera más adecuada en una cita de esas características ya que de su boca no sale sonido alguno. Muda por un inverosímil pacto con una extraña y feroz mujer-pulpo se siente impotente al ver que el príncipe no se da cuenta de que es lo que ocurre. Entonces algo mágico sucede, los pajaritos, peces e insectos acompañados por un simpático crustáceo susurran al oído de él...kiss the girl!
Eric, el príncipe, intuye que algo raro acontece en la penumbra de ese romántico anochecer pero no sabe realmente que debe hacer. ¿Por qué la bonita Ariel no suelta prenda? ¿Le gusto? ¿Querrá que siga remando hasta que las primeras estrellas de la noche iluminen nuestro camino? Se pregunta mientras la barquita se desliza sobre un agua llena de animalitos cantarines. 
En ese momento, todos y cada uno de los que contemplamos tan idílica escena soltamos un, ¡vamos bésala ya, bobo! 

Erik Thorvaldsson navegaba por las frías aguas del norte. Pensaba en su Noruega natal mientras observaba las bellas formas que aquellas luces de bonitos colores dibujaban en el cielo, él aún no sabía que ese fenómeno era causado por la energía liberada del sol y achacaba las auroras boreales a los dioses. Estaban contentos de verle surcando la mar y le daban la bienvenida a aquellas latitudes tan lejanas de la tierra. Nacido a mediados del siglo X había dedicado su vida entera a comerciar entre los distintos pueblos diseminados por aquellos confines del planeta donde las nieves eran perpetuas. Sin embargo lo que más amaba por encima de todas las cosas era explorar lo desconocido, llegar donde nadie nunca había osado aventurarse. Erik el rojo, se deleitaba con esas enigmáticas luces del cielo. En el lejano horizonte se vislumbraba la costa de lo que él denominó Greenland. Un lugar, como descubrió más tarde, que poco tenía de verde ya que el hielo y la nieve ocultaban la mayor parte del territorio. 

Hace tres o cuatro meses estaba tirado en el sofá de uno de esos garitos de moda. Un lugar atestado de gente que iba y venía de un lado a otro y a la que, sinceramente, no prestaba demasiada atención ya que mis sentidos estaban absortos en los ojos de una chica que me contaba sus peripecias en Londres. En mi mano sostenía un ron con limón al que daba pequeños sorbos mientras en mi alma se debatía una pequeña cuestión...¿la beso o no la beso? Juro que entre el barullo de la música y la gente escuché al maldito Sebastian, el cangrejito de la sirenita, susurrar en mi oído eso de bésala. Admito que existe alguna posibilidad, por pequeña que esta sea, que el alcohol que recorría mis venas a esas horas de la noche me jugara una mala pasada pero prometo que me pareció ver la pinza de la pata de Sebastian de refilón sobre mi hombro. ¡Bésala Rubén!
Es curioso identificarme con Eric, el príncipe, pero más curioso aún es hacerlo con Erik, el fantasma. Y eso ha sido esta misma mañana al mírame en el espejo. Anoche una chica me decía que mi blog le despertaba curiosidad, admiraba en cierta forma la manera en la que expreso mis sentimientos y como juntaba y relacionaba ciertos datos históricos reales con parte de mi vida. En un momento de la conversación ella me transmitió sus ganas de conocerme y en ese instante le dije que jamás nos veríamos. Si, esta mañana me he dado cuenta al mirarme en el espejo, justo después de ducharme, que me oculto como el fantasma. Temo a la gente y la opinión que tengan de mi, me asusta el rechazo cuando esas personas comprueben que mi alma está tan desfigurada como la cara del protagonista de la obra de Gastón Leroux. Es oscura y sombría. La curiosidad por descubrir quién soy quizá haya permitido que esté repleta de recovecos. Puertas que muchos han cerrado tirando la llave bien lejos, y que yo, al intentar averiguar qué hay tras ellas he dejado abiertas de par en par. Eso es algo que me da un miedo terrible mostrar, vértigo absoluto. 
Descubrí a Erik el rojo hace pocos días. Quería huir hacia mi Ciudad Esmeralda, como Dorothy en el mago de Oz, buscando respuestas. Hace un par de semanas estaba en la puerta de una autoescuela esperando a que abrieran, me iba a matricular para sacarme el carnet de moto. Una pregunta martilleaba mi mente mientras el frío no dejaba que parara quieto frente al cierre echado de la autoescuela. ¿Hasta dónde podré llegar en moto? Ese día tenía prisa y no esperé la media hora que faltaba aún para que abrieran y las navidades han hecho que aún no me haya matriculado pero esa pregunta sigue en mi mente. ¿Dónde está mi Ciudad Esmeralda? Dorothy, en su caso, siguió el camino de baldosas amarillas. Yo, en esa mañana de finales de Diciembre, me propuse emprender la senda Esmeralda. Coger una moto y subir. Lo más arriba que me fuera posible. Pasar los Pirineos, recorrer toda Francia hasta llegar al Eurotunel para pisar suelo Inglés, Londres, Manchester, Edimburgo, los Highlands. ¿Y luego qué? Ferry por las islas hasta tocar Islandia. Siempre sobre las dos ruedas, con el ártico y septentrión en mi mente y el frío viento deslizándose por mi cara. Llegar hasta la punta más al norte de Islandia y allí coger de nuevo un barco y surcar la mar como hizo mil años atrás Erik el rojo para llegar a Groenlandia y allí observar las auroras boreales. Mi Ciudad Esmeralda, al fin. Solo allí, bajo el precioso manto del cielo estrellado y los miles de colores de ese fenómeno tan extraño como son las luces polares poder preguntar a quien corresponda, ya sean dioses o magos, las miles de cuestiones que inundan mi oscura alma entre ellas esa a la que jamás he podido responder satisfactoriamente...¿cuándo es el mejor momento para besar a una chica?