La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 31 de marzo de 2017

Día 51: ¿Deshollinador o astronauta?

Subido al tejado de una casa londinense sonríe. Junto a él, Mary Poppins y los niños observan un cielo rojizo. El mundo entero está a sus pies, como él menciona. Solo los pájaros, las estrellas y el deshollinador tienen el privilegio de contemplar cada amanecer o atardecer desde ahí arriba. 

Tengo sueño, estoy cansado. Aún así mi mente no deja de evocar ilusiones, fantasías y deseos. 
Hace unos tres o cuatro años me inscribí en el proyecto Mars One. Ambicionaba subir más arriba que el propio Dick Van Dyke en la película, quería ser uno de los primeros seres humanos en pisar suelo marciano. Desafortunadamente no salí elegido entre las miles de personas que, como yo, se vieron surcando los cielos más allá de las nubes.
De esa loca aspiración solo queda un boletín mensual que me llega a mi dirección de correo electrónico con las últimas novedades de la aventura hacia la conquista de nuevos mundos, y por supuesto el inquebrantable anhelo de volar. 

¿Por qué me gustarán tanto las alturas? 
Recuerdo una escena de "El club de los poetas muertos". Robin Williams le pide a un alumno que se suba a una mesa y observe. Ante él se abre otra perspectiva del mundo, un abanico inmenso de posibilidades y caminos. 
Quizá sea eso lo que me llama la atención, el poder ver las cosas de otra manera. No tengo duda alguna que la persona que se mantiene siempre a la misma altura y contempla el mundo desde allí, solo puede ver en dos dimensiones y por lo tanto pierde una información preciosa, el volumen. 

Las mentes más maravillosas son aquellas que tienen la habilidad de abstraerse y deambular en una red tridimensional. Al mismo tiempo, los pensamientos más claros, puros e inocentemente bellos son los que se dan cuando hemos comprobado que hay una inmensa gama de grises entre el blanco y el negro.
Creo que sólo aquella persona que se ha aupado más allá de su propia altura podrá comprender la verdadera realidad de lo que le rodea.

De ahí que siempre haya querido subir lo más alto posible y abrir bien los ojos. Empaparme de la claridad que desde allí arriba ilumina cada objeto y ser.
Pensaréis, ahora, que me han entrado aíres de grandeza por querer ser como uno de aquellos dioses que desde el Monte Olimpo observaban el devenir de las gentes en sus quehaceres diarios. Ni mucho menos. Sus metas, las de los propios dioses, eran muy distintas a las mías. Ellos se divertían con sus tejemanejes, pasaban el día entre intrigas a las que de vez en cuando inmiscuían a humanos y semidioses. No, mi objetivo es sencillamente vislumbrar cuantas más posibilidades mejor e intentar entender la naturaleza de cuánto nos rodea. 

¿Cómo es un árbol? Nadie podrá acercarse a la respuesta correcta si no ha volado, de alguna manera más o menos misteriosa, hasta su copa y visto lo que el propio árbol contempla desde ahí arriba. 

Tumbado en la cama, con los ojos casi cerrados y medio dormido me pregunto...¿cómo será la sensación de abrazar las nubes? 
Quizá tenga razón el deshollinador cuando canta eso de que es un hombre con suerte. Es uno de los pocos seres humanos que han podido comprobar lo que sería que una nube, de esas que pueblan un Londres lleno de neblinas y brumas, roce su rostro manchado de hollín. 

¿Deshollinador o astronauta? ¿En qué me convertiré esta noche, al cerrar finalmente los ojos y soñar? 

jueves, 23 de marzo de 2017

Día 50: Fragilidad.

Frágil es un adjetivo que me definiría bastante bien.

Intento dar el pego y parecer un tipo duro, uno de esos a los que todo y todos le importan una mierda. Sin embargo no deja de ser una pose, una mirada que apenas puedo aguantar si alguien me observa detenidamente. 

Pero, ¿por qué demonios quiero parecer impasible? ¿por qué parecer el mismísimo Clint Eastwood en Harry el sucio? 
Por la misma razón por la que Superman se viste de Clark Kent, para evitar que otros reconozcan lo que es y puedan utilizarlo en su contra. 

Camino por la calle con las manos en los bolsillos, la música en mis oídos, la mirada al frente. No hago caso de cuánto me rodea, tan solo mantengo el paso y miro a la nada. En ocasiones desvío los ojos a los lados para sortear a algún transeúnte, peatones que pasean contemplando la vida. Adelanto y sigo mi trayecto. 

Nadie puede conocer quién soy, no me permito ese lujo. Mantengo mi disfraz hasta llegar a casa, es entonces cuando me siento en el sofá y me quito la careta. 
Cojo la manta que hay sobre él y me tapo hasta las orejas. El corazón se encoge, tiembla, y lentamente empieza a soltar todo aquello que no ha podido digerir a lo largo del día. Durante un buen rato mi frágil corazón se suelta y hace que las lágrimas salten en cascada de mis ojos, resbalando por las mejillas hasta mojar la manta de lana marrón. 

Hay veces que no deseo ocultarme, lo odio. Sinceramente. Si pudiéramos preguntar a Superman que es lo que más detesta, estoy seguro que después de Lex Luthor diría que a Clark Kent. Por eso ante ciertas personas dejo que contemplen a Rubén, al igual que Superman deja que Lois Lane le vea con esa enorme ese en el pecho. Esas personas dicen que soy un blandito, un maldito bobo llorón. 

Esa fragilidad es parte de mi encanto, me hace sentir más empatía por la gente que me rodea. Pero también permite que cualquier infortunada frase dicha en el fragor de cualquier batalla dialéctica me conduzca hasta una nueva llorera. Por eso intento mantener mi neutralidad, la mirada de hielo. No sueles sonreír, me dicen en ocasiones. Claro, en mi disfraz no hay cabida para la sonrisa. Eso sería un resquicio para aquellos que quieren colarse hasta mi alma para hacerme daño. No, las sonrisas solo en la soledad del sofá, al igual que las lágrimas. 

En las últimas semanas he llorado y sonreído más de lo que lo había hecho últimamente. Y lo que es más perturbador, lo he hecho en público. Tanto que ahora la gente sabe cuando me pasa algo, y descubro que en los días más tristes me lo notan y preguntan, ¿qué te pasa, Rubén? Mierda, digo yo entre dientes, me he olvidado el disfraz en casa. Serán las prisas. 

Hace unos días iba en el metro, móvil en mano. Ni me había dado cuenta que lloraba hasta que una lágrima cayó sobre la pantalla del teléfono. Pocos días antes, descubrí tras el reflejo de un escaparate, mi sonrisa. Miré rápidamente hacia todos los lados, cerciorándome que nadie me hubiera descubierto y pudiera sacar beneficio de mi desliz. 

Debes llevar más cuidado Rubén, me digo en esas ocasiones, la gente es cruel con los más débiles. Si descubriesen tu fragilidad sería tu final. Acabarían contigo de un plumazo si quisieran hacerlo. No puedes permitirte algo así.

El problema de todo esto radica en que con el disfraz puesto no puedo amar, al igual que Superman siendo Kent no puede volar. La frialdad, la condescendencia y la neutralidad mantienen mi corazón a salvo de todo peligro, pero a mi alma la envuelven de una tristeza infinita. 

¿Qué es más importante, corazón o alma? ¿Vivir a salvo o intentar ser feliz? A priori la solución es bastante clara, la felicidad ganaría por k.o. 
Pero las cosas no siempre son tan sencillas como aparentan. Sino que se lo pregunten a Superman cuando alguien le pone la temida Kryptonita delante de sus narices. Seguro que entonces él se daría de cabezazos en la pared maldiciendo el día que salió sin su disfraz de Clark Kent. 

lunes, 13 de marzo de 2017

Día 49: Stairway to heaven.

Hace un año y medio no podía parar de escuchar a Led Zeppelin y su Stairway to heaven. La ponía durante horas y horas en un bucle infinito. 

Los primeros acordes de la guitarra de Jimmy Page al empezar la canción me evadían del resto del mundo, que por aquel entonces y al igual que ahora, me parecía tan extraño y en ocasiones incomprensible que creía ser parte de algún sueño de un loco, tarado y esquizofrénico paciente de cualquier psiquiátrico de película japonesa de terror. La voz de Robert Plant, recitando más que cantando, me acompañó mientras escribía varias de las entradas de este blog. La reina de Mayo, por ejemplo, fue una de ellas. 

Me llamó tanto la atención que me dediqué durante un tiempo a leer toda la información que logré encontrar sobre la canción y sus autores. Hilos que seguí con curiosidad y que me llevaron dando tumbos, desde una cabaña perdida en Gales hasta una casa a los pies del Lago Ness. 
Acusaciones de satanismo, mensajes ocultos, rituales de todo tipo y orgias desenfrenadas en casas llenas de magia negra fueron algunas de las historias que copaban mis solitarias tardes de aquellos días. 

"There's a lady who's sure all that glitters is gold and she's bying a stairway to heaven. When she gets there she knows, if the stores are all closed with a word she can get what she came for." 
Siempre quise conocer a esa dama que tenía la absoluta certeza de poder conseguir cualquier cosa con solo pedirla. Tendría que ser una mujer increíble, en todos los aspectos, para poder nublar entendimientos y dejar solo cabida a los deseos. 

Hace unos meses meditaba sobre ello, ¿alguien sabría dónde comprar una escalera directa al cielo? ¿Existiría una tienda al estilo del Ikea, en cuyos almacenes habría un lugar destinado para cosas improbables? En caso afirmativo, al tener acceso a una de ellas y poder deambular entre los diferentes comercios de aquellos dioses, ¿qué pediría? ¿me lo concederían? Me daba en la nariz que yo no tendría tal poder de convicción como la chica de la canción, aquella que anhelaba conocer. 

"Dear lady, can you hear the wind blow?"
Aún creyendo que jamás mis demandas serían escuchadas siempre pedí un deseo. Ser feliz. Egoísta y demasiado ambicioso. Siendo sincero y honesto, no pediría la conclusión de todas y cada una de las guerras que martillean la superficie del planeta. Tampoco me decantaría por algo como el fin del acaparamiento de la riqueza por parte de unos pocos mientras otros muchos pasan penurias inimaginables. Ni tan siquiera una cura para las decenas de enfermedades crueles que masacran las vidas de anónimas personas como tú y como yo. 
En las noches con mucho viento, como la de hoy mismo, y al no tener noticias de sitio alguno donde agenciarse una escalera al cielo, susurraba a los dioses creyendo que ese aire llevaría con fuerza mi interesado capricho hasta más allá de las nubes. 

"Because, you know, sometimes words have two meanings."
¿Qué es para cada uno la felicidad? Para unos podría ser tener éxito laboral, un excelente trabajo que les llene cada segundo de sus vidas. Para otros en cambio, tener una cuenta en el banco con más de seis cifras. Algunos definirían la felicidad como aquello que sienten al ver a sus hijos crecer día tras día. Seguro que incluso habría alguno por ahí que al comprar el ultimo modelo del IPhone y mandar su primer whatsapp desde su flamante terminal diría que es la persona más dichosa de la tierra. 
La felicidad admite tantas acepciones como gente hay en el planeta, sin embargo para mí solo tiene un sentido. Amar. 

"And a new day will dawn for those who stand long, and the forest will echo with laughter."
El amor lo es todo. Mi única meta. Lo que dará valor a todo lo vivido e importancia a cada segundo transcurrido, será el día en el que no pueda parar de sonreír. 

"The piper will lead us to reason."
Imagino a Page y Plant en aquella cabaña de algun lugar perdido de Gales, donde empezaron a componer la letra de "Stairway to heaven". Sin luz ni electricidad. Quizá con sustancias psicotrópicas recorriendo sus torrentes sanguíneos en aquellas oscuras noches, creando el escenario ideal para poder ver escaleras infinitas, mujeres que creen que todo lo que reluce es oro y flautistas que muestran el camino a los que alguna vez se perdieron.
En aquel mistérico emplazamiento y con la mente llena de química y música vieron a la reina de Mayo en todo su esplendor. Ella les pidió que la acompañarán, ellos no pudieron negarse. 

"...with a word she can get what she came for."
Vente.
Voy.



miércoles, 8 de marzo de 2017

Día 48: Un día sin ideas.

¿De qué puedo escribir cuando no hay nada que decir?

Podría hablar sobre música, arte, o la última película que quise ver y no vi. También estaría genial teclear algunas palabras sobre la luna o las estrellas, mencionando que al mirarlas pienso en el amor y en corazones latiendo al unísono. 

Pero no, hoy no deseo hablar de eso. Hoy los dedos de mis manos me llevan hacia otros asuntos menos poéticos, mucho más banales. 

Deseo hablar sobre una maleta. Una con pegatinas diseminadas por toda su superficie. Una de color gris y con ruedas. Una que tiene tres iníciales pegadas en su parte superior. R F V. Muy bien, lo habéis adivinado. Esa maleta es la mía. 

Ha ido conmigo a infinidad de lugares. Hemos recorrido decenas de ciudades y atravesado aeropuertos en los que jamás imaginé que estaríamos. Corriendo con prisa mirando de reojo el reloj, andando pausadamente contemplando las filas de personas que esperan su turno para facturar en las distintas compañías aéreas, incluso ha ido junto a mí subida a un carrito porque me susurró, en un acto de total comprensión que solo da el compartir tantas horas, que estaba exhausta de tanto rodar. 

Cuando la encontré estaba subida a un stand a la altura de mis ojos. Ella me silvó, llamó mi atención. ¡Eh, tú! Me dijo al pasar. Rubén, yo soy lo que buscas. No mires más. Sostuvo mientras la bajaba hasta el suelo y abría la cremallera que encerraba sus entrañas. 
Por fuera me gustó, pero al ver su interior acabó por enamorarme completamente. Quizá tuviera las mismas cosas y órganos que cualquier otra maleta. Dos compartimentos separados, algunos pequeños bolsillos, uno incluso con cremallera. Pero cuando a uno le entra algo por los ojos ya no hay marcha atrás, tiene que ser tuyo sea como sea. 

Así fue como la conocí y nos hicimos inseparables. 
Estuvo a mi lado en alguna eterna espera en el hall de varios hoteles, viajó en barco hasta los confines del mundo, vi desde la ventana de un avión como un desalmado la tiraba sin cariño a las tripas de la aeronave, esperé con inquietud decenas de veces a que saliera del misterioso interior de los aeropuertos por la cinta transportadora. 

Nunca me gustó separarme de ella. Cada vez que llegaba a un mostrador para pesarla era una condena. Tanto para ella como para mí. Como buena maleta que es, la vanidad era su punto débil. Siempre quería estar lo más delgadita y presentable posible, en la hora del pesaje se ponía de los nervios. Ambos respirábamos tranquilos cuando la persona encargada de dar el visto bueno le ponía la pegatina del código de barras, apta para viajar. No obstante, hubo una ocasión en la que no calculamos bien y en la cena de la noche anterior nos pusimos las botas. Había cogido unos gramos, la muy glotona. Acabó con indigestión y tristemente hubo que operar. La abrí con cuidado en la misma sala del aeropuerto, y sin hurgar demasiado ni estirpar nada que le fuera necesario para la vida arreglé el desaguisado lo mejor que pude. 

Desde luego también hubo peleillas, como en toda relación que se precie. Sobretodo en esos viajes en coche en los que su estilizada figura dejaba de ser la prioridad. En esas ocasiones, luchaba con ella intentando convencerla, que esos pantalones o aquella sudadera eran imprescindibles. Tenían que entrar si o si, y la muy cabezota se negaba a cerrarse. Bonita, le decía con cariño, ¿y si hace frío? ¡Tengo que llevar algo de manga larga!

Esta mañana, justo antes de salir de casa me ha vuelto a llamar, como aquella primera vez que la vi. ¡Rubén! Me ha dicho desde lo alto del armario donde descansa, ¿cuándo me vas a sacar de aquí? 
He mirado su piel gris, y con ojos entornados la he susurrado...Pronto, bonita. En un mes, quizá. 
Y, ¿dónde me llevarás? Preguntó entonces, curiosa. Quién sabe, respondí. Quién sabe. 

jueves, 2 de marzo de 2017

Dia 47: All you have to do is...dance.

Corría a buen ritmo. Poco a poco fui acelerando hasta ir lo más rápido que pude. Un sprint más largo de lo que, en principio, podía esperar aguantar. De pronto paré.
Pensé que el corazón me iba a estallar mientras cogia el aire a bocanadas.
Miré a mi alrededor, la noche me rodeaba. Entonces, sin explicación alguna, me puse a bailar.
Bailé como si el mundo no me estuviera observando. Y me sentí el tio mas libre del mundo.
Después, continué corriendo.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Día 46: Sin poesía la luna sólo es la luna.

En el fondo de las aguas cercanas a Cartagena yace un barco. Una goleta de mediados del siglo XIX cuya carga es algo especial. En sus entrañas habita un féretro, y dentro de él un cuerpo tan antiguo como el tiempo mismo. La momia de Menkaura, más conocido como Micerinos, el gran constructor de las pirámides de la llanura de Gizeh. 
Esa goleta lleva un nombre tatuado en su costado, Beatrice. 

Las malas lenguas de Florencia hablaban de romance, de amor embrujado y visceral. Al tiempo de escribir la vida nueva, Dante estaba perdidamente enamorado de ella. La conoció de niña, con apenas nueve años. Más tarde sus caminos volverían a cruzarse, cuando ella contaba dieciocho. Fue entonces cuando no pudo quitársela de la mente y escribió por y para ella, cada palabra que pensaba y salía de su alma versaba sobre ella. 
Años más tarde la hizo protagonista de su Divina Comedia. Su nombre, Beatrice. 

Allá por el siglo XII nació una niña que llegó a ser condesa. Pero más allá de su título nobiliario, ella era conocida por ser una trobairitz. Una mujer que componía versos que luego cantaba y recitaba al estilo de sus equivalentes masculinos, los trovadores.
"He estado muy angustiada por un caballero que he tenido, y quiero que por siempre sea sabido cómo le he amado sin medida...yo le dono mi corazón y mi amor, mi razón, mis ojos y mi vida. Bello amigo, amable y bueno, ¿cuándo os tendré en mi poder? ¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer y podría daros un beso apasionado! Sabed que tendría gran deseo de teneros en el lugar del marido, con la condición de que me concedierais hacer lo que yo quisiera." Esto recitaba esta buena mujer, casada con un tal Guillermo pero enamorada del destinatario de estos bonitos versos. El bello amigo se llamaba Rimbaud y ella, no podía llamarse de otra manera, Beatriz. 

El conquistador recorría con entusiasmo y nerviosismo el atestado puerto de Boston. Buscaba una posada, los ojos del cielo. 
Después de salir, ayudado por Wyneth, de la isla de las mil mujeres se había encontrado a las pocas millas con un navío mercante que llevaba té a la costa de Massachusetts. Uno de los marinos con los que compartió noches de borrachera en aquel buque llamado "Golden Brown" le confesó que se decía que a Boston acababa de llegar la mujer más bella del viejo continente. Rubén escuchaba, ebrio de amor y ron, mirando la luna y las estrellas cada palabra de aquel marinero. Delicadeza, encanto, un atractivo especial, unos ojos de mirada tímida y a la vez repletos de la seguridad de saberse diferente y singular. ¿Sería ella la que tuviera la llave para abrir el cofre de Teach?
Tenía que averiguarlo por todos los medios. Por eso, al llegar a Boston fue de taberna en taberna hasta dar con alguien que supo decirle cómo podría encontrar a la dama con la que había soñado desde que saliera de aquella infernal isla repleta de mujeres. 
Al entrar en la posada su corazón se congeló. Quedó paralizado al ver a aquella mujer que tras un pequeño mostrador hablaba con un anciano. 
- ¡Pase una buena mañana señor Finnegan!
- ¿En qué puedo ayudarle, caballero? Le preguntó ella, al ver al susodicho Finnegan cruzar la puerta en dirección a un puerto cada vez más concurrido. 
El conquistador solo pudo responder con otra pregunta. ¿Beatriz?

Una de esas noches en alta mar, después de haber escuchado por enésima vez, de boca del marinero las virtudes y excelencias de aquella enigmática dama que se ocultaba en algún lugar de Boston, Rubén miró fijamente el cielo nocturno en busca de Orión. Dentro de esa constelación había una estrella llamada Bellatrix, la guerrera. 
Aunque el nombre de aquella mujer nada tuviera que ver con el de aquella brillante estrella, su parecido era tan innegable que le hizo desviar la mirada hacia esa parte del firmamento. 
El conquistador sonríó a la noche, después de todo había vuelto a encontrar un nuevo camino. No en vano Beatriz significaba la bienaventurada, portadora de felicidad. 
¿Demasiado poético para un simple pirata?
Rubén desvíó la mirada unos instantes del diminuto puntito en el cielo que era Bellatrix y la posó en uno mil veces mayor. Recordó entonces una frase que alguien dijo en una de esas anónimas tabernas llenas de vicio, alcohol y mujeres. Sin poesía la luna solo es la luna. 







lunes, 27 de febrero de 2017

Día 45: Fantasyland.

"Sólo la fantasía permanece siempre joven, lo que no ha ocurrido jamás no envejece nunca." Friedrich Von Schiller.

ELLA
La mañana del lunes se había hecho eterna, pero por fin se encontraba allí. Sentada en su mesa observó por la ventana del despacho. Fuera dominaba un caos adorable que en ocasiones la envolvía de un placer indescriptible pero también la llevaba a la locura más extrema. Por eso, de vez en cuando se tomaba un respiro y se enclaustraba tras esas cuatro paredes.
Encendió el portátil. Tras unos segundos de espera miró su correo. Entre la docena de emails que tenía sin leer uno le llamó la atención. Estoy allí en media hora, ¡te has dejado en casa la carpeta con tus notas! Decía el breve aviso. Miró el reloj, estaba a punto de llegar. "Cariño, estoy en mi despacho. Te espero aquí." Contestó ella en un rápido mensaje de whatsapp. 
Mientras esperaba a su marido, se hizo un café. Necesitaba espabilarse. 
Cinco minutos después él abría la puerta del despacho con una carpeta roja en la mano. ¿Dónde tenias la cabeza esta mañana, amor? Dijo al tiempo que sonreía y le daba un beso. 
Gracias cielo, ni me había dado cuenta. ¿Quieres un café? Si, repuso él mientras miraba a su alrededor. Un sofá junto a una pared. Una mesa de madera oscura en el centro de la habitación, estanterías repletas de libros, y un gran ventanal que iluminaba todo con una luz limpida y cristalina. La primavera ya estaba allí y el sol se dejaba notar. 
Ella se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá. ¡Qué estrés de día! Suspiró, tras dar un sorbo a su café. ¡Dios, está guapísima con esa blusa! Pensó él, acercándose al sofá y sentándose a sus pies. Se los empezó a masajear oprimiendo con sus dedos la planta, generando una especie de arrullo en ella. Él sonrió y con mirada pícara subió sus manos por las piernas, hacia los muslos. La falda oscura que llevaba ella se arrugó alrededor del culo dejando entrever un tanga color crema. El mismo que él le había visto ponerse esa misma mañana. ¿Cuánto tiempo tienes? Preguntó, notando como su pene se ponía erecto. Veinte minutos, contestó ella tan excitada como él. 
Siempre he tenido la fantasía de hacerlo sobre una mesa de caoba. Confesó ella, al notar que él le quitaba el tanga para meter su cabeza bajo la falda. 
La lengua jugaba, se divertía. Notaba la creciente excitacion de su esposa. Momento perfecto para cogerla de la mano, llevarla hasta la mesa y subirla sobre ella. Él desabrochó sus vaqueros y sacó su miembro y lo introdujo lentamente. ¡Espera un momento, cariño. La puerta! No entrará nadie, tranquila.  Dijo, con el creciente morbo que surgía tras esa remota posibilidad. 
Marido de pie con los vaqueros por las rodillas, esposa tumbada sobre la mesa con la falda subida hasta la cintura. Él sujeta las manos de ella al tiempo que da pequeños golpes de cadera. Gemidos que se escapan por el deseo, cortos. Apenas audibles. Tetas botando por el ímpetu de las embestidas. Mejillas ruborizándose por el ascendente calor del momento y el sol casi primaveral que les pegaba en la cara. Objetos cayendo al suelo, tirados por manos inquietas tratando de acariciar, sobar, sentir. Miradas llenas de pasión, besos llenos de babas. 
Así fue como ella, en una mañana de lunes, cumplió su fantasía. Notó el semen caliente chorreando por sus muslos. Él se acercó a su oído y en un susurro dijo...te amo cielo, pero mañana no te olvides la carpeta adrede para que te la vuelva a traer. Ella besó sus labios. ¡Qué bobo eres! 

EL
En casa aún no había nadie. Dejó las llaves del coche en la mesa del salón y fue a la habitación para ponerse ropa más cómoda. Encendió la tele y se puso a juguetear con el móvil, haciendo tiempo. Sabía que ella no tardaría en llegar. 
Veinte minutos después se escuchó su voz al cerrar la puerta. Hola, cariño. Ya estoy en casa. Dijo la recién llegada yendo hacia él para darle un beso. Me muero de hambre, añadió con una sonrisa en su cara. 
¿Qué te apetece cenar? Preguntó él, mientras ella se ponía un pantalón de pijama y una sudadera. ¿Quieres una ensalada de pollo con nueces? Sugirió, deleitándose con el cuerpo de su mujer. Vale, repuso ella distraída. ¿La hacemos juntos?
He hablado con mi hermana, sostuvo ella mientras él sacaba un par de cervezas del frigorífico, el pollo, una bolsa con varios tipos de lechuga y brotes. Mañana nos tenemos que quedar con los niños. Genial, mañana ponemos el rey león y pedimos unas pizzas. Contestó mientras le daba un trago a la cerveza e intentaba decidir qué salsa le pondría a la ensalada. 
Ella se puso a trocear el pollo. Él se detuvo un instante observado su culo. No había nada que le excitara más, esas nalgas le tenían loco. Se sentó unos segundos en la mesa de la cocina, echó un nuevo trago y se puso de rodillas tras ella. 
Bajó el pantalón y empezó a mordisquear. ¡Para, cariño. Qué estoy con la sartén! Luego jugamos, que tengo hambre. ¡Jo!
Ya no escuchaba. Imposible. Ese trasero le había hipnotizado desde el primer día que lo vió. Con las dos manos lo acariciaba. Era un manoseo suave, sutil. 
Siempre le pasaba lo mismo, tenía que asomarse al precipicio. Separó las piernas de ella. ¡No seas malo! Creyó escuchar en un murmullo. Un rumor que a duras penas llegaba a sus oídos porque todos sus sentidos se concentraban en saborear aquello que veneraba. 
Metió la nariz y poco a poco se fue abriendo camino. La lengua hacía de avanzadilla, sola ante el peligro. 
El sexo húmedo le incitó a seguir. A lo lejos, el crepitar del pollo en la sartén. 
Se giró y apoyando la espalda en el horno se topó de frente con la depilada vagina. Rodeó el culo con sus brazos y apretando manos y cara se hundió en ella. ¡Me estás poniendo a mil, bicho! Cedió la mujer bebiendo de su cerveza para mitigar el calor de la vitrocerámica y de los lametones del marido. 
Él se tomó un respiro tan solo para suplicar, baja cariño. Tiraba de ella con delicadeza. Intentando que bajara hacia el suelo. Un minuto, amor. La lucha de ella debía ser terrible. Pollo, excitacion, cerveza en una mano, sartén en la otra, un tío pegado como una lapa a su sexo...malabarismos, sin duda alguna.
Por fin el maldito pollo estaba dorado, en su punto. Apagó el fuego y se puso en cuclillas para mirarle a la cara. ¿Pero, qué te pasa hoy? Dijo sonriendo y dejándose llevar por el placer. 
Así fue como, en el suelo de una cocina colmada de olores a pollo, salsa César y sexo, él cumplió su fantasía. Follar con la mujer que amaba y en cuyo culo no dejaba de pensar. 

"Pobre del amor a quien la fantasía abandona." Arturo Graf.
"La fantasía teje historias como éstas, pero la imaginación se cumple en el silencio del poema que nace." Enrique Lihn. 





sábado, 25 de febrero de 2017

Día 44: Al otro lado de la cama.

¿De estar en pareja, en qué lado de la cama dormiría? 

Hace 3 años más o menos, en una tarde solitaria de viernes me dió por buscar algo en Google. Tecleé Belmond rápidamente en el iPad. En segundos tenía en pantalla lo que andaba buscando. Era la web del Santuary Lodge de la cadena de hoteles Belmond. 
En esa época no paraba de pensar en subir desde Cuzco a Machu Picchu. No sé de dónde diablos saqué esa idea, pero cada noche me dormía soñando con montar en el tren que, desde la antigua ciudad imperial peruana, subía a los pies de la selva donde se ocultaban los últimos vestigios de los incas. 

En esos días, después de cenar, me pasaba las horas muertas leyendo información sobre Perú, las ruinas y ese hotel. ¿Por qué ese y no cualquiera de los otros que poblaban la villa desde la que se subía a Machu Picchu? 

El primer día que mis ojos se posaron en este lugar vi una de las lujosas habitaciones. Las más bonitas, y caras, tenían una terraza mirando a la selva. Las fotos se veían increíbles, pero lo que me llamó la atención no fue el gran balcón o los "amenities" que ofrecían.

Hace tres años y medio no había nadie en mi vida, y sin embargo hice algo extraño. Reservé una habitación, para dos personas. ¿En qué pensaba?

Según pude averiguar en esas noches tumbado en mi cama llenas de historias de otros viajeros, la mejor época para ir hasta allí era de Abril a Octubre. Bien, pues en esas fechas el hotel estaba completo hasta más alllá de los dos años. Y es aquí cuando viene el hecho curioso, reservé esa habitación para la Semana Santa del 2017. En decir, para dentro de un mes y medio escaso. 

Mi mente volaba muy alto por aquel entonces. Joder Rubén, me dije, en tres años ya encontrarás a esa chica que vaya contigo cogida de tu mano, sino ya te vale. 

En realidad no era ese el único inconveniente a mi loco plan. La estancia en total, flores y bombones incluidos (ya que me pongo a reservar, debí decirme, ¡que coño, quiero chocolates!), pues eso que todo el tema salía por más de diez mil euros. Vuelvo a repetir una vez más, ¿en qué pensaba?

Todos los viajes comienzan dando un primer paso y ese fue el mío. Desde luego fue un movimiento hacia un abismo desconocido. No money, no girl. ¿En qué cojones pensaba?

Al ver esa habitación me fijé en su enorme cama y me imaginé durmiendo allí, abrazado a alguien. Me vi despertado por un suave beso en los labios al tiempo que el sonido de la lluvia se colaba por la terraza. No me digáis que ese sueño, esa ilusión no merecía la pena tenerla al menos una noche. Pues precisamente en eso pensaba. En compartir esa cama. Todo cuanto deseaba en la vida era dormir junto a una mujer que estuviera tan loca como para recorrer medio mundo conmigo. 
Quise dormir feliz durante una noche, por eso reservé esa habitación en ese lugar. 

Pero, ¿en qué lado de esa mullida cama del Santuary Lodge dormiría? 
¿Quizá el derecho? ¿Puede que el izquierdo?
En realidad, las veces que he compartido cama con alguien me ha sido indiferente. Siempre pregunto en qué lado prefieren ellas, más que nada porque suele ser su cama y yo el invitado. 
Sé que hay gente menos flexible, yo me conformo con dormir junto a alguien que desea despertar a mi lado. 

Hace un par de horas, al tiempo que en una conversación de whatsapp surgía el tema de los hábitos de la gente en cuanto a qué lado de la cama escogen para dormir y preguntarme sobre el tema me llegaba un correo. Un email de Belmond. Reserve sus vacaciones. Aconsejaban desde el encabezamiento. 









viernes, 24 de febrero de 2017

Día 43: Ancora qui.

Ancora qui. 

Al despertar y abrir los ojos te busco. Primero a mi lado. Nada. Guardo silencio unos segundos, intentando agudizar el oído. ¿Andarás por la cocina preparando algo para desayunar? Calma. Tristeza. Vacío. Nada de nuevo. 

Ancora qui. 

Aún medio adormilado echo la mano hacia la mesilla de noche, tanteo hasta encontrar el móvil. La pantalla iluminada trae colores, reflejos. Enfocando logro distinguir las notificaciones. Correos. Las vacas de la granja están listas para ordeñar. El taller me llamará para la revisión del coche. Cumpleaños de alguien de Facebook. Nada, una vez más. 

Ancora qui. 

¡Espera! Vibración. Agitación. Pequeño sonido lleno de optimismo. ¿Serás tú?

Ancora qui. 

Me ducho pensándote. Cierro los ojos bajo el agua. Imagino. Sueño en cascadas cayendo sobre nosotros. Abrazos empapados en agua dulce. Mientras me enjabono veo tu cuerpo. Piernas, culo, espalda, pecho. Mis sentidos se inundan de tu piel. Aspiro profundamente y tu olor sobrevuela ante mi nariz. Frutos salvajes. Aroma dulzón. ¿Será el gel o me estaré volviendo loco?
Abro los ojos para secarme, y ante el espejo la terrible realidad. No estás. 

Ancora qui. 

En el metro miles de rostros. Somnolientos. Cabizbajos. Hundidos en sus propios pensamientos. Trato de concentrar mi vista, buscando tu sonrisa. Paseo la mirada a lo largo del vagón una y otra vez por si te me hubieras escapado sin darme cuenta. Por un instante me detengo en alguien que de espaldas se parece a ti, y una sonrisa se empieza a dibujar en mi rostro. Pero a medio camino de ese fantástico dibujo ella se da la vuelta y compruebo que esos ojos no son los tuyos. Tristemente las puertas se abren, llegando a mi destino sin haberte visto. 

Ancora qui.

Durante la comida observo un plato, un vaso, un tenedor, un cuchillo. Nunca el uno fue un número tan solitario. Es bonito fantasear con el dos entre bocado y bocado. 

Ancora qui. 

Paso una página detrás de otra. Palabras, palabras y más palabras que por momentos forman una sola frase. Te echo de menos. 

Ancora qui. 

La vuelta a casa se hace lenta, pausada. No hay prisa ya que sé que allí no estarás. No tienes la llave que te abra mi humilde castillo, soñar que has nacido con la habilidad de resquebrajar cerraduras cual Houdini se me antoja demasiado presuntuoso incluso para mi mente llena de fábulas imposibles. 

Ancora qui. 

Las cenas siempre fueron momentos de confidencias. Giro la cabeza mientras sostengo mi cocacola, busco tu oído para susurrar que no he parado de pensarte en todo el día. Con la mirada perdida en el desierto salón te veo sonreír mientras me acerco a ti y en un leve murmullo suelto que te quiero. Te beso en la mejilla, ladeas la cabeza para probar mis labios. Tu ensalada de espinacas esta buena, afirmo al tiempo que sonrío y mastico parte de la comida que me has traspasado con ese ardiente beso. 
De repente la publicidad de la tele me devuelve al mundo real. Tu imagen se desvanece. Tu beso se evapora tan rápido que apenas me da tiempo a saborearlo. 

Ancora qui. 

Por la noche, al acostarme, llega el peor momento. Ese en el que estiro el brazo y no logro acariciar tu piel. Me pongo de costado y contemplo el lado desocupado de la cama. Durante unos segundos me parece escuchar el leve sonido de tu respiración. Ecos lejanos que me llevan a mundos llenos de pasión y oscuridad. Los ojos se van apagando poco a poco. Se cierran lentamente. 

Ancora qui. 

La vida se va pausando por momentos. Mi respiración, cada vez más profunda, me va sumiendo en un sueño en el que seguramente tu serás la protagonista. ¿Podré abrazarte entonces o también en mis ensoñaciones me serás tan esquiva? 

Ancora qui. 

Haciéndome preguntas tan estúpidas como esa me quedo totalmente frito, dormido con un par de palabras tatuadas en mi alma...Ancora qui. Aún aquí.

El corazón sigue aquí, aún lo siento. Latiendo. Me toco el pecho, noto su vibración. Cada palpitación. 
Ancora qui, ancora tu. Ora però io so chi sei... (Aún aquí, de nuevo tú. Sin embargo, ahora sé quién eres...) 
De lado apoyo mi cabeza en la almohada. Me duermo con la mano en el corazón. Notando mi pulso, mis entrañas. Aún estoy vivo. Siento, luego existo. Mi alma aún sigue aquí y todo es posible, incluso amar. 







jueves, 23 de febrero de 2017

Día 42: El dragón que escupía hielo en vez de fuego.

Hace muchas lunas alguien llamó a la puerta del castillo. La princesa se asomó por la pequeña almena. Lo que vió la enamoró súbitamente. Un caballero de brillante armadura montaba sobre un caballo negro. Buenas noches bella dama, ¿podría mi corcel descansar brevemente en sus establos? 

No sabes cuándo golpeará, ni tan siquiera intuyes por donde asestará la primera estocada. El amor impacta sin previo aviso y deja noqueado, grogui, totalmente vencido.

El caballero entró, quitó las monturas al caballo y acarició su lomo con cuidado. Este giró su cabeza y relinchó suavemente a modo de agradecimiento. Solo se tenían el uno al otro, el caballero moriría sin su caballo y el noble animal sucumbiría sin los cuidados de su amable jinete. 
Cogió las bridas, y lo llevó a los establos. Allí el joven hidalgo se hizo una pequeña cama de heno y se recostó junto a su negro compañero. 

La princesa observaba todo desde sus aposentos. Apoyada en la ventana miró con ternura a noble y animal y no pudo más que suspirar de amor. 

Al despertar al día siguiente la princesa fue corriendo a los establos con una hogaza de su mejor pan y un buen trozo de queso. Al llegar, toda la oscuridad del mundo se cernió sobre ella. El caballero se había esfumado, ya no estaba. 
Corrió tan deprisa como pudo hacia la puerta gritando con toda su alma...¡Caballero del corcel negro, volved junto a mí!

Decenas, cientos, puede que incluso miles de puestas de sol más tarde la princesa seguía en su castillo. Sin embargo ahora las almenas estaban acristaladas, dentro ya no se notaba el creciente frío de las invernales noches. El puente levadizo se había transformado en un telefonillo con decenas de botones numerados. 

El caballero llegó con su bonito corcel negro, un coche tan oscuro como la misma noche. Al desmontar, acarició el lateral. Observó una pequeña magulladura que algún malnacido le había causado cuando descansaba con la guardia baja. No es nada, precioso. Susurró el caballero a su compañero. Más como forma de mentalizarse él mismo, que para tranquilizar a su infatigable camarada de aventuras. 

¿Y el dragón? ¿En qué lugar sale ese infernal animal en esta historia? 

Es bien sabido que antiguamente los castillos tenían dragones. No es descabellado pensar, por tanto, que el castillo de la bella princesa, ese que fue iluminado hace mil noches por una enorme y luminosa luna también fuera habitado por un feroz dragón. 

Cuentan las leyendas que ese animal estaba encantado. No escupía fuego, sino hielo. A todo aquel que se aventurara a subir al castillo no lo quemaba hasta convertirlo en cenizas con sus ardientes llamaradas, no. El dragón congelaba el corazón de sus víctimas. Su aliento era tan frío y gélido que paralizaba los latidos y dejaba inertes las almas de aquellos que osaran hablar con la bella princesa. 

- ¿Qué hacéis aquí, caballero? Masculló el dragón asomándose a los establos. 
- Mi amigo necesita descansar, repuso el educado jinete señalando con la cabeza a su negro caballo. 
- ¡Mentís! Vociferó el dragón. ¡Queréis robar el corazón de mi princesa! 
- Su corazón no es vuestro. 
- El tuyo tampoco será suyo. Sentenció, helando de una tacada a caballo y caballero con su glacial hálito.

El amor verdadero no sucumbe ante el tiempo, no mengua ni aun viendo un millón de amaneceres con sus inevitables puestas de sol. Es imperecedero. Indestructible. 

La princesa se asomó a la almena. ¿Me abres? Pidió el caballero. Hazlo tú mismo, sostuvo ella tirándole las llaves del castillo. Subo, dijó él. Y añadió, dile al dragón que esta vez no congelará mi alma. 
Ahora soy fuego. 







lunes, 20 de febrero de 2017

Día 41: El gato de Cheshire.

¿Es posible que una cabeza sin cuerpo sea decapitada? 
El inteligente gato filosofa a lo largo del camino de Alicia a través del mágico mundo escondido tras el hueco de una madriguera de conejo.

¿Es posible que un corazón sin alma pueda amar? 
Mi país de las maravillas era un montículo en mitad del campo. Cada dos o tres días me dirigía allí con mi bici de montaña, sorteando piedras y matorrales, para soñar y quizá encontrarme con alguien tan inteligente como el gato sonriente que pudiera contestar a una simple pregunta. ¿Por qué estoy solo? 

Mientras sudaba, pedaleando lo más rápido que mis piernas me permitían, no paraba de hacerme esa pregunta. Miles, cientos, millones de personas tenían a su alma gemela. Romeo se desvivía por Julieta, Clarence desafió a Drexl por Alabama, Marco Antonio dejó de lado Roma y su Imperio por Cleopatra, Dante escribió sobre su musa Beatriz, Salomón soñaba con la Reina de Saba, el Capitán Smith olvidó su deber para con el rey Jorge y se quedó con Pocahontas, Hitler se suicidó en un búnker con Eva Braun, hasta el maldito Batman iba acompañado de Robin a todos lados...Y yo, ¿por qué extraña razón estaba solo? ¿Estaba encantado? ¿Alguna pócima secreta me impedía amar y ser amado?

Sentado en una enorme piedra de aquella montaña, deseché las ideas sobre hechizos y envenenamientos provocados por alguna maléfica bruja y llegué a una inquietante conclusión. No tenía alma. Mi corazón latía mecánicamente, sin pasión alguna. Movimientos automáticos llevados por la inercia del simple bombeo de la sangre. Me negaba a creerlo. Imposible, me decía. La música me hace sentir, un cuadro evoca en mi ensoñaciones de mundos del pasado, un libro me provoca seguir los pasos del protagonista, un olor me lleva a mil lugares, un sabor enardece mi espíritu. ¿Cómo que no tengo alma? Grité sobre aquella piedra en más de una ocasión, esperando en vano ver la sonrisa del inestimable gato.  

Nadie me guió por ese infructuoso camino. Ni gatos, ni gusanos, ni conejos, ni tan siquiera la reina de corazones se topó conmigo para intentar decapitar mi pensativa cabeza. (Ciertamente, ¡Qué alivio hubiera sentido de haber caído en las redes de la temida reina!) Mi corazón seguía llevando sangre a todos los lugares de mi cuerpo pero ni una pizca de amor se vislumbraba en él. Anhelaba poder sentir. Deseaba ser acariciado. Soñaba con ser querido. ¡Maldita sea mi estampa! Gruñía con furia, pedaleando de vuelta a casa al comprobar que era un día más viejo, y que nuevamente la oscuridad envolvería mi cuerpo sin un buenas noches, mi amor.

El gato de Cheshire, con su amplia y sempiterna sonrisa, parece dar siempre con la solución adecuada. 
"...ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco."

Siento pasión por cada cosa de este planeta, me conmueven las artes y las ciencias, me emociono al ver llover y al observar la luna aullo como un lobo solitario. Soy intenso, no me cabe duda. Así pues, la única posibilidad que queda es que esté tarado. Loco. Tarumba. Beaucoup chiflado. 
Ahí radica mi problema, no hay duda. De tanto soñar no distingo realidad de ficción. No sé en que parte de mi vida estoy despierto y en cuál sueño con ángeles caídos del cielo. He perdido cualquier noción del lugar y del tiempo, cuál sombrerero loco. 

¿Estaré lúcido en estos instantes? ¿O todo esto es fruto de una cabezada en mitad de la noche?

La bella Alicia descansa a mi lado transportada desde el país de las maravillas hasta mi humilde cama. Su mano derecha se posa sobre el almohadón, la izquierda se esconde bajo él. Me mira con los ojos bien abiertos, observa mi cara detenidamente. Escucho su respiración, siento su pecho subir y bajar llenando los pulmones del mismo oxígeno que respiro yo. Contemplo su boca, deseo acercarme a ella y besarla. Primero un suave beso en las comisuras de los labios, luego un pequeño mordisco en el labio inferior, más tarde busco con mi lengua la suya. ¿Alicia, desaparecerás de pronto? Antes de que pueda contestarme, ya sea fantasma real o ensoñación irreal, mi mano acaricia su rostro. Con el dedo siento su mejilla, sus pómulos, cada poro de su piel. 
El tiempo se detiene o vuela rápido, quién sabe. Pues ya me he convertido en el sombrerero loco y todo cuanto me rodea es superfluo. 
Mi mano baja por su cuello, sorteando el pelo que se enreda entre mis dedos. Llego al hombro, me detengo unos instantes. La mano duda que camino tomar, ¿gato sonriente que camino he de escoger? La decisión se toma en cuestión de milésimas de segundos. El tiempo sufíciente para darme cuenta de que los pezones de Alicia están tocando mi pecho. Noto cómo se ponen duros al rozar mi piel, noto la tensión de la excitación. Alicia respira entrecortadamente, casi son jadeos. Una de sus manos empieza a moverse y tímidamente se desliza hacia abajo. Coge mi pene, lo mueve situándolo en el punto exacto en el que yo solo tengo que empujar levemente. Entonces, en ese preciso instante, Alicia y yo somos uno solo. Conectados por nuestros cuerpos, la respiración empieza a ser rítmica. Nuestras almas entran en resonancia y vibran. Son espasmos lentos, acompasados movimientos de cadera. Abrazo fuertemente su cuerpo como si pudiera desvanecerse como la niebla al despertar el día y dejarme con la miel en los labios. 
Alicia susurra algo en mi oído...Sombrerero, me voy a correr. Dos minutos más, suplico queriendo dilatar ese tiempo que no existe en este mundo lleno de maravillas. 
La respiración se acentúa. La mía se convierte en gemidos salidos de mi propia alma, la de ella se hace aguda, repiqueteante. 
Sonrisas. De un lado y del otro. Recuperación de la normalidad del corazón poco a poco. Alicia posa su cabeza sobre mi pecho. Estoy seguro de que escucha los latidos martilleando mi caja torácica. Buenas noches, mi amor. Te quiero. Oigo decir a Alicia abrazando mi cuerpo. Buenas noches, vida. Suelto yo con la mirada de felicidad situada en un punto indeterminado del oscuro techo. 

En aquella piedra de una montaña perdida en medio del campo, soñaba hace 20 años. Veía a Alicia susurrando mi nombre junto a palabras de amor. Sentía esa calidez de su alma. Sabía que tenía que estar en algún lugar, millones de personas tenían algo así, ¿por qué yo no? 
Ahora, ya no sé en qué mundo estoy. No sé dónde me encuentro. ¿Son sueños reales o fantasías irreales?
Gato de Cheshire, dame alguna pista. ¿Debo seguir creyendo? ¿Debo seguir soñando? ¿Debo seguir yendo a esa montaña cada día? 
En toda su sabiduría el gato aparece de pronto. Sonríe. ¿Por qué sonríes gato? Pregunto curioso. Soy un gato de Cheshire, todos podemos hacerlo y casi todos lo hacemos.

No sé vosotros, pero yo quiero creer que su sonrisa es debida a que sabe que finalmente me convertiré en un cuento con final feliz, tarde un año o veinte en acabarlo. 




Día 40: El sueño.

Mi cuerpo no paraba de temblar. En ese momento era la persona más vulnerable de todo el planeta. Mis miedos afloraron de tal manera que no pude articular más que una sola frase. ¡No lo hagas, por favor! 

La vida es vibración. Eso al menos, es lo que nos cuenta la física. La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con tal afirmación, el mundo vibra y es por ello que sabemos que existimos. Los científicos teóricos más reputados y sesudos, nos han formulado la archifamosa teoría de cuerdas que nos encamina a pensar que estamos formados por partículas enormemente pequeñas que no paran de temblar. 

La muerte también es vibración. Recuerdo una de ellas, quizá una de las más impactantes. El último suspiro, el postrer estertor de vida, luego el silencio más demoledor. Mis manos temblorosas se escondían al fondo de los bolsillos de la chaqueta, mi pecho no podía retener tanta tristeza y mi corazón vibró de pena. El llanto mantuvo mi rostro en una mueca extraña, desencajada, mi boca oscilaba con un castañeteo de los dientes que rasgaba la negrura de aquella noche. Si, tampoco puedo negarme a la evidencia. La muerte es vibración. 

El dolor es vibración. Pum pum, pum pum, pum pum. Latidos. El corazón se agita en su cofre de oro. Se retuerce, gime, se desespera. Quiere gritar pero nadie le escucha. Los ecos olvidados de esas súplicas puede que ya se hayan mitigado hasta la extinción, pero no hay duda de que el dolor es una oscilación del alma. Lastimosamente rápida. Afortunadamente fugaz. 

El amor es vibración. Un beso, una caricia, un te quiero soltado al infinito. Todo ello aderezado con una sonrisa y una buena dosis de nervios nos dan el temblor más arrebatador. Cuerpo, corazón, y mente se unen para la más sublime de las vibraciones, aquella en la que la felicidad inunda el iris de nuestros ojos para ver magia en lo que tan solo es excepcional y único. 

La consciencia humana es vibración. ¿Quién soy? ¿Qué no soy? Conexiones sinápticas. Redes neuronales. Miles de datos y experiencias recorriendo las autopistas de nuestro cerebro para finalmente acabar en algún ramal recóndito de la mente y por supuesto, trepidar. Movimiento trascendental, fastuoso, que nos da conocimiento de lo que somos como seres unívocos y diferenciales. 

El sexo es vibración. Cadera contra cadera. El rítmico vaivén deja oír un sonido peculiar, excitante. Bocas abiertas, jadeando. Manos entrelazadas, impulsando la penetración. Miradas enfrentadas, llenas de matices. Deseo, asombro, cariño, lujuria. Mordiscos robados a la tenue luz de una lámpara. Cuello, pezones, barbilla, mejillas. Gestos toscos, muecas de placer y gemidos que traspasan paredes. La vibración más instintiva, quizá en la que nos damos cuenta de que seguimos siendo fieros animales. 

Hace 20 años una chica me amenazaba con matarse si la dejaba de hablar. Tengo un cuchillo en la mano, Rubén. Me dijo por teléfono. ¡No lo hagas, por favor! Supliqué.
Hace 17 años alguien me dijo, Rubén tengo que dejar esto porque me gustas demasiado y yo no puedo permitírmelo. ¡No lo hagas, por favor!  Volví a suplicar.
Hace algo menos de 5 años una mujer sostenía que ya no me amaba, que me dejaba para siempre. ¡No lo hagas, por favor! Repetí una vez más. 
Hace dos o tres años, en una cama ajena, una bella dama me dijo que me iba a bajar los calzoncillos y follarme hasta exprimirme del todo. La miré a los ojos y sostuve, ¡no lo hagas, por favor! 

¿Habrá sido un sueño? El lugar pareciera el más adecuado ya que mi cuerpo yacía sobre otra cama que no era la mía. ¡No lo hagas, por favor! Repetía sin cesar. Al otro lado de esa súplica un abrazo que intentaba retener mis temblores. Miedos que afloraron en forma de vibración. Manos, brazos, piernas, espalda, pecho. Todo cuanto soy se sacudía y agitaba, oscilaba y se emocionaba. Vida, muerte, dolor, amor consciencia, sexo...Tranquilo, Ru. Logré escuchar. Estoy a tu lado. Me dijo una voz. Estaré a tu lado para siempre, volvió a susurrarme al oído. ¿Fantasía? ¿Alucinación? ¿Ensueño? ¿Anhelo?




jueves, 16 de febrero de 2017

Día 39: El espejo.

Hace unas horas me miraba en un espejo. Observaba mi cuerpo. 
Tras unos segundos de vanidad, traspasé mi piel y llegué a mi alma. 

Siempre he escuchado eso de que para mejorar, en cualquier ámbito de la vida, hay que saber de dónde se parte para conocer en qué lugar estamos y cuánto falta para obtener lo que queremos. 
Mirándome en ese espejo he recordado a aquel Rubén que hace algo más tres años escribió una entrada titulada "Ex ungue leonis". 

Largo camino desde entonces, un sendero complicado. Lleno de peligros que me han asustado en ocasiones, haciendo que me encogiera en un ovillo deseando que pasara el miedo rápidamente. Pero también ha sido un recorrido con muchas otras emociones.
Alegría, extrañeza, ansiedad, sorpresa, tranquilidad y sosiego, nerviosismo, dudas, rabia, soledad. Cada paso por ese camino me ha traído momentos únicos e inolvidables, malos y buenos. Sensaciones que he intentado plasmar lo mejor que he podido y sabido en este pequeño rincón perdido del mundo. 

En aquella ocasión, también me miré en un espejo y vi más allá. Lo que observaba no me gustó demasiado. No fue agradable darse cuenta de que tenía que pulir mi alma. Desechar esas partes más oscuras e innobles y potenciar la luz que se pudiera esconder tras toda esa negrura que recubría todo mi ser.
Las cosas no son lo que parecen, decía entonces. 

Hubo muchos momentos en los que me preguntaba por qué. ¿Qué motivos había para moverse? Puede que fuera el orgullo por no caer derrotado, las ganas por demostrar que podía superarme. Quizá la batalla más complicada de librar sea la que te enfrenta a ti mismo. ¿Por qué? ¿Para qué? Te preguntas una y otra vez mientras las dudas acechan sigilosas tras cada recodo, giro o cambio de rumbo. 

El desgaste es evidente y por mucho orgullo que creas poseer llega la temida pájara que no te permite ver más allá de tus propias narices. Miras pero no ves. Observas a tu alrededor pero no te das cuenta de lo que ocurre. Fue entonces cuando me aferré a un clavo ardiendo. Soñé con el amor. 

Qué locura, ¿verdad? Un estúpido pregonando a todo aquel que quisiera escucharle, que el amor verdadero existía. Un Quijote luchando contra molinos de viento. Así me he sentido en muchísimas ocasiones, cuando me topaba con alguien que intentaba hacerme claudicar de mi sueño de ser feliz amando y sabiéndome amado. Yo no creo en el amor, me comentaban. Entonces me tapaba los oídos y como cuando jugaba de pequeño con mis hermanos soltaba eso de, "habla chucho que no te escucho." 

Mismos lunares, mismos tatuajes, cuerpo y formas similares. Mirada distinta. Tres años largos después he vuelto a mírame en un espejo. Ahora las cosas son lo que parecen. 
Mi cara transmite lo que siento en cada instante. Sin máscaras, sin filtros. 
Una sonrisa se ha reflejado en ese espejo. Tímida. Leve. Tan solo una pequeña mueca que, para alguien que no me conociera no significaría gran cosa pero que para mí, cuando segundos antes vi pasar todo ese escabroso camino como un rápido flashazo, ha sido realmente reconfortante. 

Pero como diría el señor lobo en pulp fiction, "señores no nos chupemos las pollas aún." Esto no deja de ser un sendero infinito. Paso a paso, cincel y escoplo en la mano, esculpo mi alma. Trato de emular, en la medida de mis posibilidades, al artista que sabe que en el bloque de mármol se intuye la figura de algo interesantemente bello. No hay duda de que para llegar a buen puerto aún quedan muchos martillazos que dar, retoques aquí y allá. Es un carrusel interminable de emociones, sensaciones, sentimientos. Un camino, en cierta manera, iniciático hacia la comprensión de uno mismo.

Soy Don Quijote junto a su inseparable Rocinante, lanza en ristre y semblante con ganas de lucha. Nada me hará creer que no son gigantes eso que veo. Aún tengo fé en el amor, creo en el amor verdadero y único. Y quien diga lo contrario, que no existe y que todo son ilusiones de mentes absurdas, que se mire en un espejo y observe si sonríe o no.