La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Dia 9: El vestido rojo.

Paseábamos por el centro comercial mirando distraídamente escaparates cuando ella me propuso un juego, ¿te atreves a probarte lo que yo elija y te hago una foto?
Al principio la miré extrañado, me sorprendió la mera sugerencia de ese peculiar pasatiempo, aún así me dejé convencer. Muy bien, pero yo también escojo algo para que te pongas tu. Contesté, algo incrédulo. ¿Hacia dónde nos podía llevar todo aquello?
Unos minutos más tarde no paraba de pensar en otra cosa, una pregunta martilleaba mi cabeza insistentemente, ¿cómo le quedaría ese sugerente vestido que el insulso maniquí portaba con tan poca gracia?
Ella entró en la tienda y recorrió las hileras de ropa observando cada prenda, de momento nada le llamaba la atención. Sin embargo, yo no podía quitar mis ojos de su precioso cuerpo sopesando si prefería el vestido o una faldita corta. Ya que estamos, ¿se atrevería a enseñarme sus piernas? Al final me decanté por lo que creí que sería lo más sexy y escogí la talla. Quiero que te pruebes esto, sugerí, tendiéndole la percha que portaba el vestido rojo que me había hecho soñar unos segundos antes. Ella sonrió, ¿estas seguro de que quieres esto y no alguna otra cosa? Ah, ¡Y no vale ropa interior! Si, me encantaría verte con el puesto. Sonreía mientras cogía el vestido. ¿Sería capaz? Me preguntaba. Muy bien, pero luego te elijo yo a ti algo. Vale, respondí. 
Nos dirigimos a los probadores. Había unos ocho o diez compartimentos, unos enfrentados a los otros. La mayoría estaban vacíos. Escogió uno que estaba al final del pasillo, entró y corrió la cortina. Yo esperé fuera, apoyado en la pared. En ese instante miré el reloj extrañado por la poca gente que había, normalmente esta tienda está más llena que el metro en hora punta. Al desviar la mirada hacia mi brazo para comprobar el reloj me di cuenta de que podía verla a través de la cortina, una fina rendija me permitía ver como se quitaba los vaqueros. Era más bonita de lo que podía imaginar, su piel era blanca y estaba plagada de miles de lunares y pequitas diseminados aquí y allá. Unos segundos después se quitó la camiseta beige que había contemplado durante la comida, aquella que entre sorbo y sorbo de mi coca cola había decidido que le quedaba tan bien que hacia que su cara resplandeciera con un brillo casi mágico. Así que allí estaba, colocándose el pelo rizado mientras se miraba en el espejo gigante, con unos calcetines de Hello Kitty, unas braguitas verdes y un feo sujetador, todo hay que decirlo, pero que mostraba un pecho imponente. Acto seguido se puso el vestido y sin tiempo para recomponerme de esa angelical visión descorrió la cortina y preguntó sonriente, ¿te gusta? Mi cara debía ser un poema, seguro. Embobado aún, asentí con la cabeza. Ella giró 360 grados, interrogándome de nuevo con la mirada. Estas preciosa, logré decir. Entonces se metió de nuevo en el pequeño cubículo y corrió la cortina. La verdad es que me queda muy bien, la escuché decir desde el otro lado. ¡Maldita sea! ¡Ya no podía verla! La diminuta rendija había desaparecido al colocar la cortina de nuevo, ¡joder!.
Fue en ese preciso momento cuando decidí hacer algo que si no hubiera sido tentado por la aparición minutos antes de esa curiosa abertura, que me dejó entrever algo más de lo que debiera, jamás me habría atrevido a realizar. Un deseo irrefrenable por acariciar su cuerpo se adueñó de mi y sin decir palabra alguna pasé dentro. Sorprendida, se quedó mirándome con semblante perplejo para un segundo después empezar a decir, ¿qué haces...? La besé en los labios antes de que pudiera terminar la frase, fue algo dulce y suave. Al principio la noté algo reticente a que estuviera allí, pero quizá fuera la sorpresa de verme allí dentro porque enseguida subió su mano hacia mi rostro y acarició mi cara con cariño. Todo fue tan impulsivo, tan rápido, que aún no había reparado en que ella estaba ya con el vestido en el suelo, veía su culo reflejado en el espejo y me calenté. No pude evitar lo que sucedió después, fue algo instintivo. Me agaché y le bajé las braguitas verdes, comencé a lamer su clítoris. Ella sujetaba mi cabeza con ambas manos, empujando hacia dentro, yo sacaba la lengua introduciéndola poco a poco en la vagina. Estaba muy excitada, realmente húmeda. Soltó un pequeño gemido que retuvo entre risas. Subí para susurrarle algo al oído. Quiero hacerte el amor, ahora. Asintió, sonrojada. En un suspiro me quité las botas y los vaqueros. Empalmado giré su cuerpo hacia la pared en la que no había espejo. Ella se inclinó apoyando las palmas de las manos en la pared, arqueando un poco la espalda mostrándome que deseaba que hiciera. La sujeté por la cintura y la penetré una y otra vez. Nuestras cabezas estaban giradas hacia la derecha, nos mirábamos a través del reflejo del espejo. Mis ojos se debatían entre observar sus enormes tetas botar y bambolearse juguetonas o contemplar los gestos de su cara y sus ojos claros cada vez que empujaba con mi cadera. En un momento dado ella dejó escapar un gritito débil, casi inaudible. Esto hizo que llevara mi mano hacia su boca para, de alguna manera, acallar los tímidos gemidos que pudieran surgir. Ella mordió mi mano, quizá con algo más de fuerza de la que hubiera aguantado sin protestar en cualquier otro instante, pero que ahí y entonces no me importó lo más mínimo. 
La fina pared del probador empezó a moverse demasiado e intuyendo que el chiringuito se podría desmontar en cualquier momento me incliné hacia ella. Vamos a corrernos, cielo. Solté. Aceleré el ritmo de mis caderas durante un rato para luego bajarlo y empujar con fuerza. Noté que estábamos a punto, la cogí de las manos y apreté fuerte en el mismo instante en el que mi semen salía disparado dentro de ella. Sus manos respondieron décimas de segundo después cuando también llegó al orgasmo.
Cinco minutos más tarde salíamos dejando el vestido rojo en el mostrador de la dependienta. No le gusta como le queda, demasiado provocativo. Dije como excusa a la mujer que, sin muchas ganas, doblaba ropa para devolverla a sus correspondientes estanterías. Al salir de los probadores ella cogió mi mano y me besó en la mejilla al tiempo que me susurraba con una enorme sonrisa que iluminaba su preciosa cara...¿vamos a la zona de chicos? Me toca elegir a mi.