La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Día 4: Otoño.

Los árboles que veo cada mañana van tiñendo sus hojas de tonos pardos, marrones apagados, amarillos sin brillo. Las nubes pasean ligeramente por el cielo, flotando de un lado a otro llevadas por el suave viento que trae un aire que empieza a ser frío. La gente camina rápido, con las manos en los bolsillos y la mirada baja. Se ven las primeras bufandas de la temporada anudadas en los calentitos cuellos, bailando al son de los pasos de los que las llevan. De vez en cuando me cruzo con algún chiflado que aún no se ha enterado que ya hemos cambiado de estación y viste con bermudas y una fina camiseta, ¿su sangre será más caliente que la mía o sólo es que esta tarado? En mi camino sorteo algún charco que otro, señal inequívoca de que la noche ha sido lluviosa. De pronto detengo mi marcha y observo a un par de ancianos. Él lleva un bastón que le ayuda en su lento caminar, ella le agarra del brazo fuertemente, tanto como le dejan sus escasas energías. Estoy a unos metros de ellos y les miro. Me asombra su compenetración al dar cada paso, casi parece una marcha militar. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Muy lentamente van desapareciendo de mi vista y me hago una pregunta, ¿cuanto tiempo se necesitará para llegar a tener esa conjunción, ese entendimiento? Toda una vida, sin duda. 
Al desviar la mirada de los entrañables viejecitos me fijo en otro detalle que me llama la atención. En este mundo, en el que todo va tan rápido, es reconfortante ver que aún hay personas que no corren y se toman su café sentados en un banco del parque. Un tipo trajeado, con gabardina marrón, sostiene un periódico en una mano mientras con la otra sujeta un vaso de plástico con el logo de una gran empresa de cafés estampado en el. Con las piernas cruzadas una sobre la otra, lee alguna noticia que parece interesarle sobremanera. Mera suposición por el gesto de su rostro, atento y ceñudo. Quizá lee sobre extraños virus, políticos corruptos, o el buen juego del Madrid, puede que incluso sólo este mirando el pronóstico del tiempo. ¿Quien sabe?
Si, llega el otoño y con él mi eterna melancolía. Esa sensación ocupa todo mi ser y hace que me convierta en un estúpido soñador. Esta época del año es complicada para alguien como yo, en verdad todas lo son, pero quizá cuando llegan los primeros fríos es cuando más necesitado estoy de un abrazo. Un poco de calor corporal de alguien especial, una persona con la que no me importaría perderme en la inmensidad de cualquier solitario bosque. 
El romanticismo acude a mi con el transcurrir de los días. El templado Octubre da paso al ventoso Noviembre dejando tras de si un extraño poso en mi alma. Un deseo irrefrenable de querer pasear por un bosque, abrazado a una mujer que me ame. No creo que haya un lugar más romántico en esta época del año. Caminar por la espesura junto a ella, cogerla de la mano recorriendo senderos repletos de hojas de multitud de colores, sintiendo su respiración confundida con los enigmáticos sonidos que se escuchan en la lejanía. Creo que es increíblemente bello compartir un instante así, terriblemente evocador.
Mi mente juega conmigo e imagino llegar a un claro en mitad de la arboleda. En ese sugerente sueño me veo descansar del bonito paseo apoyado en un tronco de un milenario árbol, tan grueso y grande que ni mil tempestades juntas podrían arrancarlo. Ella se sienta en el hueco dejado entre mis piernas, su espalda roza mi pecho, mis brazos la rodean abrazándola. Huelo su pelo, le beso el cuello, juntos escuchamos los sonidos que nos trae el suave viento que mece las amarillentas hojas. Ese mismo aire que atraviesa el frondoso bosque crea un susurro encantadoramente placentero, momento en el cual ella gira levemente su rostro para comentar precisamente eso. Jamás he estado tan a gusto como en este instante, me dice. Yo observo su rostro y beso la comisura de sus labios, la aprieto fuertemente contra mi pecho. Quiero meterme dentro de ella, quiero que seamos una sola alma. Se lo digo al oído. Sonríe y lentamente se gira para mirarme a los ojos. Con sus suaves manos acaricia mi cara, su dedo recorre cada arruga de mi rostro desde los ojos hasta el mentón y me besa en los labios. Es tierno y dulce durante unos segundos, cálido. Luego el beso se transforma, se vuelve fogoso y pasional, intenso. Rubén, me susurra en un breve descanso para coger algo de aliento, hazme el amor ahora, aquí. La miro con una mezcla de cariño y deseo, ella me devuelve esa mirada con creces. Me quito la chaqueta y la extiendo en el suelo, ella hace lo mismo y la pone junto a la mía improvisando una superficie algo más cómoda. Se tumba mirando el cielo, a la espera. Es preciosa. Puede que sea mi corazón el que hable o quizá sean las increíbles tonalidades que crea la luz otoñal reflejandose en su piel, pero al verla ahí recostada pienso que es la mujer más bonita de todo el planeta. Me pongo de rodillas, una pierna a cada lado de su cuerpo y empiezo a besar su bella carita. Durante un rato sólo nos besamos pero la pasión sube en intensidad y acabo por quitarle el suéter para acto seguido sacarme el jersey que impide que ella acaricie mi pecho. Juegos, mordiscos y pellizcos continúan el ritual, sin embargo lo que viene luego es algo confuso. No se de que forma ella se deshace de sus vaqueros ni me imagino como puedo yo quitarme los míos sin dejar de besar sus labios pero el caso es que allí estamos ambos, desnudos bajo el viejo y gigantesco árbol. Es entonces cuando cumplo mi deseo de estar dentro de ella y ser ambos uno sólo. La penetro despacio y muy lentamente, me muevo con ritmo pausado hasta que ella pone en su cara esa expresión de estar en el mismísimo paraíso. Sus ojos, entonces, me dicen que es el momento de cambiar de ritmo y poco a poco los golpes de cadera se hacen más acentuados, ella sigue esa cadencia levantando su culo en ese sensual baile. De pronto agarra con fuerza mis manos clavandome las uñas, inmediatamente bajo la velocidad e intento llegar lo más adentro posible, concentrándome en aquel instante, saboreando el éxtasis que provoca que ambos gritemos en medio de aquel solitario bosque y que decenas de pájaros alcen el vuelo asustados. Minutos después aún yacemos desnudos sobre la alborotada ropa. Su cabeza reposa sobre mi pecho, escucha los latidos de mi corazón. Levanto su cara suavemente con la mano para mirarla a los ojos. Te amo. Te amaré eternamente. Confieso. Me mira fijamente, sabe que soy sincero y que será para siempre. Entonces sucede, me da el beso con más amor que jamás haya recibido persona alguna. No son necesarias más palabras, la energía que me transmite es brutal y se que ella también me ama. Soy feliz. 
Quizá alentado por las miles de imágenes bucólicas de estos días esta mañana me he parado un par de minutos a observar a los ancianos, al hombre del traje y a la gente que iba y venía de un lado a otro. Una ráfaga de viento ha hecho que cerrara los ojos unos segundos y hundiera las manos en los bolsillos momento que ha aprovechado mi malvada mente para crear estas imágenes en las que me encontraba tumbado bajo un enorme árbol de hojas amarillas. Si, el otoño ya esta aquí de nuevo. Bienvenido sea. 

1 comentario:

  1. El problema que tenemos los soñadores es que la realidad nunca alcanza nuestros sueños ...

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