La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Laoconte

Admiración. 
Ese sentimiento es el que me causa el arte. En todas sus variantes. Crear de la nada para mi supone el mayor reto de la mente humana. Mucha gente no entiende la pasión que encierra un cuadro, la dificultad de modelar un bloque de mármol, la absoluta soledad de un folio en blanco, el silencio de un hombre ante su piano antes de componer. 
El acto de dar vida algo que tienes en la mente es extremadamente complejo ya que la mayoría de los seres humanos hemos perdido eso que tanto deberíamos valorar. La imaginación. 
Hace un par de años una amiga me enseñaba desde la pantalla de su cámara de fotos sus creaciones. Pintora y escultora con una mente claramente visual, realizaba infinidad de cuadros desde el vacío absoluto. Con un simple alambre creaba algo bello, algo que sin duda salía de su corazón. Cada fotografía que veía me dejaba más alucinado si cabe. Boquiabierto, sólo preguntaba ¿eso lo has hecho tu? No por menosprecio por su valía sino porque me asombraba que alguien pudiera hacer algo así. Muchas veces la aconsejé que alquilara un local y expusiera todo ese material, la gente debería ver todo esto le decía. Ella, por falta de dinero y tiempo, no podía mostrar todo lo que tanto le había costado hacer. Talento desaprovechado. Mucho talento. 
Este tipo de personas me causan fascinación. Son la antítesis de la monotonía. Gente que plasma sus ideas sobre un papel o un lienzo. Escuchan notas musicales en su cerebro antes de escribir la partitura. Ven la forma que ha de tener una figura antes de tallarla en una piedra rectangular. 
Pero antes de crear hace falta algo. El germen de todo. Esa semilla que haga que florezca algo en terreno yermo. Y para eso se necesitan varias cosas. Pasión, corazón, imaginación, y por supuesto cierta capacidad para conseguir sacar eso de nuestra alma. No todo el mundo vale. No todos pueden crear, ahí radica lo excepcional de estas personas. 
Unos meses atrás veía la web de otra amiga. Una chica que conocía de mi infancia. Diseñadora de espacios y pintora por vocación porque su profesión es otra. Estuve un par de días leyendo y curioseando sus creaciones y volví a sorprenderme. Tiene una mente privilegiada, pensé. Seguramente se nace con ello pero hay que desarrollarlo, hay que potenciar ese don. Un profesor que tuve nos preguntó algo peculiar el primer día de clase, ¿vosotros empezasteis a andar pronto o gateasteis más? Cuando uno gatea mira hacia abajo, visión 2D. Cuando uno anda mira hacia el frente, visión en 3D.
Otra amiga, esta vez del instituto, me hizo sentir con sus creaciones. No sabía nada de ella desde hacía muchísimos años y al ver sus pinturas y dibujos, al observar lo que escribía y contaba me removió algo por dentro e hizo que quisiera saber más. Eso es el arte. Que lo que otro saca de su alma a ti te llegue, quizá no de la misma forma por aquello de las interpretaciones pero si que te haga pensar y que viendo un trazo o una cara los sentimientos te arrollen como una manada de búfalos en plena estampida. 
A final todo tiene que ver con los sentimientos, con los del artista que realiza la obra y los del que ve o escucha o se deleita con lo creado.
Y hoy escribo todo esto porque hace unos días conocí a otra persona que se dedica al arte. Una chica con una sensibilidad especial. Una mujer que sin duda me ha dejado pasmado porque siente las cosas de un modo muy pasional. Es alegría en estado puro, y eso lo transmite en su obra. Realmente contagia ese optimismo, esas ganas por vivir y ser curioso. Por querer saber que cosas increíbles te deparará el futuro. Y ayer ella me mandó un dibujo, y me emocioné. Cogió una hoja en blanco y su lápiz y, pensando en mi, pintó. Fue un regalo súper bonito. Y no se si leerá esto alguna vez pero esta mañana quería publicar mi admiración hacia la gente como ella. Creadores de sentimientos.
En Roma, en los Museos Vaticanos, cierto día de Agosto de hace unos años me encontraba de pie ante una escultura. Laoconte y sus hijos. No la conocía de antes, nunca oí hablar de este personaje. Pero me llamó tanto la atención, me causó tanta impresión, que estuve varios minutos admirando a ese hombre en cuyo cuerpo se enroscaba una serpiente. A ambos lados se encontraban sus hijos atacados por otra serpiente. La cara de él transmitía angustia, desesperación. Laoconte quería salvar a sus hijos pero no pudo y él mismo sucumbió ante las serpientes mandadas por los dioses. ¿Qué había hecho para sufrir ese castigo divino? Intentar evitar que el gigantesco caballo de madera entrara en la ciudad de Troya. Se inmiscuyó en las trifulcas de los dioses y le salió caro. 
Quizá no es la escultura más bonita que he visto ni la creación artística que más me ha hecho sentir pero es un claro ejemplo de lo que puede hacer un hombre. De un bloque de mármol, compacto y duro, creó vida. Durante dos mil años la gente se ha parado a admirar la expresión de Laoconte, el sufrimiento por la muerte de sus hijos. 
El arte nos hace estar vivos. Nos hace sentir, llorar y reír. Compartimos un poco de lo que sentía el creador al trabajar en su obra, y eso es lo maravilloso de esta gente. Transmiten amor u odio. Transmiten sentimientos y eso es tan complicado como crear vida. Más aún, la vida puede ser clonada pero la mirada de La Gioconda jamás podrá reproducirse. Sólo Da Vinci miraba esos ojos al pintar el retrato, sólo él contemplaba la sonrisa de Lisa Gherardini.



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