La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin del mundo

La fecha de hoy es un día del que se ha hablado mucho. Los mayas no se creerían todo el revuelo que ha causado su ya archifamoso calendario.
Sin embargo, a mi este día me trae a la memoria un instante de hace unos años.
Era Agosto. En la playa, en La Manga. A mediados de mes siempre suele haber una lluvia de estrellas, las perseidas o como también se las llama, las lágrimas de San Lorenzo. Ese año fui a ver las estrellas alejado de todos y de todo. Quería contemplarlo en absoluta soledad. Busqué un sitio sin demasiada contaminación lumínica y me tumbé en la arena.
El firmamento estaba repleto de pequeñas motitas blancas, y pasados unos minutos vi la primera estrella fugaz. Me emocioné. Nunca antes había visto una. E hice lo que todo el mundo, pedir un deseo. No me acuerdo que deseé en esos instantes pero de lo que si me acuerdo es que me puse a pensar sobre el universo. Al poco vi otra estrella recorrer rápidamente el cielo, en realidad no son estrellas, lo sé. Pues sí, me puse a pensar sobre lo que siempre me ha llamado la atención, el universo infinito. Es imposible pensar en lo grande que es el universo con sus millones de galaxias y billones de planetas y estrellas. El otro día por ejemplo leí que el telescopio Hubble había descubierto una galaxia que dista tanto de nosotros que se formó casi cuando el big bang. Es decir, estamos viendo el pasado. En su infinitud es imposible pensar que no haya un planeta parecido al nuestro en el que se haya desarrollado vida, y no hablo de hombrecillos verdes con cabeza deformada. A todos aquellos que niegan la posibilidad de vida en otro lugar del universo es porque no se ha detenido a mirar el cielo.
Y mientras veía los meteoritos pasar fugazmente por el cielo mi pensamiento vagaba por esos mundos lejanos y planetas inhóspitos. Fantaseaba con ir alguna vez al espacio y contemplar la tierra desde las alturas de una nave espacial. Sueños.
El espacio es para nosotros como el mar y los océanos eran para los aventureros del siglo XV cuando salían a navegar sin saber muy bien que les depararía el futuro, que habría unas millas más adelante. Nos toca a nosotros ser ese Cristóbal Colón de los cielos e ir en busca de nuevas tierras. La única diferencia son las distancias, demasiado grandes para un ser humano. El espacio abarca tanto que necesitáremos de robots que vayan por nosotros, o descubrir por fin un agujero espacio-temporal que nos transporte a otros lugares. Tarea muy complicada. Pero hay que tener la mentalidad de antaño y no derrumbarse ante el hecho de que vivimos muy poco para tan largas distancias.
Ahora con todo este maremagnum de informaciones y noticias sobre el fin del mundo y como llegará me doy cuenta de todo lo que la gente ignora sobre el cielo, sobre nuestro planeta y sobre el universo en general. Los mayas eran gente muy sabía para la época en la que les tocó vivir, gente que miraba a los cielos para predecir acontecimientos importantes, y lo hicieron con bastante exactitud. Al igual que otras muchas civilizaciones antes que ellos. Antiguamente las estrellas se veían con más intensidad ya que no había ningún tipo de contaminación lumínica y era posible ver en cualquier punto de la tierra constelaciones y estrellas que ahora nos es difícil vislumbrar. Pero todo esto del fin del mundo, algo que han vendido hasta la saciedad, algo que se ha creado para ganar dinero, es una soberana tontería.
Yo no creo que hoy haya un meteorito gigante que nos vaya a impactar, no creo en un diluvio, ni que una radiación solar colapse todos nuestros equipos electrónicos y nos vayamos todos al garete. Más bien creo que el enemigo está en casa, en el propio planeta. Y somos nosotros. Guerras, masacres, asesinatos en masa, violencia, todo eso es nuestro fin del mundo.
Y personalmente creo que toda esta gente debería mirar al cielo, como lo hicieron los mayas, como lo hicieron los egipcios hace miles de años y ver. Entender que somos seres que en comparación con el universo no duramos nada. Un profesor mío decía que somos seres de 10 millones de segundos, es nuestra duración aquí de media. Una insignificancia para la edad de todo lo que hay en el firmamento.
El sol tiene fecha de caducidad, claro, es una estrella y como todas mueren. Pero eso ocurrirá dentro de muchos años, muchísimos, y en cuanto el sol se extinga, la tierra irá detrás. Pero hasta entonces creo que podremos disfrutar de un viernes tranquilo y apacible. Disfrutad.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Entrada a Venecia

Un espectáculo para los sentidos es entrar a Venecia con el vaporetto. Llegar a la plaza de San Marcos  por mar. Te sientes como Marco Polo, volviendo de su viaje por los confines de la tierra y llegando a su Venecia natal. Sí, quisieras haber nacido aquí. En su época de esplendor, rodeado de mercaderes y nobles, de pescadores y navegantes.
Yo, personalmente, llegué hasta la región del Véneto en coche y lo dejé en uno de los muchos parkings que hay a la entrada de la ciudad para luego coger el vaporetto y hacer mi entrada triunfal, como un Napoleón del siglo XXI.
Al bajar del pequeño barquito observas algo que en la Venecia actual a nadie sorprende. Hay más turistas que venecianos. Sobre todo en esa parte de la ciudad. Centenas de ellos bajan de los barcos que recorren el gran canal, de los cruceros que van a pasar un día allí o salen de los miles de hoteles que llenan la urbe. Es un hecho que Venecia esta concebida en la actualidad para los turistas, y a decir verdad la ciudad los necesita porque sino habría acabado hace ya bastante tiempo sumergida bajo las aguas del Adriático.
El vaporetto te deja en la misma plaza de San Marcos y tras desembarcar miras las columnas que te saludan y dan la bienvenida. Iconos de Venecia, las columnas de San Teodoro y del León alado de San Marcos son todo un símbolo. La plaza en sí es un monumento, y estoy de acuerdo con Napoleón, es el salón más bello de toda Europa. El palacio Ducal, el campanile, y al fondo la Basílica te rodean, te imbuyen de ese ambiente de los siglos XIV y XV cuando era el centro neurálgico de toda esa parte del mundo.
Caminas durante unos minutos admirando el ladrillo rojo del campanile, los detalles del palacio, sus muros exteriores están llenos de pequeñas ojivas, arcos y columnas. Y te das cuenta que la tonalidad de estos va cambiando según le de la luz del sol. Miles de palomas llenan el suelo de la plaza, atraídas por los turistas. Este suelo está lleno de agujeros, hechos para que pueda salir el agua cuando se da el fenómeno  del acqua alta. Y al darte de bruces con la fachada de la basílica te das cuenta de su belleza intrínseca. No se demasiado de arte, pero reconozco algo bello cuando lo veo y esto me dejó alucinado. Los distintos colores de la fachada, las esculturas, los arcos, las bóvedas, todo se une para hacer una auténtica obra de arte, delante de mi tenía algo excepcionalmente bonito. Es lógico que durante toda mi estancia en Venecia pasara cada día por esta plaza y admirara esta vista, de hecho una tarde estuve viendo como se ponía el sol detrás de sus muros y eso, amigos míos, es algo digno de ver.
En la plaza te puedes pasar prácticamente un día entero para visitar todo. Hay colas de turistas por donde mires, grupos de ellos haciendo miles de fotografías, dando de comer a las palomas, dejandose hacer un retrato por un artista callejero o simplemente parados, anonadados por el lugar.
Y como no puede ser de otro modo yo me convertí en otro de esos turistas esperando para subir al campanile. El actual campanario es de principios del siglo XX ya que el original se derrumbó pero eso no le quita ni un ápice de notoriedad al lugar. Pero más que nada yo quería subir allí por las vistas que desde lo alto se verían de la ciudad. Y no me defraudó. Desde esos 100 metros de altura a los que me encontraba se veía una Venecia distinta, la plaza y las callejuelas que la rodeaban mostraban lo diferente que es a todas las otras ciudades del mundo. Sus canales, serpenteando, con miles de recodos dan un toque de singularidad mayor a todo. Ves las góndolas atracadas en el puerto como si fueran minúsculas hormigas. Y desde ahí arriba se ve ese color azul del Adriático tan espectacular, tan hermoso. El puerto de la plaza es un trajín de entrada y salida de barcos de todo tipo, y desde lo alto se ve mejor que en ningún otro sitio. Desde ahí contemplas la basílica con otro punto de vista que no hace más que corroborar lo que ya pensabas, es increíble. Te gustaría quedarte más tiempo en las alturas pero la gente se agolpa detrás de ti y te saca de tu ensimismamiento. Hay que bajar.
Para descansar un rato te sientas en una de las terrazas de la plaza a tomar un café, sin duda el más caro de cuantos me he tomado, pero disfrutar de un sitio como ese con la calma y tranquilidad que te transmiten los músicos que dan un pequeño concierto allí mismo no tiene precio.
Y así, termina mi instante de hoy. En un lugar peculiar, diferente. Con sus contrastes de un lujo de antaño y la aglomeración turística actual. Un instante romántico, nostálgico, elegantemente poético.





miércoles, 19 de diciembre de 2012

Lluvia

Esto ocurrió hace varios años.
Salí a correr con la bici por el campo un día de otoño de aquel año. Un recorrido que había hecho muchas veces, y me lo sabía de memoria. Me puse los cascos y estaba escuchando música mientras pedaleaba con toda la intensidad que mis piernas me permitían. Bajaba y subía cuestas a toda velocidad, y de pronto se puso a llover. Primero una fina lluvia para luego pasar a un gran chubasco.
Tuve la irresistible tentación de subir a una pequeña montaña, la más alta de los alrededores, y sentarme en la roca que había en su cima. Me quité el casco y dejé la bici a un lado.
Contemplé sentado en ese pedrusco todo lo que había a mi alrededor. Campos salvajes, montículos más o menos altos de tierra, alguna casa lejana. Estaba yo solo, maravillado de esa vista que nunca me había parado a descubrir.
Sentado, la lluvia caía sobre mi cabeza y las gotas bajaban por mi cara. Un cosquilleo me hizo estremecer al notar el agua por mi espalda. Y cerré los ojos. El constante caer del agua, el chapoteo al pegar sobre mi y sobre el suelo me sumió en una especie de trance.
Y entonces vi algo que me extrañó. Vi mis vidas pasadas.
Me distinguí entre varios indios apache, íbamos montados a caballo, el mío era blanco con manchas marrones. Y estábamos de caza. Cabalgaba por las llanuras de Arizona, agarrado a las crines del animal parecía tener mucha destreza. Íbamos a la caza del bisonte, persiguiéndolos hasta extenuarlos para en un momento de flaqueza dispararle mi flecha mortal. Entonces me acercaba el bisonte y lo tocaba mientras aún respiraba entrecortadamente. Y ante su último extertor me puse a su lado e inhalé su aliento, su espíritu.
Esta visión ocurrió como un flash, algo muy rápido pero de una claridad pasmosa. Cada detalle se me rebelaba tan perfecto como si estuviera en esos mismos instantes allí.
Sobrevino de pronto otro fogonazo y me vi en una llanura de un verde increíble. Lleno de montañas alrededor, y junto a un lago. Observé que había una casa cercana, y muchas ovejas muy lanudas cercadas por una vaya de madera. Miré mi reflejo en el lago y lo que descubrí me dejo perplejo. Llevaba una túnica de cuadros verdes y azules que me llegaba por las rodillas, sujeta por un cinto. Me di cuenta de que era un pastor de los highlands escoceses. A lo lejos vislumbré a una mujer correteando con tres niños alrededor. No vi más.
Instantes después estaba en lo que parecía una iglesia. No tenía mucha pinta de iglesia actual, solo intuí donde me encontraba porque vi un crucifijo en una mesa alta hecha con tres bloques de piedra. El suelo era terroso. Y el lugar estaba diáfano. Era de noche pero había luz, provenía de un candil apoyado en la mesa. Me acerqué para ver mejor. Iba vestido con otra túnica pero esta vez más andrajosa y marrón, anudada a la cintura con una cuerda. Me dió la impresión de ser un fraile pero no pude discernir mucho más porque otro flash vino a mi mente. Cada vez esos recuerdos pasaban más rápidos y eran más cortos.
Ahora estaba en un campo abierto junto a miles de soldados romanos. Yo era uno de los que formaban parte de la legión que allí habían formado un campamento. No vi si era algo más que un soldado, sólo pude contemplar que estaba comiendo, sentado en el suelo, de un cazo. Era una sopa con algo más que no distinguí. Y la visión se fue.
Un segundo después estaba acarreando una piedra enorme tirando de una cuerda al lado de miles de hombres. Tirábamos a la vez al son de las órdenes de uno de ellos que estaba subido en una plataforma que porteaban varios hombres. Estaba en el Egipto de los faraones.
En ese momento un estruendo me sacó del trance, miré para todos lados porque me encontraba desorientado. La lluvia caía pero menos intensamente, y aún un poco atontado, me puse el casco y monté en la bici. Fui a casa sin apenas poner atención a nada. Y cuando llegué me quite la ropa me sequé con una toalla y lo único que pude hacer durante unos minutos fue tirarme en el suelo de mi habitación y pensar en todo lo que había visto.
Desde ese mismo instante no tengo miedo a la muerte, no temo morir. Más recelo tengo de la vida.


martes, 18 de diciembre de 2012

Magic Kingdom


Disney para mi equivale a fantasía.
La primera vez que llegas a Disney World en Orlando, te sientes un niño, sientes que la inocencia sigue en tu alma. Vuelves a épocas donde sólo había diversión y las preocupaciones se dejaban a los mayores.
Por avatares de la vida he estado en varios de los parques Disney, en el de París, en el de los Angeles y en el de Orlando. Sin duda, este último tiene algo de especial. Y yo que me siento como un Peter Pan madrileño estoy como pez en el agua en estos sitios.
El de Orlando es el complejo más grande de los tres en los que he estado. Ni puedes imaginarte lo grande que es. Varios parques temáticos, muchos hoteles, zonas de diversión, lugares para practicar deportes. Infinidad de actividades para todos los públicos hacen que se pueda estar en el complejo durante un mes sin apenas salir de él. Y no exagero.
Decenas de autobuses gratuitos recorren las carreteras que unen los distintos puntos, puedes montar en monorail o en barco si lo prefieres para ir a los dos parques más importantes, incluso si tu economía lo permite puedes alojarte en uno de los hoteles más cercanos e ir andando a Magic Kingdom, el lugar por excelencia del complejo.
Al llegar al hotel desde el aeropuerto ya sientes inquietud, un hormigueo en el estómago propio de un niño que va a ver a su personaje favorito Disney. Ves que los niños en el autobús están como tú, revolviendose en el asiento deseando llegar cuanto antes. Y es que si sucede algo al traspasar el  arco que te da la bienvenida a Walt Disney World es que todos volvemos a disfrutar de lo que es ser niño, da igual que tengas 10 años o 40 o incluso 60. Todos somos iguales a los ojos del bueno de Walt.
Entrar en Magic Kingdom es entrar en un mundo irreal, de cuento, donde todo parece sacado de la pluma de Andersen. Cientos de personajes salidos de historias que desde niños nos han contado y hemos aprendido a leer con ellas.
Hay un placa en la entrada que reza "aquí dejas el mundo de hoy y entras en el mundo del ayer, del mañana y de la fantasía". Con estas palabras ya puedes imaginar que te vas a teletransportar a otros lugares en los que lo primordial es disfrutar y dejarte llevar por la ilusión.
Es sin duda mi lugar preferido en el planeta de cuantos he visitado. Muchos sitios te dan otro tipo de sensaciones, de sentimientos. Pero llegar aquí te hacer soñar con mágicas hadas, príncipes encantados, animales parlantes, juguetes animados, brujas malvadas, y mickey, por supuesto. El gran jefe de todo este tinglado. El capo de toda esta familia, el dueño de todos los corazones de grandes y pequeños.
Recorrer la calle principal (Main Street) te sumerge en la América de hace un par de siglos. La decoración lleva a tu mente a esos lugares donde indios y vaqueros luchaban por la supervivencia. Todos los que allí trabajan están en su papel, los que recogen cualquier papelito del suelo, los que te preguntan que si lo estas pasando bien, los que atiende a los turistas ávidos de compras, los que llevan a los personajes de la mano, los que manejan las atracciones, los que sin darte cuenta están pendientes de tu seguridad. Y todos ellos te responden con un sonriente Have a magical day! ¡Qué frase más bonita! La adoro. Está llena de ilusión. Es el leitmotiv de Disney.
Te paras un momento a observar a la gente y ves las caras de los niños, muchos disfrazados, con las caras pintadas, con las típicas orejas de Mickey y levantas la mirada y te das cuenta de que no solo los niños van así, cualquiera, independientemente de su edad tiene algo en su indumentaria o en su cuerpo que le identifica, que le cataloga como fan de esa forma de entender la vida que es el universo Disney.
Por supuesto que todo esta montado para ganar dinero, no deja de ser un negocio, y hay tiendas por doquier, restaurantes y puestos de comida rápida en cada esquina, mires donde mires todo el mundo consume. La crisis se ha dejado fuera de las puertas de entrada y el dinero no se tiene en cuenta. Lo verdaderamente importante es la magia.
Pasas el día entre desfiles y montañas rusas, atracciones de todo tipo que te hacen reír, que te hacen soñar que eres un personaje más. Visitas mundos de cartón piedra que te llevan a fantasear y descubrir que eres un habitante más de la selva, o del Marruecos antiguo, o del futuro más lejano.
Y al llegar la noche e iluminar el castillo un cosquilleo de emoción pasa por tu espalda y piensas en lo realmente bonito que es todo. Y cuando te sientas en el suelo a ver el último espectáculo, wishes, se te eriza el pelo y sientes fluir todas las sensaciones del día por tu cuerpo y lágrimas de emoción asoman por tu ojos mientras cantas la canción con los cientos de personas que están a tu lado. Y ves volar a campanilla desde lo alto del castillo y lleno de asombro sueltas una exclamación de admiración. Y finalmente cuando comienzan los fuegos artificiales, y escuchas el retumbar de todo ese despliegue pirotécnico crees que no hay nada en el mundo que se iguale a eso. Un colofón extraordinario para un día de fábula.
Las cosas buenas no duran para siempre e inevitablemente tienes que volver al mundo, que te golpea con su crueldad, con la realidad de una sociedad que ha perdido la inocencia. Por eso siempre sonrio al pensar en los dias que he pasado allí, y que en un recondito lugar del planeta aun existe la posibilidad de recuperar la pureza y sencillez de ese niño que todos tenemos escondido en un lugar del corazón.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Ángeles

La vida esta llena de esas personas que por un motivo u otro se cruzan en tu camino. Algunas de ellas te dejan una huella imborrable, algunas te marcan el alma, a estas las suelo denominar ángeles, seres llegados de la nada, como caídos del cielo. Me ha ocurrido un cierto número de veces y siempre me ha parecido de lo más extraño. Pero sin duda digno de mencionar y de estar entre los momentos más especiales de mi vida. Especiales por el hecho de ser insólitos en sí mismos.
Hace unos años tuve un encuentro muy fugaz con una chica. Me causó tanto impacto que tuve que plasmarlo en una hoja y releyendo papeles míos me lo he encontrado y me ha hecho reflexionar.
Lo que escribí entonces era algo así. "Ella era preciosa, me preguntó por una clase. Era rubia, con el pelo cortado a la altura de los hombros, lo tenía liso. Sus ojos eran claros. Verdes, quizá azules. Eran tan claros que no pude distinguir bien el color. Llevaba los labios pintados de un rosa muy pálido o eso me pareció. Su voz era bonita, muy dulce. Llevaba unos vaqueros de color verde aunque para ser sincero no me fijé demasiado en su ropa porque su cara me pareció impresionante. Parecía un sueño, creía estar durmiendo aún. No podía creer que esa chica se hubiera acercado a mi y se pusiera a hablar conmigo. Me pregunto si sería un ángel." Estuvimos hablando cerca de 10 minutos, pero no fue la conversación en sí, sino el hecho de que apareciera de pronto y me causará una impresión tan grande como para escribir un folio por ambas caras sobre este acontecimiento.
Lo destacable de estos encuentros con ángeles es que son inesperados. Casuales. Pueden ocurrir tanto en un ascensor al decir a una chica un hola inocente como en el vagón de un metro abarrotado de gente.
En cierta ocasión iba yo en el metro distraído leyendo un libro, iba de pie apoyado en la puerta. En un momento dado levanté la mirada del libro cavilando sobre lo que acababa de leer. Y me encontré con la mirada de una chica. Pelirroja, con pequitas por la cara y el pelo rizadísimo y largo. Una melena en  condiciones. No se quien de los dos miró primero al otro, el caso es que no paramos de mirarnos durante todo el trayecto. Desvié la mirada un par de veces por timidez, o por miedo a que ella no me la aguantara. Pero cada vez que mis ojos volvían a ella, su mirada y la mía se cruzaban. Intenté, sin conseguirlo, concentrarme en la lectura pero fue tarea imposible. Ella me tenía hipnotizado. En algún momento tenía que ocurrir, que uno de los dos se bajara del vagón. Ella fue la primera, y al salir por la puerta me dedicó una sonrisa y me saludó con la mano. Un adiós eterno ya que no la volvería a ver jamás. Y yo me quedé con la sensación de haber contemplado otro de esos ángeles tan reales como irreales al mismo tiempo. Inalcanzables para un simple mortal.
Alguna que otra vez, la visita de estos ángeles se dilata en el tiempo. No obstante, no es muy comun y tienden a desaparecer ya que su morada son los cielos.
Un verano, en la playa, conocí a otro de estos seres. Era una mujer increíblemente bella. Rozando la perfección. Rubia, muy rubia. Ojos de mirada inquieta. Sonrisa amplia y jovial. Ambos tumbados al sol uno al lado del otro, solo nos separaban unos centímetros. Le pregunté algo tan tonto como la hora y empezamos a hablar. Este ángel me llevó a la locura, ya que cuanto más tiempo pasas con ellos más quieres estar a su lado. Sin embargo, sólo estuvo durante una semana. Tiempo suficiente para darme cuenta de que la vida puede ser muy cruel al mostrarte algo tan fascinante, tan celestial incluso y luego quitártelo de súbito y desvanecerse como un sueño al despertar.
Hay un par de ángeles más en mi vida, pero me reservo el derecho a la intimidad. Porque estos ángeles han tomado en cierto momento carácter de ángel caído, se rebelaron de su naturaleza divina, y por un instante fueron seres terrenales, con sus defectos.
¿Cuantos ángeles más vendrán a visitarme? Nadie lo sabe, lo que si es cierto es que las cosas buenas, las excepcionales, no se suelen repetir demasiadas veces.
Y me viene a la mente esto que escuche en cierta ocasión. "Como no sabemos cuando vamos a morir creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede solo un cierto número de veces, y no demasiadas. ¿En cuantas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de tu infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia. Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces, quizá ni siquiera eso. ¿Y cuantas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte.  Sin embargo todo parece ilimitado."

domingo, 16 de diciembre de 2012

Las Vegas

Todo el mundo debería ir al menos una vez en su vida a Las Vegas. Ciudad distinta a todo lo que se haya podido ver anteriormente. Llena de contrastes y hecha para pecar. Un lugar que te atrapa y te transforma. Y que, en ocasiones, parece no existir más que en tu confusa mente atiborrada de sensaciones. 
El momento que voy a describir es el de la primera vez que recorrí el Strip. La ancha y kilométrica avenida es donde, sin lugar a dudas, más se intuye que cualquier cosa puede ocurrir. Caminado a través de todo ese despliegue de luces y gentes de todo tipo, la vida se torna en una especie de carrera hacia la locura total por el consumismo, el juego, el alcohol y el sexo. A cada paso que das notas ese tufillo totalmente incitador al pecado que hace que desees pasarte por el forro los siete pecados capitales en solo una noche.
Mi extraño recorrido empieza en el MGM, gigantesco hotel que ya ves desde el avión cuando sus cristales verdes se reflejan en la ventana del aparato. Su león gigante en la puerta te da la bienvenida. Justo en frente, el New York New York te sorprende por la réplica de la estatua de la libertad y su montaña rusa dentro del hotel. Parece un decorado, parece que estas en medio de una película y que de pronto alguien va a gritar "cámara, luces, ¡acción!".
Andas durante unos minutos y te das cuenta de la variedad de personas que transitan la calle. Gente bebiendo en vasos con forma de guitarra, de torre Eiffel o de palmera gigante. Litros de alcohol que tumbarían a cualquiera. Ves a familias haciéndose fotos ante los carteles y neones enormes que cuelgan de las fachadas de las tiendas temáticas. Escuchas de pronto unos gritos, es un pirado de los que te sermonean con que la Biblia dice tal o cual cosa. Nadie parece escucharle pero el sigue con su perorata. Un tío vestido de Elvis se te cruza por el camino y casi te chocas, mientras lo miras, con otro a su lado disfrazado de Homer Simpson. Varios inmigrantes hispanos que con un entrechocar de tarjetas llaman tu atención mientras uno de ellos te pone una de ellas en la mano, la miras y ves que son clubes de striptease y anuncios de chicas que se ofrecen para hacer tu visita a Las Vegas más interesante. Un sin techo te pide un pavo para vete tu a saber que porque ni has entendido lo que te dice. Limusinas enormes pasan a tu lado por la carretera e intuyes a los que se divierten dentro, con sus copas en la mano, mirando a los de fuera. Y todo esto solo en unos pocos metros.
De pronto te topas con la Torre Eiffel, una réplica menor que la auténtica pero que te impacta igualmente, resulta extraño. Una rareza que encandila. Restaurantes franceses a sus pies y el hotel de turno ambientado con temática francesa. Bonito. Bastante bonito.
No te da tiempo a admirar toda esa parte de la calle cuando del otro lado suena un estruendo. Son las fuentes del Bellagio, expulsan agua que baila al son de Frank Sinatra. Cruzas para verlo de cerca, cientos de personas observan esta danza maravilladas. Y gritan un ¡ohhhhhhhh! de admiración cuando el espectáculo termina. Te animas a entrar al hotel llevado por las imágenes de la película Ocean's Eleven. El hotel es precioso, un vestíbulo de cuento. Te deleitas con las figuras de colores que lo llenan. De fondo escuchas un sonido del que no te puedes evadir en toda la ciudad. Las máquinas, el casino lo envuelve casi todo. Las diferentes melodías te llaman, te atraen. Las camareras te ofrecen bebida por un par de dólares de propina, todo esta planeado para engancharte, para atraparte y que saques el dinero de tu cartera. E inevitablemente lo haces. Let it ride! Juegas a la ruleta, juegas a máquinas que ni entiendes y pasado un rato decides salir a la calle de nuevo, al Strip.
Continuas unos pasos y observas el Caesar Palace, ya su nombre te recuerda a combates de boxeo míticos en su Colisseo. Das una vuelta por sus tiendas de lujo dentro del complejo y sueñas con comprar algo de Armani o de Gucci si das un pelotazo en uno de los casinos.
Sales al Strip por necesidad, porque quieres huir del sentimiento que te embarga y te dices ¡maldita sea, tendría que haber nacido rico!.
Se hace tarde, llega la hora de la cena. El hotel The Venetian parece un lugar interesante para buscar restaurante. Decorado con tal detalle que crees estar en la Venecia italiana. Dentro tienen hasta góndolas y extrañamente pese a su precio y el recorrido de dos minutos que te hacen hay espera para subir a una. ¡Cuanto dinero tienen algunos, y que forma tan estúpida de despilfarrarlo! El centro comercial que hay dentro es impresionante. Cubierto con un cielo azul que se va oscureciendo haciéndote creer que se va yendo el sol te hace abrir la boca. Más tiendas de lujo, de esas que te llevan bebida mientras te pruebas los zapatos de 500$. Te detienes a cenar en un restaurante italiano, caro para ser pasta pero la plaza en la que está merece ese precio. Cenas pensando en todo cuanto has visto y sabiendo que aun te queda mucho más.
Todo en Las Vegas está encaminado al consumo. De eso se trata, que te dejes todo allí.
Para mi es una ciudad fabricada para la diversión, para dejarse llevar por ella, para disfrutar. Y eso es lo que la hace singular. Dejas a un lado tu yo racional, tu yo precavido para convertirte en alguien deshinibido, y por momentos la locura te llena las venas y por unos dias disfrutas de las cosas banales de la vida.
De ahí lo que se suele decir, lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Ejercicio


Algo importante en mi vida ha sido la práctica de ejercicio. Ejercicio físico.
Nunca me he dedicado a ello profesionalmente, ni tengo un cuerpo especial. Sin embargo siempre me ha gustado. Bueno, siempre no. Desde los 19 o 20 años.
Empecé haciendo bici. Practicando mountain bike. Para mi, cada día que salía era un reto. Me proponía ir más rápido en un trayecto o intentar ir más lejos, o ver si podía subir una montaña. Me divertía, me sentía feliz cada vez que batía una meta.
Dos años mas tarde me propuse hacer la maratón de Madrid, 42 km corriendo sin haberme gustado nunca correr. Pero quería demostrarme a mi mismo que podía hacerlo. En esos 42 km tuve momentos de flaqueza, momentos en los que quería abandonar. Pero lo que no he conseguido en otras facetas de mi vida lo he conseguido con el deporte. Perseverancia. Superación. Acabé la maratón extasiado, muerto físicamente, agotado mentalmente. Pero al momento me dije, ¡quiero probar con la ultramaratón! Sabía que era imposible porque son 100km pero mi mentalidad con el ejercicio ha sido así. Probar mis límites.
No se dónde he leído que el cuerpo humano es la máquina de ingeniería más perfecta jamás creada. Cada músculo, cada tendón, cada articulación tiene un propósito, tiene un sentido.
Ahora, en este momento de mi vida me ha dado por aumentar mi potencia física. Mi musculatura. Definir y potenciar.
Me siento como un capitán de navío del siglo XV o XVI a la conquista de nuevas tierras, de nuevos mundos. Yo voy a la conquista de mi cuerpo, de mi mente. Y luchas como ese capitán cuando se encontraba con un pirata y se liaba a cañonazos. Luchas por superarte como si te encontraras en medio de la batalla. Una guerra entre tu mente y tu cuerpo. Intentas ganar, ordenas a tu cerebro que mueva los músculos. Sientes el corazón bombeando la sangre que lleva el oxígeno a cada rincón de tu cuerpo. Pum pum, no te rindas, pum pum, confianza, pum pum, éxito.
La adrenalina hace su efecto y aumenta el ritmo cardíaco. Intensidad. Sientes un éxtasis incomparable. Fuerza. Tu moral sube como la espuma y te hace seguir un poco más, hasta caer rendido. Poder. Te duele, pero te repites a ti mismo, el dolor de hoy es la felicidad de mañana. Ya lo dijo Stallone en su papel de Rocky. "El mundo no es todo alegría y color es un lugar terrible y por muy duro que seas es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte sometido permanentemente si no se lo impides, ni tu ni yo ni nadie golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpeas sino lo fuerte que pueden golpearte y lo aguantas mientras avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar. Así es como se gana. Si tu sabes lo que vales ve y consigue lo que mereces pero tendrás que soportar los golpes. Y no puedes estar diciendo que no estas dónde querías llegar por culpa de él, de ella ni de nadie. Eso lo hacen los cobardes y tu no lo eres. Tu eres capaz de todo."
Motivación. Ahí radica todo el secreto. El cerebro es el músculo más importante.
No quiero parecer vanidoso, no lo hago por los demás, lo hago por mí. Poner límites a lo que puedo hacer. Poner en orden mis miedos y mis deseos. Es algo interior, y siempre ha sido así.
En un mundo en el que la apariencia es tan importante parece contraproducente que hable de sensaciones. Mucha gente va a gimnasios, sale a correr, hace yoga. Multitud de deportes. Pero lo más importante es como se afronta, como se vive. Sin duda mi opinión es que hay que disfrutar y hacerlo por lo que quieres ser no por lo que quieres parecer.