La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 26 de enero de 2014

Mario, Alaska y la estrella del norte.

La vi, la escuché y no pude resistirme.
Sus ojos me hipnotizaron y su voz me hizo estremecer. Al ver esa foto en blanco y negro, que tanto me llamó la atención, pensé que era una diosa caída del cielo para hacer mis sueños realidad. 
Pasé muchas tardes con esa desgarradora voz en mi cabeza. Quizá la pista número 8 fuera la que mas canté en la infinita soledad de mi cuarto. Encerrado y con los cascos puestos para tenerla más dentro de mi, para escuchar sus susurros más cerca, engañando a mi mente para creer que sólo era a mi a quien iban dedicados. Pobre iluso. 
Northern Star sonaba una y otra vez. La increíble voz de ese enigmático ángel se juntaba con la mía en un imposible duo. Mis piernas, cadera y brazos se movían lentamente, al ritmo de los acordes de una lejana guitarra que mágicamente llevaba la letra directa hasta mi corazón. Sentía esa orgía de sentimientos y bailaba dejándome llevar como poseído. Medio drogado e ido a causa de sensaciones que apuñalaban todo mi ser. Fue una auténtica comunión entre dos almas distantes y maravillosamente opuestas. En cada ocasión que la escuché, sentí muy dentro de mi que me había enamorado de aquella desconocida mujer. 
Courtney Love tenía ese aura de mujer impredecible. Su mirada me transmitía algo similar a lo que ha hecho que me enamore una y otra vez de personas así. Locura y caos. 
Me han dicho varias veces que me gusta tener las cosas bajo control y es cierto, admito que soy feliz sabiendo todos los posibles caminos que existen para así estar sobre aviso de lo que puede acontecer. Por eso creo que este tipo de personalidades me seducen tanto. Admiro a las mujeres que son terremotos andantes, que hacen de la locura su hábitat natural. Y sin duda esa mirada en blanco y negro que vi hace tanto tiempo, me dijo todo eso en unos pocos segundos. Flechazo. Courtney, I love you honey. 

¿Ha estado Rubén esnifando algo raro? No, queridos. Hoy no. Pero si me ha venido a la memoria esta voz por una sencilla razón. La escuché ayer mientras veía a Alaska y Mario en su reality, en una de las escenas pusieron un corte de una de sus canciones y un caudal irrefrenable de sensaciones se agolparon llamando bruscamente a las puertas de mi alma, queriendo salir a borbotones por cada poro de mi piel. Y así, de sopetón, escribo hoy envuelto en ese ambiente místico que es volver al pasado y escuchar de nuevo Northern Star. 
Siguiendo esa estrella del norte a través del nuboso cielo que tenemos hoy en Madrid mi mente divaga. Y pienso en Alaska y Mario, esa extraña pareja.
A Vaquerizo no lo conocía, no sabía quien era hasta que vi el programa hace un par de años por casualidad. Olvido, en cambio, si que fue otro de mis mitos de juventud cuando me dio por buscar acerca del ambiente que se vivió en cierta época en Madrid. Almodóvar, McNamara, Alaska y los pegamoides, Nacha pop, Trueba, etc, etc, etc. A mi, en realidad, me pilló algo niño eso a lo que se le llamó la movida madrileña, pero si que hubo un tiempo en el que me fascinó todo ese movimiento. De ahí, que al no saber quien demonios era Mario Vaquerizo me llamara tanto la atención. Quizá ver a un tipo en la televisión no es la mejor forma de opinar sobre él. El mágico mundo del espectáculo es en muchos casos engañoso, pero no cabe duda de que es una persona peculiar. Una persona que me encanta porque es simple y sencilla. Esa frescura es difícil verla en el comportamiento humano y es por lo que me alucina ese hombre. 
Pero más que de Mario y Alaska en sí, quería hablar de algo más concreto. Algo mucho más personal.
 
Buscaba información sobre Las Vegas, en un mes estaría allí por tercera vez y quería encontrar nuevas cosas que hacer. Me topé con el realitity en una búsqueda de Google. Alaska y Mario van a Las Vegas en la segunda temporada de su show, rezaba el titular escupido por el buscador. Pulsé el enlace. Desde ese instante no pude parar de ver durante un par de horas las peripecias de esos dos personajes, junto a su troupe, por tierras americanas. Pero de pronto, tumbado en la cama con el iPad sobre el estómago, empecé a llorar. ¿Por qué? No tenía en principio ningún motivo aparente, en unas dos o tres semanas estaría rumbo a Hawaii, compartía mi vida con una mujer encantadora, el sol brillaba a través de las cortinas de la habitación, escuchaba a los niños jugando en la piscina de la urbanización. ¿Por qué maldita razón tuve la necesidad de llorar? Ahora lo se, lo entendí ayer viendo de nuevo a Alaska y Mario. Una divertida escena, un pequeño instante en sus vidas, hizo que mi cerebro conectara con algo del pasado. La televisiva pareja jugaba mientras, tumbados uno frente al otro en el sofá, juntaban las plantas de sus pies y empujaban. Yo hice eso infinidad de veces, jugando después de cenar mientras veía la tele. Por eso lloré aquella mañana. No por la escena en sí, sino por lo que representaba. La complicidad como pareja que transmitían esos dos personajes. Ya sea guionizado o no, que no entro en ello, ese día muy dentro de mi me di perfecta cuenta de que algo iba mal. Había perdido la comprensión, compañía, alegría, emoción, pasión, y sobre todo la sensación de pareja eterna con la que había comulgado desde que conocí a mi compañera de juegos. Cometí un tremendo error, obviar que esas dudas existían y no hablar sobre el tema, escondiendo todo bajo la alfombra como si eso fuera a hacer que desapareciera. Esto que ahora cuento a personas desconocidas no fui capaz de expresarlo a aquella mujer que en tantas ocasiones había empujado mis pies con los suyos. Y cuando demasiadas cosas se acumulan bajo esa socorrida alfombra acaba por abultar tanto toda la porquería que uno se tropieza sin darse apenas cuenta del motivo. Tres meses después de aquel día, la vida golpeó en mi estómago dejándome sin aliento. Un golpe para el que no estaba para nada preparado, tal vez por eso no quise afrontarlo cuando aquella mañana de Julio lloré desconsolado viendo a Alaska y Mario.

Tranquilo y pensativo rememoro todos esos acontecimientos escuchando esa insinuante voz. Miro ahora la portada del cd, esa belleza atemporal, su cautivadora mirada en blanco y negro, su rubio pelo rizado, y me pregunto. ¿Hacia dónde me llevará esa estrella del norte? Hoy continuo tarareando la pista número 8, enamorado del sonido de esa voz, de esos ojos, de esa locura. Courtney, I'm still loving you. 
Miro al cielo en busca del norte y pido un deseo. Guíame estrella, hacia el infinito. Llévame hasta la felicidad completa. Conduceme hasta ese lugar en el que hay miradas cómplices, juegos y risas, caricias y besos. Querida estrella ilumina ese camino que he de seguir para, al fin, conseguir lo que tanto deseo. Amar y ser amado.

Están todos tirados en medio del desierto de Nevada, el toldo de la carabana les ha dado un pelin de trabajo. En un momento dado La Favor, una de las Nancys Rubias, le dice al grupo que va a por un cigarro español. Mario enseguida dice que le traiga uno para él, a lo que La Favor pregunta, ¿español o americano? Sin pensarlo, Vaquerizo suelta...me da igual, ¡no voy a hablar con ella! Mi llanto paró de golpe, me moría de risa. Esos sentimientos que hicieron que, por unos instantes, supiera que todo se venía abajo se ocultaron en lo más profundo de mi alma. Durante dos horas me partí el pecho con sonoras carcajadas obviando que todo había cambiado. Por unos segundos Alaska y Mario fueron esa estrella del norte que iluminó el camino, pero tan rápido como esa inspiración vino, se fue...y la vida siguió su curso.


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