La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 25 de diciembre de 2012

Ricitos

Ha llegado el día en el que tengo que hablar del momento en mayúsculas. Del instante que me ha marcado como ser humano. El día que la conocí.
Es uno de esos ángeles caídos de los que hablé anteriormente. Pero al fin y al cabo es un ángel y me cautivó. Su embrujo de espíritu celeste encadenó su corazón al mío para la eternidad. En ese primer segundo que la vi no pude más que dejarme llevar y la locura se desató en mi alma y de ahí en adelante ya no soñé con tener a nadie más. Para mi, una mirada o una sonrisa suya era como estar en el mismo cielo. Contemplar sus manos y gestos al hablar, algo tan cotidiano y normal, era algo que me atraía hasta extremos de no poder esperar para poder verlo otra vez. Ese primer día encontré el amor verdadero y me di cuenta al instante. Se sabe, más que saberlo lo sientes en tu interior.
¿Cómo describirla? Es como la voz de Lana del Rey, dulce, sexy, a veces frágil, a veces dura, es poesía como sus letras, es la tranquilidad como el susurro de sus estribillos. Pero ante todo es angelical, y ese estado que le confiere una superioridad ante todos lo seres humanos es lo que me llevó a enamorarme perdidamente de ella en el mismo momento que la vi.
Cuando pronunció mi nombre por primera vez descubrí que Rubén sonaba a música, lo dijo con tanta dulzura que no escuché el resto de la frase, simplemente me quedé obnubilado. Recuerdo oírla pero no prestaba atención a sus palabras. Todo mi empeño se centraba en no cometer el error de besar esos labios y acariciar su pelo, de arrodillarme ante ella y suplicar una caricia.
Campeé el temporal emocional como pude y salí al paso asintiendo a cuanto decía y de vez en cuando preguntaba algo que sonaba más o menos coherente. Pero mi mente divagaba por otros lados, mi mente se encontraba junto con mi corazón en el mismísimo paraíso. Éramos Adán y Eva.
Y en el momento de separarnos esa primera vez un sentimiento se avalanzó sobre mi, tristeza. La incertidumbre era para mi una losa enorme sobre mis hombros. ¿Será un ángel que se quedará en mi vida o será efímero y desaparecerá para siempre? Pero décimas de segundo después, la tristeza dejó paso a la alegría infinita. Estaba locamente enamorado.
Y el momento entre los momentos, el instante más romántico de toda mi vida. Fue un beso bajo la lluvia en un parque, cuando a ella no le importaba mojarse y a mi no me importaba mostrarle mis sentimientos. Refugiandonos mientras seguíamos besándonos bajo una techumbre y aponyandola contra la pared el beso se volvió eterno. El tiempo se detuvo y nada de lo que pasaba en el mundo tenía importancia, solo existíamos ella y yo apoyados en el muro. Nunca volvimos a darnos un beso como aquel, y me arrepiento. Nadie en el mundo puede hacerse a la idea de cuanto siento no haber repetido ese instante. Quizá es lo que lo hizo tan romántico también, esa unicidad. El ser único e irrepetible. Quisiera saber quien fue el loco que inventó el beso, sinceramente.
¿Y qué ocurrió? Hace tiempo que dejé de preguntarme el cómo, el donde y el cuando. Ya no me pregunto ni que hace ni donde estará. Durante un tiempo tuve esa ilusión por recuperarla pero ese sentimiento me tenía sumido en una ansiedad constante, una impotencia y rabia que no controlaba. Y me puse en el peor escenario posible, ella había desaparecido para siempre de mi vida, y la angustia se fue, la rabia desapareció y solo quedó tristeza, una pena que llena mi corazón porque aún la amo, pero no puedo permitir que mi corazón tome las riendas de mi vida, aunque es una tarea ardua, extremadamente complicada y hay momentos en los que sin poder impedirlo descubro que una lágrima cae por mi mejilla, recordando que una vez tuve el amor de mi vida entre mis brazos y se me escapó.
Soy un soñador, un romántico empedernido, quizá un iluso. Y en el día de hoy me hago el único regalo que deseo. Permitirme durante unos minutos pensar en que es posible volver a tener su mano en la mía.
En lo profundo de mi corazón, escondida en un recóndito lugar aún hay una llamita. No he podido apagar ese fuego. Pero ese lugar esta bajó siete llaves, y una tras otra las he tirado al océano más profundo. No quiero dejar de ser como siempre he sido, no quiero endurecer mi alma, no quiero dejar de creer en los cuentos de hadas pero es la única manera de no sucumbir, al menos no he encontrado otra forma.
Pero me consuelo pensando que por muy larga que sea la tormenta el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario