Anteriormente había dejado en la Gruta de los Olvidados a Rubén, el Conquistador. Se encontraba allí despues de un año de increibles aventuras persiguiendo una leyenda. Sin embargo, la fortuna le era esquiva y parecía que el destino jugaba con él como un pequeño pajarito juega con una diminuta ramita seca.
"Sólo un alma pura...."
Esas palabras rondaban por la cabeza del Conquistador. Una y otra vez maldecía su mala suerte. El tesoro de Barbanegra estaba ahí, casi lo rozaba con sus dedos y no podía abrir el jodido cofre. Y de verdad que lo había intentado pero no sabía que singular encantamiento mantenía la cerradura intacta. Seguramente Edward Teach, Barbanegra, habría hecho algún tipo de pacto con algún hechicero o quien sabe si con el mismísimo diablo. ¡Malditos sean todos los brujos repartidos por los confines del mundo conocido!
Rubén, sentado en la arena, escuchaba el monótono sonido de las olas. Ese ir y venir del agua le había sumido en un trance, puede que ayudado por la botella de ron que sostenía en la mano izquierda mientras que con la derecha jugaba con la fina arena blanca. Miró a la luna y empezó a cantar una bella balada que había aprendido de niño, la canción de los enamorados errantes. ".......Na na na na I tell you a story that happened one day about a beautiful girl, her age was sixteen, and a young English soldier with nice pretty eyes na na na na......".
Esa letra le traía recuerdos, imágenes lejanas de una mujer susurrandosela al oído mientras hacían el amor en la cama de una posada de Tortuga. Su primer te quiero, su primer suspiro, su primer y único corazón roto. Rubén había amado como jamás lo haría ya, puesto que después de que ella muriera al dar a luz una niña preciosa de ojos azules como el profundo mar se juró que no permitiría que su corazón le traicionara de nuevo. La niña, a la que llamó Shenandoah, falleció a las pocas semanas y Rubén quedó inmerso en una tristeza infinita la cual superó poco a poco tras varios meses deambulando por las tabernas más oscuras, desde Kingston a los Cayos, empapando su alma en alcohol.
Así que, con los recuerdos del entierro de la pequeña Shenandoah en la retina, cantó a la enorme Luna y lloró. La impotencia, la crueldad del mundo, la soledad. Todos esos sentimientos afloraron en esa desconocida isla en la que Teach escondió su tesoro. Y de pronto el sollozo paró, se había dado cuenta de algo. Una increíble idea empezó a formarse en su cabeza. "Sólo un alma pura podrá abrir el cofre." ¿Alguna vez su alma había podido calificarse de pura e inocente? Si, sin duda. Ese día en la isla de Tortuga. El día que concibió a su niña, aquel en el que tumbado en el catre de la posada "Jenny's Grotto" escuchando los gritos lejanos de una pelea en la cantina de enfrente juró amor eterno a esa mujer de pelo rizado y rubio.
Rubén el Conquistador se levantó del suelo y corriendo hacia el mar gritó. Lanzó un sobrecogedor aullido a la brillante Luna junto a una promesa al cielo y las estrellas.
- ¡¡Juro por mi vida y por los espiritus de mis antepasados que mi alma volverá a ser pura!! Y ni todas las tempestades juntas, ni hechizos de mal nacidos brujos, ni monstruos de mil cabezas podrán detenerme, ¡¿me habéis oído?!
Rubén tenía la estúpida idea que encontrando de nuevo ese amor, su verdadero amor, podría hacer que su alma volviera a ser pura. ¿Funcionaria? Por tonto que pudiera parecer tenía sentido, desde luego que lo tenía. Sólo hallando a esa mujer destinada para él podría calmar su corazón y devolver la inocencia a su maltrecha alma.
Y con las olas golpeando su fuerte pecho miró desafiante el horizonte. La encontraría, estaba dispuesto a viajar donde fuera necesario, surcar los océanos infinitos y buscar por todos los rincones del planeta. Encontraría el amor y volvería de nuevo a esa isla para abrir el cofre de Barbanegra. El tesoro sería suyo.
-¡Edward, tu oro será mío! Gritó a la oscuridad como si el propio Barbanegra se escondiera tras el lóbrego cielo. Y ante la decidida mirada de Rubén una estrella fugaz cruzó la negrura en ese instante como si el pirata de los piratas recogiera ese desafío. Atrevete, Conquistador, y toda mi furia caerá sobre ti.
Por segundo año consecutivo me encuentro en la playa intentando observar la primera luna del año, algo imposible por el momento porque un cubierto cielo la oculta. Huelo el salado aroma de un mar tranquilo, Poseidón debe estar dándome la bienvenida desde las profundidades del océano con ese suave susurro de las aguas. La brisa humeda acaricia mi cara mientras escribo mis pensamientos sentado en la terraza, con una manta cubriéndome las piernas.
¿Por qué me ha dado por escribir sobre piratas? Sólo encuentro una posible respuesta, en una vida anterior fui uno de ellos. Solitario como los piratas, sin poder o querer confiar en nadie. Les es difícil encontrar el amor porque no quieren atarse a nada que no sea su precioso buque, al igual que yo que en su momento huí del compromiso. Soñadores, como yo mismo, en busca de tesoros inexistentes o al menos de dudosa veracidad. Incluso se asemejan a mi en su gusto por el ron. Ellos directamente de la botella, yo menos valiente sin duda, en forma de mojito.
El mar siempre llamó mi atención por su misterio intrínseco, sus millones de historias atraían mi interés. Cuentos entre la realidad y la ficción, mapas de viejos marineros en los que se dibujaban monstruos de cuerpos gigantes y largas fauces. Quizá sea por eso, para desentrañar algunas de esas historias arcanas, que hace años intentara emularlos y ser uno de ellos matriculándome en la Escuela de Ingenieros Navales. Puede que sólo sea una casualidad, una extraña carambola del destino.
Shenandoah es el título de una canción de marinos. Una de esas tonadillas que se cantaban en la cubierta de los buques mientras se surcaban las aguas de mares y ríos. Una balada romántica y evocadora que hace que las palabras fluyan suavemente, como se mueve el casco de una embarcación a través del líquido elemento. Sin embargo, Shenandoah tiene otros significados. Algunos dicen que es el nombre de un jefe indio iroqués, esos que poblaban la región de los grandes lagos de América del Norte. Pero yo me quedo con otra acepción más poética. Su traducción podría ser la de "hija de las estrellas". Esos mismos astros que en este preciso instante no puedo observar por las caprichosas nubes, aunque se con certeza que ahí están. Y ahora una compleja pregunta viene a mi mente, ¿hago bien siendo de la forma que soy? Tengo la extraña sensación de que como un pirata, moriré sólo. Buscando un tesoro que nada más que existe en mi cabeza, imágenes idealizadas por miles de historias y cuentos irreales. Quizá el verdadero amor, la idea que subyace en esas palabras, tan sólo pertenezca al mundo de la fantasía, como el tesoro de Barbanegra. Es probable que la realidad sea que no hay más que cariño y complicidad, y que el deseo haga que todo en su conjunto engañe a los sentidos y creamos tener amor confundido entre sentimientos de pasión. Si encontrara ese cariño, ¿debería conformarme "sólo" con eso? O como Rubén el Conquistador, ¿debo poner mi empeño en descubrir que hay en las entrañas de ese cofre pese a que pueda que el tesoro sea una leyenda pergeñada por una malvada mente?
En cualquier caso tengo la seguridad absoluta de dos cosas, que deseo amar de verdad y que Shenandoah es un bonito nombre para poner a una niña. La hija de las estrellas cuya madre era un ángel venido del cielo de preciosa sonrisa y voz dulce.
....Shenandoah Ferrán, ¿suena demasiado pretencioso? Quizá no en el mundo de piratas del principio. Sigamos soñando....