La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 26 de marzo de 2019

12. Pintando sentimientos.

De pie, le observo desafiante. Él, impoluto, me devuelve la mirada. Me provoca en toda su amplitud. De pronto le doy la espalda, cierro los ojos y suspiro. Tengo que ser valiente, me digo. Debo enfrentarme a ello o jamás podré mirarme a un espejo con la absoluta certeza de saber quién es el que observa desde el otro lado. 

Vuelvo a girarme para toparme de nuevo con el abismo. El lienzo en blanco me conmina a dar el primer brochazo, un trazo inicial con el que soltar la timidez que a todos nos surge ante la inquisitiva mirada de nuestra alma. ¿Seré capaz de pintar mis sentimientos? 

Elijo un pincel, mango fino y suave. Pelo sintético, de punta redonda. Elección, sin duda, causada por esa vergüenza del comienzo de todo trabajo. Los trazos serán leves, casi como andando de puntillas ante la virginidad y pureza del lienzo. Miro la paleta, ¿qué color sería el más adecuado?

Detengo mis ojos unos instantes ante la variedad de tonalidades. ¿Cuál combina mejor con la soledad? Elijo un marrón oscuro porque me viene a la mente el color de un tronco de árbol muerto y abandonado. Dejado a su suerte en medio de un campo yermo y cuyo aislamiento causó el triste desenlace. Hago una línea en diagonal, de arriba a abajo. Descendiendo hasta los infiernos. Una recta que se corta de pronto, abruptamente, cuando me digo...¡basta ya de tanta nostalgia, pasemos al siguiente sentimiento!

Llevo el pequeño pincel al vaso, lleno de productos de limpieza que el amable muchacho de la tienda me aconsejó utilizar. Dejo que el marrón se vaya, llevando lejos la temida soledad. Mientras, vuelvo mi curiosa mirada hacia la ventana que proyecta la clarificadora luz sobre el cuadro dándome la solución del próximo color y sentimiento. 

Azul cian claro, tonalidad del cielo por el que alguna nube camina lentamente. La esperanza se merece ese azul. Quizá le elección más evidente, nuestros antepasados ya miraban hacia arriba con ilusión y optimismo. La esperanza no es más que la creencia, más o menos ciega, en que todo cambiará.

Cojo el pincel y embadurno su pelo de ese cian y hago líneas que cortan a la soledad, multitud de ellas  de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. 

No, no seré tan previsible. Cuando uno habla de la pasión lo asocia directamente al rojo. Pero como digo, no me dejaré llevar por los convencionalismos. Para pintar la pasión me decido por el amarillo lima, muy cercano al verde sin llegar a serlo completamente. Es algo obvio para el que haya paseado entre los muchos jardines de limoneros que pueblan la costa italiana cercana a Nápoles. Ese fuerte olor embriaga los sentidos y hace que sucumbas ante los encantos de los susurros de Afrodita. Haz el amor, aquí y ahora. Y yo, yo no puedo más que hacerla caso y liberar toda mi pasión y lanzar gemidos que retumban entre los árboles llenos de limas y limones. 

En esta ocasión cojo un pincel de un trazo más grueso, y hago líneas discontinuas sin ningún sentido aparente. La pasión no tiene reglas, tan solo suelto todo ese delirio desatado lleno de arrebatos y frenesí. 

Me recuesto en el suelo, observo cómo va quedando todo ese batiburrillo de colores y siento rabia. ¿Por qué nadie se atreve a compartir esa pintura conmigo? ¿No hay nadie con el valor suficiente para sentir? ¿En serio?

Me levanto furioso, abro un bote en el que pone negro humo y sumerjo la primera brocha con la que me topo. Dibujo una equis bien grande, ¿de qué sirve contar, pintar o escribir sentimientos si nadie se arriesga y los comparte conmigo?

Apoyado en la pared opuesta al lienzo agacho la cabeza, de pronto tiro la brocha negro humo más allá de la puerta de la habitación en la que me he propuesto dejar vacía mi alma. ¡No! Grito. ¡No puede ser! Mascullo entre dientes. Tiene que existir, susurro tirado en el suelo frente a un cuadro inacabado. 

Cojo una paletina, un pincel bastante ancho. ¿De qué color es el amor? ¿Cuántas personas se habrán hecho esta misteriosa pregunta?

Lo tengo claro, son todos a la vez. Acaricio el pelo suave del pincel y me decido, por fin, a pintar el amor. Azul, amarillo, rojo, naranja, violeta, verde...

Los trazos son hacia todas direcciones llenando mi lienzo de un color indefinido, de un loco arcoiris en el que de repente aparece un amarillo verdoso o un azul botella, un púrpura,  un naranja pomelo o rojo atardecer.

Para acabar sacudo la brocha con fuerza dejando que millones de gotas rocien el cuadro. Ahora sí, el amor lo salpica todo, esta esparcido por cada rincón de esa tabla llena de sentimientos. 

Con mis ropas llenas de colores y mi corazón bombeando hacia fuera todas esas sensaciones que se negaban a salir, agarradas fuertemente a mis entrañas, como la mano de un niño se aferra a la de la madre el primer día de cole, examino mi obra. No está a la altura de un Van Gogh o un Matisse, ni tan siquiera tiene una milésima parte de un Renoir, pero es mía y solo mía. Mi alma. Admirenla al pasar, es lo más valioso que poseo y lo único que puedo ofrecer. 





martes, 12 de marzo de 2019

11. Mensaje en una botella.

El piano repiquetea junto con el inconfundible sonido de un saxo, cuyas notas musicales recorren raudas y veloces la Quinta Avenida, girando bruscamente para adentrarse en Broadway.

"Adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado. La sentimentalizaba desmesuradamente. Sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodias de George Gershwin. Sentia demasiado romanticamente Manhattan."
Con estas palabras comienza Woody Allen ese gran alegato a favor de las relaciones humanas y de su ciudad; una visión tremendamente idealizada de la gran metrópolis.
Estas frases de su película "Manhattan" las tenia en mi cabeza la primera vez que caminé por sus avenidas infinitas llenas de edificios mastodónticos, gigantes de piedra que se llegan a unir con el mismo cielo.
Creo que es la mejor ciudad del mundo y hay muchas razones para afirmarlo con tanta rotundidad. Pero quizá las palabras no harian justicia a todo lo que ofrece a los sentidos.
Sin embargo, describiré tres instantes robados al tiempo.

La última noche que pasé respirando su aire viciado por mil olores. Sentado en Times Square observaba el bullicio de un viernes por la noche. Me sentía en el ombligo del mundo, mirando hacia todos los lados intentando captar cada detalle. Los neones de los restaurantes, los carteles de los espectáculos de Broadway, los taxis amarillos que a esas horas llenaban el asfalto, los miles de flashes de los turistas tomando fotos a cualquier ricón de la plaza, gente saliendo de las tiendas con bolsas de marcas elitistas, consumismo, comida, bebida, movimiento...vida. Miré hacia arriba, al oscuro cielo y pensé, amo este lugar.

Me desplazo ahora a Central Park. Es domingo y la primera vez que ando entre sus árboles; mi primer paseo por sus senderos. Asombrado veo a las ardillas corretear por las ramas secas perdiéndose en algún oscuro y profundo hueco de aquellos troncos inmensos .Observo las bonitas calesas sacadas de otros tiempos, tiradas por caballos igual de grandes que los de aquí pero que parecen crecer en tamaño por la envergadura de lo que nos rodea. Me fijo en las chapas metálicas que adornan los bancos de madera con nombres de gentes anónimas que desearon inmortalizarse en ese gran pulmón verde en el que los ruidos del intenso tráfico se confunden con el de las hojas de los árboles susurrando cosas ininteligibles para los oídos humanos.
Después de pasar unas horas deambulando por el extenso parque encuentro un lugar especial. Un grupo de unas 20 personas rodean un mosaico en el suelo. En él puedo leer la palabra "Imagine" adornada por una decena de ramos de flores. Esas personas empiezan a cantar melodías escritas por John Lennon.
Estoy en Strawberry Fields, un pequeño rincón del parque, a unos metros del edificio Dakota, donde el místico músico residía, donde murió. En ese fatídico lugar le asesinó Mark David Chapman. Y escuchando como la gente, al unísono, cantaba "imagine" mientras una chica colocaba otro ramo más alrededor de los que ya estaban, miré al horizonte. Observando la imponente silueta del maravilloso edificio Dakota me dije, amo a esta ciudad.

Estoy en un ferry, absorto en las olas generadas por la proa del barco, viéndolas alejarse poco a poco. Huele a mar, huele a libertad.
No se de un sitio más idóneo para admirar el océano que la proa de un buque a plena potencia surcando sus aguas. Observo las gaviotas que revolotean alrededor; un barco se cruza con el mío y a modo de saludo, puede que incluso para deseame una feliz travesía, lanza un sonoro pitido sacándome de mi ensimismamiento para observar justo enfrente a la gran dama de bronce. La Estatua de la Libertad, magnífica mole metálica que lleva dando la bienvenida a los que llegan a esa parte del mundo desde hace unos 200 años. Una sensación embriagadora, de estar ante algo extraordinario, llena mi alma. El corazón se encoge y late con más fuerza. Al acercarse el ferry a la isla donde esta situada sobre su gran pedestal pétreo me doy cuenta del descomunal tamaño que tiene la estatua y mis ojos delatan la impresión que me produce. Al desembarcar y estar ante los pies del símbolo por antonomasia de la libertad pienso, amo esta ciudad.

El piano deja paso a Billie Holiday cantando "as time goes by" creando con su bellla voz la atmósfera perfecta para dejar una botella con un mensaje dentro. Qué mejor lugar para dejarla que en el sitio donde la gente ha soñado, desde hace tanto tiempo, con un futuro más mágico.
Asi que sin dudarlo ni un solo instante, en las gélidas aguas del Atlántico, lanzaré una misteriosa botella al mar. Un recipiente que contiene un mensaje garabateado en una noche solitaria. Una carta llena de lágrimas, derramadas al escribirla.

Hola mi niña. Me encantaría tenerte junto a mi mientras te susurro estas palabras al oído. Sin embargo, ni tan siquiera se quien eres, aún así te echo en falta.
Echo de menos tus abrazos cuando estoy triste, tus miradas de complicidad al reirnos, tu suave mano cuando paseamos. Extraño tu sonrisa cuando digo alguna tonteria, tus besos al despertar, tu forma de tocarte el pelo cuando te miro y te pones nerviosa.
Tengo tantas ganas de acariciar tu brazo mientras esperamos en la parada del autobús, de cogerte entre mis brazos y decirte al oido que eres maravillosa, que la espera se hace interminable.
Por las noches me entristece no poder escuchar un te amo salido de tus labios, e inconscientemente aprieto la almohada pensando que eres tú. Dormido la estrujo contra mi pecho, y al despertar y ver que no estas mi corazón se empequeñece.
Millones de segundos perdidos sin besarte. Millones de razones por las que escribirte y lanzar esta carta al infinito océano.
Espero que las mareas y corrientes te la hagan llegar y, estés donde estés, te suplico que me busques porque no aguanto más sin poder decirte, mirandote a los ojos, que eres el amor de mi vida y que mi alma te pertenece.
Aún no te conozco pero lo se, estamos hechos el uno para el otro.
Necesito soñarte mientras no pueda sentir los latidos de tu corazón. Te amo. Eternamente.

lunes, 11 de marzo de 2019

10. La ecuación de Drake.

Frank Drake un buen día se levantó por la mañana de la cama para desayunar los deliciosos huevos con bacon que le había hecho su queridísima esposa. Mientras le daba un buen tiento a un gran trozo de bacon churruscadito se preguntó...¡Joder! ¿Cuantas civilizaciones habrá en el Universo? 
Trabajaba para un observatorio en calidad de radioastrónomo, es decir que se pasaba todo el santo día mirando al cielo buscando estrellas y planetas desconocidos. Pues bien, este buen hombre dedujo una formulita con la cual se veía capaz de dar un número aproximado de posibles civilizaciones de otros planetas que tendrían capacidad para comunicarse con nosotros. 

N=R* x Fp x Ne x Fl x Fi x Fc x L

Para no entrar demasiado en temas físicos y filosóficos sólo diré que esta pequeña fórmula viene dada por diferentes coeficientes que estiman, por ejemplo, el ritmo de crecimiento de las estrellas, el número de esas estrellas que tienen planetas en sus órbitas, o el número de planetas en los que se cree que se podría desarrollar vida inteligente. 
El problema en todo este galimatías apareció cuando surgieron otros científicos igual de locuelos que el señor Drake y se pusieron a calcular estos coeficientes, a cada uno le salía un número diferente dependiendo de si las estimaciones eran favorables o no a la creencia de vida extraterrestre.

¿Qué maldito rollo estoy soltando hoy? Pues uno muy simple. He desarrollado una nueva fórmula a partir de la de Drake para calcular cual sería el número de mujeres compatibles conmigo. Evidentemente parto de la ecuación de Frank Drake porque creo que tengo que ampliar la zona de búsqueda algo más, en la Tierra no creo que exista una mujer capaz de aguantarme y no hablemos ya de quererme. También es cierto que pienso que debo ser de otro planeta por lo tanto se hacía lógico buscar más allá de nuestra Luna para poder hallar respuesta a mi dilema. 

Supongamos que hemos calculado previamente el valor de civilizaciones extraterrestres con un mínimo de inteligencia, N. A este número lo tendríamos que multiplicar por 0,35. ¿Por qué? Sospecho que ahí fuera puede haber un 35% de alienigenas machos, un 35% de hembras, y un 30% sin sexo definido. Una vez obtenido el número de extraterrestres chicas que hay en todo el Universo podemos hacer una nueva criba que deje las cosas más claras. ¿A cuantas de esas alienigenas les gustaría ver una peli de miedo cogida de mi mano?¿Qué les da miedo a los seres de otros planetas?¿Las películas tipo Love actually? Siendo optimistas pongamos que un 25% tengan los mismos gustos que yo, así que en este caso multiplicaríamos por 0,25. La lista se reduce poco a poco pero aún podemos afinar algo más. ¿Qué porcentaje cree en el amor?¿Las chicas de otros planetas son unas lobas que se tiran a todo lo que se menea o son más tradicionales y les gusta el tema del cortejo tipo pájaro macho que revolotea alrededor de pajarita hembra? Aquí debo ser realista y me pongo en la peor de las estimaciones posibles, un 2% de las que quedan creen en el amor verdadero y único.
Por último pero no menos importante, ¿a cuantas podría interesarle yo? Aquí el cálculo se pone un poco deprimente. ¿Qué chica procedente de las estrellas y que esté en su sano juicio querría pasar toda la eternidad conmigo? Me da en la nariz que muy poquitas, el número mágico un 0,001%. 
Así que la fórmula de Rubén modificada, para el cálculo de mujeres en el Universo interesadas en mi quedaría tal que así...

N1=N x 0,35 x 0,25 x 0,02 x 0,001

Este número es tan ínfimo que es muy improbable que me encuentre con alguna alíen compatible conmigo aún así, N1 siempre será mayor que cero, es decir, están ahí fuera. Sólo es necesario esperar a que alguna de ellas reciba esta sonda espacial en forma de mensaje y de conmigo. 

Enrico Fermi fue un reconocido físico, galardonado con el Nobel por sus estudios sobre la radiactividad inducida. Pero también es bastante popular por su famosa paradoja. Pese a que los cálculos sobre la inmensidad del Universo parecían dar a entender que por los cielos habría miles de naves danzando de un lado para otro, las observaciones decían todo lo contrario. Fermi se dijo, si hay tantas civilizaciones ahí fuera, ¿dónde están?

Y yo me pregunto, si mi fórmula es correcta y existe al menos una mujer esperándome en algún lugar. ¿Dónde te metes? ¡Tronquita, sal ya de tu escondite!


9. Tunguska.

En Rusia, en la región de Siberia, existe una zona en la que ocurrió un insólito hecho. Las llanuras aledañas al río Podkamennaya, una enorme extensión de bosques, fue arrasada en unos pocos segundos. En 1908, la superficie de todo ese territorio cambió por completo por lo que fue denominado el evento Tunguska. 
A finales de Junio de ese año, en una mañana de un suave verano en las planicies del, por aquel entonces, Imperio Ruso algo surcó los cielos a una velocidad endiablada. Hubo muchos testigos que lo describieron como una gigantesca bola de fuego que a unas decenas de metros del suelo explotó causando tal energía que arrasó con todo lo que había en su camino. La liberación de toda esa energía arrancó árboles de cuajo, quemó enormes cantidades de terreno, asoló los poblados de los pocos habitantes de esa remota región Rusa. Mucha gente pereció al instante, personas que aún dormían en sus cabañas y que plácidamente pasaron a mejor vida, otros no tuvieron tanta suerte y contemplaron con horror como la muerte les sobrevino sin poder hacer nada por evitarlo. 
Días después del suceso la corte del Zar Nicolás II no quiso investigar lo ocurrido, lo vendió como un castigo divino por las revueltas para acabar con el Imperio, una terrible venganza por querer terminar con 200 años de soberanía. 
Diez años más tarde la familia Romanov fue asesinada. El zar junto a toda su familia fue muerta y enterrada. La Revolución Rusa conseguía su propósito y tras una larga guerra civil Stalin lograba el poder. 
Fue entonces cuando, después de 15 años, un científico se acercó hasta la zona de Tunguska e hizo sus investigaciones y fotografió el escenario de la debacle. Las instantáneas son demoledoras, la visión es apocalíptica. ¿Qué diablos ocurrió el 30 de Junio de 1908?
Pues con certeza no se sabe. Aquí nos movemos sobre arenas movedizas y las especulaciones son varias. La que toma mayores visos de ser la correcta es la de que un trozo del cometa Encke se desprendió al pasar cerca de la Tierra y fue a parar allí. Aunque otras opiniones dicen que podría ser una nave alienigena que perdió el control y se chocó en esa zona boscosa evitando caer sobre una población. Los numerosos testigos aseguran que la bola de fuego varió su trayectoria e hizo varios quiebros en el aire antes de la explosión, algo que no concuerda con la teoría del proyectil desprendido del cometa. Estos no zigzaguean en su camino hacia la destrucción. 
Sea como fuere es algo que nunca conoceremos realmente, un misterio que perdurará durante mucho tiempo.

Me acordé de este curioso suceso cuando en el metros observé a la chica que estaba a mi lado sentada. En un momento dado buscó algo en su bolso, segundos después sacó una cajita rosa de vaselina para los labios. Desenrroscó la tapa y con el dedo medio se puso el cacao sobre los labios.
Algo extremadamente común, un gesto que vemos a diario. Sin embargo una pregunta se empezó a fraguar en mi cabeza. ¿Por qué con el dedo medio? 
Diez minutos antes, esperando en el andén, vi el mismo gesto a otra chica. Sentada en el banco la vi sacar su botecito rosa y con el mismo dedo se untó la vaselina por los labios. En ese momento no le di importancia pero al verlo dos veces tan seguidas me puse a pensar. ¿Qué dedo utilizo yo las pocas veces que uso cacao para los labios cortados? Respuesta inmediata, el índice. 
¿Por qué las mujeres utilizan el dedo medio?¿Por ser más largo?¿Es algo que está en el cromosoma X?¿Es algo innato en el ADN femenino? 

La mente de las mujeres es un misterio para mi, tan insondable como el evento Tunguska. Enigmático e indescifrable para mi escaso entendimiento. ¿Qué complicados resortes actúan en los cerebros de las chicas? Soy un enamorado de los enigmas y por tanto soy un acérrimo seguidor de los secretos que encierran las privilegiadas mentes femeninas.

Cuenta la leyenda que días antes del asesinato del Zar Nicolás II, la zarina y sus hijas, las cuatro Grandes Duquesas, escondieron sus muchas joyas en el interior de sus enaguas y su ropa interior. Cosieron compartimentos secretos entre sus ropajes y allí metieron parte de su inmensa fortuna. Al abdicar el Zar en julio de 1918 fueron llevados apresados a unas mazmorras de un palacio de Ekaterimburgo. Allí, en una oscura y lóbrega sala 12 hombres de la resistencia bolchevique fueron los responsables de la matanza de la familia Romanov. Pero según dicen las antiguas historias y leyendas las balas lanzadas sobre la Gran Duquesa Anastasia pegaron casualmente en las joyas escondidas desviando la trayectoria y evitando, de esta rocambolesca forma, la muerte. Las doce personas con pistolas acabaron con las doce personas sin ellas, salvo con una. Anastasia, por aquel entonces una bella mujer de 17 años, se hizo la muerta. Los bolcheviques trasladaron los cuerpos a un bosque cercano y allí los enterraron, sin embargo la Gran Duquesa sobornó a uno de sus captores con una de las joyas y malherida escapó del agujero que habían cavado para su descanso eterno.
En 1979 se descubrió la tumba escondida en los bosques de Ekaterimburgo pero no fue hasta la década de los 90 cuanto obtuvieron los permisos necesarios para la excavación. Sólo había 9 cuerpos, ¿y el resto? En el 2007 se halló otra tumba cercana con dos esqueletos quemados más. Eso hace un total de once cuerpos encontrados. Algunas fuentes hablan de doce personas en la funesta mazmorra del palacio. ¿Qué pasó con la persona que falta?¿Era Anastasia?


domingo, 10 de marzo de 2019

8. El helado de turrón.

Los ojos, grandes y almendrados me miraban sin saberlo. De color oscuro con reflejos verdosos, observaban bien abiertos el mundo que le rodeaba. Sonrisa amplia enmarcada por unos labios rojo intenso, quizá anaranjado muy pasional. El flequillo, recto sobre su frente ocultaba parte del rostro, una cara blanca como la Luna, con tonos sonrosados en las mejillas. Sin duda ruborizándose ante el mundo pues su timidez se intuía en la parte oculta de ese enorme astro que era su bonito rostro.

En cierta manera sabía que era irreal; que si alargaba el brazo para acariciarla, su imagen se evaporaría dejando ante mí tan solo un eco fantasmal en la memoria. Por eso no quería abrir los ojos, me resistía ante lo inevitable. El mundo de lo intangible es tan etéreo que no dura para siempre y esa imagen onírica del hada del bosque, extremadamente bella y de delicada apariencia, terminaría por esfumarse dejando, indudablemente, un poso de intranquilidad en mi alma. 

De pronto caí en la cuenta. Lo que me tenía turbado y en un aparente nerviosismo fue una antigua historia. Hace un tiempo escuché una leyenda, un cuento de esos que se leen a los niños en las tardes lluviosas. La trama acontecía en un país lejano, justo al otro lado de este mundo desde el que escribo. 
En Japón, en una pequeña aldea, un anciano que se dedicaba a cortar bambú se topó de pronto con algo maravilloso. Mágico. En el interior de la caña de una de estas plantas vio una luz brillante; al acercarse observó un ser diminuto, tan pequeño que cabía en la palma de su mano. Con cuidado lo llevó hasta la cabaña donde su mujer preparaba un caldo caliente. ¿Qué diablos era eso tan chiquitito? Se preguntaron. Al poco empezó a crecer y se convirtió en un bebé. Una preciosa niña a la que llamaron Kaguya. La pareja de ancianos no podían contener su alegría, jamás habían podido ser padres, y ahora, en sus últimos años de vida, les fue concedido su mayor deseo. Un regalo de los cielos, sin duda. 
Pero no sólo dieron con una preciosa niña a la que cuidar y querer sino que el viejo cortador de bambú, cada vez que iba al campo a talar más tallos, del interior de los troncos de las altas plantas salía oro. Tal fue la cantidad del preciado metal que encontraron que se hicieron extremadamente ricos y el anciano pudo comprar más tierras y hacerse una casa tan grande como la del mismo emperador. 
Kaguya creció y se convirtió en la mujer más bella de Japón, su encanto y delicadeza fueron alabados en todo el país, su fama llegó hasta los oídos de todos los príncipes del Imperio, y quisieron que ella fuera su esposa. Sin embargo, ella no deseaba ser la mujer de ninguno de ellos por lo que a todos les negó tal fortuna. 
Una noche, el anciano cortador de bambü encontró a su hija llorando, muy triste y compungida miraba hacia el cielo nocturno. Entonces le contó su terrible secreto, ella había nacido en la Luna y debía volver allí. En menos de un mes, en la próxima noche de luna llena, tendría que ascender a los cielos para no volver jamás al lugar que la vio crecer. 

He aquí la agitación de mi alma. Tengo la absoluta convicción de que esos enigmáticos ojos y esa enorme sonrisa pertenecen a Kaguya y que si abro los mios, ella desaparecerá y se irá hacia la Luna. Entonces, no habrá montaña lo suficientemente alta para siquiera rozar su mano o simplemente escuchar una tímida carcajada suya. Puede que sea ese el motivo por el que en un acto de absurda valentía, y antes de que la ensoñación deje paso a la dura realidad, haga una pregunta tan insensata. 
¿Te gustaría tomar un helado de turrón?

De sopetón y en un ataque de irracionalidad total, más propia de príncipes valerosos que de niños que se esconden tras decenas de palabras sin sentido, deseo no abrir los ojos y degustar un enorme y azucarado helado con el rostro de Kaguya y de la propia Luna iluminando mi sonrisa. 
Quizá algún día vea realizado mi deseo. No en vano, tengo la completa seguridad que los sueños acaban por cumplirse, preguntadle sino al anciano cortador de bambü. 

"Haz todo lo que puedas, lo demás déjaselo al destino." Proverbio japonés. 

miércoles, 6 de marzo de 2019

7. La petite pantoufle de verre.

La puerta abierta de aquel lugar me invitó a asomar la cabeza. Estaba en el interior de un castillo en el que cualquier cosa podría ocurrir, por lo que mi curiosidad se apoderó de mi sentido común y tras mirar el cartel que sobre el dintel de la puerta rezaba Bibbidi Bobbidi mis ojos se posaron en el interior de aquella estancia. 
Las palabras sobre la puerta realizaron su tarea y mágicamente, como un ancestral sortilegio que las hadas de todo el mundo ya hacieran en un pasado remoto, la realidad se transfiguró ante mi y pude ver a Cenicienta.
Me froté los ojos, no era posible aquello. De acuerdo que estaba en Fantasyland, y que antes me había tomado un enorme helado cuyo azúcar pudo haber hecho de las suyas al recorrer mi torrente sanguíneo, pero...¿dos Cenicientas? Un momento, ¿allí hay otra más? 

La historia comienza con un nombre, Beatrice, al cual le sigue otro, Menkaura. Beatriz y Micerinos estarán unidos para toda la eternidad, ya que el sarcófago del primero descasa en las tripas del buque mercante inglés apodado "La Beatriz" en las costas Cartageneras. 
Micerinos fue un faraón de la IV dinastía, conocido por el común de los mortales por una de las pirámides que acompañan a la de Keops en la meseta de Gizeh. Esta construcción fue ya en su época objeto de muchas leyendas, historias de las que el gran geógrafo griego Estrabón o el mismísimo Heródoto se hicieron eco.
Contaban las malas lenguas que allí, bajo las decenas de miles de toneladas de roca traída de canteras etíopes y mármoles de procedencia inverosímil para una sociedad tan temprana, descansaba el cuerpo de la bella Ródope.

El fuego calentaba los cuerpos de los niños que rodeaban a la mujer en un círculo perfecto. Las noches invernales en la ribera del Nilo eran frías y las familias se apiñaban alrededor de la cálida y refulgente fogata, mientras la anciana contaba una de sus historias de un pasado aún más remoto.
Ródope era una muchacha Tracia, que tras ser raptada por unos piratas que hacían del Mediterráneo un mar peligroso, fue a parar al país de los faraones para ser vendida como esclava a un mercader egipcio. Este era un hombre viejo y bondadoso, no así sus otras siervas que traían de cabeza a la pobre Ródope, apodada así por su piel clara y mejillas sonrosadas. Al ser extranjera y de una belleza sin igual en el país del Nilo, las otras chicas la tenían envidia y no paraban de mandarla hacer infinidad de cosas. Tráeme agua del río. Cose las túnicas. Cuida de los animales, no se vayan a escapar. Sin embargo, Ródope no daba importancia a tales infortunios y cantaba y danzaba inocentemente dando alegría al anciano que la había adquirido por unos cuantos dátiles y leche de cabra. En agradecimiento, el viejo mercader le mandó hacer unas sandalias especiales para ella, así no destrozaría sus desnudos pies cada vez que le diera por bailar mientras lavaba las túnicas en la orilla del río. 
Para celebrar un buen año de cosechas, y hacer ofrendas a los dioses, el gran faraón Amosis convocó unas fiestas a las que todos sus súbditos estaban invitados. Todos en el reino irían a presentar sus respetos a los dioses y a su representante en la tierra, el faraón. Todos menos Ródope, ya que las malvadas siervas del mercader le habían ordenado adecentar el hogar mientras ellos estaban fuera. 
Tras un día agotador de trabajo se fue al río a bañarse, quitándose las sandalias para no estropearlas, y entonces sucedió que un halcón, creyendo que era una sabrosa presa, le birló una de ellas. 
Este halcón surcó los cielos hasta la ciudad de Menfis y allí, en medio de la plaza donde tenían lugar los festejos soltó la susodicha sandalia yendo a parar al trono de Amosis. El faraón creyó ver en esto una señal del divino Horus y mandó buscar a la dueña de la sandalia. No la halló en las cercanías de la ciudad así que se subió en su barcaza real y recorrió el Nilo en busca de la que sería la futura reina consorte del Alto y el Bajo Egipto. 
Amosis logró encontrar a Ródope y tras las protestas de las siervas del mercader, al ver que su reina sería una extrajera, el faraón sostuvo que ella era la más egipcia de entre todas las mujeres ya que sus verdes ojos eran como las aguas que serpetean por el Nilo, su cabello era tan plumoso como el mismo papiro y su piel era tan sonrosada como la bella flor de loto. 

Evidentemente Heródoto, como gran historiador que era, se dio cuenta de algo imposible. Los reinados de Micerinos y Amosis distaban unos mil años uno del otro. ¿Cómo sería posible, entonces, que la pirámide de Gizeh fuera construida como lugar de reposo del alma de la bonita Ródope? 

Cosas de hadas respondería Charles Perrault, a la enigmática pregunta. La magia haría acto de presencia y la versión del cuenta cuentos francés se tornó en una historia llena de encantamientos, maleficios y hechizos de tal fascinación que dejaron boquiabiertos a todos los niños de la Europa moderna. Hacía finales del siglo XVII escribió un pequeño relato al que puso por título, Cendrillon ou la petite pantoufle de verre. 
La sandalia se convirtió en zapatito de cristal y el poderoso faraón se transfiguró en un encantador príncipe. Ahora Ródope viviría en las mentes más soñadoras con el nombre de Cenicienta, a la que ayudarían contra sus malvadas hermanastras y terrible madrastra un sinfín de curiosos animalitos. 

Bibbidi Bobbidi Boo