La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 27 de febrero de 2019

6. El líquido verde.

En este mundo hay aún demasiadas cosas que no entendemos. Para comprenderlas habrán de pasar muchos años y es muy probable que yo muera sin saber la respuesta a tales cuestiones.

¿Por qué en Instagram, ese gigantesco y virtual album de fotos en el que deambulan millones de extrañas imágenes, circulan tantas instantáneas de puertas antiguas?
Es algo que me inquieta sobremanera. Centenares de esas misteriosas puertas son fotografiadas cada día. De diferentes colores y tamaños, con aldabas metálicas o sin ellas, de madera vieja que se resquebraja por momentos, con marcos que delimitan su dimensión y en muchos casos un extraño número al lado. Me recorren escalofríos por todo el cuerpo cuando me topo con una de esas imágenes fantasmales del pasado, testimonio sin duda de vidas ya enterradas en lo más profundo de los cementerios diseminados por este chocante mundo en el que transitamos.
Lo realmente mágico del tema es que todas y cada una de esas puertas son instantes robados por mujeres y publicados más tarde en sus perfiles de la popular red social. ¿Es una especie de código? ¿Un complot para dominar el mundo? ¿Este hecho insólito tiene algo que ver con la misteriosa desaparición de las abejas de la faz de la tierra?

Las enigmáticas puertas es algo que me "escama" profundamente pero no tanto como el siguiente secreto que se oculta en el interior de un anónimo frasco.
Hace tiempo ocurrió algo extraño en lo que no quise profundizar demasiado. Una noche, en una casa ajena, abrí el frigorífico para coger un par de cervezas. La dueña de la casa me había pedido que fuera a la cocina a por ellas, y sin pensarlo demasiado fui a buscarlas. Dentro de aquel electrodoméstico había pocas cosas. Latas de cerveza, leche, recuerdo una tableta de chocolate empezada y algo guardado en un tupper. Sin embargo, toda mi atención fue a parar a una botella de cristal lleno de un líquido verde. ¿Pero qué diablos es eso? Me dije cogiendo la botella y dudando por un momento si abrirla o no. ¿Sería peligroso? ¿Algún virus alienígena de más allá de nuestra galaxía? Bueno, quizá esto último lo pensé porque ya iba pelín achispado pero aún hoy no descarto tal posibilidad.
El caso es que tras unos segundos de indecisión dejé la botella en su sitio y con un par de latas de cerveza en la mano me senté en el sofá y mirando a la chica a los ojos le pregunté, ¿tengo que preocuparme por la botella de líquido verde que  hay en tu frigo? Ella, con mirada de chuza total sonrió y dijo, Ru esa botella contiene un secreto que jamás desvelaré.

Esta historia acojona pero, la siguiente pone los pelos de punta. Con solo pensar en ello se me eriza el bello y mi vista se pierde en la pared que frente a mi divide el piso de mi vecina y el mio. Ruidos. Escándalo. Alboroto. Chasquidos. Bulla. ¿Por qué las mujeres que habitan frente a mi son tan abrumadoramente efusivas con sus gémidos cuando estan con el novio de turno? Es algo que me tiene confuso, aturdido. A ellos no se les oye, ni un breve aullido, ni un timido sonido gutural. Pero ellas parece que estan en plena guerra mundial, enfrentadas a todo un jodido regimiento de artillería. Con un poco de imaginación casi puedo ver escenas regadas con un Wagner pletórico. Vítores y arengas, ánimos de todo tipo, gritos de alivio, sollozos de éxtasis puro y duro. ¿Pero qué diantres ocurre aqui? Subo la tele, me pongo los cascos, aliento a Maga a jugar para que sus maullidos oculten el espeluznate espectáculo que tras los muros se debe estar dando.
¿Una nueva conspiración? ¿Me he vuelto demasiado susceptible? ¿O es sólo la envidia de no tener a nadie que gima a este lado de la pared?

Cambiemos este ambiente fosco y lóbrego por uno más literario y culto. Ideal para cualquier seguidor de Jung o Freud. No obstante no nos dejemos engañar por este tema de libro sesudo y enrevesado, esto es de lo más terrorífico. En cada ocasión que me he hecho esta pregunta me han entrado sudores frios, e incluso he notado cierta presencia que tras mis hombros se rie en una carcajada de ultratumba. Sin duda, los espíritus de miles de millones de chicas que han ido poblando este mundo se descojonan de mi inocencia e inexperiencia en temas de esta índole. Pero vayamos al grano, ¿por qué estúpida razón las mujeres siempre se mantienen a la expectativa? Como digo, tema complejo y de muchas ramificaciones pero sin una respuesta definitiva.

Todos los que han leído alguna de mis historias saben que no soy muy docto en el conocimiento de la mente femenina, aunque me haya devanado los sesos intentando entender los resortes que hacen funcinar su intrincado cerebro.
Estas son algunas de las cuestiones que han desvelado mis sueños, ¿qué se esconde tras el líquido verde?¿cuántas puertas más he de ver en Instagram?¿a las mujeres en general les gusta ser escuchadas o solo a las que se mudan frente a mi?¿por qué cuando una chica quiere algo, ya sea un helado de fresa o un beso a la luz de la luna, el chico ha de adivinarlo?
Cosas que de momento estan fuera del alcance de mi entendimiento y, como diría Platón en boca de Sócrates, solo puedo afirmar que no se nada.

lunes, 25 de febrero de 2019

5. Pájaros en la cabeza.

¿Por qué se mantienen los aviones en el aire?

P + 1/2 DV² = K.      P es la presión en un punto. D es la densidad del fluido. V es la velocidad en el mismo punto. K es una constante.

Desde que el ser humano echó la vista al cielo para admirar lo que se cernía sobre sus cabezas, ha anhelado sobrevolar el mundo y sentirse más cerca de las estrellas. Quizá por ello siempre ha intentado estrujarse la cabeza para encontrar el modo de hacerlo posible.
La experimentación nos dice que nuestros cuerpos no fueron diseñados para poder surcar los aires como el águila o el gorrión por lo que después de infructuosos intentos nos dimos cuenta que necesitabamos algo que nos mantuviera a salvo de la temida gravedad.
La teoría la propuso Daniel Bernuilli en el siglo XVIII. Allá por el año 1738 publicó sus estudios sobre el comportamiento de los fluidos en una obra llamada Hydrodynamica. Todo ello se resume de una manera sencilla; la energía que posee un fluido, en nuestro caso el aire, permanece constante a lo largo de su recorrido.
Hubo de pasar bastante tiempo hasta que los famosos hermanos Wright dieran con la tecla adecuada. Crearon un tunel aerodinámico e investigaron con distintos perfiles y sus angulos de ataque.
Un perfil es basicamente un ala de avión y según el teorema de Bernuilli, el aire que recorre el ala por debajo de ella y el que va  por encima tienen la misma energia. Por lo que si variamos la velocidad y la subimos por ejemplo, la presión tendrá que bajar para mantenerse constante.

Hasta aquí he hablado de manera muy somera del motivo por el que hoy en dia volamos, pero ¿qué ocurría antes?
James Matthew Barrie escribió, poco antes de que los Wright surcaran los cielos, una pequeña obra de teatro llamada Peter Pan y Wendy. En ella, un niño de diez años decía que se podía volar. No hacían falta perfiles aerodinámicos, ni teorías sesudas. Para llegar a las estrellas tan solo había que creer en la posibilidad de hacerlo y tener a Campanilla a nuestro lado para que esparciera un poco de su polvo de hadas.
Claro, estas ideas a comienzos del siglo XX sonaban a cuentos, uno de esos que los padres londinenses leerían a sus hijos antes de dormir. Y, seguramente, si a un adulto le diera por aseverar que el tal Peter estaba en lo cierto le dirian algo como "...chico, tu tienes pájaros en la cabeza..."

Sin embargo aún hay más. Cualquiera que haya probado la mescalina, el peyote o el LSD, por citar algunas sustancias alucinógenas, podría garantizar que él o ella habrían volado bien alto. ¡Menudo viaje! Exclamarían poniendo los ojos en blanco y silbando, recreando el sonido del aire allá arriba.

Pero vayamos unos años antes de J.M. Barrie y su amigo Peter. ¿Quién quisiera volar como podría hacerlo?
Una niña de 14 años tenía la solución a tal cuestión. Rossa Matilda Richter, la susodicha chica, surcó los aires maravillando a todos los presentes. En 1877, un artilugio creado por el ser humano permitió a Rossa acariciar las estrellas, o al menos las nubes que en ocasiones nos las ocultan. Lanzada por un cañón, en el que se le había acoplado un resorte en su interior, logró sobrevolar a la audiciencia que se citaba en el circo del empresario P.T. Barnum. Un lugar destinado para la exhibición de cosas extraordinarias fue el emplazamiento de la primera bala humana, permitiendo que los asistentes soñaran con llegar más allá de las estrellas, si el impulso era lo suficientemente potente.

No obstante, dejando de lado todo este galimatías de ecuaciones y nombres del pasado, creo que la clave para conseguir acercarse a los astros se resume en una frase de ese niño tan sabio al que acompañaba un hada pequeñita y revoltosa.
"No dejes nunca de soñar, solo quien lo hace aprende a volar." Peter Pan.

jueves, 21 de febrero de 2019

4. El Principio de Incertidumbre de Heisenberg y el amor verdadero.

En una de las primeras clases de aquel curso, el profesor distribuyó por las mesas un simple folio en el que había unas pocas líneas escritas. 
Esto, nos dijo, será lo más importante que aprendáis nunca en este aula. Miré con curiosidad la hoja que con cierta parsimonia resbaló por mi mesa. Principio de incertidumbre de Heisenberg. 
Para ser sinceros, leí las pocas líneas y la fórmula matemática que ejemplificaba lo dicho por el físico alemán y no le hice gran caso. Al terminar la clase guardé el folio en la carpeta y no lo volví a sacar hasta diez minutos antes del examen final. 

La forma de mirarme cambió por completo mi propia mirada. ¿No os ha ocurrido alguna vez eso? Saber que a ella o a él le gustas y eso provocar que vuestra propia percepción de las cosas evolucione de una forma diferente. 

A mí, desde luego, me ha ocurrido en varias ocasiones. En algunas de ellas, esa distorsión varió la realidad de una forma extravagante y curiosa llegando a creer que el amor llamaba a mi puerta. En otras, en cambio, fue cierto eso que dicen de que enamorarse es cosa de dos. 


Ella subió al coche. Yo arranqué el motor. Una enorme luna iluminaba su rostro. Puse cara de bobo. Tendrás que guiarme, no se ir. Dije, dirigiendo la vista hacia la carretera. Observaba mis gestos, mi cara, mi forma de conducir. La miraba de reojo, y la ví sonreír. Noté que yo le gustaba, y eso incitó mi deseo hacia ella. 
El camarero nos dio la carta. La abrí y posé la mirada por los diferentes platos. De pronto, levanté la vista y me topé con los ojos de ella. Con voz dulce preguntó, ¿tú qué vas a pedir? La hamburguesa, repuse. Mi elección, con total seguridad, cambió la suya y con una mueca graciosa dijo, pues creo que yo tomaré lo mismo. ¡Copiota! Respondí yo. 
¿Qué te apetece hacer? Me preguntó tras la cena. La verdad es que ese día estaba cansado, había madrugado y quería irme a dormir. ¿Te apetece un vino? Interpeló viendo una duda en mi rostro. Conozco una vinoteca cerca de aquí, añadió. Su posicionamiento, queriendo seguir la velada, cambio mi propia velocidad deseando no irme a dormir por el momento. Vale, respondí. Me apetece. 

Sostenía una copa de balón en la mano. El ron transitaba por mis venas mezcladose con los glóbulos rojos en su azaroso camino por cada recoveco de mi cuerpo. Ella con otra copa similar a la mía dio un enorme sorbo. Se mordió el labio y armándose de valor preguntó, ¿te quieres quedar a dormir? Ese gesto persuadió a mi mente, me hechizó hasta tal punto que me vi contestando, sin poder remediarlo de forma alguna...Sí pero solo a dormir, ¿eh?

Lo que Heisenberg averiguó, estudiando partículas tan diminutas como los fotones, fue la imposibilidad de predecir con exactitud dos propiedades relacionadas de las mismas. Es decir, que por ejemplo no podíamos conocer la posición y velocidad de un fotón al mismo tiempo. O dicho de otra manera más poética, el acto de observar cambia lo que es observado.

Estaba sentado en el laboratorio de física. Delante de mí había un par de hojas con una serie de cuestiones sobre el cálculo de errores y distintas formas y métodos de medir diferentes variables. Me quedé pensativo ante la primera pregunta del examen. Esta rezaba, exponga brevemente que postula el principio de incertidumbre de Heisenberg. Mis ojos, por inercia, se posaron en la segunda cuestión. ¿Qué consecuencias tiene en la teoría de errores? 

Hubiera estado divertido contestar a esa primera pregunta que Heisenberg hablaba del amor en sus estudios. Según mi teoría experimental un tanto excéntrica bien es verdad, lo que concluyó en su observación de las partículas de la luz es que uno se enamora cuando siente que el observador u observadora en cierta forma ha sido hechizado por él o ella. De esta manera, el corazón fascinado cambia el destino del corazón que empieza a ser deslumbrado. Posiblemente habría suspendido igualmente y hubiera sido inútil, a parte de objeto de chascarrillos jocosos por los pasillos de la facultad, el exponer como ejemplos de mi teoría los transcritos un poquito más arriba. 

Sin embargo, creo que mi respuesta a la segunda pregunta habría calado de forma diferente en la mentalidad del profesor, hombre casado y ya anciano. ¿Qué consecuencias tiene el principio de incertidumbre en la teoría de errores? Calibrar un corazón, ponderar en qué posición está conlleva un error asociado a su velocidad. Esta también recoge su propia inexactitud multiplicándose con el error de la primera variable. Por tanto, cuando dos corazones se aman y se unen en una sola alma, son impredecibles de determinarse con exactitud sus cualidades, entrando en el indeseable mundo de las probabilidades. Las consecuencias del error en las medidas del amor sometidas a la irrefutable teoría de la indeterminación de Heisenberg son la infidelidad, el engaño, la falta de sinceridad, el desamor.

No obstante, ante esta enrevesada respuesta, hay cierta controversia. Algunos físicos (entre ellos Stephen Hawking, por ejemplo) han creido en el determinismo de la física de lo más pequeño, de todas esas partículas infinitesimales de las que están compuestas los corazones y las almas.
Esos locos científicos no piensan en posiciones y velocidades como variables separadas de las propias particulas sino que observan y evaluan el conjunto de todas esas cualidades. A esas partículas los deterministas las denominan ondas. Ellos piensan que el universo y cada cosa que en él se encuentra está plagado de esas ondas y éstas pueden calcularse con exactitud.

Sospechan, por tanto, que el principio de Heisenberg está concebido bajo una premisa equivocada, un simple error conceptual, cuya última consecuencia en el campo de los corazones y las almas es la de afirmar que el amor verdadero existe y es aquel en el que el error al encontrarlo y determinarlo es nulo. La dificultad estriba, por tanto, en encontrar dos corazones que vibren al unísono.




miércoles, 20 de febrero de 2019

3. La música de las esferas.

Hace muchos años que ya se teorizaba con este concepto. Entre veinte y veinticinco siglos atrás se pensaba que el universo era algo creado de forma armoniosa.

En torno al 500 antes de Cristo algunos eruditos y místicos estudiaron la relación entre las distancias de los planetas conocidos y su velocidad de rotación. Tanto la escuela pitagórica como diferentes adeptos de la filosofía hermética tenían la idea de que todo fue pergeñado por un ente o entes superiores y que estos habían diseñado todo de manera que fuera perfectamente bello, estética y musicalmente. Así pues, debía haber una relación tangible en lo que veían en los cielos y estudiaron matemáticamente el fenómeno. Estos antiguos sabios llegaron a la conclusión de que los planetas estaban vinculados entre si por una especie de proporción musical.


¿No os parece una idea extremadamente romántica que los cuerpos celestes pudieran emitir música? Sin embargo hay un pequeño problema. Nosotros no podemos escuchar esa pequeña sinfonía de los astros al moverse. En el vacío absoluto el sonido no se propaga, es decir, allí fuera es como si estuviéramos sordos. Nuestros oídos son incapaces de oír esos ruidos que se generan en el espacio. 


La evolución ha desarrollado nuestros órganos auditivos para escuchar ciertos tonos, los infrasonidos no están a nuestro alcance. Triste, ¿verdad? 


Nuestros sentidos están limitados, los ojos por ejemplo sólo ven una pequeña franja del espectro lumínico. Desechando una amplia gama de colores definidos por longitudes de onda que nos es imposible apreciar. 


Cuando pasamos la mano por una mesa, o quizá por la superficie de algún objeto que suponemos liso, no lo es para nada. No somos capaces de intuir que ese material es ruguso, miles de pliegues por milímetro cuadrado. Millones de imperfecciones que nuestro tacto, los dedos con los que rozamos las cosas, son incapaces de sentir. 


Y si hablamos del gusto o del olfato pasa lo mismo. Los grandes creadores de perfumes son personas entrenadas para distinguir multitud de aromas y matices que a una persona normal se le escaparían. Y aún asi, cualquier perro tiene cuarenta veces más células olfativas en la nariz que el mejor de esos hombres creadores de olores perfumados. 


El mundo de los sentidos es un minúsculo universo para nosotros, acotado por nuestras limitaciones de seres imperfectos. No obstante, hay un momento en el que el pico de esas sensaciones se hace máximo. Y aquí viene mi teoría, probablemente incorrecta, pero aún así la expondré en este lejano rincón de mi pequeño mundo. 


El enunciado formal de mi teoría sería tal que así. La curva de las percepciones sensoriales con respecto al tiempo se hace máxima cuando el alma de la persona en estudio esta enamorada. Es decir, cuando el corazón late por amor, el sujeto escucha sonidos imperceptibles para el resto, huele más aromas, paladea sabores vetados al común de los mortales, su tacto se acentúa y por supuesto la visión se hace extremadamente potente para poder apreciar cada detalle de la persona de la que se esta enamorado. 


Una teoría que de momento está en sus primeras fases especulativas. En el último año me he visto envuelto en un lío de fórmulas de todo tipo con multitud de variables y datos. Me ha llevado mucho tiempo dar con este enunciado, folios y folios llenos con infinidad de números extraños y expresiones enrevesadas. Y al final he logrado dar con la teoría que unifica mis estudios sobre este tema. Sin embargo falta algo importante para su demostración a nivel académico, la parte experimental. 


Todo esto no deja de ser una mera hipótesis si no se comprueba con ensayos reales. ¿Y quien mejor que yo para ser el sujeto A del experimento? Sí, seré la cobaya y el científico al mismo tiempo. 


Ahora me encuentro en un dilema, ¿he de fabricar yo mismo el elixir del amor? Esta sustancia sería capaz, inyectada directamente en el corazón, de hacer que me enamorase en cuestión de segundos de la mujer que estuviera mirando en esos instantes. Un método demasiado artificial pero bastante seguro. La otra idea es dejar que mi propio corazón elija cuando, de que forma y de quien debo enamorarme. Sin duda es un modo de proceder mucho más lento, pero tengo la sospecha de que será más intenso y podré demostrar mi teoría de una forma más elegante.


Quizá nunca gane el Premio Nobel por esta pequeña bobada que es mi teoría que relaciona la capacidad sensorial con el amor pero me gusta pensar que es tan poético como cuando esos griegos presocráticos miraban al cielo preguntándose que sonido emitiría la Luna o Marte al girar y decidieron que ese tono sería tan bello como el que haría una joven griega tocando un arpa. Ellos, a estos lejanos e hipotéticos tonos, los denominaron la música de las esferas.


Me encantaría poder demostrar que al enamorarme, mi oído podría aumentar tanto su potencial que si escucho atentamente en una noche de luna llena la oiga vibrar, allá en el cielo, en un lejano susurro. ¿No sería increíblemente maravilloso ser el primer ser humano en oír la música de las esferas? 




2. Héroes.

¿Quién quiere ser un héroe? Se preguntó él en una ocasión. 

Yacía sobre ella. Las manos sobre la cama ayudaban a mantener la mirada en sus ojos. Su miembro se cobijaba dentro de ella, intentando huir o quizá esconderse de un pensamiento que no permitía que disfrutase del todo de ese placentero momento. 

Ella tenía los ojos bien abiertos, aún pegándole la luz de la lámpara en la cara. No pestañeaba o al menos él no se detuvo en observar ese pequeño detalle. Estaba hundiéndose en esos oscuros ojos, intentando adentrarse en su mente, deseando llegar hasta lo más profundo de su alma. ¿Por qué? Se preguntaba, ¿por qué esta será la última vez?  

Esa impotencia de no llegar a descubrir que había tras esa oscura mirada le puso nervioso. Aceleró el ritmo de la cadencia de sus caderas. Las manos que sostenían su cuerpo sobre el de ella empezaron a temblar. Los bíceps del brazo contrarrestaron esa agitación que se dejaba notar con mayor intensidad cada segundo que pasaba. 
Las sacudidas de la cadera iban creciendo en potencia. Ambas cuerpos sonaban por el efecto del choque. Clap, clap, clap, clap.

Llegó un momento el que que él perdió el control. La tristeza que inundaba su corazón no le dejaba pensar, no le permitía parar. Los puños cerrados agarraban las sabanas con rabia. 
Ella, por supuesto, lo notó. Él lo vio en sus ojos, en la expresión de su boca. Al ver que algo en su mente le tenía desbocado, ella pasó su mano por la cabeza de él llegando hasta la nuca. Le atrajo hasta su pecho y susurró...tranquilo. 

Escuchaba los latidos de su corazón a través de sus hermosos pechos. Eso le calmó. Subió la cabeza hasta pegarla a la mejilla de ella, y a la altura de su oído pronunció...voy a sacarla. 
¿Por qué? Dijo ella. 

"El tiempo camina rápido y veces sin fin yo he dicho el relato.  No es relato de solo uno sino de todos nosotros..." En cierta parte de una de las películas de la saga de Mad Max unos niños le cuentan a Max como era la vida antes de que todo cambiara. Él apenas recuerda, su corazón le ha obligado a olvidar.

¿Por qué? Dijo ella.
Estoy a punto de correrme, sostuvo él. Sin embargo, no era del todo cierto. Tenía miedo de olvidar, de arrinconar en lo más profundo de su ser esos ojos que instantes antes le miraban sin pestañear. Estaba bloqueado ante la sola idea de relegar al olvido a aquella enigmática mujer. 
Solo quería salir de la cueva en la que se había refugiado y hacerse un ovillo en su regazo para preguntarse una y mil veces por qué. 

No necesitamos a otro héroe canta Tina Turner en la tercera parte de Mad Max.

¿Y quién demonios quiere ser un héroe? ¿Quién en su sano juicio desearía dejar de ser un villano y creer en el amor? Se preguntaba ese chico, acurrucado junto a ella, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

¿Qué persona ambicionaría tal locura? Sólo alguien tan temerario como Max o quizá tan inocente como el protagonista de esta breve historia. Los admiro. 

viernes, 15 de febrero de 2019

1. You and me and the devil makes three.

Miraba la fuente. El sol no me dejaba entrever toda la belleza de aquella escultura que desde lo alto de una marmórea plataforma pétrea dominaba el cielo de Madrid. El Ángel Caído desplegaba levemente sus alas mientras un grito se adivinaba en su rostro. Un aullido hacia las alturas; el miedo a la caída podría ser, pensé, o quizá fuera el pánico a la temible serpiente que no le dejaba alzar el vuelo de nuevo, manteniéndole en un terreno bastante más mundano que aquel que solía habitar. 

En aquel instante recibí un mensaje en el móvil al cual no hice demasiado caso. No porque no quisiera saber lo que decía sino porque sabía que el sol me impediría ver la pantalla del teléfono. Así que, durante unos instantes más, contemplé esa demoníaca escultura que según las malas lenguas se sitúa justamente a seiscientos sesenta y seis metros de altura sobre el nivel del mar. (Dato que muchos han querido demostrar sin haber llegado a hacerlo realmente.) 

El silencioso bramido del Ángel Caído me trasladó al pasado. A un tiempo lleno de neblinas y a unos lugares tan brumosos que podrían no haber existido jamás. ¿Mi cerebro jugando de nuevo con evocaciones lejanas? ¿Al escondite quizá? 

Los embates del tiempo causan estragos en las mentes de los que intentan simplemente olvidar, sin embargo hay escenas imposibles de borrar y quedan marcadas a fuego en el subconsciente, saliendo a flote cuando menos te lo esperas o, simplemente, cuando una estúpida asociación de ideas deja paso a los recuerdos enterrados bajo siete llaves en lo más profundo del alma. 

"...Tú, yo y el diablo hacemos tres..." 

Aquella noche había bebido, tanto que quizá esa sea la causa del velo que mantiene ciertas lagunas en esta terrible historia. Recuerdo un ambiente fosco, extrañamente oscuro, digno de la peor de las historias de Stephen King o de aquellos tétricos relatos de Poe que leía de adolescente. Desde luego, fuera de aquella habitación las sombras se cernían sobre todo ser viviente, el mundo más allá de aquellas cuatro paredes era lóbrego y los sonidos angustiosos se colaban por la ventana abierta de la pequeña terraza. El ulular del viento preconizaba que nada bueno pasaría en aquel lugar apartado de toda coherencia.

Parecía un cuento. La luz era tenue. Las risas envolvían cada recoveco. Su dulce voz rebotaba suavemente en las paredes llegando de manera armoniosa a mis embriagados oídos. Ella era la viva imagen de una princesa esperando al príncipe que por fin liberase su alma del hechizo de la malvada bruja. 


Mis labios desearon besarla, en ese instante, al verla tumbada en aquella cama, desnuda sobre las sábanas. Mis dedos no pudieron resistir acariciar esa piel llena de marcas del pasado. Una piel que a mis dedos, a mi mente y a mi corazón le parecieron la más suave de cuantos cuerpos tuve la oportunidad de recorrer con mis imperfectas manos. Mi mejilla necesitó acercarse a su mejilla. Mi alcoholizada voz dejó salir en un leve susurro un cumplido que no creo que sus achispados oídos tuvieran la capacidad de apreciar. Eres realmente bonita. 

En su aturdida mente apareció una idea. Espera, me dijo. Voy a la cocina un segundo, ahora vuelvo. Mientras ella movía su precioso culo por la casa yo miraba la bamboleante proyección de la lámpara sobre el techo. Ya entonces me preguntaba algo que nunca sabré discernir con total seguridad, ¿es un sueño? Y en caso de ser así, ¿por qué ella llegó de la cocina portando un enorme y afilado cuchillo?

En los cuentos de Poe siempre hay algo absurdo sobre lo que pasamos de largo, tan solo porque el autor lo envuelve todo en una atmósfera casi mágica y así logramos admitir lo increíble como posible,  escuchando a un negro cuervo hablar o los acusadores látidos de un corazón enterrado que delata al asesino sin escrúpulos. 


El insensato hecho de esta historia subyace en la imagen de esa bonita princesa que tumbada en la cama acaricia su clitoris con el cuchillo...a mi ex le gustaba esto. Decia con voz de chuza total, asomando una caricaturesca sonrisa en su rostro. ¿Hablas en serio? Logré decir ante mi asombro. Claro, solo los niños y los borrachos dicen la verdad. 

You and me and the Devil makes three. El diablo hizo acto de presencia y permitió que en ese instante hubiera un trio en esa habitación. Ella se introdujo el cuchillo un poco más. Vamos, cógelo. Me animó. Metélo hasta donde tú desees. Sostuvo. 

Mefistófeles, Belial o Lucifer. Da igual el nombre que se le de al Ángel cuya rebeldía causó el descenso hacia los infiernos. En esa habitación, aquella lejana noche, se encontraba junto a nosotros procurando que todos cayéramos en una espiral de locura, hacia un profundo pozo lleno de los deseos y temores de las almas más inquietas. 

Mi mano se deslizó por su brazo hasta llegar a su sexo, tan húmedo que me hizo dudar. ¿Realmente esto es lo que desea? La fogosidad de su mirada mantuvo mi perplejidad. Metí un par de dedos haciéndome hueco, deslizando el cuchillo hacia un lado, sacándolo cuidadosamente y cogiedolo con la mano que quedaba libre. Lo dejé a mi lado, sobre la cama. Besé sus labios durante unos segundos y luego me refugié entre sus pechos. Escuché los latidos de su excitado corazón y temblé. Procuré que no lo notara abrazándome fuertemente a ella. Había derrotado al diablo. Nuevamente nos encontrábamos a solas y todo lo que pude decir fue un tímido te quiero. 

Tras unos minutos contemplando la escultura del Ángel Caído y viendo que el frisbee de unos patinadores cercanos pasaba más cerca de mi cabeza de lo que me hubiera gustado, fui caminando hacia el lago lentamente; aún con la imagen de aquel conmovedor abrazo guardado en las profundidades de mi alma y en cuyo insondable abismo liberé una batalla que nunca sería contada por la promesa de un innoble príncipe que faltó a su palabra, me senté en la hierba y observé el estanque. Los patos caían casi en vertical sobre el agua, los remos de las pequeñas barquitas se zambullían en el líquido elemento, el sol se despedía de aquel día bajando poco a poco sobre las copas de los frondosos árboles que movían graciosamente sus ramas. 


De pronto recordé el mensaje que un rato antes había importunado mi ensimismamiento sobre la figura de Lucifer en aquella fuente regada por el sol de un envidiable atardecer. 

Volviendo a mi venerado Poe, recuerdo vagamente uno de sus cuentos. A su Ángel Caído él lo llamó el demonio de la perversidad, un ser capaz de influir en las mentes. Un ente que entronca con el mío, se superpone e imbrica de tal manera que casi parecieran el mismo. Espíritus, ambos, que se divierten y juegan con las debilidades de los seres humanos tan solo por el mero hecho de demostrar su poderío ante las descuidadas y frágiles mentes de los mortales. 

El mensaje, por supuesto, era de ella. Y contrariamente a lo que se pudiera pensar, no es un truco para acabar de manera más elegante este tétrico y negro relato que se me ha ocurrido narrar esta soleada tarde de un viernes cualquiera. "Nunca más." Así empezaba ese mensaje, como nos repite una y otra vez el sombrío cuervo del poema de Edgar Allan Poe. Realmente ese mensaje, leído en la penumbra de ese momento tan especial del día que es el atardecer, en el que ni hay claridad ni oscuridad, hizo que mi piel se erizara y que un leve escalofrio recorriera mi cuerpo. "Nunca más. Tú haces que mi locura se desarrolle, crezca y deambule dentro de mi ser. Me da miedo. Olvídate de mí."

Desde aquel día, cada vez que mi camino me lleva al parque del Buen Retiro de Madrid he de pasar frente a la fuente del Ángel Caído. No lo hago para recordar que una vez me enfrenté al mismísimo diablo y le derroté. No lo hago para vanagloria de mi propio ego sino por seguir los pasos que dictó ese encomiable escritor que visitó las oscuridades del alma mucho antes de que yo naciera. 


En Berenice él escribe, "Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas." 

"Decianme los amigos que encontraría algún alivio a mi dolor visitando la tumba de la amada." Allí, bajo la piedra que sustenta al alado ser, fue donde enterré el recuerdo de alguien que ya solo pertenece al mundo de lo sobrenatural, de las historias fantásticas. Al mundo inmaterial de las palabras soñadas, escritas y leídas.