La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 27 de mayo de 2017

Día 69: El motivador.

Estaba haciendo un vídeo. Grabando junto a las vías del tren. Ya había estado por ahí más veces, corriendo a través del polvo.
Pero aquella vez iba a ser especial. Iba a ser la última. 
Greg Plitt murió arrollado por uno de esos trenes que decenas de veces había visto pasar mientras hacia su serie de flexiones o abdominales.
Compañero en la distancia. Motivador excepcional que vivía por y para el deporte. Hombre que ayudó a miles de personas a superar sus miedos pensando en sus sueños.
El último video que vi de él estando en vida fue uno que me hizo llorar. Sentado en mi habitación, vestido con los pantalones de deporte y una camiseta, me dispuse a ver uno de sus videos para subir pulsaciones e ir mentalizado a por la batalla diaria contra el peor enemigo que todos tenemos. Nosotros mismos.
Me encontré a Greg, en ese último video, con su perro enfermo. Estaba en una clínica veterinaria esperando para sacrificar a su perrito de toda la vida. Una enfermedad terminal, un tumor que tenía su cara deformada era el culpable de aquel terrible video. Greg, que siempre había estado animando a todos cuantos se acercaron a él, se encontraba hundido. Lloraba desconsoladamente en el suelo de la clínica abrazando a su compañero, a su amigo fiel y leal. El perrito apenas respiraba después de la maldita inyección que el médico le había introducido. Greg le acariciaba una y otra vez. Sollozando, susurrando palabras de aliento mientras su alma, la del enfermo animalito, se despegaba de su cuerpo y subía más allá del arco iris.

Me impactó. Lloré. Lloré tanto que ese día me fue imposible levantar nada, no pude con mi serie de abdominales, ni tan siquiera podía sostener una triste mancuerna de un par de kilos. Esa tarde, me tiré al suelo y lloré compartiendo la infinita pena que sintió un tio al que no conocía. La empatia por alguien que me había ayudado a superar mi apatía, mi desidia.
Unos días más tarde sucedió el atroz incidente del tren.
Greg murió de pronto. Surgieron teorías para todos los gustos. Un suicidio, un despiste del conductor del tren o uno del propio Plitt. Yo quise pensar que ese tío, ese hombre que decía que el mundo es para los que se enfrentan a sus miedos, no pudo suicidarse. Imposible.

Aun hoy, esta mañana al hacer unas pocas series de curl de bíceps, pongo sus arengas de fondo en la tele. Me motivo con sus ejercicios, con sus palabras.

Hace algo más de cuatro años le enseñé un vídeo a mi hermano. Quiero ser como él, le dije. ¿Qué tengo que hacer?
Constancia, me dijo mi sabio hermanito.

Ahí sigo. Intentándolo. Esperando llegar a ser, algún día,  ese tipo de persona que fue Greg Plitt. Un tío que más allá de su esculpido cuerpo era alguien a quien no le importó derrumbarse ante millones de personas cuando su perrito dejaba este mundo. Un hombre que muestra así sus sentimientos merece todo mi respeto y admiración. 

martes, 23 de mayo de 2017

Día 68: Soliloquios.

Adoro a las tórtolas. Es un animal al que admiro profundamente. 
Este ave forma un vínculo tan fuerte con su pareja que solo suele tener una en su vida.
Ambos se cuidan y dan cariño hasta que uno de los dos perece. 

Tengo ganas de subir a un avión. Pelearme por meter mi mochila en algún hueco de los maleteros llenos a rebosar de bolsas y demás enseres ajenos. Sentarme al lado de la ventanilla y observar el despegue. Mirar como los árboles, coches y edificios se vuelven cada vez más y más pequeños. Perderme entre las nubes y abrir mi toblerone de chocolate blanco comprado en las tiendas del duty free. 

Quiero sentir la brisa del mar al atardecer. Justo en el instante en el que el sol se oculta tras el horizonte. 

La tarta de queso con arándanos me sabe mejor si la comparto con alguien. Si juego con ella a quitarle el ultimo pedacito que queda en el plato. 

La Gioconda tendría que ser admirada en soledad y no con cien mil turistas dándote codazos por conseguir un hueco frente a la bella dama. 

Las bicicletas no sólo son para el verano. En invierno basta con abrigarse bien y no dejar de pedalear para no pasar frío.

Algún día disfrutaré de una biblioteca en mi propia casa. Una habitación dedicada solamente a los libros. Habrá tantos que me será tremendamente difícil hacerme un hueco y abrir cualquiera de ellos por lo que tendré que destinar otra sala de mi casa para poder leerlos. 

Los cementerios tienen su encanto. Me gusta pasear entre las tumbas y leer los nombres cincelados en las losas. Deambulando entre fantasmas te das cuenta de la volatilidad del ser humano, y al salir por las puertas del camposanto deseas aprovechar cada segundo al máximo. 

Deseo amar y eso me hace vulnerable. Si fuera un superhéroe mi kriptonita sería mirarme a los ojos y lanzarme en un susurro un te quiero.

Los ojos son la parte más bonita del ser humano, pueden enamorarte al instante. El culo, unas tetas o una cara bonita atraen pero solo la mirada es capaz de abatir murallas infranqueables y llegar hasta el centro del corazón. 



lunes, 22 de mayo de 2017

Día 67: Mamá.

Escuché llorar a alguien tras la puerta de mi habitación. Me despertó el leve susurro de sus suspiros.
Salí a mirar.
Ella estaba sentada en el sofá, a oscuras. ¿Qué te pasa, mamá?
Nada, hijo. Me respondió. Cogió mi mano muy fuerte y la sostuvo entre las suyas mientras yo intuía, en la negrura de aquella habitación, las pequeñas lágrimas cayendo por su rostro. 
Os hacéis mayores muy rápido. Me dijo, de pronto.
Entonces comprendí que aquella tristeza era causada por la impotencia. El inexorable paso del tiempo, que sin apenas darnos cuenta se escapa entre los dedos de las manos, era el culpable de aquella congoja.
No supe que decir, y solo se me ocurrió acariciar su espalda con la mano que me quedaba libre hasta que poco a poco las lágrimas remitieron.
¿Estas mejor? Pregunté. Si, ve a dormir anda.
Dudé unos segundos. Le di un abrazo y me fui del salón dejándola sola unos minutos.
No pude cerrar los ojos hasta que la sentí irse a su habitación. Entonces apagué la luz de la lámpara de mi mesilla de noche y lloré.
Nunca había visto a mi madre tan apenada, con tanta tristeza.
Yo tenía por entonces 21 o 22 años. Esa noche de una lejana primavera, me di cuenta de algo tan obvio que nunca me habia parado a pensar en ello. El tiempo corría para ambos y en algún momento ella no estaría. Y lloré, lo hice como jamás lo había hecho hasta aquel día.

Ayer celebrábamos todos su cumpleaños, mis hermanos y mi padre. Yo estaba sentado a su lado y en un momento dado me fijé en ella mientras jugaba con el móvil intentado hacernos una foto. Observé sus facciones. Sus ojos, su mirada y ese recuerdo, esa reminiscencia de aquella inevitable tristeza que jamás conté a nadie, vino de pronto a mi mente.
Mi sonrisa se borró levemente, solo unas décimas de segundo que evitaron que nadie en aquella mesa notara cosa alguna. ¿Por qué siempre cierras los ojos cuando te hacemos una foto, mamuchi? Solté riendo.

Me obligué a no pensar en ello...hasta ahora.

lunes, 15 de mayo de 2017

Día 65: El corazón de pizarra.

"Dormir es más íntimo que follar." 

Contundente afirmación que me hacía una amiga hace unas horas. Debatíamos sobre un vecino suyo que la tenía frita porque muchos días no la dejaba descansar. "El tío pesado hace mucho ruido."
La conversación se bifurcó en algún momento. ¿Y si uno de tus ligues ronca? Pregunté inocentemente. Fue entonces cuando, de sopetón, soltó la frase inicial aduciendo que levantarse al lado de alguien por la mañana era mucho más íntimo que hacer el amor. 

Tengo una caja de cartón en mi habitación. Es una simple caja de zapatos. En ella guardo los únicos recuerdos que poseo de mi vida. 
Siempre fui el tipo de personas que guardan todo cuanto se les aparece por delante y les proporcione un recuerdo. Unas entradas de cine, la etiqueta de una prenda de ropa, el billete de autobús que me llevó hasta algún lugar importante, el carnet de la biblioteca a la que iba con catorce o quince años, el cromo de Guti posando sonriente con la camiseta del Madrid, los billetes de avión de cualquier viaje...
Sin embargo llegó cierto momento en mi vida que todo lo material me parecía algo tan superfluo y banal que acabé tirando a la basura la mayoría de mis recuerdos. 
Tan solo me quedé con los que cupieron en esa pequeña caja. Treinta y nueve años, algo más de catorce mil días condensados en un diminuto lugar, el ataúd de la memoria. 

No lo entiendo, dije. No estoy para nada de acuerdo con esa afirmación. Una cosa implica la otra, sostuve ante mi interlocutora. Para ti si, tú solo te acuestas con alguien cuando sientes algo especial. Yo no follo solo cuando estoy enamorada. 

Bolígrafos de distintas formas y tamaños, antiguas carteras llenas de tarjetas de lugares anónimos. Carnets de la facultad, un par de cd's, algun reloj con las manecillas paradas, papeles con las letras borradas por el paso del tiempo, un pasaporte ya caducado, diferentes colgantes que solía llevar de adolescente...
Entre la infinidad de pequeños objetos que hay en esa caja y casi llegando al fondo, se podía ver un corazón de pizarra negro. 

Debo ser muy raro. Ella, queriendo ser amable, me animó. No, tan solo eres distinto. 

Cogí el corazón un momento. Acaricié la superficie porosa. ¿De qué sirve ser distinto? Ser diferente, ¿me ha ayudado de alguna forma? 
Durante unos breves segundos me planteé una locura, ¿y si fuera como los demás? Ese fugaz pensamiento se esfumó rápidamente. No, yo no se comportarme de otra forma. 

Pero, ¿y cómo se hace? Le pregunté. Yo no me veo yendo a una casa ajena y simplemente meterme en la cama para un rato después largarme como si tal cosa. Bueno, me respondió ella, son ellos los que de manera natural se van. Alguno se quedó a dormir, claro, pero porque vivía lejos.

Intento recordar el motivo por el que conservo el corazón de pizarra. ¿Quién me lo dió?¿Por qué? Miro hacia atrás en mi memoria. No, no fue ella. Esa otra tampoco. ¿Y la de...? No, imposible. Entonces, ¿de dónde diablos ha salido? Me esfuerzo cerrando los ojos, tratando de ubicar el objeto en algún lugar y fechas determinadas. 
Los resortes que manejan nuestro cerebro son caprichosos. La memoria es selectiva y no logro posicionar el corazón. No obstante, basta un aroma para que las mágicas puertas se abran dejando un resquicio por el que echar un vistazo al enigmático pasado. 

Por cierto cenicienta, ¿has cogido ya tu escoba? Cambié de tema.
Hoy no quiero hablar más sobre las diferencias entre amar y follar, pensé tras escuchar sus argumentos. Respeto cualquier opinión, por supuesto. Pero...¡desgasta tanto ir contracorriente! Ya lo mencioné en alguna ocasión, parezco El Quijote luchando contra los molinos de viento. Solo yo veo gigantes, solo yo veo el amor. 
Ese pequeño chascarrillo de la escoba quitó trascendencia a la conversación y ambos reímos. Si, ya la tengo preparada por si el friki de mi vecino sigue con la consola a todo volumen.

El olor a pelo mojado me transporta al país de las maravillas. Es entonces cuando me doy cuenta de que ese corazón de pizarra que descansa sobre mis piernas no es de este mundo. ¿Lo he imaginado o realmente existe? 
Aspiro profundamente para que el olor inunde toda mi alma. De pronto abro los ojos ante la visión en mi subconsciente de una mujer de oscura mirada dando la vuelta al corazón. Con algo de respeto ante lo que pudiera encontrarne lo giro lentamente. Hay algo escrito que resalta en el fondo negro de la pizarra. Te quiero, sombrerero. 

Ya no tengo ninguna duda, todo fue un sueño. ¿El deseo de que alguien por fin me quisiera provocó ese espejismo? La locura del sombrerero, mi propia locura, pareciera actuar de nuevo creando efectos alucinógenos como si yo mismo hubiera bebido del frasquito con la misteriosa etiqueta. Bébeme. Alicia es solo parte de un cuento, un invento de escritores más o menos avezados en eso que es unir palabras para formar historias. Lewis Carrol abrió ese túnel bajo las raíces de un árbol y yo tan solo lo seguí tras las huellas de ese olor a pelo recién mojado, cautivado por él, en busca de la dueña de ese corazón de pizarra. 

En mi onírico viaje al país de las maravillas me topé con el conejo blanco. ¿Es más íntimo dormir que follar? ¿El corazón de pizarra es real? Le pregunté, curioso. El sabio conejito me dio la solución a ambos dilemas. 
En una ocasión, me empezó a decir el conejo, Alicia me preguntó cuánto tiempo era para siempre. A veces solo un segundo, contesté. Ella aún inquieta sostuvo, ¿pero cuánto es un segundo? Fácil respuesta, cuando amas una eternidad. La clave, mi amigo, es el amor. Si amas, follar se convierte en el acto más íntimo que puedas compartir con una persona, tanto que acabaras durmiendo y despertando a su lado. 
En lo referente a tu segunda pregunta, repuso sonriente el blanco animalito, te diré lo mismo que a la pequeña Alicia cuando quiso saber que era real y que no lo era. Lo que se ve es la ilusión, lo que no se ve es lo real. 





sábado, 13 de mayo de 2017

Día 64: Peter Pan.

En el comienzo fui Pan.
¿En serio te identificas con ese personaje? Esa es la pregunta que más me han hecho en estos cinco años. La gente no podía entenderlo, muchas personas se quedaban con lo que todos tenemos en mente cuando mencionamos al bueno de Peter. Inmadurez, alguien anclado en una etapa de la vida que no es la suya, perseguidor de unicornios, eterno soñador. 
Por mucho que intentaba explicarlo nadie quiso ver que yo me moría por ser Peter Pan por un solo motivo. 

Omnia vincit amor. Esta pequeña frase sacada de uno de los muchos poemas de Virgilio resume todo mi pensamiento desde que tengo uso de razón. El amor todo lo puede. 

La inocencia es la cualidad que busco. Dentro de ella se engloba la bondad, inherente a la primera sin ningún género de dudas. 
Mi primera dirección de correo electrónico, mi primera contraseña, mi primer nick en redes sociales...Peter Pan siempre fue el espejo en el que mirarme. No creo que haya mejor adjetivo que defina a una persona y por el que me gustaría ser recordado eternamente. Me encantaría que cada persona que hubiera estrechando mi mano dijera si, me acuerdo de ese chico...era tan inocente. 

No hay nada más ingenuo en este mundo que creer en el amor. Pan firmaría esa frase de Virgilio con los ojos cerrados.
Estoy seguro que él se pegó bastantes batacazos hasta que comprobó que podía volar. Campanilla estaba ahí, claro, pero en el comienzo siempre tuvo que estar la fe en uno mismo y en la posibilidad de que cualquier cosa podía suceder. 

Desde luego, llegados a este punto, se podría decir que volar y amar para mí son sinónimos. A mi modesto entender, ambos pueden sustituirse en cualquier frase. De hecho, en mi perfil de instagram desde hace años tengo puesta la frase de muero por volar.

Esa vuelta a la inocencia que indiscutiblemente tuvo en jaque a Peter, seguramente le proporcionó muchos desvelos y algún que otro leñazo. Aún así no desistió y hubo un momento en el que pudo llegar a su mundo de Nunca Jamás escondido entre las estrellas más brillantes. 

"¿Conoces ese lugar entre el sueño y el despertar, el lugar donde todavía puedes recordar los sueños? Ahí es donde siempre te amaré, donde te estaré esperando." Pan y Virgilio son dos románticos sin solución. Ambos viven de sus sueños. Virgilio escribe para su amada Beatriz y vuela a través de sus escritos hasta el corazón de ella. Peter desea conquistar a Wendy de la única manera que sabe, contándole cuentos de hadas donde lo imposible se hace realidad. 

Jamás me gustó despedirme de la gente porque otra cosa que me inculcó Pan desde bien pequeñito fue que "decir adiós significa irse lejos e irse lejos significa olvidar." Por esa razón nunca abracé a mi hermano, por ejemplo, al despedirme de él. En mi mundo eso sería olvidarle y por nada me atrevería a hacer tal cosa.
Como digo, Peter Pan siempre fue mi modelo a seguir. Sin embargo, en algún punto y momento de mi vida olvidé cómo volar. No supe encontrar la estrella tras la cual podría vislumbrar Nunca Jamás. Anduve perdido mucho tiempo y ni todo el polvo de hadas que Tinkerbell pudiera rociar sobre mi habría hecho que volara de nuevo.
Tenía que encontrarme a mí mismo, buscar en mi alma la fe necesaria para afirmar la existencia del amor verdadero y creer en la posibilidad de lo imposible.

Intento recordar. ¿Habré volado alguna vez? Llevo aprendiendo a volar casi cinco años. En ocasiones he levitado unos segundos en mi vuelta a la inocencia, pero de pronto he mirado para abajo y el vértigo que jamás creí que tuviera, hizo que me diera el gran batacazo. Alguna que otra vez, abusaron de esa ingenuidad y candidez e hicieron que todos los avances por elevarme unos metros se quedaran en nada. No obstante, a todas aquellas personas que me negaron la existencia de esa magia incuestionable que subyace en el amor les dije siempre lo mismo. "No dejes nunca de soñar, solo quien sueña aprende a volar." 

 

viernes, 12 de mayo de 2017

Día 63: Moonriver.

¿Qué hay más bonito que mirar a través de una ventana el cielo gris de una mañana lluviosa mientras suena Moonriver y la suave voz de Audrey Hepburn te lleva a lugares confortables y calientes dentro de tu alma?

En algún otro instante de mi vida ya hablé de esta cálida voz, de la sensualidad que desprende su pausado ritmo, de la increíble paz que transmite esta canción susurrada por la bonita Audrey.
Y ayer la volví a poner para escribir sobre algo que me ha sorprendido bastante. A la gente no le gustan los días de lluvia.

¿Qué sin sentido es ese? ¿Cómo es posible que nadie vea la belleza del agua cayendo sobre los tejados rojizos de las casas o disfrute escuchando el chapoteo de las miles de gotitas golpeando una ventana llena de reflejos inverosímiles?
Yo podría pasarme horas y horas observando las nubes volar por el cielo, las miles de formas y cientos de tonalidades de grises que, surcando el aire, parecen deambular sin un destino aparente.

Demasiado bucólico, quizá muy ñoño, alguno incluso podría decir que hasta resulta empalagoso. Puede que así sea y que viva en un mundo irreal donde he dejado de lado los atascos causados por el agua, los pitidos de algún loco que llega tarde al trabajo, las maldiciones de esa señora que al abrir el paraguas ve que está roto. Si, quizá sea eso. Vivo en mi país de las maravillas donde una gotita de agua es sólo eso, una pequeña cápsulita llena de sensaciones. ¿¡Qué importa mojarse!? ¿¡Qué más da que algo de agua resbale por nuestra cara!?
Me asombra que la gente no se deje llevar por el momento, que no disfrute de algo tan banal como una tormenta o un día de lluvia.

Recuerdo que en una ocasión me pilló una tormenta tropical en Miami. Desde una semana antes todos los canales de la televisión hablaban de la increíble fuerza de esa tormenta que al tocar tierra se convertiría en huracán. Yo estaba expectante, ¿como sería vivir una experiencia de ese tipo? Sentía una curiosidad tremenda. La televisión local de Miami no paraba de mostrar el posible recorrido que haría el ojo del huracán a lo largo de Florida. Los meteorólogos anunciaban que sería la mayor tormenta desde el Katrina, los periodistas recomendaban comprar víveres en unas tiendas en las que ya se veían estantes vacíos. Los del hotel decían, para calmar los ánimos de todos los que nos arremolinabamos por el hall y llenos de esa tranquilidad que te da haber vivido decenas de tormentas tropicales, que sería un día con un poquito de lluvia pero nada más. En fin, el día llegó y me desperté con ganas de abrir las cortinas de la habitación y ver mi primer huracán en directo.
Fue emocionante. El cielo estaba realmente negro, lóbrego. Desde luego era una oscuridad tenebrosa, que presagiaba mucha agua. El viento empezó a soplar cada vez más fuerte y yo salí a la terraza de la habitación con la cámara en mano a grabar todo aquello. Las palmeras del paseo se bamboleaban en una danza hipnótica. Sonaban las sirenas de los bomberos a cada instante, acompañadas por un bufido ensordecedor causado por la fuerte ventisca que, cada segundo que pasaba, se hacía más potente. Y de pronto una inmensa tromba de agua cayó sobre Miami con una intensidad como jamás había visto.
Una hora más tarde esa lluvia cesó de golpe para pocos minutos después volver a caer pero con mucha menos virulencia. ¿Ya está? Me dije. Pues que bobería, ¡pensé que volarían coches y vacas por el aire como en las pelis! Me metí dentro de la habitación un poco decepcionado pero sonriente.
Para asombro mío, tres o cuatro horas más tarde y al salir de comer una deliciosa tarta de queso de un restaurante cercano, un sol radiante lucía en el cielo. La tormenta se dirigía en esos momentos hacia el norte, cogiendo una fuerza inusitada que días más tarde obligaría a cerrar algunas estaciones del metro de Nueva York por inundaciones en la parte baja de Manhattan, y que cancelaría vuelos en los dos aeropuertos internacionales de la Gran Manzana.

Sin duda ese día, en el que yo disfruté como un niño viendo llover, muchos otros se levantaron maldiciendo, con cara de pocos amigos. ¿No es más bonito disfrutar de todo cuanto nos rodea ya sea con un rojizo y ardiente sol, una pequeña brisa nocturna o una arreciante lluvia?
Yo creo que si, por eso ayer me puse los cascos y salí a la calle con una amplia sonrisa.
¡Qué día más bonito! Me dije, cuando la primera gota de lluvia mojó mi cara, mientras la dulce voz de Audrey susurraba en mi oído Moonriver.

"...two drifters, off to see the world. There's such a lot of world to see..."

Día 62: Gonzo y su canción.

Llevo un rato escuchando la canción número diez de un antiguo disco.
El álbum en cuestión es un CD que tengo desde hace muchos años, tantos que los dedos de ambas manos no dan para contarlos.

La décima pista está cantada por Gonzo, uno de los míticos personajes de los muppets.
Siempre que la escucho me da por llorar, me es imposible no emocionarme y derramar alguna lágrima al oír a Gonzo desear no ser él. Sin embargo, en mitad de la canción aparece Chicken, la gallina. Y entonces todo cambia.

La canción se titula "Wishing song" y dice algo así :

I wish I had a coat of silk, the color of the sky.
I wish I had a lady fair, as any butterfly
I wish I had a house of stone that looked down on the sea
But most of all I wish that I was someone else but me.

En este momento aparece la gallina y dice que se alegra de que Gonzo no fuera otra persona. Y Gonzo, incrédulo, le pregunta ¿ah, si?¿por qué? A lo que la gallina contesta, porque me gustas. Entonces Gonzo canta lo siguiente :

Now I don't have a coat of silk, but still I have the sky
Now I don't have a lady, but there goes a butterfly
Now I don't have a house of stone, but I can see the sea
Now most of all I know that I am happy to be me.
I'm happy to be me.