La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Lluvia

Esto ocurrió hace varios años.
Salí a correr con la bici por el campo un día de otoño de aquel año. Un recorrido que había hecho muchas veces, y me lo sabía de memoria. Me puse los cascos y estaba escuchando música mientras pedaleaba con toda la intensidad que mis piernas me permitían. Bajaba y subía cuestas a toda velocidad, y de pronto se puso a llover. Primero una fina lluvia para luego pasar a un gran chubasco.
Tuve la irresistible tentación de subir a una pequeña montaña, la más alta de los alrededores, y sentarme en la roca que había en su cima. Me quité el casco y dejé la bici a un lado.
Contemplé sentado en ese pedrusco todo lo que había a mi alrededor. Campos salvajes, montículos más o menos altos de tierra, alguna casa lejana. Estaba yo solo, maravillado de esa vista que nunca me había parado a descubrir.
Sentado, la lluvia caía sobre mi cabeza y las gotas bajaban por mi cara. Un cosquilleo me hizo estremecer al notar el agua por mi espalda. Y cerré los ojos. El constante caer del agua, el chapoteo al pegar sobre mi y sobre el suelo me sumió en una especie de trance.
Y entonces vi algo que me extrañó. Vi mis vidas pasadas.
Me distinguí entre varios indios apache, íbamos montados a caballo, el mío era blanco con manchas marrones. Y estábamos de caza. Cabalgaba por las llanuras de Arizona, agarrado a las crines del animal parecía tener mucha destreza. Íbamos a la caza del bisonte, persiguiéndolos hasta extenuarlos para en un momento de flaqueza dispararle mi flecha mortal. Entonces me acercaba el bisonte y lo tocaba mientras aún respiraba entrecortadamente. Y ante su último extertor me puse a su lado e inhalé su aliento, su espíritu.
Esta visión ocurrió como un flash, algo muy rápido pero de una claridad pasmosa. Cada detalle se me rebelaba tan perfecto como si estuviera en esos mismos instantes allí.
Sobrevino de pronto otro fogonazo y me vi en una llanura de un verde increíble. Lleno de montañas alrededor, y junto a un lago. Observé que había una casa cercana, y muchas ovejas muy lanudas cercadas por una vaya de madera. Miré mi reflejo en el lago y lo que descubrí me dejo perplejo. Llevaba una túnica de cuadros verdes y azules que me llegaba por las rodillas, sujeta por un cinto. Me di cuenta de que era un pastor de los highlands escoceses. A lo lejos vislumbré a una mujer correteando con tres niños alrededor. No vi más.
Instantes después estaba en lo que parecía una iglesia. No tenía mucha pinta de iglesia actual, solo intuí donde me encontraba porque vi un crucifijo en una mesa alta hecha con tres bloques de piedra. El suelo era terroso. Y el lugar estaba diáfano. Era de noche pero había luz, provenía de un candil apoyado en la mesa. Me acerqué para ver mejor. Iba vestido con otra túnica pero esta vez más andrajosa y marrón, anudada a la cintura con una cuerda. Me dió la impresión de ser un fraile pero no pude discernir mucho más porque otro flash vino a mi mente. Cada vez esos recuerdos pasaban más rápidos y eran más cortos.
Ahora estaba en un campo abierto junto a miles de soldados romanos. Yo era uno de los que formaban parte de la legión que allí habían formado un campamento. No vi si era algo más que un soldado, sólo pude contemplar que estaba comiendo, sentado en el suelo, de un cazo. Era una sopa con algo más que no distinguí. Y la visión se fue.
Un segundo después estaba acarreando una piedra enorme tirando de una cuerda al lado de miles de hombres. Tirábamos a la vez al son de las órdenes de uno de ellos que estaba subido en una plataforma que porteaban varios hombres. Estaba en el Egipto de los faraones.
En ese momento un estruendo me sacó del trance, miré para todos lados porque me encontraba desorientado. La lluvia caía pero menos intensamente, y aún un poco atontado, me puse el casco y monté en la bici. Fui a casa sin apenas poner atención a nada. Y cuando llegué me quite la ropa me sequé con una toalla y lo único que pude hacer durante unos minutos fue tirarme en el suelo de mi habitación y pensar en todo lo que había visto.
Desde ese mismo instante no tengo miedo a la muerte, no temo morir. Más recelo tengo de la vida.


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