La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 24 de enero de 2015

Día 14: Who's that girl?

Érase una vez un chico de mirada inquieta cuya curiosidad no conocía límites. En el lejano país donde las preguntas se creaban no daban a basto para concebir nuevas cuestiones con las que satisfacer a este pequeño chaval. 
¿Cuanto duerme un pajarito?¿Los gatos sueñan?¿De qué están hechas las nubes?¿Cuanta sangre bombea el corazón humano en una hora?¿Es el universo infinito?
Ninguna pregunta se le resistía, algunas las resolvía en minutos otras quizá le llevaban días. Con el paso del tiempo y al ir haciéndose mayor, cada vez le resultaba más sencillo dar respuesta a las cuestiones que se le planteaban. Y un día, harto de saberlo todo, cerró los ojos y se tapó los oídos con las manos. Así ni escucharía ni vería nada que pudiera parecerse a un enigma. Por fin su cansada mente se tomaba un merecido descanso. Sin embargo poco aguantó de esta manera. No pudo resistirse más que unas pocas horas, no dejaba de pensar que diablos estaría ocurriendo a su alrededor. Así que, algo nervioso, abrió un ojo muy despacio. ¿Y qué fue lo que vió? Pues nada más y nada menos que a una chica, delante suyo se encontraba una preciosa mujer rubia. Ella le observaba a cierta distancia. Era muy delgadita y tenía el pelo recogido en una coleta. Unos pequeños mechones le caían por la frente. Sus ojos parecían dos gotas enormes de agua, cambiaban de color según el ángulo con el que ladeara la cabeza. En un momento dado eran marrones, segundos después pasaban a ser verdes, poco más tarde grises con pequeños matices de un azul hielo devastador. Su cara era de una belleza tal que, por un instante, no reparó en algo. Llevaba un fino colgante dorado al cuello, sobre su piel descansaba una D que brillaba casi tanto como sus ojos. 
Su mente empezó entonces a jugar como lo había hecho toda su vida y miles de datos acudían a su cabeza analizando cada detalle que veía. Era muy rubia, ¿vendría de algún lejano y frío país del norte?¿El colgante sería un regalo de algun familiar?¿La D podría ser la inicial del nombre de su madre?¿Del suyo quizá?¿Era danesa? Eso explicaría la misteriosa letra y su color de pelo...
Tras un largo rato cavilando se dijo que tenía que averiguar algo más sobre esa mujer para obtener alguna respuesta así que siguió observándola. 
Su ropa era...¡Espera un momento! Se dijo de pronto. Bajó la mirada hacia él y luego la miró a ella. ¿Cómo es posible que yo lleve un plumas y tenga heladas las manos y ella vaya con una simple blusa y pantalones cortos? Una nueva pregunta se unía a las demás. 
Se fijó entonces en sus manos. Rosadas y de finos dedos, las uñas pintadas de un color entre el rojo y el granate, tendría que mirar los catálogos de Sephora para definir la tonalidad exacta. Un anillo en forma de serpiente adornaba su dedo índice de la mano izquierda, en la derecha portaba una pulsera también dorada como el colgante, con unas pequeñas piedrecitas que relucían lanzando destellos al aire. 
¿Quien eres? Se preguntó, en un susurro casi inaudible.
Estaban sentados en un suelo blanco, con las piernas cruzadas y la miradas fijas el uno en el otro. Él rozó la superficie con sus dedos, fría y suave. ¿Mármol? Ella no se movía, a su lado un bolso reposaba en el inmaculado piso. 
Entonces, sin previo aviso, ella habló. "Rubén, todo el mundo tiene derecho a tener una Penny en su vida." ¿Cómo?¿Pero qué diablos significa eso?
¿Qué? Fue la única palabra que pudo soltar Rubén en ese preciso instante. Intentó repetir la dichosa frase en su mente, analizarla, desentrañar su significado, pero le fue imposible. Estaba impactado por la sonoridad de su voz. Dulce, cálida, tranquila. ¿Y con algo de acento?
Transcurridos unos segundos la mente de Rubén empezó a funcionar. Bien, veamos. ¿Penny?¿A quién conocía que se llamara Penélope? No recordaba a ninguna mujer de su vida que respondiera a tal nombre, ¿se estaría refiriendo a la famosa calle de la canción de los Beatles?¿Penny Lane? Rebuscó la letra en su mente y empezó a tararearla ...Penny Lane is in my ears and in my eyes, there beneath the blue suburban skies... No, no encontraba ningún sentido a todo aquello. Iba a dirigirse a la enigmática desconocida para preguntarle sobre la frase cuando una idea se formó en su caprichosa mente. No, imposible que fuera tan tonto como eso. 
Entonces sucedió algo profundamente intrigante, ¿más aún? Como si de una bella princesa de cuento se tratara se levantó del suelo y pausadamente se acercó a Rubén. Se agachó al llegar a la altura donde él seguía sentado y de cuclillas acarició su cara muy suavemente. La piel de él se erizó al sentir sus cálidas manos, una electrizante energía recorrió cada parte de su cuerpo y sintió como su corazón se aceleraba. Un olor dulce y profundo llegó hasta su alma, su perfume era fascinante, tan embriagador como destapar un frasco con cien mil rosas atrapadas en él. Con los ojos cerrados, Rubén aspiró brevemente para sentirla muy dentro, sin embargo al volver a abrirlos una tristeza infinita se apoderó de todo su ser. Ella ya no estaba allí. En su lugar habían aparecido decenas de personas, coches y ruidos. Se encontraba sentado en un banco de una importante calle de Madrid. Aún impactado por el olor y presencia de aquella misteriosa chica se percató de un detalle. Frente a él, saliendo de una tienda con una bolsa de Guess en la mano, vió esos ojos de un azul glaciar cargados de una inocencia infinita, durante unos breves segundos reconoció esa cándida mirada que tan sólo unos instantes antes le contemplaba con ternura.  Y un pálpito tan breve e intenso como la descarga de un rayo de millones de watios de potencia, hizo que los curiosos ojos de aquel chico que hacia un rato no deseaba desentrañar ningún enigma más, cansado de este maldito planeta y de su falta total de empatía, volvieran a tener un brillo especial. Esa vitalidad característica, que desde pequeño le había llevado a aprender sobre todas las cosas que le rodeaban, había vuelto. Él solía comparar el placer que le daba el conocimiento con un orgasmo con Gisele Bündchen, estúpido símil por otra parte. Sin embargo en esta ocasión no sería nada fácil, ya que ante si tenía el reto más impresionante al que jamás se había enfrentado, intentar responder a una sola cuestión. ¿Quién era esa chica?





jueves, 22 de enero de 2015

Día 13: Pensamientos.

Sentado en el autobús esta mañana maldecía mi maldita mala suerte. ¿Cómo era posible que volviera a suceder?
Dos paradas después de entrar y acomodarme en un asiento hacia la mitad del autobús vi pagar su billete al mismo chico que hace diez días me pegó el jodido constipado que me mantuvo hecho una piltrafa humana la semana pasada, y que aún hoy sigue dando coletazos como pececillo debatiendose entre la vida y la muerte. Jodido cabroncete, pensé, desviando poco después la mirada hacia la ventana, posando mis ojos en una mujer que intentaba quitar el hielo de la luna delantera de su coche. Abstraído por los infructuosos intentos de la señora que rascaba con todas sus fuerzas el parabrisas congelado no me di cuenta, hasta que el conductor volvió a arrancar, que ese chico había escogido de nuevo el asiento junto al mío. Miré hacia todos los lados y conté más de una decena de sitios vacíos. ¡Jopé, otra vez no! De pronto le ví toser, y lancé un suspiro al aire... ¡maldita sea!. Por si fuera poco le escuché, a pesar de la música que llevo en los cascos, aspirar los mocos que se le iban callendo. ¡¡¡Qué asquito, jo!!!
Resignado, el pobre chaval no tiene la culpa de tener gripe, intenté mentalizarme de que estaba en las manos de la providencia. ¿Me volvería a contagiar haciendo de esto un bucle infinito de toses, mocos y viruses malnacidos?
Lo único que podía hacer era recostarme cómodamente en el asiento y pensar en algo más interesante que los inconfundibles, y nada agradables, sonidos que me llegaban del tío que tenía a mi lado. Y fue así como, esta mañana, me he dado cuenta de algo que ya sabía desde hace bastante tiempo. Me encanta ver cocinar a la gente. 

Desde que tengo uso de razón siento una especial admiración por las personas que se manejan en la cocina. 
Recuerdo ver de pequeñín el mítico programa de "Con las manos en la masa", escuchándolo de fondo mientras jugaba con mis hermanos. Sin embargo fue ya con veinte años cuando me empezó a fascinar todo ese mundillo al descubrir al entrañable Arguiñano. 
Desde luego la personalidad abierta y simpática del cocinero televisivo por excelencia tuvo algo que ver para que cada día me mantuviera atento a sus recetas. Pero no sólo era eso, sino todo el proceso de creación en sí mismo. Escoger unos ingredientes, manipularlos de cierta forma y hacer algo que innegablemente tendría que saber bien.
Siempre he sido del pensamiento que ver cocinar es como contemplar las pinceladas de un artista en el lienzo inmaculado y blanco, creando de unos simples colores algo que nos conmueve y llena de sentimientos. 
Observar como alguien pica algo de cebolla, la manera de cascar un huevo o el simple movimiento de una cuchara de madera sobre una sartén mezclando olores y sabores creo que es una expresión de arte. 
No solemos ver a un escritor tecleando su próximo best-seller, ni admiramos como un escultor moldea el barro o cincela la piedra dando formas a lo que tan sólo es algo indefinido. No estamos delante de un pintor cuando elabora los bocetos que tiene en mente y salvo los jubilados, ni tan siquiera somos capaces de entrever la enorme dificultad de la creación de unas obras arquitectónicas. 

Alguien tiene unos boles y platos sobre la encimera de la cocina. Se intuyen unos muslos de pollo, algo de cebolla picada, el tono anaranjado de un par de zanahorias, el aroma del ajo, unas frutas troceadas aquí y allá, ciruelas, pasas, orejones. Un poquito de pasta recién cocida, una botellita de un vino blanco cualquiera. Un poquito de sal y pimienta, y por supuesto, un chorrito de aceite. Aquí tenemos la paleta con la que nuestro artista creará algo que deleitará nuestros sentidos.
No obstante, todo proceso artístico esta envuelto en cierto halo de magia. La cocina no esta exenta de esa parte más oscura y misteriosa. Sino, ¿por qué cuando hemos intentado hacer algo, y tras invertir tres o cuatro veces más tiempo del que te aconsejan, ni el sabor ni la pinta se asemejan a lo que tendría que ser? No, no todo el mundo que posea esos simples ingredientes podrá hacer algo sublime, se necesita del toque sobrenatural que todo cocinero lleva dentro. Puede que con el tiempo y la práctica se llegue a imitar, en cierto grado, pero no creo que sea posible igualar la excelencia.

Con los ojos cerrados ya no escucho al tío que está a mi lado, moqueando y tosiendo. Divago, pienso, imagino. La atracción por la cocina no sólo se queda en una simple fascinación por ver a un japonés manejando el cuchillo con destreza para cortar una gamba por la mitad y ponerla sobre el arroz o escuchando batir huevos a una oronda señora que me va a enseñar como hacer un bizcocho. La cocina me seduce, me sugestiona, hace que mire embelesado a quien se pone tras los fuegos. 
Cierto día estaba en la cocina, hablaba comentando una anécdota que me había ocurrido esa mañana mientras ella ponía una sartén sobre la placa. Yo estaba apoyado en la pared, y en un momento dado dejé de hablar y me acerqué a ella por detrás. Le di un beso en el cuello. Ella cerró los ojos y apretó su cara contra la mia. ¿Te apetece cortar un poquito de jamón mientras hago los filetes? Yo apenas escuchaba, en esos momentos mi traviesa mano se metía sin poder remediarlo bajo el pantalón de su pijama y empezaba a tantear como muchas otras veces había ocurrido. ¡Para Ru, deja de jugar que está el aceite caliente! Me agaché, haciendo caso omiso del peligroso líquido que poco a poco se calentaba al igual que yo, y mordisqueé su culo. Instantes después la giré y la besé en los labios. ¿Por qué siempre te da por seguirme a la cocina? Me preguntó entre risas. No se, estas muy sexy. Repliqué apartando la sartén de la placa para acto seguido bajar su pantalón y braguitas y lamer su húmedo cuerpo. Ella no estaba muy por la labor como pude comprobar por su siguiente comentario...¡Ru, que luego pillamos la serie empezada, jo! Pero, sinceramente, la serie me daba igual en esos culinarios y estimulantes momentos. Tiré de su mano para abajo y se sentó junto a mi en las blancas baldosas de la cocina. La miré con carita de perrito bueno mientras no paraba de acariciarla el clítoris. Ella, por fin, claudicó...bueno, pero uno rápido. ¡Bien! Contesté alegre y feliz, en un susurro, a la vez que me quitaba mi pijama. Y allí, en el suelo de aquella cocina, junto al horno y a decenas de botes transparentes repletos de ingredientes de miles de sabores, con el olor de la comida azotando mis sentidos, hice el amor apasionadamente. 

Por fin, tras veinte minutos en el autobús llegué a mi destino y abrí los ojos. Espero que no me haya vuelto a contagiar el maldito constipado. Pensé, mientras le vi bajar las escaleras hace unas horas. Un pequeño carraspeo al salir a la calle intentó ahuyentar los maliciosos virus que se cernían sobre mi, escuché al autobús alejarse...Llamadme loco si queréis, sin duda las cocinas me excitan. Pero que diablos, ¿hay algún lugar que no lo haga?