La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Día 12: ¿Las chicas malas nos parecen más monas?

Hace muchas lunas hubo una gran batalla. Una dura y cruenta lucha entre dos bandos enfrentados. 
Por un lado estaban los ángeles, en el otro los demonios. Querían delimitar de una vez por todas la zona entre el bien y el mal. Esa fina línea quedaría definida al terminar la contienda entre unos y otros. 
En las hordas de combatientes de una de las facciones se encontraba Lilith. Se dice que fue la primera mujer de Adán, del cual se separó para abandonar el Paraíso. El primer divorcio de la humanidad, se podría decir. ¿Qué coño haría el bribonzuelo de Adán? Algunas leyendas hablan de incompatibilidad de caracteres, otras cuentan que la chica se cansó de la prepotencia de Adán al saberse el ojito derecho de Dios. Sea como fuere, un problema de cuernos no creo que encendiera la mecha y causara la ruptura, ya que por aquella época pocas féminas había danzando por el Paraíso. En fin, Lilith se marchó del Edén y se unió a un grupo de demonios, cuyo jefe llegó a ser su amante. Con el tiempo se convirtió en una diablesa que se abandonó a la lujuria y el desenfreno. Dios la reprendió entonces. "¡Cada día morirán cien hijos tuyos!" Dijo magnánimo. Mucha lujuria me parece a mi para, en un sólo día, parir cien diablitos. La rebelde chica también debió opinar que el castigo era excesivo y como venganza se propuso raptar a los niños de las familias judías que no eran circuncidados al nacer. 
Esto es lo que se sabe de la primera mujer que hubo sobre la tierra. Estaréis conmigo en que era una niña un tanto díscola, con carácter. ¿Podría tildarse de ser una chica mala? Eso depende de lo que cada uno considere que es ser bueno y que es no serlo. Desde luego un buen tema para debatir en alguna aburrida tarde de Diciembre, delante de una taza de chocolate caliente. Sin embargo, en lo que no hay discusión ninguna, en los tratados que hablan sobre ella, es en su aspecto físico. Una mujer tremendamente bella. Una belleza sobrenatural, no en vano fue creada por Dios a su imagen y semejanza al igual que Adán. Melena larga y rizada, pelirroja (aunque algunas descripciones cuentan que su pelo era dorado como los rayos del sol). Cuerpo increíblemente perfecto, culminado por dos grandes alas que se desplegaban poderosas cuando alzaba el vuelo. 

¿Las chicas malas nos parecen más guapas? 
Antes de dar mi opinión creo que debo decir, para ser políticamente correcto, que toda mujer tiene su puntito de belleza. Unas manos que sujetar fuertemente, una mirada en la que perderse, una espalda suave que acariciar, un culo que devorar con los ojos, unos brazos a los que agarrarte cuando necesitas apoyo. Si, todas tienen su aquel que las hace preciosas. Pero...
Todos hemos oído eso de...la pobre no es muy agraciada pero es tan buena. O eso otro de...Le sobran unos kilitos, pero es tan simpática. Y ni que decir de...tiene un buen polvo pero la jodida es un bicho de mucho cuidado. 
Es algo que viene de lejos, tanto como la leyenda de Lilith. Siempre se ha creído que las tías que están buenas son unas capullas y las que no lo están son tan tiernas como las tan denostadas princesitas de Disney. 
Más allá de este cliché hay algo bien cierto, la pillería nos atrae. La maldad, hasta cierto punto, nos llama la atención. Diría incluso que nos excita, al menos ese es mi caso. 
No es que las chicas guapas sean malas, sino que a las chicas con un cierto aura de rebeldes las vemos más bonitas, mucho más atractivas de lo que quizá puedan ser. Eso es un hecho.
El buen comportamiento, seguir las reglas establecidas, es sinónimo de aburrimiento. Una mujer que jamás se salga de la norma podrá ser tu mejor amiga pero nunca la verás de la misma manera como a otra con la que no sabes por donde va a salir, ya sea bueno o malo. El ser humano busca, por su naturaleza intrínseca, aventuras. Somos seres curiosos, queremos saber que se esconde tras lo prohibido. Y para ello hay que ser algo transgresor, y en alguna ocasión traspasar la línea por la que lucharon ángeles y demonios tanto tiempo atrás. 
Para mi, una mujer realmente atractiva es aquella que desea descubrir lo que muchas veces nos está vedado. En mi opinión, la mujer más bonita del mundo es aquella que, sin miedo a lo desconocido, te coje de la mano y te lleva en busca de aventuras. Aunque para ello, alguna que otra vez, te haga exclamar...¡Qué capullita eres!
Yo me hubiera enamorado de Lilith. No tengo ninguna duda, habría sucumbido a sus encantos y me habría convertido en un demonio siguiendo sus pasos. También estoy seguro que muchas más veces de las que me gustaría admitir me habría preguntado, ¿por qué las mujeres guapas son tan malas?
Lo verdaderamente ideal (si se pudiera elegir de quien te enamoras, cosa imposible dicho sea de paso) sería encontrar a una chica traviesa pero con un corazón bien grande. ¿Existirá alguien así en la vida real? Y la pregunta del millón, ¿será realmente guapa o sólo me lo parecerá a mi? 





jueves, 18 de diciembre de 2014

Día 11: El proyecto arcoiris.

Estaba enredando con el ordenador cuando de pronto apareció con la mochila al hombro y el pelo alborotado. Se dejó caer en la silla. 
- ¡Llegas tarde, tío! 
Le comenté mirando el reloj. 
- Ya, estaba devolviendo un libro en la biblioteca. Me han vuelto a multar por retraso.
- ¿Cuanto tiempo ha sido esta vez?
- Un par de meses nada más. Dijo sonriendo. Por cierto, añadió, la próxima vez que tenga que sacar uno me tienes que dejar el carnet. 
- Ni de coña. Le solté sonriendo yo también. ¿Empezamos con el Autocad?
Miró la pantalla del ordenador sin saber muy bien que hacia allí en ese instante. Le enseñé el folio con el ejercicio que debíamos terminar para ese día. Me quitó el ratón de las manos y pinchó el icono del famoso programa de dibujo. 
- Ve diciéndome los puntos. 
Cuando ya llevábamos un rato ante el monitor dibujando líneas dijo en un susurro casi inaudible. 
- Podríamos hacer el trabajo de inglés sobre el proyecto arcoiris.
- ¿Qué?
- Jesús dijo que eligiéramos nosotros el tema, a él le da igual.
En clase de inglés nos habían puesto una difícil tarea, hacer una presentación de una hora. El grupo era de tres así que tendríamos que hablar 20 minutos cada uno, delante de toda la clase, para aprobar el cuatrimestre. 
- ¡Pero como vamos a hacer el trabajo sobre el Eldridge!
- ¿Y por qué no?

Desde que le conocí me pareció un chico realmente único. Distinto. 
Una tarde en la que teníamos laboratorio de química se me acercó mientras esperábamos a que la reacción exotérmica que teníamos en el matraz hiciera de las suyas y subiera la temperatura del termómetro, la cual teníamos que apuntar cada treinta segundos. 
- ¿Te quedas después un rato?
- ¿Para?
- Quiero probar una cosa. 
- Mañana hay examen, quiero mirar un poco los apuntes.
- De eso va el tema. 
- ¡Señor Ferrán, anote la temperatura y deje de charlar!
- Luego hablamos, le dije mientras el profesor no miraba. 
En el mismo momento en el que supo que en una época me dediqué a estudiar programación creo que le caí en gracia y siempre en nuestras conversaciones acababan saliendo ciertos temas. Por eso no me extrañó para nada la propuesta que me hizo minutos después. 
- ¿Te atreves a hackear el ordenador del de álgebra?
- ¡Estas loco tío! Dije riendo. ¿Crees que tendrá el examen?
- Bueno, sólo hay una manera de averiguarlo. 
- No, es demasiado para mi. Creo que te dejo sólo en tu aventura. 
Al día siguiente, sentados cada uno en una punta del aula, le interrogué con la mirada mientras el profesor repartía las hojas con las preguntas. Al coger el folio con el examen me guiñó un ojo sonriendo. ¿Se estaba tirando el rollo? Nunca nadie lo supo con certeza. El caso es que fue el único en toda la escuela que sacó ese día un nueve. ¿Suerte? Quien sabe, pero desde aquel día el rumor corrió tan rápido como la pólvora y por los fríos pasillos de la facultad, a este chico, se le empezó a conocer como el hacker.

El proyecto arcoiris englobaba una serie de actuaciones dedicadas a derrocar a las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial. Entre esa serie de secretas actividades se encontraba el Experimento Filadelfia. Cuentan las leyendas que estaban metidos en el ajo Enrico Fermi y el mismísimo Einstein, que por aquel entonces trabajaba para el gobierno de los Estados Unidos creando posibles armas para acabar con los nazis. En su afán por evitar los radares de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, a los militares y científicos americanos no se les ocurrió otra idea que poner en práctica la teoría inacabada de la unificación de los campos de Einstein. En pocas palabras, querían hacerse invisibles a los ojos de los pilotos germanos. Para ello metieron un par de enormes y potentes generadores en un barco, el USS Eldridge. Añadieron unas cuantas bobinas, y crearon un campo magnético tan grande que lo que sucedió instantes después de accionar los generadores dejó atónitos a los que esperaban en el barco de apoyo. 
Una niebla verde envolvió al destructor americano e hizo que por unos instantes desapareciera de la vista de todos. No sólo habían conseguido evitar los radares enemigos sino que habían logrado lo que todo estamento militar de cualquier país soñaría con poseer. La tecnología para hacerse totalmente invisibles. 
¿Cuentos? ¿Fábulas de conspiranoicos? Un tal Carl Allen, marinero en el buque de apoyo, fue el que contó todo este episodio, gracias a él pudimos saber detalles de este enigmático incidente. Pero su increíble historia va más allá. Dijo que hubo una segunda prueba, esta vez con la tripulación del Eldridge en el interior del buque. 
En esta ocasión también una nube verdosa se adueñó del destructor y lo hizo desaparecer, pero esta vez un nuevo fenómeno causó la incredulidad de todo el mundo. Se había divisado al destructor en el puerto de Norfolk, a unos 300 km de distancia, a los pocos instantes de desaparecer de los astilleros de la marina en Filadelfia. ¿Teleportación? Sin embargo, lo que Carl Allen nos describe a continuación es algo dantesco. Al volver a aparecer el USS Eldridge en su posición inicial, hierro y carne humana se habian unido. Muchos cuerpos estaban atravesados por mamparos, torsos de marineros se veían "plantados" en la cubierta principal, brazos y piernas se fundían con el grisáceo metal. Horriblemente espeluznante debieron pensar en el USS Furuseth, el buque en el que se encontraba el misterioso narrador de esta historia.
Este hecho causó tal pavor a los militares y científicos yanquis que a partir de ese día desmantelaron todo el experimento y borraron toda pista sobre lo que aconteció en Filadelfia a mediados del siglo pasado. El proyecto arcoiris se volatilizó como un sueño al despertar. 

- No podemos hablar sobre el Eldridge, es demasiado...no se. Repuse sin saber muy bien que decir. 
- Esta bien, dijo él con una mueca de resignación. Pero estaría genial, seguro. Afirmó mientras seguía manejando el ratón uniendo coordenadas en la pantalla. 
Al final, decidimos que el trabajo lo haríamos sobre el RMS Lusitania. Quizá una historia más cruenta que el muy probablemente fantasioso Experimento Filadelfia. Pero ese relato queda para otra ocasión.

Tal día como el de mañana de hace unos años, este chico se puso sus botas de montaña y se fue a la Pedriza a pasear por sus escarpados caminos. Nadie jamás volvió a verle con vida. Se esfumó. 
En un primer momento pensé que aparecería de pronto, como el destructor de la historia. Me negaba a creer que nunca más volvería a verle y en verdad creí que se había topado con algún ordenador de alguna secreta agencia americana, para darse de bruces con la fórmula para volverse invisible. Él era muy capaz de ello. Sin embargo, la cruda realidad fue que al llegar el deshielo, en Junio, se programaron una serie de batidas por toda la sierra. En una de ellas se encontró un cuerpo. Tenía la pierna rota, dijeron los forenses que hicieron la autopsia. Probablemente se resbalara y muriera allí, congelado y sólo, una fría noche de Diciembre. Sobrecogedora escena. Triste y dura, sin duda. 
Descansa en paz, amigo. 






jueves, 4 de diciembre de 2014

Día 10: Buscando el país de la canela.

"...Y así el capitán Orellana tomó consigo 57 hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir en río abajo con propósito de luego dar la vuelta si comida se hallase, lo cual salió al contrario de cómo todos pensábamos, porque no hallamos comida en doscientas leguas ni nosotros la hallábamos, de cuya causa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá, y así íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros..."

En 1541, unos cuatrocientos españoles y cuatro mil indios liderados por dos valerosos hombres iniciaron un viaje a lo desconocido. Un periplo que les llevaría del Océano Pacífico al Atlántico, atravesando lugares que persona alguna del viejo continente había contemplado jamás. Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro abandonaron todo cuanto conocían para adentrarse en una selva llena de peligros y aventuras, y a golpe de machete se abrieron camino por esas tierras inhóspitas buscando el mítico país de la canela. 

Habían oído hablar de una zona más allá de los Andes donde inmensos bosques de canela crecían al amparo de esas vírgenes llanuras que, se suponía, había tras aquellas infernales montañas. Bien es cierto que no sólo iban en pos de esa preciada especia, también se contaban algunas leyendas de un cacique que cada atardecer se embadurnaba el cuerpo con oro molido y se metía en un misterioso lago donde ofrecía a la tierra los rayos reflejados del sol a través de su cuerpo. El dorado.

La canela era un bien bastante preciado por aquella época, remedio medicinal para varias dolencias y potente especia que daba un increíble sabor y olor a los platos y bebidas. No obstante, a los codiciosos nobles y monarcas españoles que esperaban cómodos, en sus grandes sillones palaciegos al otro lado del inmenso océano, lo que en verdad les interesaba era el oro de los incas. Unos años antes el hermano de Gonzalo y primo de Orellana derrotó a Atahualpa, el último de los grandes gobernadores del imperio incaico. Este, para salvar su vida ofreció toda una habitación llena de oro al conquistador español, el legendario tesoro de Llanganatis que jamás se ha logrado encontrar, pero también le habló de algo que ya se comentaba desde hacia tiempo cuando los españoles arribaron a las costas de Nueva Granada, la actual Colombia. Atahualpa le contó la historia de un reino donde existían innumerables minas de oro y cuyo príncipe era un hombre que se adornaba el cuerpo cada día con polvo dorado. ¿Sería verdad todo aquello? Se preguntaron los españoles. El clan de los Pizarro se propuso descubrir que había de cierto en aquella leyenda buscando no sólo el preciado metal sino la gloria eterna. Así que amparados por la corona, a la que ofrecieron una sustancial parte del botín, y por la iglesia, a la que prometieron miles de almas convertidas a su credo, Orellana y Pizarro se enfundaron sus mejores galas y se encaminaron a explorar tan desapacibles tierras. Les esperaban la humedad sofocante, el atenazador frío de las montañas y los aterradores y belicosos indígenas. Sin embargo, nada podría detenerles, el fabuloso tesoro de olorosos árboles y dorados reflejos aguardaba tras algún escondido recodo de la jungla. 

Hace unos minutos estaba enfrascado en la lectura de una pequeña obra que escribió Fray Gaspar de Carvajal, un dominico que vivió allá por el siglo XVI. Viajó en la expedición hacia el país de la canela y fue uno de los cronistas del viaje que emprendieron estos locos aventureros. Él era uno de esos 57 hombres que acompañaron a Orellana hasta el final de la historia. 
Mientras leía con atención ese castellano antiguo, que en ocasiones resulta un tanto extraño, no he podido evitar pensar que yo me encuentro en la misma tesitura que el explorador extremeño. Voy en busca de algo tan mítico como el señorío de El Dorado, el tesoro de Llanganatis, el reino de Paitití, Cibola, Quivira o el ya comentado país de la canela. De hecho, ahora me encuentro en plena selva a machetazo limpio intentando descubrir el país de la felicidad, aquel en el que reside el amor verdadero. Muchos me han dicho que soy un iluso, un pobre estúpido. No existe tal lugar, insisten en decirme. Tan sólo son patrañas contadas por unos locos, quizá puestos de peyote hasta las cejas o que han masticado más hojas de coca de las que debieran. Intento hacer caso omiso de sus desalentadoras palabras y guiarme por mi instinto. Se que es real y que en algún escondido y recóndito emplazamiento de esta enmarañada y jodida selva se encuentra el tesoro. Esperando ser descubierto para, llegando hasta donde se oculta cual valeroso explorador y habiendo atravesado miles de peligros que acechan tras los frondosos árboles, comprobar que la belleza infinita y el amor incondicional son tan reales como las manos que teclean estas palabras. Palabras, dicho sea de paso, que hoy se hacen más confusas que nunca. ¿De qué demonios hablo?
Ni yo mismo lo se, tan sólo divago. Y, a parte de compararme con Orellana por ir ambos tras las huellas de sueños fantasiosos y probablemente tan irreales como los unicornios, ¿hay algo más? Dejadme contaros alguna cosita más sobre aquella travesía que llevó a esos hombres por las selvas del continente americano. 

Tras haber pasado los Andes siguieron el curso del río Coca pero pasadas unas leguas se quedaron sin víveres. Construyeron, entonces, una pequeña barcaza para ir algo más rápido pero al ver que no había suerte y que no encontraban nada que llevarse a la boca, Pizarro consideró que sería mejor separarse. Mandó a Orellana junto a 57 hombres río abajo para que recogieran todo cuanto pudieran recolectar y quedaron en que, a lo sumo, en 4 o 5 días estaría de vuelta pero...

"...Y como a otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del capitán dije yo una misa como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole como indigno nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía; porque, aunque quisiésemos volver agua arriba, no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible, de manera que estábamos en gran peligro de muerte a causa de la gran hambre que padecíamos y a que, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer platicando nuestra aflicción y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que al capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río e morir, e ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas hasta ver nuestro remedio.Y, entretanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocido con algunas yerbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron a las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero, como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno..."

Así que no tuvieron otro remedio que seguir el cauce del pequeño riachuelo llegando una semana después a una zona más ancha en la que por fin pudieron comer algo gracias a la hospitalidad de un grupo de indígenas, hecho que Orellana supo apreciar nombrandose a sí mismo señor de aquellas tierras y dueño de todo cuanto allí se encontraba. Construyó entonces un barco más grande, un bergantín que les ayudase a lo largo de esa singular aventura. Y continuaron con su periplo por el río Coca, el Napo y el Río Grande al que los indios llamaban serpiente sin ojos. 
Se habían separado de Pizarro a finales de Diciembre de 1541, y en Junio de 1542 aconteció un hecho que nadie podía imaginar.

"...Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza y son muy membrudas y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta guerra como diez indios, y en verdad que hubo mujer destas que metió un palmo de flecha por unos de los bergantines y otras qué menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín..."

Un grupo de mujeres, las temidas amazonas, estuvieron a punto de hacer fracasar la empresa, sea cual fuere en esos delicados momentos. Y es aquí donde encuentro otro punto en común entre mi persona y la de Francisco de Orellana. Yo también me veo envuelto en una lucha contra las mujeres. Para un mejor entendimiento de mis palabras he de matizar tal punto. No es un enfrentamiento al uso sino que, más bien, estoy en medio de las flechas que disparan a diestro y siniestro. Toda mujer tiene, en mayor o menor medida, cierta animadversión hacia los hombres. Más allá de las posibles causas, en las que no voy a meterme por ser ya bastante extensa la entrada de hoy, es bien cierto que hoy en día a las mujeres al hablar con un hombre se les acciona, inevitablemente, algún tipo de resorte interno, una alarma podríamos decir, que crea una atmósfera turbia en el momento del acercamiento. Desconfianza, distanciamiento, cierta tirantez, una hostilidad evidente. En definitiva, una tensión que hay que vencer, dando lo mejor de nosotros mismos, sino queremos morir ensartados por una de esas flechas dirigida directamente al corazón, ahí donde más duele. 
El río Grande acabó siendo el Amazonas por estas guerreras que tanto martirizaron al bueno de Orellana y los suyos al pasar por sus dominios. Tres años después volvería a este gran río, esta vez para navegar contracorriente e intentar descubrir sus entresijos y secretos más profundamente. Sin embargo, acabó muerto sin poder adentrarse más que unas centenas de kilómetros en sus dulces aguas. Al final el Amazonas pudo con él, el espíritu de esas indomables y aguerridas mujeres transportado por esas caudalosas aguas terminó con el sueño de un hombre. Un tipo que creyó en bosques de canela. Fue enterrado en el anónimo agujero de un árbol en mitad del río para que los indios no pudieran desenterrar su cuerpo. Espero correr mejor suerte que él, ojalá algún día llegue a vislumbrar el legendario país de la felicidad, para por fin abrazar a la mujer que sus murallas esconden, y así tener muy cerca de mi el corazón que ha de amarme eternamente.
El ser humano ha soñado desde tiempos inmemoriales, así es más bonito levantarse por las mañanas. ¿No creéis?

"...Y es verdad que en todo que yo he escrito y contado, porque la prolijidad engendra fastidio, y así superficial y sumariamente he relatado lo que ha pasado por el capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía, compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de don Francisco Pizarro, marqués y gobernador del Perú.

Sea Dios loado. Amén."