La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 30 de diciembre de 2012

La última vez

Este instante ocurrió hace apenas unas horas.
Cuando uno sabe que será la última vez que verá a una persona lo afronta con muchos interrogantes. ¿Será capaz de verla sin derramar una lágrima? ¿Es posible sonreír? ¿Escuchará sus palabras o solo intentará mirarla para conservar su imagen eternamente?
Todo esto me lo pregunté media hora antes de quedar. Iba conduciendo con la mente puesta en la infinidad de cosas que hicimos juntos, cada momento bueno y malo. Una sucesión de imágenes pasaba delante de mi, y mi corazón se encogió. Cinco minutos antes de verla yo temblaba.
Sabía que sería la última vez que me iba a encontrar con ella. No quería volver a pasar por las últimas  horas, no de esa forma. Habían sido dos días de nerviosismo, ansiedad, intranquilidad. Sabía todo. Sabía que ella no lo diría. Sabía que pasaría por el tema sin mencionarlo. No la culpaba. Y yo no deseaba sacar el tema. No la última vez que la vería sonreír.
Todo empezó un poco frío, pero ella había cambiado y empezó a hablar. Rápido, sin parar. Yo casi ni podía seguir la conversación porque no paraba de pensar en aquella cara, en aquellos ojos. Ya no los volvería a ver más y sólo quería observar cada detalle, cada arruga, cada marca, cada tono de su piel.
Yo en realidad no quería ir a ningún sitio en especial y no iba con ningún plan, pero a ella le apetecía ir al cine y fuimos a un centro comercial. Me pareció tan buena idea como cualquier otra. En el coche  seguía hablando, y yo seguía sin prestar demasiada atención. Aún tenía en mi mente la última vez que la llevé en mi coche. ¡Cuanto había pasado en tan poco tiempo! Me dio vértigo. E intenté concentrarme en la conducción.
Al llegar compré las entradas. La invité al cine porque sería lo último que le regalaría. Allí fue la primera vez que la toqué en mucho tiempo, fue una caricia en el pelo. Leve. Cariñosa. Suave. Sentí su  energía que iba de su cuerpo al mío a través de mi mano. Intenso. Sensaciones en mi corazón.
Como era temprano nos sentamos en una terraza a tomar un refresco. Me quité la chaqueta y me senté. Y ella permaneció sentada con el abrigo puesto. Como sí, en cualquier momento, se pudiera levantar y salir corriendo. Y continuaba hablando. Me gustaba escuchar su voz. El tono, la sonoridad, las historias, la sensación de haber convivido con esa voz eternamente. Y empecé a ponerme nervioso. Bastante nervioso. Ella lo notó, era evidente. Me conoce y sabe cuando estoy inquieto. Ella también lo está, aunque me dice que esta cómoda. Noto sus manos doblando un trozo de servilleta y jugando con él. Ahora hay conversación fluida, necesitaba hablar yo también para liberarme de los nervios, la tensión me atenazaba el alma. Mi cerebro estaba en dos cosas a la vez, intentar hablar y decir cosas inteligentes y no dejar que mi pierna rebele mi nerviosismo una vez más.
Miro el reloj y se ha hecho hora de cenar. Paga ella, dejo que al menos ella me haga un último regalo a mi. No tengo preferencia por ningún restaurante en especial y como tenemos una hora antes de que empiece el cine vamos al Vips. No tenía nada de hambre, no estaba mi estómago para ninguna fiesta culinaria. Quería una simple ensalada, y la elijo mientras ella va al servicio. Cuando vuelve es mi turno. Me miro en el espejo, tengo cara de estar agotado. Me apoyo en la pared un instante y me digo, Rubén disfruta los últimos instantes, no seas un loco y digas cualquier gilipollez. Salgo y pedimos. La misma ensalada los dos. Curioso. Gracioso si pudiera reírme.
Mientras cenamos ella me hace llorar con un comentario que me entristece sobremanera. Una pena enorme que se libera mediante lágrimas que intento secar con las manos. Ella intenta consolarme dándome la mano, se la doy unos instantes. Muy rápidamente dejamos de tocarnos. No tengo nada de hambre y juego con la ensalada mientras la conversación continúa. Sacamos temas menos superficiales, cosas que tenemos que decir, pero la cosa se queda a medias. No soy capaz de comer más y miro de nuevo el reloj, quedan diez minutos para que empiece la película. Ella comenta que pagamos a medias pero me niego. La última cena la pago yo. Esto no es un regalo, le digo la única mentira que le he dicho en tres meses. A La próxima cena me invitas tú. Se que no habrá más cenas, es una mentira piadosa.
Estamos a las puertas del cine mientras ella fuma un cigarro. Hablamos más, cosas sinceras, cosas importantes. Y al entrar ella decide que nos demos un abrazo. Más sentimientos del corazón recorren mi alma, es corto, pero arrollador. Me gusta sentir el olor de su pelo una vez más, me gusta su mano en mi espalda. Y al bajar la mano casi se junta con la mía. Nerviosos, ambos, entramos en la sala. Buscamos el asiento y ella rompe a llorar. En ese momento no entendí esa llorera que dura poco, un minuto a lo sumo. Se tapa la cara para que no la vean, o quizá para que yo no la vea flaquear. No lo se. Voy al servicio, y al volver esta más tranquila, sólo en apariencia porque la oigo suspirar, síntoma en ella de pena y tristeza. Empieza la película y la comentamos de vez en cuando, en un momento dado la miro y deseo robarle un beso. Un último beso, que sus labios y los míos se toquen por última vez. Es un pensamiento muy rápido, un deseo fugaz, y una vez pasado el momento de debilidad me concentro de nuevo en la pantalla. Tardo en coger el hilo argumental, pienso que ya queda poco para separarnos por última vez y como si fuera una cuenta atrás miro el reloj a cada instante. De hecho lo he estado haciendo toda la tarde deseando que por algún azar de la vida el tiempo se detuviera. Pero las leyes físicas no entienden de deseos y las agujas del reloj siguen su movimiento de avance.
La película termina y con ella se va acabando nuestro tiempo. Es tarde y ella bosteza, un gesto que he visto millones de veces ahora se me antoja triste. Comentamos el final inacabado, en la pantalla la historia no ha finalizado, habrá una segunda y una tercera parte me informa ella. Yo pensaba ojalá fuera esta situación como un guión, poder continuar donde lo dejamos. Se que es imposible y ahuyento esos malditos pensamientos de mi cabeza. Aún así mi corazón está a punto de sufrir un ataque. La miro, la memorizo mientras ella camina. Grabo su voz en mi mente mientras habla en el coche. De camino a su casa, que difícil es decir ese pronombre en lugar del que solía ser, me pongo taquicárdico. Me he dado cuenta de una cosa, ¡no se cómo despedirme de ella! Pienso, le doy vueltas y no encuentro la mejor forma. ¿Qué hago? Aparco el coche enfrente del portal y salgo del coche, y la abrazo. Ella me besa en la mejilla, yo no respondo. Simplemente la abrazo. Fue tan rápido que a los pocos segundos la estoy mirando a los ojos, le acaricio el pelo y la digo descansa. Mi última palabra. No se sí ella llega a contestar algo porque no puedo ni oírla, estoy triste, todo mi ser esta apagado, mi alma se ha marchitado de golpe, mi corazón bombea lentamente mientras la veo dirigirse al portal, como si una cámara lenta grabara fotograma a fotograma esa acción. Y la veo desaparecer para siempre.
En el coche, de vuelta a mi cama donde deseo meterme a hibernar como un oso, me pongo música. Pongo un cd. No puedo pensar, no puedo escuchar, no puedo apenas ver. Mis lágrimas me nublan la vista. Siento la soledad en el asiento de al lado. Me recompongo y paro de golpe la llorera, intento salir de ese estado y lo consigo.
Y al llegar y meterme en la cama deseo más que nunca en mi vida no haber conocido la dicha, la felicidad. No se echa en falta algo que se desconoce. Y mi último pensamiento antes de quedar dormido es un cumpleaños, me veo soplando una vela y pidiendo un deseo. Estar con ella eternamente. Y maldigo al encargado de cumplir los deseos. ¡Por qué no cumpliste el mío, cabronazo!

viernes, 28 de diciembre de 2012

Pelea

Hace un año más o menos ocurrió este hecho.
Nunca lo comenté con nadie, aunque me impactó e hizo que pensara sobre la naturaleza humana.
Yo tenía que coger el metro ligero que va de Sanchinarro a Pinar de Chamartin, en Madrid, cada mañana. La mayoría de ellas coincidía con un chaval de no más de 16 años. El iría a su instituto cada día, supongo. El caso es que este crio iba siempre con un móvil en la mano y ponía música en el altavoz. El chico, de etnia gitana, ponía canciones de flamenco, el típico que escuchan. Tampoco entiendo mucho de flamenco. La verdad es que a las 7 y media de la mañana no era muy agradable poner a todo volumen la música pero los días que coincidí con él en el vagón nadie le dijo nada. Tampoco era un trayecto muy largo, unos 10 minutos.
Pues uno de esos días se subió este niño en la estación siguiente a la mía, y como siempre, llevaba su música. En la siguiente parada se montó otro tío. Éste tenía como 30 años, y empezó a decirle al chaval que quitara la música, que ya le había avisado el día anterior. El chico pareció pasar un poco del tema. Y acto seguido el de 30 le arreó un puñetazo en toda la cara al niño. Yo me quedé pasmado porque no me esperaba una reacción así por parte de un adulto. El niño se revolvió, claro,  y empezó una maraña de golpes entre los dos hasta que dos hombres pudieron separarles.
Yo me sobrecogí por dos razones. La primera es que no reaccioné y todo ocurrió delante de mis narices. Me quedé patidifuso en el asiento y no pude ni mover un músculo para separarles o simplemente ayudar al niño. No se sí fue la rapidez de todo o que no esperaba una reacción tan brutal a una niñería pero el caso es que ni respiré ante aquel estallido de violencia. La segunda cosa que me sobrecogió fue ver como un adulto perdía los nervios de tal manera. Fue un acto de tal furia y sobre una persona tan indefensa que todo el mundo se puso a incriminar al hombre. Él se dió cuenta de lo que había hecho y dos paradas después de la pelea se bajó del metro y se fue corriendo. Un hombre intentó retenerle para denunciarle al agente de seguridad pero se zafó y se fue. El chaval se quedo sangrando en el vagón con la ceja y el labio abiertos y una mujer se ofreció a ayudarle. También otros pasajeros que coincidían con él le dijeron que se lo había buscado por estar todos los días provocando con la música por el altavoz del móvil. Hasta un señor se ofreció a comprarle unos cascos.
Cuando llegamos a la última estación, la señora que ayudó al niño a limpiarse la sangre le llevo a ver a la seguridad del metro y ellos ya se encargaron. Y yo me fui.
Estuve toda la mañana pensando en lo que había ocurrido. Nunca había visto algo tan violento, y me dejó con una sensación rara en el cuerpo. No me podía creer que no hubiera hecho nada. Que no me levantara al menos para proteger al más indefenso y evitarle algún golpe. Me dije a mi mismo que había sido la velocidad a la que se desarrolló todo pero la verdad es que no se sí pudo ser que no quise implicarme por miedo o cobardía. Nunca he sido una persona que se meta en peleas o discusiones pero me extrañó mi propia reacción. No se lo que pudo ser, y quizá nunca lo averigüe, pero quiero pensar que no tuve miedo por mi integridad y que sólo no hice nada por la rapidez de todo y el asombro ante el ensañamiento del adulto sobre el niño.
También pensé en lo violento que se ha vuelto este mundo. La gente pierde los nervios casi por cualquier cosa y no aguantamos nada. Que le hubiera costado al hombre este hablar un poco más con el crio o simplemente irse un poco más allá y luego decirles algo a la seguridad del metro para que le llamarán la atención. Había muchas formas de actuar, muchas cosas que se podían hacer antes de soltar el puño. Era una pelea tan desigual. ¿Qué es lo que pudo pasar por la cabeza del hombre para perder de esa manera la cordura? Es imposible de saber. Yo, personalmente, no volví a verlo ningún día más.
Al chaval si, 4 o 5 meses después coincidimos otra vez. Y seguía llevando su música en el altavoz del móvil. Seguía siendo el mismo de siempre. Me hizo gracia, y me cayó bien el chico. A pesar de la pelea no se había amedrentado. Tenía personalidad. Era valiente. No juzgo que lo que haga este bien o no, la música es molesta a todo volumen si no te gusta especialmente. Pero ese día que le volví a ver me senté a su lado a escuchar un poco de flamenquito. Y sonreí.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Hollywoodland

Llegué a Hollywood en autobús desde el hotel en el que me hospedaba en Sunset Boulevard. Un recorrido por Los Angeles en el que te das cuenta de como es la ciudad. Casas bajas, negocios y restaurantes no sobrepasan los dos pisos de altura. Lo más alto que puedes ver en ese paseo en autobus son los hoteles y algún edificio que otro de oficinas. Me bajé un poco antes de llegar y fui andando hasta encontrarme con la famosa calle de las estrellas. Bullicio. Eso es lo que me encontré. Mucha gente. Más de lo que había imaginado 5 minutos antes. Una vez pasada esa primera impresión de agobio te fijas en los edificios. Justo estaba en la esquina del museo Ripley's y un dinosaurio gigante en la azotea te llama la atención. Esta calle es así, vas de sorpresa en sorpresa.
Empiezas a caminar a lo largo de Hollywood Boulevard  y ves muchos museos extravagantes, raros, curiosos. Cualquiera que tenga algo que mostrar lo ha puesto en un expositor y te cobra una entrada por verlo. La calle esta llena de restaurantes americanos y pizzerías donde poder sentarte a tomar algo y descansar. Y hacia este lado no ves nada más especial salvo miles de conductores de mini autobuses turísticos ofreciendo llevarte a ver las casas de los famosos por un módico precio. No lo probé  porque en algún sitio leí que era un poco perder el tiempo ya que ni apenas se acercan a las casas y solo ves las vallas de seguridad de Madonna, de Brad Pitt o de Michael Jackson. Es decir, nada. Eso si, te lo aderezan con chascarrillos varios típicos de programas del corazón.
Siguiendo con mi paseo di la vuelta y me dirigí hacia el otro sentido. Y unos metros después me fijé en el suelo y por lo que es famosa esta calle, las estrellas. Miles de estrellas adornan el suelo, dedicadas a todo tipo de personas relacionadas con el arte. Te ves leyendo todos los nombres que puedes intentado evitar chocar con la gente. Sonríes al ver a algún actor español, Banderas y Penélope Cruz, y te sorprendes con los que conoces y te preguntas quienes serán los demás. Es divertido. Y de vez en cuando levantas la mirada y en una de esas ocasiones te topas con el teatro El Capitan, un mítico cine de los años 20. En esa pantalla se estrenaron las primeras películas sonoras, actores como Clark Gable, Errol Flynn y Orson Wells se sentaron en sus butacas. Películas de Cecil B. Demille, la maravillosa Ciudadano Kane de Wells tuvo su premier allí. Luego el cine lo compró Disney y allí se pudo ver en la alfombra roja al mismísimo Walt junto a Julie Andrews y Dick Van Dyke cuando se estrenó Mary Poppins. Ahora sigue siendo de Disney y estaba G-Force en cartel, no es lo que se dice una película de culto pero no podía desperdiciar la oportunidad de entrar en ese legendario lugar y compré una entrada para la primera sesión de la tarde.
Justo enfrente se encuentra otro teatro con glamour. El Kodak Theater. Aquí se celebran los Oscar cada Febrero. Todo el mundo se hace la consabida foto en las escaleras emulando a los actores y actrices de las megaproducciones. Deseando por un instante ser ellos. Dentro hay tiendas de lujo, en las que solo puedes mirar porque los precios son prohibitivos. Al que ama el cine como yo, este es un sitio en el que siempre ha soñado con estar, en la alfombra roja, los paparazzi haciéndote fotos, los periodistas luchando por entrevistarte. Sueño imposible.
Y pocos pasos más allá completa la terna de teatros imprescindibles en esta zona el Grauman's Chinese Theater. El teatro chino es precioso, su entrada con forma de pagoda es impresionante, un dragón enorme te saluda en la puerta que guardan dos perros chinos. Y en el suelo, ante la entrada, las huellas de los actores en las baldosas. Me emocioné al ver la de Steven Spielberg. Hay decenas, el actor de Harry Potter y sus amigos con las huellas de sus varitas, las manos de Travolta, Harrison Ford, Julie Andrews. Es muy emocionante.
Al lado hay un centro comercial al aire libre, con una bonita plaza con fuentes que refrescan el ambiente. Restaurantes originales, tiendas, y en la planta de arriba un mirador en el que puedes fotografiarte con el famoso cartel de Hollywood al fondo.
Para descansar de tantas emociones comí en un restaurante bastante chulo, en cada mesa había una pantalla y hacías el pedido por ahí. También se podía jugar con las otras mesas a diversos juegos. Era muy divertido. Un lugar diferente. Como todo lo que hay por Hollywood Boulevard.
Después de comer tenía el cine, buena hora para disfrutar sentado en la butaca de una película sin demasiada chicha pero te ríes de vez en cuando. Fue la primera vez que en un cine en vez de ponerte anuncios antes de la película había un tío tocando el piano. Me gustó. Un toque de distinción.
Pero lo más alucinante de todo lo que ocurrió ese día fue al salir del cine. Me encontré entre un barullo de gente, rodeado de multitud de personas, no sabía que ocurría. Había cámaras, había guardaespaldas de dos metros, había seguridad por un tubo. Y de pronto me encontré de sopetón con Quentin Tarantino, la gente me había llevado hasta primera fila y pude verle tan cerca que hasta oía sus comentarios a las personas que le rodeaban. Me quedé totalmente embelesado, ¿qué más se le puede pedir a un dia en Hollywood?

martes, 25 de diciembre de 2012

Ricitos

Ha llegado el día en el que tengo que hablar del momento en mayúsculas. Del instante que me ha marcado como ser humano. El día que la conocí.
Es uno de esos ángeles caídos de los que hablé anteriormente. Pero al fin y al cabo es un ángel y me cautivó. Su embrujo de espíritu celeste encadenó su corazón al mío para la eternidad. En ese primer segundo que la vi no pude más que dejarme llevar y la locura se desató en mi alma y de ahí en adelante ya no soñé con tener a nadie más. Para mi, una mirada o una sonrisa suya era como estar en el mismo cielo. Contemplar sus manos y gestos al hablar, algo tan cotidiano y normal, era algo que me atraía hasta extremos de no poder esperar para poder verlo otra vez. Ese primer día encontré el amor verdadero y me di cuenta al instante. Se sabe, más que saberlo lo sientes en tu interior.
¿Cómo describirla? Es como la voz de Lana del Rey, dulce, sexy, a veces frágil, a veces dura, es poesía como sus letras, es la tranquilidad como el susurro de sus estribillos. Pero ante todo es angelical, y ese estado que le confiere una superioridad ante todos lo seres humanos es lo que me llevó a enamorarme perdidamente de ella en el mismo momento que la vi.
Cuando pronunció mi nombre por primera vez descubrí que Rubén sonaba a música, lo dijo con tanta dulzura que no escuché el resto de la frase, simplemente me quedé obnubilado. Recuerdo oírla pero no prestaba atención a sus palabras. Todo mi empeño se centraba en no cometer el error de besar esos labios y acariciar su pelo, de arrodillarme ante ella y suplicar una caricia.
Campeé el temporal emocional como pude y salí al paso asintiendo a cuanto decía y de vez en cuando preguntaba algo que sonaba más o menos coherente. Pero mi mente divagaba por otros lados, mi mente se encontraba junto con mi corazón en el mismísimo paraíso. Éramos Adán y Eva.
Y en el momento de separarnos esa primera vez un sentimiento se avalanzó sobre mi, tristeza. La incertidumbre era para mi una losa enorme sobre mis hombros. ¿Será un ángel que se quedará en mi vida o será efímero y desaparecerá para siempre? Pero décimas de segundo después, la tristeza dejó paso a la alegría infinita. Estaba locamente enamorado.
Y el momento entre los momentos, el instante más romántico de toda mi vida. Fue un beso bajo la lluvia en un parque, cuando a ella no le importaba mojarse y a mi no me importaba mostrarle mis sentimientos. Refugiandonos mientras seguíamos besándonos bajo una techumbre y aponyandola contra la pared el beso se volvió eterno. El tiempo se detuvo y nada de lo que pasaba en el mundo tenía importancia, solo existíamos ella y yo apoyados en el muro. Nunca volvimos a darnos un beso como aquel, y me arrepiento. Nadie en el mundo puede hacerse a la idea de cuanto siento no haber repetido ese instante. Quizá es lo que lo hizo tan romántico también, esa unicidad. El ser único e irrepetible. Quisiera saber quien fue el loco que inventó el beso, sinceramente.
¿Y qué ocurrió? Hace tiempo que dejé de preguntarme el cómo, el donde y el cuando. Ya no me pregunto ni que hace ni donde estará. Durante un tiempo tuve esa ilusión por recuperarla pero ese sentimiento me tenía sumido en una ansiedad constante, una impotencia y rabia que no controlaba. Y me puse en el peor escenario posible, ella había desaparecido para siempre de mi vida, y la angustia se fue, la rabia desapareció y solo quedó tristeza, una pena que llena mi corazón porque aún la amo, pero no puedo permitir que mi corazón tome las riendas de mi vida, aunque es una tarea ardua, extremadamente complicada y hay momentos en los que sin poder impedirlo descubro que una lágrima cae por mi mejilla, recordando que una vez tuve el amor de mi vida entre mis brazos y se me escapó.
Soy un soñador, un romántico empedernido, quizá un iluso. Y en el día de hoy me hago el único regalo que deseo. Permitirme durante unos minutos pensar en que es posible volver a tener su mano en la mía.
En lo profundo de mi corazón, escondida en un recóndito lugar aún hay una llamita. No he podido apagar ese fuego. Pero ese lugar esta bajó siete llaves, y una tras otra las he tirado al océano más profundo. No quiero dejar de ser como siempre he sido, no quiero endurecer mi alma, no quiero dejar de creer en los cuentos de hadas pero es la única manera de no sucumbir, al menos no he encontrado otra forma.
Pero me consuelo pensando que por muy larga que sea la tormenta el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Extraños

La vida, sin ninguna duda, te reserva sorpresas. Es difícil que en el mundo que nos ha tocado vivir alguien se sienta sobrecogido por los hechos que voy a narrar porque la gente se ha vuelto egoísta, y como si fueran trenes guiados por railes cada uno sigue su rumbo sin desviarse lo más mínimo.
Pero en ocasiones sucede que lo más inverosímil puede ocurrir.
Hace mucho tiempo, tanto que ni lo recuerdo, causé buena impresión a una persona. No quiero decir físicamente, sino como persona. Yo no era consciente de ello, simplemente la trataría como trato a cualquiera. Con amabilidad y respeto. No lo sé. El caso es que por una de esas cosas de la vida, ahora que mi espíritu, mi alma, y mi corazón pasan por momentos de flaqueza, y como si pareciera que algunas cosas están conectadas, recibí un mensaje en el móvil de esta persona. Un pequeño conjunto de palabras unidas para formar unas frases que supusieron para mi un alivio emocional momentáneo. ¿Por qué justo se acordó, esta persona, de mi en esos precisos instantes? Un guiño de la vida, así lo veo yo. Un guiño a la esperanza del ser humano porque cada semana recibo una nota desde su teléfono preocupándose por mi, sin ningún tipo de interés en otras cosas. Simple y llanamente recibo sus ánimos y preocupación. Se han hecho experimentos en los que dos personas conectadas de alguna forma, por parentesco, o sencillamente por conexiones neuronales a través del espacio, saben cuando sufren o cuando les ha pasado algo malo. No digo que ella y yo tengamos algún vinculo especial, ni siquiera la recordaba y ni le podía poner cara a ese mensaje pero ¿es para sentir curiosidad, no?
Otro hecho remarcable, más aún si cabe que el anterior, es que esa extraña persona con la que te encuentras por azares de la vida, te ayude desinteresadamente. Aquí entra la otra persona de la que hablaré hoy. Cada vez se ve menos, cierta clase de humanidad, ayudar al prójimo, ayudar a la gente que lo está pasando mal. Pese a que cada uno tiene sus propios problemas, y los lleva como mejor puede, esta persona saca tiempo y ganas para escribirme, para conversar. He dicho antes que era remarcable, me explicaré mejor. Es una persona que también pasó por mi vida hace muchísimo tiempo, pero a diferencia de la persona anterior, ella pasó como pasa el viento entre los árboles. Susurrando. Fue un contacto somero y frugal. Unas miradas, unos saludos. Y después del correr del tiempo se toma las molestias de interesarse por mi, de pasar alguna noche a mi lado con el móvil en la mano pese a que hace miles de días que no nos vemos. Ni apenas nos conocemos.
Estos dos hechos me emocionan, me hacen creer en la bondad de la gente. Al menos de algunas personas. Ojalá el mundo estuviera lleno de gente como ellas. Gente anónima que ayuda sin esperar recibir nada a cambio.
La sociedad de ahora nos ha inculcado que para sobrevivir hay que pisar a los demás, que lo único que vale es el yo. Nos lo han marcado a fuego en nuestros corazones. Competir, machacar, ganar, ascender sobre nuestros rivales. Cada vez hay menos compañerismo, menos interés por lo que le pasa al que tenemos al lado. El individualismo gana la batalla. Sin embargo, pienso en las dos personas que he mencionado aquí y tengo fe.
La vida es caprichosa. En un momento dado te da una bofetada en plena cara que te deja sin sentido y al rato te obsequia con el mejor de los regalos, esperanza.
Para un día tan especial como el de hoy, el optimismo por un mundo mejor, creer que es posible cualquier cosa si uno pone su granito de arena, es el mejor presente navideño.
Feliz Navidad a estas dos personas en especial, y a todo el mundo en general. Merry Christmas!

domingo, 23 de diciembre de 2012

Wicked

Andar por Broadway es una de esas cosas que te llena de ilusión, sientes cada neón, cada luz, iluminando tu cara de asombro por la cantidad de teatros que observas. Te fijas en los carteles, todos te llaman la atención de una forma u otra. Reclaman tu asistencia con comentarios de críticos que alaban esa obra en particular. En cada teatro contemplas los nombres de las estrellas que forman el elenco que actuará en unos momentos allí dentro y te sorprendes al ver a tal o cual nombre conocido. Al actor de Hollywood que para reciclarse se mete a protagonizar un musical o una comedia teatral.
Broadway y en particular la parte en la que se concentran los teatros es un hervidero de gente minutos antes de que empiecen los espectáculos. Personas venidas de todos los rincones del mundo que desean empaparse del glamour de haber asistido a un lugar con una clase especial. Un lugar de ensueño donde miles de actores han conseguido fama mundial, donde el sueño de triunfar es proporcional a la popularidad que consigas.
La gente se agolpa en las entradas de los teatros, nerviosos, espectantes. Muchos se visten con sus mejores galas para la ocasión. Otros, en cambio, se intuyen que son turistas de paso y van más acorde a su condición. Pero todos tienen en su semblante una sonrisa. Porque te adentras en un mundo que hasta hace poco tiempo estaba vedado a la mayoría. Ahora las funciones son diarias con incluso dos pases algún que otro día, los precios son asequibles y puedes conseguir unas entradas aceptables por un buen precio. Internet y la globalización han hecho que todo esté más al alcance de la mano de cualquiera. Pero todo eso no le quita ni ápice de ese sentimiento de saberse especial. Un privilegiado.
Eso mismo sentí yo cuando fui a ver Wicked. He visto otros espectáculos en Broadway pero ni siquiera la grandiosidad de El Rey León, ni la delirante comedia How to succeed in business without really trying, pueden comparárse a la historia protagonizada por Elphaba.
Al entrar al teatro no me esperaba el caudal de sensaciones que me produjo el musical, había leído críticas muy buenas, y más o menos sabía el hilo conductor de la obra. Que para aquel que no haya oído hablar nunca de ella, se centra en la vida de las brujas del oeste y del norte antes de encontrarse con Dorothy en Munchkinland y de intentar buscar al temido mago de Oz.
El teatro era bastante grande y todos pululábamos antes del comienzo por el hall, viendo la muestra de fotografías de los mejores momentos del musical, observando el vestuario que exponían en vitrinas de un cristal reluciente, tomando una cerveza o un refresco antes de enfrentarse a la bruja mala del oeste, viendo la tienda y decidiendo si más tarde comprarás algo.
Y llega el momento de sentarse en la butaca, reclinarse, ponerse cómodo, y disfrutar. Y desde el primer segundo es lo que haces. La historia te llena, te conmueve, te toca la fibra sensible, hay momentos en los que sientes que vas a llorar como un niño y otros en los que sueltas carcajadas que se escuchan cuatro filas más atrás. Quizá yo lo vi de esa forma porque me sentí identificado con el personaje de Elphaba, la bruja del oeste. Una mujer buena en su interior pero diferente, nació verde. Y eso provocó el rechazo de la gente, y sentirse incomprendida la hizo cambiar al final. Ella quería ser una bruja buena, quería utilizar la magia para el bien. Bueno, todos sabemos lo que le ocurre a la bruja del oeste en el mago de Oz. Acaba bajo la casa de Dorothy, aplastada. Un final triste para una bruja que en el fondo tenía su corazoncito de hada buena.
Los actores lo bordan y la música es vibrante, te engancha, te sumerge en la historia. Y el número estrella, el que realmente me hizo estremecer fue Defying Gravity. Esa canción esta llena de intenciones. La amistad entre las dos brujas, la lucha interior que se debate en Elphaba, el decidir tomar un camino aunque la vida se empeñe en que tomes otro. Las voces de las actrices se te mete en el corazón, en el alma y el final tan espectacular de este número te hace aplaudir hasta que te duelen las palmas de las manos. Increíble, es una fiesta para los sentidos. Un final de acto espectacular.
Sigues la historia de los personajes atentamente, sufres con ellos sus aventuras. Los actores consiguen transmitirte ese aluvión de sentimientos y sus voces hacen que tu vida durante un par de horas sea parte de ese mundo, un mundo de fantasía, de amistad, de traición. Y cuando todo acaba te deja pensativo. Piensas que ahora cuando veas el mago de Oz ya nada será igual. Has sufrido un cambio interior. La bruja del oeste que acaba bajo la casa de Dorothy por el terrible tornado ya no será la malvada bruja, será Elphaba. Comprenderás porque ha llegado hasta ahí, el recorrido que sufrió su vida para actuar del modo en el que lo hizo.
Al levantarte de la butaca y salir al hall de nuevo, eres otra persona, ves la vida con otros ojos. Eso es lo que tiene el arte. Cambia a las personas. Y Wicked es un obra de arte.
Y me fui a la tienda y compré el cd con la banda sonora para escucharlo de vez en cuando y recordar ese instante en el que, emocionado, te das cuenta que todos somos un poco Elphaba, todos intentamos luchar contra viento y marea por lo que queremos llegar a ser.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Sueños

Los sueños son incontrolables, impredecibles, a veces indeseables, a veces ni te quieres despertar.
Mi momento de hoy es un sueño, no un sueño en particular. Últimamente me ha dado por pensar en los sueños que tengo, puede que sea de persona poco normal, incluso rara, pero hace mucho un profesor mío de filosofía nos dijo que si podíamos recordar los sueños que los escribiéramos porque se puede conocer mucho de ti mismo por lo que sueñas.
De pequeño, en cierta ocasión, me desperté encima de la cama a cuatro patas y ladrando. Como sí me hubiera convertido en un perro. Lo cierto es que al despertar me dio miedo, y llamé a mi hermano para que estuviera conmigo acompañándome en mi terror nocturno.
Cuando tenía pesadillas, mi hermano que entonces tenía 4 o 5 años me decía, piensa en espinete y se te pasa. Buen consejo. Pero aún así yo tenía bastantes pesadillas. Sueños que para un niño son de un pavor terrible.
Y que decir tiene de ese momento justo antes de quedarte dormido, ese duermevela, ese momento entre la vigilia y el sueño en el que puedes ver cualquier cosa, apariciones, ilusiones, visiones fantasmagóricas. Da miedo, sinceramente.
Sin embargo me encantaba soñar. Ya siendo más mayor un amigo del colegio me dijo que si pensabas en una persona mucho, antes de dormir, soñabas con ella. Y yo lo probé, y funcionó, vaya que si funcionaba. Me gustaba una chica de clase y cada noche pensaba en ella, me dormía viéndola en mi mente, jugando juntos en el patio del colegio, o comiendo en el comedor junto a los demás chicos de clase. En esa época me encantaba soñar, era el mejor momento del día. Luego de adolescente lo intenté de nuevo y parece que la magia desapareció de pronto. Ya no controlaba los sueños, eran visiones locas, aventuras rocambolescas y de vez en cuando alguna que otra pesadilla. Una de ellas, bastante recurrente, era que varios aviones se caían del cielo, sobre mí. Y yo corría desesperado para que no me aplastaran.
El sueño es algo complejo, hace un tiempo escuche que los bebés antes de nacer mueven los ojos como si estuvieran en fase REM. Una fase en la que estas profundamente dormido y en la que se sabe que se sueña. Y te preguntas, ¿que sueña el feto de un bebe? No tiene ningún tipo de experiencia vital para que el cerebro pueda montar algún sueño. ¿Por qué algunas personas no pueden recordar sus sueños? ¿Cómo es posible que en un sueño puedas reír y llorar y esos sentimientos se trasladan al cuerpo y te sorprendes riendo o llorando al despertar? Cómo digo los sueños son muy complicados de entender.
En estos dias, no puedo por menos que decir que mis sueños son menos controlables que nunca. Me descubro a mitad de la madrugada inquieto, nervioso, triste, cansado, feliz. Me gustaría poder controlarlos como de pequeño, y poder fantasear sobre la almohada con lo que yo deseo, pero es imposible. No hay manera. Cada noche cierro los ojos sin una pequeñísima idea de la película que montara mi mente mientras duermo. Algo que parece normal es desesperante porque no quiero soñar con algunas cosas, el cerebro se comporta como un auténtico bellaco de cómic. Haciendo y deshaciendo  a su voluntad. Preferiría soñar con la rubia que se sienta enfrente de mi en la biblioteca, esa que solo con mirarme el corazón se acelera. O con la rubia con cuerpo de modelo y sonrisa cautivadora que pasa por mi trabajo y a la que jamás me atreví a decir nada, pero en sueños todo es posible. Aunque mucho me temo que seguiré soñando cosas que no me apetecen, cosas que cuando abres los ojos piensas que aún siguen ahí, que todo es real y tienen que pasar unos minutos para hacerte a la idea de que todo es una fantasía horrible orquestada por tu cerebro. O quizá todo sea cierto te dices, quizá todo sea verdad y ese sueño solo sea una especie de premonición, de visión del futuro. 
Los sueños ante todo son perturbadores, sean buenos o malos, aventuras felices o pesadillas increíblemente reales. Pero hoy me he propuesto intentarlo de nuevo, intentar cerrar los ojos y pensar en la rubia con cuerpo para pecar y sabor a caramelo. Quizá consiga ligarmela, sólo quizá. Los sueños son así.