La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 12 de enero de 2013

Desmontando a Rubén

A lo largo de mi vida, tengo 35 años, siempre ha habido una constante. Algo que he buscado cada día, algo que me ha hecho soñar. El amor.
He sido una persona tremendamente enamoradiza. Siempre, desde que tengo uso de razón. Cada mañana de estos 35 años me levanté pensando en la chica que en ese momento ocupara mi mente. Deseando estar a su lado, hablar con ella cada minuto del día, reírnos juntos, llorar abrazados, sostener su mano.
La primera fue Vanesa. Con diez años me enamoré perdidamente de esta chica. En el colegio jugábamos juntos, éramos amigos, y ella me parecía la niña más maravillosa de todo mi mundo. Comíamos en el colegio, y mientras lo hacíamos, nos retábamos a ver quien desviaba antes la mirada. Yo siempre perdía. Hasta los 13 años estuvo cada día en mi mente, quería sentir esa mirada sobre mí durante toda mi vida.
Me mudé de casa. Para un chaval de esa edad fue triste. Su primer amor, aunque fuera no correspondido, se quedaba y el se iba. Ese último verano allí supe que era la melancolía por primera vez.
Sin embargo, al empezar de nuevo el colegio nueva gente encontré y de otra chica me enamoré. Esta era distinta a la anterior, pero con algo en común con todas las chicas que aquí mencionaré. Todas me parecieron muy especiales.
El sentimiento evolucionó, lo que de niño eran juegos inocentes y soñar con mirarla eternamente se transformó en querer besarla. Un simple beso. Un contacto también inocente pero muy expresivo. Y cada día que veía a esta niña  en el colegio deseaba hacerlo. Ella me encantaba, ¡era tan dulce y simpática! Fui al instituto con ella, y vivía cerca de mi. No obstante nunca la dije nada, sabía que también ese sentimiento era no correspondido. Aún así muchas noches soñé que ella era mi princesa y yo su príncipe encantado. Su nombre es Itziar.
Al salir del instituto otra mujer ocupó mi mente. Ya eran cosas mayores. Ángela era de otra ciudad, de otro mundo. Y el sentimiento acabó por madurar del todo. Ahora era amor completo, desear un contacto físico. Con esta chica mantuve una atracción cercana a la locura. Muy intenso. Dos jóvenes enamorados que descubren la vida, que sienten el azote del deseo, que comienzan a hablar de familia. La lejanía acabó por desquiciarnos y todo se volvió escabroso y duro.
Silvia vino después. Era un espíritu libre. Su locura es lo que me tenía enganchado. Además era preciosa. Intentaba estar a su lado cada oportunidad que tenía. Ella ya tenía novio y yo no pude más que  soñar con ella. Mirarla y sonreír mientras en mi interior me moría de ganas de fundirme en un beso pasional que durara hasta que el mundo ya no fuera mundo. Un par de años sufrí esta impotencia.
Luego llegó Paola, una chica muy guapa. Exótica. Distinta. Trabajaba conmigo, éramos buenos amigos. Pero una vez más alguien ahí arriba se reía de mi y Paola ya estaba comprometida con otro tío.
Mi corazón y mi alma empezaban a inquietarse. Deseaba encontrar un amor correspondido.
Sin embargo apareció Lules, una mujer extremadamente bella. Una mujer impresionante. Me encantaba su forma de hablar, de expresarse, de contar las cosas. Acabé enamorado de ella en cuanto me miró pero ella jugaba en otra liga y yo solo pude disfrutar de su compañía durante un brevísimo espacio de tiempo.
Mi desazón era obvia, mi alma estaba turbada. Sentía un desasosiego tremendo. Gritaba al destino. Si había alguien para mí deseaba encontrarla ya.
Almudena apareció en mi vida de pronto. Un día de verano. Me enamoré de ella por su bondad. Una mujer adulta con alma de niña, al igual que yo. Dos personas muy parecidas en su corazón y en su pensamiento. Y ella se enamoró de mi también. Mario Benedetti escribió que para estar total, completa, absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor. Y no podría estar más de acuerdo con él. Diez años y unos meses después ella dejó de amarme y todo se acabó. La bondad que vi en ella se había transformado. 
Tres meses después de ese impacto tremendo que es no saberte amado estoy en una zona extraña. Por las mañanas ya no me levanto pensando en nadie. Algo que he necesitado durante los últimos 25 años. Me siento raro, creo que he perdido la capacidad de soñar.
Ese impedimento para fantasear, para una persona como yo, es la muerte. Vivir como un zombie. Mi corazón necesita alguien por quien latir, aunque sea una utopía, inalcanzable. Y lo más desmoralizador es que no veo a nadie especial, ¿se habrán extinguido esos seres?¿o será que no quiero encontrar a nadie por miedo a qué mi pobre y recompuesto corazón se rompa de nuevo en mil pedazos?¿o quizá es el tiempo?
Ciertamente no lo se. Ahora lo único que se es que soy un pedazo de carne sin alma.¡Quiero sentir!¡Quiero soñar!
Escribo esto escuchando música celta, incitadora, evocadora, con un punto de pasión, de romanticismo. Y una lágrima cae. Un punto de partida. Un cuerpo que llora tiene algo de alma, ¿no?  





viernes, 11 de enero de 2013

The Star-Spangled Banner

La primera vez que escuché, en directo, el himno de Estados Unidos fue en un partido de la NBA.
Nueva York, Madison Square Garden. Templo mítico del deporte americano y en especial del baloncesto. Knicks contra Memphis. En aquel momento era un partido más entre un equipo de la conferencia este y otro de la oeste, sin nada en juego. Sin embargo yo iba con una emoción inmensa que estalló en el momento del himno. Lo cantó una niña, con una voz vibrante, llena de potencia, una entonación perfecta. Se me hizo un nudo en el estómago y la piel se me erizó. ¿Qué tiene esa canción que emociona tanto? ¿Quizá fue el ver a los americanos levantarse al unísono, como si tuvieran un resorte en las piernas, y ponerse la mano derecha en el corazón? ¿Quizá oír cantar y tararear a cientos de personas a la vez? ¿Quizá ver en los video-marcadores la bandera en tamaño gigante de las barras y estrellas? ¿Quizá sea yo, que soy un poco friqui y me gustan ese tipo de cosas? Puede que sea una mezcla de todo ello. Lo único cierto es que en ese momento, al acabar la niña de cantar, silbé y aplaudí como un estadounidense más. Me había convertido en un yanqui en ese ritual deportivo.
Pasa con muchos de los himnos americanos, que lo de ser patriotas lo dominan que da gusto. ¿Habéis oído el de los marines? Seguro que sí os sonará. Buscadlo por internet. Escuchadlo. "From the Halls of Montezuma, to the shores of Tripoli; we fight our country's battles, in the air, on land, and sea; first to fight for right and freedom, and to keep our honor clean; we are proud to claim the title of United States Marine." Te dan ganas de alistarte, de coger un fusil y largarte a cualquier guerra absurda con el tatuaje de Semper Fidelis en el brazo. Es extremadamente motivadora, y la música apoya la letra en todo momento.
Otra canción que usaron como himno, o como representación de unos ideales fue Yankee Doodle. La letra es maravillosa, es alucinante. "Yankee Doodle went to town, a-riding on a pony; he stuck a feather in his hat and called macaroni. Yankee Doodle keep it up, Yankee Doodle dandy; mind the music and the step, and with the girls be handy!". Hay una película que en inglés se llama Yankee Doodle dandy, en la que sale James Cagney, y verle cantarla y bailarla es una delicia. Su voz y sus pasos te dejan con la boca abierta de par en par.
Esta no es americana pero no puedo dejar de mencionarla. "The British Grenadiers" es una marcha inglesa. La podeis oir en la genial pelicula de Kubrick "Barry Lyndon". Los tambores resuenan, las flautas lanzan su melodia y escuchas esta letra, "Some talk of Alexander, and some of HerculesOf Hector and Lysander, and such great names as these. But of all the world's great heroes, there's none that can compare. With a tow, row, row, row, row, row, to the British Grenadiers."
Te imaginas que estas en la batalla, ingleses contra los colonos americanos. Casacas rojas contra casacas azules. Emocionante. Exaltación del alma. Tu yo guerrero se levanta de las sombras.
"Dixie" o "I wish I was in Dixie" es una canción sureña de la época de la guerra civil. Y aun hoy es toda una declaración de sentimientos. La versión por la que yo la conocí fue la que hizo Elvis Presley. Es una joya. "I wish I was in the land of cotton, old times they are not forgotten; Look away! Look away! Look away! Dixie Land. In Dixie Land where I was born, Early on one frosty morning, Look away! Look away! Look away! Dixie Land.". Tiene algo, ¿verdad?
Ahora recuerdo otra con una fuerza tremenda, música poderosa, sonido que engancha, letra que conmueve. La cantaban ambos bandos de la guerra civil, y es un deseo de que los soldados vuelvan a casa. Me refiero a "When Johnny comes marching home". La habéis oído, seguro, en la tercera parte de La jungla de cristal. "When Johnny comes marching home again. Hurrah! Hurrah! We'll give him a hearty welcome then. Hurrah! Hurrah! The men will cheer and the boys will shout. The ladies they will all turn out. And we'll all feel gay. When Johnny comes marching home."
De esta época también es "oh, Susanna". Una de los primeros mega éxitos americanos. Y la adoro. Me encanta. "Well I come from Alabama with my banjo on my knee, and I'm bound for Louisiana, my own true love for to see. It did rain all night the day I left, the weather was bone dry. The sun was so hot I froze myself, Suzanne, don't you go on and cry. I said, oh, Susannah, now, don't you cry for me, as I come from Alabama with this banjo on my knee."
La última que menciono para no aburrir, es una con toques de gaita. "The Irish Brigade". Preciosa. Si cierras los ojos y dejas la mente volar, te traslada a otros tiempos y lugares. Evocadora. Melancólica. 
No iba a hablar de esto hoy, pero las canciones me han venido a la mente y no he podido resistirme. Por cierto, ya que me he puesto ha escribir sobre música de la guerra civil americana, ahora esta de moda la película de Spielberg. "Lincoln" tiene 12 nominaciones a los Óscar. ¡Habrá que verla!












jueves, 10 de enero de 2013

Georges Méliès

Voy a contar hoy algo que muy poca gente conoce de mi. Estas personas se podrían enumerar con los dedos de una mano y sobrarían cuatro.
No es una cosa inconfesable, ni tan siquiera es algo que se salga fuera de lo común. Sin embargo nunca lo dije, lo mantuve en el secreto más absoluto.
Mi pasión por el cine creo que es evidente para el que haya leído estos pequeños episodios de mi vida que día a día voy relatando. Es un amor hacia los "narradores de historias".
El día que me di cuenta de ello es el día que vi Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. Hace muchos años contemplé esta cinta con una emoción y una fascinación que se apoderaron de mi ser.
Es un viaje a través de los ojos de Totó, un niño inquieto, sagaz, curioso. Desde el primer momento le coges cariño y creces junto a él. Te haces adulto a su lado. Compartes sus sueños. Anhelas sus deseos. Amas a Elena al igual que él. Totó empieza a enamorarse del cine a través de su cicerone Alfredo. Este hombre es el encargado de proyectar las películas en un cine de un pueblo italiano de los años 40. Alfredo transmite su amor por el cine a este niño y a su vez a todos los que contemplamos sus vidas desde nuestras casas.
Un buen relato necesita de una buena música y la banda sonora de Ennio Morricone te lleva por ese mundo de sentimientos como si flotaras en una nube y fueras a parar a ese pueblecito italiano. Imagen y sonido estarán unidas para siempre en tu mente al recordar ciertas escenas. Sobre todo la final, una oda a la libertad, al amor y al beso.
Por sí alguno aún no la ha visto no rebelaré nada más de la historia, pero si diré que cuando terminé de verla, algo en mi interior surgió. Un deseo irrefrenable de hacer cine.
Al año siguiente me inscribí en la escuela de cine de Madrid. Para entrar había que hacer una serie de pruebas,  y elegir en que disciplina querías matricularte. Yo hice la prueba para dos, para dirección y para actor. Quería ser director, mostrar al mundo mi visión de las cosas mediante la cámara. Poder contar historias que de ningún otro modo podría conseguir narrar. La mirada de un chico que nunca supo expresarse muy bien. Lo de actor fue vanidad, fue un capricho. Nunca tuve madera de actor. Ni en un millón de años podría hacerme pasar por alguien que no soy. Credibilidad en el personaje que interpretara nula. Ninguna de las dos las pasé. No iba preparado, haber leído unas cuantas revistas sobre el tema no fue de gran ayuda ya que se presentaba muchísima gente y algunos bastante más puestos que yo en temas como que películas dirigieron Antonioni o Lars Von Trier por poner un ejemplo. Más que nada era curiosidad, ir a las instalaciones, ver a la gente de allí, inmiscuirme en su mundo por unos instantes. Simple curiosidad. Pero me picó el gusanillo y decidí que al año siguiente lo volvería a intentar.
Compré unos libros, leí mucho sobre cine, vi muchas películas de todos los géneros y épocas, escuché programas de radio que hablaban sobre el tema. Me empapé bien de todo lo que pude. Y el día llegó.
Habría unas 700 personas. La primera prueba era un test de cien preguntas. Cada uno, dependiendo de la especialidad a la que hubiera decidido presentarse, tenía unas preguntas determinadas. Como dirección engloba todo, mi examen tenía todo tipo de cuestiones. Posiciones de cámara, movimientos de esta, quien dirigió tal o cual película, quien realizó la banda sonora, comienzos del cine, que actor hacia el personaje equis en un filme japonés, cine mudo, Nouvelle Vague, etc, etc, etc.
Como en todo test que se precie, por pregunta fallada te quitan puntos, por lo que responder cualquier cosa se te quita de la cabeza enseguida. No recuerdo cuanto duró la prueba pero cerca de dos o tres horas creo que si estuve, y al salir la cabeza la tenía totalmente embotada. Pero fue una experiencia bonita. El hecho de que la prueba fuera en la sala más grande del Kinepolis ayudó al ambiente que se respiraba. Cine por los cuatro costados. Eso era lo que nos unía a todos los que allí estábamos.
Unas semanas más tarde dieron los resultados. Yo había pasado a la siguiente prueba. Me ilusioné, me alegré tanto que ese día falté a mis clases habituales y fui al cine a celebrarlo. ¿Qué mejor forma?
La siguiente prueba era a mi modo de ver más complicada, bastante más.
Aún había bastante gente. A los que pasamos a esta fase por medio del test se unieron otros que no tuvieron que hacerlo por haberse matriculado en un curso de verano que te daba la opción de librarse de las cien preguntas. Quedaríamos unas 300 personas.
También fue en una sala del Kinepolis. Nos pusieron una película y había que analizarla según a lo que te presentaras. La prueba empezó a las 9 de la mañana y acabó a las 3 de la tarde. De esta si me acuerdo del horario porque acabé tan cansado que se me grabó en la mente.
Libertarias, de Vicente Aranda, fue lo que nos pusieron. Entre los nervios y que era la primera vez que la veía no tuve muchas esperanzas en pasar al próximo reto. Eso, unido a mi nula habilidad para expresarme, ya sea por escrito o hablando, dejaron mis espectativas por los suelos. Pero aún así, como me había gustado bastante el argumento, más animado la comenté y analicé bajo la mirada de un futuro director. Rellené cuatro folios por ambas caras. Primero fue un borrador y cuando estuve más o menos conforme con el resultado lo volví a escribir sin borrones ni comentarios en los márgenes a lo que había redactado. Salí de allí sin ninguna convicción de haberlo hecho bien. ¿Demasiado crítico conmigo mismo? Quien sabe.
Transcurrido el tiempo de espera para saber el resultado, me acerqué a ver la lista de los elegidos. 40 nombres, ahora ya solo en la especialidad de dirección, constaban en esa hoja. Cual fue mi sorpresa al ver que mi nombre estaba allí escrito. Sí, una nueva prueba me esperaba.
Deberían quedar sólo 25 para la última prueba, que era una simple entrevista personal, y la forma de eliminar a gente fue el tercer escollo antes de la ansiada meta. Ahora ya nos metieron en una de las clases de la escuela de cine. Nos repartieron una serie de hojas con unas viñetas dibujadas en ellas a modo de storyboard. Teníamos que escribir un guión utilizando como guía esos dibujos. Construir una historia. Modelar unos personajes. Dotar de alma esos bocetos. Me puse muy nervioso y es lo peor que me puede pasar. Inventar y contar. Ideé una trama un poco rocambolesca. No puse énfasis en lo más importante de cualquier historia, las personas que la viven. Me dediqué simplemente a esbozar algo general, sin profundizar. No di vida. No creé.
Y ahí me quedé. La ilusión se esfumó y ya no lo volví a intentar. Mi sueño de ser director de cine se volatilizó.
Observándolo con la perspectiva que siempre da el tiempo, me alegro de haberlo hecho, fue una experiencia inolvidable. Aprendí mucho. Y sobre todo me conocí a mi mismo un poco más.
Hoy es un buen día para dejar salir este recuerdo de mi mente, para dar a conocer un secreto personal, para revivir este momento especial. Hoy se han dado las nominaciones para los Oscar. Un día para hablar de cine.
Para aquellos que no lo sepan, Georges Méliès fue el primer "contador de historias" usando un proyector de imágenes. Los hermanos Lumière inventaron el cine propiamente dicho, pero era algo más documental. Georges fue el primero en contar relatos de ficción mediante trucos y efectos que el mismo desarrolló. Desde este humilde blog le dedico este relato. Para él mi más sentida admiración.

miércoles, 9 de enero de 2013

Nápoles

Tenía miedo.
Sentía pánico por lo que había leído sobre la conducción en Nápoles.
Salí de Milán y fui por las carreteras italianas en dirección al sur de Italia. Con el paso de los kilómetros ya se veía el contraste entre el norte y el sur. Los peajes de las autopistas cambiaron. Las cabinas de los controladores pasaron de ser un mero cubículo con ventanilla a fortificaciones impenetrables. Las áreas de descanso cuidadas de la zona de Lombardia se convirtieron en gasolineras cutres con tienda de la región de Campania.
Al llegar a Nápoles, sin GPS aún, con un simple mapa de la ciudad de una guía turística me entró un cosquilleo en el estómago. Era por la tarde, hora punta. Miles de coches transitaban por las calles. El respeto por las señales de tráfico era nulo. Los semáforos están prácticamente de adorno, las glorietas son una confusión eterna sobre a quien le toca pasar, los transeúntes cruzan la carretera en el instante que menos esperas, motos que hacen eslalon como si creyeran ser esquiadores en Panticosa bajando un remonte. Un auténtico caos. Ahora lo recuerdo con una sonrisa, con nostalgia quizá pero en aquel momento maldije a más de uno. Intentaba estar atento a todo mientras buscaba calles que salieran en el mapa que llevaba para ubicarme. Al fin logré encontrar el hotel, y aliviado vi salir al botones que amablemente recogió las llaves del coche y lo llevó al garage.
Esa fue mi entrada a una ciudad que me gustó, pero no por sus monumentos, que están la mayoría muy descuidados. Me gustó por el ambiente que se respira. La Italia más auténtica.
El mismo día de mi llegada, al anochecer, salí a dar una vuelta y cenar. Al lado del hotel, situado por lo que vi en la mejor zona posible, había un castillo y alrededor muchos restaurantes. Es muy entretenido ver como los encargados de darte una mesa te intentan convencer para que te sientes en su restaurante. Incluso se llegan a increpar entre ellos. Ver como discuten dos italianos es gracioso y a la vez te infunde respeto. Repetí en uno de ellos porque me resultaba muy gracioso el maitre, el primo Luigi lo llamaba, típico tío salido de una película de mafiosos.
En Nápoles tienes esa sensación en todo momento, de que familias que controlan los barrios te observan al pasar. De que la Camorra esta al acecho. Hay varias zonas de la ciudad en las que no te sientes seguro al 100%, y al mismo tiempo son las más bonitas, las callejuelas estrechas con ropa tendida en sus ventanas, calles en las que la "mamma" del clan familiar está sentada en el portal en una silla de mimbre mientras los niños juegan y corretean entre los coches. Paseando te viene el olor de los mercados, puestos abiertos a la calle, las frutas y verduras con sus colores dan alegría al ambiente. Señoras comprando, tirando de sus carros llenos de comida, hablando entre ellas. Oír hablar italiano me encanta, es un idioma muy expresivo, con una sonoridad que hace que cualquier cosa que se diga parezca algo dulce, amable, simpático. Incluso cuando se alza la voz parece que los insultos son educados. Te dan ganas de aprenderlo. De entenderlo. Es una lástima que nunca lo haya intentado.
La comida napolitana es una delicia. Las pizzerías tienen sus hornos a la vista y observas como hacen la masa, como la tiran hacia arriba y la cogen al vuelo, como ponen harina sobre la mesa de la cocina y comienzan a amasar, es como un ritual. La comida es algo sagrado para los napolitanos. ¡Y está tan llena de sabor! Los spaguetti a vongole, el ragú napolitano, la zuppa di cozze, el risotto, la lasagna de carne. Un festín para el paladar.
Uno de los días fui al Duomo, la catedral. Su fachada estaba llena de pintadas. ¿Cómo es posible que a alguien se le ocurra dejar ahí su sello? Y lo que es más confuso, ¿cómo es posible que no lo limpien? En La Fontana de Trevi, en Roma, tienen a media docena de carabinieri plantados todo el día.  Aquí se nota que la ley es otra, o más bien, lo que se nota es la ausencia de esta. La mafia es la dueña. Los sobornos deben estar a la orden del día. Y la policía se dedica a otros quehaceres. Me quedé un poco desilusionado, deberían cuidar algo más ese tema. Italia es arte y el arte debe respetarse. Pese a esto, Nápoles, al ser una ciudad costera, esta imbuida por ese aroma a mar, a Mediterráneo. Los griegos, romanos y españoles dejaron huella en sus edificaciones, en sus historias y leyendas. Incluso a Napoleón le dio por invadirla. Cuna de artistas. El polichinela, el "o sole mío", Sofía Loren, Giordano Bruno o Bud Spencer nacieron aquí. La pena es que esa esencia mediterránea quede eclipsada por las constantes huelgas de recogida de basuras, negocio controlado por la Camorra.
Me gusta esta ciudad, rezuma un aire de la Italia que todos hemos visto en películas de Vittorio de Sica, Rossellini o Luchino Visconti. Las que retrataban a gentes de clase obrera y gente desfavorecida. Historias de finales de la segunda guerra mundial y la posguerra. Algunas calles de Nápoles te sumergen en ese ambiente. Y para mi es lo bello de este lugar, el elemento diferenciador respecto a otros sitios que he visitado en este maravilloso país.
Es caótica y por eso mismo es genial. Impredecible. Algún día tengo que volver.

martes, 8 de enero de 2013

El poder de la mente

Roma, año 1960. Una atleta americana gana tres oros olímpicos. Wilma Rudolph de 20 años de edad es la vencedora en los 100 m, en los 200 m y en relevos. Cuando tenía 6 años de edad sufrió un ataque de poliomielitis que hizo que tuviera paralizada una pierna durante varios años. En el año 1961 se convirtió en la mujer más rápida del planeta batiendo el récord mundial.
Leningrado, marzo de 1970. Una mentalista rusa para el corazón de una rana con la mente. Ninel Sergeyevna Kulagina aparentemente acelera y decelera un corazón animal a placer, logrando pararlo. Es famosa por los experimentos realizados en Rusia para mover objetos, sin contacto físico alguno, científicos soviéticos corroboraron la veracidad de estos y fue utilizada en la guerra fría por su poderes telequinésicos.
Bruselas, año 1970. Un padre inscribe a su hijo, bajito y enclenque, en una academia de Karate. Tras un arduo trabajo y mucha dedicación Jean-Claude Van Damme se convierte en uno de los actores mejor pagados en Hollywood, a principios de los 90, por sus películas sobre el Muai Thai y las artes marciales.
Ciudad de Ulm, Alemania. Año 1879. Nace un niño con problemas para el habla, hasta los tres años no dice una palabra y todo el mundo piensa que sufre algún tipo de retraso mental. Albert Einstein, tiempo más tarde, se convierte en el mejor físico del siglo XX, ganó el premio Nobel y formuló la teoría de la relatividad.
Nueva York, año 1879. Un hombre perseverante descubre un filamento que tarda dos días en fundirse. Esto cambia el mundo completamente. Thomas Alva Edison mejora la lámpara incandescente. Se asocia con J. P. Morgan y fundan General Electrics distribuyendo la electricidad por todo el país. A la edad de 8 años su profesor le echa de la escuela argumentando que es un alumno estéril e improductivo. A lo largo de su vida patentó más de mil inventos.
Hong kong, año 1971. Un niño de siete años, proveniente de una familia muy pobre, es matriculado en la Opera de Pekín. Durante 10 años soporta entrenamientos de hasta 18 horas, es instruido en el arte del baile, la interpretación y el kung fu. Aguanta con disciplina y tesón. Jackie Chan es venerado en China, y es considerado uno de los mejores actores de artes marciales por el riesgo de sus acrobacias.
Viena, mayo del año 1824. Un teatro a rebosar escucha con deleite la sinfonía n°9 en re menor de Ludwig Van Beethoven. Es su estreno y el compositor alemán contempla la sala con orgullo. Sin embargo no puede escuchar su obra. Está completamente sordo. Esta sinfonía, que es el actual himno de la Unión Europea, es compuesta por un Beethoven aquejado, entre otras muchas cosas, por una completa sordera.
He aquí unos pocos ejemplos del poder que tiene la mente. Gente desahuciada, niños dados por vagos o enfermos, personas a las que se les creía sin ningún futuro, o simplemente gente como Nina Kulagina. Todos utilizaron la mente como arma. Todos trataron de salir adelante con ingenio, perseverancia, inteligencia. Pusieron todo su empeño en lo que hacían. Creían en sí mismos.
Bueno, y os preguntaréis a que viene todo este despliegue de ejemplos de gente notable. ¿Qué momento de mi vida puede equipararse a estas increíbles hazañas de personas tan destacadas de la historia? Pues ninguno, no voy a compararme con estos monstruos intelectuales y extraordinarios. Pero hay un instante de lucidez en mi vida en el que durante unos minutos pude sentir ese poder mental.
Las Rozas de Madrid, año 1995. Último año de instituto. Un chico está en medio de un examen de química, necesita hacer una prueba casi perfecta para aprobar el curso. Es necesario sacar un 9.2 para compensar un mal primer examen. Lo difícil de la situación es que la materia la lleva cogida por los pelos, no se ha esmerado mucho en estudiar y ve complicado incluso aprobar. Pero en cuanto le dan las preguntas y se dispone a leerlas cierra los ojos y se dice a si mismo, puedes hacerlo. Confianza Rubén. Este chico lee las preguntas, coge el bolígrafo y empieza a escribir. Las palabras se escriben solas, las fórmulas químicas salen como si su mano estuviera poseída por algún ente divino. Durante la siguiente hora no para de garabatear en el folio. El profesor cuando acaba el tiempo recoge su examen y el chico se extraña de la rapidez con la que ha pasado todo. Alea iacta est.
A los dos o tres días ya están los resultados. Una inmensa sorpresa se adueña de este chico. Un 9.5 le salva de una convocatoria para septiembre.
Quizá fuera suerte, quizá fui afortunado en ese momento. Mi opinión al respecto es otra. Las sensaciones que tuve fueron poco menos que raras. Perdí la noción del tiempo, logré una concentración absoluta y mi mente buscó las respuestas a las preguntas. Nunca he vuelto a sentir algo parecido y he hecho miles de exámenes después de ese. No se el motivo pero ese día verifiqué que el poder de la mente es ilimitado. ¿Fue simple potra o un momento de claridad mental, de lucidez? Prefiero lo segundo. Al menos me gusta pensar que fue así.

lunes, 7 de enero de 2013

La Manga del Mar Menor 2.0

Acabo de llegar de la manga hace unas horas y no puedo resistirme a comentar algo sobre estos días.
Y sobre todo un momento. Un momento de paz y tranquilidad. Una de las tardes cogí el coche y me dispuse a dar una vuelta por el largo y sinuoso camino que lleva hasta el final de ese apéndice que es este sitio. Y la verdad es que la cosa a priori no parecía nada del otro mundo, más que nada era por salir un rato de casa y disfrutar de la conducción. Pero la verdad es que me gustó, fue un paseo realmente bonito, y hubo un instante en una zona determinada de la carretera, donde esta linda con el mar donde me paré, me resultó especialmente evocador. Os lo describiré. Atardecer, el sol casi desaparecido en su totalidad, el mar con un suave oleaje, el olor, las luces encendiéndose poco a poco, ni un alma alrededor. No tuve más remedio que parar el coche y bajar. Sentarme en el capó y contemplar esa impresionante estampa. Muy bucólico, tanto que parece de postal pero era tan real como el iPad desde el que escribo. Estuve un buen rato sin moverme, pero ni me di cuenta del tiempo. Sólo sabía que pasaba por el sol que poco a poco desaparecía de mi vista. En el horizonte se veían barquitos pesqueros, pequeños botes y al fondo una costa llena de luces de los edificios que llenan la manga. Casualidad o no, durante ese tiempo que estuve allí no pasó ningún coche, ninguna persona. Tenía ese espectáculo para mi solo. Fue durante unos minutos mi tesoro. Me gustó, más que gustarme me asombró porque no esperaba algo así. He pasado por allí un montón de veces, con el coche y sin él, corriendo o en bici. Pero nunca me había parado como lo hice el otro día.
Mientras observaba el panorama único no pensaba en nada, nada perturbaba mi mente ni hacia que pensara en otras cosas que hicieran que me perdiese esos últimos rayos de sol. Ni el viento que empezaba a soplar en aquel lugar ni la temperatura que bajaba exponencialmente con la ocultación del sol me sacaron de ese ensimismamiento. Maravillado. Realmente no lo esperaba. Y las cosas que no esperas son a la vez las que más aprecias y las que más valoras. Su valor radica en la sorpresa, en la fascinación por lo inesperado. Asombro por lo que nunca te paraste a ver. Suele ocurrir que pasamos por lugares que apenas miramos, que por tener otras cosas en la cabeza o por estar distraídos con pensamientos absurdos no reparamos. Cuantas veces habremos pasado por sitios en los que de pronto, por cualquier inquietante razón nos detenemos en un detalle, nuestra mirada se posa en algo que en muchos años no habíamos observado.
Al final pasó el autobús de línea regular que recorre la manga de arriba a abajo y me sacó del trance. Me levanté y eché un último vistazo a algo que seguramente por mucho que vuelva no volverá a ser igual.
Mientras conducía me sorprendí pensando que La Manga al fin y al cabo no está tan mal. Curioso pensamiento.
Ahora cierro los ojos y recuerdo ese momento para escribir sobre el y ciertamente es un instante paradisiaco. Un instante para vivirlo. Un instante para contarlo.
El mar siempre me ha gustado, me parece algo tremendamente espectacular. Recuerdo hace un año y medio un viaje de Boston a Salem en barco. Me pasé mirando el mar la hora que duro el viaje en el fastferry, desde la proa el viento era infernal a la velocidad a la que íbamos pero no quería perderme esa visión del mar en toda su bravura. El mar tiene algo de misterioso, no saber que hay más allá de la superficie, las profundidades nos reservan cosas que jamás veremos. Barcos hundidos llenan ese fondo, peces inverosímiles, enormes, incoloros, pasan nadando por los esqueletos de madera. Los corales mas impresionantes, con colores tan llamativos, tan vivos que parecen salidos de la paleta de un pintor. El mar atrae. Causa admiración a quien lo desconoce y tentación a quien lo comprende. Tentación por adentrarse en él. Esa fascinación por el mar ha llevado a muchos desde tiempos inmemoriales a inventar monstruos marinos como el Kraken o seres mitológicos como las sirenas. El mar ha transformado el mundo, la erosión del mar ha hecho que acantilados, tan altos como gigantes salidos de epopeyas griegas, se formen. El mar nos da alimento, nos abastece, es vida. Y a la vez, el mar ha dado muerte a los marinos más avezados, por lo tanto es cruel y mortífero con quien lo desafía. Pero sobre todas las cosas el mar es paz y tranquilidad, el sonido de las olas, ese sonido trae recuerdos. Es como el susurro que una madre hace a su bebe. Te adormece, te deja con una serenidad y una paz inimaginables. Eso es lo que sentí yo al mirar desde aquel lugar el mar, una calma interior que necesitaba.
Jamás rebelaré el lugar exacto en el que me paré a disfrutar de todo esto. Ese lugar es mío. Ese recóndito paraje es mi refugio, a la vista de todos pero con una mirada única. Sí, mi mirada. Mi visión de lo que La Manga si que puede ofrecer y es paz. Y mucha, pero mucha tranquilidad.

martes, 1 de enero de 2013

Control

El control del cuerpo.
Esa es mi meta.
Lo he decidido. Sea cual sea mi vida personal o profesional quiero controlar mi cuerpo.
Hay una disciplina deportiva, el parkour, es la carrera libre. Desplazamiento.
Ir de un lugar a otro lo más eficientemente posible, saltando obstáculos, utilizando el cuerpo, distribuyendo los pesos para cambiar el centro de gravedad de uno mismo.
Es un baile, es una danza hipnótica. La verdad es que me ha dejado impresionado.
Y quiero poder hacerlo. Quiero poder decirle a mi mente que realice un salto, y caer donde yo deseo. Un punto, un objetivo. Debe ser alucinante poder manejar tu cuerpo de esa forma.
Hay que tener una flexibilidad, un equilibrio y una resistencia que hay que entrenar. Pero desde luego que lo voy a intentar. No se sí para realizar parkour, pero si para sentir que tengo el control sobre mi mismo.
He leído algo sobre el tema y me gusta su filosofía. Adaptarse al lugar que quieres recorrer, cada uno lo hace de forma distinta, como la vida, que cada uno tiene su forma de atravesar los obstáculos. Todas las formas son válidas si te llevan donde tu deseas. Imaginación y creación.
No es una competición, ni saber que eres mejor o saltas más que otro. Es arte, el arte del movimiento.
Quizá sea un propósito de año nuevo un poco inalcanzable, pero está bien tener una meta. Mejorar cada día, ver que mañana te sentirás mejor que hoy, un avance continuo.
Y lo que más me gusta es la velocidad, la rapidez de movimientos.
Quiero ser rápido, quiero ser veloz. Volar. Como diría Mohammed Ali tan rápido que al llegar a la habitación para dormir, y dar al interruptor de la luz, estar en la cama antes de que esta se apague.
Hay que entrenar, tengo que hacerlo. Mis piernas se harán más fuertes, más veloces. Ganaré potencia,  saltaré más alto. Mi cintura se fortalecerá, conseguiré que ahí se concentre todo, el centro de gravedad, el punto de masa cero, el equilibrio. Mi pecho se ensanchará, junto con la espalda ganará en musculatura. Los brazos, ayudarán a equilibrar el cuerpo. Agarre. Impulso. Acompañan al movimiento. Ganaré en agilidad, me esforzaré en la técnica.
Mi mente serán mis alas. Hará que mis movimientos fluyan. Cerraré los ojos, lo visualizaré y lo ejecutaré con precisión.
Quiero ser rápido. No, seré rápido. Es mi propósito para este año. Ser una máquina perfectamente coordinada, cada acción se corresponderá con una reacción. Leyes físicas. Newton.
Será difícil, duro. Habrá que sudar, que practicar cada movimiento, conseguir elasticidad, flexibilidad, control.
Ganar en confianza a través de pequeños retos, superándolos. Y poco a poco avanzar. Paso a paso mejorar en destreza, precisión, equilibrio, fuerza, agilidad.
He leído una frase de Charles Dickens que no me resisto a transcribir. Dijo que cada fracaso nos enseña algo que necesitamos aprender, de esta manera, el hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.
En el Parkour, como en cualquier faceta de la vida, tan importante es saber caer, la recepción del salto, como saber levantarte, la continuación de la carrera, avanzar.
Feliz año 2013.