La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 20 de febrero de 2017

Día 41: El gato de Cheshire.

¿Es posible que una cabeza sin cuerpo sea decapitada? 
El inteligente gato filosofa a lo largo del camino de Alicia a través del mágico mundo escondido tras el hueco de una madriguera de conejo.

¿Es posible que un corazón sin alma pueda amar? 
Mi país de las maravillas era un montículo en mitad del campo. Cada dos o tres días me dirigía allí con mi bici de montaña, sorteando piedras y matorrales, para soñar y quizá encontrarme con alguien tan inteligente como el gato sonriente que pudiera contestar a una simple pregunta. ¿Por qué estoy solo? 

Mientras sudaba, pedaleando lo más rápido que mis piernas me permitían, no paraba de hacerme esa pregunta. Miles, cientos, millones de personas tenían a su alma gemela. Romeo se desvivía por Julieta, Clarence desafió a Drexl por Alabama, Marco Antonio dejó de lado Roma y su Imperio por Cleopatra, Dante escribió sobre su musa Beatriz, Salomón soñaba con la Reina de Saba, el Capitán Smith olvidó su deber para con el rey Jorge y se quedó con Pocahontas, Hitler se suicidó en un búnker con Eva Braun, hasta el maldito Batman iba acompañado de Robin a todos lados...Y yo, ¿por qué extraña razón estaba solo? ¿Estaba encantado? ¿Alguna pócima secreta me impedía amar y ser amado?

Sentado en una enorme piedra de aquella montaña, deseché las ideas sobre hechizos y envenenamientos provocados por alguna maléfica bruja y llegué a una inquietante conclusión. No tenía alma. Mi corazón latía mecánicamente, sin pasión alguna. Movimientos automáticos llevados por la inercia del simple bombeo de la sangre. Me negaba a creerlo. Imposible, me decía. La música me hace sentir, un cuadro evoca en mi ensoñaciones de mundos del pasado, un libro me provoca seguir los pasos del protagonista, un olor me lleva a mil lugares, un sabor enardece mi espíritu. ¿Cómo que no tengo alma? Grité sobre aquella piedra en más de una ocasión, esperando en vano ver la sonrisa del inestimable gato.  

Nadie me guió por ese infructuoso camino. Ni gatos, ni gusanos, ni conejos, ni tan siquiera la reina de corazones se topó conmigo para intentar decapitar mi pensativa cabeza. (Ciertamente, ¡Qué alivio hubiera sentido de haber caído en las redes de la temida reina!) Mi corazón seguía llevando sangre a todos los lugares de mi cuerpo pero ni una pizca de amor se vislumbraba en él. Anhelaba poder sentir. Deseaba ser acariciado. Soñaba con ser querido. ¡Maldita sea mi estampa! Gruñía con furia, pedaleando de vuelta a casa al comprobar que era un día más viejo, y que nuevamente la oscuridad envolvería mi cuerpo sin un buenas noches, mi amor.

El gato de Cheshire, con su amplia y sempiterna sonrisa, parece dar siempre con la solución adecuada. 
"...ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco."

Siento pasión por cada cosa de este planeta, me conmueven las artes y las ciencias, me emociono al ver llover y al observar la luna aullo como un lobo solitario. Soy intenso, no me cabe duda. Así pues, la única posibilidad que queda es que esté tarado. Loco. Tarumba. Beaucoup chiflado. 
Ahí radica mi problema, no hay duda. De tanto soñar no distingo realidad de ficción. No sé en que parte de mi vida estoy despierto y en cuál sueño con ángeles caídos del cielo. He perdido cualquier noción del lugar y del tiempo, cuál sombrerero loco. 

¿Estaré lúcido en estos instantes? ¿O todo esto es fruto de una cabezada en mitad de la noche?

La bella Alicia descansa a mi lado transportada desde el país de las maravillas hasta mi humilde cama. Su mano derecha se posa sobre el almohadón, la izquierda se esconde bajo él. Me mira con los ojos bien abiertos, observa mi cara detenidamente. Escucho su respiración, siento su pecho subir y bajar llenando los pulmones del mismo oxígeno que respiro yo. Contemplo su boca, deseo acercarme a ella y besarla. Primero un suave beso en las comisuras de los labios, luego un pequeño mordisco en el labio inferior, más tarde busco con mi lengua la suya. ¿Alicia, desaparecerás de pronto? Antes de que pueda contestarme, ya sea fantasma real o ensoñación irreal, mi mano acaricia su rostro. Con el dedo siento su mejilla, sus pómulos, cada poro de su piel. 
El tiempo se detiene o vuela rápido, quién sabe. Pues ya me he convertido en el sombrerero loco y todo cuanto me rodea es superfluo. 
Mi mano baja por su cuello, sorteando el pelo que se enreda entre mis dedos. Llego al hombro, me detengo unos instantes. La mano duda que camino tomar, ¿gato sonriente que camino he de escoger? La decisión se toma en cuestión de milésimas de segundos. El tiempo sufíciente para darme cuenta de que los pezones de Alicia están tocando mi pecho. Noto cómo se ponen duros al rozar mi piel, noto la tensión de la excitación. Alicia respira entrecortadamente, casi son jadeos. Una de sus manos empieza a moverse y tímidamente se desliza hacia abajo. Coge mi pene, lo mueve situándolo en el punto exacto en el que yo solo tengo que empujar levemente. Entonces, en ese preciso instante, Alicia y yo somos uno solo. Conectados por nuestros cuerpos, la respiración empieza a ser rítmica. Nuestras almas entran en resonancia y vibran. Son espasmos lentos, acompasados movimientos de cadera. Abrazo fuertemente su cuerpo como si pudiera desvanecerse como la niebla al despertar el día y dejarme con la miel en los labios. 
Alicia susurra algo en mi oído...Sombrerero, me voy a correr. Dos minutos más, suplico queriendo dilatar ese tiempo que no existe en este mundo lleno de maravillas. 
La respiración se acentúa. La mía se convierte en gemidos salidos de mi propia alma, la de ella se hace aguda, repiqueteante. 
Sonrisas. De un lado y del otro. Recuperación de la normalidad del corazón poco a poco. Alicia posa su cabeza sobre mi pecho. Estoy seguro de que escucha los latidos martilleando mi caja torácica. Buenas noches, mi amor. Te quiero. Oigo decir a Alicia abrazando mi cuerpo. Buenas noches, vida. Suelto yo con la mirada de felicidad situada en un punto indeterminado del oscuro techo. 

En aquella piedra de una montaña perdida en medio del campo, soñaba hace 20 años. Veía a Alicia susurrando mi nombre junto a palabras de amor. Sentía esa calidez de su alma. Sabía que tenía que estar en algún lugar, millones de personas tenían algo así, ¿por qué yo no? 
Ahora, ya no sé en qué mundo estoy. No sé dónde me encuentro. ¿Son sueños reales o fantasías irreales?
Gato de Cheshire, dame alguna pista. ¿Debo seguir creyendo? ¿Debo seguir soñando? ¿Debo seguir yendo a esa montaña cada día? 
En toda su sabiduría el gato aparece de pronto. Sonríe. ¿Por qué sonríes gato? Pregunto curioso. Soy un gato de Cheshire, todos podemos hacerlo y casi todos lo hacemos.

No sé vosotros, pero yo quiero creer que su sonrisa es debida a que sabe que finalmente me convertiré en un cuento con final feliz, tarde un año o veinte en acabarlo. 




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