La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 13 de junio de 2013

Rubén el alquimista

Estaba en Milán.
Había madrugado ese día de agosto de hace cinco o seis años y a las 8:30 de la mañana me encontraba delante de la fachada de la iglesia de Santa María delle Grazie. Un par de meses atrás había hecho la reserva para entrar en ese convento. ¿Por qué tanta antelación para entrar en una iglesia? Bueno, es que no es un sitio cualquiera. Allí dentro se encuentra una de las pinturas más bellas de la historia del arte. Un mural que me dejó impresionado y que me transformó.
Plantado delante del convento, dejando pasar los minutos hasta que me tocara entrar no pensaba en otra cosa que meterme otra vez en la mullida cama del hotel. Así que somñoliento aún, con los ojos entornados y mirada vidriosa entré por el arco de seguridad. Éramos unas 20 personas. Y entre murmullos recorrimos los metros que nos separaban de la sala donde se encontraba el mural. Y en cuanto lo vi mis sentidos se activaron, mis ojos se abrieron completamente y mi piel se erizó. Es realmente grande y domina toda la estancia. Antiguo refectorio de los dominicos, tendría que haber sido maravilloso comer ante esa obra cuando rezumaba colorido y amplitud. Los ojos de los discípulos y del mismo Jesús contemplandote desde la altura. A algún monje seguro que se le atragantó la sopa al saberse observado de esa manera.
Yo me quedé pasmado, escuchando la audioguia de fondo en mis auriculares y contemplando cada detalle, paseando arriba y abajo para empaparme bien de cada objeto, de cada minúsculo pliegue de las ropas, de cada misterio.
Es un viaje transformador. Tu alma cambia y no vuelves a ser el mismo que al entrar. El tiempo parece estirarse y lo que en realidad es un cuarto de hora o veinte minutos se convierte en días o incluso meses. Al salir has envejecido.
Eso es lo que sentí yo esa mañana.
Mi viaje se había iniciado unos años atrás. En la biblioteca, al pasear entre estanterías de libros en uno de los múltiples descansos del estudio de mis apuntes. Un libro me llamó la atención, Picatrix era su título. Le eché un vistazo.
La transfiguración del alma empezó en ese instante. No lo leí entero, ni comprendí las pocas páginas que ojeé, sin embargo me empecé a interesar por el arte, la historia y la belleza en general. Empecé a buscar mi piedra filosofal.
Una tarea que lleva toda la vida y que te hace recorrer muchos lugares y caminos. La mayoría difíciles de transitar a solas pero hay que hacerlo si quieres lograr encontrar la piedra que transforma los metales en oro.
Hubo un tiempo en el que olvidé ese sendero, me desvié del camino del conocimiento, de la sofia. Instantes de flaqueza moral, de tribulaciones interiores que hicieron que llenara mi corazón con cosas superfluas y poco importantes. Mis oscuros deseos, mis debilidades tomaron las riendas de mi vida. Eso me llevó a ver la oscuridad de mi alma. Todo ser humano posee esa faceta y hay que saber dominarla.
Al salir de Santa Maria delle Grazie un sentimiento de querer conocer todo lo sublime de la vida embargó mi ser. Yo aun seguía el camino, serpeteante, del conocimiento. Dubitativo, pero paso a paso, iba entendiendo lo que me rodeaba.
Hace 8 meses volví a retomar el camino. Pasé por el infierno. Caí muy bajo y desde ahi tenia que empezar, no habia otra forma. La lucha interior que mantuve fue una dura batalla. Mentalmente y físicamente.
¿Cómo había llegado hasta ese punto? ¿Qué me había pasado?
Preguntas que me hacia cada día y que intentaba responder. ¿Por qué soy así?
Y un día me encontré con que alguien dijo, no importa donde empiezas ni donde acabas, lo que verdaderamente importa es el camino que recorres. Y es una afirmación totalmente cierta. Hace 8 meses estaba llorando en la que fue mi cama, un lugar en el que conocí el placer, la felicidad y la alegría de tener a alguien con quien compartir mi vida. El 15 de Octubre no paré de llorar pensando que quería morirme, que la vida no tenía ningún sentido para mi. Ese día caí al pozo más profundo, llegué al centro de la Tierra y vi al Diablo. Yo había cogido un cuchillo, melodramátismo puro y duro, sin mucha convicción de saber que hacer con él. Y el Diablo me tentó. Ese día luché como nunca antes lo había hecho. Y me aferré a un hilo de esperanza. Una esperanza irreal que ella me dió quizá por pena o por miedo a lo que me pudiera hacer, puede que ambas cosas a la vez.
Ahí inicié mi camino, en el infierno. Durante días anduve por allí. Después alcancé a subir al purgatorio. Triste. Alicaído. Muerto viviente. Sin pasión por nada. Escribía sobre mis viajes y mi vida pasada para recordar que aún seguía con algo de vida. Fue aquí donde empecé a pensar y ejercitar mi cuerpo. En un momento dado logré interesarme por escribir y mejorar mi estado físico. El camino empezado muchos años atrás volvía a estar ante mis ojos. Mentalmente me agotaba haciéndome preguntas de todo tipo y físicamente me machacaba para alejar esas mismas preguntas de mi mente.
Y como el hombre de hojalata en busca de un corazón, o el león buscando valentía, o el espantapájaros un cerebro o incluso la misma Dorothy su ansiada Kansas. Yo me uní a ellos en el camino de baldosas amarillas en busca de lo que perdí.
Meses de mejoría, tanto física como anímica, me han llevado hasta hoy mismo. Momento en el que se me plantea una duda. Un desvío. ¿Me atreveré a vislumbrar lo que hay detrás, investigar y explorar? O quizá no esté aún dispuesto a correr el riesgo y me quede agazapado en el anonimato de las palabras. ¿Seré capaz de seguir mejorando? El camino es duro, hay espinas, hay dolor. Pero también hay risas y alegría, hay sentimientos, hay placer y belleza.
¿Lograré llegar al paraíso algún día?

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