La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 26 de junio de 2013

Rocky

Hace unos meses, cada noche me acostaba viendo dos vídeos en Youtube. Uno de ellos era de Stallone. Un montaje de imagenes de él entrenando. Al comienzo del video sale hablando de los sueños, y de que hay que seguirlos porque son los que nos convierten en lo que somos. A mitad del montaje sale un dialogo. Una charla que tiene con su hijo en la realidad y en la ficción en la quinta parte de esta serie de películas sobre el boxeo. Dice, en esas palabras llenas de coraje, que no hay que estar sometido al miedo. Que la vida puede ser muy dura algunas veces pero que la categoría del ser humano está en saberse levantar y aguantar cada embate que nos golpea con dureza, soportándolo mientras avanzas para llegar a la meta.
Cada noche durante dos o tres meses veía este video que hacia que me durmiera con la sensación de que querer es poder y que si alguien lo había conseguido alguna vez porque no iba a poder lograrlo yo. Avanzar y encontrar mi camino.
Durante ese mismo tiempo al hacer ejercicio me ponía la banda sonora que hizo Bill Conti para Rocky, una música de esas que te hace volar. Cada día, una y otra vez, escuchaba esas canciones y sudaba. Me agotaba hasta la extenuación pensando en las imágenes de la película. Mi meta era conseguir ser el potro italiano. No sólo su físico, sino su mentalidad. Una mentalidad ganadora. Un pensamiento de no rendirse jamás.
Y es que Rocky es uno de mis héroes. Es un personaje de esos que te conmueve y te hace pensar, un personaje que llega al alma. Un auténtico fracasado que sigue sus sueños y que por un azar del destino le ponen en el ring con el campeón, Apollo Creed. Y en vez de amilanarse, cree en él mismo. Le cuesta, por supuesto. En algún momento de debilidad piensa que es imposible. Pero continúa persiguiendo su sueño. Lo que ha anhelado durante toda su vida, convertirse en un grande del boxeo.
Él, un hombre humilde que vive en un apartamento cochambroso del barrio italiano de Filadelfia. Él, un tío que cada día pasa por una tienda de animales a ver a la mujer que le ha robado el corazón. Él, que trabaja para ganar algo de dinero como un pequeño matón de tres al cuarto que recauda deudas para un mafioso. Él, se ve en medio del ring. Delante de todas las cámaras. Fotógrafos, prensa, la televisión que retransmite el combate para todo el mundo. Miles de personas aclamando a Apollo y apostando en que asalto caerá él. ¿Logrará incluso aguantar siquiera el primer gancho del campeón?
Y yo me imagino que debió sentir Rocky, lo sé. Conozco esa sensación porque mi vida era así. Estaba sólo en el ring. Sólo en la vida. Hace unos meses me vi en esa tesitura. Yo era Rocky y mi Apollo era todo lo que me rodeaba. Los golpes me hacian tambalear, irme contra las cuerdas y aguantar el chaparrón cubriéndome como podía.
Yo no tenía a Adrian que gritara mi nombre al caer a la lona para que volviera a levantarme, no tenía a una chica que apartara la mirada cuando un cruzado de izquierdas me diera en toda la mandíbula e hiciera saltar la sangre de mi labio partido.
Tampoco tenía descanso entre asalto y asalto. Recuperar el aliento mientras me cerraban la brecha de la ceja era impensable para mi. Ese momento de respiro era todo un lujo en mi situación. Pero no, nunca lo tuve en ese tiempo. Y quizá fuera mejor, porque en un momento así te entran las dudas. ¿Tiro la toalla o voy a que me rompan una costilla? Yo no tendría en mi esquina del ring a nadie que me diera arengas. Un Mickey de turno, sabio entrenador, o un Pauli, el amigo que le intenta ayudar a su manera. Yo no tenía a nadie, ahí en el cuadrilatero, que me dijera ¡tu puedes! ¡ve a por ello!¡mueve a Apollo!¡qué vaya a tu ritmo! Yo probablemente, mientras la chica pasa por el ring enseñando el cartel de segundo asalto, me iría corriendo sin mirar atrás. Así que estuvo bien no tener descanso, acabar el día desfallecido mental y físicamente.
A priori Rocky no tenía nada que hacer con Creed. El campeón era todo un portento de técnica y músculos. Pero no contaba con algo. El potro italiano es terco como una mula. Y pese a pasarlo extremadamente mal en algunos instantes se mantiene en pie. Consigue que todo el mundo le respete por hacer lo que esta consiguiendo. En el último asalto ambos púgiles están extenuados. Deambulan por el ring con más corazón que fuerza.
Rocky lo ha conseguido. Ha aguantado. Se ha convertido en un boxeador. Ha logrado el sueño de su vida con coraje y empeño, cabezonería y garra. Ha luchado por lo que le pertenece, el orgullo de no haberse rendido.
Apollo es el gran derrotado pese a ganar el combate a los puntos. Todo el mundo lo sabe y corean el nombre de Rocky. Pero él sólo busca una cosa. Busca ese apoyo que se mantuvo fiel. Busca a Adrian entre la multitud, el amor de su vida. Quizá la que le mantuvo en pie en los momentos más duros sobre el ring.
Y yo busco eso mismo. Mi combate no ha terminado. Sigo moviéndome para cansar al rival, pero creo que es más fuerte que el propio campeón. Es muy duro y listo, y se sabe todas las tretas. Intento hacer fintas, engañarle para golpearle un derechazo a las costillas y dejarle sin aliento. Pero esquiva muy bien. Mi rival es un complicado oponente. Y busco entre la multitud la mirada de mi Adrian, para que me de fuerzas, para que sus ojos me den algo por lo que seguir luchando y no bajar los brazos y dejar que me noqueen. ¿Dónde estas Adrian?
¡¡¡¡¡Adrian!!!!!

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