La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Lluvia

Esto ocurrió hace varios años.
Salí a correr con la bici por el campo un día de otoño de aquel año. Un recorrido que había hecho muchas veces, y me lo sabía de memoria. Me puse los cascos y estaba escuchando música mientras pedaleaba con toda la intensidad que mis piernas me permitían. Bajaba y subía cuestas a toda velocidad, y de pronto se puso a llover. Primero una fina lluvia para luego pasar a un gran chubasco.
Tuve la irresistible tentación de subir a una pequeña montaña, la más alta de los alrededores, y sentarme en la roca que había en su cima. Me quité el casco y dejé la bici a un lado.
Contemplé sentado en ese pedrusco todo lo que había a mi alrededor. Campos salvajes, montículos más o menos altos de tierra, alguna casa lejana. Estaba yo solo, maravillado de esa vista que nunca me había parado a descubrir.
Sentado, la lluvia caía sobre mi cabeza y las gotas bajaban por mi cara. Un cosquilleo me hizo estremecer al notar el agua por mi espalda. Y cerré los ojos. El constante caer del agua, el chapoteo al pegar sobre mi y sobre el suelo me sumió en una especie de trance.
Y entonces vi algo que me extrañó. Vi mis vidas pasadas.
Me distinguí entre varios indios apache, íbamos montados a caballo, el mío era blanco con manchas marrones. Y estábamos de caza. Cabalgaba por las llanuras de Arizona, agarrado a las crines del animal parecía tener mucha destreza. Íbamos a la caza del bisonte, persiguiéndolos hasta extenuarlos para en un momento de flaqueza dispararle mi flecha mortal. Entonces me acercaba el bisonte y lo tocaba mientras aún respiraba entrecortadamente. Y ante su último extertor me puse a su lado e inhalé su aliento, su espíritu.
Esta visión ocurrió como un flash, algo muy rápido pero de una claridad pasmosa. Cada detalle se me rebelaba tan perfecto como si estuviera en esos mismos instantes allí.
Sobrevino de pronto otro fogonazo y me vi en una llanura de un verde increíble. Lleno de montañas alrededor, y junto a un lago. Observé que había una casa cercana, y muchas ovejas muy lanudas cercadas por una vaya de madera. Miré mi reflejo en el lago y lo que descubrí me dejo perplejo. Llevaba una túnica de cuadros verdes y azules que me llegaba por las rodillas, sujeta por un cinto. Me di cuenta de que era un pastor de los highlands escoceses. A lo lejos vislumbré a una mujer correteando con tres niños alrededor. No vi más.
Instantes después estaba en lo que parecía una iglesia. No tenía mucha pinta de iglesia actual, solo intuí donde me encontraba porque vi un crucifijo en una mesa alta hecha con tres bloques de piedra. El suelo era terroso. Y el lugar estaba diáfano. Era de noche pero había luz, provenía de un candil apoyado en la mesa. Me acerqué para ver mejor. Iba vestido con otra túnica pero esta vez más andrajosa y marrón, anudada a la cintura con una cuerda. Me dió la impresión de ser un fraile pero no pude discernir mucho más porque otro flash vino a mi mente. Cada vez esos recuerdos pasaban más rápidos y eran más cortos.
Ahora estaba en un campo abierto junto a miles de soldados romanos. Yo era uno de los que formaban parte de la legión que allí habían formado un campamento. No vi si era algo más que un soldado, sólo pude contemplar que estaba comiendo, sentado en el suelo, de un cazo. Era una sopa con algo más que no distinguí. Y la visión se fue.
Un segundo después estaba acarreando una piedra enorme tirando de una cuerda al lado de miles de hombres. Tirábamos a la vez al son de las órdenes de uno de ellos que estaba subido en una plataforma que porteaban varios hombres. Estaba en el Egipto de los faraones.
En ese momento un estruendo me sacó del trance, miré para todos lados porque me encontraba desorientado. La lluvia caía pero menos intensamente, y aún un poco atontado, me puse el casco y monté en la bici. Fui a casa sin apenas poner atención a nada. Y cuando llegué me quite la ropa me sequé con una toalla y lo único que pude hacer durante unos minutos fue tirarme en el suelo de mi habitación y pensar en todo lo que había visto.
Desde ese mismo instante no tengo miedo a la muerte, no temo morir. Más recelo tengo de la vida.


martes, 18 de diciembre de 2012

Magic Kingdom


Disney para mi equivale a fantasía.
La primera vez que llegas a Disney World en Orlando, te sientes un niño, sientes que la inocencia sigue en tu alma. Vuelves a épocas donde sólo había diversión y las preocupaciones se dejaban a los mayores.
Por avatares de la vida he estado en varios de los parques Disney, en el de París, en el de los Angeles y en el de Orlando. Sin duda, este último tiene algo de especial. Y yo que me siento como un Peter Pan madrileño estoy como pez en el agua en estos sitios.
El de Orlando es el complejo más grande de los tres en los que he estado. Ni puedes imaginarte lo grande que es. Varios parques temáticos, muchos hoteles, zonas de diversión, lugares para practicar deportes. Infinidad de actividades para todos los públicos hacen que se pueda estar en el complejo durante un mes sin apenas salir de él. Y no exagero.
Decenas de autobuses gratuitos recorren las carreteras que unen los distintos puntos, puedes montar en monorail o en barco si lo prefieres para ir a los dos parques más importantes, incluso si tu economía lo permite puedes alojarte en uno de los hoteles más cercanos e ir andando a Magic Kingdom, el lugar por excelencia del complejo.
Al llegar al hotel desde el aeropuerto ya sientes inquietud, un hormigueo en el estómago propio de un niño que va a ver a su personaje favorito Disney. Ves que los niños en el autobús están como tú, revolviendose en el asiento deseando llegar cuanto antes. Y es que si sucede algo al traspasar el  arco que te da la bienvenida a Walt Disney World es que todos volvemos a disfrutar de lo que es ser niño, da igual que tengas 10 años o 40 o incluso 60. Todos somos iguales a los ojos del bueno de Walt.
Entrar en Magic Kingdom es entrar en un mundo irreal, de cuento, donde todo parece sacado de la pluma de Andersen. Cientos de personajes salidos de historias que desde niños nos han contado y hemos aprendido a leer con ellas.
Hay un placa en la entrada que reza "aquí dejas el mundo de hoy y entras en el mundo del ayer, del mañana y de la fantasía". Con estas palabras ya puedes imaginar que te vas a teletransportar a otros lugares en los que lo primordial es disfrutar y dejarte llevar por la ilusión.
Es sin duda mi lugar preferido en el planeta de cuantos he visitado. Muchos sitios te dan otro tipo de sensaciones, de sentimientos. Pero llegar aquí te hacer soñar con mágicas hadas, príncipes encantados, animales parlantes, juguetes animados, brujas malvadas, y mickey, por supuesto. El gran jefe de todo este tinglado. El capo de toda esta familia, el dueño de todos los corazones de grandes y pequeños.
Recorrer la calle principal (Main Street) te sumerge en la América de hace un par de siglos. La decoración lleva a tu mente a esos lugares donde indios y vaqueros luchaban por la supervivencia. Todos los que allí trabajan están en su papel, los que recogen cualquier papelito del suelo, los que te preguntan que si lo estas pasando bien, los que atiende a los turistas ávidos de compras, los que llevan a los personajes de la mano, los que manejan las atracciones, los que sin darte cuenta están pendientes de tu seguridad. Y todos ellos te responden con un sonriente Have a magical day! ¡Qué frase más bonita! La adoro. Está llena de ilusión. Es el leitmotiv de Disney.
Te paras un momento a observar a la gente y ves las caras de los niños, muchos disfrazados, con las caras pintadas, con las típicas orejas de Mickey y levantas la mirada y te das cuenta de que no solo los niños van así, cualquiera, independientemente de su edad tiene algo en su indumentaria o en su cuerpo que le identifica, que le cataloga como fan de esa forma de entender la vida que es el universo Disney.
Por supuesto que todo esta montado para ganar dinero, no deja de ser un negocio, y hay tiendas por doquier, restaurantes y puestos de comida rápida en cada esquina, mires donde mires todo el mundo consume. La crisis se ha dejado fuera de las puertas de entrada y el dinero no se tiene en cuenta. Lo verdaderamente importante es la magia.
Pasas el día entre desfiles y montañas rusas, atracciones de todo tipo que te hacen reír, que te hacen soñar que eres un personaje más. Visitas mundos de cartón piedra que te llevan a fantasear y descubrir que eres un habitante más de la selva, o del Marruecos antiguo, o del futuro más lejano.
Y al llegar la noche e iluminar el castillo un cosquilleo de emoción pasa por tu espalda y piensas en lo realmente bonito que es todo. Y cuando te sientas en el suelo a ver el último espectáculo, wishes, se te eriza el pelo y sientes fluir todas las sensaciones del día por tu cuerpo y lágrimas de emoción asoman por tu ojos mientras cantas la canción con los cientos de personas que están a tu lado. Y ves volar a campanilla desde lo alto del castillo y lleno de asombro sueltas una exclamación de admiración. Y finalmente cuando comienzan los fuegos artificiales, y escuchas el retumbar de todo ese despliegue pirotécnico crees que no hay nada en el mundo que se iguale a eso. Un colofón extraordinario para un día de fábula.
Las cosas buenas no duran para siempre e inevitablemente tienes que volver al mundo, que te golpea con su crueldad, con la realidad de una sociedad que ha perdido la inocencia. Por eso siempre sonrio al pensar en los dias que he pasado allí, y que en un recondito lugar del planeta aun existe la posibilidad de recuperar la pureza y sencillez de ese niño que todos tenemos escondido en un lugar del corazón.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Ángeles

La vida esta llena de esas personas que por un motivo u otro se cruzan en tu camino. Algunas de ellas te dejan una huella imborrable, algunas te marcan el alma, a estas las suelo denominar ángeles, seres llegados de la nada, como caídos del cielo. Me ha ocurrido un cierto número de veces y siempre me ha parecido de lo más extraño. Pero sin duda digno de mencionar y de estar entre los momentos más especiales de mi vida. Especiales por el hecho de ser insólitos en sí mismos.
Hace unos años tuve un encuentro muy fugaz con una chica. Me causó tanto impacto que tuve que plasmarlo en una hoja y releyendo papeles míos me lo he encontrado y me ha hecho reflexionar.
Lo que escribí entonces era algo así. "Ella era preciosa, me preguntó por una clase. Era rubia, con el pelo cortado a la altura de los hombros, lo tenía liso. Sus ojos eran claros. Verdes, quizá azules. Eran tan claros que no pude distinguir bien el color. Llevaba los labios pintados de un rosa muy pálido o eso me pareció. Su voz era bonita, muy dulce. Llevaba unos vaqueros de color verde aunque para ser sincero no me fijé demasiado en su ropa porque su cara me pareció impresionante. Parecía un sueño, creía estar durmiendo aún. No podía creer que esa chica se hubiera acercado a mi y se pusiera a hablar conmigo. Me pregunto si sería un ángel." Estuvimos hablando cerca de 10 minutos, pero no fue la conversación en sí, sino el hecho de que apareciera de pronto y me causará una impresión tan grande como para escribir un folio por ambas caras sobre este acontecimiento.
Lo destacable de estos encuentros con ángeles es que son inesperados. Casuales. Pueden ocurrir tanto en un ascensor al decir a una chica un hola inocente como en el vagón de un metro abarrotado de gente.
En cierta ocasión iba yo en el metro distraído leyendo un libro, iba de pie apoyado en la puerta. En un momento dado levanté la mirada del libro cavilando sobre lo que acababa de leer. Y me encontré con la mirada de una chica. Pelirroja, con pequitas por la cara y el pelo rizadísimo y largo. Una melena en  condiciones. No se quien de los dos miró primero al otro, el caso es que no paramos de mirarnos durante todo el trayecto. Desvié la mirada un par de veces por timidez, o por miedo a que ella no me la aguantara. Pero cada vez que mis ojos volvían a ella, su mirada y la mía se cruzaban. Intenté, sin conseguirlo, concentrarme en la lectura pero fue tarea imposible. Ella me tenía hipnotizado. En algún momento tenía que ocurrir, que uno de los dos se bajara del vagón. Ella fue la primera, y al salir por la puerta me dedicó una sonrisa y me saludó con la mano. Un adiós eterno ya que no la volvería a ver jamás. Y yo me quedé con la sensación de haber contemplado otro de esos ángeles tan reales como irreales al mismo tiempo. Inalcanzables para un simple mortal.
Alguna que otra vez, la visita de estos ángeles se dilata en el tiempo. No obstante, no es muy comun y tienden a desaparecer ya que su morada son los cielos.
Un verano, en la playa, conocí a otro de estos seres. Era una mujer increíblemente bella. Rozando la perfección. Rubia, muy rubia. Ojos de mirada inquieta. Sonrisa amplia y jovial. Ambos tumbados al sol uno al lado del otro, solo nos separaban unos centímetros. Le pregunté algo tan tonto como la hora y empezamos a hablar. Este ángel me llevó a la locura, ya que cuanto más tiempo pasas con ellos más quieres estar a su lado. Sin embargo, sólo estuvo durante una semana. Tiempo suficiente para darme cuenta de que la vida puede ser muy cruel al mostrarte algo tan fascinante, tan celestial incluso y luego quitártelo de súbito y desvanecerse como un sueño al despertar.
Hay un par de ángeles más en mi vida, pero me reservo el derecho a la intimidad. Porque estos ángeles han tomado en cierto momento carácter de ángel caído, se rebelaron de su naturaleza divina, y por un instante fueron seres terrenales, con sus defectos.
¿Cuantos ángeles más vendrán a visitarme? Nadie lo sabe, lo que si es cierto es que las cosas buenas, las excepcionales, no se suelen repetir demasiadas veces.
Y me viene a la mente esto que escuche en cierta ocasión. "Como no sabemos cuando vamos a morir creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede solo un cierto número de veces, y no demasiadas. ¿En cuantas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de tu infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia. Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces, quizá ni siquiera eso. ¿Y cuantas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte.  Sin embargo todo parece ilimitado."

domingo, 16 de diciembre de 2012

Las Vegas

Todo el mundo debería ir al menos una vez en su vida a Las Vegas. Ciudad distinta a todo lo que se haya podido ver anteriormente. Llena de contrastes y hecha para pecar. Un lugar que te atrapa y te transforma. Y que, en ocasiones, parece no existir más que en tu confusa mente atiborrada de sensaciones. 
El momento que voy a describir es el de la primera vez que recorrí el Strip. La ancha y kilométrica avenida es donde, sin lugar a dudas, más se intuye que cualquier cosa puede ocurrir. Caminado a través de todo ese despliegue de luces y gentes de todo tipo, la vida se torna en una especie de carrera hacia la locura total por el consumismo, el juego, el alcohol y el sexo. A cada paso que das notas ese tufillo totalmente incitador al pecado que hace que desees pasarte por el forro los siete pecados capitales en solo una noche.
Mi extraño recorrido empieza en el MGM, gigantesco hotel que ya ves desde el avión cuando sus cristales verdes se reflejan en la ventana del aparato. Su león gigante en la puerta te da la bienvenida. Justo en frente, el New York New York te sorprende por la réplica de la estatua de la libertad y su montaña rusa dentro del hotel. Parece un decorado, parece que estas en medio de una película y que de pronto alguien va a gritar "cámara, luces, ¡acción!".
Andas durante unos minutos y te das cuenta de la variedad de personas que transitan la calle. Gente bebiendo en vasos con forma de guitarra, de torre Eiffel o de palmera gigante. Litros de alcohol que tumbarían a cualquiera. Ves a familias haciéndose fotos ante los carteles y neones enormes que cuelgan de las fachadas de las tiendas temáticas. Escuchas de pronto unos gritos, es un pirado de los que te sermonean con que la Biblia dice tal o cual cosa. Nadie parece escucharle pero el sigue con su perorata. Un tío vestido de Elvis se te cruza por el camino y casi te chocas, mientras lo miras, con otro a su lado disfrazado de Homer Simpson. Varios inmigrantes hispanos que con un entrechocar de tarjetas llaman tu atención mientras uno de ellos te pone una de ellas en la mano, la miras y ves que son clubes de striptease y anuncios de chicas que se ofrecen para hacer tu visita a Las Vegas más interesante. Un sin techo te pide un pavo para vete tu a saber que porque ni has entendido lo que te dice. Limusinas enormes pasan a tu lado por la carretera e intuyes a los que se divierten dentro, con sus copas en la mano, mirando a los de fuera. Y todo esto solo en unos pocos metros.
De pronto te topas con la Torre Eiffel, una réplica menor que la auténtica pero que te impacta igualmente, resulta extraño. Una rareza que encandila. Restaurantes franceses a sus pies y el hotel de turno ambientado con temática francesa. Bonito. Bastante bonito.
No te da tiempo a admirar toda esa parte de la calle cuando del otro lado suena un estruendo. Son las fuentes del Bellagio, expulsan agua que baila al son de Frank Sinatra. Cruzas para verlo de cerca, cientos de personas observan esta danza maravilladas. Y gritan un ¡ohhhhhhhh! de admiración cuando el espectáculo termina. Te animas a entrar al hotel llevado por las imágenes de la película Ocean's Eleven. El hotel es precioso, un vestíbulo de cuento. Te deleitas con las figuras de colores que lo llenan. De fondo escuchas un sonido del que no te puedes evadir en toda la ciudad. Las máquinas, el casino lo envuelve casi todo. Las diferentes melodías te llaman, te atraen. Las camareras te ofrecen bebida por un par de dólares de propina, todo esta planeado para engancharte, para atraparte y que saques el dinero de tu cartera. E inevitablemente lo haces. Let it ride! Juegas a la ruleta, juegas a máquinas que ni entiendes y pasado un rato decides salir a la calle de nuevo, al Strip.
Continuas unos pasos y observas el Caesar Palace, ya su nombre te recuerda a combates de boxeo míticos en su Colisseo. Das una vuelta por sus tiendas de lujo dentro del complejo y sueñas con comprar algo de Armani o de Gucci si das un pelotazo en uno de los casinos.
Sales al Strip por necesidad, porque quieres huir del sentimiento que te embarga y te dices ¡maldita sea, tendría que haber nacido rico!.
Se hace tarde, llega la hora de la cena. El hotel The Venetian parece un lugar interesante para buscar restaurante. Decorado con tal detalle que crees estar en la Venecia italiana. Dentro tienen hasta góndolas y extrañamente pese a su precio y el recorrido de dos minutos que te hacen hay espera para subir a una. ¡Cuanto dinero tienen algunos, y que forma tan estúpida de despilfarrarlo! El centro comercial que hay dentro es impresionante. Cubierto con un cielo azul que se va oscureciendo haciéndote creer que se va yendo el sol te hace abrir la boca. Más tiendas de lujo, de esas que te llevan bebida mientras te pruebas los zapatos de 500$. Te detienes a cenar en un restaurante italiano, caro para ser pasta pero la plaza en la que está merece ese precio. Cenas pensando en todo cuanto has visto y sabiendo que aun te queda mucho más.
Todo en Las Vegas está encaminado al consumo. De eso se trata, que te dejes todo allí.
Para mi es una ciudad fabricada para la diversión, para dejarse llevar por ella, para disfrutar. Y eso es lo que la hace singular. Dejas a un lado tu yo racional, tu yo precavido para convertirte en alguien deshinibido, y por momentos la locura te llena las venas y por unos dias disfrutas de las cosas banales de la vida.
De ahí lo que se suele decir, lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Ejercicio


Algo importante en mi vida ha sido la práctica de ejercicio. Ejercicio físico.
Nunca me he dedicado a ello profesionalmente, ni tengo un cuerpo especial. Sin embargo siempre me ha gustado. Bueno, siempre no. Desde los 19 o 20 años.
Empecé haciendo bici. Practicando mountain bike. Para mi, cada día que salía era un reto. Me proponía ir más rápido en un trayecto o intentar ir más lejos, o ver si podía subir una montaña. Me divertía, me sentía feliz cada vez que batía una meta.
Dos años mas tarde me propuse hacer la maratón de Madrid, 42 km corriendo sin haberme gustado nunca correr. Pero quería demostrarme a mi mismo que podía hacerlo. En esos 42 km tuve momentos de flaqueza, momentos en los que quería abandonar. Pero lo que no he conseguido en otras facetas de mi vida lo he conseguido con el deporte. Perseverancia. Superación. Acabé la maratón extasiado, muerto físicamente, agotado mentalmente. Pero al momento me dije, ¡quiero probar con la ultramaratón! Sabía que era imposible porque son 100km pero mi mentalidad con el ejercicio ha sido así. Probar mis límites.
No se dónde he leído que el cuerpo humano es la máquina de ingeniería más perfecta jamás creada. Cada músculo, cada tendón, cada articulación tiene un propósito, tiene un sentido.
Ahora, en este momento de mi vida me ha dado por aumentar mi potencia física. Mi musculatura. Definir y potenciar.
Me siento como un capitán de navío del siglo XV o XVI a la conquista de nuevas tierras, de nuevos mundos. Yo voy a la conquista de mi cuerpo, de mi mente. Y luchas como ese capitán cuando se encontraba con un pirata y se liaba a cañonazos. Luchas por superarte como si te encontraras en medio de la batalla. Una guerra entre tu mente y tu cuerpo. Intentas ganar, ordenas a tu cerebro que mueva los músculos. Sientes el corazón bombeando la sangre que lleva el oxígeno a cada rincón de tu cuerpo. Pum pum, no te rindas, pum pum, confianza, pum pum, éxito.
La adrenalina hace su efecto y aumenta el ritmo cardíaco. Intensidad. Sientes un éxtasis incomparable. Fuerza. Tu moral sube como la espuma y te hace seguir un poco más, hasta caer rendido. Poder. Te duele, pero te repites a ti mismo, el dolor de hoy es la felicidad de mañana. Ya lo dijo Stallone en su papel de Rocky. "El mundo no es todo alegría y color es un lugar terrible y por muy duro que seas es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte sometido permanentemente si no se lo impides, ni tu ni yo ni nadie golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpeas sino lo fuerte que pueden golpearte y lo aguantas mientras avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar. Así es como se gana. Si tu sabes lo que vales ve y consigue lo que mereces pero tendrás que soportar los golpes. Y no puedes estar diciendo que no estas dónde querías llegar por culpa de él, de ella ni de nadie. Eso lo hacen los cobardes y tu no lo eres. Tu eres capaz de todo."
Motivación. Ahí radica todo el secreto. El cerebro es el músculo más importante.
No quiero parecer vanidoso, no lo hago por los demás, lo hago por mí. Poner límites a lo que puedo hacer. Poner en orden mis miedos y mis deseos. Es algo interior, y siempre ha sido así.
En un mundo en el que la apariencia es tan importante parece contraproducente que hable de sensaciones. Mucha gente va a gimnasios, sale a correr, hace yoga. Multitud de deportes. Pero lo más importante es como se afronta, como se vive. Sin duda mi opinión es que hay que disfrutar y hacerlo por lo que quieres ser no por lo que quieres parecer.




viernes, 14 de diciembre de 2012

La Manga del Mar Menor


Hay un lugar en el planeta donde nada cambia, donde por mucho tiempo que pase todo sigue exactamente del mismo modo que la última vez que lo visitaste. Hablo de La Manga del Mar Menor. Y quien haya estado allí y veraneado en su costa sabrá a lo que me refiero con esto.
Fui hace unos días después de haber estado ausente de esta extraña ciudad, que por lo visto no es ni ciudad y me he enterado hace nada porque ni siquiera tiene ayuntamiento. En realidad no se sí es ciudad, Villa, poblado, o simplemente un conjunto de casas y torres a lo largo de su línea de playa. Que por cierto es el único lugar de España que tiene dos mares, el Mediterráneo más bravo y furioso, más mar si pudiéramos definirlo así, por un lado y el mar Menor más tranquilo, más caliente, más lechoso, menos mar siguiendo la definición anterior, por el otro lado.
La Manga del Mar Menor es un pedazo de tierra, angosto, sinuoso, unas veces más ancho y otras parece casi un monticulo de arena que separa los dos mares. Carretera en medio y a los lados edificaciones de todo tipo y condición, desde los chalets más vanguardistas a las torres más setenteras. Un lugar tan ecléctico  como extrañamente atrayente a primera vista. Si y digo a primera vista por que acaba por aburrir, acaba por cansar la vista y hacerte ver que ese lugar tampoco tiene demasiado que mostrar.
Sinceramente nunca me gustó veranear allí, así que esta opinión puede ser muy subjetiva y no ser la realidad. Mis padres tienen una casa allí y me tocaba ir cada verano y al final uno acaba adaptandose y haciendo su rutina de mar Mediterráneo por la mañana, mar Menor por la tarde.
Pues como decía fui hace poco y me pareció que el tiempo se congeló en estas coordenadas, mismos edificios prácticamente, mismo olor al entrar por el Cabo de Palos, olor a playa, a humedad, a mar. Eso reconozco que si me encanta, incluso bajé la ventanilla del coche desafiando al frío y como si fuera un ritual purificador respirar ese aire y mantenerlo en los pulmones unos segundos para luego exhalarlo como si expulsaras toda la suciedad interior de tu alma.
Al estar tanto tiempo sin ir, miles de recuerdos te asaltan la mente, rápidos, fugaces, como balas disparadas por una ametralladora mientras recorres con el coche el trayecto hasta tu urbanización. Y cuando llegas vuelves a tu adolescencia, como si te hubieras montado en el coche de regreso al futuro y viajaras con Marty Mcfly a finales de los 90. Incluso el olor del portal es el mismo, la señora que limpia el portal debe utilizar el mismo producto desde hace 20 años, es increíblemente raro pero los olores son los portadores de recuerdos más potentes del mundo. Y al llegar a casa y ver que todo sigue ahí, los mismos muebles, tu cama de hace mil años, tu bici de chaval, tus utensilios playeros, tu sofá. Todo te da una primera alegría tremenda por ver tu cosas, seguida por una nostalgia rara de describir, y por último con un sentimiento de aquí estoy de nuevo que te deja un regusto amargo en el estómago.
Esa decepción que te sobreviene al dar una vuelta por los alrededores y ver que todo lo recordabas más grande, más glamuroso, más bonito. Quizá son los años que te cambian el punto de vista o simplemente el estado de ánimo con el que fuí.
Pero si he decir algo bueno de allí es que vi el mar. El Mediterráneo esos días estaba precioso, con oleaje, con el olor a salitre, y con su horizonte infinito. El mar es aventura, es libertad, es misterio, es rebeldia, incluso es crueldad a veces. El agua es en todas las culturas sinónimo de vida, e hipnotizado por ese mar me dieron ganas de vivir eternamente. De contemplar para siempre ese baile cíclico que son las olas.
Y me di cuenta de lo que dijo Hemingway. Nadie jamás está sólo en el mar.





jueves, 13 de diciembre de 2012

World Trade Center


Todo el mundo más o menos recuerda que hacía mientras dos aviones se estampaban contra las Torres del World Trade Center. Es un hecho reciente en la historia que ha cambiado el modo de ver las cosas de mucha gente, ha cambiado leyes, ha causado guerras y ha generado una absoluta desconfianza entre la gente.
Quitando teorías conspiratorias de todo tipo, que escuchando algunas te dan que pensar la verdad. El hecho es que dos aviones enormes se empotraron contra las Torres.
Yo estaba terminando de comer, y siempre en mi casa veíamos los titulares del telediario para enterarnos de las noticias más importantes. En seguida nos dimos cuenta de que ese día no iba a ser uno cualquiera. Matías Prats empezaba a decir que un accidente había ocurrido en Nueva York, en principio decían que una avioneta o un helicóptero de los muchos que pululan por allí se había estrellado pero minutos después cuando el otro avión entro en escena todo parecía tomar visos de que  algo grande y terrible estaba sucediendo.
Me quedé con las ganas de saber más de la noticia porque a las 4 de la tarde tenía un examen de inglés en la escuela oficial de idiomas. Me fui de casa con la sensación de intranquilidad y expectación que generan los grandes sucesos de la historia. Al llegar al examen todo el mundo comentaba la noticia, todos alucinábamos con las imágenes que habíamos visto. Y durante el examen no paraban de sonar los móviles con mensajes y alertas de noticias y hasta un chico gritó medio en broma medio en serio, ¡Profesora, se está acabando el mundo! En ese momento las risas se escucharon en la sala pero seguramente porque éramos inconscientes de la gravedad y magnitud de lo que sucedía en esos momentos a 6000 km de distancia. Al otro lado del Atlántico las Torres colapsaban y se derrumbaban con cientos de personas dentro. Una masacre en toda regla.
Al salir del examen y en días posteriores vi imágenes de todo tipo, bomberos llenos del polvo de la Torres, miles de papeles volando por el aire, gente tirandose de las ventanas ante la horrible idea de morir quemado, personas deambulando sobre cenizas. Esas imágenes mostraban un Nueva York apocalíptico. Se veia el abatimiento de la gente y después la furia contra aquellos que habían causado todo aquello. Una de las palabras más escuchadas seguramente fuera venganza.
Un par de años después estuve en Nueva York, en la zona cero como se le acabó denominando a aquel socavón en medio del skyline neoyorquino. Y a pesar del tiempo transcurrido aún quedaba un poso en el ambiente de todo lo sucedido aquel fatídico día.
Se escuchaban a las máquinas trabajando, no se veía demasiado bien lo que hacían porque todo el perímetro estaba vallado. Esa misma valla en la que había colgadas fotos y recuerdos del atentado. Paseé un rato alrededor y contemplé las instantáneas, crudas y reales, no es lo mismo verlo en televisión que verlo en el lugar donde todo ocurrió. Te entra en el estómago un sentimiento al que no encuentro ninguna palabra para describirlo. Sorprende la inmensidad del hueco dejado por las Torres y te imaginas a todas aquellas personas corriendo bajo el polvo, a ciegas. Resguardandose bajo los coches o en los comercios cercanos. Llevando a los heridos a la Capilla de Saint Paul y a la Iglesia de la Trinidad en la que han hecho un especie de santuario en memoria de todos los caídos. Recorres esas calles aledañas a Wall Street y piensas en que la vida puede cambiar en un instante. Te da rabia, sí, rabia porque el mundo se volvió mezquino y cruel, o quizá siempre fuera así y mi percepción era más inocente.
Los americanos son gente que se sobrepone con facilidad buscando nuevos retos y les miraba a las caras mientras yo echaba un último vistazo a aquel inmenso hoyo, aquel agujero que en unos años verá un nuevo proyecto, una nuevas Torres, más altas, más seguras, más alegóricas. El mundo cambia, el ser humano también. Sin duda el 11 de Septiembre de 2001 nos transformó a todos.