La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 19 de agosto de 2017

Capítulo 12: El polvo de Cantor.

Parece algo del estilo de Michael Curtiz en Casablanca. Ese final, que nunca acabó de gustarme del todo, en el que Rick (Bogart) se despide de Ilsa. (Ingrid Bergman)
"Siempre nos quedará París. No lo teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche."
Parece romántico, pero en absoluto lo es. Joder, Rick. ¡Qué bobo eres! Besa a Ilsa en vez de largarla en el avión. Fúgate con ella a una paradisíaca isla y tened muchos churumbeles que correteen por la playa.

¿Por qué el cielo nocturno es oscuro? ¿Nunca os habéis hecho esa pregunta?

La escena se situa en un coche en el que hay un chico y una chica. Ambos se abrazan, se miran levemente a los ojos para, una vez más, fundirse en un nuevo abrazo. Mejilla contra mejilla ella le susurra algo. Te quiero, le dice al oído. Al escuchar esas palabras, él busca los labios de ella. Los besa suavemente, saboreando el momento. Dedicando cada latido de su corazón a ese instante, mordisquea el labio inferior de ella. Separarandose unos milimetros, aprovecha para decir. Yo también te quiero.
Baja del coche y camina unos metros, se da la vuelta mientras él la observa. Ella sonrie. 
Luego él arranca el coche y acelera rápidamente, perdiendose en la oscuridad de la noche.
La escena termina con un fundido a negro. La música que ameniza los títulos de crédito deja a varios espectadores anónimos con las lágrimas correteando por sus mejillas, esperando (deseando) que sea un taquillazo y haya una segunda parte.

¿Por qué el cielo por la noche es oscuro? ¿Por qué todas las estrellas del universo no alumbraron, con todo su esplendor y potencia, ese momento para que él pudiera tener un mejor recuerdo de aquel instante? Me pregunto, metiéndome en el papel de aquel chico.

La paradoja de Olbers es algo que inquietó a los científicos de medio mundo desde el siglo XVI.
Suponiendo un universo infinito y una cantidad de estrellas igualmente infinitas y homogeneamente distribuidas, matemáticamente se demostraba que hacia cualquier punto que mirasemos del cielo nos toparíamos con una estrella cuya luz apuntaría directamente a la tierra. Es decir, el cielo por la noche tendría que ser una fiesta de luz cual concierto iluminado por potentes focos.

¡Coño! Debió exclamar el matemático que por primera vez se encontró con el problema. ¡Pero si la noche es tan oscura como el mismísimo infierno!

Los astrofísicos, entonces, empezaron a darle vueltas al asunto. ¿Qué es lo que ocurre aquí? Se preguntaban extrañados. A partir del siglo XIX a este dilema se le conoció como la paradoja de Olbers.

Bien, ¿cuál es la solución?
¿La intensidad de la luz de las estrellas decrece? ¿Cuerpos opacos que obstaculizan que esa luz nos ilumine? ¿Las estrellas no son infinitas? ¿O es el universo el que es finito?
La respuesta más bonita es la del polvo de Cantor.

Un matemático llamado Mandelbrot sugirió que quizá las estrellas y galaxias no estuvieran distribuidas homogeneamente. Es decir, que no tenia porqué haber regiones del cielo en las que hubiera astro alguno. Demostró que las galaxias y estrellas del firmamento seguían un patrón fractal. El polvo de Cantor.

Una linea recta, divididla en tres trozos. Quitad el de en medio. Volved a dividir los segmentos en tres partes y eliminad el central. Y asi sucesivamente. Hacedlo un buen número de veces y tendréis el fractal llamado polvo de Cantor. La solución por la que la noche es oscura y ese chico no pudo contemplar con más precisión cada detalle de la sonrisa de aquella chica.

¡Malditos fractales! Puedo imaginar que dijo ese chico en mitad de una oscura noche estrellada, tras ese fundido a negro.

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