La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 13 de febrero de 2014

In dubio pro reo

En el comienzo quería desaparecer, dejar este incomprensible mundo y salir por patas. Me sentía avergonzado, culpable, triste, extremadamente deprimido. Quería morir, dejar de existir. Era malo, horrible, había provocado dolor y sufrimiento en una persona a la que amaba por encima de mi propia vida. La mujer que un mes antes dormía con su cabeza en mi pecho me decía, en una brutal escena, que le diera mis llaves de casa. No confiaba en mi y creía que podría entrar por la noche para hacer dios sabe que. Unos días antes me dijo que se había dado a la bebida durante un tiempo porque no era feliz conmigo. Yo, tirado en la lona cual boxeador noqueado, quise replicar. ¿Cómo es posible? Hace tres meses me hablabas de casarnos, ¡me insististe tanto! ¿Cómo una mujer que se siente mal me pide que sea su compañero de viaje para toda su vida? Ella, experta luchadora, me dió el golpe de gracia. En los diez años que estuve contigo nunca fui feliz. 
Lloraba, tantas ganas de llorar tenía que me daba igual en que lugar lo hacia. En la calle, en el metro, o en la soledad de mi habitación. Durante un par de meses no pude parar. 
Si hay algo peor aún que no amar es saber que no te aman. Yo no quería verla, no deseaba hablar con ella porque cada palabra era una puñalada en mi herido corazón. Pero la seguía amando y pese a todo el dolor no quería olvidar ese amor.
Fui al psicólogo durante algunas sesiones. Él me preguntó que deseaba. Sin dudarlo ni un instante le dije que recuperarla. Le conté todo, le abrí mi corazón y le pedí consejo. Me dijo tres cosas. La primera, que no debía sentirme tan mal por sus palabras. Era un acto reflejo en el ser humano. Ella queria alejarse de mi y lo más fácil era no pensando en las cosas buenas, ni tan siquiera creyendo que alguna vez las hubo. Lo segundo que me dijo es que debía olvidarla. ¿Olvidarla para recuperarla? Le pregunté. No, olvidarla para rehacer tu vida. ¡Pero yo la amo! Si, pero ella a ti no. Sinceramente, me costó asimilar ese concepto. ¡Venga, hombre! ¿Cómo no me va a querer? Lo único que pasa es que se ha encaprichado de otro. Pero ciertamente, el señor psicólogo tenía razón. Ella ya no me amaba. La tercera cosa que me dijo tampoco la creí en parte. Tienes dos problemas según veo, una fobia hacia los médicos o más bien hacia lo que podrían decir estos sobre tu salud y creo que eres un poquito controlador. ¿Controlador? Dije. Si, no dejas nada al azar. Puse cara de póquer y le contesté. Eso se llama ser precavido. Y si, lo soy. Prefiero estar cubierto ante cualquier posible eventualidad. Él, en parte asombrado por no aceptar su diagnóstico, aludió. Lo jodido es que no eres igual con todas las facetas de tu vida. Pero no sólo me refiero a eso, Rubén. ¿Cuantos pantalones tiene ella?¿cuantos zapatos? ¡Y yo que se! ¿Crees que los cuento? La semana pasada mencionaste la vez que os peleasteis al entrar en una tienda y dijiste que te enfadaste porque ella quería unos zapatos y ya tenía siete pares. Vale, dije siete por decir un número. Es probable que tenga más. Yo diría que seguro que tiene más. Y me enfadé no porque se comprara unos zapatos sino porque íbamos a comprar unos pantalones que necesitaba y en vez de los pantalones se cogió los zapatos. Eso da igual, Rubén. ¿Y lo de la operación de estética? A ver, ¿preocuparme por ella y no querer que pase por el quirófano ante una operación que no necesita es ser controlador? A veces, la gente tiene que cometer sus propios errores. Me dijo, con mirada severa. Y con todo el odio de mi alma, le miré y le dije. Jamás dejaré que alguien a quien amo se ponga en peligro por una operación que es innecesaria, y si creo que se equivoca se lo diré. Luego la gente, o ella, podrá hacer lo que le venga en gana. Pero no seré un hipócrita y diré muy bien a algo con lo que no estoy de acuerdo. Quiso él tener la última palabra y me contestó de la siguiente forma. Por eso, Rubén, ella se siente controlada y huye de ti. Déjala, olvídala. Aprende de todo esto y rehaz tu vida. 
No le volví a ver. No quise ir más al psicólogo y empecé a escribir. Decidí que tenía que encerrarme y hablar conmigo mismo. Descubrir quien demonios era Rubén. Para ello tenía que ser lo mas sincero posible con mis propios recuerdos. Y así fue como me sometí a juicio. Difícil, extremadamente complicado. Era, al mismo tiempo, fiscal y abogado defensor. 
Y en mitad del juicio aparecieron varios testigos, cosa increíble. Testimonios de personas que me hicieron ver que mi mundo de fantasía, ese en el que todas las parejas viven felices, no es lo que abunda en este mundo nuestro. Había muchas personas que habían pasado por lo mismo que yo. Lo mejor de todo ese extraño juicio es que pude hablar con testigos que estaban en la posición opuesta a la mía, mujeres que habían dejado a sus parejas. Sólo entonces pude entender a mi ex, sus motivos. 
Andando entre los ejércitos enemigos es como supe que ella tenía razón. Donde mejor me desenvuelvo es con mujeres y una vez metido en conversaciones con las bellas guerreras, me fue fácil comprender las motivaciones de su visceral ataque hacia mi. En la lucha no hay compasión. En la batalla sólo vale sobrevivir, sin contemplaciones. Y ella guerreó mejor que yo, sin ninguna duda. Al menos con más valentía y coraje. 
Por eso, durante el juicio me acordé de una expresión que me enseñaron en la facultad. In dubio pro reo. Si existe una pequeña duda, por falta de pruebas o quizá porque no se ha demostrado con suficientes garantías la culpabilidad del acusado, este es supuesto inocente de los cargos que se le imputan. 
Decidí que en la cruenta guerra todo es válido y que nada de lo que se dice o hace es sinónimo de ser cierto o falso. No debía hacer caso de lo que se dijo durante la contienda, por lo tanto, juicio nulo. El acusado, pese a haber admitido su culpabilidad, podía salir del juzgado sin las esposas puestas. Era libre para rehacer mi vida.
Mi cuerpo y alma habían sufrido una metamorfosis.
La culpabilidad, el sentirme un cabronazo sin alma, había dado paso a una persona romántica, un Rubén que se aferraba al amor verdadero. Si ella no era mi alma gemela (cosa que creí durante diez años con todo mi ser) otra lo sería. Y esa otra media naranja andaba en algún lugar del planeta. 
Soñé con encontrar a mi princesa. Me abrí más al mundo. Deseaba que la gente me conociera, con mis cosas buenas y malas y empecé a publicar las entradas del blog en mi perfil de Facebook. Y eso fue raro. Inquietantemente extraño. Las mujeres, no creo que haya ningún hombre que me siga, leían lo que escribía y me decían que era una persona valiente por dejar que cualquiera pudiera mirar en el interior de mi corazón. 
Siempre creí que la gente que se acercara a estas palabras y recuerdos, quien sabe por qué incomprensible motivo, me tacharían de crio, inmaduro, enfádica, y estúpido. Cosas que soy al 100%, por eso me sorpredió al ver que una vez que leían sobre Rubén se interesaban más por mi. Hace unos meses se lo comenté a mi hermano. Y él me dijo algo totalmente cierto, cuando la gente ve que abres tu alma ellos te abren la suya a su vez. Es algo asi como una cierta empatía. 
De ese juicio salí con el convencimiento de que no soy mala persona. Cometí errores y fui un auténtico imbécil en algún que otro momento. Pero casi siempre me regí por el amor, la pasión y el deseo. 
Asi que aquí sigo, meses después de que el juez dictara sentencia, completando mi metamorfosis. Transitando por ese sendero que me lleve hasta un ser más humilde, más sincero, más valiente y más bueno. 
Nunca regalé nada por San Valentín, salvo el último año que estuve con ella. Ese año se me ocurrió una idea. Ella me decía siempre, entre risas pero con mirada seria, que nunca la había regalado unas flores. Y pensé que ese sería un buen día para ser el primero. Pero no iba a ir a una floristería para comprar unas margaritas, su flor favorita. Me pasé toda la tarde viendo vídeos en Youtube sobre origami y papiroflexia, intentaba aprender a hacer una rosa de papel. Como mejor supe le hice dos flores y se las di cuando llegó a casa. ¡Feliz día de San Valentín! A ella se le iluminó la cara y me dio un bonito y romántico beso. 
Ni todo fue horrible, ni todo fue bueno. Ni soy controlador, ni me da igual lo que le suceda a la gente que quiero. Ni me gustan los médicos, ni siento aversión por ellos. Ni soy un loco valiente al contar mi vida entera, ni soy un cobarde que esconde la cabeza bajo tierra. Ni soy tan romántico como para regalar flores cada 14 de febrero, ni me falta pasión al expresar lo que siento. 
Sin lugar a dudas, en el término medio está la verdad de lo que es Rubén. 



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