La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 6 de febrero de 2014

La maldición de Ondina

El agua estaba tranquila, una terrible paz se cernía sobre Rubén. Yacía en la barquita de madera observando las estrellas mientras pensaba en antiguas historias que había escuchado, de pequeño, en los muelles de Londres.
Era su segundo día a bordo de aquella tumba flotante. ¡¿Dónde diablos estaban los buques mercantes?!
Hambriento, sediento y agobiado por no poder hacer nada, tan sólo esperar, lanzó una súplica al temido mar. ¡Nereidas de más allá de las columnas de Hércules. Oceánides, señoras de las profundas y misteriosas aguas. Náyades, reinas de los ríos y estanques. ¡Ayúdadme! ¡Sacadme de esta maldita balsa y traed una tempestad que me lleve hasta la estela de algún jodido navío!
Al terminar, enrabietado como estaba, gritó. ¡Poseidón, te desafío! ¡¡Envíame tu furia!!
Aplacada, momentáneamente, la ira por su mala suerte, se volvió a recostar. Entonces escuchó un suave bufido. Se asomó para ver que era y vió a un delfín que con su puntiagudo morro balanceaba la pequeña barca. Quizá fuera por el ayuno o puede que por la oscura noche sin luna, el caso es que sobre los lomos de aquel delfín observó a una bella mujer. ¿Era una alucinación? Largos cabellos, mirada afable, manos delicadas apoyadas en la deslizante piel del delfín, la verdad era que todo parecía sacado de un sueño. Sin embargo, la preciosa mujer habló en un melodioso susurro. Conquistador, prepárate, tus ruegos han sido escuchados. Esta noche vivirás la más devastadora tormenta a la que jamás te hayas enfrentado. Tendrás que superarte a ti mismo si quieres sobrevivir y así poder averiguar el secreto que se esconde en ese mágico baúl y en las entrañas de tu alma. Suerte mi querido pirata, el destino te pertenece. Gracias, mi señora. Es lo único que pudo decir Rubén. Incrédulo, vió como el delfín se alejó llevándose consigo a la bonita mujer para finalmente desaparecer en las negras aguas del océano. Ondina acababa de mostrarse ante él. 
El Conquistador metió la cabeza en las frías aguas para despertar de su letargo. Más activo, se puso a pensar y contempló una gruesa soga en un lateral del bote. No sería de gran ayuda pero al menos le mantendría unido a ese pedazo de madera en el que flotaba en mitad de la nada. Así que, con el agua salada cayendo por su rostro, ató un extremo del cabo a su cintura y el otro a la circular horquilla del remo dándole un par de vueltas al banquito que servía de apoyo al remero. Entonces se quitó la camisa que llevaba para que el peso del agua no le estorbara y de pie junto a la proa de la pequeña embarcación esperó con mirada desafiante. Unos minutos después empezaba a llover, unas pocas gotas cayeron sobre su desnudo torso. ¡Veamos que tenéis preparado para mi! Aulló al infinito. ¡Nada me detendrá, voy en busca del amor eterno! Bramó a la oscuridad. 

Ayer, una amiga me comentaba asombrada que un conocido suyo había encontrado el amor. Ese simple hecho le daba más esperanzas a ella misma para no desistir, para no dejar de ilusionarse y soñar que era posible. Si ese chico lo había conseguido, ¿por qué no ella?
De pronto una imagen vino a mi mente. Una gigantesca tortuga saliendo del mar, un inmenso animal que lentamente busca el lugar apropiado de la playa. Con sus fuertes aletas cava un profundo hoyo y deposita sus aproximadamente 100 huevos entre lágrimas. No por la tristeza que quizá inunde su corazón al preguntarse cuantos de ellos sobrevivirán, sino por mantener sus ojos lubricados y limpios de molesta arena. Una vez terminado el proceso la sabía mamá tortuga camufla lo mejor que puede su escondite y vuelve a su hogar, el húmedo mar. Dos meses más tarde, decenas de pequeños bebe tortuga salen de su confortable refugio y se precipitan hacia un viaje terriblemente peligroso. 
Instantes después de que esa chica me dijera que alguien había conseguido amar no pude evitar que esa espectacular imagen asomara por mi cabeza. Y me dije, una tortuguita ha llegado al mar. ¡Bravo! Pensé. Pero unos segundos después me di cuenta de que su odisea no había hecho más que comenzar. Una tortuguita no está a salvo en mar abierto, miles de peligros acechan tras las sumergidas rocas o bajo las oscuras algas. Y como es lógico, los primeros meses son los más difíciles hasta que el pequeño animalito coge confianza y va creciendo poco a poco. ¡Tened cuidado tortuguitas del mundo entero! La vida debe salir adelante, el amor debe triunfar.
¿Quien es Ondina? Hay varias versiones sobre lo que ocurrió con esta ninfa. Algunos dicen que al nacer, viendo la belleza de aquel bebé, la hadas colmaron a Ondina con muchos dones. Por ejemplo, su abuela, que también era una de esas buenas hadas, le dió el regalo de la persistencia. Un día, un noble caballero se enamoró de esta preciosa mujer y la raptó para que sólo fuera suya. Ondina acabó enamorándose perdidamente de su captor, tan profundo era ese amor que olvidó a su propios seres queridos y no fue a visitar a su madre enferma. Su abuela se disgustó muchísimo y le lanzó una maldición. ¡Amarás a ese noble eternamente! Por lo general, parecería una bendición, pero de todos es bien sabido que la inmortalidad de las ninfas esta supeditada a enamorarse de un mortal y darle un hijo a este. Cosa que sucedió, y Ondina empezó a envejecer en el mismo momento en el que parió a su precioso niño. Con los años, el noble caballero se cansó de Ondina cuya belleza iba decayendo, no así el amor que ella seguía profesando hacia él, tan pasional como el primer día. Agobiado por todo este asunto, el caballero pensó una argucia para librarse de ella. Fingiría creer que ella le había sido infiel. Si de verdad me quieres, le dijo, ve al río que se encuentra fuera de los dominios de nuestro rey y tráeme un ánfora de sus cristalinas aguas. Ella, con coraje, cogió el pesado cántaro y se dirigió hacia el lejano río. Aún con todo el pundonor y orgullo que pudo reunir le costó mucho llevar consigo la enorme vasija vacía, así que cuando estaba llenando el ánfora derramó multitud de lágrimas sobre el río al pensar que jamás podría demostrar su incondicional amor ya que no se creía con fuerzas para volver hasta su castillo. Al ver la tristeza de Ondina, su abuela se apiadó de ella deshaciendo la maldición. Y convirtió a Ondina en la ninfa guardiana de aquellas aguas. Volvía a ser inmortal, y en agradecimiento por ese nuevo don que le acababan de conceder, durante cientos de años ayudó a miles de marinos en apuros. 
Hoy no puedo dejar de pensar en tortugas y en ninfas. El amor es increíble y a la vez peligroso. Cientos de tortugas buscándolo, ansiando llegar a la meta. Muchos somos huevos sin eclosionar aun, esperando nuestro momento. Sin embargo, una vez conseguido, ya en alta mar, cuidado. Es entonces cuando la maldición de Ondina cae sobre nuestros hombros. El amor eterno. 








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