La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 4 de febrero de 2013

San Francisco

Tumbado sobre la hierba de un parque miraba el cielo. Nubes blanquecinas formaban figuras algodonosas y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Era un lugar precioso, tenía una sensación de absoluta paz. Era un instante en el que disfrutaba de aquel lugar tan espléndido. Me incorporé y me quedé sentado observando. La altura de la colina me permitía ver toda la ciudad. Era una vista maravillosa. Me encontraba en el barrio de Alamo Square, en un parque justo en frente de lo que allí llaman las "painted ladies". Una hilera de casas de estilo victoriano que me eran familiares desde que de chaval veía una serie en la tele cuyo título original es Full House y aquí se tradujo como padres forzosos.
Escuchando el susurro que hacia la brisa atravesando las ramas de los árboles veía a lo lejos la bahía de San Francisco, una ciudad maravillosa. Un lugar que no esperaba que me gustara tanto.
Hoy es un buen día para escribir sobre esta ciudad. Ayer fue la Super Bowl y aunque los 49ers perdieron me hicieron recordar esa semana que estuve allí.
Lo primero que te sorprende al llegar es el maldito frío que hace en Agosto. Uno asocia California con playas, sol, surf, en definitiva calor. Salí de Madrid con 40 grados, llevando unas bermudas, y llegué a la ciudad de la bahía por la tarde con unos 10 grados. Alguien dijo que el invierno más frio que había pasado era un verano en San Francisco, y no le faltaba razón. No llevaba nada de abrigo en mi maleta, error por mi parte, y en cuanto abrieron las tiendas a la mañana siguiente me compré una cazadora. Una vez abrigado ya estaba en disposición de apreciar cada rincón de la metrópoli de las míticas colinas. ¿Y qué mejor forma que con el tranvía de cable? Es algo genial, de verdad que sí. A pesar de estar masificado en algunos momentos del día por los miles de turistas que llenan San Francisco es un viaje espectacular. Mi hotel estaba justo al lado de donde hacen el cambio de sentido los tranvías y cada día  podía ver esa escena tan curiosa y descubrir como los propios conductores giran el vagón. Una vez dentro quizá se esfume algo de glamour al estar todos apiñados en tan poco espacio pero como me saqué un abono de una semana me harté de subir y en algunas horas del día vas realmente cómodo y disfrutas del recorrido.
Hubo algo para lo que sí había planeado una visita y fue para ir a Alcatraz. La roca es la cárcel por excelencia. El lugar es impresionante, no ya por verlo por dentro sino por estar situado donde está. Es una isla a unas tres millas de la costa. Su perfil es reconocible para todo aquel amante del cine. Pasé toda una mañana recorriendo sus pasillos, escuchando historias de bandidos y fugas, historias de gánsters, historias que me atraen sobremanera. El lugar a veces es sombrío y lúgubre. Infunde respeto. En una ocasión vi un documental sobre unos tipos que buscaban alteraciones magnéticas allí, pensando que podrían ser los espíritus de los encarcelados. Estando en algunas celdas piensas que es posible que algo se puede haber quedado ahí dentro. Me encantó esa visita.
Paseando me encontré con una zona donde hay varios puestos de comida en la misma calle donde se pueden comer patas de cangrejo y algo que no había probado nunca. Una especie de crema de marisco servida dentro de un pan que se llama sourdough bread. Es un lugar con encanto, los puestos están hasta arriba de gente cascando patas y saboreando la curiosa crema. Esta calle está llena de restaurantes de toda clase, desde italianos pequeñitos con mesitas minúsculas pasando por bistrots franceses de precios discutibles.
Para pasear hay un lugar especial, otro gran descubrimiento inesperado. Un lugar llamado Fisherman's Wharf. Está situado en un muelle y es encantador, lleno de tiendas originales, y una en especial, una de adornos navideños. Es preciosa. Un lugar para detenerse durante un rato mirando las miles de cosas que tienen dentro. Hay varios restaurantes también y fue aquí, en uno decorado con estilo surfero cuyas mesas son tablas, donde probé los mejores nachos con queso de mi vida.
Andar por el paseo que bordea los muelles es una gozada, miles de gaviotas sobrevuelan sobre tu cabeza y escuchas sus graznidos. El viento te lleva casi en volandas y te trae ese aroma marino que tanto me gusta. Uno de los días llegué hasta Ghirardelli Square, una plaza que coge el nombre de la famosa tienda de chocolates. ¡Dios, qué pinta tenía todo! Al entrar un chica amablemente me ofreció un pedacito, una trampa, ya no podrás salir sin comprar algo o tomarte un helado. ¡Qué goloso soy!
Voy a terminar como acabó mi viaje, yendo a ver el conocidísimo Golden Gate. Ese día fue un poco triste porque cometí un pequeño error, dejar para la última tarde la visión de este maravilloso puente. No caí en la cuenta de que San Francisco es conocido por su famosa niebla. Al llegar al pie del puente rojo me di cuenta, mirando hacia arriba, que no se veía. Al menos pude recorrerlo durante un rato y prometerme que tendría que volver a esta ciudad. Sin ninguna duda volveré. Mantendré mi promesa.
Me dejo varias cosas por contar, como la mañana en chinatown, o el paseo por Union Square y sus tiendas, deambular por los barrios de casas victorianas observando a la gente en sus quehaceres diarios, caminar por un parque de estilo japonés o admirar el rascacielos de forma piramidal. Pero mejor que os lo cuente es ir allí y verlo. Yo pienso repetir, esta vez con una chaqueta en la maleta, por supuesto.

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