La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 14 de febrero de 2013

Relatividad

Hoy es el día más indicado para hablar de este tema.
Newton hace algo más de 300 años demostró la ley de la gravitación universal. ¿En qué consiste? Básicamente lo que demuestra es que dos cuerpos sienten una atracción mutua que depende de su masa y de la distancia que los separa. De esta atracción dijo que era una fuerza que ejercian los cuerpos con masa el uno sobre el otro. Esta ley presenta algunos problemas que 200 años mas tarde Einstein solucionó. Surgió la teoria de la relatividad. El fisico alemán dijo que esa atracción no era una fuerza en sí, sino una consecuencia ya que la masa de los cuerpos generaba una curvatura del espacio-tiempo. Es decir, en pocas palabras, el tiempo es relativo. No existe un tiempo absoluto. Lo explicaré con un ejemplo muy famoso, la paradoja de los gemelos. Bien, uno de los gemelos hace un viaje espacial subido en una nave que vuela cercana a la velocidad de la luz. A la vuelta de su paseo estelar se encuentra con su gemelo que se ha quedado en la Tierra. El hermano viajero nota que es más joven que su gemelo, que ha envejecido más rápidamente. Cada persona posee su propia medida del tiempo que dependerá de donde se encuentre y de como se mueva.
¿4 meses es mucho o es poco? Esa es la pregunta que me hago. Y la respuesta me la ha dado Einstein,  depende. ¿Dónde me encuentro?¿Avanzo o estoy quieto, agazapado?
Aquí encuentro dos posibles caminos para contestar a ambas cuestiones. La positiva o la negativa.
Hace un par de noches veía en la tele los Simpsons. Pusieron un episodio en el que hablaban de forma irónica sobre un libro. El secreto. Y me entró curiosidad. Es un libro basado en una filosofía llamada nuevo pensamiento y lo que nos viene a contar la autora es que la mentalidad con que afrontamos la vida es determinante para conseguir o no nuestras metas. Los pensamientos positivos atraen sucesos positivos en nuestra vida. Parecen cuentos de charlatanes del siglo XIX pero pensemos en ello por un instante. Por ejemplo, los médicos lo han hecho desde hace mucho tiempo, el efecto placebo. Pensar que estas siendo tratado y curado de una posible enfermedad cuando en realidad es todo un engaño. Los pensamientos son positivos y eso atrae una mejoría en nuestro organismo. Nos sentimos mucho mejor. En una entrevista de trabajo tendremos más posibilidades de conseguir el empleo si vamos seguros de nosotros mismos. La mentalidad positiva parece funcionar. Cuando emprendemos cualquier negocio es lógico pensar que todo saldrá bien, confianza plena en las posibilidades.
Lo que cuenta este libro no es nada que se escape al sentido común. ¿Por qué ha tenido tanto éxito? Seguramente la autora se pasó el día pensando positivamente en las ventas de su best-seller.
Por otro lado tenemos la negatividad. Las leyes de Murphy y su lema, si hay alguna posibilidad de que algo salga mal lo hará. Y la ley de Finagle sobre la negatividad, si algo puede ir mal irá mal en el peor momento posible. Desde luego pensar de esta forma es una manera de prevenir los posibles inconvenientes que pueden surgir en la vida. Son teorías que recomiendan no mantenerse al margen y  simplemente pensar que todo saldrá bien por el mero hecho de pensarlo y lanzar nuestro buen rollito al universo a ver si alguien nos devuelve algo.
¿Con cuál me quedo? Con ambas. Siempre he sido precavido y he buscado soluciones para las posibles contingencias. Pero lo del pensamiento positivo tiene sentido. Estoy leyendo el libro y tiene mucha paja pero el mensaje me parece válido. Lo semejante atrae a lo semejante y por lo tanto los pensamientos positivos atraen positividad a tu vida. La ley de la atracción. Newton no podría haber estado más de acuerdo.
Y todo esto por un episodio de los Simpsons. Como diría Homer, la televisión tiene soluciones para todo.
Y contestando a mi pregunta de si cuatro meses es mucho o no citaré la ley de Hofstadter, "siempre lleva más tiempo del esperado incluso teniendo en cuenta la ley de Hofstadter."
Pensamientos positivos, pensamientos positivos, pensamientos positivos.....

domingo, 10 de febrero de 2013

El Loto Blanco

Pai Mei espera en lo alto de una colina a que su alumna suba por las escaleras que la conducen hasta él. Está sentado a las puertas de un monasterio. Tranquilo, meditando. Su alumna se presenta con una reverencia.
Esta escena de Kill Bill Vol.2 es algo a lo que me estoy enfrentando yo ahora.
Yo soy ese alumno que se postra ante su maestro. A diferencia de Beatrix Kiddo, yo tengo muchos maestros. No obstante la tarea sigue siendo complicada. En breve saldré a dar mis primeros pasos en el Parkour. Me encerraré en el monasterio el tiempo que haga falta para aprender y mejorar mi técnica.
Pai Mei más conocido como el Loto Blanco es un personaje basado en un monje real. Un monje que vivió durante la dinastía Qing llamado Bai Mei lo que se podría traducir por cejas blancas. Este hombre aprendió las artes marciales en el templo Shaolin de Henan. Según algunas leyendas fue una de las 5 personas que unicamente sobrevivieron a la destrucción del monasterio Shaolin de Fujian a manos de los manchues en 1768. Algunas de estas leyendas le achacan a él ser el cabecilla que originó la revuelta que llevo al monasterio a las cenizas. Pasando por alto quien fue el que empezó el desastre lo cierto es que sobrevivió a el y fue el creador de un estilo propio de Kung Fu que fue enseñando a sus discípulos y que ha llegado hasta nuestros días. Zhang Lichuan y Fai Yun fueron los dos primeros discípulos de "cejas blancas". Fueron a la montaña de Emei, donde estaba recluido el monje, y aprendieron durante 8 años la forma de luchar que tenía Bai Mei. Lichuan fue el promotor de estas enseñanzas llevándolas por toda China e incluso le puso nombre en honor a su maestro. A partir de entonces a este estilo de Kung Fu se le llamará Pak Mei. (Nombre cantonés de Bai Mei)
Volviendo a nuestro personaje ficticio, Pai Mei somete a un cruel tutelaje a su alumna, Beatrix Kiddo también conocida como la mamba negra. Le enseña con dureza y disciplina y ésta no huye de la responsabilidad que le ha sido conferida, aprender el noble arte del Kung Fu en el estilo de la garra del águila. Aguanta toda clase de penalidades hasta dominar los movimientos e incluso el Loto Blanco le hace poseedora de un conocimiento muy especial, el golpe de 5 puntos de presión que revienta el corazón, la técnica más temible de Pai Mei.
Mi aprendizaje será desde cero, mi mente es un continente vacío. En un par de meses, desde que me propuse este reto he ganado en fuerza y agilidad. Mi potencia de salto se ha incrementado y mi velocidad de piernas está aumentando. Conociéndome, mi principal lucha será no rendirme, no abandonar al primer síntoma de no mejoría. Recuerdo, cuando era un crio, que mi abuelo me enseñó a montar en bici. Yo era un niño poco paciente y cada vez que no me mantenía sobre las dos ruedas y perdía el equilibrio me enfadaba y dejaba la bici tirada en el suelo muy enojado. Mi abuelo con su infinita sabiduría supo manejar la situación y al final logré aprender. Con los años no he mejorado en ese aspecto y sigo siendo bastante impaciente sin embargo he de mantener la calma. ¿Lo lograré? Quien sabe. Por ahora no he dejado mi entrenamiento previo, enseñando a mi cuerpo que puede realizar algunos movimientos básicos. Algunos días acabo extenuado pero es el precio que hay que pagar. Sin duda me daré algunos batacazos, me caeré. Lo interesante es ver si me levantaré después de cada caída. Yo mismo estoy expectante ante lo que pueda lograr hacer. Soy un misterio hasta para mi mismo. Y desde luego eso es lo bonito de esta empresa que me propongo comenzar. Conocerme algo mejor y llevarme hasta el límite. ¿Cuanto puedo soportar?
Al principio de su instrucción, Beatrix ni se imaginaba que podría dar un golpe tan certero y potente como para romper un tablón de madera a pocos centímetros de su mano. Es ficción, estamos de acuerdo, pero la historia está llena de gente que ha conseguido logros increíbles. Simplemente hay que creer en las posibilidades de uno mismo. Pensar que se puede hacer y materializar ese pensamiento. Hacer que suceda.
No entiendo demasiado sobre la filosofía Zen, en realidad no se nada. Pero os dejaré con una frases que decía Bruce Lee, conocido maestro de Kung Fu y gran divulgador de esta filosofía. Contaba, en una entrevista que lei hace tiempo, que cualquier tipo de conocimiento se convierte automáticamente en conocimiento de uno mismo. No se trata de aprender unos movimientos sino de conseguir expresarse uno mismo con ellos. Y esto es una cosa realmente complicada. Y en mi opinión es cierto. Enfrentarse a una hoja en blanco y escribir, pintar un cuadro de la nada, crear música o realizar unos movimientos que expresen lo que eres es muy complicado. Te enfrentas a ti mismo.
Y para ello, Bruce daba un consejo. Decía que fuéramos como el agua. Que no tuviéramos una forma concreta. La naturaleza del agua hace que sí se vierte sobre una taza se convierte en ésta, si la metemos en una botella adapta su forma, si la echamos en una tetera se transforma en tetera. El agua fluye o golpea. Ese es el secreto, la adaptación al medio. Ser como el agua. Convertirse en ella.
Y eso, amigos míos, es lo que me propongo hacer.

lunes, 4 de febrero de 2013

San Francisco

Tumbado sobre la hierba de un parque miraba el cielo. Nubes blanquecinas formaban figuras algodonosas y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Era un lugar precioso, tenía una sensación de absoluta paz. Era un instante en el que disfrutaba de aquel lugar tan espléndido. Me incorporé y me quedé sentado observando. La altura de la colina me permitía ver toda la ciudad. Era una vista maravillosa. Me encontraba en el barrio de Alamo Square, en un parque justo en frente de lo que allí llaman las "painted ladies". Una hilera de casas de estilo victoriano que me eran familiares desde que de chaval veía una serie en la tele cuyo título original es Full House y aquí se tradujo como padres forzosos.
Escuchando el susurro que hacia la brisa atravesando las ramas de los árboles veía a lo lejos la bahía de San Francisco, una ciudad maravillosa. Un lugar que no esperaba que me gustara tanto.
Hoy es un buen día para escribir sobre esta ciudad. Ayer fue la Super Bowl y aunque los 49ers perdieron me hicieron recordar esa semana que estuve allí.
Lo primero que te sorprende al llegar es el maldito frío que hace en Agosto. Uno asocia California con playas, sol, surf, en definitiva calor. Salí de Madrid con 40 grados, llevando unas bermudas, y llegué a la ciudad de la bahía por la tarde con unos 10 grados. Alguien dijo que el invierno más frio que había pasado era un verano en San Francisco, y no le faltaba razón. No llevaba nada de abrigo en mi maleta, error por mi parte, y en cuanto abrieron las tiendas a la mañana siguiente me compré una cazadora. Una vez abrigado ya estaba en disposición de apreciar cada rincón de la metrópoli de las míticas colinas. ¿Y qué mejor forma que con el tranvía de cable? Es algo genial, de verdad que sí. A pesar de estar masificado en algunos momentos del día por los miles de turistas que llenan San Francisco es un viaje espectacular. Mi hotel estaba justo al lado de donde hacen el cambio de sentido los tranvías y cada día  podía ver esa escena tan curiosa y descubrir como los propios conductores giran el vagón. Una vez dentro quizá se esfume algo de glamour al estar todos apiñados en tan poco espacio pero como me saqué un abono de una semana me harté de subir y en algunas horas del día vas realmente cómodo y disfrutas del recorrido.
Hubo algo para lo que sí había planeado una visita y fue para ir a Alcatraz. La roca es la cárcel por excelencia. El lugar es impresionante, no ya por verlo por dentro sino por estar situado donde está. Es una isla a unas tres millas de la costa. Su perfil es reconocible para todo aquel amante del cine. Pasé toda una mañana recorriendo sus pasillos, escuchando historias de bandidos y fugas, historias de gánsters, historias que me atraen sobremanera. El lugar a veces es sombrío y lúgubre. Infunde respeto. En una ocasión vi un documental sobre unos tipos que buscaban alteraciones magnéticas allí, pensando que podrían ser los espíritus de los encarcelados. Estando en algunas celdas piensas que es posible que algo se puede haber quedado ahí dentro. Me encantó esa visita.
Paseando me encontré con una zona donde hay varios puestos de comida en la misma calle donde se pueden comer patas de cangrejo y algo que no había probado nunca. Una especie de crema de marisco servida dentro de un pan que se llama sourdough bread. Es un lugar con encanto, los puestos están hasta arriba de gente cascando patas y saboreando la curiosa crema. Esta calle está llena de restaurantes de toda clase, desde italianos pequeñitos con mesitas minúsculas pasando por bistrots franceses de precios discutibles.
Para pasear hay un lugar especial, otro gran descubrimiento inesperado. Un lugar llamado Fisherman's Wharf. Está situado en un muelle y es encantador, lleno de tiendas originales, y una en especial, una de adornos navideños. Es preciosa. Un lugar para detenerse durante un rato mirando las miles de cosas que tienen dentro. Hay varios restaurantes también y fue aquí, en uno decorado con estilo surfero cuyas mesas son tablas, donde probé los mejores nachos con queso de mi vida.
Andar por el paseo que bordea los muelles es una gozada, miles de gaviotas sobrevuelan sobre tu cabeza y escuchas sus graznidos. El viento te lleva casi en volandas y te trae ese aroma marino que tanto me gusta. Uno de los días llegué hasta Ghirardelli Square, una plaza que coge el nombre de la famosa tienda de chocolates. ¡Dios, qué pinta tenía todo! Al entrar un chica amablemente me ofreció un pedacito, una trampa, ya no podrás salir sin comprar algo o tomarte un helado. ¡Qué goloso soy!
Voy a terminar como acabó mi viaje, yendo a ver el conocidísimo Golden Gate. Ese día fue un poco triste porque cometí un pequeño error, dejar para la última tarde la visión de este maravilloso puente. No caí en la cuenta de que San Francisco es conocido por su famosa niebla. Al llegar al pie del puente rojo me di cuenta, mirando hacia arriba, que no se veía. Al menos pude recorrerlo durante un rato y prometerme que tendría que volver a esta ciudad. Sin ninguna duda volveré. Mantendré mi promesa.
Me dejo varias cosas por contar, como la mañana en chinatown, o el paseo por Union Square y sus tiendas, deambular por los barrios de casas victorianas observando a la gente en sus quehaceres diarios, caminar por un parque de estilo japonés o admirar el rascacielos de forma piramidal. Pero mejor que os lo cuente es ir allí y verlo. Yo pienso repetir, esta vez con una chaqueta en la maleta, por supuesto.

domingo, 3 de febrero de 2013

Joaquín Sabina

Un recuerdo se ha asomado a mi mente hace un momento.
Un verano,  hace unos cuantos añitos, mis hermanos se fueron a un pueblecito de Inglaterra durante un par de semanas a aprender un poco de inglés. En la academia en la que estudiábamos hacían como una suerte de intercambio. Algunos alumnos iban allí alojándose en casas de gente autóctona, y los niños ingleses se venían para Madrid. A mi la idea de meterme en una casa de extraños no me apetecía para nada. Mis padres me insistieron bastante para que fuera, incluso me dijeron que sí no iba tendría que trabajar con mi tío en un bar. Una amenaza con la que pensaron que claudicaría de mi cabezonería. Pero no hubo forma. Así qué ese verano estuve trabajando de camarero durante tres semanas.
Duro. Muy duro para un chaval de 16 años que sólo pensaba en divertirse en sus vacaciones estivales. Pero había que tirar para adelante con mi decisión.
Me levantaba a la 6 de la mañana e iba a casa de mi tío para que me llevara. Ese instante era difícil, nunca antes había salido de casa tan temprano y ¡el mundo a esas horas parecía tan vacío! La soledad de esos momentos llamando al telefonillo de mi tio me llamó la atención. Sin embargo todo cambiaba una hora más tarde, cuando abríamos el bar. Un movimiento asombroso surgía, de la nada, alrededor nuestro. El panadero llegaba con los churros, porras y demás bollería para los desayunos. Y como sí la gente estuviera esperando agazapada y escondida en los soportales, observando, aparecían  de pronto. Cafés, cafés y más cafés. Mi primer día fue una locura, esas primeras dos horas. La gente quizá no se da cuenta, pero el café de antes de entrar al trabajo se lo toman de muy mal humor y hay que lidiar con eso. Ese día, bien es cierto, yo me mantuve a la expectativa. Mi cometido era tan sólo calentar la leche con el manguito del vapor y servir la bollería. Mi tío me dijo, observa que mañana tu tendrás que hacerlo. Y observé. Las caras de la gente, somnolientas, eran todo un poema. Pedían el desayuno con desgana, casi por obligación. Algunos se tomaban el café de un sorbo y se iban corriendo, otros en cambio, como sí no quisieran empezar su jornada jugueteaban con los posos hasta que con una mueca de disgusto miraban el reloj y pagaban tirando la monedas en la barra. Al ver ese panorama mi primer día me dije, jamás trabajaré en una oficina.
Pasadas las 9 de la mañana hubo un pequeño respiro, tiempo que utilizamos para ir a la compra y dejar todo preparado para más tarde.
El café de media mañana era distinto. La gente más tranquila y pausada degustaba su zumo, su café y su bollo con una devoción que te entraban ganas de sentarte a su lado y decir, ¡tío, ponme un zumito!¡y un par de porras!
Había muchos ratos muertos en los que no sabía que hacer y yo, iluso de mi, me metía las manos en los bolsillos del pantalón a esperar a un nuevo cliente. Claro, mi tío me miró ese primer día y al verme así movió la cabeza con gesto disconforme y me dijo ¡anda, ve y coloca la terraza! Eran las 12:30 y como sí fuera algún ritual extraño mi tío a esa hora ponía siempre en el equipo de música a Joaquín Sabina. Y yo mientras iba y venía colocando sillas y mesas, escuchaba las canciones. Siempre la misma cinta, las mismas letras. Cada día de las tres semanas que estuve allí. Se me metió en la mente.
Para la hora de las comidas teníamos una cocinera. Una señora de unos 50 con la que me llevé muy bien y que me trataba como sí fuera su pequeño vástago. Era buena gente y me hablaba mucho. La cogí cariño. Me hacia de comer lo que yo quisiera y eso me ganó el corazón.
Yo sacaba platos y los recogía. Era el momento más mecánico del día, el mismo cometido. El negocio funcionaba bien y teníamos bastante clientela. Y mientras pasabas esos ratos de apuro, por las prisas, el tiempo corría. Yo deseaba que así fuera, que mi turno acabara de una maldita vez.
Y el primer día, al llegar las 4 de la tarde ya no sentía ni mi alma. Estaba agotado. Extenuado, me fui a casa y al llegar me tiré en el sofá hasta que mi madre me hizo la cena. Y enseguida me encontraba en la cama esperando un nuevo día. Era lo que peor llevaba, el tener que acostarme pronto en verano. Escuchaba a los niños jugando en la calle por la noche y yo intentando no pensar que al día siguiente a las 6 me sonaba el despertador.
Ahora recuerdo esos días y pienso, no estuvo mal. En esos momentos era odioso pero sinceramente aprendí mucho de la gente. Su forma de comportarse, su forma de hablar, sus manías. Me volví más observador. Tampoco nos vamos a engañar, acabé hasta el gorro de los malditos cafés y en agosto cuando estaba en la playa ni me acordaba de la cafetera del diablo. Pero si que a eso de la una de la tarde me entraba el gusanillo y decía, me apetece escuchar una de Sabina.

jueves, 31 de enero de 2013

Memoria

¿Qué es lo que hace que recordemos unos hechos determinados y otros pasen a formar parte del olvido?
El cerebro es algo intrincado, ni lo comprendemos ahora ni en un futuro próximo. En alguna ocasión he escuchado que solo utilizamos el 10% de la capacidad de este. ¿Qué hay del resto?¿Por qué no podemos más que vislumbrar nuestro potencial?
Ayer hablé con dos personas de mi pasado más lejano. Dos personas que fueron una fracción importante de mi niñez. Al menos ese es mi recuerdo. Sería interesante ver que recuerdan esas dos personas de mi. Se lo preguntaré algún día. Bueno, una de ellas me dió un par de nombres, personas que como ellas dos fueron a mi clase de pequeño. A una de ellas no la recuerdo y la otra tuve que pensar varios minutos hasta caer en la cuenta. Sin embargo, de las personas con las que contacté ayer, recordaba sus apellidos. Incluso hay un par de personas más que también puedo decir sus nombres completos. ¿Por qué?¿Fueron más importantes para mi?¿Me caían mejor?¿O sólo es que tenía más trato con ellos?
La mente juega con nosotros a veces. Es curioso pensar, y a todos nos ha pasado esto, que en un examen no podemos recordar algo que hemos leído un par de horas antes y si que recitamos el estribillo de la canción que suena por la radio.
Cuando menos esperamos nos vienen a la mente datos que parecen ser irrelevantes para la vida diaria. De pronto el nombre de un actor te viene a la cabeza y piensas, ¡vaya, me gustaría ver de nuevo esa película! O quizá estas leyendo el periódico y tu mente deambula por sus pasadizos secretos y saca a colación un escritor del que te apetece leer algo en ese instante.
Ayer, me di cuenta de lo asombroso de la memoria. Vi alguna foto de esas personas y cientos de recuerdos vinieron a mi, inundando de nostalgia mi frágil mundo en el que ahora me encuentro. Recordar la infancia no deja indiferente. Algunas personas tendrán recuerdos buenos y otras malos. Los míos en general son de esos que te hacen sonreír. También quizá porque tendemos a sacar a la luz la historias felices y puede que algún asunto turbio quede enterrado bajo miles de neuronas. Quien sabe. Pero sin duda es fascinante pensar que después de tanto tiempo una mirada, unos simples ojos pueden llevarte tan lejos en el tiempo. Será porque esa mirada la tenía grabada a fuego en mi mente.
Una cara hace que vueles 25 años atrás. La máquina del tiempo más efectiva hasta el momento. La memoria. Claro que sólo funciona para un sentido. ¡Vaya por dios!
Interesante es el tema de lo que podemos hacer o no. Me explico, los mentalistas, psíquicos, sensitivos, y todo ese tipo de personas dicen que son capaces de realizar funciones para las que la gente de a pie, tu y yo, no soñaríamos con hacer. Mover objetos, leer pensamientos, intuir donde se encuentra una cosa o persona, ver a través del tiempo, bilocaciones, etc, etc. Todo eso, que es discutible, se produce mediante un ejercicio mental. Es decir, esa gente utiliza más del 10%. ¿Cómo?
Gente excepcional, sean engaños o no. Si es cierto, da miedo. Sino, se lo han currado bastante. En cualquier caso son personas fuera de lo común.
Más fácil de probar son ese otro tipo de gente cuyo coeficiente intelectual es superior a la media. Su cerebro trabaja más rápido, es más ágil, más potente, más efectivo. ¿Por qué unas personas tienen ese don y otras nos tenemos que conformar con leer mil veces una cosa para memorizarla?
Según las teorías de Darwin, el naturalista, el ser que mejor se adapta es el que sobrevive. El que perpetuará sus genes para el futuro. ¿Cuál de las especies es la que sobrevivirá? ¿Los que somos gente corriente o los que extrañamente tienen un don excepcional?
Me da a mi que la mediocridad gana la batalla. Ahora vale más ser un pirata que un navegante. Los corsarios se adueñan del mundo mientras los exploradores se agazapan esperando no ser aniquilados.
En fin, yo me quedaré con mis recuerdos de niño. Época en la que solo pensaba en jugar, reír, y por qué no, mirar a los ojos a una pequeña niña con sonrisa risueña. ¡Ah, que tiempos!



miércoles, 30 de enero de 2013

Las Moiras

¿Sería mi vida distinta de haber tomado un camino distinto?¿Qué habría pasado si hubiera cogido otra bifurcación?
Preguntas que todo el mundo se ha hecho en un momento u otro de su vida.
Hace ya algunos años me encontraba estudiando en una biblioteca municipal. Iba allí cada día durante el mes que duraba el periodo de exámenes. Un día me fijé en una chica que estaba en la mesa de enfrente. Me llamó la atención por su mirada. Recuerdo que usaba gafas y eso le daba un aire más interesante. No se el motivo, sinceramente. El caso es que cada vez que ella levantaba la vista de sus apuntes yo me volvía loco, me quedé prendado de esos ojos, de esa expresión, de esa mirada. De vez en cuando sonreía y susurraba algo a los que compartían mesa con ella. Amigos suyos de clase supuse. Aquel día me enamoré en un instante, un amor intenso pese a ser repentino. De pronto deseé estar a su lado, sentir su mirada, sentir su piel, sentir cada suspiro. En un momento salí a la calle a descansar de mis estudios y unos minutos después ella salió con sus amigos. Y entonces escuché su voz. Angelical. Sólo puedo describirla así. No solo tenía unos ojos cautivadores sino que su voz era tan dulce y suave que la hacía casi irreal. Era como una ninfa, un ser realmente bello, lleno de vida.
Al día siguiente la volví a ver. Intenté ponerme en su misma mesa pero ya estaba completa. La sala estaba muy llena y me senté en la otra punta de la biblioteca. Estuve triste todo el día. Tal impacto me causó esta chica. Al tercer día no la vi y acabé por pensar que era una tontería engancharse por alguien de esa forma, un pensamiento quizá para protegerme de mi mismo. Pero al cuarto día sucedió algo que me dejó confundido. Llegué al abrir, a eso de las 9 de la mañana. Me senté en una mesa cualquiera de una zona tranquila de la sala alejado de la puerta donde nada pudiera despistarme. Un par de horas más tarde alguién se sentó justo a mi lado. Si, era ella. Alucinado y nervioso a partes iguales no daba crédito a la coincidencia. Ella no me habló, ni siquiera hizo gesto alguno de que no fuera otra cosa que una pura casualidad. ¡Dile algo! Me repetía una y otra vez, pero no me lancé. Por la tarde me arrepentí tanto que me dije que tenía que hacer algo y pensé de que forma podría conocerla. Y se me ocurrió una cosa tan absurda y loca que quizá pudiera funcionar. Escribí una poesía. Y se la pensaba dejar encima de sus apuntes en cuanto ella saliera a tomarse un respiro. Mi plan solo funcionaría si todos los de la mesa se iban al mismo tiempo y si yo reunía el valor para hacerlo. Ambas cosas se dieron a media mañana del día siguiente. Me acerqué a una estantería con libros que había cercana a su mesa y disimuladamente deslicé el papel encima de sus apuntes. Volví a mi sitio y esperé. Minutos lentos, interminables. Pero al fin apareció y leyó la poesía. Pude ver la expresión de su cara desde mi sitio y sonrió y yo me sentí el chico más feliz de todo el maldito planeta.
Mi plan tenía un pequeño fallo, ella no sabía quien era yo. Y en la nota solo escribí la poesía. ¿Cómo diantres iba a decirle que era yo el poeta? Seguía siendo un desconocido para ella y eso anuló la euforia inicial. ¡Maldita sea! ¿Qué podía hacer? Pues, evidente, escribir una segunda nota. Esta vez, además de alabar sus encantos, le pedía una cosa. Le puse que si le había gustado la poesía que al día siguiente llevara una camiseta azul. ¿Quien era yo para exigir? Nadie, pero tenía que estar seguro de que le había gustado y que no estaba haciendo el ridículo más espantoso. Repetí el proceso para dejar el papel sobre su mesa y esperé de nuevo. Esta vez al leer ella la nota miró hacia todos lados observando a todos los que allí estábamos. Pensé que no le había gustado esa intromisión y dudé de todo cuanto había hecho. ¡Estás loco Rubén! Me repetí mentalmente.
Al día siguiente ella vino solo por la tarde, pero adivinad de que color era la camiseta que llevaba puesta. ¡Azul! ¡Dios, me estaba siguiendo el juego!
La tercera nota fue más difícil de escribir. ¿Le decía ya quien era o jugaba un poco más? Me decidí por mantener el misterio. Le propuse salir a una hora determinada a la puerta de la biblioteca. Tampoco quería alargar mucho la intriga porque los días iban pasando y no estaba seguro de verla de nuevo al día siguiente. Así que en la nota no decía quien era pero ya iba siendo hora de darme a conocer. Nervioso puse la nota y esperé a su reacción. La leyó y se la guardó.
Yo la citaba para el día siguiente por la mañana a las once en la puerta. ¿Iría? ¿Estaría enfadada? Bueno, pronto lo descubriría.
Biblioteca municipal. 11:00 de la mañana. A finales de Junio. Calor. Nervios. Curiosidad. Y por fin, llegó. Preciosa, como todos los días anteriores. Y hablamos. Me dijo que se llamaba Susana y que estudiaba derecho, ese año era el último. Era mayor que yo. Me confesó que le había gustado la poesía. Que al principio pensó que era una broma de sus amigos. Charlamos durante veinte minutos, quizá media hora. Una chica muy simpática. Pero mi círculo y el suyo no intersecaban. Me quedé con buen sabor de boca, al menos por haberlo intentado.
En Septiembre volví a verla, más guapa si cabe por el moreno del verano. Y nos saludábamos todos los días. Ella ya sabía quien era yo.
Esta historia no llegó a nada, pero ¿habría sido mi vida distinta si no lo hubiera intentado? Mi respuesta es afirmativa. Este hecho me dió la confianza necesaria para otras empresas similares. Llegué a la conclusión de que puedo ser creativo y original. Y me siento orgulloso de ello.
Creo en el destino, al modo de los griegos y de su hilo de la vida. Hay un nacimiento, una duración y una muerte ya elegidos de antemano. Las moiras se encargaban de ello. Pero lo que hagamos en el camino es cosa nuestra.
Una leyenda asiática, creo que japonesa, habla del hilo rojo de la vida. Todas las personas tenemos un hilo rojo atado a nuestro meñique y que está unido al meñique de la otra persona a la que estamos destinados a conocer. Hay una arteria que une el dedo más pequeño de la mano con el corazón y con la unión de ese cordel rojo a la otra persona nos da a entender la unión de los corazones de ambos. Ese hilo puede dar millones de vueltas, pero nunca se romperá. Una manera romántica de ver las cosas. Sin ninguna duda me gusta pensar que la vida es así.

lunes, 28 de enero de 2013

Seis grados de separación

Recorría el norte de Francia. Iba por una carretera secundaria que discurría por la costa. Vistas preciosas, el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados, el azul del mar y el del cielo se confundían en el horizonte. Paré en un mirador para observar el plano de carreteras más cómodamente. Salí del coche y extendí el mapa sobre el capó. Un par de minutos después un coche aparca a mi lado. Que sorpresa me llevé al ver que la matrícula indicaba que las personas en su interior eran también de Madrid. Y me dije, el mundo es un pañuelo.
Esta frase es la premisa que utilizó un escritor húngaro para narrar un cuento y mencionar por primera vez la teoría de los seis grados de separación. Una teoría realmente curiosa pero que por ello no deja de ser posible. El señor Karinthy nos contaba en su pequeña narración que dos personas totalmente desconocidas entre sí podían ponerse en contacto mediante una serie de conocidos comunes. Y que esta cadena de intermediarios no sería mayor a seis personas.
Parece algo improbable, a priori, pensar que con solo seis personas abarquemos a todo el planeta. Pero si nos detenemos un poco en esto y lo pensamos veremos que no es nada descabellado.
Para explicarlo tengo que mencionar al psicólogo Stanley Milgram. Este hombre es conocido en muchos ámbitos ya que sus estudios y experimentos son válidos para multitud de disciplinas. Uno de sus experimentos le llevó a formular la teoría del mundo pequeño. Cogiendo a dos personas al azar, en este caso en Estados Unidos, ¿llegará una carta desde el sujeto A al sujeto B sin enviársela directamente? La persona de origen tenía que enviar el mensaje a un conocido directo, y éste a su vez a otra persona que conociera directamente y así sucesivamente hasta llegar al destinatario final. ¿Cuantas personas se necesitarían para ello? Uno podría pensar que bastantes. Un país tan grande, bueno, ya es difícil que te lleguen las cartas del banco, así que... Fuera de bromas, lo que comprobó Milgram sorprendió a más de uno. La media de personas, para trasladar un mensaje de una punta de Estados Unidos a la otra, era de 5. También es cierto que había pequeñas trampas en su experimento que suscitaron algo de rechazo por parte de la opinión más ortodoxa del mundo científico. La gente que recibía el mensaje para volver a enviarlo sabían la dirección y trabajo del destinatario. Es decir, estaban algo condicionadas. Y había que confiar en que los intermediarios eligieran a la persona más idónea para que el recorrido fuera el menor posible. Había unas cuantas variables que no se podían controlar. La cosa también cambiaba si las razas o la condición social de los sujetos A y B eran dispares. Pero ensayando con distintos tipos de personas se pudo llegar a la conclusión de que esta cadena solo necesitaría de 6 personas.
Se han llegado a hacer experimentos bastante curiosos. ¿Cuál es la interconexión entre miembros de un mismo gremio? Aquí surgió el número de Erdōs. Este hombre fue un reconocido matemático que publicó, en colaboración con otros colegas suyos, numerosos trabajos y estudios. Erdōs tenía número cero. Y a todo aquel que colaboró con él se le asignó el número 1. Y los que, a su vez, escribieron artículos con estos últimos se les asignó el número 2. Con lo que el número de gente sube exponencialmente cada vez que avanzamos en la cadena. Ahora mismo hay científicos de número 8 y 9 de relación con Erdōs. Varios miles de ellos.
Algo parecido se ha hecho con el actor Kevin Bacon. Mediante una base de datos de seiscientos mil actores, de todo el mundo, se ha relacionado a todos con el actor americano. Como media se llega a una cadena de 4 personas. Por ejemplo, Fernando Fernán Gómez  trabajó en "Los restos del naufragio" (1978) con Isabel Garcia Lorca, que trabajó con Kevin Bacon en "She's having a baby". Por lo tanto, Fernán Gómez está a solo dos pasos de Kevin Bacon. Increíble, ¿verdad?
Estas ideas basadas en teorías de conjuntos y grafos son estudiadas ahora por el auge de las redes sociales y por ser base de los motores de búsquedas. La implementación de Facebook o Google están basadas en estas teorías que al fin y al cabo son interacciones entre conjuntos y grupos, intersecciones y relaciones entre ellos y los elementos que los conforman.
El planeta cada vez esta más ínterconectado. La expresión con la que comencé del mundo es un pañuelo cada día que pasa se hace más cierta.
Si cada persona tiene 100 conocidos, cada uno de ellos 100 más y así durante 6 iteraciones, si hacemos el cálculo nos saldrá un montón de gente.
Y salvo que una comunidad esté aislada completamente, difícil por no decir imposible en esta época, los 6 mil millones de personas están al alcance de unas pocas llamadas telefónicas.
Todo esto me ha venido a la mente por un hecho raro, extraño. Ayer por la noche pensé en ello, aunque ya era consciente de este peculiar dato. No creo que deba contarlo porque concierne a más personas pero es una situación de esas en la que exclamas, ¡qué jodidamente pequeño es el mundo!