La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 27 de enero de 2013

Bon vivant

No me resisto a contar esto.
Hace poco me topé con este término, bon vivant. Son dos palabras francesas que vienen a definir un tipo de filosofía de vida.
El vividor.
No como lo entendemos de forma despectiva sino como una persona con clase, elegante, culta, que le gustan los placeres de la vida.
Disfruta igual un restaurante, con tres estrellas Michelin, degustando un buen solomillo de carne de Kobe, acompañado por un buen vino, a poder ser uno con denominación de origen, quizá de una bodega pequeña y con calidad. Como ir a un restaurante italiano de barrio, y tomar una pizza hecha al horno de leña junto a una refrescante coca cola. Se deleita conduciendo un buen coche con varios cientos de caballos bajo el capó. Uno de esos que se encienden con apretar un botón y el motor ruge como una manada de leones en celo. Un Aston Martín por ejemplo. Elegancia es su eslogan. Su marca. Líneas bellas, potencia, velocidad,  y encima su logo son unas alas. A mi medida. Vivir en una casa confortable, con todo lujo de detalles. Cocina amplia, con electrodomésticos para todo. Un salón con una pantalla enorme en la que poner tus películas en bluray y disfrutarlas en tu excelente sofá de piel mientras el home cinema hace que el sonido te envuelva completamente. Un equipo de música Bang & Olufsen en el que disfrutar, los domingos por la mañana, de las canciones  de Springsteen. Un dormitorio cuya cama esté cubierta con sábanas de seda y varias almohadas tan mullidas que desees no levantarte un sábado y aprovechar para soñar o pecar.
Al bon vivant le gusta viajar. Le encantan las ciudades, alojarse en hoteles donde la botella de agua te cuesta más que tomarte un copa del minibar. Pero también le gustan los sitios minimalistas. Lugares en los que la belleza del entorno te descubre que tienes un alma de poeta y piensas en verso.
Conoce el arte de vivir, y como experto disfruta de cada momento. Al observar una escultura, por ejemplo, se pregunta sobre los sentimientos del autor. ¿Qué sentía en el momento de cincelar ese pequeño detalle? Al leer un libro se empapa de la historia, investiga a los personajes, intenta descubrir las motivaciones que llevan al desenlace. Cuando escucha una canción cierra los ojos y abre el corazón, deja que el compositor le llegue bien adentro. Se deja llevar por el ritmo.
Es un apasionado del deporte. Lo ve  y lo practica. Sentirse bien. Se cuida, se mima.
A esta persona le gustan las pequeñas cosas de la vida. Prueba todo. Es un creyente acérrimo de la frase, si no lo conozco no puedo opinar. Y por ello, su mayor deseo es poseer el conocimiento. La experiencia.
Viste bien. Con un especial don para ponerse lo correcto en el momento oportuno.
Siempre he tenido el sueño de ser así. Un bon vivant. Y a mi manera lo he conseguido. Desde luego no con los lujos que he descrito pero he vivido instantes preciosos, únicos. Y he procurado disfrutar de cada cosa. Quien haya leído algo de todo esto que cada día escribo se habrá dado cuenta de mi pasión por todo. Amo todas y cada una de las cosas que la vida me ofrece. Nunca me he preocupado del mañana, quizá eso me ha llevado a una situación limite. No obstante no me arrepiento. Para nada. Y sin ninguna duda, por encima de todas las cosas, amo viajar. Cada céntimo que he tenido lo he invertido en eso, en ver lugares que me fascinan. (Utilizo bastante esta palabra, la verdad es que soy fácilmente impresionable)
Hace tiempo vi una película protagonizada por David Dochovny. Un tipo que me encanta, por cierto. Fan incondicional de él desde la intrigante y, en mi modesta opinión, serie de culto X-files. Y con Californication he acabado por querer parecerme a su personaje, Hank Moody, al menos en el descaro, la irreverencia y la sinceridad que rezuma por los cuatro costados. Basado sin duda en su propia vida personal. Bueno pues en esa película, Kalifornia, David pone un anuncio en un tablón para realizar un viaje, compartir gastos y aventuras con un desconocido. A él no le sale demasiado bien el tinglado pero me da pie a lanzar un órdago. Una propuesta loca, incluso podríamos decir que extravagante. Quizá caiga en saco roto pero ahí la dejo. Quiero hacer un viaje en Agosto. Lejano, es decir, no a la vuelta de la esquina. ¿Destino? Japón, Tailandia, Singapur, Usa, China. Cualquier lugar al que haya que coger un avión y pasar un mar, un océano o una charca más o menos grande. Y este es mi tablón de anuncios.
El vividor no deja de serlo por las circunstancias excepcionales de un revés. Un tipo con clase encajaría el golpe, pasaría una etapa de añoranza y se sobrepondría de una forma elegante, aventurera, original.
Julio César dijo, "por lo general, los hombres creen fácilmente en lo que desean". Yo creo en la filosofia del bon vivant.

viernes, 25 de enero de 2013

Mente analítica VII (epílogo)

La escuela de Atenas es una pintura que me fascina. Ya la conocía cuando la vi en las estancias de Rafael en los Museos Vaticanos pero verla a tamaño natural impresiona. Recuerdo haberme parado un buen rato a observarla. Pese al agotamiento de ese día y que decenas de personas te daban pequeños empujones para tener una mejor visibilidad me quedé inmóvil durante un momento admirando a esos personajes ahí representados. Pensando en que me hubiera gustado estar ahí. Ser parte de ellos. Gente sabia. Pensadores. Científicos. Conocían las matemáticas, la física, discutían sobre la Verdad. Aristóteles y Platón, cada uno dando su versión de la vida. Filosofaban. Pitagoras, Heráclito, Plotino, Hipatia. Sí, me hubiera encantado estar ahí. Charlar con cada uno de ellos en su época, en su momento de esplendor.
El conocimiento ha sido siempre parte de unos pocos. Unos elegidos a los que se les ha iluminado con la sabiduría. Con la oportunidad de conocer algo que estaba vedado a la mayoría.
El libro de los muertos, por ejemplo. Los egipcios que querían tener el conocimiento y la preparación para la vida en el más allá tenían que pagar cantidades de dinero astronómicas para la época si querían que un escriba les hiciera una copia. Y aún teniendo el papiro alguien tenía que enseñarles, que mostrarles el camino para interpretar todo aquello correctamente.
Los misterios eleusinos eran otros ritos de iniciación. Los candidatos al conocimiento eran puestos a prueba por los sacerdotes griegos. El saber era algo que no todo el mundo podía poseer. No todos estaban preparados. La gente de a pie sabía que llegaba la primavera, la vida aparecia ante sus ojos, pero los iniciados conocían la intrahistoria. El por qué.
Egipcios y griegos compartieron su hambre de conocimientos. La mítica biblioteca de Alejandría debía contener miles de pensamientos que ahora nos harían palidecer, en pleno siglo XXI. Hace 3000 años se sabía que la Tierra tenía forma esférica. Incluso Eratóstenes midió el perímetro de esta equivocandose en muy pocos kilometros. Más tarde, en el siglo XIV y XV, quemaban a la gente por decir tales cosas. Lógico que surgieran las sociedades secretas. ¿Qué ocurrió para tal retroceso?
Los romanos eran ingenieros sublimes, se dedicaron a inventar formas en las que el dia a dia fuera más sencillo para todos. La calidad de vida subió un escalón.
Sin embargo el poder y la política corrompieron el saber. Intereses creados por gente que quería subir en el escalafón social solapó a esa otra gente que quería conocer, crecer intelectualmente. La iglesia se hizo con el control de lo que se podía estudiar. Se hizo poseedora de la Verdad Suprema.
Años de oscuridad. Años en los que surgieron grupos que se reunían para discutir sobre teorías, teoremas, fórmulas, ideas. Grupos que a modo de la pintura de Rafael se juntaban para hablar sobre el conocimiento. Sociedades secretas, en las que había que iniciarse para poder ser parte de ellas. E incluso siendo un miembro de estas había círculos dentro del círculo. Pequeños corpúsculos que manejaban el verdadero saber.
En los tiempos en los que estamos creemos que por la globalización, internet y la posibilidad de manejar datos de todo tipo no pasan este tipo de cosas. Pero sigue sucediendo. La gente poderosa sigue al pie del cañón, inventando y tergiversando hechos. Controlando lo que podemos o no podemos saber.
El incidente del golfo de Tonkin fue un engaño americano para que la opinión pública viera con buenos ojos una guerra en la Vietnam comunista.
Alemania hizo algo parecido años antes para provocar la invasión a Polonia y desencadenar así la Segunda Guerra Mundial. Se infiltraron los alemanes tras las líneas polacas y atacaron, haciéndose pasar por estos, a los alemanes apostados al otro lado.
El asesinato de Kennedy fue otro asunto en el que se actuó engañando a la gente corriente. Ahora los americanos querían Cuba a toda costa y un solo hombre no iba a fastidiarles los planes.
Los atentados de Nueva York y del metro de Madrid. La prima de riesgo tan nombrada en estos momentos. La subida de los precios de la gasolina pese a que el petróleo baja de precio. Bancos que se declaran en bancarrota. Gente de las altas esferas que dimite de sus puestos porque se les ha pillado con una amante, cosas que tienen un tufillo a que alguien maneja los hilos.
Antes era la iglesia, ahora quien sabe.
Y yo tengo una duda.
"No todas las verdades han de ser explicadas a todos los hombres."
Esta frase que dijo Clemente de Alejandría, uno de los padres de la Iglesia, me sirve para relatar la duda que me ha surgido.
¿Debo seguir hablando sobre mi vida o guardar algo para mi mismo?
Esta mañana me he despertado con este pensamiento. Y creo que no diré más sobre mi. Haré un parón. No pondré, a vista de todos, mis vivencias. No por el momento. Quiero que el conocimiento sobre mi persona sea algo que sepa un pequeño círculo. Como sí de una sociedad secreta se tratara. Y quizá contar estas cosas a gente especial. Iniciados.
Podría borrar cada cosa que he escrito. El único motivo de escribir era y sigue siendo conocerme. No lo haré. No me arrepiento de haber puesto mi vida a dominio público. Pero como diría alguien archifamoso, si queréis conocerme venid a mi.
Eso ha quedado un poco pedante pero es lo que pienso en estos momentos. Quizá cambie de opinión. Nunca se sabe.
El resto de mi vida, mis problemas, mis vivencias, mi experiencia queda para alguien especial. Sea quien sea. Esté donde esté.
Gracias por vuestra compañía.

jueves, 24 de enero de 2013

Mente analítica VI (Final)

Juicio número xxxxxxxx. El estado contra Rubén Ferrán.
Todos están preparados. El juez sentado a su gran mesa de madera noble, el fiscal ojeando unas notas junto a una chica que debía ser su ayudante, su abogado escribiendo algo en un folio, anotaciones de última hora a su discurso final. Y él, Rubén, se sentía calmado. Contemplativo. Observando al público que le miraba con aire de superioridad, juzgando sus actos, juzgando su vida, juzgando su forma de ser. No tenía de que avergonzarse. Salvo por estos últimos tres meses, él ha creído ser una persona buena en términos generales. Mucha gente, que apenas le conocían, decía eso. Lo que le preocupó es la opinión de la única persona que le conoció quizá al 75%, y por eso sus devastadoras palabras eran tan importantes. Por eso había vivido como alma en pena durante esos casi 100 días. 
(Juez) - Bien, ya solo nos quedan oír las alegaciones finales. Señor Fiscal tiene la palabra.
(Fiscal) - Señoría, miembros del jurado, ¿qué es lo que sabemos? El acusado tuvo en sus manos decisiones importantes, y tomó partido por un lado en vez de por el otro. Tenemos el problema de su fobia a los médicos, tenemos su aplazamiento, como el mismo denominó, a hablar de casarse. Hubo problemas de comunicación. Y por sí fuera poco, según ha admitido el señor Ferrán, los últimos meses no fueron el paraíso en esa relación. ¿Entonces, de que se extraña el acusado?¿Qué demonios tendría que haber pasado? Lo más lógico que sucediera es la ruptura. Cuando algo es blanco y está en una botella se diría que es leche. Era obvia esta situación, era de lo más normal que acabara como ha acabado. Y por sí fuera poco hasta él mismo dice que es culpable. Creo que no tendrán que pensar demasiado en su veredicto. ¡Rubén Ferrán es culpable de todos los cargos que se le imputan!
(Juez) - Abogado, su turno.
(Abogado) - Mi cliente, Rubén, ha admitido su culpabilidad, si. No se ha escondido detrás de excusas de cualquier tipo. Sabe lo que hizo, y sabe que algunas cosas no fueron todo lo bien que debieron ir. Sin embargo, como hemos descrito aquí, el mes anterior no hubo señales, no hubo palabras, no hubo si quiera broncas que hicieran pensar en una ruptura drástica. Rubén siempre ha dicho lo que ha pensado, y a eso se le ha llamado control. Rubén admitió, con todo lo que debió costarle, sus debilidades ante esa otra persona. Y luego se lo echó en cara. Que unos días antes hablaran de hacer cosas juntos y unos días después fuera todo tan absurdamente brutal no le encajaba. Algo debió pasar la víspera de la pelea, Rubén así lo cree. Algo podrido debía haber en Dinamarca. Mi cliente se ha mantenido fiel desde el primer día hasta el último a una persona de la cual el pensaba que era la mujer de su vida. Y esta persona le ha decepcionado. Y no por separarse, ni por encontrar afecto en otro lugar, no. Rubén estuvo mirando al mismísimo diablo a los ojos en el infierno. Rubén cayó a un abismo terriblemente profundo por todo lo que se dijo de él y ahora empieza a salir. Poco a poco recupera su amor propio, poco a poco empieza a tener confianza. Su condena ha sido cumplida con creces, y si el jurado tiene un poco de compasión dirá que este hombre es inocente.
(Juez) - Miembros del jurado, una vez escuchadas ambas partes, pueden ir a deliberar.
Las doce personas se levantaron y una tras otra desaparecieron detrás de un puerta que les llevaba a una salita acondicionada para ellos. Rubén les miró uno a uno a los ojos. Vió rostros que mostraban dureza, en otros vio una mueca de compresión y en alguno incluso indiferencia. 
Mientras les veía marcharse pensó en una moneda tirada al aire. ¿Sería cara o saldría cruz? Había creído durante toda su vida que las cosas buenas y las cosas malas se tienden a igualar. De la misma forma que si tiras una moneda mil veces, la mitad caerán de un lado y la otra mitad del contrario. A toda época floreciente le siguen tiempos oscuros. Y ahora solo se preguntaba cuanto duraría ese periodo negro de su vida. ¿A cuanto equivalen 10 años de felicidad?¿Dependerá de la intensidad de esa negrura?¿Quien coño mide esas cosas? Quería salir de este bucle infinito de añoranza, de tristeza, de melancolía. Pero, ¿Cómo? Ya se sentía preparado para mirar al futuro, aunque por ahora lo veía tan oscuro como una noche sin luna. 
(Juez) - Creo que el jurado ya tiene su veredicto, ¿no es así?
(Portavoz del jurado) - Así es señoría. Por unanimidad declaramos al acusado culpable de todos los cargos. Aunque quisiéramos añadir una sugerencia a la condena que deberá cumplir. Así cómo creemos en la culpabilidad de esta persona también pensamos que es innecesario que pase más tiempo enclaustrado. Creemos que ya ha pagado por sus actos y pedimos la mínima condena posible.
(Juez) - Muy bien, señor Ferrán pasará en los calabozos una noche más, y le diré el motivo de mi clemencia. Desde hace cientos de años ha ocurrido que las parejas se rompen, por los motivos que sean. También ha pasado que esas mismas parejas han rehecho su vida, solas o encontrando a otras personas a su vez. La vida es dura señor Ferrán, pero también ese es el misterio que tiene. Esa es su belleza. Luchar y sobrevivir. Déjese de hacer preguntas, déjese de recordar los malos momentos. Abra la ventana de su celda interior en la que esta aprisionado y mire fuera. Hay un mundo por descubrir. No se pierda el espectáculo de la vida. Y este día en el calabozo quiero que piense en eso, que se deshaga de todo lo viejo y respire el aire nuevo. ¿Me ha entendido?
(Rubén) - Si, pensaré en esas palabras señoría.
Mientras los agentes de seguridad le llevaban por última vez a su cubículo, Rubén tenía dos palabras en mente. Durar y ser.

miércoles, 23 de enero de 2013

Mente analítica V (getting strong now)

Rubén era llevado de nuevo a la pequeña celda de los calabozos. Mientras recorría los pasillos del juzgado, escoltado por un guardia de seguridad delante y otro detrás, pensaba en el desarrollo de los tres días anteriores. El juicio le había resultado realmente liberador. Había contado su punto de vista, sus opiniones, su análisis de los hechos. Y creía no desviarse demasiado de la realidad de lo sucedido. En líneas generales estaba satisfecho. 
Eso se traducía en un ánimo distinto al que había tenido en mucho tiempo. 
Al llegar a la celda número 15, en la que había pasado las últimas noches, se sentó en la cama. Se quitó la camiseta y el pantalón. Únicamente los calzoncillos le cubrían el cuerpo. Y se puso a dar pequeños saltitos. Quería entrar en calor. Ahí abajo la temperatura había bajado unos diez grados. Con los saltos la sangre empezó a circular por los finos vasos sanguíneos. Las venas se llenaban de sangre oxigenada que comenzó a vigorizar sus músculos. Cuando notó que su cuerpo ya estaba más caliente hizo estiramientos. Movió los brazos en círculos, rotaciones del hombro. Giraba tronco y cuello al unísono. La cintura describía circunferencias amplias. Las rodillas, juntas, hacían un movimiento de vaivén. Con una pierna en la pared y la otra en el suelo formando un ángulo de unos sesenta grados intentó tocar los dedos del pie situado en la pared. Rodillas rectas, sin flexionar. Notando como los abductores se tensaban. Primero una pierna, luego la otra. Ahora con las piernas juntas en el suelo intentó tocarlo, cada vez lograba bajar más abajo. Rozando las losas. Poniendo los dedos sobre ellas finalmente. Levantó la rodilla una y otra vez hasta el pecho. La izquierda y luego la derecha. Su mente estaba puesta en la realización de cada movimiento, proceder de la manera correcta, mover de la forma más óptima su cuerpo para que trabajara eficientemente. 
Y una vez hubo calentado se puso en el suelo. Manos a la altura de los hombros, piernas estiradas formando unas rectas paralelas con la manos si uniéramos ambos miembros. Comenzó su serie de flexiones, escuchando en su mente la canción de Rocky "the eye of the tiger". En ese momento Rubén tenía esa mirada, la de un felino que se siente poderoso, veloz, ágil. 
Una, recordaba las escenas de la película. Dos, eran motivadoras. Tres, sentía la música dentro de él. Cuatro, ritmo. Cinco, apretaba los dientes cuando subía. Seis, notaba los músculos de la espalda. Siete, los del pecho. Ocho, los músculos del brazo le empezaban a quemar. Nueve, las abdominales mantenían su tronco recto. Diez, las manos apoyadas en el frío suelo transmitían toda la fuerza de su cuerpo. Once, trying hard now. Doce, it's so hard now. Trece, trying hard now. Catorce, compases de guitarra aullentan el dolor. Quince, getting strong now. Dieciséis, won't be long now. Diecisiete, getting strong now. Dieciocho, la música envuelve la celda entera y hace que saque todo lo que lleva dentro. Diecinueve, gonna fly now. Veinte, flying high now. Veintiuno, gonna fly, fly, fly. Veintidós, finaliza la serie. Gotas de sudor le recorren la espalda proporcionándole un cosquilleo que le hace sonreír. Rubén se siente pletórico. 
Rocky es una de esas historias que tanto gustan. Donde un tío que no es nadie consigue todo a base de lucha, esfuerzo y un poco de suerte. El típico sueño americano. Historias como esa son las que fotograma a fotograma dan alas a Rubén. 
Ahora se tumba en el suelo, el contraste del frío de las baldosas con el calor de su espalda no hace mella en su determinación. Y hace abdominales. Manos en las sienes levanta el tren superior de su cuerpo hasta tocar con el codo derecho la rodilla izquierda que levanta al mismo tiempo. Repite este movimiento unas cincuenta veces, alternando los lados. Acompasando su ritmo al de la música que escucha en su mente. Después levanta la piernas aguantando el esfuerzo con la abdominales, cuenta hasta cuarenta y pasa al siguiente ejercicio, encoge las piernas hasta llegar casi al pecho. La cintura le arde. Buena señal. Muy buena. Se gira y pone los antebrazos en el suelo, pies apoyados. Y se sostiene con la espalda recta. Sin moverse. Cuenta hasta cien. 
Se levanta y mira alrededor. Se le ocurre una idea. Coge la cama y la levanta. Se agacha haciendo una sentadilla, y sube hacia arriba. Siente el peso de la estructura. Pero consigue ponerla por encima de sus hombros. Repite este movimiento hasta que no puede más. 
Cada vez está más cansado pero aún así sigue. No puede parar, no quiere parar. Aún no.
Con las manos en el suelo, apoya los pies en la pared. Y vuelve a hacer flexiones. Otra serie. Agotador.
Coge la sábana de la cama, mugrienta pero sirve. La pasa por los barrotes de la celda. Y la coge por ambos extremos. Boca arriba sube y baja solo sustentado por la sábana, los barrotes y su fuerza. 
Aún le queda una pizca de gasolina, y se propone hacer una serie de burpees. Se puede hacer en el pequeño espacio que tiene. Hace una flexión, mueve las rodillas al pecho y se levanta acabando con un salto. Hace 15 repeticiones.
Le interrumpe un trabajador del juzgado. Le trae una bandeja de comida.
Le menciona que en media hora comenzará el juicio de nuevo.
Rubén estaba hambriento y debora la comida de apariencia terrible y de sabor aún peor. No obstante no deja nada.
Al poco viene su abogado para acompañarle hasta la sala. Rubén sonríe, está preparado para acabar el juicio. Listo para el veredicto final

martes, 22 de enero de 2013

Mente analítica IV (disertación)

Rubén se acababa de despertar cuando un trabajador del juzgado le trajo algo para desayunar. A los pocos minutos apareció su abogado. 
(Abogado) - ¿Que tal has dormido?¿Has descansado algo?
(Rubén) - Todo lo bien que puede uno dormir en una celda. Tengo que pedirte un favor, abogado.
(Abogado) - Dime, si está en mi mano lo haré.
(Rubén) - Quiero dictarte algo, quiero leerlo delante del jurado y que le des una copia al fiscal.
(Abogado) - Rubén, la cosa esta jodida, sinceramente del veredicto de culpable no te libras, ¿quieres empeorar las cosas?
(Rubén) - Tengo que hacerlo. Por mí. El resto no importa, ¿las consecuencias? nada significa una mierda si no estoy en paz conmigo mismo.
(Abogado) - Muy bien, espera que pido una silla y empezamos. Tenemos algo más de una hora antes de que comience el juicio.
El empleado que había llevado algo para comer a Rubén trajo una pequeña silla y se llevó la bandeja de comida casi intacta. Y el abogado empezó a transcribir todo lo que Rubén le dijo. 
Juicio número xxxxxxxx. El estado contra Rubén Ferrán.
(Juez) - Veamos, la defensa tenía la palabra ayer cuando finalizamos. Señor abogado continúe con su interrogatorio al acusado.
(Abogado) - Gracias. Estábamos en los días posteriores a la ruptura. Rubén, nos describías como te sentías. ¿Durante esos días pensabas que podía haber una reconciliación?
(Rubén) - Si y no. Por lo que me decía parecía que había una lucha interna también en ella. Decía unas cosas y al día siguiente opinaba otras. Yo estaba confuso. Tras la primera semana en la que todo fueron lloros y enfrentamientos verbales realmente dañinos vinieron unos días de calma. Unos días llenos de frialdad.
(Abogado) - ¿Aún seguían viviendo juntos?
(Rubén) - Si. No me di cuenta, hasta pasados unos días, que yo sobraba allí. Era mi casa también, era mi vida, y me aferraba a cualquier reacción favorable por parte de ella, por minúscula que fuera. Sin embargo la frialdad imperaba esos días por la casa. Dejó de besarme. Incluso dejó de tocarme. Ya ni me daba las buenas noches. Simplemente decía un hasta mañana. 4 o 5 días así bastaron para que me enterara de que ya no era sostenible esa situación. Y decidí que tenía que marcharme.
(Abogado) - ¿Cuándo se marchó se llevó todas sus cosas?
(Rubén) - Imposible. Durante 10 años he acumulado cosas que no se puede uno llevar de una vez.
(Abogado) - ¿Ella le pidió que se llevara todas sus cosas?
(Rubén) - En ese momento no. Ella me vio guardar algo en la maleta y bolsas que hice con lo más importante. No me dijo nada de llevarme más. No fue hasta una semana o 10 días después que hablamos por teléfono y me pidió que me llevara todo de una vez. Fue una conversación dura. Le dije que le regalaba todo, que lo diera a beneficencia, que se lo diera a una ONG. Pero no quiso. Yo no deseaba nada, ella en cambio hasta me ofreció dinero por todo lo que habíamos comprado a medias. Estaba realmente furioso y hundido a la vez.
(Abogado) - ¿Y fue a recoger el resto?
(Rubén) - Si. El psicólogo me había recomendado recoger cuanto antes todo. Y así lo intenté. Fui tres veces. La primera fue muy duro, estuve durante una hora en "mi cama" llorando. Ese día fue el más horrible de toda mi vida. El segundo día la vi por primera vez en un mes. Encuentro muy distante. 15 minutos de una absoluta frialdad por su parte. El tercer día fue de un cabreo monumental. Por mensajes me pidió que dejara mis llaves en la casa. Que ya recogería lo que faltaba cuando a ella le viniera bien. Acepté por no discutir. No quise acabar la relación como cualquier vulgar pareja que se separa.
(Abogado) - ¿Ha vuelto a ir para acabar de recoger?
(Rubén) - En tres meses solo he estado allí esas tres veces. Cuando he conseguido el valor para decirle que si podía ir a terminar de llevarme mis cosas o me ha contestado que no estaba preparada aún o se ha enfadado porque, según ella, le exigía una fecha determinada.
(Abogado) - ¿Y la ha visto?¿Han quedado para hablar?
(Rubén) - Una vez, a finales de Diciembre. Hablamos pero ella seguía con rabia hacia mí. Le comenté lo de las llaves y me contestó que tenía miedo por si entraba por la noche. Que se encerraba en casa. ¿Cómo es posible que diga eso de mi? Me puse a llorar cuando me dijo eso. Que una mujer a la que has cuidado durante diez años piense eso, o necesite pensar eso para separarse de mi es un acto tan vil que no pude más que llorar. Sentí una pena infinita.
(Abogado) - Señoría, ahora mi cliente solicita la oportunidad de dirigirse al jurado. Esta misma mañana me ha dictado una carta, que el fiscal posee, y pide permiso para proceder a leerla.
(Juez) - ¿El fiscal está de acuerdo?
(Fiscal) - Si. Recibí ese escrito esta mañana. No tengo ninguna objeción a que el acusado la lea.
(Juez) - En ese caso finalicemos ya con el interrogatorio y lea su carta señor Ferrán.
El abogado se acerca al estrado y le da unos folios a Rubén. Este no los necesita, sabe exactamente cada palabra que va a decir, aún así los coge.
(Abogado) - ¿Estas seguro Rubén?
(Rubén) - Si.
(Abogado) - Entonces adelante.
Rubén se gira un poco en la silla para mirar al jurado de frente. Observa a esos hombres y mujeres que le están juzgando desde hace tres días. Piensa, que en realidad, no le importa gran cosa lo que ellos opinen. Sólo desea tener su mente en paz.
(Rubén) - El amor lo puede todo, omnia vincit amor, como diría Virgilio. Eso pensaba yo hace tres meses. Ahora ya no creo en eso. Soy culpable, ya lo he dicho en esta sala y lo repetiré cuantas veces sean necesarias. Yo soy el causante de este infierno. Y he pasado 3 meses en el purgatorio. Creo que es suficiente castigo. Mis pecados han sido ya pagados con el sufrimiento más terrible. Ella dejó de amarme, de acuerdo, pero ¿no merecía un poco de compasión y saber la verdad? Si me ha costado tanto superar esto es por lo que ella opinaba de mi, por lo que me dijo que era. Pensé, en un momento dado, que era un monstruo. Me creí todo lo que me dijo hasta el día que me enteré de que estaba con otra persona. Ese día fue un alivio para mi. Comprendí todo. Cada pieza del rompecabezas encajaba. Supe de él tres días después de cortar pero no le di importancia. Ella me juraba que estaba sola pasando este mal trago. Yo la creí. Confié en ella. Un mes después me enteré que estaba con él. No diré como lo supe, no quiero meter a otras personas en este embrollo, el caso es que lo supe. Después de enterarme la he visto dos veces y me ha mentido. No se equivoquen, ahora ya me da igual, no quiero saber si otro hombre duerme en mi cama o si se sienta en mi sofá. El momento de decirlo ya pasó. ¡Sufrí un primer mes tan horrendo! Desde el día 14 de Octubre ella era libre para hacer lo que quisiera, pero ¿a qué precio? Despreciarme, mentirme, ignorarme, humillarme, decir que era el diablo en persona. Todo para ella sentirse mejor consigo misma. Para qué su cerebro se creyera cada mentira que decía y fuera más sencillo alejarse de mi. Y aún así la amé hasta hace una semana. Hablé con ella por teléfono y me di cuenta de algo que no me había pasado con ella en 10 años. No supe de que hablar. Ella me contó cosas superficiales, y yo le contesté con otras igual de banales. Y en un instante me di cuenta de que ya no la amaba. No puedo amar a una persona que ya no tiene interés en saber que tal estoy. Para ella soy como cualquier tío que pasa a su lado por la calle y ni se cruzan la mirada. Ese desprecio es el que más me ha dolido. Más que enamorarse de otro, más que mentirme. Echo de menos la vida en pareja, por supuesto, cuando vives con alguien tanto tiempo y te gusta esa vida luego la echas en falta. Cuando me enamoré de ella, en el mismo instante de hacerlo, dejé de pensar en mi mismo. Ahora, señores del jurado, quiero ser egoísta, volver a pensar en mi. Quiero ser como una tablón de madera en medio del océano, un objeto en continuo movimiento. No quiero quedarme estancado en el dolor, en el sufrimiento. Y para eso necesito que me declaren inocente. ¡Quiero la libertad!
(Abogado) - Señoría, nada más que añadir.
(Juez) - Bien, después de estos momentos tan intensos necesitamos un receso. Luego continuaremos con las alegaciones finales. Se levanta la sesión.
Rubén se queda un instante en la silla sin escuchar nada. Una lágrima cae por su mejilla, desearía estar en el mar donde esa lágrima se perdería en el infinito.

lunes, 21 de enero de 2013

Mente analítica III (meditación)

Rubén se encontraba en su celda de los calabozos del juzgado. En la oscuridad de su cubiculo se sentó en el catre. No podía dormir, una imagen se le quedó en la mente y no conseguía librarse de ella. Intentó, como había hecho otras veces cuando era más joven, dejar su mente en blanco. Sólo existir. 
Cuando contaba con tan solo 12 o 13 años a Rubén le gustaba la música de Elvis. Era su ídolo. Su padre se había comprado un cinta con sus grandes éxitos y Rubén la ponía en su Walkman a todas horas, a cada sitio que fuera se la llevaba encima para escucharla una y otra vez. 
Unos años más tarde su obsesión por el rock y las baladas del rey no había disminuido, sin embargo ya no solo oía su música. Empezó a comprar discos de lo que por aquel entonces se denominó new age. Melodías y ritmos envolventes. Tranquilos. Daban calma y al mismo tiempo le exaltaban el alma. También descubrió la música celta e irlandesa. Estos sonidos le hacían recordar que era humano. Que no era una simple oveja siguiendo al rebaño. Que era distinto. Lo que toda persona debería tener en mente en un momento u otro de su vida.
Con 18 o quizá 19 años observó que necesitaba calmar su corazón. Rubén se rebelaba contra todo, no estaba a gusto con el mundo en general. No encontraba su lugar. Y aún hoy, se dijo a si mismo mientras su mente divagaba, no lo he encontrado. 
Un día estaba muy furioso, ya no recordaba el motivo, pero si rememoraba el momento. Se sentía como un león a punto de cazar, salvajemente hostil. Fue a su habitación y se encerró. Cogió una revista pero no podía leer, miraba por la ventana pero no podía estarse quieto. Era una olla a presión. Pascales retenidos en un recipiente sin salida alguna. De pronto bajó la persiana, puso el primer disco que encontró en su equipo de música y apagó la luz. Completamente a oscuras se tiró en el suelo. Y extrañamente se relajó. Dejó que su cuerpo se liberara de la tensión. Su cerebro dejó de funcionar por unos instantes. Rubén era solo alma. 
La música que escuchó esa primera vez era de Enya. Una preciosa voz que surtía un efecto increíble en su espíritu. 
A partir de ese día empezó a meditar. No lo hacia todos los días, ni si quiera una vez al mes. Sólo cuando necesitaba liberarse. 
A veces no dejaba la mente en blanco sino que dejaba volar su imaginación. Ponía canciones irlandesas y se imaginaba en el Mayflower, yendo a conquistar nuevas tierras. O escuchaba sonidos celtas y su mente se perdía en las verdes montañas del norte de Inglaterra. O una melodía búlgara y pensaba en castillos medievales de centroeuropa. A veces le daba por llorar y ponía algún sonido que dejara fluir sus sentimientos y lágrimas. 
Era reconfortante. La furia desapareció. Empezó a hacer deporte, le gustaba ir en bici por el campo. Pedaleaba durante kilómetros por parajes pedregosos, escuchando al mismo tiempo los sonidos que salían del mp3 y el latido de su corazón. Con su música pacificadora recorría lugares a los que sólo él podía llegar. 
Ahora, sentado en la cama de la celda, quiso emular esos momentos. Quería paz. 
Se tumbó en la cama pero un muelle del colchón tan cutre que tenía se le clavaba en la espalda. Decidió tirarse en el suelo. Cerró los ojos e intentó pensar en las melodías que tenía memorizadas de tanto escucharlas. Consiguió que esa imagen que no podía borrar se esfumara. Y al cabo de unos minutos, empezó a volar. 
Y tras un rato pudo por fin relajarse y pensar en otros mundos, otras vidas. Sitios donde él sería libre, sin preocupaciones, sin tener que pensar que diría en el juicio al día siguiente.

domingo, 20 de enero de 2013

Mente analítica II

Juicio número xxxxxxxx. El estado contra Rubén Ferrán.
La sala del juzgado está abarrotada. El público hace comentarios con la gente de su alrededor sobre que preguntará el fiscal, por donde llevará el interrogatorio al testigo y a la postre acusado. El alguacil entra en la sala y anuncia al juez.
(Alguacil) - Pónganse en pie, el excelentísimo juez señor x va a entrar en la sala.
(Juez) - De acuerdo,  sigamos donde lo dejamos. Acérquese el acusado al estrado y siéntese en la silla.
Rubén se levanta y andando pausadamente se sienta en la silla, mirando de frente a su abogado y al fiscal, así como a todo el público que llena la sala. 
(Juez) - Le recuerdo señor Ferrán que sigue bajo juramento y que si miente podría ser acusado de perjurio. ¿Lo ha entendido?
(Rubén) - Si señor juez.
(Juez) - Entonces continuemos. Señor fiscal el testigo es todo suyo. Adelante.
(Fiscal) - Gracias señoría. Hablamos ayer de Febrero de 2012, de su negativa a hacerse cualquier tipo de prueba médica. Pero, ¿que ocurrió en Abril de ese mismo año?
(Rubén) - Que fuimos a Tenerife en Semana Santa.
(Fiscal) - ¡Vamos señor Ferrán sabe a donde quiero ir a parar! ¿No es cierto que ella le pidió que se casaran?
(Rubén) - Si, es cierto. Una noche, tomando algo en una terraza, hablamos que el 12 de Diciembre del 2012 sería una bonita fecha para casarse. Al día siguiente, durante la comida planeamos lo que sería, pero le di largas, se podría decir.
(Fiscal) - ¿Le dio largas? Una forma interesante de decir que una vez más se negó, ¿me equivoco?
(Rubén) - Sí, se equivoca. No me negué, simplemente aplacé el tema para más adelante. De hecho, una noche en Junio, estábamos ambos en la cama y miré por internet que papeles eran necesarios para casarse en un juzgado. Ella estaba delante, y se lo comenté. Pero hizo poco o ningún caso. Quizá ya no quería casarse porque no hablamos más del tema.
(Fiscal) - ¿Me está diciendo que ella nunca más habló de boda desde Abril?
(Rubén) - Que yo recuerde así es.
(Fiscal) - ¿Y que ocurrió en Mayo y Junio para que ella cambiara de opinión?
(Rubén) - Obsesiones de las cuales no me di cuenta. Pero eso es un tema entre ella y yo.
(Fiscal) - ¿Que tipo de obsesiones señor Ferrán?
(Abogado) - ¡Protesto! El fiscal intenta coaccionar a mi cliente.
(Juez) - Vaya por otro camino señor fiscal.
(Fiscal) - Muy bien, digamos que ella se lo estaba pensando. ¿No se dio cuenta del cambio de actitud de ella?
(Rubén) - Mire, después de romper estuve yendo al psicólogo. Me abrió los ojos ante dos problemas básicos en mi, mi fobia a los médicos y mis obsesiones. No tengo miedo de una aguja o de ningún  procedimiento médico. Temo lo que me vayan a decir que pueda tener. En cuanto a mis obsesiones prefiero mantenerlo al margen. ¿Cree usted, o alguno de los que se encuentran en esta sala, que si hubiera sabido que ocurría no hubiera cambiado las cosas?
(Fiscal) - No me ha contestado a la pregunta, señor Ferrán.
(Rubén) - Evidentemente tuvimos un problema de comunicación durante unos meses.
(Fiscal) - Según informaciones que nos han llagado hasta la fiscalía, ella sentía que usted la controlaba, ¿es posible que tampoco se haya dado cuenta de eso?
(Rubén) - ¿Controlar? Habría que definir esa palabra. No se de quien habrá salido esa información pero no es nada objetiva. Ella ha tenido siempre la libertad de hacer cuanto deseaba. Yo simplemente le decía mi opinión de las cosas. Si ella me pregunta sobre cualquier cosa ¿debo responder lo que ella quiere oír o lo que yo pienso? Un día le dije a mi psicólogo que mi error había sido ser demasiado sincero con ella. Siempre la he animado a hacer nuevas cosas y enfrentarse a nuevos retos. Siempre he creído en la frase, vive y deja vivir. Llevo tatuada la palabra libertad en un brazo. No creo en el control, creo en desear lo mejor para la otra persona.
(Fiscal) - Pero sus deseos puede que no sean los de ella, ¿no cree?
(Rubén) - En eso estoy de acuerdo con usted.
(Fiscal) - No tengo más preguntas señoría.
(Juez) - ¿El abogado defensor quiere añadir alguna cosa más?
(Abogado) - Por supuesto, tengo varias preguntas. Rubén, hemos hablado de lo que ocurrió antes de la ruptura, pero ¿que pasó después?
(Rubén) - Me sentí el peor hombre que haya pisado este mundo.
(Abogado) - Explícate, por favor Rubén.
(Rubén) - Soy culpable.
El público empieza a murmurar, a increparse entre ellos. Los que están a favor de Rubén y los que opinan todo lo contrario. Los susurros suben de volumen y el juez tiene que mandar callar dando golpes con su mazo para hacerse oír sobre el ruido imperante.
(Juez) - ¡Cállense o tendré que desalojar la sala!
Una vez resuelto el pequeño caos el juez deja que Rubén prosiga.
(Juez) - Continúe señor Ferrán.
(Rubén) - Si yo fuera miembro del jurado, sin ninguna duda me juzgaría culpable. No estoy en contra de los motivos. Seguramente sus objeciones a seguir conmigo sean tan buenas como las mías para, durante el primer mes, implorar una oportunidad. Más que nada estoy desilusionado por las formas.
(Abogado) - ¿Cómo llevó durante los primeros días todo este asunto?
(Rubén) - Sinceramente, muy mal. Ella no hacía más que decir lo horrible que era, lo mal que lo había pasado. Incluso llegó a decirme que habían sido diez años de mierda. Yo no podía creer un ataque tan visceral por su parte y me pasaba el día llorando, queriendo morir. El día después a la ruptura le hice una tarta, al día siguiente le mandé unas rosas a su oficina. Escribía cartas de amor diarias. Quería hacer lo que fuera para revertir esa situación. Pero su mente estaba en otro sitio. Había conocido a otro.
(Fiscal) - ¡Protesto señoría! El acusado está conjeturando.
(Juez) - ¿Tiene pruebas la defensa que corroboren ese punto?
(Abogado) - Sí, las tenemos. Pero mi cliente se aferra a no rebelar su fuente. No quiere traicionar a terceras personas.
(Juez) - Tendrá que darnos algo más, señor Ferrán.
(Rubén) - Los primeros días no podía pensar con claridad. Mi mente estaba nublada por el dolor que sentía. La persona más importante en mi vida pensaba que era poco menos que el anticristo. Yo aún no me explicaba el por qué, fue un auténtico shock para mí. La primera semana fue extraña, me decía que me odiaba pero aún me daba un beso en los labios por la noche al irnos a dormir. Me pidió que me fuera, que tenía que averiguar si me quería o no, que tenía que solucionar sus problemas sola. Me di cuenta de que eso era falso. Se había enamorado de otro. Y lo supe un mes después de cortar. Ese día, todas las puñaladas que había asestado a mi corazón mataron el amor que aun había en mi.
(Abogado) - Vayamos por partes, ¿cuándo supiste de la existencia de la otra persona?
(Rubén) - Al tercer día después de romper conmigo. Quiero dejar claro al jurado que no le echo en cara que se enamorase de otro, de eso es de lo que soy culpable, sino que no fuera clara desde un principio y dejara que hiciera un ridículo tan espantoso arrastrándome olvidando cualquier tipo de orgullo. Me siento avergonzado, siento una terrible vergüenza.
(Abogado) - ¿Como lo supiste?
(Rubén) - Fue una maldita casualidad.
En ese mismo instante un timbre resuena al fondo de la sala, es hora de dejar al testigo hasta el día siguiente. El tiempo ha pasado volando. Esta historia tiene miga.
(Juez) - Temo fastidiar al acusado en su explicación pero debemos dejarlo para mañana. Les cito aquí para continuar con este juicio. Sean puntuales. Se levanta la sesión.
Rubén es llevado, de nuevo, esposado y escoltado hasta su celda en los sótanos del juzgado. Allí pensará, una y otra vez, en el jodido día que se enteró que ella le dejó por otro.