La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Día 46: Sin poesía la luna sólo es la luna.

En el fondo de las aguas cercanas a Cartagena yace un barco. Una goleta de mediados del siglo XIX cuya carga es algo especial. En sus entrañas habita un féretro, y dentro de él un cuerpo tan antiguo como el tiempo mismo. La momia de Menkaura, más conocido como Micerinos, el gran constructor de las pirámides de la llanura de Gizeh. 
Esa goleta lleva un nombre tatuado en su costado, Beatrice. 

Las malas lenguas de Florencia hablaban de romance, de amor embrujado y visceral. Al tiempo de escribir la vida nueva, Dante estaba perdidamente enamorado de ella. La conoció de niña, con apenas nueve años. Más tarde sus caminos volverían a cruzarse, cuando ella contaba dieciocho. Fue entonces cuando no pudo quitársela de la mente y escribió por y para ella, cada palabra que pensaba y salía de su alma versaba sobre ella. 
Años más tarde la hizo protagonista de su Divina Comedia. Su nombre, Beatrice. 

Allá por el siglo XII nació una niña que llegó a ser condesa. Pero más allá de su título nobiliario, ella era conocida por ser una trobairitz. Una mujer que componía versos que luego cantaba y recitaba al estilo de sus equivalentes masculinos, los trovadores.
"He estado muy angustiada por un caballero que he tenido, y quiero que por siempre sea sabido cómo le he amado sin medida...yo le dono mi corazón y mi amor, mi razón, mis ojos y mi vida. Bello amigo, amable y bueno, ¿cuándo os tendré en mi poder? ¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer y podría daros un beso apasionado! Sabed que tendría gran deseo de teneros en el lugar del marido, con la condición de que me concedierais hacer lo que yo quisiera." Esto recitaba esta buena mujer, casada con un tal Guillermo pero enamorada del destinatario de estos bonitos versos. El bello amigo se llamaba Rimbaud y ella, no podía llamarse de otra manera, Beatriz. 

El conquistador recorría con entusiasmo y nerviosismo el atestado puerto de Boston. Buscaba una posada, los ojos del cielo. 
Después de salir, ayudado por Wyneth, de la isla de las mil mujeres se había encontrado a las pocas millas con un navío mercante que llevaba té a la costa de Massachusetts. Uno de los marinos con los que compartió noches de borrachera en aquel buque llamado "Golden Brown" le confesó que se decía que a Boston acababa de llegar la mujer más bella del viejo continente. Rubén escuchaba, ebrio de amor y ron, mirando la luna y las estrellas cada palabra de aquel marinero. Delicadeza, encanto, un atractivo especial, unos ojos de mirada tímida y a la vez repletos de la seguridad de saberse diferente y singular. ¿Sería ella la que tuviera la llave para abrir el cofre de Teach?
Tenía que averiguarlo por todos los medios. Por eso, al llegar a Boston fue de taberna en taberna hasta dar con alguien que supo decirle cómo podría encontrar a la dama con la que había soñado desde que saliera de aquella infernal isla repleta de mujeres. 
Al entrar en la posada su corazón se congeló. Quedó paralizado al ver a aquella mujer que tras un pequeño mostrador hablaba con un anciano. 
- ¡Pase una buena mañana señor Finnegan!
- ¿En qué puedo ayudarle, caballero? Le preguntó ella, al ver al susodicho Finnegan cruzar la puerta en dirección a un puerto cada vez más concurrido. 
El conquistador solo pudo responder con otra pregunta. ¿Beatriz?

Una de esas noches en alta mar, después de haber escuchado por enésima vez, de boca del marinero las virtudes y excelencias de aquella enigmática dama que se ocultaba en algún lugar de Boston, Rubén miró fijamente el cielo nocturno en busca de Orión. Dentro de esa constelación había una estrella llamada Bellatrix, la guerrera. 
Aunque el nombre de aquella mujer nada tuviera que ver con el de aquella brillante estrella, su parecido era tan innegable que le hizo desviar la mirada hacia esa parte del firmamento. 
El conquistador sonríó a la noche, después de todo había vuelto a encontrar un nuevo camino. No en vano Beatriz significaba la bienaventurada, portadora de felicidad. 
¿Demasiado poético para un simple pirata?
Rubén desvíó la mirada unos instantes del diminuto puntito en el cielo que era Bellatrix y la posó en uno mil veces mayor. Recordó entonces una frase que alguien dijo en una de esas anónimas tabernas llenas de vicio, alcohol y mujeres. Sin poesía la luna solo es la luna. 







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