La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 20 de abril de 2013

Sinceridad

Es inevitable hacer daño cuando uno es sincero pero, ¿qué debería hacer?
Si alguien te pide tu opinión sobre algo, ¿es mejor contar lo que piensas sea bueno o malo o decir una mentira piadosa?
Si algo te oprime dentro y necesitas expulsarlo, ¿deberías hablar con la persona causante de ese sentimiento o por el contrario guardártelo dentro y así no dañar al otro?
Esas preguntas me las llevo haciendo unos meses. Hace seis iba al psicólogo para que me ayudara a pasar un mal trago por el que mi alma transitaba. Y en una de las citas le comenté que uno de mis errores o de mis fallos era ser demasiado sincero y no callarme las cosas. No saber hacerlo. Eso me trajo muchos problemas que derivaron en la situación en la que me encontraba.
¿A qué me estoy refiriendo? Contaré un par de ejemplos para explicarme.
A mi expareja le gustaba cocinar. Era y sigue siendo una apasionada de la cocina pero los postres no se le daban demasiado bien. Empezó a hacer magdalenas, y galletas. Sus amigos le decían que estaban buenas, yo le decía la verdad. Tienes que mejorarlas. Y era cierto, las galletas eran duras como piedras y las magdalenas no tenían sabor. Y así se lo dije. Pero cuando le di mi opinión sincera, la realidad, ella se quedó triste. Su esfuerzo no valía para nada. Pero mi sinceridad hizo que ella mejorara y que aprendiera a hacerlas realmente bien y que sus galletas, magdalenas y bizcochos acabaran siendo deliciosos. ¿Si hubiera evitado su tristeza al principio habría mejorado? Creo que no.
Este ejemplo acabó bien pero muchos otros no. Cuando buscaba mi opinión yo creía que debía dársela pese a lo dura que pudiera ser la respuesta. Creía que la honestidad era mejor que la felicidad del momento que por muy bien que te haga sentir es demasiado efímera.
Ir de compras a cualquier tienda y que me dijera ¿me compro estos vaqueros? era el desencadenante de una discusión. Si me pide mi opinión y le digo, ya tienes 7, coge otro tipo de pantalón no hacia más que quitarle la ilusión por tener esa prenda. O si me decía ¿me queda bien esta camiseta? Mi contestación era ya tienes muchas de ese color ¿por qué no la pillas en otro?
Todas mis respuestas, que realmente eran sinceras, a ella le causaban un sentimiento de que yo le quitaba su ilusión, sus ganas de tener tal o cual cosa, su felicidad momentánea. ¿Y qué debía hacer yo? El psicólogo me dijo que tenía que dejar que la gente cometiera sus propios errores, que ya se darían cuenta si realmente lo eran. Pero para mi es imposible ser así. Me preocupa la gente que me importa. No puedo obviar mi opinión sincera sobre las cosas.
A esta mujer con la que durante tanto tiempo conviví la hice sentir mal porque se sintió que alguien le cortaba las alas. Pero mi intención simplemente era ser sincero y honesto.
Nunca entendió esto y la pelota fue creciendo y haciendose más grande hasta que todo estalló.
Durante este tiempo he pensado mucho en ello, y he llegado a la conclusión de que no puedo ser de otra forma.
Jugar al poker se me daría fatal. No puedo ocultar si tengo un full o una escalera de color. O me estoy tirando un farol y tengo una simple pareja de cuatros.
Si estoy preocupado o triste se me nota. Si estoy nervioso se ve. Si algo me inquieta mis gestos y palabras me delatan.
Y si la persona o las personas que lo causan me preguntan, debo decirles la verdad o callarme y dejar que vivan en su felicidad, su mundo de fantasía. Mirado así puede que sea algo egoísta, que si algo me preocupa no tengo porque ser el único que este dándole vueltas a la cabeza. Y quizá sea así, egoísmo puro y duro pero mi sentido común me dice que es mejor ser egoísta que no mantener un engaño u ocultar la verdad de lo que sientes.
Mi alma esta inquieta, mi corazón late sólo porque es su función fisiológica, mi cerebro no para de pensar pese a que muchas veces le grito ¡para ya!
Muchas cosas son las causantes de todo ello. Hace un año mi vida era igual pero me evadía por el hecho de tener a alguien al lado y tener una pasión por la que vivir cada día. El separarme de mi novia ha hecho que el interruptor se baje y todo se conecte. Lo malo y siguiendo con el símil, es que hay momentos en los que hay demasiada corriente por el circuito. Hay subidas de tensión. Esto parece una maldita montaña rusa. Un dragón khan a lo bestia. Y de pronto los fusibles saltan. Cortocircuito.
Y hay que reiniciar. Un reseteo.
Lo malo es eso, que mis verdades, mi jodida sinceridad influye en la gente. Y causo dolor. Sólo digo la verdad de lo que siento pero a veces me digo a mi mismo, ojalá fueras un cabrón sin escrúpulos, un maldito jugador de poker de esos que se juegan la última mano y toda la pasta con una pareja de doses, un farol en toda regla. Ojalá fuera el jodido Clint Eastwood, impasible. O el maldito Wyatt Earp en O.K Corral pegando tiros a diestro y siniestro, sin pestañear.
Pero no lo soy, soy Rubén, el estúpido que no puede callarse nada. El que se pone nervioso con una mirada, el que siente y padece. El que piensa, y se cierra. Lo opuesto a un tipo duro. La antítesis de mi amigo Clint y su Harry el sucio.

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