La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 26 de abril de 2013

La princesa, la nota y la duda

Hace unas semanas que me cruzo en el autobús con una chica. La llevo viendo un par de meses, quizá más. Al principio no me fijé en ella. En realidad, no se cuanto tiempo hace que me di cuenta de su presencia.
No creo que se haya fijado en mi. Salvo por un par de veces que se ha sentado a mi lado, no he notado nada especial que me haga pensar que sabe de mi existencia. Puede que hayamos cruzado miradas unas cuantas veces o que un día le cediera el paso para que saliera antes que yo. Pero a parte de una sonrisa y un gracias en un murmullo casi inaudible poco más se puede decir.
¿Y que puedo hacer? ¿Seguir mirándola en el autobús esperando que un milagro suceda?¿O quizá entablar una conversación tipo que calor hace hoy?¿O más en mi onda, hacer una locura y escribirla una nota en un folio y dársela sin venir a cuento?
Cualquiera de estas opciones es válida si se desea saber si ella ha notado que vas en el autobús o si simplemente cree que soy un loco al que la próxima vez que vea intentará mantener lo más alejado posible de ella.
Es necesario valentía. Y ahora en este momento de mi vida no la tengo. Hace algunos años no me hubiera importado. Me la hubiera jugado. Pero ahora soy un como un cachorro recién parido. Con miedos a cada paso que da. ¿Y si le molesta?¿Y si está casada o con pareja?¿Y si pasa de mi? En este último caso, ¿que pasaría al encontrarme con ella de nuevo en la parada? Pero lo que más miedo me da es, ¿y si se ha fijado en mi?
Es curioso, pero me pongo en el caso de que le gusta lo que he escrito y que ella se ha dado cuenta de mis miradas furtivas porque ella, a su vez, también me mira. ¿Qué haría? Ahora todo es muy bonito porque es una ilusión irreal. Algo intangible. Sólo existe en mi mente. Da la casualidad que cuando he tenido la oportunidad de tener algo real no he aprovechado la ocasión. Cobardía podría llamarse. No lo se muy bien.
Y con ese canguelo en mi alma intento buscar fallos. Hoy en el autobús la miraba y me decía es demasiado alta, es demasiado guapa, demasiado rubia, las uñas pintadas de azul no me gustan o la coleta que le recoge el pelo le queda fatal. Algo que es mentira, claro. Es alta, sí. Es guapa, también. Y mucho. Es rubia, y me encanta su pelo. Y sus uñas... bueno, el azul es mi color favorito.
Entonces, ¡maldita sea! ¿Por qué no le doy la jodida nota y que sea lo que tenga que ser? Ayer me dijo una amiga que no tenía nada que perder. ¿Por qué esta mañana al subir al autobús he bajado la mirada y me he sentado sin siquiera mirarla a los ojos? Jodido cobarde.
Nunca encuentro el momento oportuno, el escenario perfecto. Pero si espero a lo ideal quizá el momento pase si darme cuenta y ella cambie de horario y vaya en otro autobús o puede que se compre un coche y ya nunca más la vea o, en el peor de los casos, un maldito valiente se me adelante y me robe la historia, la princesa y el final feliz.
¿A qué esperas Rubén, para tirarte a la piscina? Debo ser más valiente. Debo dejar mis miedos de lado y olvidarme de ellos.
Voy a escribir la nota, aquí. Quizá por algún azar de la vida se tope con mi blog y le de por leer la entrada que casualmente habla de ella. Hecho muy improbable. Imposible. Pero al menos algo es algo.

Hola. Perdona que te moleste pero quiero contarte una historia.
Érase una vez una princesa rubia o al menos eso le parecía a Rubén, un chico que cada mañana la veía en la parada del autobús. Ella tenía todo lo que una princesa se supone debía poseer. Su mirada, tímida, transmitía bondad y serenidad. Sus gestos eran educados. Sin duda se intuía que era inteligente y sagaz. Alumna de los mejores maestros de la corte.
Poseía una belleza atemporal. Si cerraba los ojos podía verla con un tocado de flores adornando su precioso cabello dorado. Portando un vestido largo y sedoso ceñido a su cuerpo excepcionalmente bello. Caminando entre la multitud, resaltaría por su increíble encanto.
Así la imaginaba Rubén cada mañana. Sin embargo ese día era distinto a los demás. Había tenido un sueño. En él salvaba a la princesa de un temible dragón y caía rendida en sus brazos enamorada de su valentía.
Esa mañana al despertar, Rubén se dijo que probablemente ya había un príncipe. Seguramente su corazón ya latía por un héroe real, de esos que no desaparecen al abrir los ojos y apagar la dichosa alarma.
Al levantarse Rubén escribió la historia del sueño. Y cuando fue a la parada allí estaba ella. Más bonita que nunca. Rubén se conformaba con eso, verla cada día en el autobús. O quizá no. Y por eso escribió una poesía al final de la historia. Para dársela si conseguía reunir el valor suficiente.
Bella princesa :
Una sonrisa primavera eterna,
Una lágrima otoño sin final.
Sin ti no habría tanta belleza,
Sin ti nada sería igual.

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