La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 10 de abril de 2017

Día 55: Off to sea once more.

Spiderman se hace pasar por Peter Parker, Superman por Clark Kent, Batman se disfraza de Bruce Wayne. ¿Y yo? ¿Quién soy? ¿El corsario vestido de Rubén o Rubén con traje de pirata? 

Tinkerbell es un nombre en mi agenda del móvil. Me topé con campanilla hace unos tres o cuatro años. Por aquel entonces yo era Peter Pan, un adulto que no quería perder la inocencia. No deseaba dejarme llevar por la corriente y cuando peor lo estaba pasando anímicamente quise creer en la bondad del ser humano y por supuesto, en cuentos de hadas. Fue entonces cuando el azaroso destino me puso delante a esa niña, sin duda la persona más sentimental que he visto en mi vida. Vivía las cosas de una manera muy afectiva, y ese era su punto débil. La sensibilidad puede ser objeto de burla en el mundo actual. 
Jamás vi a tinkerbell en persona, nunca llegamos a abrazarnos, y sin embargo hubo un instante en el que hubiera dado mi vida por poder hacerlo. Me escribió una noche. Rubén, estoy muy triste. Me dijo. ¿Qué pasa, tinker? Me han vuelto a dar plantón por segunda vez. ¿Cómo? Pregunté, extrañado. Campanilla era, además de un alma muy emocional, una chica muy bonita. ¿Qué clase de tipo haría algo así? Estoy metida en la bañera, y solo tengo ganas de llorar. En ese momento solo deseaba reconfortar su corazón herido con un fuerte abrazo. No lo hice. 
En aquella época no solía quedar con nadie, aún seguía recuperándome de mi caída a los infiernos y no sentía que fuera a ser buena compañía para nadie. Simplemente, hablaba con otras personas por no sentirme solo y para olvidarme de mis propias historias. Una forma de evasión, podríamos decir. 
Aquella noche le di ánimos a campanilla de la mejor manera que Peter Pan podia hacerlo. Con ilusión y cierto toque de ingenuidad. Habrá otras citas, tinker. Seguro que tu pececito está ahí fuera, en el mar. 

Solo hay que salir a navegar una vez más. 

Rubén, el corsario, empezó a cantar mirando la luz de la luna que reflejaba sus ondulantes destellos en el oscuro mar. Off to sea once more, era una rítmica balada que hablaba sobre un pirata que pierde todo el dinero de sus trapicheos a causa del ron y las chicas. De camino a Boston, en busca de su destino, el corsario se acordó de aquella canción. ¿Por qué no abandonar? Mirando a la negra noche y pensando en las historias que le habían contado sobre Beatriz se dijo que no, que debía navegar al menos una vez más. Tenía que encontrar a esa enigmática dama, ¿y si ella tenía la solución? ¿Y si ella era su amor verdadero? 

Tinkerbell me hizo una vez un dibujo. En él salía yo, Peter Pan. Tristemente ya no lo conservo, en una de esas rabietas o enfados estúpidos que me caracterizan me deshice de ello y desapareció para siempre del mundo de lo tangible, no así del de las ideas en el que seguirá mientras yo conserve la memoria. ¿Qué fue de campanilla? Al igual que el pequeño regalo que me hizo, ella se esfumó con el paso del tiempo al darse cuenta que jamás quedaríamos para darnos ese necesario abrazo entre dos personas que se aprecian. 

Me gustaría poder decir que soy el pirata y que de vez en cuando me pongo el traje de Rubén para pasar desapercibido. El corsario tiene una fé inquebrantable en el amor, recorre los mares y océanos buscando lo único que puede hacerle feliz. Sin embargo, tan solo soy Rubén imaginando ser el bonachón de Pan o un valeroso pirata. 

En ocasiones hay días, como el de hoy, en el que cuesta ser ese alter ego crédulo y bobo, lleno de esperanza y con la convicción de encontrar los secretos del amor en los ojos de una mujer. Instantes de flaqueza en los que se hace duro hacerse a la mar, una vez más. 

Mañana contemplaré de nuevo las olas y escucharé el sonido que producen al romper en la orilla. No podré evitar, entonces, preguntarme si merece la pena seguir soñando o quizá sea mejor aceptar que en ese mar no haya ninguna sirenita para mi. 
Ojalá el espíritu de Rubén el conquistador me visite esta noche mientras duermo y se quede al menos el suficiente tiempo para saber si en algún lugar de Boston, Beatriz tiene la respuesta a todos esos desvelos causados durante tanto tiempo.
Por si acaso eso sucede, le esperaré cantando. "...Come all you bold young sailor lads and listen to me song. When you come off them damn long trips, I'll tell you what goes wrong. Take my advice, don't drink strong drinks, don't sleep around with whores. Get married instead, spend all night in bed and go to sea no more. No more, boys, no more. Go to sea no more. Get married instead and spend all night in bed and go to sea no more..."

miércoles, 5 de abril de 2017

Día 53: Tomates verdes fritos.

El mismo día que cumplí 18 años acabé de leer la novela de Fannie Flagg.
Al terminarla, durante un par de horas, me quedé sentado en el sofá de mi habitación. En silencio, mi mente deambuló por los personajes del libro y sus vivencias. 
Recuerdo que después me puse a escribir. Era la primera vez en mi vida que plasmaba por escrito mis sentimientos. 
Cierro los ojos y lo veo claramente. El sofá, las hojas, mi mano deslizándose sin demasiados titubeos por la áspera superficie del papel. Breves paradas para rectificar una palabra y quizá tachar alguna otra. Fueron un par de hojas por ambas caras donde ya se intuían los ideales y principios que he intentado seguir durante toda mi existencia. 
Embriagado aún por la nostalgia de la novela me preguntaba si alguna vez conocería el amor verdadero, la amistad incondicional o la alegría de saberme querido. 
También me cuestionaba sobre mi incierto futuro. ¿Qué estudiaría? ¿Qué camino tomaría?
Mis sueños, asimismo, tuvieron cabida en ese par de hojas que hoy amarillean en un anónimo archivador guardado en las oscuras profundidades de un cajón. Quería viajar por todo el mundo y visitar cada ciudad que había vislumbrado brevemente en películas o imaginado en las decenas de libros que leía. 
Igualmente mencionaba mi deseo de contar historias de manera visual. Mi profesión soñada, la que siempre quise tener, director de cine. Esa tarde, después de leer tomates verdes fritos, escribí sobre las ganas que tenía de que los demás vieran el mundo de la misma forma que yo lo veía. Un Rubén muy ingenuo, o sencillamente demasiado romántico, expresaba su lejana esperanza de presentar sus películas en festivales como los de Sundance, Cannes, San Sebastián o Venecia. 

El día de mi décimo octavo cumpleaños lo pasé leyendo y escribiendo. Sin duda algo premonitorio, a tenor de lo que he hecho los veintiún años que han pasado desde entonces. 

La tarde caía sobre Madrid aquel verano de 1995. Mi madre nos llamó a cenar a todos, guardé esas hojas escritas con letra muy pequeña en un antiguo archivador de anillas. Al mismo tiempo que cerré sus tapas, sellando así mis preocupaciones y deseos, miré hacia la ventana. Lo recuerdo tan vívidamente que no pareciera que haya pasado la mitad de mi vida. El sol se ponía iluminando con sus refulgentes rayos a las nubes, que diseminadas aquí y allá teñían de un tono rojizo espectacular todo el cielo. Mirando aquel atardecer sentí vértigo. Puede que sea por eso por lo que ese momento lo tengo grabado a fuego, fue una sensación tan violenta que me encogió el corazón. 

¿Qué será de mí en los próximos 18 años? 
Con esa pregunta en mi cabeza me dispuse a cenar y terminar mi tarta de cumpleaños junto a mis hermanos. 

La anciana de tomates verdes fritos recuerda su azarosa vida. Un camino serpenteante lleno de aventuras y giros inesperados que la llevaron por infinidad de lugares dentro de su propia alma. 
Aquella calurosa tarde, sentado en la soledad de mi cuarto, deseé con todo mi ser que mi vida fuera al menos tan emocionante como la de la protagonista de aquel libro que me impresionó tanto que, al pasar su última página, lloré. Por eso, una vez me hice al hecho de que aquella historia había acabado, escribí mis sueños en esas páginas con las que me volví a topar hace un par de semanas. Unas hojas en las que a modo de último y más grande deseo las cerré con un...Quiero amar y ser amado. 

viernes, 31 de marzo de 2017

Día 51: ¿Deshollinador o astronauta?

Subido al tejado de una casa londinense sonríe. Junto a él, Mary Poppins y los niños observan un cielo rojizo. El mundo entero está a sus pies, como él menciona. Solo los pájaros, las estrellas y el deshollinador tienen el privilegio de contemplar cada amanecer o atardecer desde ahí arriba. 

Tengo sueño, estoy cansado. Aún así mi mente no deja de evocar ilusiones, fantasías y deseos. 
Hace unos tres o cuatro años me inscribí en el proyecto Mars One. Ambicionaba subir más arriba que el propio Dick Van Dyke en la película, quería ser uno de los primeros seres humanos en pisar suelo marciano. Desafortunadamente no salí elegido entre las miles de personas que, como yo, se vieron surcando los cielos más allá de las nubes.
De esa loca aspiración solo queda un boletín mensual que me llega a mi dirección de correo electrónico con las últimas novedades de la aventura hacia la conquista de nuevos mundos, y por supuesto el inquebrantable anhelo de volar. 

¿Por qué me gustarán tanto las alturas? 
Recuerdo una escena de "El club de los poetas muertos". Robin Williams le pide a un alumno que se suba a una mesa y observe. Ante él se abre otra perspectiva del mundo, un abanico inmenso de posibilidades y caminos. 
Quizá sea eso lo que me llama la atención, el poder ver las cosas de otra manera. No tengo duda alguna que la persona que se mantiene siempre a la misma altura y contempla el mundo desde allí, solo puede ver en dos dimensiones y por lo tanto pierde una información preciosa, el volumen. 

Las mentes más maravillosas son aquellas que tienen la habilidad de abstraerse y deambular en una red tridimensional. Al mismo tiempo, los pensamientos más claros, puros e inocentemente bellos son los que se dan cuando hemos comprobado que hay una inmensa gama de grises entre el blanco y el negro.
Creo que sólo aquella persona que se ha aupado más allá de su propia altura podrá comprender la verdadera realidad de lo que le rodea.

De ahí que siempre haya querido subir lo más alto posible y abrir bien los ojos. Empaparme de la claridad que desde allí arriba ilumina cada objeto y ser.
Pensaréis, ahora, que me han entrado aíres de grandeza por querer ser como uno de aquellos dioses que desde el Monte Olimpo observaban el devenir de las gentes en sus quehaceres diarios. Ni mucho menos. Sus metas, las de los propios dioses, eran muy distintas a las mías. Ellos se divertían con sus tejemanejes, pasaban el día entre intrigas a las que de vez en cuando inmiscuían a humanos y semidioses. No, mi objetivo es sencillamente vislumbrar cuantas más posibilidades mejor e intentar entender la naturaleza de cuánto nos rodea. 

¿Cómo es un árbol? Nadie podrá acercarse a la respuesta correcta si no ha volado, de alguna manera más o menos misteriosa, hasta su copa y visto lo que el propio árbol contempla desde ahí arriba. 

Tumbado en la cama, con los ojos casi cerrados y medio dormido me pregunto...¿cómo será la sensación de abrazar las nubes? 
Quizá tenga razón el deshollinador cuando canta eso de que es un hombre con suerte. Es uno de los pocos seres humanos que han podido comprobar lo que sería que una nube, de esas que pueblan un Londres lleno de neblinas y brumas, roce su rostro manchado de hollín. 

¿Deshollinador o astronauta? ¿En qué me convertiré esta noche, al cerrar finalmente los ojos y soñar? 

jueves, 23 de marzo de 2017

Día 50: Fragilidad.

Frágil es un adjetivo que me definiría bastante bien.

Intento dar el pego y parecer un tipo duro, uno de esos a los que todo y todos le importan una mierda. Sin embargo no deja de ser una pose, una mirada que apenas puedo aguantar si alguien me observa detenidamente. 

Pero, ¿por qué demonios quiero parecer impasible? ¿por qué parecer el mismísimo Clint Eastwood en Harry el sucio? 
Por la misma razón por la que Superman se viste de Clark Kent, para evitar que otros reconozcan lo que es y puedan utilizarlo en su contra. 

Camino por la calle con las manos en los bolsillos, la música en mis oídos, la mirada al frente. No hago caso de cuánto me rodea, tan solo mantengo el paso y miro a la nada. En ocasiones desvío los ojos a los lados para sortear a algún transeúnte, peatones que pasean contemplando la vida. Adelanto y sigo mi trayecto. 

Nadie puede conocer quién soy, no me permito ese lujo. Mantengo mi disfraz hasta llegar a casa, es entonces cuando me siento en el sofá y me quito la careta. 
Cojo la manta que hay sobre él y me tapo hasta las orejas. El corazón se encoge, tiembla, y lentamente empieza a soltar todo aquello que no ha podido digerir a lo largo del día. Durante un buen rato mi frágil corazón se suelta y hace que las lágrimas salten en cascada de mis ojos, resbalando por las mejillas hasta mojar la manta de lana marrón. 

Hay veces que no deseo ocultarme, lo odio. Sinceramente. Si pudiéramos preguntar a Superman que es lo que más detesta, estoy seguro que después de Lex Luthor diría que a Clark Kent. Por eso ante ciertas personas dejo que contemplen a Rubén, al igual que Superman deja que Lois Lane le vea con esa enorme ese en el pecho. Esas personas dicen que soy un blandito, un maldito bobo llorón. 

Esa fragilidad es parte de mi encanto, me hace sentir más empatía por la gente que me rodea. Pero también permite que cualquier infortunada frase dicha en el fragor de cualquier batalla dialéctica me conduzca hasta una nueva llorera. Por eso intento mantener mi neutralidad, la mirada de hielo. No sueles sonreír, me dicen en ocasiones. Claro, en mi disfraz no hay cabida para la sonrisa. Eso sería un resquicio para aquellos que quieren colarse hasta mi alma para hacerme daño. No, las sonrisas solo en la soledad del sofá, al igual que las lágrimas. 

En las últimas semanas he llorado y sonreído más de lo que lo había hecho últimamente. Y lo que es más perturbador, lo he hecho en público. Tanto que ahora la gente sabe cuando me pasa algo, y descubro que en los días más tristes me lo notan y preguntan, ¿qué te pasa, Rubén? Mierda, digo yo entre dientes, me he olvidado el disfraz en casa. Serán las prisas. 

Hace unos días iba en el metro, móvil en mano. Ni me había dado cuenta que lloraba hasta que una lágrima cayó sobre la pantalla del teléfono. Pocos días antes, descubrí tras el reflejo de un escaparate, mi sonrisa. Miré rápidamente hacia todos los lados, cerciorándome que nadie me hubiera descubierto y pudiera sacar beneficio de mi desliz. 

Debes llevar más cuidado Rubén, me digo en esas ocasiones, la gente es cruel con los más débiles. Si descubriesen tu fragilidad sería tu final. Acabarían contigo de un plumazo si quisieran hacerlo. No puedes permitirte algo así.

El problema de todo esto radica en que con el disfraz puesto no puedo amar, al igual que Superman siendo Kent no puede volar. La frialdad, la condescendencia y la neutralidad mantienen mi corazón a salvo de todo peligro, pero a mi alma la envuelven de una tristeza infinita. 

¿Qué es más importante, corazón o alma? ¿Vivir a salvo o intentar ser feliz? A priori la solución es bastante clara, la felicidad ganaría por k.o. 
Pero las cosas no siempre son tan sencillas como aparentan. Sino que se lo pregunten a Superman cuando alguien le pone la temida Kryptonita delante de sus narices. Seguro que entonces él se daría de cabezazos en la pared maldiciendo el día que salió sin su disfraz de Clark Kent. 

lunes, 13 de marzo de 2017

Día 49: Stairway to heaven.

Hace un año y medio no podía parar de escuchar a Led Zeppelin y su Stairway to heaven. La ponía durante horas y horas en un bucle infinito. 

Los primeros acordes de la guitarra de Jimmy Page al empezar la canción me evadían del resto del mundo, que por aquel entonces y al igual que ahora, me parecía tan extraño y en ocasiones incomprensible que creía ser parte de algún sueño de un loco, tarado y esquizofrénico paciente de cualquier psiquiátrico de película japonesa de terror. La voz de Robert Plant, recitando más que cantando, me acompañó mientras escribía varias de las entradas de este blog. La reina de Mayo, por ejemplo, fue una de ellas. 

Me llamó tanto la atención que me dediqué durante un tiempo a leer toda la información que logré encontrar sobre la canción y sus autores. Hilos que seguí con curiosidad y que me llevaron dando tumbos, desde una cabaña perdida en Gales hasta una casa a los pies del Lago Ness. 
Acusaciones de satanismo, mensajes ocultos, rituales de todo tipo y orgias desenfrenadas en casas llenas de magia negra fueron algunas de las historias que copaban mis solitarias tardes de aquellos días. 

"There's a lady who's sure all that glitters is gold and she's bying a stairway to heaven. When she gets there she knows, if the stores are all closed with a word she can get what she came for." 
Siempre quise conocer a esa dama que tenía la absoluta certeza de poder conseguir cualquier cosa con solo pedirla. Tendría que ser una mujer increíble, en todos los aspectos, para poder nublar entendimientos y dejar solo cabida a los deseos. 

Hace unos meses meditaba sobre ello, ¿alguien sabría dónde comprar una escalera directa al cielo? ¿Existiría una tienda al estilo del Ikea, en cuyos almacenes habría un lugar destinado para cosas improbables? En caso afirmativo, al tener acceso a una de ellas y poder deambular entre los diferentes comercios de aquellos dioses, ¿qué pediría? ¿me lo concederían? Me daba en la nariz que yo no tendría tal poder de convicción como la chica de la canción, aquella que anhelaba conocer. 

"Dear lady, can you hear the wind blow?"
Aún creyendo que jamás mis demandas serían escuchadas siempre pedí un deseo. Ser feliz. Egoísta y demasiado ambicioso. Siendo sincero y honesto, no pediría la conclusión de todas y cada una de las guerras que martillean la superficie del planeta. Tampoco me decantaría por algo como el fin del acaparamiento de la riqueza por parte de unos pocos mientras otros muchos pasan penurias inimaginables. Ni tan siquiera una cura para las decenas de enfermedades crueles que masacran las vidas de anónimas personas como tú y como yo. 
En las noches con mucho viento, como la de hoy mismo, y al no tener noticias de sitio alguno donde agenciarse una escalera al cielo, susurraba a los dioses creyendo que ese aire llevaría con fuerza mi interesado capricho hasta más allá de las nubes. 

"Because, you know, sometimes words have two meanings."
¿Qué es para cada uno la felicidad? Para unos podría ser tener éxito laboral, un excelente trabajo que les llene cada segundo de sus vidas. Para otros en cambio, tener una cuenta en el banco con más de seis cifras. Algunos definirían la felicidad como aquello que sienten al ver a sus hijos crecer día tras día. Seguro que incluso habría alguno por ahí que al comprar el ultimo modelo del IPhone y mandar su primer whatsapp desde su flamante terminal diría que es la persona más dichosa de la tierra. 
La felicidad admite tantas acepciones como gente hay en el planeta, sin embargo para mí solo tiene un sentido. Amar. 

"And a new day will dawn for those who stand long, and the forest will echo with laughter."
El amor lo es todo. Mi única meta. Lo que dará valor a todo lo vivido e importancia a cada segundo transcurrido, será el día en el que no pueda parar de sonreír. 

"The piper will lead us to reason."
Imagino a Page y Plant en aquella cabaña de algun lugar perdido de Gales, donde empezaron a componer la letra de "Stairway to heaven". Sin luz ni electricidad. Quizá con sustancias psicotrópicas recorriendo sus torrentes sanguíneos en aquellas oscuras noches, creando el escenario ideal para poder ver escaleras infinitas, mujeres que creen que todo lo que reluce es oro y flautistas que muestran el camino a los que alguna vez se perdieron.
En aquel mistérico emplazamiento y con la mente llena de química y música vieron a la reina de Mayo en todo su esplendor. Ella les pidió que la acompañarán, ellos no pudieron negarse. 

"...with a word she can get what she came for."
Vente.
Voy.



miércoles, 8 de marzo de 2017

Día 48: Un día sin ideas.

¿De qué puedo escribir cuando no hay nada que decir?

Podría hablar sobre música, arte, o la última película que quise ver y no vi. También estaría genial teclear algunas palabras sobre la luna o las estrellas, mencionando que al mirarlas pienso en el amor y en corazones latiendo al unísono. 

Pero no, hoy no deseo hablar de eso. Hoy los dedos de mis manos me llevan hacia otros asuntos menos poéticos, mucho más banales. 

Deseo hablar sobre una maleta. Una con pegatinas diseminadas por toda su superficie. Una de color gris y con ruedas. Una que tiene tres iníciales pegadas en su parte superior. R F V. Muy bien, lo habéis adivinado. Esa maleta es la mía. 

Ha ido conmigo a infinidad de lugares. Hemos recorrido decenas de ciudades y atravesado aeropuertos en los que jamás imaginé que estaríamos. Corriendo con prisa mirando de reojo el reloj, andando pausadamente contemplando las filas de personas que esperan su turno para facturar en las distintas compañías aéreas, incluso ha ido junto a mí subida a un carrito porque me susurró, en un acto de total comprensión que solo da el compartir tantas horas, que estaba exhausta de tanto rodar. 

Cuando la encontré estaba subida a un stand a la altura de mis ojos. Ella me silvó, llamó mi atención. ¡Eh, tú! Me dijo al pasar. Rubén, yo soy lo que buscas. No mires más. Sostuvo mientras la bajaba hasta el suelo y abría la cremallera que encerraba sus entrañas. 
Por fuera me gustó, pero al ver su interior acabó por enamorarme completamente. Quizá tuviera las mismas cosas y órganos que cualquier otra maleta. Dos compartimentos separados, algunos pequeños bolsillos, uno incluso con cremallera. Pero cuando a uno le entra algo por los ojos ya no hay marcha atrás, tiene que ser tuyo sea como sea. 

Así fue como la conocí y nos hicimos inseparables. 
Estuvo a mi lado en alguna eterna espera en el hall de varios hoteles, viajó en barco hasta los confines del mundo, vi desde la ventana de un avión como un desalmado la tiraba sin cariño a las tripas de la aeronave, esperé con inquietud decenas de veces a que saliera del misterioso interior de los aeropuertos por la cinta transportadora. 

Nunca me gustó separarme de ella. Cada vez que llegaba a un mostrador para pesarla era una condena. Tanto para ella como para mí. Como buena maleta que es, la vanidad era su punto débil. Siempre quería estar lo más delgadita y presentable posible, en la hora del pesaje se ponía de los nervios. Ambos respirábamos tranquilos cuando la persona encargada de dar el visto bueno le ponía la pegatina del código de barras, apta para viajar. No obstante, hubo una ocasión en la que no calculamos bien y en la cena de la noche anterior nos pusimos las botas. Había cogido unos gramos, la muy glotona. Acabó con indigestión y tristemente hubo que operar. La abrí con cuidado en la misma sala del aeropuerto, y sin hurgar demasiado ni estirpar nada que le fuera necesario para la vida arreglé el desaguisado lo mejor que pude. 

Desde luego también hubo peleillas, como en toda relación que se precie. Sobretodo en esos viajes en coche en los que su estilizada figura dejaba de ser la prioridad. En esas ocasiones, luchaba con ella intentando convencerla, que esos pantalones o aquella sudadera eran imprescindibles. Tenían que entrar si o si, y la muy cabezota se negaba a cerrarse. Bonita, le decía con cariño, ¿y si hace frío? ¡Tengo que llevar algo de manga larga!

Esta mañana, justo antes de salir de casa me ha vuelto a llamar, como aquella primera vez que la vi. ¡Rubén! Me ha dicho desde lo alto del armario donde descansa, ¿cuándo me vas a sacar de aquí? 
He mirado su piel gris, y con ojos entornados la he susurrado...Pronto, bonita. En un mes, quizá. 
Y, ¿dónde me llevarás? Preguntó entonces, curiosa. Quién sabe, respondí. Quién sabe. 

jueves, 2 de marzo de 2017

Dia 47: All you have to do is...dance.

Corría a buen ritmo. Poco a poco fui acelerando hasta ir lo más rápido que pude. Un sprint más largo de lo que, en principio, podía esperar aguantar. De pronto paré.
Pensé que el corazón me iba a estallar mientras cogia el aire a bocanadas.
Miré a mi alrededor, la noche me rodeaba. Entonces, sin explicación alguna, me puse a bailar.
Bailé como si el mundo no me estuviera observando. Y me sentí el tio mas libre del mundo.
Después, continué corriendo.