La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 13 de abril de 2013

Desmontando a Rubén (parte 2)

En la primera parte escrita hace ya algún tiempo, cerca de tres meses, hablaba de mis historias del corazón. Ahora intentaré hablar de algo un poco más difícil. Desmontaré mi alma y la expondré ante todos.
¿Quien soy yo?
Podría definirme como un chico curioso, tímido e introvertido. Pero me quedaría en la superficie, sin duda. Hay que rascar un poco más para ver a alguien muy emocional, una persona a la que no le gusta exteriorizar demasiado sus sentimientos. Sensaciones a buen recaudo en el fondo de mi alma, posiblemente.
Extremadamente melancólico, siempre acabo pensando que cualquier tiempo pasado es mejor que el mismísimo presente o que el incierto futuro. Esa melancolía, en ciertas ocasiones, ha causado el que no disfrutara del momento tanto como debiera y me he descubierto pensando que podría haber sido mejor tal o cual vivencia.
Esa tristeza que a veces inunda mi corazón la he tenido siempre. Mirando por la ventana hacia el horizonte, los recuerdos se amontonaban en mi memoria y aunque nunca debiera quejarme de mi vida, ya que en términos generales ha estado aceptablemente bien, siempre he tenido ese regusto a que podría haberse mejorado en cierta forma.
¿Qué otro adjetivo podría definirme? Soñador. Seguro que este es obvio. Pero contaré una breve historia. Hace unos años, cuando contaba con unos 19 más o menos vi una película. No recuerdo el título pero  actuaba River Phoenix. Bien, el argumento se podría resumir así. Dos chavales que se alistan en el ejército pasan sus últimos días, antes de partir para la guerra de Vietnam, divirtiéndose y pasándoselo en grande. Hacen una apuesta. Tienen cuatro días para ligarse a una chica. Pero no a una cualquiera, debe ser una chica no muy agraciada físicamente. En definitiva, el que lleve a la más fea gana. Chiquillerías de adolescentes se podría decir. El personaje de River Phoenix conoce a una mujer (que yo no encontré fea para nada) y en cuatro días se enamora de ella. El final es triste y amargo y no lo desvelaré por si a alguien le da por verla. Pues bien, cada verano cuando estaban acabándose las vacaciones me entraba un poco de depresión pero pensaba en esos cuatro días. Y me decía que cualquier cosa podría suceder, al igual que ocurría en la película. Cuando aún restaban cinco días para volver al tedio de la rutina de Madrid mi ilusión se centraba en pensar que todavía había tiempo para que sucediera algo extraordinario. Un día después mi ilusión era máxima al desear con toda mi alma un acontecimiento que cambiara todo mi mundo. Cuando ese día se acababa la desilusión venía a mi y ya no me abandonaba hasta unas semanas después. Pero pese a la decepción de cada año al ver que nada excepcional sucedía, yo seguía soñando en mis inestimables cuatro días. Y como suelen decir, la fe mueve montañas, un verano acaeció un echo extraordinario. No obstante, esa es otra historia, aunque puedo contar que el final no fue de cuento y la cosa no terminó con un "and they lived happily ever after".
A la vista de esta breve anécdota, os daréis cuenta de que algo que me define es el romanticismo. Pienso y creo en el amor verdadero. Sinceramente deseo con todas mis fuerzas no estar equivocado y que mis creencias no sean más que simples cantos de sirena. Mi convicción es que toda persona en este planeta debe tener a alguien destinado para él. Si descubro que esta afirmación no es cierta y que he estado haciendo el primo, el mundo se me viene encima. Y honestamente, pediría al que procediera que me devolviera el dinero o en su defecto que me dejara dar una vuelta más en la montaña rusa de la vida.
Como creo en la media naranja que todos tenemos en algún lado, me pongo a pensar. ¿Quién de los cuatro mil millones de mujeres que hay en el planeta es la que posee la mitad de mi corazón? Terrible pregunta. Espero no tener que deambular por los cientos de países de este mundo preguntando, oye ¿tienes la mitad de mi corazoncito por ahí en algún lado? Mírate bien en los bolsillos por sí acaso, no sea que tenga que dar la vuelta cuando pase la frontera y estos de aduanas me hagan el lío y no me dejen volver.
En fin, sigamos.
Últimamente he descubierto algo de mi personalidad. Soy muy vanidoso. Me creía una persona a la que le gustaba pasar más desapercibido, en el anonimato de la multitud. Sin vanaglorias de ningún tipo. Pero me encanta que me regalen los oídos con toda clase de elogios que por otra parte no se de donde salen porque que me digan que soy guapo o que tengo unos ojos bonitos no se entiende muy bien. O el mundo esta loco o la belleza se mide en otros baremos y la escala ha bajado un pelin.
Inmaduro podría ser otro adjetivo. Pero este no es que venga conmigo en el paquete. Es que me gusta ser así. La madurez trae consigo dos cosas, una buena y otra muy mala a mi modo de ver. Por un lado la sabiduría. La sapiencia que te dan los años y las experiencias vividas es innegable. Pero por otro lado esta la rigidez de pensamiento. Eso es horrible. La madurez lleva implícito un pensamiento ya preestablecido, un modo de pensar y de hacer las cosas demasiado serio, demasiado cuadriculado. Mi comportamiento es quizá más infantil, pero creo que por ello más fresco, más sano. Sin duda más diferente a los tipos de 35 que hay por ahí. Sueño con ser Peter Pan en un mundo lleno de gente como el Capitán Garfio.
¿Es difícil ser Rubén? Pues diría que no. Creo que todo el mundo tiene su pizca de romanticismo, su alma de niño, su nostalgia y melacolia. Todos somos curiosos y tímidos con nuestras vidas. Todos guardamos un poco de nosotros mismos para nosotros mismos. Encuentro más difícil encerrar la imaginación y todos estos sentimientos en una caja y guardarla en el fondo de nuestro corazón que dejarlos aflorar y exponerlos. Sólo es necesario un poco de valentía. Y en ello estoy.

miércoles, 10 de abril de 2013

Gnomos, duendes, elfos y hadas

¿Qué tendré que ver yo con toda esta serie de pequeños seres? ¿Qué me unirá a toda esta serie de mágicos y entrañables personajes?
Empezaré con los gnomos. Mi primer contacto con estos diminutos habitantes de los bosques fue en la serie de dibujos animados de David el gnomo. De chaval veía fascinado las aventuras de David y su familia junto a su inseparable amigo el zorro Swift. Llegué a odiar a los trolls con todas mis fuerzas. Me encantaba pensar que en algún bosque por ahí perdido se podían encontrar, dentro de árboles centenarios, las casitas de estas pequeñas criaturas.
Mi segundo contacto con los gnomos fue en Tenerife, hace 4 o 5 años. Andaba yo perdido por esas carreteras tinerfeñas llenas de cuestas y brumas. Yo disfrutaba de la conducción montaña arriba, montaña abajo. En esto que, de pronto, al coronar una pequeña colina mi acompañante lanza un grito al aire. ¡Coño, un gnomo! Lo dijo con tal convicción que la creí. Ella estaba segura de haber visto ese gnomo en la lejanía. A los pocos segundos me descojoné de risa. Lo que ella pensó que era un ser mitológico no era sino un hombre trabajando en sus tierras. La decepción por no poder contemplar un gnomo de verdad se tornó en una risa que duró durante todo ese día.
¿Qué puedo contar de los duendes? Bueno mi conocimiento de estos hombrecillos es limitado. Sin embargo si que me he topado en alguna ocasión con ellos. No hay duda que los duendes más conocidos son los irlandeses, los leprechauns. Estando en un par de ocasiones en algún garito irlandés me he visto en la situación de contemplar cara a cara a uno de estos juguetones seres. O quizá sea el ron que se me subió un poco a la cabeza. Quien sabe. No obstante cada vez que me adentro en estos locales en busca del servicio mis sentidos están alerta. Ojo avizor. Pendiente por sí a alguno le da por aparecerse sin previo aviso y darme un buen susto.
En las Vegas, también tuve mi encuentro con los duendes. Pero esta vez no estaban ocultos, sino a la vista de todos. Y te llamaban con un sonido peculiar. Si, era una vulgar tragaperras. Una de duendes irlandeses. No se por qué pero me llamó la atención y metí un billete. No me gusta jugar a estas máquinas pero en esta ciudad es inevitable y curiosamente gané algo. Pero creo que fue sólo porque a uno de los leprechaun le caí bien y llamó a sus amiguitos para formar 3 en línea. Mera ilusión ya que a estos hombrecillos les va la juerga y al día siguiente pensando que ya éramos amigos volví a meter un billete y esta vez desapareció en la entrañas de la tragaperras. Un consejo, no os fiéis de los duendecillos verdes.
Veamos, tocan los elfos.
Sólo tengo conocimiento de los elfos por la literatura y el cine. Tenía los libros de la trilogía desde hacía tiempo pero hasta que no se estrenó en la pantalla grande el señor de los anillos no me dio por leer acerca del mundo inventado por Tolkien. Me encantaría poder ir a Lothlorien o Rivendel y poder ver a estos seres. De belleza infinita e inmortales. Todo lo que yo podría desear. Vivir eternamente mientras el mundo fuera mundo y las estrellas brillaran en el cielo nocturno. Y porque no, conocer a Galadriel y tener muchos elfitos pequeñitos. En fin, sueños.
Las hadas son otra cosa. Hay tantas y tan diversas que me podría explayar durante horas y horas. He tenido mucho contacto con ellas. Hadas tan buenas que te enamoras de ellas y hadas terribles que casi se han transformado en malvadas brujas. Pero siempre son bellas. De ahí su encanto. Te enamoran con sus ojos, con sus facciones, con sus palabras. Te embaucan en cierta forma. Algunos, entre los que yo me encuentro, creen que las hadas son ángeles caídos a la tierra. Seres que no pueden estar ni en el cielo ni en el infierno. Seres que no son terrenales. Las hadas, por tanto, serían esos ángeles de los que tanto he hablado. Quizá primas hermanas, quizá los mismos ángeles con distinto nombre.
Tinker bell o campanilla es el hada más conocida. Y tengo una historia sobre ella.
Sucedió en Orlando. Sentado a los pies del castillo que domina Magic Kingdom, el reino mágico. El lugar más especial del planeta. Las luces se apagan. El castillo se ilumina. Unas notas musicales empiezan a sonar y se oye a una niña cantar. Una canción bella como pocas. Una melodía que empieza a ponerte sensible. De repente aparece en lo alto campanilla y empieza a volar. Atraviesa nuestras cabezas dejando en el aire su polvo de hadas. Y una sonrisa junto con una lágrima aparece en mi rostro. Soy Peter Pan admirando por primera vez ese maravilloso ser. El polvo me ha alcanzado y puedo soñar con volar. Mi alma se siente libre. Mi corazón lleno de emoción. ¡Quiero ser Peter e ir al país de nunca jamás!¡No quiero dejar de soñar!


jueves, 4 de abril de 2013

Susana

Corría el año 1978. Un otoño solitario era el que estaba viviendo. Contaba yo con 18 meses y la vida desde mis pequeños ojos se vislumbraba asombrosa. Mi mirada inquieta se posaba en cada nueva cosa que descubría. Daba mis primeros pasos adentrandome en lugares desconocidos, pero sin duda con la curiosidad que siempre me ha caracterizado. Y de pronto, a finales de octubre de ese año, apareció alguien. En la casa escuché nuevos sonidos, lloros de un bebe. Mi hermanita.
Mi primer recuerdo de Susana es jugando con ella. De pequeños éramos inseparables. Cierro los ojos y me veo con sus muñecas, o saltando en la terraza de nuestra casa a la comba, o riéndonos por haber hecho alguna trastada y ver que nuestra madre no lo había descubierto.
Hasta que mi hermano fue mayor para dormir en una cama yo compartía la habitación con ella. Teníamos un vínculo muy especial. Un año, no se muy bien por qué, ella paso unos días con mis abuelos maternos y yo me quedé con mis padres. Tendría yo unos 6 o 7 años. Me pasé todos los días, según me han contado, preguntando donde estaba mi hermanita y cuando volvería. La echaba en falta. Era mi mejor amiga. Mi compinche de travesuras. Mi compañera de aventuras.
Mientras crecíamos íbamos descubriendo el mundo juntos. En esos años en los que todavía estaba por concretarse nuestra forma de ser veíamos las cosas de forma similar. Teníamos amigos comunes en el colegio. En el comedor éramos, ella y yo, los que nos quedábamos los últimos y la profesora nos regañaba por no comer tal o cual cosa.
Compartimos muchas actividades. Nuestros padres nos apuntaron a Karate. Muchas veces, a la hora de combatir, nos poníamos juntos. O cuando tocaba hacer ejercicios uno lo hacía al lado del otro. También nos apuntaron a una academia de inglés. E incluso a unas clases de informática cuando los ordenadores aún tenían discos flexibles. Hace una eternidad. Lejos, muy lejos en el tiempo.
Aprendimos juntos. Y cada uno se fue formando a su ritmo. Cada uno fue creando un hábitat en el que se sentía más cómodo. Nuestras personalidades fueron distanciandose poco a poco.
Ella dejó las clases de informática. Su mente, más hecha para las letras y las palabras, no congeniaba bien con los ceros y unos de los ordenadores. Mi mente, más racional y analítica, disfrutaba tecleando órdenes a la máquina.
Hicimos la primera comunión juntos. Ella vestida de blanco, con lacito en el pelo. Yo con chaqueta azul y cordón al cuello. Ahí también se descubre nuestro distanciamiento, lento y pausado, pero distanciamiento al fin y al cabo. En las clases de catequesis por mi edad, un año mayor que los demás, hacía que me preguntara ciertas cosas que la catequista no sabía responder. ¿Por qué Jesus hacía milagros? ¿Era como un super héroe?¿Era como Superman? En muchas ocasiones me mandó a hablar con el cura por ser demasiado trasto en clase. Y el cura me sermoneaba diciendo que tenía que dar ejemplo. Mi hermana, más ilusa por la edad o simplemente le daba lo mismo una cosa u otra, callaba y se portaba bien.
Con doce o trece años ya éramos muy diferentes. Nuestras vidas empezaban a discurrir por senderos distintos. ¿En qué punto se separaron? No se muy bien decirlo. Fue algo natural. Cada uno se interesó por cosas distintas. Como el agua que baja por una colina y busca su discurrir natural, ella y yo buscamos nuestro camino. Eramos dos afluentes de un mismo río pero, que en vez de unirse, se van separando poco a poco.
Hubo un momento en que nuestros recorridos distaban tanto que dejamos de hablarnos. De adolescentes tuvimos una época en la que sólo íbamos a ver si nos podíamos fastidiar el uno al otro. ¿El motivo? Ya ni me acuerdo. Quizá el peor error de mi vida. Me perdí muchas cosas de la vida de mi hermana. Las personas que más se quieren en el mundo, cuando sucede algún asunto que cambia esa relación son también las que más se odian. Puede que por creer que nos han decepcionado. Por cabezonería, ninguno de los dos daba su brazo a torcer hasta que ella un día dió el primer paso.
Pero ya nunca fue como cuando éramos niños. Las miradas aunque se habían suavizado contenían muchas palabras no dichas. Muchos sentimientos enterrados.
Poco a poco, se fueron dando pasos. Pero las diferencias de personalidad eran grandísimas, enormes. Trabajó a mi lado durante un tiempo y alternamos momentos muy buenos con peleas bastante feas. Nuestros corazones y almas guerreras sacaban su armas. Las batallas a veces eran cruentas y se decían cosas hirientes.
Ella empezó a estudiar fuera de casa, y pasó largas temporadas en el extranjero. Eso enfrió bastante nuestra relación, ya no había peleas pero tampoco amistad. Simple y llanamente éramos dos hermanos que de vez en cuando se veían. Que apenas hablaban de sus sentimientos, de cosas personales.
Así transcurrió mucho tiempo. Más del que debiera haber pasado. Quizá, en algún momento, tenía que haberla dicho que me parece la mujer más fuerte y valiente que he conocido. Dedicada a ayudar a los más desfavorecidos, a sus chicos, como ella dice. Una mujer pasional que vive las cosas impulsivamente. Muchas veces de forma vehemente. Puede que demasiado en muchas ocasiones. Pero no se le deben poner unas bridas a un caballo salvaje, perdería todo su sentido, su fuerza, sus ganas de cambiar el mundo.
Los cursos de los riachuelos que simulan nuestras vidas han sido sinuosos, alejándose y acercándose de forma alternativa. Formando largos meandros. Pero nunca olvido que salimos del mismo rio, que nuestro origen es el mismo. Quizá acabemos desembocando en el mismo mar. Quizá nos perdamos en la infinitud del océano, juntos de nuevo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Gladiador

Hace años estuve en el Coliseo, en Roma. Al entrar sentí algo especial. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentarme durante un rato y observar ese lugar. Cientos de vidas habían embarcado desde allí en la barca de Caronte. Cientos de almas habían pasado al otro lado del río Estigia o Aqueronte, lo mismo da, camino al infierno. Gladiadores que luchaban por su supervivencia, matar a cualquier precio. Nadie se podía poner en el camino de la libertad ya fueran leones o tigres o el peor animal salvaje de todos, otro gladiador.
Agarrarse a la vida, por eso combatían. Aferrarse a lo único que podía sacarles de su triste existencia. Sus propias ganas de vivir. Pelear con cualquier cosa que tuvieran a mano. Incluso si fuera necesario matar a su adversario a bocados. Todo vale. En el foso no hay leyes. La mente y el cuerpo están unidos por un fin común que es llegar al desenlace final con vida. Conseguir que el emperador, viendo tu pundonor y tu valentía, te perdone la vida. Que la gente vitoreé tu nombre y hacer presión para que el pulgar mire hacia arriba.
Me considero un gladiador. Un luchador nato. Hace meses me agarré al ejercicio físico para sobrevivir, para no sucumbir ante mi desgana y apatía. De la rabia saqué la fuerza, de la incomprensión de los hechos saqué el impulso necesario para obligarme cada tarde a fortalecer mi cuerpo. Ese era el punto de partida. Y como dijeron los antiguos sabios mi lema fue mente sana en cuerpo sano.
Pero llegó un momento en el que la rabia se fue y cada vez me resultaba más difícil seguir el ritmo endiablado que me había propuesto. Lo que en un principio hacia sin descanso ahora me costaba bastante más. Pero entonces me topé con Greg. Viendo variantes de ejercicios en Youtube di con un video de este tipo. Al instante me enganchó. La forma de hablar, de entrenar, de enfrentarse a la vida me hipnotizaron. En realidad, desde fuera, parece un maldito tío cachas vanidoso y bastante presuntuoso. Pero lo que dice y como lo dice es realmente interesante. Y desde luego sabe motivar.
¿Cuando sabes que has dedicado el suficiente tiempo a una cosa? Siempre que haces algo te preguntas, ¿ya está bien o sigo un poco más? Y este tío responde con algo de lo más coherente. Si hoy dices que no es suficiente mañana siempre tendrás suficiente. Es decir, no hay que conformarse. Hay que ir hasta el final. Quedar agotado y extenuado en el intento. Hay que aprovechar el tiempo que tenemos y exprimirlo al máximo. Rendimiento óptimo. Que toda la energía que aportes se vea recompensada con lo que deseas conseguir.
La diferencia entre un ganador y un perdedor no esta en la genética de esa persona ni en su posible potencial sino en la perseverancia. Cuando uno cae hay que levantarse e intentarlo una vez y otra y otra. El perseverante es el que gana.
Mientras escuchas a este hombre te dan ganas de invadir Polonia como una vez dijo Woody Allen de Wagner.
Y en este momento lo pongo de fondo mientras me visto para bajar a la guerra. Para hacer ejercicio. Cada día me cuesta más. El cuerpo físico esta agotado. Me siento como sí me hubiera caído de una azotea y al caer me hubiera golpeado con todas las ramas de un árbol. Por eso tengo que mentalizarme. Saber que el éxito es duro. No es un camino sencillo.
Y lo peor de todo es el ego. La vanidad. Esto hay que hacerlo por uno mismo, sino estas condenado al fracaso.
En cada faceta de nuestras vidas cada objetivo debe ser nuestro. Para estar a gusto con uno mismo. Para mirarse al espejo y decir lo has conseguido.
Greg, el a priori prepotente hombre con más músculo que cabeza, se ha convertido en mi salvador por llamarlo de alguna forma. En la persona que con sus ideas, con sus arengas ha mantenido mi fe en un Rubén mejor. Tanto físicamente como mentalmente.
El miedo que puedo llegar a tener es bueno, yo lo creo, yo puedo destruirlo. No hay que temer nada. Paso a paso, superando metas, lo conseguiré.
Y el gladiador sale a la arena pertrechado con sus escasas armas, una pequeña espada corta, un escudo, un casco con una pequeña visera coronado por un puñado de plumas y un brazalete que le cubre parte del pecho. Sus únicas defensas ante la muerte, ante el fracaso. Y si mirásemos a los ojos a estos valientes, a estos hombres de otra época veríamos vida, coraje, arrojo, fuerza, determinación. Su mirada sería de absoluta certeza de que venderían cara su piel. Vencer o morir.
Esa es mi mirada ahora mismo. The eye of the tiger. La mirada del tigre.

martes, 19 de marzo de 2013

No hay nada más triste que los caballitos pony

Ayer me dirigía al trabajo y escuchaba en la radio este estribillo de una canción que jamás había escuchado. Repetía una y otra vez el cantante del grupo que no había nada más triste que los caballitos pony. En un principio me descojoné, porque no decirlo. Pero luego me puse a pensar. ¿Habrá cosas más tristes que los pobres animalitos del estribillo?
Y claro, encontré varias que si lo eran.
Por ejemplo, es triste que el sábado alguien me pidiera algo para comer. Un tio de entre 30 o 40 que me dijo que no tenia dinero y que estaba sin trabajo. Le preparé un bocadillo de tortilla y al salir de trabajar me encuentro el bocadillo tirado en la calle. Mucha hambre no tendría. Que pena de tortilla.
Parado en un semáforo, unos kilómetros después de escuchar la canción, pasó una chica empujando una silla de ruedas. En ella iba un señor muy mayor, tapado con una manta hasta el cuello. Eso me pareció muy triste. Acabar así tus días, dependiendo de otras personas para hacer lo más sencillo del mundo que es andar. Hace unos días escuché a dos señoras en el metro. Ya mayores pero se conservaban bien, y una le decía a la otra, envejecer es una enfermedad. Entonces pensé que ese comentario era algo desmesurado pero viendo al pobre señor de la silla de ruedas descubrí que tenía toda la razón del mundo. Es jodido envejecer.
Sin duda es triste ver a una señora de sesenta y muchos operada de la cara, ponerse labios o botox. En realidad, esto más que triste me parece patético. No se quien les habrá dicho que queda bien. ¿En qué planeta eso se considera sexy?
Una cosa realmente triste es descubrir que tus padres son los reyes magos. Eso es una auténtica hecatombe. La desilusión al darte cuenta del engaño navideño es morrocotuda. Toda tu infancia portandote bien para que la noche de reyes no se olvidaran de ti y se colaran en casa dejando regalos y luego todo es un vulgar timo.
Para llorar es el tema del dentista. Me parece tristísimo que haya gente que se gane la vida sacando dientes. ¡Por dios santo, son los torturadores del siglo XXI! Aprendices de los verdugos de la santa inquisición.
Bueno, y no me digáis que no es lamentable sentarse encima de las gafas de sol. Se me parte el alma.
Una de las cosas más tristes, sobre todo para ellas, es encontrar que no te entran los vaqueros. Eso al menos reza la publicidad de los all-bran. Nada, ¡a desayunar los copitos de trigo!¡hip, hip, fibra!
Conocer a una persona, y que al mes ella se vaya 10 días a otro país es verdaderamente trágico. Sobre todo porque desearías haber ido con ella.
Una de las cosas más tristes que me han pasado es comprar un helado y que antes siquiera de haberlo probado se caiga al suelo. Eso es una absoluta catástrofe. ¡No!¡Qué he hecho para merecer esto!
En fin, si que hay cosas más tristes que ver a los caballitos pony.


viernes, 15 de marzo de 2013

¿Pirata o corsario?

Dentro de unos días iré a La Manga de nuevo.
Será la tercera vez en pocos meses. Cada una de ellas con mentalidad diferente y por lo tanto habré visto 3 versiones de ésta.
Al igual que cuando uno relee un libro al cabo de los años y descubre nuevos matices en su lectura he observado cambios y lugares ocultos de mi forma de ser. Un nuevo Rubén ha surgido.
La primera vez fui acojonado de la vida, acojonado por la soledad, acojonado por sentirme abandonado. Estaba triste y me hacía demasiadas preguntas. Aún luchaba por algo acabado, daba coletazos cual pez fuera del agua intentando superar la muerte, y al igual que el pez da sus últimas bocanadas buscando el mar y su habitat yo suspiraba por volver a mi anterior vida y recuperar mi territorio. La visión que tuve de La Manga la podéis leer aquí. Desencanto. Añoranza por un tiempo mejor. Veía las cosas a través de una mirada melancólica. Mis ojos, llenos de tristeza, observaban cada lugar de este pueblo con un toque de amargura y pesadumbre.
La segunda vez huía. Me fui a La Manga huyendo de la felicidad que parece haber en las Navidades. No soportaba la aparente dicha de la gente. Yo no era feliz y por ende quería que nadie lo fuera. Y como no podía evitar eso me largué al único lugar que conozco que esta desierto en esa época del año. Eran sentimientos egoístas. Sin embargo, fue un viaje esclarecedor. En mi soledad me di cuenta de que lo único que valía en ese momento de mi vida era yo. Y que para salir de ese agujero en el que me encontraba, primero tenía que estar a gusto conmigo mismo. En ese viaje apagué el móvil, me desvinculé del mundo y paseé a solas. Me levantaba cada mañana y miraba el mar. Descubrí la soledad del marinero pese a estar en tierra firme y me gustó. Desayunaba mi croissant sentado en la terraza de mi casa escuchando las olas y mis pensamientos. Hacia mucho tiempo que no me escuchaba, demasiado. Este segundo viaje también lo narré aquí y podéis ver que hay, sin duda, esperanza en mis palabras. Se ve un sendero hacia la recuperación interior, el comienzo de un nuevo camino. Aún distaba mucho de estar bien, de hecho estaba a mil malditos kilómetros de estar en armonía pero había dado un gran paso.
Esta tercera vez, a diez días vista de mi viaje, estoy tranquilo y nervioso a la vez. Nervios por estrenar mi coche nuevo. Un reciente compañero de viaje con el que haré el camino iniciatico hacia la costa al igual que hice con mi anterior amigo. El mismo recorrido, las mismas fechas, distinto Rubén.
Sí, soy otro. Ya no estoy triste ni huyo. Ahora deseo disfrutar cada momento. Sea cual sea este. Si es bueno me reiré y si es malo lloraré pero sin temor, sin miedo. Ahora estoy tranquilo. Todo aquello que perturbaba mi alma se quedó atrás. Mis obsesiones están controladas. Mis debilidades las mantengo a raya. Algún día me levanto con mejor humor que otros pero supongo que como cualquier hijo de vecino. Todo el mundo tiene sus idas y venidas. Todos pasan por esos días en los que te apetece tumbarte en la cama, taparte hasta las orejas, hacerte un ovillo y dejar salir alguna lágrima. No creo que sea malo, al contrario, creo que es liberador. Después te sientes mejor. Te sientes como un navegante en su buque en medio de la mar. Libre para ir en la dirección que desees.
¿Qué soy yo, un pirata o un corsario?
Un pirata es un navegante que asalta buques en busca de dinero. Oro y joyas. Riquezas. El corsario es lo mismo pero con un matiz. El rey o la reina de turno le da a un pirata un papel, una patente de corso, con el cual ya puede asaltar a los enemigos de la corona sin transgredir la ley. Eso si, tendrá que compartir el botín.
¿Qué seré? Seguridad o valentía. Me decanto por ser pirata. No esconderme de lo que soy. Enmascarar la naturaleza de uno mismo detrás de cualquier excusa torpe y superflua es una tontería. Un corsario es un pirata que no se atreve a dar ese paso y hacer lo de siempre, atacar y desvalijar buques, sin red. Se guarda el as en la manga de la patente pero el sabe lo que es. Un pirata. El peor de todos. El que no va con la verdad por delante.

lunes, 11 de marzo de 2013

Accidente

Momentos antes estaba feliz. Sonriendo delante de ella, bebiendo poco a poco para alargar la noche. Disfrutando de su voz, de sus historias, de sus ojos.
Instantes antes conducía pensando en lo rápido que suceden las cosas, en lo lejano que se me antojaba la tristeza. Mientras recorría Madrid mi semblante reflejaba mi estado de ánimo. Absoluta felicidad por haber estado junto a ella. 
Segundos antes tomaba una curva, un fatídico giro hacia la derecha. Y de pronto el coche hizo un extraño. Noté la parte de atrás deslizarse. La carretera desapareció unas milésimas de segundo. Estaba  haciendo un giro de 360º. En ese instante me di cuenta de que la cosa pintaba mal. Y a mi mente vino solo una meta, una idea, un objetivo. Sobrevivir. Hace tres o cuatro meses me habría dejado llevar. Si el destino decidía que era mi momento no habría hecho nada por evitarlo. Sin embargo en esos momentos quería salir de ese trance con vida. Había algo por lo que luchar. Y así hice. Cogí el volante con fuerza y lo gire en el sentido contrario del deslizamiento para intentar contrarrestar la inercia del coche. No lo conseguí y acabé por completar el círculo. Una circunferencia que me llevo a impactar contra una valla. El choque fue sonoro, el metal del coche crujió, los airbag sisearon, chasquidos por todos lados. El coche salió rebotado y aún con las manos en el volante, sin haberlo soltado, pude situarlo en un lugar donde no estorbara a la pocos coches que pasaban a esa hora de la noche por esa carretera. A duras penas veía nada. Había humo dentro del habitáculo. Humo blanco, pero no olía a quemado. No olía a fuego. Reaccioné rápido e intenté abrir la puerta, estaba atascada. Empujé más fuerte y una abertura mínima me dejo sacar una pierna. Me paré en seco. Se me olvidaba algo. Las llaves. No se por qué pero pensé que era mejor girar la llave del contacto y quitarlas. Con ellas en la mano salí. Fuera, en la oscuridad de la noche, había un silencio roto por un susurro. Y como sí fueran los últimos extertores de un animal herido de muerte escuche a mi infatigable compañero de viajes susurrar algo. Un sonido débil, un silbido apenas audible. Y de pronto, cesó. Había muerto. Me alejé unos metros y en ese preciso momento al mirar el coche vi la magnitud del suceso. Y todo el aplomo  y determinación que tuve durante los dos minutos anteriores se desvaneció. Empecé a temblar. Me encontraba en un puente. La valla contra la que había chocado me había salvado de un desenlace mortal. De una caída al abismo del olvido. Durante 10 minutos me quedé inmóvil, mirando mi coche. Mi cerebro se quedó bloqueado. Un coche me sacó de mi ensimismamiento. Paró y escuché a alguien preguntar si estaba bien, si necesitaba ayuda. Contesté mecánicamente que todo estaba bien sin mirar siquiera a la voz que se había dirigido a mi. El coche arrancó y se fue. Me quedé sólo, en medio de la carretera y por fin cogí el móvil. Mis manos temblaban. Busqué el número de mi madre y pulsé para llamar pero al momento me acordé de que ella lo apagaba  por la noche. No pensé en llamar a casa, sólo un nombre me vino a la cabeza. El de ella. Y la llamé. He tenido un accidente dije. Ella contestó voy para allí. Ni se lo pensó. Me preguntó que donde estaba y conseguí darle mi ubicación pese a estar aún algo desorientado. Me senté en un muro de hormigón a esperar. Una espera interminable, tanto que la volví a llamar. La necesitaba ya. Oír su voz por teléfono me devolvió algo de valentía y mi mente renació, se puso en marcha. ¿Cuál era el siguiente paso? Me acerqué a mi coche y con el respeto que se le tiene a un compañero muerto en acto de combate abrí la puerta del lado intacto. Una nube de humo salió como sí de su espíritu se tratara y se elevó hacia el cielo. Descansa en paz. Abrí la guantera y saqué los papeles del coche. ¿Dónde narices está el número del servicio de atención en carretera? Maldita sea. ¡Por qué guardaré tantos papeles inservibles! Después de varias imprecaciones de este estilo encontré el dichoso número y marqué. Me enviarían una grúa lo más rápido posible. Y mientras hablaba con el operador apareció ella. Una visión celestial. Mi ángel de la guarda. Deseaba abrazarla, sentir que estaba vivo, ya que aún no me creía haber tenido tanta potra como para salir indemne de este calamitoso accidente. El abrazo fue reparador, reconfortante. Pude sentir su olor y eso realmente me tranquilizó. Empezamos a organizar todo. Ella puso orden en mi mente. Chaleco, triángulos, grúa. Todo listo. Todo preparado. Excepto un inoportuno inconveniente, la guardia civil.
Tenía miedo. Uno nunca sabe si tienen un buen día o uno malo y dependiendo de eso la cosa podía derivar en algo mucho peor. Ahora lo recuerdo todo como sí fuera un poco surrealista. Primero llegó una pareja, me preguntaron si estaba bien y si necesitaba una ambulancia. Les dije que físicamente estaba sin un rasguño y que ya había llamado a la grúa. Las preguntas eran formuladas de forma seca, concisa, sin miramientos. Querían mover el coche a un lugar más seguro y uno de ellos se subió y el otro empujó. Una vez colocado mi coche donde ellos querían apareció la furgoneta de atestados. Pregunta crucial. ¿Has bebido? Tenemos que hacerte la prueba de alcoholemia. Mi respuesta refleja, instantenea, fue decir que no. Protegerme. Acto seguido dije la verdad, una copa muy corta hace un par de horas. Soplé. 0.0 marcaba el lector digital y un suspiro de alivio se debió escuchar a mi alrededor. A partir de ese momento ellos se relajaron, más de lo que yo hubiera querido ya que empezaron a mirar el coche y bromear. Uno de ellos comentó, por el coche ya ni te dan 100€, a lo que otro dijo, lo que más vale son las ruedas. Deberías quitarlas dijo un tercero entre risas. Yo, nervioso aún, lo único que podía hacer era reírme y alucinar. Cinco minutos después se fueron, no sin antes darme la puntilla cuando un guardia civil se giró y antes de entrar en su coche preguntó, ¿tiene gasolina? Contesté que estaba el depósito lleno. Y entre risas me dice pues sacalá mientras llega la grúa.
Después de esta escena más bien cómica me quedé a solas con ella. La abracé de nuevo. Necesitaba su contacto, sentirla cerca de mi. Su calma me calmó a mi. Hablamos. En un momento dado ella me ofreció su coche, no lo utilizaría en unos días y me lo dejaba. Naturalmente decliné el ofrecimiento. Gesto extremadamente amable porque se que lo decía en serio.
Al rato llegó la grúa y el mecánico me confirmó que el coche estaba mal. Un entierro era lo más lógico, no había cura para mi fiel compañero. Mientras el hombre enganchaba los cables me despedí de él. Le di un beso y acaricié el lateral con pena. Firmé un papel y le vi desaparecer en la oscuridad de la noche.
Ella me acercó a mi casa. Estuvo conmigo hasta el final, incluso más allá.
Al llegar a casa me desnudé y me metí en la cama. Esperé a que ella llegará bien y la llamé. Estaba tan agradecido por su ayuda, por su compañía en esos momentos que sólo por eso ya permanecerá en mi corazón y mi mente para siempre.
Milagrosamente no me ocurrió nada. Y el accidente, si algo bueno tuvo, es que me di cuenta de que la vida te da segundas oportunidades. Habrá que aprovechar y esta vez hacer las cosas bien.